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Ahora estaban muy cerca, pero ¿seguiría ella adelante cuando descubriera la verdad? Desde que había conocido a su hermano gemelo, cuya existencia desconocía, la tranquila vida de Jordan Adamson en Alaska no había vuelto a ser la misma. De pronto tenía que hacerse pasar por su hermano Jeffrey frente a sus compañeros de trabajo, y nada menos que en Los Ángeles. Afortunadamente había conocido a Asley Baines, que se había ofrecido a ayudarlo. Ashley tenía ante sí el mayor ascenso de su vida, pero lo único que podía ver era al guapísimo y despreocupado Jeffrey, que trataba de conseguir el mismo puesto que ella. Parecía el mismo de siempre, pero Ashley nunca antes había sentido la impetuosa necesidad de tocarlo...
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Seitenzahl: 161
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Barbara Dunlop. Todos los derechos reservados.
MUY CERCA DEL AMOR, Nº 1403 - junio 2012
Título original: Too Close to Call
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0170-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversion ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
–El servicio meteorológico dice que se aproxima una tormenta de nieve al golfo de Alaska.
Jordan Adamson llamó al recepcionista de True North Airlines mientras sacaba la hoja del fax.
–¿Eso nos va a paralizar? –preguntó Wally Lane, girando en la silla–. Cyd sale hacia Arctic Luck en diez minutos.
–Tenemos un par de horas de margen, pero habla con Bob y asegúrate de que esté atento.
En Alaska, los pilotos estaban acostumbrados a volar en condiciones climáticas adversas. Sin embargo, las tormentas de nieve de finales de octubre podían ser violentas, y Jordan no quería que sus pilotos corrieran riesgos innecesarios. La decisión de despegar o quedarse en tierra se basaba en los partes meteorológicos, la visibilidad y el instinto.
Jordan se asomó a la ventana de su despacho y le dio una copia del parte a Wally.
–Dile a Bob que se detenga en Sitka, si es necesario. Y recuérdale que...
–Que no descuide la satisfacción del cliente –dijo Wally, imitando el tono con el que su jefe solía decir aquellas palabras.
Jordan hizo una mueca de hastío. El personal de su modesta compañía aérea de Alpina, en Alaska, llevaba meses burlándose de su insistencia con la satisfacción al cliente.
En aquel momento se abrió la puerta, y Wally se volvió hacia el mostrador mientras un hombre avanzaba por la recepción. Jordan supuso que sería el pasajero de las cuatro de Cyd.
El hombre llevaba un traje italiano y unos zapatos impecables; ropa demasiado elegante para ir en avioneta a Arctic Luck. En realidad, iba demasiado arreglado para cualquier lugar que estuviera al norte del paralelo sesenta.
El hombre levantó la vista, y Jordan se quedó impresionado. Había algo extrañamente familiar en él, y se preguntó si se conocían. El hombre abrió los ojos desmesuradamente y retrocedió. Por un momento, Jordan se preguntó si lo había ofendido de alguna manera.
Mientras Wally hablaba con el cliente, Jordan volvió a la montaña de papeles que cubría su escritorio y echó un vistazo rápido a la lista de pasajeros para ver el nombre. El servicio de atención al cliente consistía, en parte, en recordar sus necesidades y comprender que eran importantes para el negocio. Todo estaba claramente especificado en los folletos de la Asociación de Turismo de Alaska.
Aquel año, la empresa de Jordan había alcanzado la mejor puntuación en las encuestas de nivel de satisfacción del cliente. Si seguía encabezando la lista durante el resto de la temporada, obtendría publicidad gratis en todos los folletos de turismo del gobierno del verano siguiente. Aquella propaganda le garantizaría un aumento de los contratos, algo imprescindible si quería incorporar un avión pequeño a su flota. Y quería hacerlo; cuanto antes.
Mientras buscaba el manifiesto del viaje a Arctic Luck, oyó que Cyd aterrizaba con la Cessna. Había llegado a tiempo, pero tendría que darse prisa con el embarque si quería eludir la nieve.
Jordan miró el nombre del pasajero, esperando que le recordara algo.
–Jeffrey Bradshaw –leyó para sí.
El nombre no significaba nada para él. Volvió a mirar por la ventana y examinó al hombre con detenimiento. Sabía que lo había visto antes.
–Jeffrey Bradshaw volverá a Los Ángeles el lunes –anunció Rachel Bowen.
La escenógrafa de Argonaut Studios se detuvo junto a la cinta andadora donde trotaba Ashley Baines al compás de una canción de Bruce Springsteen.
–¿Qué? –preguntó Ashley, quitándose los auriculares.
–Jeffrey. Aquí. El lunes.
Ashley apagó el aparato y se volvió a mirar a su amiga y compañera.
–El lunes –repitió, tratando de recuperar el aliento–. ¿Es que tiene algo contra mí?
Rachel asintió.
–Sin duda, es lo que parece.
Ashley sintió que se le cerraba el estómago. Que apareciera Jeffrey para amenazar su ascenso no era una sorpresa, pero había albergado la secreta esperanza de que se mantuviera alejado y le dejara el terreno libre.
En la disputa por el cargo en la dirección de Argonaut, Jeffrey era su principal competidor. Era inteligente, tenía experiencia y estaba muy bien relacionado. También era astuto y tenía una vertiente despiadada que ella prefería no poner a prueba.
Ashley tenía la frente y la camiseta empapadas de sudor. Tomo la toalla que había colgado del manillar de la cinta y se secó.
–¿Has oído más rumores sobre él? –preguntó.
Rachel era su mejor amiga y trabajaba de escenógrafa en Argonaut. Era sociable y extrovertida, y tenía una increíble habilidad para mantenerse al tanto de todo.
–Sólo que está buscando localizaciones en Alaska.
Ashley parpadeó confundida.
–¿Alaska es su gran idea innovadora?
El presidente de la junta había hecho correr el rumor de que su mayor deseo era una nueva serie de éxito. Quien tuviera la mejor propuesta estaría a un paso del ascenso.
Jeffrey había pasado el año anterior con una función especial en Nueva York, y Ashley se preguntaba a qué se debía su repentino interés por Alaska.
–Debe de estar preparando algo sobre el norte –dijo Rachel.
–¿Una comedia?
Ashley arrojó la toalla a un cesto de ropa sucia. Las comedias siempre eran un riesgo, pero cuando tenían éxito, arrasaban.
–O una serie de aventuras al aire libre.
–Las series de aventuras ya no funcionan –afirmó Ashley–. Este año, el público quiere médicos, policías o comedias.
Y algo le decía que no se trataba de una comisaría ni un hospital en Alaska, de modo que tenía que ser una comedia.
Ashley no se lo podía creer. Lo último que necesitaba era que Jeffrey propusiera algo más original que su electrizante serie de detectives en California. Tal vez no bastara con una simple dramatización.
–¿Crees que debería añadirle un toque de comedia? –le preguntó a Rachel.
–Las comedias tienen mucho éxito.
Aquel año, las comedias estaban captando toda la atención, los premios y la audiencia. Ashley se preguntaba cómo podía haber sido tan tonta.
–Debería haberlo pensado antes –dijo, yendo hacia el vestuario.
–Es un poco tarde para cambiar de idea.
–Lo sé. Significaría rehacer el plan de rodaje y los vídeos de promoción.
–Y volver a escribir todos los guiones.
–Significaría rehacer toda la presentación. Desde cero.
Evidentemente, era imposible, dado que era sábado y la reunión con el presidente de la junta estaba programada para el lunes.
Rachel se arregló el pelo.
–Supongo que podrías arriesgarte a presentarlo como está.
De repente, el drama policiaco que había preparado Ashley parecía aburrido, y a la vez seguro, porque tenía playas, desnudos y escenas de acción garantizadas en cada capítulo.
Si Jeffrey se iba a jugar el todo por el todo con una comedia rodada en Alaska, ella tendría que hacer que su localización de California pareciera más descarada e interesante.
–Crees que va a apostar fuerte, ¿verdad? –preguntó Rachel, mientras iban hacia el vestíbulo.
–Alaska es un escenario muy audaz.
Ashley era consciente de que Jeffrey estaba arriesgando mucho, porque, a fin de cuentas, se trataba del ascenso de la década. Había cometido un error al fiarse de la ausencia de su competidor. Aunque no hubiera estado en Los Ángeles en todo el año, seguía siendo un adversario duro de pelar.
–¿No hay manera de posponer la reunión de la junta directiva? –preguntó, sabiendo que necesitaba más tiempo.
Rachel se detuvo en el vestíbulo y la miró con incredulidad.
–Conoces a su secretaria, ¿no es cierto?
–Sí, pero no mucho.
–¿Tiene alguna debilidad?
–El chocolate y los bailarines negros.
Ashley sonrió.
–¿Qué tal un par de entradas para Fire Dance? He oído que el primer bailarín es absolutamente irresistible.
–¿Tienes entradas para Fire Dance?
–En primera fila –contestó Ashley, sonriendo–. Clive Johnston me las cambió por unas para el partido de los Lakers de la semana pasada.
–Añade una cena en La Salle, y creo que puedo conseguirte un trato.
Ashley se detuvo en la puerta del vestuario.
–Eso está hecho. Haz que pase la reunión al viernes. ¿Tienes planes para esta noche?
–¿Quieres que cenemos y que pensemos algunas ideas?
Ashley asintió.
–Sería genial.
–Te espero en el café Brakwater.
–Dame media hora para ducharme y cambiarme.
Ashley abrió la puerta del vestuario. En aquel momento tenía preocupaciones más importantes que la firmeza de sus nalgas.
Jordan no quería preocuparse por Cyd, aunque llevaba media hora de retraso. La tormenta había aumentado más deprisa y con más violencia de la que habían pronosticado. Las radios no funcionaban, pero si la avioneta se hubiera estrellado, habrían recibido una señal de emergencia.
Probablemente había aterrizado cerca de Arctic Luck.
–Tenemos localizados a todos menos a Cyd –dijo Wally, colgando el teléfono–. Bob se ha refugiado en Sitka, y los otros ni siquiera habían despegado.
En aquel momento se oyó una voz de en la emisora, y Jordan tomó el micrófono. Era Cyd, que afortunadamente estaba bien. Pero antes de que Jordan pudiera pedirle más detalles, se oyó a un hombre furioso.
–Soy el pasajero que ha pagado para volar a Arctic Luck –rugió Jeffrey Bradshaw–. Pero me han traído a Kati... Kati...
Jordan no esperó a que Jeffrey terminara de decir Katimuk.
–Lo siento –interrumpió, con su tono relajado y profesional–. No podemos luchar contra el tiempo. Pero lo llevaremos a Arctic Luck en cuanto podamos.
–Necesito llegar inmediatamente.
La orden se oyó entrecortada por la estática de la radio.
Wally arqueó las cejas.
–Me temo que va a ser imposible –replicó Jordan.
Las demoras por causas climáticas eran inevitables cuando se volaba por el norte, sobre todo durante el otoño. Le gustara o no, el pasajero tendría que esperar.
–Nada es imposible –dijo Jeffrey–. Llamaré a mi despacho y pediré que me busquen otra compañía.
–Llame a quien quiera, pero nadie va a volar con una tormenta así.
–¿Por qué?
Jordan se preguntó si en Katimuk no existían las ventanas. En Alpine, la nieve no dejaba de caer y ya había más de medio metro en el suelo.
–Porque es muy peligroso –contestó Jordan, mirando asombrado a Wally.
Su amigo sonrió. El día anterior había insistido en que el tal Jeffrey era igual que Jordan, y Jordan había tenido que reconocer que tenían cierto parecido. No obstante, Wally empezaba a creer que era lo único que tenían en común.
Jordan soltó el micrófono.
–Por favor, dime que sólo nos parecemos físicamente.
Wally se limitó a agrandar la sonrisa, y Jordan volvió a su comunicación por radio.
–Nadie va a arriesgar una avioneta –explicó, tratando de ocultar su frustración–. Y estoy seguro de que no querrá arriesgar su vida. No se separe de Cyd. Ella sabe lo que hace y lo sacará de ahí en cuanto pueda.
–A ver si nos entendemos –dijo Jeffrey–. ¿Su piloto podría haberme llevado a Arctic Luck, pero me ha traído a Katimuk?
Wally puso los ojos en blanco y se rió de lo absurdo de la pregunta.
–Ha aterrizado donde le ha parecido que el avión y el pasajero estarían a salvo –contestó Jordan, conteniendo las ganas de decirle que tenía suerte de estar vivo.
–Bobadas –espetó Jeffrey.
–Es un encanto –comentó Wally, con ironía.
–Y no se me parece en nada –afirmó Jordan.
–No hay nada ni remotamente gracioso en esto, ¿verdad? –preguntó Ashley, sentada con gesto derrotado en el sofá de su piso de Westwood.
Rachel apagó el último vídeo promocional de la serie policiaca, y la pantalla de la televisión se oscureció.
–No particularmente –reconoció.
Tendrían que volver a rodarlo todo. Ashley trató de pensar en nuevas alternativas. No cabía duda de que su idea original no podía funcionar como comedia.
–¿Y si el detective Moonie es mayor, con más mundo, más de vuelta de todo...?
–Si es mayor, nos quedaremos sin el atractivo del cuerpo musculoso –dijo Rachel–. Sabes que los torsos desnudos venden.
–Entonces buscaremos traseros firmes. ¿No podríamos tener un inspector entrado en años, pero con un buen trasero?
Rachel soltó una carcajada.
–Me lo imagino. El inspector Moonie, fanático del gimnasio, a punto de jubilarse y salido de las peligrosas calles de Nueva York, decide aceptar un trabajo a tiempo parcial como salvavidas y vive situaciones peligrosas, emocionantes y divertidas mientras persigue mujeres con bañadores diminutos por las playas de Malibú.
–De acuerdo, el trasero no funcionaría. ¿Y si Moonie es más joven, pero es un intelectual poco llamativo al que adoran las mujeres guapas? Con eso tendríamos garantizado el interés de los televidentes masculinos de dieciocho a treinta y cinco años.
–La premisa básica de cualquier porno –dijo Rachel, de camino a la cocina–. ¿Tienes vino?
–En la puerta de la nevera. Tal vez deberíamos hacer que Moonie fuera homosexual.
–Brillante idea –replicó Rachel, con ironía–. Con eso ampliaríamos los márgenes de audiencia.
–A las mujeres les caen bien los homosexuales.
–Como amigos, sí. Pero no para fantasear al verlos en pantalla.
Rachel descorchó la botella.
–De todas formas, casi todos nuestros espectadores son hombres –dijo Ashley–. Tengo otra idea. ¿Y si Moonie es un tipo anticuado, duro y tenso de la costa este, y su nuevo discípulo es un homosexual joven y despreocupado de California?
Rachel dejó de hacer lo que estaba haciendo y entrecerró los ojos.
–Eso podría ser divertido.
Ashley arqueó una ceja.
–¿Verdad que sí? Las mujeres empezarían sintiéndose atraídas por el gay, pero terminarían deseando al hombre mayor con experiencia.
–¿Crees que podríamos conseguir a Sean Connery? –preguntó Rachel.
–Tú y yo estamos siempre en la misma frecuencia.
Ashley se cruzó de piernas, y sus neuronas empezaron a funcionar a toda máquina.
–YJ17546, aquí True North Airlines. Lo escucho –dijo Wally, contestando a la radio.
Jordan miró por la ventana del despacho mientras su amigo colgaba del perchero un abrigo que no se parecía en nada al estilo de ropa que solía usar Wally.
–No creo que entiendan la gravedad de la situación –dijo una voz conocida por radio.
Jordan miró a Wally y fingió que se golpeaba la cabeza contra la pared.
–¿Puede repetir lo que ha dicho? –pidió Wally.
–Necesito estar en Los Ángeles esta noche. ¿Entiende? –explicó Jeffrey, levantando la voz–. Aquí hay casi un metro de nieve, tienen todas mis tarjetas de crédito, y tengo que ir a Los Ángeles.
–Me temo que la nieve tampoco nos ha permitido volar hoy. ¿Qué tarjetas de crédito?
–En mi abrigo. La piloto me puso una especie de parka gigante, pero me hizo quitarme el abrigo.
–La parka es necesaria para ir en la Cessna –afirmó Wally, poniéndose el abrigo de Jeffrey sobre el regazo–. Y puedo asegurarle que sus tarjetas están perfectamente seguras.
Jordan pensó que tendría que poner un cartel para recomendar a los pasajeros que cuidaran sus efectos personales; aunque con excepción de un sujetador, nadie había olvidado su ropa hasta el momento.
–Entiendo su frustración –continuó Wally–, créame, y me encantaría tener una solución.
Jordan se dijo que Wally merecía que lo nombrara empleado del mes.
–¡Y a mí me encantaría que entendiera el problema! –espetó Jeffrey.
Wally le ofreció el micrófono a Jordan, invitándolo a hacerse cargo de la situación. Jordan le hizo una seña para que siguiera hablando él, porque estaba haciendo un trabajo excelente. El empleado se encogió de hombros y le murmuró que prestara atención.
–En ese caso, ¿por qué no me lo explica? –le dijo a Jeffrey.
Sin soltar el micrófono, Wally levantó un folleto del ministerio de Turismo y señaló el punto número cinco:
Cuando sea necesario, deje que el cliente se desahogue. Muestre empatía antes de darle una mala noticia.
Jordan le hizo un gesto de aprobación.
–Tengo una reunión importante en Los Ángeles –puntualizó Jeffrey, con tono monocorde–. Si no voy, perderé un ascenso y muy probablemente, la serie de televisión en Alaska.
–¿Van a rodar una serie en Alaska? –preguntó Wally, con repentino interés.
–No, si me quedo atascado en Katimuk.
–¿Qué clase de serie?
–Se habría llamado Paralelo sesenta –contestó Jeffrey–, y habría sido una comedia sobre la vida y los amores de la gente de Arctic Luck. Y digo «habría» porque: uno, no he conseguido ir a Arctic Luck; dos, la tormenta me ha impedido hacer fotos; y tres, porque no podré ir a la reunión de mañana.
–¿No puede presentar la propuesta por teléfono? –preguntó Wally, mientras se despedía del intérprete y del piloto.
–¿Presentar qué? Ni siquiera he visto la ciudad. Y no, no es algo que se pueda hacer por teléfono. Necesito imágenes, planos...
–De Arctic Luck.
–No, de San Diego –replicó Jeffrey, sarcástico–. Por supuesto que de Arctic Luck.
Wally hecho un vistazo a la pared del despacho. Jordan siguió su mirada hacia el tablón de anuncios. Con toda seguridad, allí había fotos de Arctic Luck, como del resto de las ciudades del interior de Alaska.
–Sí otra persona fuera a la reunión con imágenes y planos, ¿podría darle instrucciones sobre lo que debe decir?
Jordan pensó que si Wally se estaba ofreciendo a ir a Los Ángeles, estaba loco.
–No funcionará –dijo Jeffrey.
–¿Por qué no?
–No aceptarán que otro haga la propuesta. Sólo puedo hacerla yo.
Jordan salió a la recepción y se apoyó en el mostrador, tratando de descubrir en qué estaba pensando Wally. Sabía que podía llegar en coche hasta Anchorage y tomar un avión, pero no entendía qué creía que podía hacer en Los Ángeles.
–¿Y si fuera usted? –le preguntó Wally a Jeffrey.
Jordan movió la cabeza con gesto negativo. El ministerio de Turismo desaconsejaba drásticamente hacer promesas que no se podían cumplir.
–¿Me van a enviar una avioneta? –dijo Jeffrey, esperanzado.
–No. Voy a enviar a Jordan.
–¿Jordan?
–Es mi jefe. El tipo que se parece a usted.
–¿Su jefe va a volar hasta aquí?
–No. Lo vamos a enviar a Los Ángeles.
–¿Qué? –exclamaron Jordan y Jeffrey al unísono.
–Vaya –dijo Wally–, hasta tienen la voz parecida.
–No voy a ir a Los Ángeles –afirmó Jordan, acercándose a la radio.
–Es ridículo –declaró Jeffrey.
–Es idéntico a usted –insistió Wally, señalando el gráfico con los índices de satisfacción al cliente.
–No, no lo...
–Sí que lo es –se oyó decir a Cyd.
Jordan entrecerró los ojos.
–No hay que descuidar la satisfacción del cliente, ¿recuerdas? –lo desafió Wally–. Si te das prisa, estarás de regreso para tu cumpleaños.
Jordan iba a protestar, pero pronto se dio cuenta de que no hacía falta que dijera nada. Jeffrey pondría freno a aquella locura. Podía seguir afirmando que la satisfacción al cliente era fundamental, sin que le supusiera riesgo alguno. Era perfecto.
–De acuerdo –accedió, divertido–. Lo que sea por complacer al cliente.
–Le cortaremos el pelo – dijo Wally a Jeffrey, guiñándole un ojo a Jordan–. Dígale qué tiene que decir exactamente. Irá a la reunión y volverá a casa.
–Ni en un millón de años –contestó Jeffrey.
–¿Se le ocurre alguna idea mejor?
–Sí: que me lleven a Los Ángeles.
–Es imposible. Dígame, ¿qué es lo peor que podría pasar si Jordan lo intenta y fracasa?
–Que la serie no se haga y que me quede sin trabajo.
–¿Y qué pasará si usted no asiste a la reunión?
–La serie no saldrá, y yo perderé el trabajo.
–¿Y qué posibilidades hay de que funcione lo de Jordan?
–Un diez por ciento.
–Un diez por ciento es mejor que nada.
Wally señaló otro punto del folleto del ministerio: Hágase cargo del problema del cliente.
Al parecer, Wally había decidido convertirse en el gurú de la satisfacción al cliente. Jordan esperaba que Jeffrey desestimara la idea con vehemencia. Era una locura pensar que podría hacerse pasar por un ejecutivo de televisión en Los Ángeles.