Nada nos puede pasar - Nicolás Teté - E-Book

Nada nos puede pasar E-Book

Nicolás Teté

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Beschreibung

La galería de personajes que desfilan por las páginas de Nada nos puede pasar está poblada de adolescentes que crecieron en la última década del siglo XX. Es la generación que vivió el cambio de paradigma de un mundo al otro: de la televisión a la pantalla del celular; de ser espectadores de programas juveniles a protagonizar sus propias vidas en redes sociales. Ligeros y divertidos, dramáticos y graves, estos cuentos vienen a recordarnos, entre citas de canciones, cástings para programas de talentos, telenovelas juveniles y primeras experiencias sexuales, que todos brillamos alguna vez, aunque más no sea en un papel secundario. 

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NADA NOS PUEDE PASAR

 

 

NICOLÁS TETÉ

 

 

 

Índice

CubiertaPortadaLa vida inventadaMi generaciónAmanecer en Buenos AiresLa películaEl misterio de los chinitosHuracánLos suplentesEl verano prohibidoEso que sentimosLa actrizEl extranjeroLa manchaBurritosBerlínLa cuentaLa chica de la marquesinaCuando volviste de TokioEl viajeVolverPrimer año en Buenos AiresSobre el autorCréditos

La vida inventada

Ustedes no entienden, ni podrán entender lo que yo siento, cómo todo se me fue de las manos. Cómo una broma se puede convertir en una verdad. Ustedes piensan que estoy loca, pero yo sé muy bien lo que hice. No soy tarada. Los tarados son ustedes, los que se están riendo de mí en Twitter, los que están mandándome al psiquiatra en programas de televisión. No se dan cuenta de que todos están hablando de mí. Yo estoy cumpliendo mi sueño y ustedes no.

Estaba sola y aburrida en mi casa, mirando una serie, una norteamericana que no veía nadie. Nadie. Ahí se me ocurrió todo. No tenía trabajo, ni guiones que leer, ni reuniones con productores en mi agenda. Necesitaba dejar de mostrarme como una fracasada, dejar de subir fotos de trabajos viejos y selfies en el baño que no me estaban llevando a ningún lado. Porque yo quería estar en la televisión, en el cine, ser una actriz popular, no una de esas que actuaban por una porción de tarta de acelga en un cortometraje de estudiantes. A mí me gustaba el teatro, me gustaba actuar, pero más me gustaba la fama. Fue un acto inconsciente, lo sé. Pero para mí en esos momentos una toma las decisiones más importantes de la vida. Sin pensarlo ni dudarlo accioné de forma automática. Busqué fotos de la filmación de la serie en internet, abrí Photoshop y borré la cara de una actriz. Puse la mía en su lugar, intentando ser bien prolija, que pareciera real. Quedó perfecta.

La última novela que protagonicé fue un rotundo fracaso y los productores decidieron culparme a mí. Así me despidieron. Desde ese momento ningún canal se animó a llamarme. Me culpaban del fracaso de mis tres últimos programas. Un fracaso era normal, tres ya no. No podía terminar como Vanessa Rosales, que pasó de las novelas de la noche a actuar en los institucionales de los evangelistas brasileños.

Siento que esta idea me va a salvar. Entro a mi página de fans en Facebook y subo la foto, la acompaño con un texto: “En Los Ángeles en plena filmación, participación especial en Hot in Cleveland”. Listo. Me preparo un café y espero los resultados.

Una hora después ya tengo más de mil me gusta. Suena el teléfono. No lo puedo creer. Me corre el vértigo de ver un número desconocido en el celular, eso significa trabajo. Es una entrevista para un programa de radio que quiere saber de mi experiencia en la serie norteamericana. Digo que volví ayer de Los Ángeles, que fue una experiencia maravillosa. Me invento un personaje, total la serie tiene más de mil capítulos, nunca me van a encontrar. Sigo demostrando lo buena actriz que soy. Los conductores me creen, me desean éxitos y yo anuncio que pronto volveré a Los Ángeles para trabajar en la nueva temporada de CSI. Las palabras salen de mi boca sin pensarlo.

Me puse a editar nuevas fotos. Con tan solo un par de clics podía cumplir mis sueños, la única que sabía que eso no era verdad era yo. Busqué más fotos de filmaciones, entregas de premios, películas que no llegaban al país. Preparé una carpeta con imágenes para ir subiendo una por semana. Tampoco quería quedar como una ridícula. Todo tenía que estar bien calculado. El teléfono volvió a sonar como antes, cuando protagonizaba la serie juvenil del momento, cuando era la huérfana más famosa de la televisión. Mi madre, la real, me preguntaba por mi viaje a Los Ángeles. A ella también tuve que engañarla, no podía arriesgarme a que le contara a una amiga y se fuera develando la verdad. Todo suena tan bien que ya me lo estoy creyendo.

Encuentro una foto perfecta de George Clooney con una desconocida. Borro su cara y pongo la mía. Genial. Me voy a hacer la misteriosa. Subo la foto sin ningún título ni nada. Me voy a vestir. Tengo que ir a un programa de televisión, a uno de juegos. Antes de irme veo páginas de internet que ya hablan de mi misteriosa relación con George. Es tan fácil todo. El programa sale en vivo y por primera vez me enfrento a las cámaras desde mi consagración en Estados Unidos. Antes de salir me meto en personaje, soy la actriz del momento que está participando en series norteamericanas. Todo lo que estoy filmando va a salir en la próxima temporada, o sea en un año, o sea nadie se va a acordar. El conductor me hace contar situaciones que viví en Los Ángeles y hasta tengo que hablar en inglés. Es muy divertido. En el programa me gano una licuadora con muchas funciones, me viene bárbaro.

Subo nuevas fotos, ahora de mi participación en CSI. Doy una nota para un diario brindando información sobre mis personajes. Me llega una propuesta de un programa nacional. Vuelvo a la televisión argentina por dos capítulos. Antes no me hubiesen tenido en cuenta, ahora me quieren, me necesitan. Todo está saliendo muy bien.

¿Cuáles son mis sueños? ¿A dónde quiero llegar? Estoy trabajando de actriz, soy hiperfamosa, en todo el mundo me aman, estoy de novia con George Clooney… ¿qué me falta? Quiero ir a los Oscars.

“Anoche pude soñar con la magia del cine. Me sorprendió la cantidad de gente que trabaja en los Oscar. Hay cientos y cientos de asistentes de producción, equipo de prensa… Es todo tan inmenso y tan abrumador… Fui tratada como una estrella, gracias’’. Acompaño ese texto con una foto mía en la red carpet. Hoy todos hablan de mí, de mi vestido, de mi pelo. Suena mi celular. Estoy en Los Ángeles, tengo resaca, estuve en la fiesta de los Oscar. ¿Qué? Yo no miento. ¿Qué dicen en Twitter?

“Uno: la foto de la actriz está mal recortada y pegada sobre el fondo. La delata la silueta y las partes del vestido que se ven fantasmagóricas, que se difumina demasiado en un intento de disimular el recorte. Dos: la sombra que proyecta la cabeza no coincide con la iluminación del lugar. La luz debería venir desde arriba a la derecha. ¿Por qué ninguna otra parte de su cuerpo proyecta sombra?’’. En un diario online mandaron a analizar mis fotos con un experto en Photoshop. Ridículo. Hay que tener poco trabajo para hacer eso, analizar fotos.

Prendo la tele y están hablando de mí, no puedo evitar sonreír. Me están criticando. Muestran mis fotos en la pantalla, las analizan. Porque quise ir a los Oscar, porque me olvidé de borrar el epígrafe que dejaba en claro que ese vestido lo estaba usando Uma Thurman. Se están riendo de mí en la televisión, me están diciendo ridícula. En Facebook también me critican y en Twitter inventaron un juego donde suben fotos de películas cambiando actrices por mí, hay hasta un montaje donde yo soy E.T. y en otro la ballena de Liberen a Willy.

Quiero llorar, esto es mi culpa. No puedo estar triste. No puedo permitírmelo. Al fin y al cabo todos están hablando de mí. Sí, está bien, estoy quedando como una ridícula pero soy la noticia del momento. No es tan malo. Después de todo, antes no era nadie, era una actriz en su ocaso, en el olvido. Ahora soy la actriz que usa Photoshop. Soy la que se inventó una carrera en los Estados Unidos. Son motivos suficientes para bailar por un sueño o tener mi propio reality show.

Mi generación

“Ya amaneció el sol salió y todo se iluminó,

el twist se despertó se quiso vestir pero no tenía,

no tenía color”

(Colores, Reina Reech)

 

 

Me tocó el asiento de adelante, esos desde donde podés ver cómo te vas alejando de la ciudad. Cada vez había menos luces, menos autos, menos edificios, me estaba acercando al pueblo. No quería llorar, pero no me podía engañar. Me estaba volviendo de Buenos Aires antes de lo pensado, había fracasado. Miré a mi mamá, me dio un pañuelo descartable, me acarició la cabeza y me dijo que me quedara tranquilo. Ya vas a tener otra oportunidad, sos muy chico. Que soy muy chico me dijo. ¿Muy chico? ¿En serio, mamá? Tengo catorce años, soy más grande que todo el elenco de Chiquititas, a mi edad el actor de Mi pobre angelito ya había filmado más de diez películas. Estoy grande, mamá, y no voy a poder cumplir mi sueño. No tengo talento, eso me dijeron en el programa, no tengo talento. Con los ojos húmedos me dormí sabiendo que cuando me despertara iba a estar de nuevo en la escuela, donde voy a quedar como un perdedor.

Reina Reech fue mi estrella favorita de la infancia. Veía todos sus programas, viajé a Buenos Aires para ir a su obra Yo soy colores en el Teatro Astros, compraba su revista y me sabía todas sus canciones. Cuando dejó de hacer programas infantiles y sus fans ya no éramos niños, Reina anunció su propio concurso de talentos, Generación Pop. Si tenés entre diez y quince años, sos de la Generación Pop; si te gusta cantar, bailar y actuar, sos de la Generación Pop. Sin ninguna duda, yo era de esa generación. Les pedí a mis papás que me inscribieran en el concurso y que me dejaran viajar a Buenos Aires para participar del casting. Aceptaron gracias a mis insistencias aunque no les convencía el premio: formar parte de una banda pop y actuar en una serie juvenil. Para eso tendría que dejar el colegio y vivir en Buenos Aires.

Una vez que ya estaba inscripto no podía dejar de pensar en el programa. Mi papá no quería que hiciera papelones y me buscó un profesor de canto. Ulises venía tres veces por semana. Le conté cómo era el concurso, quién era Reina y me ayudó a grabar una canción en un cassette que había que enviar para ser preseleccionado. Grabamos una de Chayanne porque quedaba bien con mi tono. Antes de enviarla la borré y me grabé en mi cuarto cantando “Tu veneno” de Natalia Oreiro. Ulises siempre me decía que había mucho por hacer, el concurso era muy pronto. Tenía que preparar tres canciones: una de Diego Torres, la de Aladdin y la de la apertura del programa. Ulises también me hacía hacer ejercicios de respiración y recitar trabalenguas. Él era cantante de ópera, pero había dejado de cantar cuando se casó con una chica de mi pueblo. Ahora vendía jeans y daba clases particulares de canto. Él se definía como soprano.

Para ganar Generación Pop tenías que saber cantar, actuar y bailar. La parte de actuación era mi fuerte, porque hacía años estudiaba teatro en el taller municipal. Avisé que tenía que faltar dos clases para irme a un casting en Buenos Aires. La profesora se emocionó y me dijo que iba a brillar. El baile me salía natural, siempre practicaba en mi dormitorio con temas de Britney y otras cantantes. Mi único problema era el canto, pero gracias a Ulises estaba listo para ganar.

Viajamos con mamá un lunes, llegamos el martes. Nos tomamos el día para acomodarnos. El miércoles tenía el casting en el Parque de la Costa. Me puse un pantalón cargo desmontable y un buzo nuevo que me había comprado para el programa, azul con manchas negras y el número 23, mi favorito. Cuando llegamos había tres cuadras de cola. Las mamás se tenían que quedar esperando en el patio de comidas del parque y nosotros pasábamos al anfiteatro. Me tocó el número 2963, había más de cuatro mil chicos. Algunos hablaban entre ellos pero yo no, eran mi competencia. Comenzó el concurso, pusieron el tema de Diego Torres y teníamos que cantar todos al mismo tiempo. Los jurados pasaban escuchando entre las gradas. Si les gustaba cómo cantaba alguno, se quedaban un rato más y anotaban el número en un papel. No sabían nuestros nombres. En esos tres minutos de canción tenía que aplicar todo lo que había aprendido con Ulises. Las respiraciones, los tonos, elevar la voz. Mucha presión. En un momento, uno de los jurados se acercó y me escuchó de cerca. Se quedó unos quince segundos, anotó mi número en un papel, me sonrió y se fue. Me sentí ganador. Había más de diez jurados, entre ellos estaba la hija de Reina. Tenía nuestra edad y era la más envidiada de toda la generación.

En un momento se hizo un gran silencio. Unas luces robóticas empezaron a moverse por todo el escenario y lo invadieron serpentinas de colores. Apareció ella. Reina Reech. Pusieron la música de Generación Pop y todos la aplaudimos. Entró bailando la córeo del programa con un montón de bailarines, era una reina de verdad. Los chicos de la Generación Pop la amábamos. Habíamos crecido con Colores y empezamos a pedir que la cantara. Reina se hizo rogar pero terminó cantando su hit y nosotros, felices. Ese fue mi premio porque después Reina leyó los números elegidos y el mío no estaba. Me puse triste. Sentí que no había sido escuchado, quería mostrar cómo bailaba y cómo actuaba. Los jurados ya no estaban. Busqué a mi mamá por el patio de comidas. La abracé y le dije que no había quedado, que estaba enojado, que todo estaba arreglado, que nadie me había escuchado bien. Odié a Reina por unos minutos.

Lo peor iba a ser enfrentar a todos mis compañeros de colegio y teatro a los que les había dicho que nunca más los vería porque me habían llamado de la tele, de un programa de Buenos Aires. Pero cuando llegué a la escuela todos se alegraron de verme y no paraban de preguntarme por la televisión, cómo había sido la grabación, cómo era Reina en persona. Al final nadie me veía como un perdedor, yo sí. Unos meses después, una amiga me llamó desesperada. Me había visto en la publicidad del programa, muy rápido. Decía que me había visto levantando el papel con mi número. Me puse a ver televisión todo el día esperando la publicidad. Me parece que se confundió, yo no salía ni un segundo. Igual, yo sé que soy de la generación pop.

Amanecer en Buenos Aires

Terminé en esta fiesta porque no acepté una cita. Él me mandó un mensaje de voz. Dentro del mensaje cantaba un tema de Arjona en el baño. Tres minutos, él cantando toda la canción. Buena voz, pero no podía aceptar una cita de este pibe. Me bloqueé. Creo que hice bien. No estoy para citas, y menos con chicos con los que ya sé que no va a funcionar. Así que terminé viniendo a este evento algo extraño con mi amiga, la actriz de moda que ahora es DJ. Ella se ríe de eso porque no lo es, pero actúa como si fuese una. Lo toma como un personaje más de su repertorio. Se compró una Mac y se bajó un par de programas que le recomendó un ex novio que sí es DJ de verdad. Así que ahora temas de pop con otros de hip hop y un poco de cumbia para darle una impronta latina y vender su estilo al exterior.

La fiesta es en una peluquería y está auspiciada por una marca de mojitos. Por una bebida sabor a mojito. Al entrar te dan la botella, después una fotógrafa espera el momento justo para sacarte una foto disfrutando el “trago”. La peluquería tiene luces de tubo intervenidas con aerosoles. Las paredes no están pintadas, más bien son un gran collage con fotos de clientes famosos del lugar. Algunas personas llegan para cortarse el pelo o teñirse de flúor. Mi amiga está en una cabina improvisada, más morocha que nunca por una película de época que está filmando. Se alegra de verme. La liberé de un flaco que la estaba acosando. Me muestra su look, presumiendo que el vestido y las botas son un regalo de un fan, uno con buen gusto y posibilidades de pasar de fan a otra cosa. Está muy linda. También algo fastidiada, no es el evento que esperaba, hay muy poca gente y menos gente cool. Pero bueno, le pagan en dólares, me dice eso todo el tiempo, una hora más y más verdes. Le hacen notas para dos revistas y treinta páginas de internet. Yo, como siempre, sonriendo al costado, intentando no pensar en mi vida por un rato.

La fotógrafa de la fiesta la conocía y nos empieza a contar sus proyectos personales, como el documental El Soundtrack de tu Vida