Naguales - Rafael López Jiménez - E-Book

Naguales E-Book

Rafael López Jimenéz

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Beschreibung

En la Costa Chica de Oaxaca, al igual que en otras latitudes de esta América nuestra, los naguales son animales visibles, tangibles, con dimensiones precisas por los lados, el frente, atrás, arriba y abajo; viven en armonía con la naturaleza y con los elementos tierra, agua, y aire; sufren con el fuego, por lo general utilizado en forma violenta contra ellos. Pueden servirle al hombre, y servirse de él; ser compañeros, amigos, hermanos del ser humano. Este libro reúne el contar de los vecinos sobre la interacción entre los oaxaqueños y su nagual.

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Primera edición, 2006

Instituto Oaxaqueño de las Culturas

© 2012 Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com

México, D.F.

Primera edición electrónica, 2013 ISBN: 978-607-9281-03-8

Imagen de portada Nahuales de Noé Leyva Vera

Coordinación de la edición Alicia Alonso Vargas [email protected]

Diseño y formación Daniela Castillo Bravo [email protected]

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio; electrónico o mecánico, sin consentimiento por escrito del editor.

Hecho en México

Convertido a eBook por: ICG     Information Consulting Group de México, S. A. de C. V.

Índice

Advertencia

GODELEVA

LA CURA

COINTA

EL TETEREQUE

GLORIA

LA MAMÁ Y SUS HIJAS

LUPE DE LUPE

MERCÉ

OJO LLOROSO

ONZO NACHO

ODILÓN SAGUILÁN

PEDRO ZORRO

SUSANA

TINITO

CORNELIO

JANET Y MARÍA

Advertencia

CON LOS blancos llegaron los negros a este continente. Otros dirían que con los europeos llegaron los africanos.

Dice Gonzalo Aguirre Beltrán en el libro sobre los negros de Costa Chica, que la mayoría provino directamente del África y fue adquirida en el mercado esclavista de la ciudad de México. También pudieron ser adquiridos en Acapulco, a donde llegaron —desde fines del siglo XVI hasta avanzado el XVII— barcos negreros violando las reglas que establecían como única vía de entrada la aduana del puerto de Veracruz. Hubo también arribadas forzosas y contrabando de esclavos por diversos lugares de la región.

Algunos negros llegaron como capataces al servicio de los encomenderos; otros, como trapicheros a las plantaciones de caña de azúcar, como pescadores, arrieros o como vaqueros. Los negros arrieros llegaban a diferentes puntos entre Acapulco y Huatulco, puertos que desde el siglo XVI sirvieron para entrada y salida de mercancías.

Los cimarrones de los ingenios de Atlixco y diversos obrajes localizados en el altiplano huyeron hacia la costa.

También llegaron dos religiones al nuevo mundo, dos dioses para venerar. El dios de los europeos contó con el poder terrenal para imponerse no sólo a los aborígenes americanos, sino a los de origen africano también. Los promotores del cristianismo acudieron a los centros de población más nutridos, en torno a las actividades económicas muy rentables, de donde varios negros se fugaron y, guiados por las versiones de sus congéneres que habían acompañado a los conquistadores de la costa del sur, caminaron hacia ella.

Los negros ladinos sirvieron al cimarronaje: “allá, el monte es así; los ríos son tal y cual, más allá, los árboles son como los de nuestra tierra querida…” y hallaron evidencias de una cultura politeísta como la de sus antepasados; simpatizaron con una religión donde hallaron muchos elementos del animalismo que ellos practicaban y la asumieron como propia. Con los indios hubo la coincidencia de respetar deidades tolerantes, las creencias y curaciones mágicas con remedios fríos o calientes, de origen vegetal, animal o mineral.

Ni los indios ni los negros tenían motivaciones suficientes para aceptar la religión de los conquistadores.

Pero los habitantes originarios del continente descubierto por los europeos —quienes se valían de las cuclillas como la posición habitual que les permitía dar un brinco, emprender la marcha o la carrera en un instante— fueron enseñados a arrodillarse, a inmovilizarse.

Los negros eran musulmanes adoradores de Alá o conocían las deidades adoradas desde siglos antes de nuestra era, donde el halcón, el buey, la vaca, el león, el hipopótamo, el escarabajo y el cocodrilo fueron símbolos sagrados; varias divinidades populares estaban relacionadas con la tierra, el sol, la luna, el agua y los fenómenos naturales. Por no haber sido bautizados, para los cristianos eran los infieles, los moros.

Indios y negros padecieron la imposición de una religión ajena, desconocida.

Las creencias de indios y negros coincidieron en la práctica del nagualismo.

Estos naguales son amigos del hombre que acepta correr su suerte a partir de una relación para siempre.

No se trata de seres que comparten la vida desde una constitución física biforme como la esfinge: león con cabeza humana; el minotauro: toro—hombre; el centauro: caballo—hombre; la hidra: serpiente—mujer; la sirena: pez—mujer; el sátiro: macho cabrío—hombre. Estos animales son diferentes a los que se convierten en personas, por arte de magia o brujería o por reencarnación; no exhuman cadáveres para devorarlos, ni son la representación de hombres malos que los utilizan para ocultar alguna fechoría.

Son animales visibles, tangibles, con dimensiones precisas por los lados, el frente, atrás, arriba y abajo; viven en armonía con la naturaleza y con los elementos tierra, agua, y aire; sufren con el fuego, por lo general utilizado en forma violenta contra ellos.

Pueden servirle al hombre, y servirse de él; ser compañeros, amigos, hermanos del ser humano.

Algunos hombres, cuando acudían a esta relación con los animales en zonas feraces, vírgenes, aisladas, lograban ampliar sus alcances naturales: más con las manos, más con los ojos, más con el oído, más con el gusto y con el olfato.

La relación hombre animal se da mediante el tonalismo y el nagualismo. Tono y nagual son los sujetos, hombre o animal. Nagual o tono; así se dice en la Costa Chica.

Los científicos proponen aclaraciones importantes. Alfredo López Austin dice: “;Es necesario señalar que cada nahualli puede tomar muy distintas formas, y que ésta es una de las diferencias entre el nagualismo y el tonalismo, ya que la relación entre el hombre y su tona es la que se da exclusivamente entre dos individuos, uno humano y otro animal”. Afirma que la fuerza determinada era introducida en el niño por medio de un ritual, y quedaba alojada como una de sus entidades anímicas, unida estrechamente al hombre como su vínculo con el cosmos y condicionando su suerte.

El mismo autor dice que tonalismo y nagualismo son creencias muy semejantes, y a esto se debe que lleguen a confundirse no sólo por los estudiosos de las cosmovisiones indígenas, sino por los indígenas mismos. Ambas creencias se basan en la exteriorización de una entidad anímica y su inclusión en otros seres; en ambas la suerte del ser ocupado y la del que remite su entidad anímica están tan vinculadas que la muerte o el daño sufrido por uno repercuten en el otro; en ambas, nos dice, el ser recipiente puede causar daños a otros seres.

Gonzalo Aguirre Beltrán estudió el caso en Cuajinicuilapa, Guerrero. Ellos hablan del tono. Afirma que los amuzgas le llaman nagual al tono; pero también lo hacen los mixtecos, como algunos negros de la región. Opina que la confusión no es reciente, deriva de la época colonial y se debió al contacto, aculturación y préstamo cultural de elementos de tres complejos, a saber: el nagualismo indígena, la brujería cristiana y el animalismo negro. Escribió:

En la región de quien tiene tono, o es tono, se dice que tiene animal o es animal, que tiene nagual o es nagual.

La adquisición del animal debe realizarse antes del bautismo cristiano; de intentarse después pueden ocurrir dos cosas: que las bestias salvajes no aparezcan; o que, apareciendo, devoren al niño. Es rebeldía contra la imposición de ritos cristianos llegados hace quinientos años, de ahí la reticencia para hablar del asunto entre los lugareños.

Aguirre Beltrán explica que la adquisición de un animal origina una relación de dependencia entre la bestia y el hombre. La bestia cuidará del hombre, lo librará de aquellos peligros del bosque y de las acechanzas de los enemigos; mas, si el animal—tono enferma, es herido o muere, igual suerte correrá el hombre—tono, porque es requisito que sufra en su propia carne las acciones ejercidas contra el animal.

En la actualidad queda muy poco de esta religión prehispánica, entendida la religión como una “obligación de conciencia, o cumplimiento de un deber”; no existen los elementos suficientes para inscribirla en el padrón de las seis mil ochocientas asociaciones religiosas constituidas en el país, las registradas en la Secretaría de Gobernación, incluyendo a la iglesia católica.

La hostilidad de los hombres contra los animales, la destrucción de los bosques, la contaminación o disecación de los cuerpos de agua, están extinguiendo diversas especies animales; incluso ponen en peligro a la especie humana.

Con los blancos llegaron los negros, con los negros llegó el nagual.·

Godeleva

UN DÍA preguntaron desde la calle por Godeleva. Nadie supo dar razón. No la vieron atrás del mostrador. En la tienda, la buscaron intrigados porque allí estaba hacía pocos minutos, pero desapareció. Un viejo preguntó por ella, iba de paso con rumbo al panteón.

De pronto se escuchó un rugido aterrador procedente de la bodega.

El dueño de la tienda envió a un empleado a ver qué sucedía. Éste fue, regresó, informó: nada. El patrón envió a otro, tampoco vio algo. Pero se oyó otro rugido, hasta asustó a los clientes.

Una empleada se ofreció a ir.

—Aprendan, miedosos —dijo don Pancho.

Desde su escritorio el patrón se había dirigido a los dos empleados que dijeron no encontrar el origen de aquellos rugidos. Lo hizo como un reproche al nerviosismo con que se los vio regresar.

Todo fue asomarse al almacén y la mujer regresó con la cara descompuesta; no paró hasta el escritorio del patrón, quien tampoco mostraba tranquilidad en el semblante.

—Si viera, don Pancho.

—¿Qué es?

—… Lástima que no pueda verla.

—¿Ver qué? Yo quiero saber qué animal está en la bodega.

—No es animal, patrón, es Gode.

—¿Godeleva ruge así?

—Como tigra.

Era una imagen extraña.

—¿Qué hace ahí? ¿Cómo se subió?

No recibió respuesta.

—Parecía una gata espantada —comentaría Pancho Mayrén—. En cuatro patas, desnuda, encaramada en la tabla de los quesos que se mecía despacio, moviendo las brazas ardientes de los ojos conque resplandecía su cuerpo de azabache.

La tabla de los quesos era común en las casas de los rancheros, como lo había sido la casona donde ahora se encontraba la tienda de abarrotes. No alcanzaba un metro de largo ni los treinta centímetros de ancho. Pendía del techo, de una viga lateral sostenida con alambre a una altura de dos metros; así los quesos se protegían de los ratones, gatos y perros, mientras se oreaban o se secaban, según fuera la demanda.

—… Ric, ric, ric… rechinaban los alambres de la tabla —agregó don Pancho—. Y el movimiento de regreso la llevaba hacia nosotros. No salía de la sorpresa cuando oí a uno de los dependientes:

—Y, ¿si se avienta, don Pancho?

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó el tendero desde afuera de la puerta porque Chefa no lo había dejado entrar, y le ordenó—: ¡vete a cuidar el mostrador!

Con mucha precaución pusieron una escalera sostenida en la viga. A Gode le dieron una manta y un vaso con agua. Luego enviaron a su casa por una muda de ropa pues había desgarrado la que traía puesta. Su compañera, Beatriz, se encargó de atenderla.

—Estaba asustada —comentaría Beti— estaba en peligro.

—Vaya que fue un salto felino —celebró el tendero una vez tranquilizados.

Ella no dijo una sola palabra del asunto, ni con todo y la presión de preguntas y amenazas.

Poco después dejó de presentarse.

Pero el chisme, el chisme, atraía personas a la tienda y animaban el rincón donde se hallaba el escritorio del buen conversador don Pancho:

—Hace tiempo los animales convivían con los hombres. Se respetaban entre sí. Y se ayudaban. En muchos casos se identificaban, y era frecuente que se buscaran unos a otros. Los hombres encomendaban a sus hijos recién nacídos a los animales de la selva o de los ríos y de las lagunas, aquel era un rito mediante el cual se convertían en naguales.

>Entre los indios no existían las religiones que ahora se conocen. El nagualismo era su religión. Después, los negros, traídos de África, aprendieron eso y lo practicaron.

>Las personas empezaban a parecerse en algo con algunos animales. Una persona fuerte era nagual de tigre o de león. Un audaz era nagual de zorro. Y se decía: fulano es nagual de zorro, por ejemplo, o bien fulano es zorro.

>A veces no los identifican porque las personas llevan una vida normal en su trabajo y en la relación con los demás, pero no faltan sucesos que permiten descubrirlos.

>Acá se usan de igual manera las palabras, tono y nagual son lo mismo; y si alguien dice nahual se refiere a lo mismo.

Godeleva Mondragón, Gode, una joven negra, fuerte, bonita, seria, trabajaba en esa tienda de Pinotepa Nacional. Cuando se trataba de vender al menudeo movía cajas y costales pesados sin arrugar la cara; sacaba los rollos de alambre de la bodega para satisfacer algún pedido. Era incansable. Prefería caminar descalza, decían que para no hacer ruido.

A veces se le veía muy distraída, con la mirada perdida en la lejanía; los clientes la volvían a su lugar, o el patrón, con llamadas de alerta: ¡Muévanse, muévanse! ¿Qué quiere María?, ¿qué quiere José? (si se trataba de indios) ¿Qué quiere la morena?, ¿qué quiere el moreno? (si alguna negra o un negro entraban en el local).

—Andabas muy lejos —le dijo un día un señor mirándola a los ojos— pero ya que regresaste, ¿me haces el favor de venderme un kilo de cable de tres hilos? Voy a ir a sabanear allá por tu tierra.

Otro día una señora llegó a la tienda y no preguntó por precios o por alguna mercancía, se dirigió a ella como a una gente de mucha confianza:

—No encuentro a mi vaca pinta. Mi marido ha sabaneado por todo el rumbo.

—Búsquela mañana usted, en el aguaje del Palo Gacho.

A los dos días volvió la señora. Le regaló un queso fresco envuelto en hoja de yucucata:

—Llegó, mi’ja —le temblaba todo de miedo, de qué más— gracias.

En otra ocasión Elia Bustos, una morena de buen ver, le puso la queja de que en La Majada, Tirso Vargas salía a molestarla cuando pasaba por ahí. Ella le aconsejó:

—El viernes, a las cinco de la tarde, aparece tú en La Majada; le vas a decir a Tirso que no te moleste más. Pero no te vayas a asustar.

A las cinco de la tarde del viernes, en La Majada, Tirso vio un tigre que se le acercó enseñándole los dientes y colmillos bien pelados. Se le fue el habla y perdió el color.

—Si no hubiera sido por Elia que le habló, me mata —platicaría después con humildad el enamorado.

La compañera de mostrador, Beatriz, algo chismosa, se interesaba en esas visitas y más en los diálogos.

Pasó el tiempo. Se supo que regresó a su pueblo, a orillas del mar, donde uno de esos días concentró la atención de todo el mundo.