Nathan el sabio - Gotthold Ephraim Lessing - E-Book

Nathan el sabio E-Book

Gotthold Ephraim Lessing

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Beschreibung

En el siglo XIII, durante la tercera cruzada, coinciden en Jerusalén el sultán Saladino, Nathan, un comerciante judío, y un caballero templario. Las penalidades económicas del sultán y una acción heroica del caballero desatan una sucesión de amores e intrigas durante las que se descubrirán misterios ocultos del pasado de los protagonistas. Y todo bajo el interrogante de cuál es la auténtica religión. Gotthold Ephraim Lessing, probablemente el dramaturgo más destacado de toda la Ilustración alemana, desarrolla con maestría una trama que cautiva al espectador y que transmite un mensaje de tolerancia religiosa que mantiene su actualidad y que continúa siendo necesario.

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Akal / Básica de Bolsillo / 186

Serie Clásicos de la literatura alemana

Gotthold Ephraim Lessing

NATHAN EL SABIO

Director de la serie: Emilio J. González García

Traducción: Emilio J. González García

En el siglo XIII, durante la tercera cruzada, coinciden en Jerusalén el sultán Saladino, Nathan, un comerciante judío, y un caballero templario. Las penalidades económicas del sultán y una acción heroica del caballero desatan una sucesión de amores e intrigas durante las que se descubrirán misterios ocultos del pasado de los protagonistas. Y todo bajo el interrogante de cuál es la auténtica religión.

Gotthold Ephraim Lessing, probablemente el dramaturgo más destacado de toda la Ilustración alemana, desarrolla con maestría una trama que cautiva al espectador y que transmite un mensaje de tolerancia religiosa que mantiene su actualidad y que continúa siendo necesario.

Maqueta de portada

Sergio Ramírez

Diseño interior y cubierta

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Ediciones Akal, S. A., 2009

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4671-4

Introducción

Cuando Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) publicó fragmentos de la Apología o escrito en defensa de quienes adoran racionalmente a Dios de Hermann Samuel Reimarus, desató una polémica de considerables dimensiones. Sin embargo, esta reacción era, hasta cierto punto, previsible, ya que en los fragmentos defendía una religión natural, esto es, una religión basada en una idea clara de Dios que pueda sostenerse aplicándole la fuerza natural de la razón. Esta concepción racional de la religión establecía una clara diferenciación entre la biblia y la esencia de la religión, y conllevaba, por ejemplo, la negación de los milagros y la condición de mentirosos de profetas, apóstoles e incluso Jesucristo, ya que afirmaban realizarlos.

Lessing había conocido a Reimarus años antes, durante su estancia en Hamburgo como director del teatro de dicha ciudad. Reimarus falleció en 1768 dejando inédita su Apología y Lessing se propuso sacarla a la luz aprovechando su puesto de director de la biblioteca ducal de Wolfenbüttel, ya que como tal tenía permiso general de publicación. No obstante, ocultó el nombre del autor real y los dio a imprenta como fragmentos adquiridos recientemente por la institución que él dirigía, incluyendo comentarios propios.

A pesar de que Lessing sólo coincidía con parte de las tesis sostenidas por su amigo, generó una fuerte reacción por parte de la ortodoxia cristiana. De los más de cincuenta escritos en su contra, destacaban por su acritud los del pastor hamburgués Johann Melchior Goezte, defensor de la inspiración divina de la palabra bíblica. La polémica degeneró en un intercambio de acusaciones y de la publicación por parte de Lessing de quince cartas, once de las cuales llevaban el título de «Anti Goezte», que terminaron con una condena según la cual se le prohibía a Lessing escribir acerca de temas religiosos. La respuesta del dramaturgo fue la obra que nos ocupa, Nathan el sabio.

La acción se enmarca en la tercera cruzada, en Jerusalén. El comerciante judío Nathan regresa de un viaje durante el cual su casa ha ardido con su hija adoptiva dentro. Un joven templario salva su vida y Nathan intenta mostrarle su agradecimiento, pese a las reticencias de aquél. Al mismo tiempo, el sultán Saladino, acuciado por el lamentable estado de sus finanzas, solicita a Nathan un préstamo, a lo que él se niega, por lo que decide concertar un encuentro. Durante la conversación, Saladino le plantea a Nathan la pregunta de cuál de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo o islamismo) es la auténtica, con el fin de que Nathan demostrase su sabiduría. El objetivo de esta cuestión era conseguir que el judío defendiera que sus creencias eran las verdaderas y así, escudándose en esta ofensa a la fe del sultán, obligarle a concederle el préstamo o incluso exigírselo por la fuerza. Nathan adivina la intención del gobernante y, consciente de lo delicado de su situación, expone sus ideas por medio de una historia, la parábola de los anillos, uno de los textos más citados y relevantes de la Ilustración alemana.

Esta historia, originada probablemente en la península Ibérica, fue empleada ya por Boccaccio en el Decamerón, donde se llega a la conclusión de que no es posible discernir cuál es la auténtica religión, puesto que las tres son igual de valiosas. La novedad de Lessing estriba en que el anillo auténtico tiene la facultad de hacer a su poseedor agradable a los ojos de los hombres, determinando así cuál debe ser la finalidad última que debe tener cualquier fe, independientemente de su origen: conseguir hacer de los creyentes mejores personas, haciendo que el juicio deje de estar en manos de Dios para pasar a los hombres.

Lessing era un hombre de amplia formación religiosa. Su padre era pastor luterano y él estudió teología, además de medicina y filosofía. Resultaba, pues, lógico que se ocupara de uno de los grandes temas de la Ilustración europea y, en particular, de la alemana. En un siglo dominado por la razón, la religión, al menos tal como la entendían las autoridades eclesiásticas, suponía un obstáculo para la extensión de la Ilustración, un tutelaje más que impedía que el hombre se atreviera a saber, una institución que no podía ser criticada ni analizada bajo presupuestos racionales. Su relación con el poder y la justificación religiosa de instituciones como la monarquía también chocaban con una idea de gobierno surgida como reflejo de la voluntad de los ciudadanos y no de la voluntad divina. Es más, Kant consideraba en su carta «¿Qué es la Ilustración?» que la Iglesia era una institución «que aniquila y torna infecundo un periodo del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento, tornándose, incluso, nociva para la posteridad».

La obra de Lessing no contiene un ataque a la Iglesia o al cristianismo, sino a la forma de entender la religión. En el contexto histórico de la tercera cruzada, nada proclive al entendimiento entre religiones, propone una nueva relación entre las creencias huyendo de ideas preconcebidas y basándose en el respeto y en un término clave dentro de la Ilustración, la tolerancia. De hecho, se podría decir que no critica ni alaba ninguna religión en particular, sino que critica la estupidez, la intolerancia que él mismo ha sufrido y que transmite en esta obra, donde muchos han visto en la figura del patriarca una teatralización del Goetze que mencionábamos al principio. Propugna un abandono de la fe ciega y su sustitución por un convencimiento basado no en milagros o tradiciones sino en la conciencia de que los principios que defiende son correctos. Promueve así un entendimiento entre credos, una comunidad de intereses basada en lo razonable y lo correcto en la que sólo la iniquidad, la violencia o la injusticia no tienen lugar, independientemente de la religión que afirmen profesar. Un mensaje que es muy necesario recordar en la actualidad.

Nathan el Sabio

Personajes

El sultán Saladino

Sittah, su hermana

Nathan, un judío rico de Jerusalén

Recha, su hija adoptiva

Daja, una cristiana que trabaja en la casa del judío como dama de compañía de Recha

Un joven templario

Un derviche

El patriarca de Jerusalén

Un hermano lego

Un emir

Algunos mamelucos de Saladino

La obra transcurre en Jerusalén.

PRIMER ACTO

Escena primera

Escenario: el zaguán de la casa de Nathan.

Nathan regresa de viaje. Daja sale a su encuentro.

Daja: ¡Es él! ¡Nathan! Gracias a Dios habéis llegado al fin.

Nathan: Sí, Daja, ¡gracias a Dios! Pero, ¿por qué al fin? ¿Tenía acaso intención de regresar antes? ¿Y me hubiera sido posible? Babilonia dista de Jerusalén sus buenas doscientas millas por el camino que me he visto obligado a tomar y que tan pronto gira a la derecha como a la izquierda. Y cobrar deudas tampoco es un negocio que avance rápidamente y que se pueda solucionar con precipitación y ligereza.

Daja: ¡Oh Nathan, qué desgraciado podrías haber sido aquí, qué desgraciado! Vuestra casa...

Nathan: Ardió. Ya me he enterado. ¡Quiera Dios que ya me haya enterado de todo!

Daja: Y por poco se consume hasta los cimientos.

Nathan: Entonces hubiésemos construido una nueva y más cómoda.

Daja: ¡Tenéis razón! Sin embargo, Recha ha estado a punto de arder con ella.

Nathan: ¿Arder? ¿Quién? ¿Mi Recha? ¿Ella? Eso no lo había oído. De haber sido así, ya no hubiera necesitado tener casa. ¡A punto de arder! ¡Qué va! ¡Seguro que sí! ¡Ha ardido de verdad! ¡Dímelo! ¡Suéltalo! Mátame y no me martirices por más tiempo. ¡Sí, se ha abrasado!

Daja: De haber sido así, ¿no lo habríais oído antes?

Nathan: Entonces, ¿por qué me asustas? ¡Oh Recha! ¡Oh Recha mía!

Daja: ¿Vuestra? ¿Vuestra Recha?

Nathan: ¡Como si pudiera quitarme alguna vez la costumbre de llamar a esa muchacha hija mía!

Daja: ¿Consideráis de igual manera vuestro todo lo que poseéis?

Nathan: ¡No hay nada que considere más mío! El resto de mis posesiones me las ha otorgado la naturaleza y la fortuna. Sólo esta posesión he de agradecérsela a la virtud.

Daja: ¡Ay, qué cara me hacéis pagar vuestra bondad, Nathan! ¡Si es que la bondad empleada con ese fin merece tal nombre!

Nathan: ¿Con ese fin? ¿Con cuál?

Daja: Mi conciencia...

Nathan: Daja, déjame hablarte de todas las cosas...

Daja: Decía que mi conciencia...

Nathan: En Babilonia te he comprado una tela hermosísima. ¡Es tan lujosa y de tan buen gusto! Apenas hay alguna que sea más hermosa entre las que le he traído a Recha.

Daja: ¿Qué más da? Porque tengo que deciros que ya no puedo acallar por más tiempo mi conciencia.

Nathan: Y ya verás cuánto te gustarán los broches y los pendientes, el anillo y la cadena que te he escogido en Damasco. ¿No quieres que te los enseñe?

Daja: ¡Cómo sois! ¡Siempre haciendo regalos! ¡Siempre regalos!

Nathan: Acéptalo con la misma satisfacción con la que yo te lo doy... ¡Y guarda silencio!

Daja: ¡Y guarda silencio! ¿Quién duda de que sois la honradez y la generosidad personificadas? Y sin embargo...

Nathan: Sin embargo, sólo soy un judío, ¿no es así? ¿Es eso lo que quieres decir?

Daja: Sabéis mejor que nadie qué quiero decir.

Nathan: ¡Entonces guarda silencio!

Daja: Callaré. Pero la condena divina a los sucesos que aquí acontecen y que no puedo... que no puedo evitar ni cambiar... ¡recaerá sobre vos!

Nathan: ¡Pues que recaiga sobre mí! ¿Pero, dónde está Recha? ¿Dónde se esconde? Daja, espero que no me engañes. ¿Sabe que he llegado?

Daja: ¡Eso os pregunto yo! Aún está temblando del susto, su fantasía añade fuego a todo lo que pinta. Durante el sueño, su espíritu vela; durante la vigilia, duerme: a veces parece un animal salvaje y otras es mejor que un ángel.

Nathan: ¡Pobre niña! ¡Lo que somos los seres humanos!

Daja: Esta mañana estuvo acostada durante mucho tiempo con los ojos cerrados y era como si estuviese muerta. De repente se incorporó y gritó: «¡Escucha! ¡Escucha! ¡Ahí llegan los camellos de mi padre! ¡Escucha! ¡Es su dulce voz!». Entonces sus ojos se cerraron de nuevo y su cabeza, a la que su brazo negó el apoyo, se desplomó sobre la almohada. Yo salí a la puerta y, mira por dónde, ¡realmente estabais llegando! ¡Estabais llegando! ¡Ha sido asombroso! Su espíritu ha estado todo este tiempo sólo con vos... y con él.

Nathan: ¿Con él? ¿Con qué «él»?

Daja: Con el que la salvó del fuego.

Nathan: ¿Quién fue? ¿Quién? ¿Dónde está? ¿Quién salvó a mi Recha? ¿Quién?

Daja: Un joven templario al que habían traído preso pocos días antes y a quien Saladino indultó.

Nathan: ¿Cómo? ¿Un templario al que el sultán Saladino dejó con vida? ¿Hacía falta tal milagro para salvar a mi Recha? ¡Dios mío!

Daja: Sin él, que puso en juego la inesperada ganancia que acababa de recibir, todo habría terminado para ella.

Nathan: Daja, ¿dónde está ese noble señor? ¿Dónde está? Llévame ante él para que me postre a sus pies. ¿Como primera muestra de agradecimiento le entregasteis todos los tesoros que os dejé? ¿Se los disteis todos? ¿Le prometisteis más, mucho más?

Daja: ¿Cómo podríamos?

Nathan: ¿No? ¿No lo hicisteis?

Daja: Él llegó sin que nadie supiera de dónde. Se fue y nadie sabe a dónde. Sin conocer la casa y guiándose tan sólo por su oído, se arrojó valientemente a través de las llamas y el humo, tras haber humedecido su capa, en pos de la voz que nos pedía auxilio. Ya lo dábamos por perdido cuando de repente apareció ante nosotros saliendo del fuego y el humo sosteniéndola con brazo firme. Impertérrito e insensible a los gritos de júbilo con los que mostrábamos los agradecimiento, depositó su botín en el suelo, se abrió paso por entre la gente... ¡y desapareció!

Nathan: Espero que no para siempre.

Daja: Tras algunos días lo vimos pasear bajo las palmeras que cubren con su sombra el Santo Sepulcro de Jesucristo. Me acerqué a él encantada, dándole las gracias, alabándolo, pidiéndole, rogándole que viera una vez más a la dulce criatura que no encontrará descanso hasta que pueda llorar a sus pies su eterno agradecimiento.

Nathan: ¿Y entonces qué pasó?

Daja: ¡Fue en vano! Se mostró sordo a nuestros ruegos. Y a mí en particular me dedicó una mirada burlona y amarga...

Nathan: Y eso te hizo desistir...

Daja: ¡Nada de eso! Cada día salía de nuevo a su encuentro; cada día dejaba que se burlara de nuevo de mí. ¡Lo que tuve que soportar! ¡Y qué no hubiera soportado! Pero hace tiempo que ya no visita las palmeras que cubren con su sombra la tumba de Nuestro Señor. Y nadie sabe dónde está. ¿Os sorprende? ¿Qué os parece?

Nathan: Estoy pensando en qué clase de impresión puede haber causado esto en un espíritu como el de Recha. Sentirse despreciada de esta manera por aquél a quien se siente obligada a tener en tan alta estima; verse rechazada y al mismo tiempo atraída. Realmente el corazón y la cabeza deben librar un duro combate para decidir si ha de triunfar el odio o la melancolía. A menudo ninguno es capaz de vencer, y la fantasía se inmiscuye en la contienda y hace que aumente la obsesión, con lo que pronto la cabeza ha de interpretar el papel del corazón y el corazón el de la cabeza. ¡Terrible confusión! Conociendo a Recha, este último es su caso: está obsesionada.

Daja: ¡Pero es una obsesión tan dulce, tan adorable!

Nathan: Pero obsesión al fin y al cabo.

Daja: Muestra una... idea fija, si así lo queréis, a la que le da mucho valor. Su templario no es terrenal, no es nada de este mundo: el ángel, a cuya protección había confiado con tanto entusiasmo su pequeño corazón desde la infancia, había descendido desde la nube en la que se oculta normalmente y se le había aparecido en medio del fuego cuando surgió el templario. ¡No os riáis! ¿Quién sabe? Al menos dejadla que sonría en una locura en la que se unen judíos, cristianos y musulmanes: ¡es una locura tan dulce!

Nathan: ¡También a mí me lo parece! Vete, mi esforzada Daja, vete; mira qué hace, mira si puedo hablar con ella. Entretanto, yo buscaré al indómito y caprichoso ángel guardián. Y si aún tiene a bien vagar entre nosotros en este mundo, si aún ejerce la caballería de forma tan poco común, ten por seguro que lo encontraré y se lo traeré ­a ella.

Daja: Mucho pretendéis.

Nathan: Entonces la dulce locura dará paso a una verdad aún más dulce, porque créeme, Daja, un ser humano prefiere a otro ser humano antes que a un ángel. Así no me guardarás rencor si la curo de esta obsesión por los ángeles, ¿verdad?

Daja: ¡Sois tan bueno y al mismo tiempo tan malo! ¡Me voy! ¡Pero escuchad! ¡Fijaos! ¡Allí llega ella!

Segunda escena

Recha y los anteriores.

Recha: ¿Sois vos mi padre en carne y hueso? Creía que tan sólo habíais enviado vuestra voz para que os antecediera. ¿Dónde estáis? ¿Qué montañas, qué desiertos, qué clase de torrentes nos separan aún? ¿Respiramos a ambos lados de la misma pared y no corréis a abrazar a vuestra Recha? ¡La pobre Recha que se consumió en las llamas! ¡Que estuvo a punto, a punto de arder! ¡Sólo a punto! ¡No os estremezcáis! ¡Arder es una muerte espantosa! ¡Ay!

Nathan: ¡Hija mía! ¡Hija querida!

Recha: Tuvisteis que cruzar el Éufrates, el Tigris, el Jordán, el... ¿qué sé yo cuántos ríos? ¡Cuántas veces he temblado por vos antes de tener el fuego tan cerca! Porque desde que el fuego se acercó tanto a mí, tengo la impresión de que morir ahogada sería un alivio, un placer, algo próximo a la salvación. Pero no os habéis ahogado; y yo, yo no he perecido entre las llamas. ¡Alegrémonos y alabemos a Dios! Él, Él os trajo a vos y a vuestro barco sobre las alas de su ángel invisible más allá de la traicionera corriente. ¡Él, Él le hizo una seña a mi ángel para que me sacara del fuego en su forma visible sobre sus blancas alas!

Nathan: (¿Blancas alas? ¡Ah, sí, sí, la capa mojada del templario!)

Recha: Me sostuvo en su forma visible apartando el fuego con sus alas. Además vi cara a cara a un ángel, y era mi ángel.

Nathan: Recha debe ser merecedora de esta atención; y seguro que en él no vio nada que fuera más hermoso que lo que él vio en ella.

Recha (sonriendo): ¿A quién estáis alabando, padre mío? ¿A quién? ¿Al ángel o a vos mismo?

Nathan: Sin embargo, quien te ha prestado ese servicio ha sido tan sólo un hombre, un hombre de los que la naturaleza alumbra a diario, pero para ti tenía que ser un ángel. Tenía que serlo y lo fue.

Recha: ¡No ha sido un ángel de ésos, no! Uno real. ¡Seguro que era uno real! ¿Acaso no me habéis enseñado vos mismo que existe la posibilidad de que los ángeles también obren milagros de Dios beneficiando a aquellos que lo aman? ¡Yo lo amo!

Nathan: Y Él te ama y constantemente obra milagros por ti y por los que son como tú. Sí, los ha hecho durante toda la eternidad por vosotros.

Recha: Eso es lo que me gusta oír.

Nathan: ¿Cómo? ¿Simplemente porque suena como algo totalmente natural, cotidiano, que en realidad te haya salvado un templario deja de ser un milagro? Lo más sublime del milagro es que los milagros verdaderos, los auténticos, puedan y deban suceder ante nosotros de manera cotidiana. Sin este milagro cotidiano, el juicio de los sabios apenas diferiría de lo que los niños consideran milagro, unos niños que sólo persiguen boquiabiertos lo más extraordinario, lo más novedoso.

Daja (a Nathan): ¿Es que queréis hacer que su cerebro, que bastante tensión sufre ya, salte por los aires con esas sutilezas?

Nathan: ¡Déjame! ¿Es que para mi Recha no ha sido milagro suficiente el que la salvara un ser humano que antes tuvo que ser salvado por un milagro de no poca consideración? ¡Sí, un milagro de no poca consideración! Porque, ¿quién ha oído alguna vez que Saladino haya indultado jamás a un templario? ¿O que alguna vez algún templario haya pedido que lo indulte? ¿Que haya albergado alguna esperanza de que lo hiciera? ¿Que le haya ofrecido por su libertad algo más que el cinturón de cuero que porta su acero o como mucho su espada?

Recha: Para mí eso es concluyente, padre mío. Precisamente por eso no fue ningún templario; simplemente tenía ese aspecto. ¿Es que hay algún templario cautivo que haya venido a Jerusalén para otra cosa que para encontrar la muerte? ¿Alguno pasea por Jerusalén con tanta libertad? Entonces, ¿cómo hubiera podido salvarme uno por la noche y por propia voluntad?

Nathan: ¡Fíjate! Eso sí que tiene sentido. Ahora, Daja, toma tú la palabra. Tú me dijiste que lo habían traído preso aquí. Sin duda sabrás más.

Daja: Bueno, eso es lo que se dice. Sin embargo, también dicen que Saladino ha indultado al templario porque se parecía mucho a uno de sus hermanos, al que tenía especial cariño. No obstante, hace más de veinte años que ese hermano ya no vive, no sé cómo se llamaba; desconozco dónde vivía, así que todo esto suena tan... tan increíble que imagino que no habrá nada de verdad en ello.