18,99 €
Publicada en 1871, "Navidad en las montañas" es una bella historia de Ignacio Manuel Altamirano que nos hace imaginar nítidamente el escenario en que se desarrolla, la tranquilidad de las montañas, los paisajes que describe y la tranquilidad de los mismos al desarrollarse la historia. Todo esto rodeado de un ambiente ficticio creado para la novela.
Los méritos de "Navidad en las montañas" deben buscarse también en otros campos. La justeza del lenguaje, lo bello de algunas metáforas, el sentimiento con que Altamirano se enfoca en determinados aspectos de la forma de vida de su época, el gran estilo y fluidez de la acción es lo más sobresaliente de ésta novela.
La historia gira en torno al cura del pueblo, un personaje casi perfecto, que se dedica en cuerpo y alma a hacer el bien social, sin importarle el dinero ni los bienes... y una figura contrapuesta: un militar liberal, ateo, perteneciente a las fuerzas políticas triunfantes...
Un capitán, tras perderse en las montañas, siente nostalgia por su infancia en la provincia y por su vida en la ciudad. Su criado conoce a un cura, quien les ofrece hospedaje en el pueblo donde vive.
La noche de Navidad, el capitán se siente feliz por estar en ese pueblo de las montañas, conviviendo con esa gente tan valiosa.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2024
NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS
Dedicatoria a Francisco Sosa
Capítulo 1 - Anochecer en las montañas
Capítulo 2 - Navidad
Capítulo 3 - Las posadas
Capítulo 4 - Soy capitán
Capítulo 5 - El señor cura
Capítulo 6 - El carácter religioso
Capítulo 7 - El pueblo del señor cura
Capítulo 8 - El hermano cura
Capítulo 9 - Los villancicos
Capítulo 10 - Misa de gallo
Capítulo 11 - Hermosa Navidad
Notas al pie
A mi querido amigo, que hace justamente veinte años, en este mes de diciembre, casi me secuestró, por espacio de tres días, a fin de que escribiera esta novela, se la dediqué, cuando se publicó por primera vez en México
Recuerdo bien que deseando que saliese algo mío en El Álbum de Navidad que se imprimía, merced a los esfuerzos de usted en el folletín de La Iberia, que dirigía nuestro inolvidable amigo Anselmo de la Portilla, me invitó para que escribiera un cuadro de costumbres mexicanas; prometí hacerlo, y fuerte con semejante promesa, se instaló usted en mi estudio, y conociendo por tradición mi decantada pereza, no me dejó descansar, alejó a las visitas que pudieran haberme interrumpido; tomaba las hojas originales a medida que yo las escribía, para enviarlas a la imprenta, y no me dejó respirar hasta que la novela se concluyó.
Esto poco más o menos decía yo a usted en mi dedicatoria, que no tengo a la mano, y que usted mismo no ha podido conseguir, cuando se la he pedido últimamente para reproducirla.
He tenido, pues, que escribirla de nuevo para la quinta edición que va a hacerse en París y para la sexta que se publicará en francés.
Reciba usted con afecto este pequeño libro, puesto que a usted debo el haberlo escrito.
Ignacio M. Altamirano
París, diciembre 26 de 1890.
El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantes formados por la niebla, parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por la sombra, y desaparecían después de iluminar con su última caricia la obscura cresta de aquella oleada de pórfido.
Los postreros rumores del día anunciaban por dondequiera la proximidad del silencio. A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas las vacadas; los ciervos cruzaban como sombras entre los árboles, en busca de sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de la tarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía la alegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba a agitarse entre las hojas.