Neurociencia para padres - Mona Delahooke - E-Book

Neurociencia para padres E-Book

Mona Delahooke

0,0

Beschreibung

Es comprensible que las familias busquen corregir los arrebatos emocionales, la desobediencia o las rabietas de los niños. Sin embargo, la doctora Delahooke propone un cambio radical de perspectiva: el comportamiento no es el problema sino el síntoma; una pista sobre lo que está sucediendo en la estructura fisiológica del niño. Neurociencia para padres ofrece un enfoque nuevo para la crianza basado tanto en la larga experiencia clínica de la doctora Delahooke como en las investigaciones más recientes en neurociencia y psicología infantil. En lugar del clásico enfoque centrado en el cerebro, nos invita a considerar el papel esencial de todo el sistema nervioso, generador de los sentimientos y los comportamientos de los niños. Si entendemos la biología subyacente al comportamiento, podremos dar a nuestros hijos los recursos que necesitan para crecer y prosperar, y construiremos una relación más feliz y conectada con ellos y una dinámica familiar más armoniosa.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 625

Veröffentlichungsjahr: 2023

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Mona Delahooke

Neurociencia para padres

Cómo interpretar el comportamiento infantil

Claves para educar niños alegres, serenos y resilientes

Traducción del inglés de Silvia Alemany

Este libro contiene consejos e informaciones sobre los cuidados de la salud. Su uso debería ser complementario en lugar de sustitutivo del consejo que pueda darte el médico o cualquier otro profesional experimentado del ámbito sanitario. Si sabes, o sospechas, que tu hijo o tú tenéis problemas de salud, mi consejo es que vayas a ver primero al médico antes de embarcarte en un programa o un tratamiento médico cualesquiera. Nos hemos esforzado mucho para asegurarnos de que la información contenida en este libro hasta la fecha de su publicación sea exacta. El editor y la autora no se hacen responsables de las consecuencias médicas que puedan derivarse de la aplicación de los métodos que en este libro se proponen.

Toda la información de identificación, incluidos los nombres y otros detalles, se han cambiado para proteger la privacidad de los individuos. Cualquier similitud con personas o familias reales es una coincidencia.

Publicado por acuerdo con Harper Wave, un sello de HarperCollins Publishers.

Título original: BRAIN-BODY PARENTING

© 2022 by Mona Delahooke Consulting, LLC.

© 2022 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© Traducción del inglés al castellano de: Silvia Alemany

Revisión: Amelia Padilla

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Imagen cubierta: Olga Yatremska

Primera edición en papel: Febrero 2023

Primera edición en digital: Febrero 2023

ISBN papel: 978-84-1121-129-1

ISBN epub: 978-84-1121-149-9

ISBN kindle: 978-84-1121-150-5

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Introducción. Personalizar nuestra tarea como padresPRIMERA PARTE: ENTENDAMOS LA CRIANZA DE LOS HIJOS VINCULANDO CEREBRO Y CUERPO1. Comprender la fisiología de tu hijo o de tu hija es importante2. La neurocepción y el afán de sentirse a salvo y querido3. Las tres vías y su evaluación: entender bien el funcionamiento del cerebro y el cuerpo puede ayudarnos a reaccionar mejor con nuestros hijosSEGUNDA PARTE: LAS SOLUCIONES4. Cultivar la capacidad de los niños de autorregularse5. Cuidar de uno mismo6. Hacer que los sentidos cobren sentido: las emociones surgen de nuestra experiencia corporal del mundo7. El primer año8. Las rabietas hacen al niño9. Los niños en edad preescolar: flexibilidad y creación de una gran caja de herramientas10. FlorecerAgradecimientosGlosarioNotasBibliografía

Para mi madre, Clara, cuyo amor constituyó los cimientos de mi propio ser

IntroducciónPersonalizar nuestra tarea como padres

En el momento en que oí hablar a Janine por teléfono, adiviné que estaba mal.

Janine había perdido la paciencia con su hijo de cuatro años, Julian. Lo que empezó siendo un viaje rutinario a unos grandes almacenes acabó saliéndose de madre y terminó culminando en una catástrofe total en el aparcamiento del Target de su barrio. Janine estaba enfadada y, por si fuera poco, muy avergonzada.

A la mañana siguiente, sentada en el sofá de mi despacho, Janine seguía con los nervios a flor de piel mientras me explicaba el incidente. Janine no era una novata que está tratando con chiquillos por primera vez. Llevaba trabajando de profesora de segundo de primaria desde hacía una década antes de convertirse en madre, y había demostrado ser tan hábil en el aula que había ganado varios premios de enseñanza. En cuanto a Julian, podemos decir que había sido un niño precoz que empezó a caminar a los once meses, y que, antes de cumplir el primer año, ya pronunciaba sus primeras palabras. De todos modos, le resultaba muy difícil controlar sus emociones y seguir las instrucciones que le daban. A pesar de todos los incentivos que le ofrecía su madre si se portaba bien, para Julian representaba un gran esfuerzo tener que obedecer.

Ese día en particular, mientras ambos guardaban su turno en la cola de la caja, Julian, de repente, cogió una chocolatina del expositor.

—¡Deja eso donde estaba, por favor! —le rogó Janine.

Julian se negó, y Janine instintivamente adoptó la actitud que tan bien le había funcionado para manejar los alborotos en su aula: en primer lugar, intentó distraer a su hijo, y, luego, cuando vio que no lo conseguía, le dijo que, si no renunciaba a esa chocolatina, no le daría la pegatina de premio que tenía por costumbre colocarle cada día en su cartulina de comportamiento. Janine hizo todo lo que pudo por mostrarse coherente y aparentar tranquilidad. Pero ese día en concreto, cuantas más cosas decía, más desafiante se mostraba el pequeño.

Al final, Julian se puso a chillar y lanzó la chocolatina, que fue a estrellarse en la cara de la cajera.

—¡Julian! —gritó Janine—. ¡Te estás portando muy mal!

Janine se disculpó inmediatamente con la cajera, dejó el carrito de la compra en su lugar y se llevó a su hijo, que por entonces ya berreaba, al aparcamiento. Al llegar a su automóvil, metió como pudo a Julian en su sillita… y se echó a llorar.

—No sé qué me dio. Fue como si me hubiera convertido en otra persona —me contó Janine al día siguiente—. ¡Qué culpable me siento!

Le había dicho a su hijo que se había portado muy mal, cuando, en realidad, si acaso podía decir algo de él, era justo todo lo contrario. Cuando el niño estaba tranquilo, era cariñoso, amable y educado.

¿Por qué los esfuerzos de Janine no habían logrado calmar a su hijo? ¿Por qué todo había pasado tan deprisa y había salido tan mal? ¿Podría haber actuado de otra manera? Casi todas las personas que crían o cuidan niños han vivido momentos como el que vivió Janine aquel día. Durante las más de tres décadas que llevo trabajando de psicóloga infantil, he conocido a muchísimos padres como ella: son personas cariñosas, compasivas, reflexivas, ansiosas por ver los progresos y los esfuerzos de sus hijos; y, sin embargo, de repente se preguntan en qué se han equivocado. Siempre estoy oyendo la misma cantinela: «¡Pero si hacemos todo lo que los libros de paternidad dicen que hay que hacer! ¿Qué es lo que ha fallado?».

Estos padres se hacen las mismas preguntas que muchos madres y padres de muy diversas generaciones se han ido haciendo a lo largo de los años, preguntas que quizá tú también te estés planteando: ¿por qué mi hija se niega a colaborar o a escucharme?, ¿por qué la conducta de mi hijo es tan impredecible?, ¿por qué es tan quisquilloso con las comidas?, ¿por qué mi niña no puede dormir de un tirón toda la noche?, ¿cómo podemos establecer límites?, ¿cómo puedo saber si espero demasiado de mi hijo… o demasiado poco? Y luego viene esa pregunta, quizá la más importante, que es la que Janine me planteó esa misma mañana, la pregunta que llevo oyendo de boca de muchos padres desde hace muchísimos años: ¿por qué sigo perdiendo los papeles con mi hijo cuando puedo hacerlo bien?

Del mismo modo que comparten estas preguntas y preocupaciones, la mayoría de padres además comparten un mismo deseo, que tienen profundamente arraigado: criar a unos niños que crezcan bien y se conviertan en unas personas capaces de resistir, de estar seguras de sí mismas, de ser felices e independientes. Pero ¿cómo puede lograrse algo así? ¿Cuáles son los consejos que deberías seguir para criar bien a tus hijos? Los padres de hoy en día viven bajo el bombardeo constante de distintos consejos que proceden de una gran diversidad de enfoques, desde los que dan los influencers de las redes sociales hasta los de los vecinos bienintencionados (o sentenciosos), pasando por los de los profesionales de la enseñanza, los que se plantean en algunas TED Talks, o los que hemos encontrado buscando en Google. Hoy en día puedes elegir entre la crianza consciente, la crianza basada en la construcción de vínculos, la crianza en libertad y la que se inspira en filosofías muy variopintas. ¿Cuál es la mejor? ¿Cuál es la solución perfecta para enfrentarnos a las conductas desafiantes? ¿Será darse un tiempo muerto? ¿Será mejor razonar? ¿Conviene no prestar atención? ¿Contamos hasta tres? ¿Quién da más, señores?

Sin duda, todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, pero muchos de los que vienen a mi consulta están confundidos, cosa muy comprensible, y también perplejos ante este asunto. Como tienen tanto donde elegir, ¿qué corriente será la más fiable? En los más de treinta años que llevo trabajando con niños y con sus familiares, he llegado a darme cuenta de que no existe un único enfoque que pueda adaptarse a todos sin excepción para criar bien a nuestros hijos. Lo más importante no son las reglas, sino el niño o la niña en cuestión. Lo que es fundamental no es entender las directrices que te dé alguien en concreto, sino entender la manera en que nuestra actuación como padres recae en nuestros hijos. Cuando hayamos entendido mejor el modo en que el niño o la niña captan las interacciones y las circunstancias que están viviendo, podremos encontrar respuestas más personalizadas y más eficaces a las preguntas más habituales que los padres nos plantean sobre la crianza de sus hijos.

El problema es que nos centramos demasiado en las conductas del niño en lugar de centrarnos en el niño en concreto. Nos preocupa más solucionar los problemas en lugar de cultivar las relaciones y construir lazos.

En este libro te explicaré cómo dejar de centrarte en las conductas para pasar a centrarte en lo que subyace a esas conductas, a redirigir el esfuerzo que haces para entender la perspectiva del padre o de la madre y a centrarte más en tu hijo. Mi objetivo es ayudarte a adaptar la tarea que tienes como padre o como madre a las necesidades individuales que plantean tus hijos y, al mismo tiempo, a establecer una conexión con ellos que les ayude a ser más resistentes.

Resumiendo: la crianza de tus hijos no se basa en una teoría o en un enfoque hipotéticos. Tiene más que ver contigo y con tu hijo. Este libro te servirá para que pases de gestionar las conductas a usarlas como si fueran claves que te ayuden a comprender la realidad interior de tu hijo o de tu hija: sus experiencias sensoriales, sus sentimientos y sus emociones.

La mayoría de los libros que tratan sobre la crianza de los hijos proponen que reaccionemos de manera descendente a las conductas de los niños; es decir, que nos dirijamos al cerebro de los niños hablando y razonando con ellos, incentivándolos, recompensándolos o advirtiéndoles de las consecuencias que van a tener sus actos. Estos enfoques, en general, obligan a los padres a optar entre dos opciones: razonar con el niño o imponerle un castigo. A pesar de que ambos puntos de vista reconocen que el niño tiene una capacidad cognitiva (de pensamiento), no pueden dar cuenta de todo el sistema nervioso del pequeño; en otras palabras, de la conexión cerebro y cuerpo. Al fin y al cabo, el sistema nervioso recorre todo el cuerpo y envía información al cerebro. Este libro considera que tienen la misma importancia tanto el cuerpo como el cerebro para comprender al niño. Y te enseñará a criar a tu hijo no solo a través de la psicología, sino también de la biología.

Es importante decir por delante que el enfoque que verás en estas páginas no solo está basado en mis propios pensamientos u observaciones. Se fundamenta también en los últimos hallazgos de la neurociencia; y, además, es el resultado de mi propia experiencia, como psicóloga clínica y como madre.

Tras licenciarme en Psicología, lo que había aprendido era a centrarme en saber reconocer y diagnosticar si había algún problema, en poner etiquetas a los síntomas psicológicos. Sin embargo, cuando tuve a mi propio hijo descubrí que los enfoques descendentes que me habían enseñado en la facultad, los métodos que apelaban a llamar la atención de la mente del niño o de la niña en cuestión, no siempre funcionaban. Al menos, a mí no me sirvieron para descubrir cómo ayudar a mi propio bebé, que lloraba sin cesar, durante horas y horas, ni a convencer a mi angustiada hija de diez años de que sí, que ella podría arreglárselas muy bien el día que fuera a dormir a casa de una amiga. Por eso, cuando yo ya llevaba una década ejerciendo de psicóloga, dejé de pasar visita y me dediqué a buscar otras alternativas que dieran respuesta a los desafíos que los padres me planteaban y a los que yo misma tenía que enfrentarme como madre. Y lo que descubrí cambió profundamente mi manera de ejercer y de considerar la crianza de los hijos.

Decidí empezar desde el principio. Mi formación tradicional no profundizaba demasiado en el desarrollo infantil y en las maneras que existían de criar a los bebés, por eso decidí matricularme en dos programas de formación centrados en la salud mental infantil. Pasé tres años trabajando en entornos hospitalarios, clínicos y preescolares, estudiando bebés y niños pequeños. Esa experiencia me abrió los ojos a la influencia determinante que ejercen en nosotros los primeros años de crecimiento.

Aprendí también que las diferencias individuales que presenta el cuerpo de cada niño influyen en su desarrollo y en la manera en que sus padres y los adultos interactúan con ellos. Trabajar con equipos multidisciplinarios, en los que se incluían pediatras, logopedas, terapeutas físicos, terapeutas ocupacionales, educadores, psicólogos y, sobre todo, padres, me hizo aprender que la interpretación corporal que hace un bebé del mundo externo influye mucho en su desarrollo y en sus relaciones más tempranas.

Mi formación tradicional como psicóloga se había centrado en los enfoques descendentes que tomaban como punto de partida el cerebro de los niños. Ahora bien, la única manera que tienen los más pequeños de comunicarse es con el cuerpo. Comprender las experiencias ascendentes (o corporales) que preceden al desarrollo del pensamiento y a la formación de conceptos en el niño me enseñó a comprender mejor todos los estadios del desarrollo infantil.

Seguí investigando y aprendiendo, y tuve la inmensa fortuna de poder estudiar con dos pioneros del desarrollo infantil más temprano: el doctor Stanley Greenspan, psiquiatra, y la doctora Serena Wieder, psicóloga, cuyo modelo clínico fue uno de los primeros en incorporar el cerebro y el cuerpo en las intervenciones tempranas. Estos especialistas empezaron defendiendo la premisa de que es esencial ayudar primero al niño a tranquilizarse (a regular su cuerpo) antes de que la charla, el razonamiento o los incentivos puedan obrar su efecto.

Cabe destacar, por encima de todo, que basaron su modelo en la idea de que la única manera en que los humanos pueden llegar a regular bien su cuerpo es manteniendo unas relaciones armoniosas, cariñosas y seguras. Eso explicaba la razón de que fallaran tanto los enfoques descendentes que aprendí mientras estudiaba psicología. En mi formación se había obviado el papel esencial de retroalimentación que desempeña el cuerpo y la profunda influencia que esta ejerce en las relaciones, y cómo estas, a su vez, influyen en la conducta de los niños. Alrededor de la misma época (estoy hablando de la década de 1990), los científicos estaban aprendiendo muchas cosas nuevas sobre el cerebro humano, y lo hacían a un ritmo tan vertiginoso que este período llegó a ser conocido dentro de los círculos científicos como «la década del cerebro».

Debido a todo eso, lo que finalmente resultó fue que lo que yo estaba aprendiendo sobre lo centrales que llegaban a ser las relaciones consiguió ganarse el apoyo y la validación de un campo emergente: la neurociencia relacional. El doctor Dan Siegel, psiquiatra, fundó el campo de la neurobiología interpersonal, que estudia la influencia que las experiencias interpersonales tienen en el desarrollo del cerebro. Y el doctor Bruce Perry, otro psiquiatra, ideó el modelo neurosecuencial de terapia (MNT), que era un reflejo de lo que el doctor Greenspan y la doctora Wieder me habían enseñado sobre la manera en que las relaciones logran que nuestro cuerpo esté más calmado y regulado, algo esencial en nuestra capacidad de aprender y de crecer. La doctora Connie Lillas, que es enfermera, terapeuta familiar y de parejas, y además es investigadora, colaboró en el fomento del Marco Neurorrelacional, el MNR, que subraya de un modo parecido la importancia central que tienen las relaciones en el desarrollo del cerebro. En estos últimos tiempos me he dedicado más a estudiar la obra de la doctora Lisa Feldman Barrett, una neurocientífica cuya teoría de la emoción construida pone de relieve el impacto que tienen las señales del cuerpo interno en nuestras emociones y nuestros sentimientos básicos.

Fue un neurocientífico, el doctor Stephen Porges, quien, con su transgresora obra, fue el máximo responsable del cambio radical que hice como profesional y como madre. Su teoría polivagal, presentada por vez primera en 1994, ofrecía una elegante explicación, partiendo de la evolución humana, del cómo y el porqué los humanos reaccionan ante las diversas circunstancias de la vida. La obra del doctor Porges aportó una nueva perspectiva desde la cual podíamos interpretar la manera en que el sistema nervioso autónomo (la gran autopista de información que conecta el cerebro con el cuerpo) influía en la fisiología, las emociones y las conductas humanas.

La obra del doctor Porges aportó una base teórica a la neurociencia que permitía aunar cuerpo y cerebro para poder comprender mejor la conducta de los niños. La teoría polivagal exponía con un razonamiento científico todo aquello que yo había aprendido sobre la importancia fundamental que tienen las relaciones amorosas y armoniosas que van personalizadas en función de las diferencias individuales y del sistema nervioso de cada niño o niña. Sentí un gran alivio cuando descubrí la existencia de este enfoque, que se posicionaba como radicalmente opuesto a la educación que yo había recibido sobre cuáles eran las maneras más adecuadas de gestionar la conducta. Lo que aprendí de estos científicos y terapeutas fue lo que conformó el mensaje central de este libro: la regulación del cuerpo físico del niño fomenta las relaciones sanas y las interacciones amorosas y, a su vez, conforma la infraestructura que al final le permitirá al niño usar el razonamiento, los conceptos y el pensamiento para gestionar con flexibilidad los desafíos que comporta la vida. Gracias a esta comprensión de la comunicación biunívoca que se da entre cerebro y cuerpo, cambié la manera de ejercer la psicología: dejé de centrarme en intentar eliminar las conductas alborotadoras en los niños y pasé a interpretarlas como el modo en que el cuerpo del niño trata de comunicar sus necesidades.

Di testimonio de este cambio en mi libro, que fue traducido al castellano en 2021 y titulado Más allá de la conducta. En mi obra reclamo que haya un cambio en la manera que tenemos de reaccionar ante las conductas rebeldes de los niños y expongo otra manera diferente de darles nuestro apoyo. Ese libro les tocó la fibra a muchas personas, y, según me han contado, padres, maestros, profesionales de la salud mental y terapeutas de todo el mundo que secundaban esta misma reclamación pidieron que hubiera un cambio de paradigma en la educación y la psicología. Ese consenso coincidió con el auge del movimiento de la neurodiversidad y su proclama de honrar y respetar las diferencias individuales en lugar de considerarlas patológicas y de etiquetarlas como unos trastornos que requieren curación. El nuevo paradigma por el que yo abogaba reconocía que el ingrediente central y sagrado en el desarrollo de todos los niños es la relación que el niño o la niña tienen con su padre y su madre.

En este apasionante momento, el vínculo cerebro y cuerpo en la crianza de tus hijos se basa en esas lecciones, y además aporta una reflexión significativa: la conexión cerebro-cuerpo establece una nueva base para entender las conductas de los niños, y nos conduce a un nuevo mapa territorial que nos permita ser unos padres capaces de criar a unos niños alegres y resistentes.

Lo que encontrarás en este libro no es una guía definitiva de los estudios y las teorías de la neurociencia, sino, más bien, lo que he adaptado de esta ciencia emergente para poder aplicarlo a la vida real como psicóloga y madre. Estos capítulos contienen mi propia interpretación de esta ciencia con un objetivo práctico. Con este fin, mis descripciones solo se limitan a rascar la superficie de la complejidad que tiene esta ciencia emergente, y me he tomado grandes libertades simplificando conceptos para hacerlos accesibles a todos. Al final de este libro, encontrarás un glosario que incluye algunos de estos conceptos más significativos.

La ciencia no debería limitar su presencia a los laboratorios y a las revistas de medicina. Deberíamos meterla en la cocina y en la sala de estar, en esos lugares donde pueda disminuir el sufrimiento, mejorar las relaciones y guiar las decisiones que, como padres, debemos tomar cada día. (Si te interesa, te animo a que leas las fuentes originales que cito en la bibliografía y en las notas finales).

Basándome en la neurociencia, en lugar de centrarme en ayudar a los padres a cambiar la conducta de los hijos, empecé a trabajar con padres e hijos a la vez, a ayudar a los padres a comprender a sus hijos (y a sí mismos) de una manera más holística, empezando por dar más valor a la conexión cerebro-cuerpo que observamos en cada niño en particular.

Cuando admitimos que el cerebro de un niño no actúa solo, aislado del cuerpo, surge un nuevo abanico de posibilidades a la hora de criarlo. Comprender la conexión cerebro-cuerpo que subyace en todas las conductas nos proporciona un nuevo mapa del territorio capaz de guiar nuestras decisiones como padres, un mapa que está hecho a la medida de cada niño. Durante más de dos décadas, esta idea me ha servido para ayudar a los padres a entender y a solucionar los dilemas más habituales que les plantea el papel que desempeñan.

En lugar de establecer un diagnóstico psicológico, lo que buscamos es entender esa fisiología del niño que está determinando ciertas conductas. En lugar de buscar sus carencias, escucharemos las señales que nos envía su cuerpo para detectar las pistas que nos da. Ver las conductas, las actitudes y los actos de tus hijos a través del prisma de su sistema nervioso te servirá para personalizar tu papel de padre o madre, y te proporcionará un mapa del territorio para poder tomar decisiones parentales relevantes.

Eso es precisamente lo que empecé a hacer con Janine, la madre de Julian, el día que vino enfadada consigo misma, irritada porque nada había podido calmar a su hijo (y tampoco a ella, por cierto) después de la gran pelea que los dos habían tenido en Target. No era culpa de ella que su formación como maestra no le hubiera enseñado la influencia que el estrés puede llegar a tener en el sistema nervioso. Y tampoco se le podía achacar toda la culpa porque el pediatra de Julian atribuyera el problema que tenía el niño para gestionar sus frustraciones al «fuerte carácter» de la criatura, y que animara a la madre a recurrir a los castigos para terminar con esas «malas» conductas y poder así enseñar a su hijo a ser más dócil. Lo cierto es que todavía hoy en día muchos de mis colegas especializados en salud mental y en el campo de la enseñanza siguen recomendando el uso de unos enfoques parecidos.

Lo que estuve discutiendo con Janine fue que su hijo no estaba intentando sacarla de quicio con toda la intención, ni que evitara colaborar con ella a posta: lo que el niño estaba haciendo era reaccionar al estrés. La respuesta a estas situaciones no es castigar al niño ni ofrecerle incentivos, sino personalizar la manera de criarlo para ayudarlo a que logre calmar su sistema nervioso y así la criatura pueda funcionar, comprometerse y aprender. Estos son los principios del enfoque con el que trabajamos Janine y yo: un enfoque que fuera compasivo, holístico y eficaz a la vez. Y este es precisamente el enfoque que voy a compartir contigo en este libro.

En las páginas siguientes aprenderemos conceptos clave para que puedas personalizar la manera que tienes de criar a tus hijos, y además aprender:

A usar el comportamiento de tu hijo como esa pista que te permite conocer la plataforma única de tu hijo (que es el término simplificado que utilizo para referirme a la conexión cuerpo-cerebro).A saber que el concepto de neurocepción, el término acuñado por el doctor Porges para denominar lo que yo llamo «el sistema de detección de la seguridad del cuerpo», nos ayuda a comprender las experiencias subjetivas del niño.A discernir cuándo un comportamiento dado surge de una intención caprichosa o de una presión psicológica (basada en el cuerpo).A comprender que la conexión padre e hijo, si es compartida, puede ayudar al niño a desarrollar su capacidad de autorregulación.A ver la importancia que tiene para los padres saber cuidarse, y comprender que la presencia tranquilizadora de un adulto puede ayudar al niño a sentirse más tranquilo y seguro fisiológicamente.A comprender que la interocepción (las sensaciones que provienen del interior de nuestro cuerpo) puede contribuir a guiar tus interacciones y ayudar a tu hijo a ser más consciente y más participativo a la hora de comunicar sus sentimientos y emociones.A aplicar bien el conocimiento que tenemos de la plataforma y de todos estos conceptos para contribuir a fomentar la resiliencia y a dar con las decisiones y los retos más comunes a que se enfrentan los padres desde la infancia hasta la más temprana adolescencia de sus hijos.

Aligerar, en lugar de sobrecargar, la tarea de criar a un hijo

Seguro que piensas: «Sí, vale, muy bien, pero… ¡menudo esfuerzo!». Antes de seguir adelante, déjame asegurarte que mi objetivo no es añadir más peso a la carga que ya sobrellevas como padre o madre, sino más bien aliviarla. Lo que no deseo es añadir más estrés, presión y ansiedad, ni más trabajo, por supuesto. Al contrario. Este libro no pretende convertirte en una especie de superpadre o supermadre. He trabajado con centenares de progenitores, y lo que he visto en ellos es que tanto los padres como las madres hacen todo lo que pueden con la información de que disponen. Yo puedo servirte para aportar más luz a todo lo que puedas averiguar observando a tu hijo de una manera distinta. Nadie conoce a tu hijo tan bien como tú, y las herramientas y los puntos de vista que encontrarás explicitados en este libro tienen el objetivo de ayudarte a cultivar la relación que tienes con tu hijo con naturalidad y de una manera maravillosa. Nuestro propósito no es cambiar a tu hijo, sino ayudarte a personalizar tu relación con él de tal manera que termines basándola en el profundo respeto que inspiran el cerebro y el cuerpo de tu hijo, únicos como tales y siempre cambiantes.

Para finalizar, debo decir que cometería una gran negligencia si no reconociera la importancia que tiene honrar tus propios valores como padre o madre, que vienen influidos por tu entorno único y tus experiencias vitales. A mí me criaron en Estados Unidos unos padres que procedían de dos continentes distintos. Como hija mayor, e integrante de la primera generación estadounidense de mi familia, yo soy el producto de los legados de mis padres; y los valores y las tradiciones que me inculcaron fueron el reflejo de sus respectivas culturas. Tanto si tu hijo es un bebé como si ya ha cumplido unos añitos, tanto si tienes un hijo como si tienes muchos, espero que la información que encuentres en este libro te dé fuerzas para ir adquiriendo mayor confianza en ti mismo mientras contemplas a tu hijo a través de una lente de gran alcance. No es fácil ser padre, y por eso he incluido en este libro mensajes muy importantes sobre cómo practicar la autocompasión y saber cuidar de uno mismo durante el viaje.

La clave para comprender lo que subyace a las conductas de hijos y padres es valorar no solo el cerebro, sino también el cuerpo. Ser consciente de esta realidad me cambió como madre y como psicóloga, y cuando empecé a compartir mis conocimientos con las familias a las que trato, sus vidas también se transformaron. Espero que este libro te ayude a aligerar tus preocupaciones y a mostrarte más alegre como padre o madre, que te lleve a no darle tantas vueltas a las cosas, a no juzgarte tanto a ti mismo y a no estresarte por las decisiones que has de tomar como progenitor sin dejar de cultivar la resiliencia en tu hijo y fomentar una conexión que os dure toda la vida.

PRIMERA PARTEENTENDAMOS LA CRIANZA DE LOS HIJOS VINCULANDO CEREBRO Y CUERPO

1.Comprender la fisiología de tu hijo o de tu hija es importante

Somos nosotros quienes cuidamos del sistema nervioso de otra persona, y también los que cuidamos de nuestro sistema propio.1

Lisa Feldman Barrett

Cuando Leanda y Ross llegaron a mi consulta, vinieron desesperados en busca de consejo para su hija Jade. Me parecieron unas personas muy buen amuebladas para ser padres, sin lugar a dudas. Leanda era enfermera de pediatría y Ross, director de instituto. Los dos habían profundizado bastante en el estudio del desarrollo infantil y habían leído muchos libros sobre la crianza de los hijos. Los primeros años de Maria, su hija mayor, transcurrieron con bastante tranquilidad para ambos; y Jade también había sido una niña feliz y equilibrada desde muy temprana edad.

Sin embargo, llegó el momento de ir al jardín de infancia. Jade, desde los primeros días, les montaba una escenita todos los días. Cada mañana, cuando su padre intentaba dejarla en la escuela, Jade le imploraba que no se marchara y gritaba con tanta potencia de voz que, al final, tenía que intervenir la maestra y arrancar físicamente a la niña de los brazos de su padre.

Cuanto más tiempo duraba ese forcejeo diario, más preocupados y perplejos se quedaban los padres de Jade. ¿Los forcejeos de la niña eran señal de que tenía un problema grave? ¿Conseguiría superarlo? ¿Debían continuar siguiendo el consejo de los maestros, que les decían que dejaran a Jade en el jardín de infancia y se marcharan a toda prisa a pesar de las protestas de la niña (asegurándoles que aquello era una fase, algo muy habitual en las guarderías)? ¿Podría seguirse alguna otra estrategia que fuera más adecuada? Lo que tenía más perplejos a Ross y a Leanda era la pregunta siguiente: ¿por qué su manera de criar a los hijos, que tan bien les había funcionado con su hija mayor, fallaba tanto con Jade?

Cuando conocí a esta pareja, esta batalla diaria duraba desde hacía cuatro meses, a pesar de que criaban a sus hijas prestándoles mucha atención, mostrándose abiertos a la comunicación y siguiendo todos los consejos que habían recopilado de varios libros que trataban sobre la crianza de los hijos. Leanda y Ross tenían muchísimas ganas de ver crecer a su hija, pero vivían con mucha tensión y estaban tan desorientados que no sabían lo que hacer. ¿Cómo podían ayudar a Jade para que creciera como una niña sana?

La orientación que les daban los maestros concordaba con los consejos más comunes que suelen darse sobre la crianza de los hijos: fijarse más en el comportamiento que en el niño o la niña en cuestión. La mayor parte de los métodos que existen sobre la crianza de los hijos no se centran en el niño como un todo, sino en las conductas que este manifiesta (y en la manera en que los padres deberían reaccionar ante ciertas clases de conductas). Y proponen reaccionar ante las conductas con actitudes que vayan directas al cerebro del niño: razonando, pidiendo, incentivando, recompensando, o advirtiendo sobre las consecuencias.

Estos métodos reactivos tienen dos defectos inherentes. En primer lugar, ofrecen respuestas idénticas para todos que no están basadas en tu hijo en particular, sino en la versión genérica de lo que es un niño. Y, en segundo lugar, dan por supuesto que el niño se está comportando de una manera determinada intencionadamente (que, en todo momento, tiene el control, o bien, si se esfuerza lo bastante, puede llegar a controlarse a sí mismo).

Este consejo en concreto a menudo viene inspirado por una filosofía en particular: sé positivo (céntrate en animar al pequeño), o dale todo tu apoyo sin que parezca que dejas de ser fuerte (autoritario), o bien deja que tu hijo se equivoque (no le atosigues), o no proyectes tus propios problemas en tu hijo (sé más consciente), o reflexiona sobre las experiencias actuales sin juzgarlas (adquiere una mayor conciencia), o enseña a tu hija a aprender a hablar de sus sentimientos (enséñale lo que son las emociones). Todos estos conceptos pueden ser útiles, pero no logran dar una explicación sobre cuáles son los rasgos únicos y distintivos de tu hijo, o cuáles son sus necesidades en un momento dado. En otras palabras, por muy bueno que en teoría sea tu consejo, poco importará si el niño o la niña no se muestran receptivos a aprender lo que se les enseña.

Por si fuera poco, existe esa idea tan común, y tan equivocada, sobre el control deliberado o intencional que los niños ejercen sobre su propio comportamiento. No hace mucho vi un vídeo en línea en el que se afirmaba que era posible explicar la manera de evitar que los niños pequeños tuvieran rabietas. Había alcanzado más de un millón de visitas en YouTube. Solo que había un problema, claro: contrariamente a lo que defiende la creencia popular, los niños pequeños, en general, no hacen rabietas a propósito. Más bien al contrario: las rabietas, a cualquier edad, son la señal que nos indica que la conexión cerebro-cuerpo va sobrecargada, se encuentra sometida a un reto, o tiene una gran vulnerabilidad.

Situar la conducta en su contexto

Cuando los padres-educadores y los profesionales bienintencionados insinúan que los niños montan pataletas de manera intencional, lo que están dejando entrever es que han malentendido fundamentalmente que los seres humanos más pequeños son capaces de ejercer control sobre sus impulsos, sus emociones y su conducta. Mi objetivo en este libro es dar un mayor contexto a la idea explicando el funcionamiento del sistema nervioso de los seres humanos: ayudarte, como padre o madre que eres, a comprender la manera en que los niños desarrollan el autocontrol y la flexibilidad emocional, y lo que tú puedes hacer para propiciar este crecimiento en función de la constitución única de tu hijo y de su huella genética básica.

Lo que más popularidad ha alcanzado de todo lo que he llegado a colgar en las redes sociales ha sido una sola frase, que es lo que suelo decirles a los padres que tienen niños pequeños que se irritan con facilidad: «Si la capacidad de controlar las emociones y las conductas no se desarrolla plenamente hasta llegada la juventud, ¿por qué les pedimos a los niños en edad preescolar que sean capaces de hacer algo así y los castigamos cuando no lo consiguen?». Estas palabras, que pronuncié mientras contemplaba el dibujo de un sol que había pintado un niño con lápices de cera, las leyeron más de dos millones de personas. ¿Por qué les hizo tanta mella esta afirmación? Quizá porque esta verdad tan simple nos quita parte de culpa y nos libera de las autocríticas que tanto acosan a los padres. (De hecho, la capacidad de controlar nuestras emociones y conductas no es un peldaño más en nuestro desarrollo, sino un proceso sin fin al que van dando forma el cerebro y el cuerpo cuando estos se comunican entre sí, manteniéndonos a salvo2 y prediciendo constantemente lo que va a suceder).3

A la mayoría no nos han enseñado nada sobre el contexto de las conductas infantiles; lo que nos han enseñado es lo que tenemos que hacer para gestionar esas conductas. Ahora bien, lo que se baraja aquí es mucho más importante, y tiene que ver con las razones por las que los seres humanos actuamos como lo hacemos. Piensa en las conductas como si fueran la punta de un iceberg, que es ese 10% más o menos que asoma sobre la superficie del mar. ¡Qué duda cabe que un iceberg tiene un tamaño mucho mayor! Oculto bajo la superficie está el fragmento de mayor tamaño, invisible a la vista, pero mucho más relevante. Cuando solo reaccionamos a la conducta que se despliega ante nuestros ojos, estamos soslayando esta parte oculta, ignorando la valiosa información que podría ayudarnos a entender el porqué de esa conducta, las jugosas pistas que nos llevarían a determinar lo que desencadena tal conducta. Como cultura, somos un pueblo extremadamente moralista en relación con la conducta, sobre todo con la de nuestros hijos. Y ahora, gracias a los descubrimientos de la neurociencia, podemos contar una nueva y emocionante historia sobre las conductas, los sentimientos y las emociones, y sobre todo aquello que los impulsa.

No importa la conducta, porque están pasando muchas más cosas de las que ven nuestros ojos. El cerebro y el cuerpo están constantemente hablando entre sí:4 ¡Los cerebros no existen por sí solos! Los niños raramente se portan mal si no tienen una buena razón, o sencillamente para hacerles la vida imposible a sus padres (aunque muchas veces eso sea lo que parece). Las conductas de nuestros hijos son la señal externa que nos están dando de su mundo interno, las indicaciones que nos dan de la parte sumergida del iceberg. Deberíamos valorar las conductas por lo que estas nos dicen sobre el cuerpo y el cerebro de los niños. En lugar de intentar eliminar los comportamientos, deberíamos esmerarnos en comprenderlos por la abundante información que aportan sobre las experiencias del mundo que está viviendo nuestro hijo.

No importa la cantidad de veces que intentes razonar, recompensar u ofrecer incentivos, porque no vas a poder coaccionar, ni siquiera enseñar, a un niño para que tenga control de algo de lo que, en realidad, es incapaz. ¿Qué es lo que podemos hacer? Pues en lugar de intentar corregir o eliminar una conducta preocupante, intentemos comprender las pistas que esa misma conducta nos está dando sobre la experiencia que tu hijo tiene del mundo.

La plataforma

En concreto, las conductas nos ofrecen pistas sobre el estado del sistema nervioso autónomo del niño o de la niña, el único sistema de comunicación biunívoco que existe entre el cuerpo y el cerebro.5La conexión cerebro-cuerpo, nuestro sistema nervioso, hace las funciones de una plataforma neurológica que influye en la conducta humana.6 El cuerpo y el cerebro del pequeño están vinculados entre sí en un bucle de constante retroalimentación que recorre el sistema. Por eso es incorrecto considerar el pensamiento o las expresiones emocionales del niño o de la niña separados del estado de su cuerpo. El estado de nuestro cuerpo influye en nuestra manera de sentir, de actuar y de pensar. A partir de ahora, me referiré a este complejo y extraordinario sistema con el nombre de «plataforma».

Porque jamás somos un solo cuerpo o un cerebro; siempre somos las dos cosas.

Todos nosotros reaccionamos ante el mundo, a cada momento, desde un continuo que va de lo receptivo a lo defensivo.7 Cuando vivimos los desafíos con miedo o como una amenaza, nos ponemos en modo defensivo. Cuando nos sentimos seguros, estamos en modo receptivo.8 En mi dilatada experiencia trabajando con niños, puedo dar fe de que lo que influye en el nivel de receptividad del pequeño es el estado en que se encuentre su sistema nervioso autónomo,9 lo que llamamos la plataforma. Una plataforma sólida genera buenas conductas y, además, potencia la capacidad que tiene el niño de ser flexible, de pensar y de tomar decisiones. Una plataforma vulnerable, en cambio, hace que aumente en él la cautela, el miedo y la actitud defensiva. Cuando la plataforma del niño o de la niña es vulnerable, asistimos a un despliegue de esas conductas que confunden tanto y representan un desafío enorme para los padres: negarse a ponerse los calcetines o a tomar alimentos de color verde, abofetear a uno de los hermanos, o lanzar el mando del televisor por los aires cuando llega la hora de apagarlo. Estas conductas parecen ser el reflejo de las que tendría un niño contrariado, poco colaborador o maleducado. En el extremo opuesto se situarían esas otras ocasiones en que los niños echan un vistazo alrededor y luego desconectan, haciendo como que nos ignoran. Lo que cabe destacar en estas líneas, y que iré desarrollando en los capítulos siguientes, es que las conductas que parecen defensivas en realidad pueden ser protectoras.

Otra muestra de vulnerabilidad en el niño o en la niña es la hipervigilancia, que puede revelarse en forma de extrema docilidad, señal quizá de que la criatura se preocupa demasiado por complacer a los demás. A pesar de que esta conducta suele recompensarse, también puede estar indicándonos que el pequeño tiene una plataforma vulnerable. Los niños con plataformas vulnerables muestran una inclinación a permanecer en alerta, a estar preocupados, a ser desagradables, a gritar, a llorar, a tener rabietas, a salir corriendo, a atacar o incluso a cerrarse en banda. Los seres humanos no siempre podemos controlar intencionadamente nuestra conducta; y, por esa misma razón, los niños no eligen necesaria y conscientemente su conducta. Al contrario, muchas de sus reacciones y conductas les sirven para protegerlos de la profunda sensación subconsciente de sentirse incómodos y amenazados.

Lee esta reflexión, porque tiene miga: podemos entender el nivel de solidez o vulnerabilidad de un niño o de una niña fijándonos en lo que denominamos su alostasis,10 que es el proceso que nos permite conservar una estabilidad corporal. Pero… ¡tampoco vayas a creer ahora que te pediré que memorices algo tan científico! La neurocientífica e investigadora Lisa Feldman Barrett cuenta con una expresión en concreto para definir este equilibrio continuo entre la energía y los recursos: el presupuesto corporal.11 Así como un presupuesto financiero detalla los movimientos contables, nos cuenta la doctora, los cuerpos dan detalle de «recursos internos como puedan ser el agua, la sal y la glucosa, tanto cuando los obtienes como cuando los pierdes».12 Aunque no siempre seamos conscientes del presupuesto metabólico de nuestro cuerpo, todo lo que experimentamos, incluidos los sentimientos y las acciones, pasa a formar parte de los ingresos o las retiradas de efectivo registradas en nuestro presupuesto corporal.13 Un abrazo, una noche de descanso, salir a jugar con los amigos y comer bien son cosas que pertenecen a los ingresos. Pero luego tenemos las retiradas de efectivo, que son cosas como saltarnos las comidas, olvidarnos de beber una cantidad suficiente de líquido, vernos privados de sueño, o vivir aislados o ignorados.

En las páginas siguientes, y a lo largo de este libro, usaré este término tan útil acuñado por la doctora Barrett, «el presupuesto corporal», para que nos ayude a tomar esas grandes, y no tan grandes, decisiones que afectan a la crianza de nuestros hijos. Personalizaremos estas elecciones basándonos en el presupuesto corporal de nuestro hijo o de nuestra hija, además de basarnos en el nuestro propio.

Los padres viven en un perpetuo dilema: cuando un niño tiene que enfrentarse a un problema en particular, ¿deberíamos animarlo a que lo solucione por sí mismo, o resulta más apropiado hacerle algún ingreso en su presupuesto corporal interaccionando con él como padres de tal manera que eso le sirva de apoyo y le demuestre nuestro cariño?

La plataforma del niño refleja su presupuesto corporal y nos ayuda a tomar estas decisiones. En los capítulos siguientes, aprenderemos a no perder de vista las conductas y las señales que nuestro hijo o nuestra hija nos envían, y que nos sirven para descubrir los recursos que el niño tiene a su alcance en ese preciso instante y en su conjunto. Y eso lo lograremos si conseguimos saber lo que nuestro hijo o nuestra hija nos están diciendo a través de las señales verbales que emiten y, sobre todo, de las no verbales.

Esta es la idea fundamental que me hace tanta ilusión compartir con vosotros: las mejores decisiones que podemos tomar como padres no se centran sencillamente en las conductas o en los pensamientos de nuestros hijos, sino más bien en su cuerpo y en la manera única que cada criatura tiene de procesar, interpretar y experimentar continuamente su mundo.

Por eso, nuestra estrategia como padres no debería comenzar eliminando ciertas conductas. Al contrario, deberíamos trabajar más para reforzar la plataforma de nuestro hijo o nuestra hija (y la nuestra propia). Deberíamos empezar planteándonos preguntas esenciales sobre cómo personalizar nuestro enfoque en un momento dado: ¿Qué está comunicándome esta conducta de mi hija para hacerme saber lo que necesita de mí en este momento? ¿Necesita mi hija mis palabras, necesita que le hable? ¿Necesita mi hija un abrazo o un hombro sobre el que llorar? ¿Necesitan mis niños que les marque unos límites y les recuerde las consecuencias que puede tener su comportamiento? ¿O bien necesita mi niña algo más básico para reforzar todavía más su plataforma? ¿Necesita mi pequeño un enfoque de pensamiento descendente (razonar con él), o más bien un enfoque corporal ascendente, que implicaría reforzar en primer lugar su plataforma? ¿O es posible que lo que necesite sea más bien un enfoque híbrido que incluya ambas cosas?

Cada pequeño y cada situación son únicos de por sí. La mayoría de los programas destinados a la crianza de los hijos fracasan al plantear estas preguntas, que son esenciales. Para que un niño use la información que queremos transmitirle, necesita tener una plataforma sólida. Y no construiremos una plataforma sólida incentivando o ignorando determinadas conductas, castigando o avergonzando a los niños; ni siquiera hablando con ellos. Lo lograremos estando presentes, cultivando esa relación de confianza que procede de nuestra amorosa y coherente presencia, adaptada y personalizada a las necesidades individuales de nuestros hijos, sin perder de vista que nuestro trabajo como padres es ayudar al niño o a la niña a crecer con una flexibilidad y una resiliencia cada vez mayores. Con nuestra presencia como piedra angular, podremos transmitirle al niño lo que queremos de él, y ayudarlo a amoldarse y a tolerar las experiencias nuevas a medida que vaya siendo más autosuficiente.

Es una manera completamente distinta de considerar los desafíos más comunes a los que se enfrentan los padres: aquello que consideramos un desafío en el orden conductual y emocional a menudo suele ser una reacción adaptativa e inconsciente al mundo interior del niño. Es el modo en que el cuerpo del niño reacciona ante unos cambios que requieren de un ajuste o de una reacción;14 en otras palabras, es su respuesta al estrés. Si pensamos en el estrés como en ese ajuste natural que nuestro cuerpo realiza ante los cambios, podremos valorar los desafíos conductuales en función de lo que estos nos están diciendo sobre el modo en que el cuerpo y el cerebro de nuestro hijo están gestionando lo que le pedimos. Y lo que veremos, sin lugar a dudas, será un presupuesto corporal agotado que está dirigiendo esas malas conductas, que en realidad no son malas, sino protectoras, aunque desde el subconsciente.

Esa realidad a menudo suele permanecer oculta a los ojos de los adultos durante toda la vida del niño (y aparece enmascarada porque nos enfadamos al ver determinadas conductas); y eso sucede hasta que los adultos empiezan a preguntarse por qué la niña o el niño están haciendo eso, y cómo ese comportamiento que muestran en particular les sirve para manejar la situación. Con esta nueva manera de pensar las cosas, valoramos la conducta de los niños como la prueba que nos habla del poder de adaptación que tiene el ser humano.15 Lo que resulta muy útil es dejar de categorizar las conductas como buenas o malas. Las conductas son adaptativas, y, para los padres, una fuente de información increíblemente útil.

Las conductas nos ofrecen pistas muy valiosas sobre el estado de la plataforma del niño y sobre lo que este necesita de nosotros. Cuando cambiemos nuestra manera de pensar, podremos ver que estamos errando el tiro si nos centramos en eliminar una conducta en lugar de preguntarnos lo que esta misma conducta nos está diciendo acerca de su plataforma. En lugar de decirle a un niño quejumbroso que deje de lamentarse, podríamos considerar que sus quejidos lastimeros son la señal de que el niño necesita nuestro consuelo para sentirse tranquilo. Decirle a una niña que se siente bien erguida a la mesa del comedor no servirá de nada si ella siente la necesidad de moverse para gestionar su estrés. Si un niño tiene miedo de algo que no implica ninguna amenaza, como ir a clase de fútbol u oír el ruido que emite un juguete en concreto, de nada servirá decirle sencillamente: «No debes tener miedo de eso». Lo que debemos hacer es prestar atención a lo que ese miedo nos está revelando. La conducta del niño nos ofrece pistas sobre lo que le está sucediendo interiormente: ese es el momento perfecto para detenernos a reflexionar sobre lo que le está sucediendo en un nivel más profundo. Cuando hayamos comprendido el modo en que el cuerpo y el cerebro de nuestro hijo, o nuestra hija, gestionan los grandes y los pequeños desafíos a que se enfrentan, podremos ayudarlos a usar esas nuevas experiencias para crecer sin que se sientan abrumados por ellas.

La plataforma como ese mapa del territorio que nos conduce al desafío perfecto

Queremos ver crecer a nuestros hijos con cada nueva habilidad que adquieran, tanto si se trata de mamar bien, de tragar los primeros bocados de comida sólida, de dar los primeros pasos, de ir el primer día a la escuela, o de vivir su primera experiencia en un campamento de verano. Ayudamos a los niños a tolerar estas nuevas experiencias y situaciones buscando el equilibrio. Necesitamos asegurarnos de que cuenten con un desafío que les baste para poder desarrollar nuevas fortalezas, pero sin que tengan que verse abrumados por lo que les estamos pidiendo. Y, para conseguirlo, necesitamos descubrir lo que hemos convenido en denominar «el desafío perfecto».16 Por mi parte, yo lo llamo sencillamente «la zona de desafío»,17 ese lugar en que nuestros hijos adquieren nuevas fortalezas (porque así es como uno crece), aprenden cosas nuevas y alcanzan su potencial contando con el apoyo justo y necesario. ¿Cómo podemos detectar dónde se encuentra esta zona? Pues siguiendo las numerosas señales que el cuerpo del niño nos envía.

Un niño con un presupuesto corporal agotado normalmente trabaja fuera de su zona de desafío. Es importante definir dónde se encuentra esta zona en cada uno de los niños, porque estos no podrán desarrollar su resiliencia si sus plataformas se ven abrumadas constantemente, o si cuentan con demasiado apoyo por parte de unos adultos que siempre están encima de ellos protegiéndolos de unos desafíos que son sanos. A lo largo de este libro te iré dando ideas y ejemplos para que determines cuál es la mejor zona de desafío para tu hija o tu hijo en función de las circunstancias. Y por eso te plantearé las siguientes preguntas:

¿Qué hago cuando mi hijo pequeño (o no tan pequeño) me monta una rabieta?¿Cómo gestionamos la rivalidad entre los hermanos?¿Cómo podemos conseguir que la niña duerma seguido toda la noche?¿Qué hacemos si nuestro hijo no nos obedece o nos desafía?¿Qué hacemos si nuestra hija tiene problemas con los profesores o con sus compañeros?¿Cómo sabemos si el límite que hemos fijado es demasiado estricto o demasiado permisivo?

Cuando descubramos la zona de desafío de una niña o de un niño en concreto, obtendremos las respuestas a estas preguntas y a otras muchas más, y encontraremos la confianza que necesitamos para tomar decisiones personalizadas acerca de la crianza de nuestros hijos en función de la plataforma de cada criatura. Además, trabajar dentro de la zona de desafío de un niño o de una niña implica poder fomentar su tolerancia a la frustración,18 la capacidad que tiene la criatura de trabajar en su frustración en lugar de rendirse o de sentirse abatida. Una niña con tolerancia a la frustración19 puede posponer su gratificación y esperar hasta que le llegue lo que desea manteniéndose tranquila si se encuentra con obstáculos.

Como madre o padre, desempeñas un papel fundamental en la formación y el refuerzo de la plataforma de tu hijo o de tu hija. Esta realidad no tiene por qué sumarse al estrés que tú ya sientes como progenitor. Como veremos, nunca es demasiado tarde para reforzar la plataforma. Cada interacción que tengas con tu hijo puede fomentar la receptividad y la resiliencia del niño. La ventana para ayudar a crecer a nuestro hijo siempre está abierta. Y no estamos obligados a hacerlo a la perfección. Por suerte, contamos con un gran margen de error; porque en realidad es un proceso de aprendizaje. Lo que importa no es que lo hagamos todo perfecto como padres que somos. ¡Tarea imposible! No, lo que deberíamos hacer es reconocer cuándo nos hemos equivocado, arreglar las cosas y aprender de la experiencia. Si actuamos así, tanto nosotros como nuestros hijos terminaremos siendo más fuertes.

Cuanto más comprendamos lo interconectado que está el cuerpo con el cerebro, más cuenta nos daremos de que el estado del sistema nervioso de nuestro hijo debería ser el factor prioritario que fundamente las decisiones parentales del momento presente. Cualquier enfoque sobre la crianza de los hijos necesita tener en cuenta tres factores cruciales: 1) cuál es el estado de la plataforma de tu hijo y de la tuya propia (que abarca desde la solidez a la vulnerabilidad); 2) las capacidades evolutivas de tu hijo o hija, y 3) las cualidades únicas de la criatura, o, mejor dicho, las diferencias individuales que influyen en la manera en que los niños procesan la información a través de los sentidos y desde el interior de su cuerpo. A lo largo de este libro usaremos estos tres conceptos para explorar las diversas maneras de personalizar la crianza de tus propios hijos de acuerdo con las necesidades en concreto que te planteen. Eso mismo fue lo que aprendieron a hacer Leanda y Ross cuando su hija Jade se mostraba tan reacia a ir al jardín de infancia.

Comprender la plataforma de la niña fue lo que la salvó

Al ver que Jade insistía una y otra vez en que su padre no la dejara en el jardín de infancia, sus progenitores supusieron de entrada que la lucha diaria de la niña era un reflejo del esfuerzo consciente y obstinado que la criatura estaba haciendo para no ir a la escuela. Yo no me atreví a tanto. Tras hablar con la maestra de Jade, supe que prácticamente todos los días la niña se mostraba triste y silenciosa, pero que, al cabo de una hora, por lo general, solía juntarse con una amiga suya en la cocinita de juguete que había en el aula. Riendo con su amiguita y preparando almuerzos de mentirijilla para los compañeros de clase, Jade se transformaba en una niña completamente distinta, según refirió su maestra.

Eso fue lo que vi yo tras pasar un buen rato observándola en el aula. Estaba claro que a Jade le encantaban ciertos aspectos de la escuela, pero que todo eso le estaba pasando factura. Cuando se revolvía, intentaba escapar corriendo, se agarraba a su padre o se ponía a chillar, Jade estaba enviando la señal que indicaba que dejarla en clase representaba un coste muy elevado para su presupuesto corporal. La mayoría de las veces no existen suficientes halagos ni estímulos (como poner pegatinas en las cartulinas de comportamiento u ofrecer alguna que otra compensación) para aliviar esta clase de situaciones. Lo que sí puede servir, en cambio, es comprender el funcionamiento de la plataforma de la niña en una situación determinada.

Tras pasar varias sesiones observando largo y tendido a Jade y escuchando hablar a sus padres, les propuse que interpretaran que sus actos no reflejaban que quisiera zafarse de la escuela, sino que más bien eran unas señales de su sistema nervioso que, con toda valentía, estaba intentando gestionar el estrés que su cuerpo acusaba. Les expliqué que no debíamos limitarnos a cambiar su comportamiento, sino que además debíamos ayudarla situándonos en el mismo nivel donde se originaba ese comportamiento, y, de esta manera, reforzaríamos su plataforma cerebro-cuerpo. Es decir, la ayudaríamos a abandonar ese lugar defensivo y vulnerable en que se había situado para trasladarse a otro más sólido y receptivo. El cese de esas conductas sería la señal que nos indicaría que habíamos contribuido a fortalecer su plataforma.

Nos reunimos con la maestra de Jade y esbozamos un plan personalizado que se ajustara a las experiencias que estaba viviendo la niña. El primer paso debían darlo las maestras de Jade, y consistía en no obligarla a que se soltara de su padre todas las mañanas arrancándola de sus brazos. Lo que debía hacerse era todo lo contrario: debíamos transformar la rutina diaria y cambiar la mano dura por el guante de seda. En lugar de que el padre se despidiera de Jade dentro del círculo destinado a recibir a los niños, entre el caos que se formaba justo cuando empezaban a aglomerarse los alumnos, Ross empezó llevándola al jardín de infancia quince minutos antes para despedirse de ella en un lugar más tranquilo, justo a la salida del aula. Al ver a la niña, la maestra se arrodillaba y le daba los buenos días con una voz cálida y prosódica. Luego se quedaba charlando con el padre unos minutos para que su plataforma fuera entrando en calor, y, por último, dejaba que fuera la misma niña quien le anunciara que ya estaba preparada para despedirse de su padre y entrara en el aula para ayudarla a preparar la jornada. La maestra siguió las pistas que le iba dando su alumna, respetando y mostrándose atenta al estado de su plataforma. Jade tardó apenas una semana en dejar de rogarle a su padre que no se despidiera de ella en el jardín de infancia, señal de que se sentía preparada para entrar por sí misma.

Tras poner en práctica este nuevo plan durante tres semanas (en el que no se incluía ni una sola mención a los incentivos ni a las consecuencias), Jade le dijo a su padre por iniciativa propia que estaba lista para volver a incorporarse al círculo habitual donde se recibía al alumnado todas las mañanas. ¿Por qué habían cambiado tanto las cosas? Porque en lugar de limitarnos a ofrecerle una recompensa a la niña si no se alteraba, nos dimos cuenta de que lo primero que había que hacer era reforzar su plataforma.

Comprender la importancia de reforzar la plataforma de la niña les sirvió a sus padres para saber lo que había que hacer si se daban otras circunstancias parecidas. Por ejemplo, a Jade le encantaba bailar, pero cuando le llegó el momento de probar con una clase de danza en el centro cívico de su barrio, se quedó helada al entrar en la sala, y le rogó a su madre que se quedara con ella. Con el objetivo de apoyarla, la madre de Jade probó todas esas técnicas tan conocidas que usamos para ayudar a los niños a que superen sus miedos: animarla a ponerle un nombre a su emoción, hablar con ella de ese miedo y de cómo combatirlo con pensamientos relajantes y, por supuesto, recordarle que mamá estaba justo al otro lado de la puerta. A decir verdad, estas herramientas son viables una vez que la fisiología del niño o de la niña se ha calmado lo suficiente para que cuerpo y cerebro lleguen a conectar entre sí, pero, tal y como había sucedido con el tema de dejar a la niña en el jardín de infancia, Jade sencillamente no había alcanzado ese punto todavía.

¿Cuál era el problema? Habían usado un planteamiento descendente para un problema que debía resolverse de manera ascendente, y lo habían hecho demasiado pronto. ¿Cuál era la solución? ¡Centrarse en la plataforma! Dado que a los padres no les estaba permitido entrar en el aula donde se impartía la clase de danza, sino que tenían que esperar en una sala contigua, la madre de Jade decidió informar a su profesora de lo que le había funcionado en la escuela. La profesora de danza decidió reunirse con Jade justo antes de empezar la clase y confiarle la tarea de ser su ayudante especial. Solo fueron precisos unos minutos de conexión (que la niña percibió como un ingreso considerable en su presupuesto corporal) para que Jade terminara entrando en clase cogida de la mano de la maestra y sin la compañía de su madre. Este contacto tan sencillo, de tú a tú, sirvió para estimular la plataforma de Jade, y eso fue lo que le permitió participar y disfrutar de la experiencia.