Nexus - Sasha Alsberg - E-Book

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Sasha Alsberg

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Beschreibung

Después de que su tripulación fuera capturada y su nave convertida en chatarra, la infame mercenaria Androma Racella ya no es la poderosa Baronesa Sangrienta, sino una indefensa fugitiva. Y con gran parte de la galaxia bajo el control mental de la insaciable reina Nor, ni siquiera los rincones más distantes de Mirabel pueden ofrecer seguridad a la adversaria más odiada de la reina. Pero Andi arriesgará cualquier cosa, incluso su preciada libertad, para salvar a su tripulación. Así que cuando se ve atrapada junto al cazarrecompensas Dextro Arez en el planeta helado de Solera, Andi busca al misterioso Arácnido, el único que parece estar luchando contra la despiadada reina… y descubre entonces la verdadera y devastadora razón de la toma de poder de Nor. De vuelta en Arcardius, el planeta de origen de Andi, las acciones de Nor han hecho a Mirabel vulnerable a la invasión de una fuerza enemiga. En este momento, la alianza con su mortal adversaria puede ser la única opción para que la Baronesa Sangrienta defienda la galaxia, aunque esa alianza exija el más doloroso sacrificio. Vive la emocionante culminación del viaje de Androma y su tripulación en esta novela llena de intriga, romance y venganza.   "¡Una aventura arrolladora fuera de esta galaxia!". Sarah J. Maas, autora de "Una corte de rosas y espinas" "Una deslumbrante ópera espacial… Zénit se mueve a una velocidad hiperespacial y no da tregua. Te dejará sin aliento y con ganas de más". Danielle Paige, autora de "Dorothy debe morir"  

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De Sasha: Para mi madre, quien sé que mira desde las estrellas.

De Lindsay: Para mi padre, Don Cummings. Gracias por ser el máximo comelibros de mi vida

CAPÍTULO 1

DEX

La verdad es que Dextro Arez jamás había creído que los Astrodioses fueran seres tangibles.

Los sentías en el alma, una presencia reconfortante en el corazón, una idea que te llenaba la mente como si te la hubieran soldado con hierro y fuego. Siempre cercanos y, a la vez, tan lejanos como las estrellas del cielo nocturno.

Dex tenía el cuerpo tatuado con las blancas constelaciones de los Astrodioses: era un santuario viviente consagrado a su poder y su fuerza. En el brazo izquierdo, tenía las figuras retorcidas y entrelazadas que simbolizaban a los Astrodioses gemelos de la vida y la luz. Y en la parte posterior del hombro derecho, extendiéndose hacia su cuello, la constelación angular que marcaba al Astrodiós de la esperanza.

Pero esta noche, cuando Dex se desplomó en su silla, las líneas gruesas y rígidas del Astrodiós de la muerte lo observaron desde la mano izquierda. El tatuaje se extendió como un ojo entrecerrado cuando Dex apretó el puño. Apartó la mirada y tragó saliva. Sentía como si la muerte estuviera realmente ahí, una bestia que respiraba en su cuello mientras él llevaba la mirada hacia la figura pálida e inmóvil de Androma.

Andi llevaba casi una semana inconsciente. Dex sabía que, al menos en parte, era debido a los analgésicos que le habían administrado para la herida en el pecho, un regalo de despedida del traidor Valen Cortas, quien le había clavado la espada después de apuñalar a su propio padre durante el ataque de la reina Nor al planeta natal de Andi, Arcardius.

Pero también se preguntaba si la mente de Andi no estaba lista todavía para devolverla a este mundo, aterrada por lo que había ocurrido en esos momentos previos a que Valen intentara matarla. Y si eso fuera cierto, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que volviera con ellos?

Despierta, suplicó en silencio mientras la observaba. No podemos hacer esto sin ti, Andi.

Aunque Dex no estaba del todo seguro qué pudiera ser esto. El destino de toda la galaxia había cambiado, y las esperanzas y los sueños de tantos se habían desvanecido en las sombras en el momento en que Nor Solis había tomado el control. Todos habían dado por hecho que el Cataclismo había destruido para siempre la amenaza de Xen Ptera, que la batalla final había vaciado los recursos del planeta y quebrantado la voluntad de su pueblo y su reina. Nadie había imaginado que la reina Nor volvería a levantarse algún día, o que de alguna manera tendría la capacidad de poner a Mirabel bajo su dominio.

Sólo había una persona que podría tener el poder de liberar a la galaxia del gobierno de Nor, y era completamente inconsciente de que ahora estaban en sus manos las vidas de millones de personas.

Despierta, Andi, pensó él de nuevo.

Se veía tan frágil mientras yacía en la suave y blanca cama de hospital, perdida entre sueños. Dex se estremeció al imaginar lo que tal vez estaba viendo allí.

Pesadillas.

Nunca sueños, ya no.

Las luces ásperas de la sala médica se reflejaron contra las placas de plata implantadas en los pómulos de Andi mientras Dex se recostaba y estiraba sus músculos adoloridos. Apenas se había movido de este lugar desde que huyeron de Arcardius, decidido a estar a su lado cuando por fin despertara. Decidido a ser quien le contara todo lo que había sucedido… a pesar de que aún no lograba encontrar las palabras para ello.

Dex cerró los ojos, recordando aquella funesta noche. Rememoraba las palabras desesperadas de Cyprian Cortas, antiguo General de Arcardius, mientras agonizaba en esta misma sala médica.

El destino de la galaxia está en juego. Los líderes están muertos, y estoy seguro de que sus sucesores pronto lo estarán también… Androma será la única arcardiana en esta nave una vez que yo muera. Si sobrevive… Androma Racella será la legítima General de Arcardius.

La General de Arcardius. La líder del planeta que alguna vez la quiso muerta. Astrodioses, cómo detestaría ella esa idea.

Dex suspiró con pesadumbre y acercó su silla a Andi. Vacilante, rozó una mano contra la de ella. El calor de su piel era un bálsamo, esa pequeña señal de vida era lo único que hacía que el nudo de tensión dentro de él se aflojara un poco. Estudió el grueso vendaje blanco en su pecho, justo bajo su clavícula. Debajo se escondían los puntos oscuros que lograban mantener unida su piel. Que curaban la carne desgarrada por el cuchillo de Valen. Dex había visto e infligido muchas heridas, algunas mucho más terribles que ésta. Pero ver a Andi en ese estado le traía una oleada de recuerdos que hacían que su cabeza perdiera el control.

Valen Cortas estaba parado frente a Andi en el baile de Ucatoria. Caían gotas de sangre del cuchillo que acababa de hundir en su pecho. Andi cayó de rodillas, buscó la empuñadura con manos temblorosas y la arrancó. Luego se balanceó, y el cuchillo cayó al suelo mientras ella se desplomaba, rodeada de un creciente charco de su propia sangre.

Llegó demasiado tarde. Por un breve instante, Dex pensó que estaba muerta. A su alrededor, todo el salón se estaba volviendo más callado, los gritos se iban apagando. Unos cuantos disparos aquí. Unos cuantos allá. El golpe de un cuerpo contra el suelo. El clic de otra bala plateada que se deslizaba dentro de la cámara de un rifle.

Dex llegó al escenario. Los líderes de los sistemas estaban acurrucados en sus sillas, y los cuerpos de los Patrulleros estaban esparcidos en el suelo a su alrededor. Pero él sólo tenía ojos para Andi.

—Aguanta —le dijo Dex a Andi. Le encontró la garganta con los dedos. Un diminuto latido de corazón palpitaba bajo su piel—. Tú sólo aguanta.

Dex parpadeó ante el repentino gemido de Andi.

Se dio cuenta de que le había estado apretando la mano demasiado fuerte. Le había enterrado las uñas, roídas por mordérselas durante las últimas noches de insomnio, en la palma de la mano. La soltó de inmediato, pero se inclinó hacia delante, sin poder apartar la mirada de su rostro.

—¿Andi?

Sus párpados revolotearon.

Por un momento, Dex temió que estuviera muriendo. Que las puntadas se hubieran infectado o que la sangre que Lon había donado en los pocos momentos preciosos después de su fuga se hubiera mezclado mal con la de ella, donante universal o no. Tal vez hasta el Astrodiós de la muerte, todavía presente de manera tan inquietante en esta habitación, se estaba riendo mientras levantaba su guadaña en la sombra y se preparaba para llevar a Andi al otro lado.

Pero entonces sus ojos se abrieron.

Grises como un mar tormentoso.

Dex dejó escapar un suspiro sibilante que ni siquiera se había dado cuenta de que había estado conteniendo.

—Hey —dijo, sintiendo que la tensión se desbordaba y desaparecía en un instante—. ¿Cómo te sientes?

—¿Dex? —por un momento, Andi simplemente miró a su alrededor, como si tratara de darle sentido a su entorno. Parecía tranquila, sólo una persona que despertaba de un sueño reparador.

Luego sus ojos se movieron lentamente para fijarse en los de Dex, y pareció invadirla la confusión mientras arrugaba la frente.

—¿Qué… pasó? —preguntó. Tenía la voz ronca por falta de uso, un susurro que trataba de liberarse para volverse algo más.

—Estás viva —dijo Dex, sin poder evitar que una sonrisa de alivio se extendiera por su rostro—. Estás a salvo.

—¿A salvo? —preguntó Andi. Intentó sentarse y gimió, y una de sus manos subió hacia las vendas blancas que cubrían la herida de cuchillo en su pecho.

Era lo más despierta que había estado en días. Dex respiró hondo y alcanzó su mano, aún sin saber cómo explicarle todo. La habían herido gravemente, pero no era una niña. Ni su corazón ni su alma eran débiles. Podría enfrentar esto, aunque casi llegara a romperla.

—Hubo un ataque contra Arcardius —dijo Dex—. Durante Ucatoria. ¿Lo recuerdas?

Los ojos de Andi se endurecieron.

—Nor Solis… ella llegó, y… —las palabras de Dex se fueron apagando. ¿Cómo podía explicarle lo que había pasado? ¿Cómo podía decirle que todas las personas que llenaban el salón de baile y que él había creído muertas, de pronto se habían levantado y le habían jurado lealtad a la misma mujer que los había atacado? ¿La misma mujer que todos habían temido, odiado, durante casi diez años?

Lo peor de todo, ¿cómo podía decirle a Andi que su tripulación estaba entre los muertos resucitados que se habían unido al lado de Nor?

—¿Dónde está Lira? —preguntó Andi de pronto—. ¿Y Breck y Gilly?

El corazón de Dex casi dejó de latir. Abrió la boca, pero no salieron palabras.

Y entonces vio que la expresión de Andi cambiaba mientras recapitulaba y los recuerdos se estrellaban contra ella, haciéndola apartarse de él.

—Mi tripulación —gruñó Andi, con voz todavía ronca. Dex le pasó una taza de agua, que bebió con voracidad.

—Androma —suplicó Dex—, lo intenté. Traté de llegar a ellas, pero… había tanto caos. Tantos enemigos. Y estabas muriendo.

Andi tenía los ojos muy abiertos por el miedo y la rabia. Todo su cuerpo había empezado a temblar.

—¿Dónde. Está. Mi. Tripulación?

Se incorporó tan repentinamente que él no pudo detenerla, con un movimiento tan brusco que gritó de dolor. La taza cayó al suelo con estrépito. Su mano apresó la de Dex y oprimió sus dedos. Ella apretó los dientes y giró las piernas sobre el borde de la cama, mirándolo de frente, y el dolor se encendió en sus ojos mientras comenzaba a brotar el rojo entre las vendas blancas.

—¿Dónde están? —preguntó Andi—. Por favor, Dex. Dime dónde están.

—Están…

¿Cómo podía ser él quien le diera estas noticias? Acababa de recuperar su perdón sólo unos días atrás, después de años esperando volver a encontrar un lugar en su corazón, y ahora la había traicionado de nuevo. Era un cobarde, un fracaso, por no haber podido salvar a su tripulación antes de que Nor los venciera.

—Astrodioses, Andi. Lo siento mucho. Las dejamos.

Odió las palabras en el mismo momento en el que brotaron de sus labios, pero ¿qué otra cosa podía hacer? No podía ocultarle una maldita cosa. Ella había visto ya la respuesta en sus ojos traicioneros, y en el momento en que abandonara esta sala médica, encontraría la nave fría y vacía, y a Lon como la única otra alma a bordo.

—No —articuló Andi en voz tan baja que Dex apenas pudo escucharla. Ella sacudió la cabeza y sus rasgos se inundaron de incredulidad, oscureciendo los semicírculos debajo de sus ojos—. No.

—No hubo manera de que llegara a ellas después del ataque —dijo Dex con voz ahogada—. La última vez que las vi, estaban vivas. Pero estaban… Andi, se unieron a Nor.

Todos en el salón de baile de Arcardius lo habían hecho. Todos, excepto Dex, Andi y un puñado más, pero los soldados de Xen Ptera habían asesinado a esas otras personas de inmediato.

Nunca olvidaría la manera en que había caído la feroz tripulación de Andi. Cómo se habían levantado de nuevo, y habían aclamado a Nor como su reina. Le había dolido dejarlas, era algo que todavía lo perseguía.

Reviviría ese día para siempre en su corazón y en su mente.

—Tenemos que ir con ellas —insistió Andi. Antes de que Dex pudiera abrir la boca para responder, ya estaba en pie. Sus pantalones grises y holgados ondearon cuando ella se giró y avanzó trastabillante hacia la puerta.

—¡Andi! —Dex se abalanzó hacia ella—. ¡Detente!

Ella empujó el botón rojo de salida que estaba junto a la puerta, y luego se tambaleó y casi cayó de rodillas, jadeando de dolor. Pero se recuperó cuando la puerta se abrió y vio los pasillos plateados del Saqueador que esperaban más allá. Dex saltó frente a ella con los brazos extendidos.

—Tienes que descansar —dijo—. Vas a abrir las puntadas todavía más. Valen casi llegó a tu corazón.

Andi miró su pecho, como si apenas se diera cuenta de la herida.

—Desearía que lo hubiera alcanzado —dijo, con los ojos abiertos de par en par y enrojecidos por las lágrimas que Dex sabía que no derramaría—. No quiero vivir sin ellas.

Su sangre ya había empapado el vendaje. Andi se tambaleó y se apoyó contra el marco de la puerta. Tenía demasiados medicamentos para el dolor en el cuerpo. No había comido en días. Dex ni siquiera entendía cómo lograba mantenerse en pie.

—Muévete —gruñó ella—. Por favor, Dextro. Antes de que te mueva yo.

—¿No crees que quiero hacerlo? —preguntó Dex —. Andi, casi no he dormido desde que las dejamos. Casi no he comido, no he hecho más que sentarme junto a tu cama y revivir esa noche en mi mente.

Gilly. Lira. Breck.

También se habían vuelto importantes para él. Y las había traicionado, a Andi, al dejarlas atrás. Hasta Lon, que por lo general era tan amable y tranquilo, lo había mirado como si quisiera matarlo cuando llegó al Saqueador con Andi y el general a cuestas, pero sin su hermana gemela, Lira.

¿Por qué todo había recaído sobre Dex? No podía cambiar la marea de esta guerra solo.

Tragó saliva.

—No hay nada que podamos hacer. Nada. No estabas consciente. No viste lo que les pasó. No viste cómo cambiaron.

Dex se estiró para agarrarla por los hombros, para guiarla suavemente de regreso a la cama, pero Andi gritó con furia y golpeó la pared con el puño mientras se alejaba de él dando tumbos.

—Maldito seas, Dextro. ¡Fuera de mi camino, carajo!

—Por favor —suplicó Dex. Ya podía sentir la debilidad dentro de él, ese miedo espantoso de perderla de nuevo cuando apenas acababa de recuperarla—. Por favor, sólo déjame ayudarte. No hay nada que puedas hacer por ellas, Andi. No antes de que descanses y sanes.

—No puedes hacerme esto —susurró ella. Su voz temblaba—. Por favor, Dex. No puedes lastimarme así.

—Estoy tratando de protegerte.

Porque te amo, pensó Dex. Pero le fallaron las palabras, y dejó caer las manos a sus costados.

—No quiero que me protejas —dijo Andi—. Ahora no.

Se dio la vuelta con los hombros caídos mientras apretaba una mano contra el pecho y se arrastraba hacia su cama, jadeando arduamente.

A Dex le dolía verla así. Le dolía porque la había traicionado a ella y a su tripulación. Pero no había manera de salvarlas. Al menos, no ahora. Tal vez nunca. Todavía no sabía cómo Nor y los soldados de Xen Ptera habían tomado el control, o qué había en esas balas de plata, o si había alguna forma de revertir lo que habían hecho a la mente de todos.

Y no tenía idea de hasta qué punto y cuánto se había extendido el reinado de Nor desde que habían huido de Arcardius. Hasta donde Dex sabía, Nor tenía ahora el control de toda la galaxia.

—Te lo juro —dijo Dex, siguiendo a Andi hasta el otro lado de la habitación—. Lo juro por mi vida, Andi, descubriremos lo que Nor le hizo a tu tripulación. Vamos a encontrar la manera de llegar a ellas. Sólo tenemos que…

Andi se dio la vuelta rápidamente, y su rostro se volvió una máscara de dolor mientras le lanzaba un puñetazo.

Dex se agachó por reflejo, pero el golpe conectó en el último momento. Soltó un grito ahogado al sentir una punzada de dolor en el cuello. Entonces fluyó por él un calor lánguido, como si se hundiera en las aguas termales de Adhira.

Dex levantó las manos lentamente, como en un sueño, y sus dedos extrajeron con torpeza la jeringa vacía clavada en su piel. La misma que había estado en la mesita de noche y que Lon había dejado allí por si Andi despertaba con mucho dolor. La jeringa llena de soduum, un potente medicamento para el dolor.

—¿Por qué? —jadeó Dex. Pero tendría que haber esperado algo así. La jeringa cayó con un suave tintineo al suelo, y Dex siguió después, casi sin darse cuenta, mientras sus rodillas tocaban el suelo. Sabía que sólo le quedaban momentos antes de que el soduum se lo llevara. La tibieza nadó por sus venas, con demasiada velocidad para ignorarla, llamándolo ya para que se dejara envolver en un sueño profundo.

Oyó pasos suaves y un jadeo entrecortado mientras Andi se acercaba. Al levantar la vista, los rasgos de Andi ya parecían fundirse con los bordes difusos, mientras se alzaba sobre él con el pecho sangrando en un rojo brillante bajo las inhóspitas luces de la sala médica. Un hilo de sangre se filtraba de las vendas y le había manchado la camisa mientras bajaba deslizándose por su abdomen.

—Lo siento, Dex —dijo Andi, su voz sonó como un canto fúnebre mientras su cabeza golpeaba el suelo—. No hay yo sin ellas.

Cuando salió de la sala médica, ya no era Androma Racella.

La Baronesa Sangrienta entró por los pasillos del Saqueador, convertida en la capitana que destrozaría los cielos para rescatar a su tripulación.

CAPÍTULO 2

ANDI

Todo dolía.

A Andi le dolían los huesos, le gritaban los músculos y la herida en el pecho le rogaba que dejara de moverse. Pero por su mente pasaban imágenes de su tripulación que la impulsaban constantemente hacia delante por los pasillos plateados de la nave.

Si tan sólo pudiera volver a Arcardius… sabía que encontraría la manera de salvarlas.

Lira. Breck. Gilly.

Las palabras de Dex resonaron en su mente cuando llegó entre tropiezos al pequeño pasillo que conducía hacia el puente de mando, y reverberaron por su cráneo mientras colocaba la palma de la mano frente al panel de acceso azul a la derecha de la puerta.

Se unieron a Nor.

Andi negó con la cabeza, desechando esa noción traicionera.

Su tripulación nunca se uniría a la reina de Xen Ptera, sin importar cuánto la amenazaran. Pero ¿qué había dicho Dex sobre el hecho de que ellas habían… cambiado?

Entonces se recorrió la puerta, y todos los pensamientos salieron expulsados de la mente de Andi mientras se apuraba a entrar, escaneaba la palma de la mano rápidamente en el panel de acceso interior e ingresaba la orden de sellar el puente de mando. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, exhaló en lo que parecía ser la primera vez desde que despertó. No lograría mantener a Dex fuera para siempre —después de todo, era cierto que la nave había pertenecido a Dex por años—, pero se las vería negras para entrar una vez que recobrara el conocimiento.

Por un momento, Andi apoyó la frente contra el frío metal de la puerta, que contrastaba con su piel ardiente. Cerró los ojos y respiró lenta y profundamente, y luego se volvió para mirar la fila de asientos donde alguna vez se había sentado su tripulación.

Asientos que ahora estaban tan terriblemente vacíos.

La visión de Andi, antes turbia por los medicamentos, comenzó a aclararse poco a poco mientras se dirigía hacia el frente del puente de mando. De sus labios escapó un gemido cuando por fin se sentó en el asiento del piloto. Sentía como si estuviera mal sentarse allí, como si tomara el lugar que siempre había pertenecido a Lira. Un lugar que Andi no tenía el derecho a reclamar, después de lo que le había ocurrido a Kalee. Pero hizo a un lado su incomodidad y la reemplazó con la feroz necesidad de recuperar a sus chicas. No importaba lo que sintiera sobre pilotar, no cuando sus vidas corrían peligro.

Eso, si la reina Nor no las había matado ya.

Apenas le pasó la idea por la mente cuando la aniquiló de inmediato. Estaban vivas. Tenían que estarlo. Andi no podía permitirse pensar otra cosa; no podía lidiar con ese dolor. Le dolería más eso que ser desollada viva y que la quemaran lentamente, hasta que su carne ensangrentada quedara crujiente.

Tenía que salvarlas, aunque en el proceso terminara matándose.

Era mejor intentar y morir que no intentarlo en absoluto.

Cada segundo contaba en su contra, así que con toda su fuerza de voluntad Andi colocó los brazos adoloridos en la consola y, despacio, con cuidado, ingresó las coordenadas de Arcardius. La pantalla holográfica de navegación comenzó a parpadear frente a sus ojos, realzada por las nubes que se arremolinaban y resplandecían más allá de las paredes de varilio de la nave.

La densa niebla de color oscureció la vista que tenía Andi de las estrellas y, al verla, un escalofrío de temor recorrió su espalda.

—¿Memoria? —preguntó sin aliento.

La suave voz femenina del sistema de control del Saqueador cobró vida a su alrededor.

—¿Cómo puedo ayudarla, capitana?

—¿En dónde estamos exactamente?

Hubo una larga pausa antes de que Memoria respondiera.

—El sistema de navegación está actualmente fuera de línea. No puedo determinar nuestra ubicación precisa en este momento.

Andi se quedó mirando las espirales danzantes de neblina rosada y dorada mientras surgía en su interior una repentina sospecha.

—Memoria, ¿cuál fue el destino del último salto hiperespacial?

—Las últimas coordenadas ingresadas fueron para una ubicación en las afueras de la nebulosa Xintra.

Sus manos comenzaron a temblar de rabia. Su nave estaba dentro de una maldita nebulosa. Una enorme burbuja de espacio lleno de gases y escombros que inutilizaban por completo los sistemas de navegación y rastreo del Saqueador. Un lugar que sólo los pilotos más hábiles podrían atravesar sin perder el camino.

Y no cualquier nebulosa: la Xintra. Hasta el otro lado de la galaxia de donde estaba el Sistema Phelexos y Arcardius. Tan lejos como podía estar de sus chicas.

Andi ahogó una carcajada sin humor. Mataría a Dex cuando despertara.

El sonido de un puño golpeando contra la puerta del puente de mando la hizo brincar, y esto lanzó una ola de dolor por todo su cuerpo. Un grito amortiguado resonó desde el otro lado.

—Andi, por favor, ¡déjame entrar!

La voz desconocida hizo que Andi se levantara del asiento y buscara instintivamente sus espadas gemelas. Maldijo en voz baja cuando se dio cuenta de que tal vez seguían en la sala médica, y comenzó a buscar otra arma en el lugar. Lo más seguro era que Gilly o Breck hubieran escondido una pistola en alguna parte.

La persona que estaba afuera volvió a golpear la puerta, esta vez con más urgencia.

—Andi, soy Lon. ¡Abre la puerta! Tenemos que hablar.

Andi sintió tanto alivio que se le aflojaron las rodillas. Lon. Se le había olvidado que Lira había organizado que lo trasladaran al Saqueador durante el baile Ucatoria, para acelerar la salida de la tripulación de Arcardius después de que terminaran sus tareas de guardia para el general Cortas. Seguramente ya estaba en la nave cuando Dex la llevó a bordo después del ataque.

Y, lo más importante, era un aliado. Sin duda Lon quería tanto como ella rescatar a su hermana. Juntos podrían convencer a Dex de pilotarlos fuera de aquí, de regreso a Arcardius.

Sin embargo, la rabia y la adrenalina que la habían llevado hasta ahí ya se estaban disipando, y de pronto la distancia hasta el panel de acceso pareció mucho más larga que antes. Andi se hundió en el asiento de piloto, maldiciendo en voz baja por el estado en el que se encontraba su cuerpo, y dijo:

—Memoria, abre la maldita puerta antes de que Lon la tire a golpes.

La puerta del puente de mando se abrió con un silbido, y Lon entró con una expresión de cautela en el rostro azul. Andi arqueó una ceja y se volvió de nuevo a la pantalla holográfica, donde titilaba un mensaje de error. Arrastró el dedo por la pantalla para quitarlo, abrió un diagrama de la galaxia Mirabel y lo proyectó en el aire a su alrededor.

—Estamos en la nebulosa Xintra —dijo Lon, señalando la polvorienta nube rosada que flotaba en el espacio entre los sistemas Olen y Tavina.

—Sí, eso ya lo había deducido —comentó Andi con aspereza—. ¿Y por qué exactamente estamos aquí, cuando mi tripulación, cuando tu hermana, está al otro lado de la galaxia?

Lon se veía cansado cuando se hundió en el asiento que solía ser de Breck.

—Estamos aquí porque la reina Nor también está al otro lado de la galaxia. Junto con su ejército de seguidores controlados por la mente.

Andi parpadeó.

—¿Perdón? ¿Control mental? —tan sólo decir esas dos palabras sonaba ridículo—. ¿De qué demonios estás hablando?

Lon suspiró con exasperación.

—¿En serio, Andi? ¿No dejaste que Dex explicara nada antes de dejarlo fuera de combate?

Andi sintió que se empezaba a enfadar y que el calor inundaba sus mejillas.

—Dejó a mis chicas atrás, Lon. No estaba exactamente de humor para escuchar lo que tenía que decir.

—No le quedaron muchas opciones que digamos. Si hubiera intentado rescatarlas a ellas también, lo más probable es que todos hubiéramos terminado muertos o bajo el control de Nor —Lon negó con la cabeza y se puso en pie, tendiéndole una mano a Andi—. Vamos. Volvamos a la sala médica. Estás sangrando por todos lados y podemos tratar de despertar a Dex. Él estuvo allí; te puede contar lo que sucedió mucho mejor que yo.

Andi no se había permitido por años confiar en nadie más que en sí misma y en su tripulación. Nadie más había demostrado ser digno de su confianza, e incluso cuando se trataba de Lira, Breck y Gilly, Andi por mucho prefería ser la que estuviera cuidándoles las espaldas.

Así que mientras ella y Lon se abrían paso lentamente hacia la sala médica, se sintió mortificada de tener que recargarse en él cada vez más, incapaz de mantenerse erguida sola. Apretó los dientes con frustración y trató de poner algo de fuerza en las piernas, pero el esfuerzo fue inútil.

—No hay vergüenza en aceptar ayuda, Andi —dijo Lon con suavidad—. Casi mueres, y estuviste muy sedada por casi una semana. Para empezar, me sorprende que hayas podido llegar al puente de mando.

Andi se detuvo de pronto mientras la inundaba una ola de conmoción. Podía sentir que se le iba el color del rostro mientras se volvía para mirar a Lon.

—¿Llevo una semana fuera?

Lon la atrapó mientras se balanceaba, luego la guio los últimos pasos hacia la sala médica.

—Andi, me parece que no te das cuenta de qué tan grave fue tu herida, ni de la cantidad de sangre que perdiste antes de que Dex lograra subirlos a ti y al general Cortas a la nave.

—Espera —dijo Andi. Su mente daba vueltas, confundida, mientras Lon levantaba una mano hacia el panel de acceso junto a la puerta de la sala médica—. ¿El general está aquí? ¿Cyprian Cortas está en mi nave?

La sola idea de ese hombre aquí, a bordo de su nave, cuando sus chicas no lo estaban, hacía que le hirviera la sangre.

—Estaba —dijo Lon. Se recorrió la puerta, revelando el cuerpo musculoso de Dex tendido en el suelo. Lon entró rápidamente a la sala médica, se arrodilló y le sacudió el hombro con rudeza—. Murió poco después de que saliéramos de Arcardius.

Andi se aferró al marco de la puerta, intentando evaluar qué sentía con respecto al fallecimiento del general. Cyprian Cortas había sido un hombre cruel y ambicioso, pero también, uno de los generales más grandiosos en la historia de Arcardius. Y el padre de la chica a la que alguna vez había querido como una hermana… la chica a la que había fracasado en proteger.

Kalee.

Un gemido de Dex la alejó de sus oscuros pensamientos. Lo observó, sintiéndose ligeramente culpable, mientras él despertaba y llevaba una mano a su cuello. Él hizo una mueca cuando tocó el lugar donde le había clavado la jeringa.

Mientras Lon lo ayudaba a sentarse, los aturdidos ojos marrones de Dex se alzaron lentamente para encontrarse con los de Andi. Ella sostuvo su mirada por un momento, vacilante, preguntándose qué estaría pensando. Entonces, los labios de Dex se curvaron en una media sonrisa.

—Sé que necesitaba dormir, Baronesa, pero podrías haber sugerido que me echara una siesta —dijo.

Su tono era burlón, pero Andi pudo ver en su mirada la tristeza y la preocupación que había por debajo. Trató de mantener la voz ligera al preguntare:

—¿Y me habrías hecho caso?

Dex agachó la cabeza, pero no con la suficiente velocidad para disimular la expresión de dolor.

—Tal vez no. Sabes que nunca he sido muy bueno para eso.

Una punzada de remordimiento llenó el pecho de Andi, sumándose al dolor de su herida, que empeoraba gradualmente.

—Yo tampoco —admitió. Él la miró con incredulidad, y su rostro se llenó de esperanza. Andi intentó sonreír, pero se convirtió en una mueca cuando la recorrió una punzada de dolor. Respiró hondo entre dientes, y Lon se puso en pie para apresurarse a su lado.

—Los dos necesitan descansar —dijo con severidad, mientras la dirigía de nuevo hacia la cama en la que había despertado—. Y es probable que necesites nuevas puntadas. Pero me parece que podrías tratar de apuñalarnos con algo peor que una dosis de soduum si no obtienes algunas respuestas pronto.

—No te equivocas —respondió Andi con voz débil, acomodándose en la cama con la ayuda de Lon. Dex se puso en pie y se dirigió hacia ella, mientras que Lon le quitaba el vendaje empapado de sangre del pecho. Andi bajó la mirada y soltó un silbido al ver el terrible aspecto de la herida.

—Otra cicatriz para mi colección, cortesía de ese bastardo de Valen Cortas —dijo con tono amenazante.

—Esa descripción es más cierta de lo que podrías imaginar —dijo Dex, acomodándose en una silla junto a la cama de Andi mientras Lon se apresuraba a buscar los suministros que necesitaba para curar su herida—. Teniendo en cuenta que no es el hijo de Merella y Cyprian Cortas.

Andi se le quedó mirando, segura de haber entendido mal.

—A ver, ¿otra vez?

—Bueno, Cyprian es, o mejor dicho, era su padre —aclaró Dex—. Pero su madre… su madre era Klaren Solis.

Andi se quedó boquiabierta.

—¿Qué? —gritó—. Pero… eso significa…

Dex asintió.

—Que es el medio hermano de la reina Nor, sí.

Antes de que ella pudiera procesar por completo el horror de esa idea, Lon volvió con una aguja, hilo quirúrgico y vendas. Volvió a acomodar a Andi sobre las almohadas y comenzó a reparar el daño que se había hecho en la herida, mientras Dex detallaba el resto de la historia, contándole lo que el general había revelado durante sus últimos momentos.

Cómo Klaren de alguna manera había logrado hechizarlo durante los años en que había vivido en la finca Cortas como su prisionera. Cómo había quedado embarazada de su hijo, un hijo que él siempre temió que algún día heredara las extrañas habilidades de su madre. Un hijo en el que él nunca podría confiar, que nunca podría nombrar como su heredero.

Un hijo que era mitad xenpterano, o tal vez algo completamente distinto.

—Entonces, ¿Valen y Nor tienen algún tipo de habilidad de persuasión? —preguntó Andi mientras Lon terminaba de alisar el nuevo vendaje en su lugar.

—A juzgar por lo que sucedió durante el baile Ucatoria, diría definitivamente que sí —dijo Dex, y su expresión se ensombreció—. Le dispararon a toda esa gente… Pensé que estaban muertos, pero no sangraban. El salón debería de haber estado lleno de sangre, pero no había ni una gota. Y luego… —Dex se estremeció, como si reviviera el recuerdo en su mente—. Comenzaron a levantarse. Y cuando Valen les dijo que se inclinaran ante su reina, simplemente… lo hicieron. Sin dudarlo.

—¿Las chicas también? —susurró Andi.

Dex asintió bruscamente, y Andi desvió la mirada, con los ojos anegados. Respiró hondo, una vez, dos, conteniendo las lágrimas que amenazaban con derramarse.

Las lágrimas no salvarían a su tripulación. Eran una debilidad que no podía permitirse.

—Tenemos que volver —dijo—. Tenemos que liberarlos.

—No es tan simple —intervino Lon, sacudiendo la cabeza—. No tenemos idea de cómo los están controlando Nor y Valen. De cómo están controlando a todos. No podemos simplemente volar de regreso a Arcardius y confiar en la suerte. Necesitamos más información. Y un plan.

—Quieren estar allí, Andi —agregó Dex, tomando una de las manos de ella entre las suyas—. O al menos, eso creen. Es probable que se resistan si intentamos alejarlas de Nor.

Ella no quería creer sus historias de esa noche. Pero tenían los rostros afligidos, como si no pudieran evadir la realidad, por más que desearan que no fuera cierto.

La idea de dejar a las chicas en las garras de Nor le rompía el corazón. Valen y la reina xenpterana podían estar torturándolas ahora mismo, o forzándolas a hacer las cosas más horribles. Pero Dex y Lon tenían razón: jamás podrían rescatar a su tripulación si morían en el proceso.

Andi apretó la mano de Dex y asintió con decisión.

—Entonces tenemos que encontrar una manera de liberar sus mentes y elaborar un plan para sacarlas de ahí.

—¿Y luego? —preguntó Lon.

Andi se permitió que una sonrisa gélida se extendiera por su rostro.

—Y entonces la Baronesa Sangrienta saldrá de cacería.

CAPÍTULO 3

VALEN —TRES SEMANAS DESPUÉS

Los dedos de Valen se crisparon mientras caminaba por el jardín flotante que alguna vez fuera el lugar predilecto de su hermana menor, Kalee.

Media hermana, se recordó a sí mismo. Ahora que estaba de regreso en Arcardius, a Valen le resultaba muy fácil perderse en los recuerdos de su pasado. Un pasado en el que Kalee había sido el único punto brillante; la única persona que en verdad le había importado. Merella, la mujer que alguna vez creyó que era su madre, siempre había sido distante con él, nunca lo había acogido con esa calidez que le había dado a Kalee en abundancia. Y su padre…

Bueno, ahora sabía la verdad. Sabía por qué Merella nunca lo había amado, y por qué su padre siempre lo había odiado.

El aire estaba fresco hoy, un recordatorio de que se acercaba la temporada de frío. Con la primera helada, las plantas verdes y las flores que parecían joyas en este jardín se tornarían de un color azul espumoso, en señal de hibernación. Pasarían los cinco meses de la estación fría congeladas entre la vida y la muerte, en el limbo, así como se había sentido Valen durante toda su existencia.

Hasta que había llegado Nor.

La única razón por la que Valen se había quedado en Averia fue porque amaba a su otra media hermana. La montaña flotante donde se ubicaba la finca Cortas siempre le había parecido una prisión, e incluso ahora que ya no estaba la familia Cortas, sus recuerdos seguían sometiéndolo. Pero Nor lo había rescatado de su falsa vida. Lo había salvado y le había dado un nombre.

No Cortas, sino Solis.

Le debía todo a ella, por la manera en que le había permitido ver la verdad, quién era él en realidad: un hombre con persuasión en la sangre, con un derecho legítimo a una vida mucho más rica que la que siempre había tenido, pero de la que nunca se había sentido parte realmente. Y aunque él tenía el control de las mentes en todo Mirabel… Nor era la verdadera reina de Valen.

Con cada momento que pasaba, con cada nuevo soldado que se lanzaba por Mirabel para propagar el virus Zénit, se iban agregando más mentes al nexo de conexiones de Valen. Al principio, había sentido el momento exacto en que cada bala de plata daba en su objetivo. Las balas contenían un suero que la científica bicéfala de Nor, Aclisia, había perfeccionado en Xen Ptera. De alguna manera, había replicado hebras del ADN de Valen y las había utilizado para crear un virus que unía para siempre las mentes de sus víctimas a la de él, dejándolas vulnerables a sus habilidades de persuasión.

Al principio, el ruido había sido insoportable.

Las primeras conexiones durante el entrenamiento de Valen en Xen Ptera casi lo habían abrumado por completo. Nor le había proporcionado traidores y criminales para que practicara y, en esos primeros días, a menudo se perdía entre los pensamientos oscuros de éstos. Darai, el anciano consejero que había prestado servicio a Nor toda la vida, había ayudado con el entrenamiento de Valen al principio, pero éste no había logrado tolerar su carácter desdeñoso por mucho tiempo. Nor entonces se había hecho cargo y, finalmente, Valen había aprendido a controlar su poder.

Con el tiempo, descubrió una forma de calmar las mentes, de encerrarlas en su propio reino, de modo que cuando se agregaba una nueva, era sólo un ruido de fondo. Había fortalecido los límites mentales alrededor de ese reino, construyendo muros alrededor de esas otras mentes, hasta que quedaron encerradas en una fortaleza impenetrable que estaba al nivel de la prisión de obsidinita en la que alguna vez había estado atrapado en Lunamere.

Y luego, por fin, hubo silencio.

Ahora sólo necesitaba oír las mentes cuando quisiera. Y con la ayuda del virus Zénit, Valen podía alcanzarlas desde cualquier rincón de la galaxia. Las obligaba a servir a Nor, su verdadera reina, sin importar el costo.

¿Escondiéndote otra vez, hermanito?

La voz juguetona de su hermana perforó el canto de los pájaros en el jardín. Entró en su mente como una manta cálida y reconfortante, calmando a Valen como ninguna otra cosa que hubiese tenido jamás. Había llegado a amar esa conexión que tenían, y su poder se alimentaba de ésta cada vez que hablaban en la mente del otro.

En Xen Ptera, habían compartido una vida juntos: dos años dedicados a perfeccionar los poderes de Valen. Y en todo ese tiempo, su padre cruel nunca fue a buscarlo. A Valen alguna vez le había importado complacer al general, pero ahora sabía que la esperanza había sido inútil. Tonta, y absolutamente absurda. Su padre nunca había sido capaz de amarlo, de sentirse orgulloso de su hijo.

Ahora lo único que le importaba era complacer a Nor, y recuperar el tiempo que cada uno de ellos había perdido por culpa de su infancia envenenada: Valen como prisionero de su padre, Nor como prisionera de su dolor y su pena.

Ahora podían deleitarse en su libertad compartida.

No me estoy escondiendo, le respondió Valen con el pensamiento a Nor, mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro. Simplemente estoy evitando a cierto consejero que me pone nervioso. Puedes imaginar cuál será mi próxima movida cada vez que Darai convoque una reunión.

Valen prácticamente podía ver a su hermana alzando sus ojos dorados al cielo del otro lado de su conexión. Ella sabía que él sentía una fuerte aversión por el anciano. Darai le recordaba a su padre: algo en su rostro, o tal vez la oscuridad de sus ojos. Siempre sentía como si Darai no creyera que él fuera lo suficientemente bueno, lo suficientemente digno, para estar conectado tan de cerca con su preciosa Nor.

Valen sospechaba que parte de su molestia se debía a la historia que compartían Darai y Nor. El anciano consejero prácticamente la había criado, y ella lo veía como un tío, si bien uno que con frecuencia la irritaba. Y durante todos los años que habían pasado juntos desde que había nacido Nor, nunca habían tenido que fingir que Mirabel era lo único que importaba. Siempre habían sabido la verdad, mientras que Valen aún se estaba poniendo al día.

Con un gesto de amargura, arrojó una piedra al estanque frente a él, sorprendiendo a una criatura de ojos morados que descansaba a la orilla del agua. Ésta se escabulló y desapareció entre el abundante follaje. Valen la siguió con los ojos hasta que su mirada se posó sobre el enorme anillo de plata que flotaba más allá del jardín, apenas visible entre los árboles.

El Nexus.

El monstruoso satélite se había convertido en la nueva obsesión de Nor tras haber tomado el poder durante el baile Ucatoria. Durante las últimas semanas, habían estado trabajando en él ingenieros, científicos y obreros, día y noche, perfeccionando cada ángulo y plano del dispositivo que amplificaría la capacidad de persuasión de Valen y enviaría su mensaje a todos los rincones de la galaxia.

La verdadera reina de Mirabel es Nor Solis. Protéjanla, hónrenla, adoren su causa.

Era un emprendimiento enorme, pero Valen tenía toda la fe en que su hermana vería que se lograra. Nor era una mujer con una misión, y cuando se proponía algo, era imparable.

La voz de Nor en su mente hizo que la atención de Valen volviera al presente. Evitar es lo mismo que esconderse, hermano. ¿No se supone que deberías querer estar aquí para esto? ¡Será divertido!

Define divertido, pensó Valen, enviando el mensaje por su portal mental. Se contrajo un músculo en su sien, la punzada de un dolor de cabeza que amenazaba con llegar. Valen suspiró y frotó su frente con los dedos manchados de pintura.

¿Otro dolor de cabeza?, preguntó Nor. Valen sentía su preocupación, incluso a través de su enlace mental. Desde que Nor había tomado el control, y la galaxia se había dejado llevar por la persuasión de Valen… él había cambiado de tantas maneras.

Era más poderoso de lo que jamás había sido, pero también estaba cansado. El tipo de agotamiento que llegaba hasta sus huesos y que no podía sacudirse del todo.

Sólo es estrés, dijo Valen a su hermana con el pensamiento. Tal vez provocado por ese androide médico que pusiste a seguirme desde hace dos días. Ese que, en caso de que no lo hayas notado, desapareció misteriosamente.

El silencio de Nor le hizo notar a Valen que ella sabía que la había descubierto. Valen suspiró cuando Nor se apartó del portal entre sus mentes, enviándole una imagen final de la escena frente a ella. Un maquillista con cejas de color azul profundo le frotaba rubor en las mejillas, ayudándola a prepararse para el discurso que daría en un rato más.

Te ves hermosa, hermana, pensó. La gente se volverá a enamorar de ti cuando te vean en las transmisiones de hoy.

Valen sintió que Nor le sonreía justo antes de que el enlace se desvaneciera. Sabía que ella estaba preocupada por él, pero había tantas otras cosas en las que Nor necesitaba concentrarse ahora.

Por ejemplo, los ataques de los Inafectados.

Era algo que Valen había temido desde el principio, después de enterarse de que a algunos no les afectaba su persuasión. Eran pocos en número, a juzgar por las extensas pruebas que había hecho Aclisia del virus Zénit. De cada cien que sucumbían ante la persuasión de Valen, inclinándose ante Nor a pesar de lo que hubieran sentido originalmente por ella, sólo uno se resistía. Así que, a pesar de su ansiedad, jamás había pensado que fueran capaces de contraatacar.

Pero apenas llevaba una semana el reinado de Nor, cuando un grupo de Inafectados se unió y destruyó los cuarteles militares de Tenebris que albergaban a muchos de los reclutas más recientes de la causa. Valen había sentido el momento de la muerte de esas mentes bajo su persuasión. Como si fueran fósforos, apagados de un soplo. Estaban ahí y, de pronto, ya no.

Sucedió de nuevo, pocos días después, en Adhira. Un grupo pequeño pero bien organizado de Inafectados salió del sector selvático del planeta terraformado y derribó las torres de comunicación. La transmisión de video de Nor, que estaba programada con un ciclo de repetición constante por toda la galaxia, se había cortado por medio día.

Aunque seguían llegando a Arcardius noticias de más ataques desde todos los rincones de Mirabel, no bastaban para causarle terror a Valen. No, sería necesario mucho más para quebrarlo. Pero veía la manera en que las manos de Nor a menudo se cerraban en puños. Cómo sus labios, normalmente delicados y suaves, se habían cubierto de costras pequeñas por mordérselos al dormir. Lo último que Nor necesitaba era pasar un solo momento preocupándose por él.

Valen debía ser fuerte, por ella. Los Inafectados caerían con el tiempo, cuando perdieran el ímpetu. Cuando se dieran cuenta de que la galaxia era insalvable. Y la mejor manera de lograr eso era lanzar el Nexus al cielo, para garantizar que la persuasión de Valen se enviara por toda la galaxia para siempre, incluso mucho después de que él ya no estuviera.

A veces, Valen apenas podía creer lo que ya habían logrado, con qué rapidez había caído la galaxia bajo sus manos unidas. En ese sentido, había sido vital tener a una científica del calibre de Aclisia de su lado para lograr el éxito. Había sido su idea enviar los orbes llenos de lluvia infectada tan pronto como tomaron el control de Arcardius.

Una guerra no siempre necesita soldados, había dicho Aclisia, mientras mostraba a Nor y Valen cómo funcionaría el arma. Miles de gotas plateadas caían de los cielos por toda la galaxia, desatando al virus Zénit en todo lo que estuviera cerca.

Con qué velocidad había comenzado el reinado Solis.

Con qué facilidad habían caído los débiles mirabelianos bajo la persuasión de Valen.

Valen se estremeció un poco cuando el viento sopló entre las copas de los árboles, haciendo que cayeran las hojas del dosel arbóreo. Los bordes eran de un hermoso tono púrpura y azul, y los colores se arremolinaban dando vueltas en el viento.

Este jardín, el lugar que alguna vez había usado para escapar de la oscuridad de su pasado, se había vuelto más brillante bajo la luz del Nexus que se estaba construyendo cerca. Incluso con el frío del invierno que se aproximaba, Valen se sentía casi cálido, seguro de sí mismo al echarse junto a la orilla del agua, con la cabeza en un grueso cojín de musgo importado de uno de los jardines satelitales en las afueras del Sistema Primario.

A Nor le iría bien con su discurso de hoy. Los Inafectados la verían y temblarían en sus escondites. El Nexus estaría terminado a tiempo, y todo se resolvería muy pronto.

Valen estaba seguro de eso.

Bostezó, y el dolor de cabeza palpitó un poco más fuerte cuando cerró los ojos y dejó que su conciencia se deslizara profundamente hacia los confines de su mente, buscando el único lugar donde estaba sano y salvo, y que era completamente suyo.

Nubes oscuras.

Una fortaleza hecha de noche.

Barras de hierro que garantizaban que nadie más pudiera entrar. Sólo él pertenecía allí.

Con el cojín de musgo aterciopelado bajo su cabeza, Valen se permitió relajarse, recordar la primera vez que se encontraron: un momento de esperanza y luz tras la oscuridad retorcida de Lunamere. Y mientras se iba adentrando más y más en su propia mente, perdiéndose en los recuerdos, apenas notó las gotas gemelas de sangre que se deslizaron desde sus fosas nasales, un profundo carmesí contra su pálida piel.

CAPÍTULO 4

NOR

El poder. Siempre lo había tenido, pero ahora ella lo era. La Galaxia Mirabel se inclinaba ante la reina Nor Solis. Sus habitantes la idolatraban, y no había nada que pudiera obstaculizar lo que ella y su hermano habían creado.

O eso había pensado.

—¿Cómo que los Inafectados están ganando? —siseó Nor. Darai se encontraba parado frente a ella con su túnica gris, e hizo una mueca al oír el veneno en su voz—. No hay una guerra que puedan ganar. Son pocos en número, y están dispersos. Sus ataques contra nosotros han sido lastimosos en el mejor de los casos.

Aun así, la mera mención de los Inafectados le ponía los nervios de punta, una afrenta poco grata en su mañana. No había reinado perfecto, si lo que narraba la historia era verdad. Pero Nor podía imaginarlo: una galaxia que no se atrevía a desafiarla, ni siquiera una sola persona.

—Mire a la izquierda, por favor, majestad —susurró el maquillista. Nor inclinó la cabeza ligeramente, y el hombre le espolvoreó un polvo radiante por los pómulos—. Encantadora —dijo, y sonrió mientras volvía a pasar la brocha por las paletas. Nor sabía que le daba un efecto divino, pero eso no hacía nada por aliviar sus frustraciones.

Nor intentó alcanzar a Valen de nuevo, pero el portal entre sus mentes estaba vacío, como si Valen se hubiera alejado. Quizá se había retirado a su castillo mental, donde ni siquiera ella podía viajar, con todo el agotamiento que tenía de los últimos días.

Las habilidades de persuasión de Valen eran mucho más poderosas que las de Nor. Ella lo supo desde el momento en que lo conoció en Lunamere. Pero la presión constante de compeler a tantas mentes a la vez le estaba pasando factura. Lo veía en sus brazos, cada vez más delgados, y en el cuerpo escuálido, como si no hubiera comido en semanas. Tenía la piel debajo de los ojos oscurecida por las ojeras, y aunque sonreía a menudo en presencia de Nor, ya no era lo mismo que antes.

Es fuerte, se recordó a sí misma. Seguirá siendo fuerte, porque sabe lo que está en juego.

Y porque Nor no podía hacer lo que hacía Valen. Por eso lo necesitaba para esta misión. La persuasión de Nor funcionaba de maneras pequeñas y sutiles. Podía conseguir que alguien la escuchara más de lo que hubiera querido. Podía aliviar la tensión en una habitación. Pero cuando se trataba de controlar, de en verdad tomar como rehén la mente de alguien… sólo Valen había heredado esa fuerza de la estirpe de su madre. De alguna manera, a Nor la había pasado por alto en ese sentido.

Eso le había dado una razón para odiar a su madre durante muchos años… hasta que descubrió la existencia de Valen. Hasta ese momento, en su celda en Lunamere, después de tantos años de anticipación y entrenamiento con Darai, cuando Nor pudo compeler a Valen para que no le temiera. A que la escuchara y, con el tiempo, a que entendiera la verdad de su linaje.

Nor volvió a empujar el portal mental, buscando la presencia de Valen. Pero sabía que lo más probable era que él estuviera trabajando, como siempre, para continuar su reinado. Ya podía irse olvidando de que escuchara su discurso.

Vale la pena, se dijo Nor, haciendo a un lado las tendencias protectoras que sentía hacia su pequeño medio hermano. Debes darle su espacio a Valen, para que él pueda servir mejor a tu causa.

—¿Ya casi terminamos? —preguntó el productor. Estaba parado al otro lado de la habitación, con los cuatro brazos cruzados con impaciencia, y Nor estuvo a punto de ordenarle a Darai que lo retirara de su presencia. Pero era bueno en lo que hacía. Él mismo la había filmado antes de que abandonaran Xen Ptera y había creado las transmisiones en repetición que incluso ahora se multiplicaban por toda la galaxia, un recordatorio constante de la presencia de Nor.

Habían tenido que prepararse con mucha antelación, a sabiendas de la velocidad con la que el reinado Solis cubriría la galaxia. La persuasión de Valen había hecho lo que debía, asegurándose de que la gente la obedeciera. Pero Nor quería que la amaran. Que se obsesionaran con ella, que fueran incapaces de escapar a su voz, su nombre, su imagen.

Así que desde el momento en que había tomado el poder, habían comenzado los videos en repetición. Todavía ahora se estaba mostrando uno de ellos allá en Veronus, la capital de Arcardius, muy por abajo de la finca que ahora Nor llamaba hogar. La transmisión se veía en cada escaparate esplendoroso, en cada hogar y en cada taberna cálida y repleta de gente donde ella sabía que los ciudadanos de Arcardius, convertidos en sus soldados leales, proclamaban orgullosos su adoración por ella.

—Mi arte lleva tiempo —dijo el maquillista, arqueando una ceja azul mientras elegía otro tono—. Sería prudente no presionarme.

Nor soltó una sonrisita socarrona al oírlo, y decidió quedarse con el maquillista como su asistente personal a partir de ese momento. No sólo por su habilidad para realzar su belleza, sino también por su actitud, digna de su corte.

Más allá del intrincado manojo de trenzas del maquillista, pudo ver otro rostro.

Zahn.

Estaba parado en la esquina de la habitación, consultando con varios de los guardias personales que comandaba en nombre de Nor. Desvió la mirada hacia ella por un momento, y sonrió amorosamente cuando sus cálidos ojos marrones se encontraron con los de ella. Brillaban contra su piel morena, tan familiar y acogedora. Nor le devolvió una sonrisita, y se le animó el corazón con ese recordatorio de su presencia. Zahn siempre estaba allí para ayudarla cuando más lo necesitaba.

Con un suspiro, Nor volvió su atención a Darai. Su consejero y tío honorario llevaba el típico ceño fruncido que últimamente le había visto con tanta frecuencia, lo que acentuaba aún más las cicatrices que marcaban su rostro sabio y anciano. Algunas gotas de sudor perlaban su labio superior mientras revisaba los documentos del discurso que había preparado para Nor esa mañana.

—La noticia de los Inafectados es poco grata, majestad —dijo Darai—. Pero Zahn y yo nos reunimos con Aclisia apenas esta mañana, y ella nos aseguró que todavía estamos en curso hacia la Fase Dos. La construcción del Nexus sigue como está programada, y Aclisia está logrando un progreso considerable en sus esfuerzos de adaptación del virus Zénit para poder usarlo en el sistema de transmisión satelital —hizo una pausa momentánea, y luego agregó—: Y quisiera recordarte que ya se esperaba que hubiera algunas… —Darai agitó una mano, como si buscara una explicación fuera de su alcance— algunas fallas cuando desatamos el virus sobre la galaxia.

—Sí, sí, —espetó Nor, impaciente—. Pero nunca esperamos que estos Inafectados se unieran tan rápidamente. Ha pasado menos de un mes y ya demostraron una coordinación y fuerza considerable.

—Fuerza risible, majestad —dijo el productor. Cuando Nor se volvió para fulminarlo con la mirada, pareció darse cuenta de que había hablado fuera de lugar y volvió a encogerse entre las sombras de la habitación.

Nor regresó su mirada a Darai.

—Nunca anticipamos que tendrían tanta sofisticación en la manera de atacar. Es como si los estuvieran dirigiendo.

Zahn intervino antes de que Darai pudiera responder.

—¿Como si los dirigiera quién? —preguntó—. ¿Un niño tembloroso? Sus ataques son patéticos —se colocó detrás de Nor y apoyó las manos en sus hombros—. Sus intentos simplemente son una táctica de miedo, y una que ya se descartó. Ya encarcelamos a todos los Inafectados que pudimos encontrar, y aumentamos las medidas de seguridad en cada base militar de los planetas capitales. No les resultará tan fácil resistirse por mucho más tiempo.

La caricia de Zahn y sus palabras de aliento la serenaron un poco, pero no lo suficiente para disipar la ansiedad que sentía con más fuerza cada día.

—Parece como si te doliera algo —dijo Darai—. Sonríe, Nor. Este problema se resolverá pronto.

—¿Y el problema de Valen? —preguntó Nor de pronto, pensando de nuevo en la salud de su hermano.

Darai asintió con brusquedad.

—El muchacho se está esforzando hasta el límite. Pero he visto poder como el suyo antes. Resistirá.

Nor miró a su tío directamente a los ojos. Los dos sabían en dónde había visto Darai estas cosas antes. Habilidades como la de Valen, como la de su madre, no se encontraban entre las muchas razas que poblaban Mirabel. No, ese poder provenía de otra parte, de un lugar que todavía estaba fuera de su alcance.

Pero no por mucho tiempo. No, si sus planes daban resultados, como lo esperaba Nor.

—¿Y si no resiste? —preguntó ella—. No podemos empujarlo tanto que lo perdamos. No le haré eso a mi hermano, y nuestra misión fracasará sin él.

Darai frunció el ceño, luego se dio vuelta para ocuparse de algo al otro lado de la habitación.

Nor suspiró y pasó la mano protésica dorada por la madera oscura del viejo escritorio de Cyprian Cortas, mientras el maquillista reanudaba su trabajo. El viejo General de Arcardius ya llevaba semanas muerto, gracias a Valen. Era el mayor regalo que podría haberle ofrecido a su hermano, permitirle el honor de asesinar al hombre que les había causado tanto dolor a ambos.

En cuanto llegaron al poder, Nor y Valen habían ordenado a los sirvientes que retiraran los retratos y las viejas fotografías de la familia. Los habían quemado en el césped, y la columna de humo se elevó en lo alto del cielo, sobre la finca en la montaña flotante. Todos los rastros de Cyprian Cortas habían desaparecido de Averia, con la excepción del escritorio del difunto general.

Ése lo había guardado como un recordatorio para sí misma. Un recordatorio de que ella había hecho suya esta galaxia.

Planeaba ampliar ese sueño, y los Inafectados no se interpondrían en su camino.

—También está el asunto de que los Inafectados no pueden salir de la clandestinidad —dijo el tío con una sonrisa jactanciosa. Le hizo una señal al productor para que se acercara. El hombre salió de las sombras, y Darai agarró uno de los cuatro brazos del hombre y lo estiró bajo la luz.

Sobre su piel se extendía una red de venas plateadas. Eran hermosas, como si fueran obras de arte por derecho propio.

Y además, eran un efecto secundario perfectamente ejecutado del virus Zénit, que por lo general aparecía unos pocos días después de que la infección se asentaba por completo. Todos los afectados prácticamente fulguraban con él, como si la luz de luna nadara justo debajo de la superficie de su piel.

—Sí que fue un truco astuto eso que hizo Aclisia —dijo Nor, admirando las venas del hombre.

Ella no las tenía, ni tampoco Valen ni Darai. Sus mentes seguían libres, arraigadas a la causa desde el comienzo de su tiempo en Mirabel.

Nor miró las manos de Zahn, que todavía descansaban sobre sus hombros. Él tampoco tenía las venas plateadas, porque ella sabía sin lugar a dudas que él estaba comprometido por completo con su reinado.

Y con su felicidad.

—Los Inafectados tendrán que salir de su escondite en algún momento, para reunir suministros, para reclutar a otros —dijo Darai—. Y cuando lo hagan, los descubriremos, capturaremos y haremos nuestros.

Nor asintió, sonriendo al oír eso.

—Sólo un poco más, majestad —dijo el maquillista mientras destapaba un pequeño frasco del clásico labial carmesí de Nor. Detrás de él, los drones de cámara se mecían en el aire, mientras que los asistentes perfeccionaban la iluminación.

No era de extrañar que Valen quisiera esconderse de estas cosas. Estaba contento de trabajar en las sombras. Pero Nor vivía para su momento de brillar bajo las resplandecientes luces.

—Todo listo, majestad —dijo el maquillista, retrocediendo para admirar su trabajo—. Es una maravilla, como siempre.

Levantó un pequeño espejo frente a Nor, y eso le ganó otra buena nota. Ella examinó con atención su reflejo. El artista tenía talento, pero ni siquiera él podía ocultar el estrés que añadía cierta oscuridad a la expresión de Nor. Sus labios, pintados de rojo como siempre, eran hermosos, pero los tenía fruncidos, y aún podía ver las tenues marcas de las mordidas que había dejado en su sueño. Sus ojos, que por lo general eran vibrantes como las estrellas, parecían más apagados que en los meses anteriores. Pero, gracias a los Astrodioses, el estrés no había afectado su cabello. Tenía rizos perfectos bajo una corona del color carmesí más profundo, con trozos de oro incrustados bajo sus puntas afiladas.

—Una belleza —dijo Nor, inclinando la cabeza a un lado y al otro—. Gracias, Tober.

El hombre hizo una reverencia y retrocedió detrás de las luces brillantes. Zahn también dio un paso atrás, permitiendo que Nor se levantara de su silla.

—Una belleza, en verdad —murmuró él, inclinándose para besar su mejilla. Nor sintió que resplandecía a la luz de su mirada de admiración cuando él le sonrió una vez más antes de acompañar a Tober.

Nor se entretuvo alisando las arrugas del frente de su vestido mientras Darai la alcanzaba.