Niños - David Roas - E-Book

Niños E-Book

David Roas

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Beschreibung

¿Quién no tiene una huella de infancia que recorre pasillos oscuros a medianoche, que inspecciona debajo de la cama antes de dormir, que no se reconoce en el brillo de un espejo? ¿Quién no teme al monstruo que acecha dentro del armario, los pasos al otro lado de una puerta, la sombra que golpea el cristal de la ventana? Los Niños y las niñas que fuimos recorren los cuentos fantásticos de David Roas recordándonos lo vivos que están nuestros miedos infantiles. Y a su vez, los adultos que somos o seremos no podemos dejar de estremecernos ante esa niñez que observa y habla con quien no vemos, que está poseída por una mano ajena o cuyas pesadillas se convierten en nuestra realidad. Los Niños juegan, corren y bailan para escapar del terror o precisamente lo hacen porque ellos son el terror. Y tú, ¿de qué has tenido siempre miedo?

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David Roas

Niños

David Roas, Niños

Primera edición digital: noviembre de 2022

ISBN epub: 978-84-8393-690-0

© David Roas, 2022

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2022

Colección Voces / Literatura 335

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

A Ana, por provocarlo.

A Davichu, por inspirarlo.

La imaginación de los niños desestabiliza nuestro sentido adulto de la realidad y nos obliga a cuestionarnos los fundamentos mismos de esa realidad.

Valeria Luiselli, Desierto sonoro

Los adultos pueden hacer frente a rodillas despellejadas, helados caídos al suelo y muñecas perdidas, pero si llegaran a sospechar las verdaderas razones que nos hacen llorar, nos echarían de sus brazos con horror y repugnancia.

Katherine Dunn, Amor de monstruo

–No parece un monstruo, ¿verdad?

–Casi nunca lo parecen.

Stephen King, El visitante

¿Y quién quiere volver a ser niño?

Charlie Kaufman, Mundo hormiga

Este libro está inspirado en hechos reales. Se han cambiado los nombres y circunstancias con fines dramáticos y por respeto a las víctimas y sus familias. Todos los diálogos son imaginados.

FASE 1: HUEVO

Vinieron de dentro de

La primera vez que las escuché pensé que estaba soñando. Eran las cinco de la mañana y ni Marta ni yo estábamos despiertos para lanzar aquellas carcajadas.

Han estado interrumpiendo mi descanso las tres últimas noches. Y cada vez a la misma hora. El proceso es siempre igual: empiezo a escucharlas en sueños y mi vuelta a la vigilia coincide con el final de las risas. Sé que no me las imagino porque esas últimas carcajadas suenan en la habitación. En la realidad. No en mi cerebro. Sé que estoy despierto y que en ese momento yo no estoy riendo.

Al principio, supuse que era mi mujer. Aunque suele hablar, incluso discutir en voz alta mientras duerme, nunca la he oído reír. Ayer, después de que las risas me desvelaran, la vigilé durante un rato, pero no volvieron.

También pensé que podrían provenir de la casa de los vecinos. Su habitación es contigua a la nuestra y los tabiques son muy delgados. Pero suenan demasiado cerca. Suenan en nuestra cama.

He pasado el día obsesionado por descubrir su origen. Y la única explicación que se me ocurre, desechadas las más lógicas, me parece ridícula: a lo mejor es nuestro hijo. Mi mujer está embarazada de ocho meses y medio. A falta de pocas semanas para el parto, es evidente que el bebé está formado y gasta su tiempo en engordar. Si ya está acabado de hacer, ¿puede reír? Y, sobre todo, y esto todavía me inquieta más, ¿de qué se reirá ahí adentro?

Sé que podría preguntarle a mi mujer: ha leído más libros que yo sobre embarazos y partos, pero no me atrevo. Me tomaría por loco. O algo peor. Mi madre y mi suegra están descartadas, por la misma razón.

Reviso varios de esos libros. Mi mujer me observa desde su lado del sofá y sonríe, equivocada. En ellos se describen los diversos movimientos de los bebés en el vientre materno, su capacidad para soñar, sus reacciones a los sonidos externos... pero no dicen nada acerca de si estos pueden producir sonidos. Y menos aún, risas.

He buscado en Google («risa» + «bebé» + «vientre materno»), pero no he encontrado referencia sensata alguna. Eso sí, hay blogs y chats en los que muchas madres afirman haber oído llorar a su bebé en su vientre. No me lo creo: además de sonar a rollo místico, no aportan dato científico alguno. Pensándolo bien, no hay que ser muy avispado para saber que los bebés no respiran aire, sumergidos como están en el líquido amniótico. Y si no respiran, no pueden producir sonidos. Por tanto, y ello me tranquiliza, tampoco podrán reír.

Pese a todo, he pasado la noche en vela esperando que fueran las cinco. Sé que es absurdo, pero tengo que descubrir como sea el origen de esas risas.

Llegan con toda puntualidad. Rápidamente, y sintiéndome ridículo de antemano, apoyo con delicadeza mi oreja derecha sobre el hinchado vientre de mi mujer: no quiero que se despierte y me pille en tan extraña posición. La última carcajada resuena imposible en mis oídos.

FASE 2: LARVA

La agonía del salmón

Después de un año en el mar, los salmones remontan el curso de los ríos para reproducirse. Ante ellos hay un largo y extenuante viaje que no todos lograrán finalizar con éxito.

El documental no ha hecho más que empezar y el niño vuelve a berrear. Mauricio no tiene especial interés en ver una historia sobre salmones –ni sobre cualquier otro animal en particular–, pero piensa que su previsible argumento (la agonía de esos pobres peces para conseguir aparearse por primera –y última– vez en su vida) le dejará desconectar durante un rato. Descansar.

La noche anterior no había podido dormir una sola hora. Le tocaba a él atender al niño, y este se había pasado, una vez más, la noche entera despierto y llorando, exigiendo biberón tras biberón y paseo tras paseo. La falta de reposo ha afectado a sus clases de la mañana: su discurso ha sido inconexo, confundiendo los datos, increpando a todo aquel que le interrumpía… En el tren de vuelta a casa, se ha quedado dormido antes de que este arrancase.

Mientras comían, Rosa le ha contado que el niño se ha pasado la mañana gimoteando. Preocupada, ha llamado al médico, pero este le ha dicho, como las veces anteriores, que al niño no le pasa nada. «Es un simple cólico, no debe preocuparse. Por lo demás, el niño está perfectamente. Ya verá como poco a poco empezará a actuar con normalidad. Paciencia».

Ahora el salmón se enfrenta al principal obstáculo de su viaje: los rápidos y las cascadas de los veloces ríos de Alaska. Con un esfuerzo extraordinario, el salmón logra superar desniveles de hasta tres metros de altura. Y en su batalla con el río, el salmón se encuentra con otro enemigo mortal: el oso pardo. Pero muchos logran eludir al temible depredador y continuar su jornada de cientos de kilómetros.

Mauricio trata de relajarse. Rosa se sienta junto a él y finge atender al documental mientras observa de reojo la cuna del niño, que continúa llorando.

Como no tiene ganas de hablar (Rosa tampoco dice nada que propicie una mínima charla), Mauricio intenta prestar atención a la historia de los salmones, a sus intentos por remontar la corriente y escapar de las fauces de los osos. Pero el continuo berreo lo hace imposible.

Para su sorpresa, Rosa no tarda en quedarse dormida. Mauricio la contempla en silencio. Aunque su cara refleja una cierta placidez, su cuerpo revela la tensión acumulada después de tantos días sin descanso. Los mismos que lleva el niño en la casa. Han transcurrido ya dos meses desde el parto y siguen sin habituarse a ese personajillo que ha pasado a gobernar sus vidas.

La decisión de tener un niño había sido producto de las circunstancias, más que de un plan definido. Ambos tenían treinta años cuando se casaron, aprovechando que su vida profesional empezaba, por fin, a funcionar. Mauricio había conseguido hacía poco una plaza de profesor ayudante en la universidad y Rosa había sido ascendida a editora tras varios años de malvivir como correctora en la misma editorial. Durante los tres primeros años de matrimonio no se habían planteado tener hijos. No es que rechazaran tenerlos, pero se habían acostumbrado a una forma de vida que les dejaba hacer lo que querían cuando querían. Nada alteraba la placidez de su hogar.

Los primeros conflictos aparecieron gracias a las ganas de sus madres por ser abuelas. Lo que en los primeros meses de matrimonio no habían sido más que simpáticas preguntitas sobre el estado de Rosa, terminó convirtiéndose en una ofensiva en toda regla. Cualquier llamada telefónica, por trivial que fuese, cualquier comida en familia, se convertía en un feroz interrogatorio. Poco después, las preguntas dejaron paso a las advertencias («Rosa, hija, que ya tienes treinta añitos, el tiempo pasa y después te arrepentirás») y a las quejas veladamente amenazadoras («Soy la única del barrio que no puede pasear con sus nietos»). Mauricio y Rosa no les hacían caso e insistían en que no se preocuparan, que pronto les darían el preciado nieto (o nieta) que tanto deseaban.

La presión familiar se vio enseguida complementada por la que empezaron a ejercer aquellos que ya disfrutaban de la paternidad. Sus amigos insistían en las bondades de tener hijos («Es lo mejor que me ha pasado en la vida», repetían con gesto de iluminados), respaldando sus comentarios con frases que consideraban definitivas para convencer al que normalmente tomaban por el más reacio a la procreación («Pero si tú serías un padre magnífico, Mauricio»). El final de cada campaña era el mismo: obligarles a coger en brazos a los niños, algo que a Mauricio y a Rosa les encantaba, pero que sus amigos, convencidos de lo contrario, consideraban la terapia adecuada para vencer todos sus recelos.

En su cuarto año de matrimonio, Rosa se quedó embarazada. Tuvo suerte y el periodo de gestación fue comodísimo. Casi sin darse cuenta, se encontraron un día en casa mirando embobados aquella diminuta criatura que reposaba en la cuna y a la que no terminaban de acostumbrarse a llamar hijo.

A medida que se acerca al fin de su viaje, el salmón ha sufrido una dramática transformación, cambiando tanto de color como de forma. Preocupados únicamente por vencer los obstáculos que continuamente surgen a su paso, los salmones no toman alimento alguno durante su viaje. Eso les lleva a perder el cuarenta por ciento de su peso.

Durante los meses de embarazo, Mauricio y Rosa habían ido cambiando de hábitos. No les había importado aparcar las juergas ocasionales (cada vez, por cierto, más ocasionales) y adaptarse a un ritmo de vida más tranquilo. «Solo será durante un tiempo» se decían para consolarse. Además, estaba la necesidad de llevar una vida sana que exigía todo embarazo. Se acostaban pronto, paseaban, se sentaban a tomar el sol en los parques... Por solidaridad con Rosa, y también por el aburrimiento de beber solo (si no contaban con alguna visita que lo justificase), Mauricio rebajó el consumo de alcohol. Las resacas dejaron de ser una presencia habitual de los domingos. Todo ello les permitió pasar más horas juntos, disfrutar más de su vida en común.

No eran ingenuos y sabían lo que les aguardaba: dormir poco, acomodarse a los ritmos del pequeño, estar siempre alerta... En compensación, esperaban descubrir aquellos placeres de los que tanto les habían hablado, por encima de los cuales estaba ver crecer al bebé: «veréis como cambia día a día», solían insistir sus amigos progenitores.

Al principio, los continuos lloros, los inflexibles horarios de las comidas, la limpieza del bebé, les pareció lo habitual en aquellas circunstancias. Asumieron que el comportamiento de Pablito (así habían decidido llamarlo) era el de un recién nacido normal.

Pero lo que al principio parecía una novedad en sus vidas fue derivando hacia una insoportable monotonía. En todo momento, Pablito exigía que le prestasen atención. Unas veces era porque tenía hambre, otras porque tenía sueño, o porque quería estar despierto y junto a ellos en la cuna del comedor, o porque se había cagado... El niño se había convertido en el centro absoluto de su existencia.

Conforme los salmones avanzan en su viaje, los ríos se van haciendo cada vez más estrechos y menos profundos, lo que los convierte en blanco fácil para las águilas y otros depredadores aéreos. Pero es tal la cantidad de salmones, que muchos de ellos logran escapar de sus alados atacantes.