Noche - Anne Stuart - E-Book
SONDERANGEBOT

Noche E-Book

Anne Stuart

0,0
3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Michael Blackheart era hijo ilegítimo de un legendario ladrón de guante blanco, y estaba decidido a robar la colección privada más importante del mundo delante de las mismísimas narices de su rico y poderoso dueño... Así podría darle una lección a su padre...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 101

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Anne Kristine Stuart Ohlrogge. Todos los derechos reservados.

Noche, Nº 60 - noviembre 2017

Título original: Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-597-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Uno

 

6:00 p.m.

 

Cuando Michael Blackheart abrió los ojos, el dormitorio estaba en penumbra. No se movió mientras intentaba orientarse. Había llegado de Londres siete horas atrás y nada más registrarse en la suite del hotel Carlyle, se había metido en la cama para adentrarse en un sueño tranquilo y reparador.

Se había despertado a la hora requerida sin necesidad de despertador. Eran las seis de la tarde, hora de San Francisco, y tenía que robar una fortuna. Aquella iba a ser una noche muy ajetreada.

Se duchó y vistió y se sentó después a disfrutar tranquilamente de la cena, servida por el excelente servicio de habitaciones del Carlyle. Probablemente no tendría oportunidad de comer nada durante las próximas dieciocho horas y jamás subestimaba la necesidad de combustible de su cuerpo. Al día siguiente, a aquella misma hora, estaría regresando a Europa. Pero hasta entonces, tenía trabajo que hacer.

Su habitación tenía terraza, y salió para sentir la brisa otoñal. Siempre le había gustado San Francisco, el ambiente, el clima, las colinas y el olor de la bahía. Sentía una extraña afinidad con aquel lugar.

Bajó la mirada hacia sus bulliciosas calles. En menos de una hora, la entrada del Carlyle estaría rodeada de limusinas de las que saldrían pasajeros elegantemente ataviados. De momento solo estaban los detectives del hotel y algunas furgonetas de diferentes cadenas de televisión. Un inconveniente menor. Pero no era la primera vez que trabajaba ante las cámaras. Además, su presencia añadía cierta gracia a su desafío.

Se apartó de la barandilla y miró hacia el cielo. Sonrió débilmente al ver la niebla. Le gustaban la oscuridad y la lluvia, la noche y las sombras. Era una criatura de la noche, siempre lo había sido y siempre lo sería.

Pero hasta que la noche llegara, tenía que concentrarse en los motivos que lo habían llevado hasta allí. El Tesoro Norenheld iba a ser subastado al día siguiente, y la recepción y el baile previos a tal acontecimiento se celebraban esa misma noche en el salón de baile del hotel. Pero para cuando la fiesta hubiera terminado, no quedaría nada que subastar.

Aquel sería su último trabajo y pretendía salir de allí como una bala. Sería un robo maestro y atrevido, que dejaría a la policía, a la venerable casa de subastas Southworth y al servicio de seguridad tan frustrados como desconcertados. El servicio de seguridad de Blackheart, su estimado padre.

Si no hubiera sido por su tío Félix, ni siquiera habría sabido quién era su padre. Y aquel robo no habría tenido ningún atractivo para un hombre con su trayectoria. Michael pensaba que no tenía nada que demostrar, ni a sí mismo ni a los demás. Había sido un estafador, un artista de la doble vida durante la mayor parte de sus veintinueve años, pero quería dejar todo aquello tras él y buscar una ocupación más pacífica.

Hasta que había descubierto que tenía un padre.

En un arrebato de sentimentalismo, había decidido ir a ver a su tío abuelo. Félix era pariente de su abuela materna y uno de los escasos miembros que quedaban de una de las principales familias gitanas del norte de Europa. Tenía cerca de noventa años y había conseguido eludir a la policía durante toda su vida. Michael no había tenido tanta suerte. Su último robo había sido una chapuza. No a causa de su competencia, sino por la debilidad de su socia. En cuanto habían comenzado las presiones, Marybeth no había dudado en delatarlo.

Michael se había tomado flemáticamente aquel asunto. Había aprendido el arte de la estafa de su abuelo y lo había perfeccionado durante años con la ayuda de sus tíos y tías, y el corto período de tiempo que había tenido que pasar en prisión, había expirado hacía tiempo.

Se había marchado de Francia decidido a convertirse en un hombre nuevo, a reorientar sus energías hacia nuevas tareas. Hasta que se había reunido con su tío Félix en un café de Budapest y había oído las palabras que cambiarían el curso de su vida una vez más.

—¿Retirarte? —había repetido Félix, con aquel acento casi ininteligible—. ¿Por qué va a retirarse un hombre joven como tú? Estás preparado para ejercer una de las mejores profesiones del mundo, ¿por qué vas a desperdiciar todo ese talento?

—No es un profesión, tío. Es una carrera delictiva.

—¿Tienes miedo de que vuelvan a agarrarte? Jamás lo habría creído de ti, chico. Siempre has tenido unos nervios de acero. La cárcel forma parte de nuestro juego. No puedes tomarte tan en serio el haber pasado una temporada entre rejas.

—Para ti es fácil decirlo. A ti nunca te atraparon.

—No, la policía no. La policía no era nada. Pero conseguí sobrevivir a los nazis, una hazaña un poco más complicada, puesto que su intención era la de eliminarme.

—No sabía que eras judío —había bromeado Michael.

—Gitano, muchacho. Los nazis tenían tres objetivos: judíos, nazis y homosexuales. Es increíble que después de aquello todavía quede alguna creatividad en Europa.

Con mano temblorosa, el anciano se había encendido uno de sus fuertes cigarrillos y había mirado fijamente a Michael.

—¿Y a qué quieres dedicarte entonces? ¿Quieres hacerte contable? ¿Convertirte en un burócrata?

Michael se había encogido de hombros.

—No tengo ninguna prisa. Tengo suficiente dinero como para sobrevivir durante una temporada. Solo quería comunicarte mi decisión, puesto que tú eres el cabeza de familia.

—De una familia condenadamente pequeña —había musitado Félix—. Odio ver cómo los convencionalismos van acabando con nuestras tradiciones. Si al menos viviera tu madre…

—Pero ya no vive, tío. Murió junto a mi padre en una accidente de coche cuando yo tenía tres años. Si no hubiera sido por ti y por el abuelo, me habrían metido en un internado. Y ya he descubierto que no me gustan los internados —había añadido con una sonrisa.

Félix había sacudido la cabeza.

—Entonces, creo que debería decírtelo —había respondido crípticamente.

—¿Decirme qué?

—Tenía pensado un último trabajo para ti. Pensaba mandar a alguien a buscarte cuando recibí tu llamada. Es el trabajo perfecto, un trabajo que puede hacerte rico.

—Tengo dinero más que suficiente para una buena temporada.

—El dinero nunca es suficiente —había respondido Félix—. Si es más de lo que necesitas, siempre podrás dárselo a alguien a quien le haga falta. Y las personas a las que se lo vas a quitar, no se merecen tenerlo.

—Eso es lo que siempre me decía el abuelo. Y quizá tengáis razón, pero he decidido que no quiero seguir emitiendo esos juicios.

Félix lo había mirado fijamente, con expresión frustrada.

—Entonces no te diré nada de ese trabajo. Es mejor que no te tiente.

—Mucho mejor —había respondido Michael.

Su tío estaba tendiéndole una trampa. Michael conocía perfectamente las señales. Félix siempre había sido un maestro en conseguir lo que quería.

—Además, ¿por qué iba a importarte lo que los alemanes le hicieron a tu familia? Si no hubiera sido por esos carniceros, no quedaríamos únicamente tú y yo en la familia.

—Tío… —estaba haciendo un buen trabajo, pero Michael no tenía intención de dejarse convencer.

—No te preocupes —había contestado Félix apesadumbrado—. Como tú mismo has dicho, aquello ocurrió hace mucho tiempo. Ya han pasado treinta años desde que naciste y tu padre desapareció. Ya es tiempo de perdonar y olvidar.

La trampa ya estaba dispuesta y lo único que a Félix le quedaba por hacer era esperar a que Michael cayera en ella. Si hubiera sido sensato, Michael se habría levantado en aquel momento, habría dejado algunas monedas en la mesa para pagar los cafés y se habría despedido de su tío con un beso en la mejilla.

Pero la curiosidad siempre había sido su peor pecado.

—¿Mi padre? —había repetido—. Mi padre no desapareció, mi padre era un piloto de carreras y murió en un accidente de coche —no había terminado de decir aquellas palabras cuando tuvo la sensación de que el cepo comenzaba a rodearle el cuello.

—Eso es lo que a ti te han contado. Paulus siempre insistía en que no te dijéramos la verdad. Temía que tu padre apareciera e intentara llevarte con él. Tu padre no era ningún piloto de carreras, hijo, y no está muerto. Era un ladrón, como tú y como yo, y vive en San Francisco.

Michael ni siquiera parpadeaba.

—Así que está vivo —había respondido al cabo de un momento—. ¿Y por qué debería importarme?

—Porque os abandonó a ti y a tu madre y después de él, tu madre no fue capaz de querer a otro hombre. ¿No crees que un hombre debería responsabilizarse de sus hijos?

—La verdad es que ahora mismo me importa muy poco que no lo hiciera.

—Él también le dio la espalda a su profesión. Quizá te parezcas a él más de lo que crees.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Tu padre ya no es un ladrón. Es asesor de seguridad, se dedica a atrapar ladrones. A ladrones como tú, Michael. Su empresa ha sido contratada para encargarse de la seguridad de una subasta que se va a celebrar en San Francisco. Se subasta el Tesoro Norenheld. ¿Has oído hablar de él alguna vez?

—¿Y quién no? Es la colección que reunió el tío de ese millonario informático noruego. Joyas, cuadros y libros que valen una fortuna. Bueno, pues como ya te he dicho, no me importa.

—¿Y si te dijera que ese tesoro es una estafa y que todas esas obras de arte pertenecen en realidad al padre de William Helms y no a su tío? Y, sin embargo, la procedencia de todas esas obras ha sido cuidadosamente falsificada. Cuando se tiene el dinero de Helms, es posible hacer cualquier cosa.

—¿Y para qué iba a hacer algo así?

—De esa manera, puede vender el tesoro y ganar una fortuna sin que los propietarios originales de todas esas obras de arte monten ningún escándalo.

—¿Entonces son obras robadas? Somos ladrones, tío. A nosotros no debería importarnos que alguien robe obras de arte y vuelva a venderlas.

—Pero en este caso nos importa porque el padre de Helms no es otro que Wilhem von Helmich. Has oído hablar de él, ¿verdad?

—¿El Carnicero de Berlín? Sí, claro que sí.

—Fue uno de los generales de las S.S. que consiguió escapar con un montón de obras de arte robadas.

—¿Y lo sabes a ciencia cierta?

Félix se había encogido de hombros.

—Quién puede estar seguro de nada.

—Es muy triste, tío, pero como tú mismo has dicho, los propietarios originales están todos muertos. Es demasiado tarde para intentar reparar el mal.

—Lo cual significa que puedes robar todo ese tesoro con la conciencia tranquila, que es lo que parece ser más importante para ti en esta etapa de tu vida.

Michael había sacudido la cabeza.

—A mí no me importa que el hijo de un criminal de guerra pueda ganar algún dinero. Al fin y al cabo, él no fue el único que cometió crímenes.

—¿Y si te dijera que se rumorea que el dinero que se obtenga en esa subasta servirá para financiar actividades de grupos neonazis?

Ya estaba. El cepo se había cerrado por completo. Michael había hecho un último intento de resistirse.

—Nunca he querido involucrarme en asuntos relacionados con la política.

Pero Félix lo conocía demasiado bien.

—Para un hombre con tu talento será un juego de niños. Tienes que llevarte el tesoro antes de que sea subastado y de esa forma privarás a los nazis de sus ganancias, evitarás que ese dinero llegue a manos de terroristas y le meterás un buen gol al hombre que os abandonó a ti y a tu madre. Además, terminarás convertido en un hombre rico. ¿Cómo puedes negarte a una cosa así?