Noche robada - Teresa Southwick - E-Book
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Noche robada E-Book

TERESA SOUTHWICK

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Beschreibung

A Mitch Tenney le precedía su reputación. Según se decía, el guapo doctor de increíbles ojos azules hacía verdaderos milagros en el quirófano. Pero debido a sus rudos modales, Mitch estaba a punto de ser despedido, a no ser que Samantha Ryan pudiera ayudarlo. Con su buena disposición y sus grandes dotes de persuasión, Sam estaba segura de poder devolver al doctor Mitch al buen camino. Lo que no esperaba era que él también tuviera grandes dotes de persuasión… y de seducción.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Teresa Ann Southwick

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noche robada, n.º 1771- abril 2019

Título original: Expecting the Doctor’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-846-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESE hombre estaba preparándose para enfrentarse a la muerte.

Samantha Ryan observó como cambiaba la expresión del doctor Mitch Tenney. Pasó de aburrimiento a interés y de interés a pura intensidad cuando recibieron la llamada de aviso. Se trataba de un ahogado y llegaría en cinco minutos.

Comenzó a dar órdenes a las enfermeras que había tras el mostrador.

—Avisen a todo el mundo. Quiero al equipo de traumas aquí abajo. Los servicios de emergencia están a punto de llegar con un niño. Lo han sacado de una piscina y no respira. Han conseguido abrirle una vía respiratoria, pero no han podido ponerle suero. Así que necesitamos abrir. Quiero tener listo el equipo de reanimación y también todo lo necesario para intubarle. También necesitaremos un aparato de ventilación asistida. Avisen al laboratorio para que nos den prioridad. Necesitaremos una valoración del oxígeno en la sangre.

La intensidad de sus palabras se reflejaba en sus ojos azules mientras miraba a la gente.

—Deprisa, es un niño de dos años.

Samantha se quedó sin respiración al ver que se acercaba a ella. Quería ponerse en movimiento y echar una mano, como hacían todos los demás, pero ella no tenía ningún tipo de entrenamiento médico que les pudiera servir de ayuda. Por otro lado, él ni siquiera le hablaba.

Estaba allí para observarlo. Su trabajo era convertirse en su sombra y tomar notas.

Al director de los servicios de urgencia le habían notificado que habría alguien allí de la empresa consultora Marshall. Tenía una etiqueta temporal que evitaba que la echaran del hospital, pero el doctor Tenney la había ignorado por completo hasta ese instante, cuando pasó a su lado y le ordenó de mala manera que se quitara de en medio.

Se sintió completamente inútil, tanto como la planta que decoraba la sala de enfermeras. También se sentía invisible, no como el médico; todos lo miraban con atención y a nadie se le pasaba por alto su presencia. Entre otras cosas, por su imponente apariencia física.

Creía que, si decidía dejar la medicina, podría trabajar como modelo o actor de cine. Pero no creía que fuera a ocurrir. Estaba claro que era un excelente profesional. Aunque también brusco, condescendiente y beligerante. Había molestado a demasiadas personas y ahora su puesto de trabajo en el hospital Mercy estaba en peligro.

La administración del centro sanitario había contratado a su empresa para que evaluara su comportamiento e intentara salvar su puesto.

Se abrieron en ese momento las puertas de entrada y se aplastó contra la pared para no molestar. Los enfermeros metieron una camilla mientras informaban rápidamente del estado del niño. Eran palabras, siglas y números que no significaban nada para ella.

Un enfermero apretaba intermitentemente y sin parar una especie de bolsa de goma sobre la cara del pequeño. Había visto suficientes películas para saber que estaba ayudándolo a respirar. Del niño sólo podía ver una mata de pelo castaño y una cara demasiado pálida.

Se cerraron las puertas y un ejército de profesionales, dirigido por el doctor Tenney, rodeó la camilla. Era una batalla por su vida.

Todos llevaban sus uniformes azules y no podía distinguir quién era quién. Sólo reconocía al doctor Tenney. No podía oír nada, pero se dio cuenta de que cada vez que el médico hablaba, alguien obedecía inmediatamente sus órdenes, no se limitaban sólo a escucharlo.

Algún tiempo después, Tenney salió de la sala y fue directamente hacia el mostrador de las enfermeras.

—¿Ha llegado ya la familia, Rhonda?

—La madre viene de camino, pero le ha pillado un atasco de tráfico —repuso la curvilínea enfermera—. El hermano adolescente del niño está aquí. Él estaba a cargo del pequeño.

La expresión en su rostro, que ya era rígida, se intensificó un poco más.

Lo siguió a la sala de espera. No fue difícil reconocer al hermano. Era el que tenía los pantalones empapados y sostenía la cabeza entre las manos. Al lado estaba sentada otra joven.

El chico se puso de pie cuando Mitch llegó a su lado. Sabía que eso iba a ser otra batalla. No quería verlo, pero no tenía más remedio. En parte, estaba allí para ver cómo se enfrentaba el doctor Tenney a ese tipo de situaciones. Después, su jefa desarrollaría un plan para ayudarlo a corregir cualquier actitud que pudiera considerarse ofensiva.

Se apartó a un lado para poder ver y escuchar sin molestar a nadie.

—¿Cómo está mi hermano Ty?

—Hemos conseguido estabilizarlo. Está conectado a un respirador artificial.

—¿Va a ponerse bien?

—Eso parece. Los servicios de urgencia llegaron a tiempo.

—Lo saqué de la piscina…

La joven se acercó más al chico.

—Él le hizo los primeros auxilios mientras yo llamaba a una ambulancia.

—Decídselo al alcalde —replicó Mitch de malos modos—. Puede que os dé una medalla.

—¿Qué es lo que le pasa? —preguntó la chica.

Mitch miró a los dos adolescentes con el ceño fruncido.

—¿Qué habéis tomado?

—Nada, tío —repuso el chico mientras apartaba la vista.

Tenney había dado en el clavo porque el joven ni siquiera le preguntó a qué se refería. De un modo u otro, algún tipo de droga había sido la culpable de esa situación.

—Claro, nada… ¿Siempre tienes las pupilas tan dilatadas? —preguntó el médico con sarcasmo—. Tu hermano no tiene ninguna lesión en el cuerpo. ¿Qué es lo que ocurrió?

—No lo sé. Estaba allí con nosotros y de repente desapareció.

—Os daré un consejo que es puro sentido común. Nunca se le quita la vista de encima a un niño tan pequeño. Sobre todo si estáis cerca de una piscina.

—¡Nosotros no hicimos nada!

—¡Exacto! —replicó Mitch.

—Venga, hombre, déjalo ya. Lo importante es que se pondrá bien —dijo el joven mientras se pasaba una mano temblorosa por el pelo.

—Reacciones lentas y torpes… —describió el médico sin dejar de mirarlos—. ¿Qué habíais tomado? ¿Hierba? ¿Algo más fuerte?

Los jóvenes empezaron a protestar. Él cortó sus excusas levantando la mano.

—Intentad venderle esa moto a otro. Parte de mi trabajo es saber estas cosas. Y soy muy bueno en mi trabajo. Igual que los policías. También son muy buenos y ya vienen de camino.

—¿Policías? ¿Para qué? Todo lo que hicimos fue entrar un segundo en la casa… El teléfono sonó… —repuso ella intentando defenderse.

—¿Y se necesitan dos personas para contestar el teléfono? —preguntó Mitch mientras sacudía la cabeza—. Aunque eso fuera verdad, que no lo creo, no hay llamada telefónica lo suficientemente importante como para dejar de vigilar a un niño de dos años al lado de una piscina.

—Espera un poco, hombre…

—No me hables así. Llámame «doctor» o no me llames nada. Ese niño debería estar jugando ahora mismo o viendo dibujos animados. Y mirad dónde está —les dijo con un dedo acusador—. Se supone que teníais que protegerlo y habéis metido la pata.

—Pero acaba de decirnos que se pondrá bien —repuso la chica.

—Aún tenemos que hacerle unas pruebas para asegurarnos de que es así. Y durante las próximas cuarenta y ocho horas tendrá que estar en observación. Aún no está fuera de peligro. Avisadme cuando llegue su madre —les dijo mientras los fulminaba con la mirada.

Se dio media vuelta y desapareció tras las puertas dobles.

Exhaló con fuerza. Acababa de ver al infame Mitch Tenney en acción. El hospital tenía una política bastante estricta en cuanto a conducta. Tres quejas podían significar el despido. Tenney ya había recibido dos y aquélla podía ser la tercera. La situación era muy complicada y se dio cuenta de que estaba de parte del médico, pero también sabía que Tenney debería haberse callado sus opiniones y dejar que la policía se encargara de ellos.

Era un alivio que Darlyn Marshall, su jefa, fuera a ser la consejera de Mitch Tenney. Ella era bastante nueva en su empresa y él era el primer cliente que tenía en el hospital Mercy. Ese centro tenía más de dos mil empleados, podía ser un contrato muy lucrativo para su firma. No quería echarlo todo a perder sólo porque no estaba siendo todo lo profesional que debía. Pero no podía dejar de pensar en que ese hombre era un héroe.

En manos menos hábiles que las suyas, ese pequeño no se habría salvado. Pero la actitud del médico no era la más adecuada y el objetivo de la empresa consultora Marshall era salvarlo a él.

 

 

Mitch miró el nombre sobre la mesa de despacho. Samantha Ryan…

Recordaba haberla visto en la sala de urgencias el día que le tocó asistir al pequeño Ty. El niño había estado a punto de morir ahogado. Sintió náuseas al recordarlo. Sabía mejor que nadie que todos los días pasaban cosas y existían los accidentes. Pero algunas cosas ocurrían por negligencia y estupidez. Su tolerancia era muy baja para ese tipo de individuos.

La miró a los ojos. Le dio la impresión de que su nombre iba bien con su aspecto. Tenía el pelo castaño claro con mechones dorados por el sol. Sus ojos marrones estaban llenos de optimismo. Bajó la vista hasta su boca y le sorprendió la sensualidad de sus labios. Una ola de deseo lo atravesó en ese instante. Su boca tenía forma de corazón y sintió la absurda urgencia de probar sus labios. Se los imaginó dulces y suaves. Pero no podía distraerse con esas cosas, tenía que concentrarse en sacarla de quicio.

Y eso era lo que estaba haciendo en ese instante. Acababa de entrar en su despacho y se habían estado mirando a los ojos más tiempo de lo normal. El silencio empezaba a resultar embarazoso. No para él. Dominaba completamente la situación, pero no le costó darse cuenta de que ella estaba cada vez más tensa e incómoda.

Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que ella sucumbiera y necesitara llenar el silencio con palabras. La señorita Ryan se aclaró la garganta, tragó saliva y se recolocó en su silla.

—Bueno, doctor Tenney…

—Llámeme Mitch.

Ella se quedó pensativa un segundo.

—¿Se sentiría más cómodo si lo llamara así?

—¿De verdad le importa que me sienta cómodo?

—¿Siempre es así de combativo?

Se cruzó de brazos y la miró con intensidad.

—¿Cree que estoy siendo combativo?

—Sólo quiero conocerlo mejor y entender cómo trabaja en el hospital.

—¿De verdad?

Un lado de su sensual boca se elevó formando media sonrisa. Pero fue un gesto muy breve.

—Si insiste en responder cada pregunta con otra, este proceso va a ser muy poco productivo.

Eso era lo que pretendía. Se suponía que iba a reunirse con la consultora principal, Darlyn Marshall, pero al parecer se había encontrado mal y había tenido que irse a casa. Le alegró saberlo, no quería estar allí. Pero, antes de que pudiera marcharse, la recepcionista lo había llevado hasta ese despacho. Le pareció que observar a Samantha Ryan era una buena manera de entretenerse mientras perdía el tiempo.

Pero estaba muy claro que ella no se sentía igual. Hacía lo imposible por no mostrarlo, pero parecía muy incómoda con la situación.

—¿Lleva mucho tiempo en este negocio del asesoramiento profesional, señorita Ryan?

—¿Por qué no me llama Samantha?

Tuvo que contener una sonrisa ante tal respuesta. Le daba la impresión de que llevaba poco tiempo dedicándose a ese tipo de trabajo, pero estaba claro que era rápida e inteligente.

—Muy bien, la llamaré Samantha.

—¿Por qué no se sienta? —le preguntó ella mientras señalaba el sillón situado frente a ella y al otro lado de la mesa.

—Gracias —repuso él con educación.

Pensó que sus buenos modales conseguirían confundirla. Ni él mismo entendía por qué quería ser difícil, pero así era como se sentía.

Echó un vistazo al despacho. La empresa estaba en un gran edificio de oficinas y muy cerca del hospital Mercy. El despacho de la señorita Ryan no era más que un pequeño cubículo sin ventanas al exterior. Las paredes estaban llenas de marcos de caoba. Pero, en vez de pinturas o paisajes, enmarcaban frases que intentaban motivar a la gente. En uno de esos cuadros se leía que el éxito era el uso inteligente de los errores.

Se quedó reflexionando unos segundos. El no podía permitirse el lujo de cometer errores. Alguien podía morir si fallaba. Otro de los cuadros afirmaba que los obstáculos no eran otra cosa que lo que uno vería si apartaba los ojos de su objetivo final.

Sus objetivos no eran nada complicados. Sólo quería mantener a los pacientes con vida y no involucrarse de manera personal. Ni con esos pacientes ni con nadie.

En la pared tras la señorita Ryan había un gran cuadro con un puente y una puesta de sol.

Debajo estaban escritas las palabras: «Sé un puente. Los problemas se convierten en oportunidades cuando las personas adecuadas se unen».

Samantha Ryan levantó la vista en ese instante y vio que estaba mirando ese cuadro.

—¿Qué le parece esa idea?

Sabía que iba a arder en el infierno. Pero, cuando vio sus labios, no pudo evitar pensar en otro tipo de unión que no tenía nada que ver con el puesto de trabajo.

—Es una idea bonita que no tiene sentido en el mundo real —repuso él encogiéndose de hombros.

—Me alegra ver que ha venido a verme con la mente muy abierta. ¿Le resulta útil ser así?

—Sarcasmo —repuso él—. Me gusta eso en las mujeres.

Vio como apretaba los labios. Con algo de nerviosismo, se recolocó el cuello del jersey dorado que llevaba debajo de una chaqueta de ante. El optimismo de sus ojos se había esfumado. Se imaginó que había conseguido herirla de algún modo con sus palabras.

—Es irrelevante si le gusta como soy o no, Mitch. Necesita concentrarse en sus objetivos.

—Si tengo que concentrarme en usted, estoy dispuesto a hacerlo —le dijo con una sonrisa.

La señorita Ryan apartó la vista al verlo sonreír y se puso unas gafas de marco grueso y negro. Se las ajustó sobre la nariz y revisó los papeles que tenía frente a ella en la mesa.

—Muy bien. ¿Sabe por qué está aquí?

—Sí.

—¿No quiere desarrollar un poco más esa respuesta?

—No.

—¿Conoce la estricta política del hospital en cuanto a la conducta de sus empleados?

—¿Se refiere al hecho de que te despiden si se presentan tres quejas contra ti?

—Sí, a eso me refiero.

—Pues sí, conozco esa norma.

—Y, ¿es consciente de que está a punto de que lo inviten a salir por esa puerta y le den con ella en el…? ¿En el trasero?

Samantha bajó la vista hacia esa parte de su anatomía cuando dijo la última palabra. No se le pasó por alto que sus mejillas se ruborizaron de inmediato.

Le encantó verla así. Se dio cuenta de que aquella reunión no iba a ser tan aburrida como se había imaginado. Estaba disfrutando mucho con la vista.

—Vaya, señorita Ryan. Mejor dicho, Samantha, estoy conmocionado y algo ofendido. ¿Es «trasero» un término específico que usan en el mundo de la asesoría?

—Usted es el médico, doctor. ¿No es el término anatómicamente correcto para referirse a la parte que tocará el duro suelo si lo echan a la calle?

Se echó a reír al escucharla.

—Muy bien, me rindo.

—El caso es que ya ha recibido dos quejas formales. Pero la suya es una situación especial porque son dos tipos distintos de quejas. Una la presentó un paciente y otra un empleado del hospital —le explicó ella mientras se quitaba las gafas para mirarlo—. Pero eso ya lo sabe. Su firma está en estos papeles. Así que ya sabe que está metido en un buen lío.

—No se anda con rodeos…

—Me he dado cuenta de que es la única manera de atraer su atención.

—Pues lo ha conseguido.

Aquella mujer había atraído su atención más de lo que ella sospechaba. No sólo era preciosa, sino que también era lista. Una combinación explosiva.

—Ahora que me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?

—Pienso salvar su puesto de trabajo.

—Un objetivo muy loable.

—Supongo que recuerda haberme visto observándolo en el hospital. ¿Recuerda al pequeño que estuvo a punto de ahogarse? Tenemos que hablar sobre cómo trató a su familiar.

—¿Se refiere al adolescente que estaba demasiado drogado como para cuidar de su hermano pequeño? Le recuerdo que estuvo a punto de morir.

—A no ser que tuviera los resultados de un análisis toxicológico, lo suyo no puede considerarse más que una opinión o una suposición.

—Una opinión profesional —la corrigió él.

Estaba acostumbrado a ver todo tipo de cosas en la sala de urgencias. También había tenido que sufrir a su propio hermano cuando estaba drogado. No le costaba reconocer los síntomas.

—Aun así, no lo sabía con certeza.

Creía que ella se equivocaba, pero no pensaba insistir más.

—¿Qué quiere decir con todo eso?

—La sala de espera estaba llena. ¿No cree que hubiera sido mejor hablar con él en privado?

No podía creer que le hablara en serio. Acababa de meterle un tubo de plástico por la garganta a un pequeño de dos años para que pudiera respirar y había tenido que cerciorarse de que aún tenía actividad cerebral. Podía haber muerto o quedar seriamente dañado. Y todo por culpa de su hermano.

—Me limité a informar a la familia sobre la condición del paciente.

Samantha levantó con incredulidad las cejas.

—¿No cree que estaba muy frustrado con la situación y que arremetió contra el joven para desahogarse? ¿No piensa que podría haber sido un poco más diplomático? ¿No cree que hubiera sido mejor idea esperar a que llegara la policía y también la madre?

Parecía lista, pero estaba claro que aquello era bastante nuevo para ella. Él tenía más experiencia en ese tipo de situaciones.

—Bueno, ¿se lo pasó bien en el departamento de urgencias? —le preguntó él entonces.

—Intenté mantenerme al margen y pasar desapercibida.

—Pues fracasó, Samantha. Es difícil que pase desapercibida.

—¿Qué quiere decir? ¿Que no me integré?

—Para nada. Los enfermeros han estado hablando…

—¿De verdad?

Era su manera de preguntarle qué habían dicho sobre ella.

—En una escala de cero a diez, le han dado un quince.

Estaba mintiéndole, era él quien la valoraba así, pero le pareció que era mejor no delatarse.

—Gracias.

—Me limito a comentar lo que es obvio —repuso él encogiéndose de hombros.

—No, lo que hace es cambiar de tema.

—Tenía que intentarlo y para eso no hay nada mejor que usar la verdad. Creo que tuve éxito durante unos segundos.

Samantha miró de nuevo sus notas.

—Volviendo al tema que nos ocupa…

—Por cierto, ¿tiene planes para cenar esta noche? —la interrumpió él.

—Sí, tenía planeado comer.

—¿Sola?

—Sí.

—¿Le gustaría tener compañía?

—No.

—¿Está segura?

—Muy segura —repuso ella mirando una vez más los papeles—. Como estaba diciendo…

Era persistente. Y muy bonita. No había exagerado en los halagos, pero estaba claro que ella no iba a dejar que la distrajera.

—Lo primero que hay que reconocer es que el resultado fue positivo —prosiguió ella.

—Sí. El niño está vivo, pero no gracias a su hermano.

Cada vez que pensaba en lo que podía haber ocurrido, le entraban ganas de golpear las paredes.

—Sí, la vida es así de positiva. A veces.

—Y ese niño salvó la vida gracias a usted.

—Y a muchas otras personas —añadió él.

—Por supuesto. Gracias por sacar el tema. Salvar vidas es un esfuerzo conjunto.

Le había dado pie y ella había aprovechado la ocasión para llevárselo a su terreno. Era muy lista. Estaba seguro de que iba a darle un sermón sobre la importancia de que un grupo trabajara con armonía.

—¿Ha estado alguna vez en una situación de vida o muerte, Samantha?

—Todo el mundo tiene problemas que…

—No me cuente tonterías. Hablo de situaciones en las que la gente se desangra, pierde la respiración y su corazón se para. ¿Ha visto alguna vez algo así?

—No —repuso ella con algo de incomodidad.

—Entonces, no me cuente que lo que necesito para hacer bien mi trabajo es tener buenos modales. Aquello es una trinchera y las cosas son distintas allí. Además de estudiar y hacer las prácticas, tienes que aprender a dejarte llevar por los instintos. Entonces las reacciones son automáticas y no puedes distraerte. Algunas veces, ni siquiera eso es suficiente.

Vio que Samantha tragaba saliva.

—Se enfrenta a la muerte.

—Cada día. Cada maldito día y siempre que puedo —replicó él.

No podía creer que lo hubiera entendido.

—Pero está aquí para hablar de lo que pasa cuando el paciente ya ha sido tratado —le recordó ella.

—Entonces, te quedas esperando que llegue el siguiente. Esperando que llegue otra persona que sufre por algo estúpido. Como cuando hay un accidente múltiple porque algún conductor insensato estaba borracho o hablando por el móvil —le dijo él.

—Veo que tenemos mucho trabajo por delante. Pero no será ahora —dijo Samantha mirando su reloj—. Nuestro tiempo se ha terminado, doctor… Mitch.

—El tiempo vuela cuando uno se está divirtiendo.

Y lo cierto era que no lo había pasado tan mal como había temido. Eso le sorprendió.

—¿Cuándo podemos repetir esto? —le preguntó.

—Antes de salir, hable con la recepcionista para acordar el día y la hora de su siguiente cita. Darlyn volverá al trabajo en un par de días. Así que puede reservar hora para hablar con ella.

—¿Y si no quiero?

Samantha se inclinó hacia delante en la mesa y apoyó las manos en ella.

—No tiene otra opción, Mitch. O acude a estas reuniones para recibir asesoramiento profesional o acabará por conseguir que le den con la puerta en el trasero.

—Entonces sí que tengo otra opción.

—Si usted lo dice… Haga lo que le parezca.

—Es lo que suelo hacer.

Samantha lo miró a los ojos. Le dio la impresión de que lo entendía.

—Si implica lo que creo que implica, y espero que no sea así, tengo que dejarle muy clara mi posición. Ahora que hemos hablado, creo que no encajamos demasiado bien.

Se puso de pie y apoyó la cadera en la mesa. Le gustó ver que ella se echaba para atrás instintivamente. Fue algo sutil, pero estaba claro que quería alejarse de él sin que se notara que le tenía miedo.

—No estoy de acuerdo, Samantha. Mi opinión profesional como médico y también como hombre es que tú y yo encajaríamos muy bien —le dijo él tuteándola por primera vez—. Creo que debería tener derecho a decidir quién es mi asesora.

—Esa decisión ya ha sido tomada.

—Pero nadie me ha preguntado a mí —le dijo con media sonrisa—. Es a ti a quien quiero.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

QUÉ es lo que hiciste, Samantha?

No podía dejar de mover los pies mientras se enfrentaba a su padre. La habían avisado para que fuera a verlo a su despacho en el hospital Mercy. A pesar de ser una mujer adulta, se sintió de nuevo como la vulnerable niña que había crecido sin madre.

—Te prometo que no hice nada para poner en peligro la relación, papá.

Aunque a lo mejor había violado alguna norma no escrita del código de Arnold Ryan. Después de todo, parecía estar acusándola de no ser lo bastante mujer para conseguir que su prometido la deseara a ella en vez de ir detrás de la otra mujer con la que lo había pillado en la cama.

No pudo evitar pensar en Mitch Tenney. Él había dicho en voz alta que era a ella a quien quería. Sabía que la quería como asesora profesional, pero las palabras habían hecho que se estremeciera y aún lo conseguían.

Se sentía estúpida por sentirse así, pero no podía evitarlo. Y sabía que sólo la quería a ella porque pensaba que era una joven con poca experiencia en ese campo y a la que podría manipular fácilmente. Había reaccionado negándose por completo a su petición. Le había molestado mucho que pudiera conocerla tan bien después de hablar sólo unos minutos con ella. Pero su testarudez había provocado que ese cliente saliera enfadado del despacho.

Oyó que su padre carraspeaba.

—¡Samantha! ¿Me estás escuchando?

—Por supuesto, papá.

Arnold Ryan era el director general del hospital. A sus cincuenta y muchos, seguía siendo atractivo, con ojos azules y fríos y pelo negro que comenzaba a encanecer. El hombre que abandonó a su madre cuando era un bebé no había sido para ella más que un donante de esperma. El que tenía sentado frente a ella era el único padre al que había conocido, un hombre que dirigía el hospital más grande de Las Vegas. Seguía intentando con todas sus fuerzas que se sintiera orgulloso de ella, por eso había acudido a verlo tan pronto como la avisaron.

—He tenido que enterarme por Jax que ya no seguís comprometidos. Y, por lo visto, hace ya varias semanas que rompisteis.

Había esperado no tener que enfrentarse a esa situación, pero sólo había conseguido retrasarla.

—Bueno, estás metido en muchos problemas ahora con los sindicatos, papá. No quería distraerte. Estaba esperando que llegara el momento adecuado para decírtelo.

—Cuando una decisión es mala, no existe un momento adecuado para comunicarla. Él tiene mucho futuro en este mundo. ¿Por qué rompiste el compromiso?

No sabía cómo responderle sin decirle que Jax Warner, el perfecto futuro yerno desde el punto de vista de su padre, no era el hombre de sus sueños.

—Fue una decisión mutua y amigable —le dijo.

—Eso no me dice nada —repuso él mientras la fulminaba con la mirada.

Su padre había sido el que había elegido a ese hombre para ella, no podía decirle la verdad. Sabía que acabaría por tergiversarlo todo y echarle la culpa a ella. Lo que necesitaba era una distracción, algo positivo que consiguiera que su padre dejara de pensar en lo que había pasado.

—¿Sabes qué, papá? Mi empresa ha conseguido el contrato para asesorar profesionalmente a los empleados del hospital.

Su padre la miró con ironía y algo de desdén.

—No he tenido nada que ver con esa decisión.

—Claro que no —protestó ella—. No era eso lo que quería decir. El éxito es aún mejor porque hemos conseguido el contrato por nuestros propios medios.

—Yo no quería hacerlo, pero el director de recursos humanos creía importante salvar los puestos de algunos profesionales. No es fácil encontrar médicos buenos en el mercado laboral.

—Ha sido una buena decisión, papá. Podemos ayudar a que…

—Por favor, Samantha —la interrumpió su padre mientras levantaba las cejas con incredulidad—. Ni siquiera has podido mantener tu compromiso, ¿cómo vas a mantener el trabajo de otra persona? Deberías buscarte un trabajo de verdad. Y, ¿por qué no hablas con Jax y te disculpas? Estoy seguro de que te perdonará y la boda seguirá en pie.

Recordó que con su padre era mejor callarse y esperar a que terminara su sermón. De otro modo, Arnold Ryan se las ingeniaba para usar en su contra cualquier cosa que pudiera decir.

Treinta minutos más tarde, después de que su padre le recordara una vez más a qué hora pasaría a recogerla el sábado para ir a la gala del hospital, salió de su despacho.

—Lo lógico es que tu prometido no sea infiel —murmuró mientras caminaba deprisa y furiosa por el pasillo—. Me trata como si tuviera trece años. La culpa la tengo yo por dejar que me presente a nadie…

—¡Samantha!

Una parte de su cerebro reconoció esa voz profunda, pero estaba demasiado enfadada para darse cuenta de que aquello iba con ella.

—Y encima cree que todo ha sido culpa mía. ¿Qué es esto? ¿La Edad Media?

—Oye, ¿qué es lo que te pasa?

Se detuvo y se dio media vuelta. Mitch Tenney estaba detrás de ella en el pasillo, apoyado en la pared y con los brazos cruzados sobre su ancho y fuerte torso. Llevaba una barba de dos días y el brillo en sus ojos le daba un aspecto más canalla que de costumbre. Le pareció increíble que tuviera tan buen aspecto con el uniforme del hospital. No eran más que unos pantalones de algodón sin forma, una especie de pijama, pero sabía cómo llenarlos. No pudo evitar estremecerse al ver al residente más problemático de todo el hospital. Le sorprendió sentirse así y más aún darse cuenta de que nunca había tenido esa sensación con Jax, su infiel prometido.

—Mitch… ¿Qué haces aquí?

—Trabajo aquí.

Se dio una palmada en la frente. Se sentía estúpida.

—¡Claro! Debería haberme dado cuenta por el pijama.

—¿Qué pijama?

—El uniforme, eso es lo que quería decir.

Rezó para que se la tragara la tierra en ese instante, pero no tuvo suerte.

—¿Cuál es tu excusa para estar aquí? —le preguntó Mitch.

—Hazme caso, no quieres saberlo.

—Muy bien, pero deja que te dé un consejo. Si sigues hablando por los pasillos como lo hacías, van a mandarte al despacho del director para que te castigue.

—Gracias por el consejo. Bueno, hasta luego —le dijo ella alejándose de allí.

—Espera, come conmigo —le dijo Mitch entonces—. Iba de camino al comedor de los médicos.

—No creo que sea buena idea.

—¿Ya has comido?

—No, pero pensaba comprarme algo de vuelta a mi oficina.

—Te invito —le ofreció Mitch.

—Corrígeme si me equivoco, pero creo que los médicos no tienen que pagar en el comedor. Además, es un comedor sólo para médicos, no puedo estar allí. Ése no es mi sitio.

Sabía que aquello había sonado algo patético, pero él no sabía lo suficiente de ella como para apreciar el doble sentido en sus palabras.

—Nadie te dirá nada si estás conmigo —le dijo él—. Y la comida es bastante buena.

—No me parece buena idea…

Sabía que era un error y muy poco profesional.

—¿Nunca has querido tirar la casa por la ventana y romper alguna norma?

Nunca había sentido la necesidad de hacer algo así. Al menos hasta ese momento.

—A las chicas como yo nunca nos funcionan esas cosas. Siempre nos pillan.

—Vive peligrosamente.

Le parecía peligroso hasta estar cerca de él en medio de ese pasillo. No quería ni pensar en las implicaciones que podía tener comer con él.

—Mitch, de verdad, no creo que…

Él levantó la mano para detenerla.

—Antes de que termines esa frase, deberías saber que no acepto nunca un «no» por respuesta.

Se preguntó si seguiría hablando del almuerzo o si le estaba recordando que quería que ella fuera su asesora. De un modo u otro, iba a acabar decepcionado.

—Come conmigo, Samantha —le dijo él con una sonrisa mientras tomaba su brazo y la llevaba hacia el comedor—. Si estás conmigo, nadie puede acusarte de hablar sola por los pasillos.

Estaba claro que no aceptaba una negativa por respuesta. Dejó que la llevara al comedor de los médicos. El olor a comida le recordó lo hambrienta que estaba.

—Así que aquí es donde dan de comer a los dioses de la Medicina… —comentó ella.

—Impresionante, ¿verdad?