Nochebuena - Tomas Lassalle - E-Book

Nochebuena E-Book

Tomas Lassalle

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Beschreibung

La época de amor y alegría que caracteriza a la Navidad da un vuelco en esta terrorífica historia. Así, la Nochebuena se vuelve de un intenso color rojo sangre y, a medida que la noche avanza, se convierte en una pesadilla sin escapatoria. Cinco amigos, que han pasado años sin verse, deciden reunirse nuevamente para rememorar viejos recuerdos, encuentro que desenterrará secretos y rencores olvidados. Nunca se imaginaron que aquella bestia en busca de revancha decidiría presentarse en el mismo lugar, aunque con intenciones macabras. Más tarde, con la llegada de un nuevo personaje a la ciudad, el terror y el misterio se intensifican cuando se desata una agónica lucha. Con la sombra de la venganza acechando en cada esquina, los protagonistas deberán enfrentar sus propios demonios y buscar respuestas en un pasado oscuro que amenaza con devorarlos. La cacería mortal ha comenzado y solo desentrañando los secretos de la niñez podrán detener la escalada de horror.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Lassalle, Tomás

Nochebuena / Tomás Lassalle. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

254 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-594-2

1. Narrativa. 2. Novelas de Suspenso. 3. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Lassalle, Tomás

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Aquí es donde se supone que debo contar detalladamente qué es lo que puede esperar el lector en las siguientes páginas, este es el punto donde se debe atraer la atención de quien haya decidido tomar parte de su tiempo, unos minutos por día, por semana, de su vida para dedicárselos a esta historia. Siendo sincero, no tengo idea de cómo hacerlo.

¿Es esta una historia que valga la pena ser leída? No sabría responder a ello.

¿Es merecedora de que se le otorgue el tiempo que podría utilizarse en otra labor? Tampoco lo sé.

Algo que deben saber quienes sigan adelante a partir de este punto es que se van a encontrar con distintas emociones: la envidia, la tristeza, el miedo y el odio por sobre las demás.

Podrán preguntarse: ¿es esta una historia de terror? ¿Solo se centra en una venganza? Y… deberán seguir leyendo para averiguarlo.

Lo único que puedo asegurarles es que todo lo que ocurre dentro de esta historia podría ocurrirle a cualquiera en cualquier momento de la vida.

Algunas veces ¡el pasado regresa y busca venganza...!

Nochebuena

Capítulo 1

Cinco amigos

Limpieza

En un sábado matutino, con las canciones de rock más clásicas sonando de fondo, se encontraba Camila, quien se había sentado a pensar durante unos largos diez minutos qué canción tenía ganas de escuchar aquel día de fin de semana soleado; ese no era un dato menor ya que los sábados soleados, de buen clima, con aquel estilo tropical y esa suave brisa, le recordaban a cuando solo era una pequeña niña que no tenía ninguna responsabilidad. Además, con la llegada del verano, también llegaban las vacaciones escolares, con todas las materias aprobadas como siempre lo hacía la pequeña Cami, “Pulga”, como le decían sus padres por su pequeño tamaño y aquel tono de voz bien agudo que tenía. Para la pequeña Pulga el verano era lo mejor, significaba que podría pasar tres meses enteros jugando todo el día con sus amigos, sin tener que realizar aburridas tareas de matemática, leer ningún gigantesco libro de biología ni tener que pagar las cuentas. Pero aun ya habiendo crecido, para Camila el verano seguía trayendo consigo los mismos recuerdos y sensaciones de aquella maravillosa época repleta de libertad, aunque algunas cosas sí cambiaban, como las tradiciones de sábado, que pasaron de las salidas de fin de semana con sus amigos al mejor bar, donde ya tenían su propia mesa reservada, a la limpieza semanal de la casa, algo que siempre había detestado desde chica, porque era lo que su madre hacía los sábados bien temprano y, por ende, la pequeña Pulga que debía obedecer a sus padres también estaba obligada a contribuir con la limpieza, por lo menos en su habitación. Esto la llevó a pensar que después de todo sí tenía sus responsabilidades desde chica, aunque no tan importantes como las de cualquier adulto. Ella tenía sus cosas que hacer y siempre se encargaba de que todo lo que le tocara hacer a ella quedara perfecto, hasta el más mínimo detalle, algo que jamás cambió a lo largo de los años. Por ese motivo se había tomado diez minutos sentada frente al reproductor de música eligiendo la importante primera canción que quería escuchar. Sabía que una vez que comenzara con la limpieza no podría volver atrás, ya no volvería a elegir alguna canción. Por más que alguna pasara por su mente y se muriera de ganas de oírla, no retrocedería con la limpieza para cambiar la reproducción, por eso era muy importante decidir la primera canción, ya que el resto de la mañana sonaría la reproducción automática y ella no se podía dar el lujo de cambiarla hasta que no quedara ni una pizca de tierra en un solo rincón de la casa

Finalmente se decidió por una canción, Tan perfecto que asusta, de la que fuese la banda musical Callejeros. Oprimió el botón y comenzó a sonar la canción. Tomó la escoba, por unos segundos la utilizó como micrófono y comenzó a sentir que estaba dando el mejor concierto de su vida, con todas las entradas agotadas. Todo el mundo la miraba sorprendido y cantaba junto a ella:

El enemigo peor, ese gran saboteador,siempre será uno mismo,y ese miedo a estar peor.

Había sumado suficiente energía en el cuerpo como para comenzar con la limpieza, tomó la escoba de la manera correcta y la apoyó sobre la mesada, tomó la colita de pelo de su muñeca derecha y vio como la escoba rodaba. Sin poder detenerla a tiempo cayó al suelo, la recogió, pero esta vez se la colocó entre las piernas cerrando con fuerza, la suficiente como para no dejarla caer. Se colocó la colita entre los dedos y comenzó a levantar su cabello hasta formar una especie de rodete. Como quedó un poco desarreglado, lo ajustó lo suficiente como para que no se cayera utilizando la colita, la cual se quedó mirando unos segundos. Era una colita de un color grisáceo, como acercándose al blanco, pero ella estaba segura de que la suya era de un color negro intenso. Entonces se preguntó hace cuánto tiempo la llevaba como pulsera a todos lados. No se la sacaba en ningún momento del día, al punto de hasta ciertas veces olvidar que la traía, pero ¿de dónde había salido? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la compró, para que el color se le haya desteñido? Tantos debían ser los años, pensó, ya ni siquiera recordaba si la había comprado o alguien se la había obsequiado. Se quedó unos segundos más pensando: «¿Cómo podés llevar algo con vos durante tanto tiempo y ni siquiera recordar cómo llegaste a obtenerlo? ¿Cuándo cambia y pasa de ser algo de suma importancia a un objeto sin valor alguno?».

El tiempo pasaba y aún no había limpiado ni una sola esquina de aquella casa que tenía acumulada toda la suciedad que una familia de tres puede juntar en una semana. En realidad, no era mucha ya que Camila era sumamente ordenada y detallista: apenas desordenaba algo lo volvía a poner en su lugar de inmediato, era más fuerte que ella aquella reacción. Lo último que quería en el mundo era que alguien la viera como una persona desprolija. Ella debía ser perfecta en cada aspecto, y por lo tanto su esposo también, así que tampoco se podía esperar que hubiese mucha mugre de parte de él. La bebé que habían tenido hacía un año era la única bebé de todo el barrio, un barrio lleno de vecinos entrometidos que debían saberlo todo. Camila tenía muy presente que todo el barrio podía enterarse de todo lo que pasaba en su casa, y ella no dejaría que nadie tuviera lugar a decir algo malo de su familia. Por desgracia para ellos, les había tocado vivir en la peor ubicación del barrio, y no por la geografía que rodeaba el lugar, ya que esta era perfecta, tenía los mejores árboles y el césped natural podado tres veces a la semana, no por un jardinero sino por su marido cuando llegaba de trabajar. No podían permitir que los vecinos lo vieran volver del trabajo y sentarse a mirar la televisión, mientras le pagaban a otro hombre por mantener aquel jardín en tan perfectas condiciones. Y ella sabía muy bien que todo lo que pasara en el barrio se sabría y en especial lo que ocurriera en su casa, ya que estaban ubicados justo frente a la casa de la señora Mercedes Giovanni de Vicenzo, la más antigua vecina del barrio.

Se había mudado allí con el dinero de su marido, quien combatió en la guerra de Malvinas. Fue arreglando su pequeña casa hasta convertirla en una de las más antiguas y hermosas casas del barrio, y lo había hecho todo sola, mientras lidiaba con el duelo por la pérdida de su marido. No aceptaba caridad ni lástima de nadie. Aquella gran casa de dos pisos contaba con dos baños, uno por piso, cuatro habitaciones y una cocina donde podrían trabajar los mejores chefs de Europa, un comedor tan grande que podría juntarse toda la selección de fútbol, incluyendo a los asistentes y personal de limpieza luego de los entrenamientos, para comer un asado, y seguiría sobrando espacio. Todo eso lo había hecho sola, con sus propias manos, mientras su marido combatía hasta morir, por eso era tan importante la opinión de la señora Mercedes en todo el barrio. Si ella llegaba a dar algún comentario negativo acerca de la casa de Camila deberían armar las valijas y salir de ahí antes de que terminara el día.

Camila se acercó a aquel gran ventanal que tenía y abrió las cortinas de par en par, no le iba a demostrar ningún tipo de miedo a la señora Mercedes. Volvió a tomar la escoba y en lugar de comenzar por la cocina, como era lo habitual, en esta ocasión decidió comenzar por arriba. Subió rápidamente las escaleras y dejó la escoba en el altillo, bajó corriendo a la cocina donde llenó un balde con agua caliente y volvió a dirigirse hacia las escaleras, dejó el balde en el suelo y bajó nuevamente a la cocina, donde tomó el detergente y un cepillo. Llegó a mitad de camino cuando recordó que había olvidado la lavandina, giró sobre sus pies y volvió a la cocina, tomó la lavandina y se encaminó hacia el altillo. Ya con todo lo necesario para trabajar, notó que había varias cajas de cartón que se romperían fácilmente cuando tirara el agua caliente en el suelo, así que tomó la que estaba más accesible, esta tenía escrito en letras mayúsculas: “SECUNDARIA SANTA TERESA”. Se quedó unos segundos tratando de recordar que podría haber ahí dentro, pasó la mano sobre la parte de arriba de la caja dejando caer el polvo acumulado por los años al suelo y bajó con la caja hacia el comedor. Cuando llegó, colocó la misma sobre la mesa y la abrió, sin saber que podía encontrar ahí dentro. La incertidumbre no la iba a dejar continuar con la limpieza hasta que descubriera que había en la caja.

«Cuánto tiempo ha pasado», pensó Camila. Tenía en sus manos un viejo álbum de fotos, algo anticuado para la tecnología que existe hoy en día. No encontraba razón por la que conservarlo durante estos años; tranquilamente podría digitalizar cualquier recuerdo viejo que hubiese ahí para luego desechar aquel gran libro a la basura, lo cual no solo ahorraría espacio en la casa, sino que la haría olvidar la mugre que acumulaba y podría ver aquel contenido que se encontraba guardado con mayor frecuencia. Pero luego recordó su celular con la memoria colapsada, desbordada de fotos que jamás había vuelto a ver (algo que pasa normalmente con las nuevas tecnologías). A cualquier cosa que le llamaba la atención dentro de la cotidianidad de la vida le sacaba una foto, con la excusa de que lo podía hacer de manera instantánea y de que le iba a quedar el recuerdo para verlo cuando quisiera. Pero ahí sentada en el sillón con aquel viejo álbum apoyado sobre sus rodillas, pudo darse cuenta de que jamás lo había hecho. Desde que tuvo su primer celular, ni una sola vez se sentó a ver y recordar alguna de esas incontables cantidades de fotos que justamente sacaba para recordar más tarde. En realidad, era en esos viejos álbumes en donde finalmente la gente recordaba, por más obsoletos que parecieran. Una vez por año llegaba el momento en que lo abrías, y no solo eran fotos que veías, también se podían sentir los momentos. Era difícil de entender y mucho más de explicar, pero había una magia que se conservaba intacta en esas viejas fotos. Al pasar página por página venía el recuerdo de aquellas emociones, de las alegrías de las fiestas, los llantos emocionantes de los casamientos, el regocijo de la amistad. Finalmente se detuvo en la última página del libro, tomó una foto que estaba dada vuelta, algo que le llamó rotundamente la atención, antes de darle vuelta pudo leer: “Fiesta de graduación. Santa Teresa. Promoción 2009”.

Las hermanas sean unidas

Eran las siete y media de la tarde pero, como el clima estaba bastante cálido, querían cenar temprano, comer algo liviano, poder hacer la digestión tranquilos; así que Camila se dispuso a preparar la cena. Tomó algunos tomates que había en el cajón de la verdura que se encontraba en la parte más baja de la heladera, como escondidos en unos cajones para que se mantuvieran frescos, pero no recibieran tanto frío como para llegar a congelarse o echarse a perder. Junto a los tomates tomó una planta de lechuga morada que ya tenía varios días guardada y debía usarse esa noche sí o sí, «porque en esta casa no se tira la comida», pensó ella. Mientras preparaba la cena, seguía con su mente puesta en aquel álbum, porque algo que era tan importante en cierto momento pasó a ser un simple objeto dejado en una caja, sin siquiera el recuerdo de que estuviera allí, ya que habían pasado años desde aquellos recuerdos que ahora eran solo fotografías que no generaban más que imágenes nubladas en su mente. Camila seguía cocinando en modo automático, cortaba los tomates en rodajas para luego colocarlas una encima de otra y cortarlos como si fuesen cebollas, tenían que tener el diámetro perfecto porque todo lo que se hiciera en esa casa —y en especial cualquier tarea realizada por ella— debía ser perfecta, no podía dejar ni un solo mínimo espacio de desorden para que su criticona vecina se regodeara con ello. Tenía tan mecanizada toda la cuestión de preparar la cena que habitualmente lo hacía mientras escuchaba música, se ponía los auriculares y ponía alguna canción que le subiera el ánimo para comenzar a bailar. Al mismo tiempo que su cuerpo cocinaba, su mente se concentraba en la canción, pero esa noche no lo hizo así: en lugar de ponerse una canción y relajarse al cocinar, su mente solo trataba de recordar quiénes eran aquellas personas, si bien sabía que eran sus amigos del colegio no entendía por qué, si habían sido tan importantes como para tener una foto solo con ellos 4, sin el resto del curso, no podía siquiera recordar sus nombres, y eso no era algo que se podía permitir. En tanto cortaba la lechuga cada vez más fuerte y descontrolada, comenzó a ponerse furiosa. ¿Cómo podía ser posible que ella no recordara un detalle de su vida? Pensaba en eso cada vez más indignada, apretando el cuchillo con mayor fuerza.

Tal vez lo que realmente le asustaba no era la pérdida de algunos detalles al azar sino el llegar a terminar como su hermana en algún futuro. En algún punto ella siempre pensó que lo que le ocurrió a su hermana fue lo que la llevó a autoimponerse esa constante lucha por obtener la perfección hasta en el más mínimo detalle de su vida.

Mariana era la hermana mayor de Camila, tenía solo tres años más que ella y por fin había llegado su cumpleaños número quince, aquel día tan importante para una adolescente, aquel momento en el que técnicamente una se convierte en una mujer, ese día tan especial que debe ser un recuerdo hermoso grabado en la mente tanto de la persona, como de sus familiares y amigos por siempre. Pero no fue así en este caso. Mariana se había levantado temprano, mucho más que sus padres pero no que Camila. No había dormido casi nada pero de todas formas se levantó con todas las energías posibles, con la exaltación clásica que produce en cualquier persona el cumplir años, en especial en las personas jóvenes a quienes la edad no les pesa, y solo quieren que el reloj avance, creyendo que los espera un futuro de libertad y la toma de sus propias decisiones como adultos, para luego enfrentarse con el hecho de querer retroceder el reloj y volver a aquellos años en los que el cumplir años generaba adrenalina, emoción y excitación constante. Las hermanas tenían la tradición de siempre preparar la torta de cumpleaños una para la otra. En esa ocasión a Camila le tocaba preparar la torta más importante en años de tradición, por eso se había levantado mucho más temprano que su hermana para empezar a preparar la masa. Para cuando Mariana se levantó ya tenía preparada la base del bizcochuelo. Estaba en ese perfecto estado de mezcla entre lo sólido y lo líquido sin un solo grumo, ya se veía que iba a ser una torta perfecta. Agarró la bandeja de la mesada y la metió en el horno ya precalentado para empezar a cocinar el bizcochuelo. Mariana la tomó por sorpresa justo después de que cerrara la puerta del horno, y los gritos comenzaron.

—¡Feliz cumpleee! —gritó Camila.

—Gracias, hermana. —Mariana corrió a abrazarla con todas sus fuerzas.

—Ya se te notan las arrugas —le respondió en tono de chiste.

—Ven conmigo, acompáñame a la panadería de acá cerca. Vamos a comprar algo rico para desayunar en familia.

—Mejor deberíamos quedarnos, acabo de poner la torta en el horno y tengo que estar atenta para que no se queme. —Camila sabía que sus padres le habían comprado un desayuno especial, que traía todo lo que a ella le gustaba y mucho más, así que trató de persuadirla.

—No vamos a tardar nada. Aparte necesito contarte algo importante y tengo que asegurarme que mamá y papá no escuchen.

La incertidumbre se apoderó de Camila, si bien no era la misma perfeccionista que sería más tarde, algo dentro de ella no la dejó seguir persuadiendo a su hermana y le dijo que sí en menos de un segundo. Ambas salieron hacia la panadería que se encontraba doblando en la esquina de su casa y, antes de llegar al destino, Mariana se detuvo y mirando fijamente a Camila le dijo:

—Te voy a contar algo, pero necesito que sea un secreto entre nosotras, tenés que jurar que no se lo vas a contar a nadie, en especial a mamá y papá.

—Me estás empezando a asustar, ¿qué pasó?

—Primero prometémelo.

—Está bien, lo prometo, decime qué pasó de una vez por todas —dijo, ya con tono entre furiosa y preocupada.

—Juan y yo nos vamos a casar.

—¿Qué?

—Sí, me pidió que nos casáramos una vez que yo cumpliera quince, así luego podremos tener nuestra familia como siempre quisimos.

—Vos estás loca, mamá y papá no te van a dejar, ni yo tampoco.

—Prometiste que no les ibas a decir nada, pensé que vos ibas a estar de mi lado.

—Estoy de tu lado, por eso voy a ir a decirles para que frenen esta locura.

Camila salió corriendo hacia la casa con su hermana siguiéndole el paso, gritándole que no dijera nada, que fuera una buena hermana. Al entrar por la puerta principal, el humo le invadió la garganta, haciéndole largar una fuerte tos continua. Se acercó hacia la cocina, y el bizcochuelo dentro del horno parecía cubierto totalmente de chocolate, de uno bien intenso. Se había quemado por completo, estaba arruinado. Tomó la manija del horno sin ponerse el guante de cocina y saltó hacia atrás con grito ahogado, para tratar de no despertar a sus padres, por lo menos hasta limpiar el desastre, luego ya se encargaría de despertarlos para contarles lo que planeaba hacer su hermana. Agarró el guante apoyado sobre la mesada y abrió la puerta del horno, estaba por tomar la torta cuando Mariana se acercó a ella, gritándole que era una mala hermana, reprochándole como si le estuviera arruinando la vida. Camila tomó un poco de aire y, sin darse vuelta, le dijo lo que pensaba.

—Estás arruinando tu día especial, tenés la estúpida idea de casarte con solo quince años, arruinaste la sorpresa del desayuno —que en realidad acaba de arruinar Camila— y encima arruinaste la única torta que debía ser perfecta, la más importante de los últimos años. Andate, no quiero verte ahora —gritaba como endemoniada. Ya no le importaba despertar a nadie.

Pensado que su hermana le había hecho caso y había subido a su habitación o por lo menos había salido de la cocina, tomó el quemado bizcochuelo del horno y lo sacó con todas sus fuerzas, las mismas con las que su codo golpeó directo en la cara de su hermana haciéndola trastabillar hacia atrás unos pasos, hasta finalmente caer, golpeando su cabeza contra el borde del último escalón de la escalera en la sala principal.

Lo único que podía ver Camila era la gran mancha roja que a medida que los segundos corrían, de una manera muy lenta, se iba haciendo cada vez más grande. Su hermana estaba tirada inconsciente en el suelo y la sangre salía de su cabeza y parecía que no tenía ninguna intención de detenerse. Ella permanecía inmóvil mirándola fijamente; no le salían palabras, ni movimientos, estaba congelada como si solo sus ojos funcionaran y solamente pudiera ver lo que había causado, porque no importaba lo que realmente ocurrió ni cómo explicaría la situación. Camila ya estaba segura de que había asesinado a su hermana en el día de su cumpleaños número quince, aquel día que debía ser perfecto y único, pero dejó de serlo, aunque sí continuó siendo por los años un día inolvidable.

Habían pasado alrededor de dos minutos, pero en la situación donde las hermanas se encontraban aquel tiempo era comparable con una eternidad. Camila seguía estática, con la mirada fría, los ojos vacíos por dentro, pero llenos de lágrimas por fuera, puestos en la sangre que ya le había llegado hasta sus pies y comenzaba a secarse. Empezó a oír los gritos que venían desde arriba, los padres habían oído el golpe y comenzaban a despertar sin saber lo que ocurría con sus hijas en la planta baja. Desde la cama acostados, abriendo débilmente los ojos con algún que otro bostezo de por medio, empezaron a preguntar en tono fuerte para que los oyeran desde abajo.

—¿Chicas, todo bien por ahí? ¿Por qué la cumpleañera no sube a saludarnos? ¿Ya está muy grande para abrazar a sus padres? -preguntaba el padre mientras reía débilmente.

—Mariana, Camila, ¿por qué no contestan? —Comenzaban a sentir cada vez más raro el ambiente.

—Chicas, nos están haciendo empezar mal el día, hablen —ya con un tono de voz más grave.

El padre se puso de pie, tomó la bata que tenía colgada en el armario y se la puso rápidamente, se acercó hacia la puerta. Entonces retrocedió hacia la cama, tirándose al suelo junto a ella para buscar las pantuflas, las cuales estaba seguro de que estaban bajo la cama; pero, como siempre, cuando querés algo rápido nunca está donde lo dejaste. Tomó las pantuflas y se dirigió a la puerta, abriéndola y emprendiendo el camino hacia la escalera. Su cuarto era el último del largo pasillo en forma de ele: debía pasar por el cuarto de Mariana, doblar, pasar por el de Camila, luego por el baño y ahí por fin llegaría a la escalera. No tenía idea de cuánto valía cada segundo que estaba desperdiciando.

En la planta baja Camila, con la mirada perdida en aquella cada vez más grande mancha en el suelo, no le pudo contestar ni una sola de las preguntas que su padre hizo. Las había oído todas, y quería gritar con todas sus fuerzas: “Papá, ven rápido, Mariana tuvo un accidente, debemos llevarla al hospital”, pero no le salía emitir un solo sonido; por más que lo intentara, era como si alguien le hubiese abierto la boca y le hubiese arrancado la lengua, y todas las cuerdas vocales. Por más que quisiera expresarse no habría forma de hacerlo, solo podía esperar a que su padre notara que algo extraño sucedía y bajara a salvarla, como el día que se cayó del columpio con solo 6 años jugando en el patio de su antigua casa. En aquel gran jardín lleno de plantas y juegos, como siempre la pequeña Pulga salió a jugar por su cuenta y quiso sentarse en el columpio de los chicos grandes, ese que su hermana había comenzado a usar ese verano. Si Mariana podía usarlo ¿por qué ella no podría? No pudo porque le quedaba grande como para llegar cómodamente a las cadenas. A medida que la velocidad subía notaba cómo le costaba aferrarse a las cadenas que tenía a sus costados, sus manos comenzaban a resbalarse, y no llegaba con los pies al suelo para frenar aquel aparato infernal, así que decidió soltarse mientras subía, presa del miedo. Cuando cayó al suelo se había raspado la rodilla, de tal manera que se veían varios cortes que comenzaban a sangrar. Comenzó a llorar, pero se encontraba muy lejos de la casa como para ser escuchada por alguien: quería gritar, pero no le salía el sonido. Comenzaba a pensar que nadie la ayudaría, pero su padre apareció, la cargó en brazos, le dio un pequeño beso en la rodilla lastimada y la llevó hacia la casa diciéndole que todo iba a estar bien. Camila se sentía segura en sus brazos. Fue la primera vez que descubrió que su padre tenía poderes, podía oír todo lo que ella o su hermana sintieran y llegaría enseguida al rescate. Así esperaba que ocurriera mientras seguía parada frente a su hermana, al pie de las escaleras, con la confianza plena de que su padre llegaría a rescatarla.

En el segundo piso de la casa, la madre se encontraba en el baño, específicamente en la ducha, se enjuagaba el pelo mientras pensaba: «Que niñas rebeldes. Mariana ya llegó a ese punto de la adolescencia, va a empezar por ignorar a su padre, y la va a contagiar a su hermana para que haga lo mismo. Vamos a tener que controlarlas para que no se desmorone el ambiente en la casa, no puede ser que no le respondan una simple pregunta a su padre». La madre moría de ganas de salir de la ducha, envolverse en una toalla y bajar rápidamente a decirle a esas chicas: “Contéstenle a su padre, con un demonio, no puede ser que siempre me hagan enojar”, pero no quería pasar por encima de él, debía dejar que él se encargara de imponer el respeto que merecía como padre. Por esa razón se puso contenta cuando escuchó la puerta de su cuarto y sintió las pisadas de su esposo, segura de que iba a bajar a decirles a esas maleducadas chicas cómo eran las cosas en esa casa. Eran ellos dos contra ellas dos, no debían dar el brazo a torcer o perderían el control para siempre y ya no lo recuperarían, por lo menos no con facilidad, había que imponer el respeto de antemano y evitar así los conflictos. Cerró las canillas de la ducha justo unos cinco segundos antes de que esa mañana tranquila se convirtiera en el peor día para su familia, lo que escucho mientras tomaba la toalla fue el grito de su esposo:

—¡Mariana!

Luego de atravesar el pasillo en forma de ele, el padre bajó las escaleras con formato circular, con la mayor rapidez que le permitía su vestimenta. Las pantuflas no eran de fiar, y no quería terminar como su hija, pensaría unos segundos más tarde. A medida que el movimiento de la escalera se acercaba a la planta baja, comenzó a ver una mancha negra, de los mechones de pelo de su hija que llegaban hasta el cuarto escalón en subida. Pensando que era alguna mugre que habían ocasionado sus hijas comenzó a decirles:

—Espero que no hayan desord… ¡Mariana! —gritó con todas sus fuerzas al momento que vio a su hija tirada en el suelo. Arrodillado en el duelo junto a ella, comenzó a gritar hacia arriba—: ¡rápido, agarrá las llaves del auto y bajá, tenemos que ir al hospital, corré! —Dio media vuelta sobre sus rodillas y tomó a Camila por los brazos, apretando con fuerza, la fuerza ocasionada por el miedo.

—Camila, por dios ¿qué pasó? Necesito que me respondas —comenzaba a agitar sus brazos levemente, subiendo de intensidad.

—S-s-saqué la t-t-torta del horno y ella se c-c-cayó.

—Necesito que te concentres. ¿Cuánto tiempo pasó?

—No, no, no lo sé.

—No importa, tenemos que irnos.

La madre bajó apresuradamente por las escaleras y no pudo evitar echarse a llorar cuando vio a su hija tirada junto a la escalera.

—No tenemos tiempo para lágrimas —le dijo su marido.

—Llévate a Camila y dale arranque al auto, yo voy a agarrar a Mariana. —La mujer seguía helada mirando a su hija—. ¡Rápido, no hay mucho tiempo, hacé lo que te dije! Agarrá las llaves, a Camila y andá a encender el auto.

Dos horas y media estuvo Marina en el quirófano, el corte en la cabeza era muy grande, necesitaba por lo menos siete puntos y había que cerrar la herida lo más rápido posible. El doctor salió una vez finalizada la cirugía y se dirigió hacia los padres, le dio a Camila un billete y le dijo que fuera a la cafetería a comprarse algún alfajor o golosina que ella quisiera, para así poder quedar solo con los padres y contarles la situación.

—La operación salió bien, pero ella está dormida.

—Por la anestesia, ¿cierto? —preguntó el padre. La madre estaba muy asustada para emitir palabra y lo dejó hablar a él, mientras lloraba apoyada en su hombro.

—No, esa es la cuestión, debería estar despierta ya.

—Sea directo, doc, diga a dónde quiere llegar, ¡dígalo de una maldita y puta vez!

—Voy a permitirle el insulto solo por esta vez. Son las once y media pasadas, su hija va a pasar el resto del día en la habitación 215. Si para antes de que termine el día no se despierta, me temo que las noticias no van a ser para nada buenas. Perdóneme, no puedo ser más directo.

Camila y su padre se fueron a almorzar. Él no podía tragar ni un bocado, la angustia lo estaba matando, pero debía ser fuerte por ella, así que decidió llevarla a almorzar algo a la pizzería que había al cruzar la calle. Además, necesitaba que ella estuviera en un lugar tranquilo para poder decirle lo que había pasado con su hermana. Después de todo ella se había llevado la peor parte, fue la que la vio caer y golpearse la cabeza contra la escalera; era también una manera de que, mientras coma tranquila, su mente se tranquilizara y así pudiera contarle los detalles de qué había pasado exactamente en la cocina. Mientras ella comía una porción de pizza napolitana, él trataba de secarse las lágrimas de los ojos. No quería que su hija lo viera llorar, en ningún momento, y menos cuando ella lo necesitaba.

—Pulga, necesito que te concentres y te relajes. Mariana va a estar bien, va a estar perfecta como siempre, pero necesito, para poder ayudarla a mejorar, saber exactamente qué pasó en la cocina, que era todo ese olor a quemado y cómo terminó golpeando la cabeza contra la escalera.

—No lo recuerdo muy bien. —Era mentira, ella sabía con lujo de detalle lo que había pasado. Por error o no, ella estaba segura de que había matado a su hermana—. Todo se nubla, recuerdo que el bizcochuelo se quemaba, y al sacarlo del horno me di vuelta y ella estaba ahí… Papá, su sangre, est-t-taba por t-t-todos lad… —no pudo seguir hablando y rompió en llanto.

—No te preocupes, cariño, todo va a estar bien —le dijo mientras la abrazaba como si fuese la última vez que lo haría.

Volvieron al hospital para eso de las tres de la tarde, luego de pasar algún tiempo en la plaza que estaba a la vuelta, subieron a la habitación 215 y todo seguía igual. La madre seguía en posición fetal, sobre la silla que había a un costado de la cama, llorando de a ratos. En la cama Mariana seguía dormida y nada parecía indicar que fuera a despertar pronto, pero ciertas veces los milagros sí existen. Eran cerca de las siete cuando Camila, que estaba en un pequeño sillón acostada junto a su padre, comenzó a moverle el brazo una y otra vez sin emitir sonido y le señaló la cama, donde Mariana comenzaba a mover la cabeza levemente.Ambos padres se acercaron a ella, comenzaron a abrazarse y a sonreír mientras veían que su hija lentamente abría los ojos. Cuando finalmente los abrió completamente, los miro de arriba abajo como analizándolos con una especie de rayos X.

—Hija, por fin despertaste. Nos hiciste asustar mucho, ¿te sentís bien? —El padre le preguntaba mientras la madre lloraba ahora de felicidad, segura de que todo este día fue un mal trago que ya podían comenzar a dejar atrás.

—¿Dónde estoy?

—En un hospital, después de que te caíste te trajimos para acá.

—¿Cómo que me caí?

—Cuando estabas con Camila en la cocina, ¿te acordás?

—¿Quién es Camila? ¿Y quiénes son ustedes? Me quiero ir de acá, tengo miedo, ¡AYUDAAA! —comenzó a gritar desesperadamente.

Los enfermeros comenzaron a entrar rápidamente para ayudar a la chica que gritaba sin parar, el médico apareció y ordenó a los enfermeros que despejaran el cuarto. Luego de otros largos, podría decirse eternos, cuarenta y cinco minutos de espera el doctor salió del cuarto. Esta vez fue la madre quien se acercó furiosamente.

—Doctor, dígame ya qué pasó, mi hija empezó a gritar por ayuda después de vernos. Somos su familia, su familia, ¿por qué pide por ayuda cuando nos ve? Más que nosotros nadie la va a ayudar.

—Las lesiones cerebrales no son fáciles, le hicimos varias placas, y le hice estudios desde la primera operación de la mañana. —Se quedó en silencio unos segundos—: La buena noticia es que está despierta y sana, pero su memoria es débil, casi nula.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que puede que recuerde por ratos quién es y quiénes son ustedes, pero puede que luego se le vaya toda la información. No le es posible retener mucha información nueva, solo pequeños detalles. Su pasado es como un televisor de los viejos con antena, de a ratos se ve bien y de a ratos solo hay lluvia e interferencia.

—¿Cómo la va curar?

—Lo lamento mucho, señora, no existe cura alguna. Ahora, con su permiso, tengo otros pacientes que atender.

Ambos padres se abrazaron mientras rompían en llanto, al igual que a un costado comenzaba a llorar incesantemente Camila, a quien nadie había recordado darle un billete para ir por golosinas. En esta ocasión había estado presente como una sombra, sin ser notada por los demás durante toda la explicación. Sabía perfectamente que por más que Mariana haya despertado, que por más que volviera a casa con ellos en el auto esa misma noche, nada sería lo mismo. Mariana había despertado y estaba a salvo, pero su hermana nunca iba a volver, quizás solo por ratos, cuando la antena del televisor tuviera suficiente señal. Pero no sería lo mismo: su hermana mayor, su mejor amiga, había muerto, y por más que trataran de convencerla de que aquel accidente no fue su culpa, ella estaba segura de que la había matado.

Memoria

Camila estaba parada frente a la planta de lechuga y no podía moverse cuando escuchó una voz que le decía: “Buenas noches, amor”. Perdida en el momento de recuerdo que estaba teniendo se dio vuelta rápidamente, cortándole el brazo a Juan, pero no le preocupó. Juan había tomado algunos papeles del rollo que había en la cocina y los apretaba fuerte contra su antebrazo, tratando de hacer que el gran corte que le había causado su mujer dejara de sangrar. Camila, lejos de sentirse apenada por lo sucedido, solo sentía un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo: por primera vez después de todos los años que llevaban juntos, le llamaba la atención el nombre de su marido, lo miró fijamente a los ojos mientras él no la podía entender.

—Camila, me cortaste, ¿qué te pasa?

—Tenés su nombre.

—¿De qué me hablas? Pásame más papel por favor.

—Ella se quería casar con él.

—Camila, me estás asustando, ¿de qué me hablas? ¿Quién se va a casar?

—Mi hermana.

Juan quedó callado, se dio media vuelta y fue hasta el cajón de su escritorio en la sala contigua, tomó una cinta del cajón y se envolvió las tiras de papel en el brazo, ajustándolas con firmeza, ayudado con la cinta. Volvió hacia la cocina donde Camila seguía quieta con el cuchillo en la mano, goteando la sangre que le había quedado justo sobre la lechuga.