Novelas Cortas - Pedro Antonio de Alarcón - E-Book

Novelas Cortas E-Book

Pedro Antonio de Alarcón

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Beschreibung

Pedro Antonio de Alarcón's Novelas Cortas represents the pinnacle of Spanish costumbrista literature, offering a brilliant collection of short novels that capture the essence of 19th-century Spanish society. These masterfully crafted tales combine keen social observation with engaging storytelling, presenting memorable characters from various walks of life. Alarcón's ability to blend humor with serious social commentary creates works that are both entertaining and enlightening. His stories explore themes of honor, love, social class, and human nature with remarkable psychological depth and cultural authenticity. The collection showcases the author's talent for creating compelling narratives that reflect the customs, values, and contradictions of Spanish society during a period of significant social transformation. Through vivid descriptions, sharp dialogue, and well-developed characters, Alarcón established himself as one of Spain's finest practitioners of the short novel form, influencing subsequent generations of Spanish writers and contributing significantly to the development of Spanish realist literature.

SOBRE EL AUTOR

Pedro Antonio de Alarcón y Ariza fue un escritor y político español.

En 1854, se trasladó a Madrid y dirigió el periódico anticlerical y satírico El Látigo.

Tras una carrera política como diputado, se dedicó a la escritura de novelas.

Es una de las figuras más célebres del realismo dentro de la literatura española.





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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Novelas Cortas

Pedro Antonio de Alarcón

– 1891–

LA BUENAVENTURA

I

No sé qué día de Agosto del año 1816 llegó a las puertas dela Capitanía general de Granada cierto haraposo y grotescogitano, de sesenta años de edad, de oficio esquilador y deapellido o sobrenombre Heredia, caballero en flaquísimo ydestartalado burro mohino, cuyos arneses se reducían a unasoga atada al pescuezo; y, echado que hubo pie a tierra, dijocon la mayor frescura «que quería ver al Capitán general.»

Excuso añadir que semejante pretensión excitó sucesivamentela resistencia del centinela, las risas de los ordenanzasy las dudas y vacilaciones de los edecanes antes de llegar aconocimiento del Excelentísimo Sr. D. Eugenio Portocarrero,conde del Montijo, a la sazón Capitán general del antiguoreino de Granada.... Pero como aquel prócer era hombre demuy buen humor y tenía muchas noticias de Heredia, célebrepor sus chistes, por sus cambalaches y por su amor a lo ajeno...,con permiso del engañado dueño, dió orden de que dejasenpasar al gitano.

Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dospasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstanciasgraves, y poniéndose de rodillas exclamó:

—¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amode toitico el mundo!

—Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece...—respondió el Conde con aparente sequedad.

Heredia se puso también serio, y dijo con muchodesparpajo:

—Pues, señor, vengo a que se me den los mil reales.

—¿Qué mil reales?

—Los ofrecidos hace días, en un bando, al que presente lasseñas de Parrón.

—Pues ¡qué! ¿tú lo conocías?

—No, señor.

—Entonces....

—Pero ya lo conozco.

—¡Cómo!

—Es muy sencillo. Lo he buscado; lo he visto; traigo lasseñas, y pido mi ganancia.

—¿Estás seguro de que lo has visto?—exclamó el Capitángeneral con un interés que se sobrepuso a sus dudas.

El gitano se echó a reír, y respondió:

—¡Es claro! Su merced dirá: este gitano es como todos,y quiere engañarme.—¡No me perdone Dios si miento!—Ayerví a Parrón.

—Pero ¿sabes tú la importancia de lo que dices? ¿Sabesque hace tres años que se persigue a ese monstruo, a esebandido sanguinario, que nadie conoce ni ha podido nunca ver?¿Sabes que todos los días roba, en distintos puntos de estassierras, a algunos pasajeros; y después los asesina, pues diceque los muertos no hablan, y que ése es el único medio de quenunca dé con él la Justicia? ¿Sabes, en fin, que ver a Parrónes encontrarse con la muerte?

El gitano se volvió a reír, y dijo:

—Y ¿no sabe su merced que lo que no puede hacer ungitano no hay quien lo haga sobre la tierra? ¿Conoce nadiecuándo es verdad nuestra risa o nuestro llanto? ¿Tiene sumerced noticia de alguna zorra que sepa tantas picardías comonosotros?—Repito, mi General, que, no sólo he visto a Parrón,sino que he hablado con él.

—¿Dónde?

—En el camino de Tózar.

—Dame pruebas de ello.

—Escuche su merced. Ayer mañana hizo ocho días quecaímos mi borrico y yo en poder de unos ladrones. Me maniataronmuy bien, y me llevaron por unos barrancos endemoniadoshasta dar con una plazoleta donde acampaban los bandidos.Una cruel sospecha me tenía desazonado.—«¿Seráesta gente de Parrón? (me decía a cada instante.) ¡Entoncesno hay remedio, me matan!..., pues ese maldito se ha empeñadoen que ningunos ojos que vean su fisonomía vuelvan aver cosa ninguna.»

Estaba yo haciendo estas reflexiones, cuando se me presentóun hombre vestido de macareno con mucho lujo, y dándomeun golpecito en el hombro y sonriéndose con suma gracia, medijo:

—Compadre, ¡yo soy Parrón!

Oír esto y caerme de espaldas, todo fué una misma cosa.

El bandido se echó a reír.

Yo me levanté desencajado, me puse de rodillas, y exclaméen todos los tonos de voz que pude inventar:

—¡Bendita sea tu alma, rey de los hombres!... ¿Quiénno había de conocerte por ese porte de príncipe real queDios te ha dado? ¡Y que haya madre que para tales hijos!¡Jesús! ¡Deja que te dé un abrazo, hijo mío! ¡Que enmal hora muera si no tenía gana de encontrarte el gitanicopara decirte la buenaventura y darte un beso en esa manode emperador!—¡También yo soy de los tuyos! ¿Quieresque te enseñe a cambiar burros muertos por burros vivos?—¿Quieresvender como potros tus caballos viejos? ¿Quieresque le enseñe el francés a una mula?

El Conde del Montijo no pudo contener la risa....—Luegopreguntó:

—Y ¿qué respondió Parrón a todo eso? ¿Qué hizo?—Lo mismo que su merced; reírse a todo trapo.

—¿Y tú?

—Yo, señorico, me reía también; pero me corrían por laspatillas lagrimones como naranjas.

—Continúa.

En seguida me alargó la mano y me dijo:

—Compadre, es V. el único hombre de talento que ha caídoen mi poder. Todos los demás tienen la maldita costumbre deprocurar entristecerme, de llorar, de quejarse y de hacer otrastonterías que me ponen de mal humor. Sólo V. me ha hechoreír: y si no fuera por esas lágrimas....

—Qué, ¡señor, si son de alegría!

—Lo creo. ¡Bien sabe el demonio que es la primera vezque me he reído desde hace seis u ocho años!—Verdad es quetampoco he llorado....

—Pero despachemos.—¡Eh, muchachos!

Decir Parrón estas palabras y rodearme una nube de trabucos,todo fué un abrir y cerrar de ojos.

—¡Jesús me ampare!—empecé a gritar.

—¡Deteneos! (exclamó Parrón.) No se trata de esotodavía.—Os llamo para preguntaros qué le habéis tomado aeste hombre.

—Un burro en pelo.

—¿Y dinero?

—Tres duros y siete reales.

—Pues dejadnos solos.

Todos se alejaron.

—Ahora dime la buenaventura—exclamó el ladrón, tendiéndomela mano.

Yo se la cogí; medité un momento; conocí que estaba en elcaso de hablar formalmente, y le dije con todas las veras de mialma:

—Parrón, tarde que temprano, ya me quites la vida, yame la dejes..., ¡morirás ahorcado!—Eso ya lo sabía yo.... (respondió el bandido con enteratranquilidad.)—Dime cuándo.

Me puse a cavilar.

Este hombre (pensé) me va a perdonar la vida; mañanallego a Granada y doy el cante; pasado mañana lo cogen....Después empezará la sumaria....

—¿Dices que cuándo? (le respondí en alta voz.)—Pues¡mira! va a ser el mes que entra.

Parrón se estremeció, y yo también, conociendo que el amorpropio de adivino me podía salir por la tapa de los sesos.

—Pues mira tú, gitano.... (contestó Parrón muy lentamente.)Vas a quedarte en mi poder....—¡Si en todo elmes que entra no me ahorcan, te ahorco yo a ti, tan ciertocomo ahorcaron a mi padre!—Si muero para esa fecha,quedarás libre.

—¡Muchas gracias! (dije yo en mi interior.) ¡Me perdona... después de muerto!

Y me arrepentí de haber echado tan corto el plazo.

Quedamos en lo dicho: fuí conducido a la cueva, dondeme encerraron, y Parrón montó en su yegua y tomó el tolepor aquellos breñales....

—Vamos, ya comprendo ... (exclamó el Conde del Montijo.)Parrón ha muerto; tú has quedado libre, y por eso sabessus señas....

—¡Todo lo contrario, mi General! Parrón vive, y aquíentra lo más negro de la presente historia.

II

Pasaron ocho días sin que el capitán volviese a verme. Segúnpude entender, no había parecido por allí desde la tarde que lehice la buenaventura; cosa que nada tenía de raro, a lo que mecontó uno de mis guardianes.

—Sepa V. (me dijo) que el Jefe se va al infierno de vez en cuando, y no vuelve hasta que se le antoja.—Ello es que nosotrosno sabemos nada de lo que hace durante sus largasausencias.

A todo esto, a fuerza de ruegos, y como pago de haber dichoserían ahorcados y que llevarían una vejez muy tranquila, habíayo conseguido que por las tardes me sacasen de la cueva y meatasen a un árbol, pues en mi encierro me ahogaba de calor.

Pero excuso decir que nunca faltaban a mi lado un par decentinelas.

Una tarde, a eso de las seis, los ladrones que habían salidode servicio aquel día a las órdenes del segundo de parrón,regresaron al campamento, llevando consigo, maniatado comopintan a nuestro Padre Jesús Nazareno, a un pobre segador decuarenta a cincuenta años, cuyas lamentaciones partían el alma.

—¡Dadme mis veinte duros! (decía.) ¡Ah! ¡Si supieraiscon qué afanes los he ganado! ¡Todo un verano segando bajoel fuego del sol!... ¡Todo un verano lejos de mi pueblo, demi mujer y de mis hijos!—¡Así he reunido, con mil sudores yprivaciones, esa suma, con que podríamos vivir este invierno!...¡Y cuando ya voy de vuelta, deseando abrazarlos y pagarlas deudas que para comer hayan hecho aquellos infelices,¿cómo he de perder ese dinero, que es para mí un tesoro?—¡Piedad,señores! ¡Dadme mis veinte duros! ¡Dádmelos, porlos dolores de María Santísima!

Una carcajada de burla contestó a las quejas del pobre padre.

Yo temblaba de horror en el árbol a que estaba atado; porquelos gitanos también tenemos familia.

—No seas loco.... (exclamó al fin un bandido, dirigiéndoseal segador.)—Haces mal en pensar en tu dinero, cuando tienescuidados mayores en que ocuparte....

—¡Cómo!—dijo el segador, sin comprender que hubiesedesgracia más grande que dejar sin pan a sus hijos.

—¡Estás en poder de Parrón!

—Parrón.... ¡No le conozco!... Nunca lo he oídonombrar.... ¡Vengo de muy lejos! Yo soy de Alicante, yhe estado segando en Sevilla.

—Pues, amigo mío, Parrón quiere decir la muerte. Todoel que cae en nuestro poder es preciso que muera. Así,pues, haz testamento en dos minutos y encomienda el almaen otros dos.—¡Preparen! ¡Apunten!—Tienes cuatrominutos.

—Voy a aprovecharlos.... ¡Oídme, por compasión!...

—Habla.

—Tengo seis hijos4 ... y una infeliz ...—diré viuda...,pues veo que voy a morir....—Leo en vuestros ojos que soispeores que fieras.... ¡Sí, peores! Porque las fieras de unamisma especie no se devoran unas a otras.—¡Ah! ¡Perdón!...No sé lo que me digo.—¡Caballeros, alguno de ustedes serápadre!... ¿No hay un padre entre vosotros? ¿Sabéis loque son seis niños pasando un invierno sin pan? ¿Sabéis loque es una madre que ve morir a los hijos de sus entrañas,diciendo: «Tengo hambre..., tengo frío»?—Señores, ¡yo noquiero mi vida sino por ellos! ¿Qué es para mí la vida? ¡Unacadena de trabajos y privaciones!—¡Pero debo vivir para mishijos!... ¡Hijos míos! ¡Hijos de mi alma!

Y el padre se arrastraba por el suelo, y levantaba hacia losladrones una cara.... ¡Qué cara!... ¡Se parecía a la delos santos que el rey Nerón echaba a los tigres, según dicenlos padres predicadores....

Los bandidos sintieron moverse algo dentro de su pecho,pues se miraron unos a otros...; y viendo que todos estabanpensando la misma cosa, uno de ellos se atrevió a decirla....

—¿Qué dijo?—preguntó el Capitán general, profundamenteafectado por aquel relato.

—Dijo: «Caballeros, lo que vamos a hacer no lo sabrá nuncaParrón....»

—Nunca..., nunca ...—tartamudearon los bandidos.

—Márchese V., buen hombre....—exclamó entonces unoque hasta lloraba.

Yo hice también señas al segador de que se fuese al instante.

El infeliz se levantó lentamente.

—Pronto.... ¡Márchese V.!—repitieron todos volviéndolela espalda.

El segador alargó la mano maquinalmente.

—¿Te parece poco? (gritó uno.)—¡Pues no quiere sudinero!—Vaya..., vaya.... ¡No nos tiente V. la paciencia!El pobre padre se alejó llorando, y a poco desapareció.

Media hora había transcurrido, empleada por los ladronesen jurarse unos a otros no decir nunca a su capitán que habíanperdonado la vida a un hombre, cuando de pronto aparecióParrón, trayendo al segador en la grupa de su yegua.

Los bandidos retrocedieron espantados.

Parrón se apeó muy despacio, descolgó su escopeta de doscañones, y, apuntando a sus camaradas, dijo:

—¡Imbéciles! ¡Infames! ¡No sé cómo no os mato atodos!—¡Pronto! ¡Entregad a este hombre los duros quele habéis robado!

Los ladrones sacaron los veinte duros y se los dieron alsegador, el cual se arrojó a los pies de aquel personaje quedominaba a los bandoleros y que tan buen corazón tenía....

Parrón le dijo:

—¡A la paz de Dios!—Sin las indicaciones de V., nuncahubiera dado con ellos. ¡Ya ve V. que desconfiaba de mí sinmotivo!... He cumplido mi promesa.... Ahí tiene V.sus veinte duros....—Conque ... ¡en marcha!

El segador lo abrazó repetidas veces y se alejó lleno de júbilo.Pero no habría andado cincuenta pasos, cuando su bienhechorlo llamó de nuevo.

El pobre hombre se apresuró a volver pies atrás.

—¿Qué manda V.?—le preguntó, deseando ser útil al quehabía devuelto la felicidad a su familia. —¿Conoce V. a Parrón?—le preguntó él mismo.

—No lo conozco.

—¡Te equivocas! (replicó el bandolero.) Yo soy Parrón.

El segador se quedó estupefacto.

Parrón se echó la escopeta a la cara y descargó los dostiros contra el segador, que cayó redondo al suelo.

—¡Maldito seas!—fué lo único que pronunció.

En medio del terror que me quitó la vista, observé que elárbol en que yo estaba atado se estremecía ligeramente y quemis ligaduras se aflojaban.

Una de las balas, después de herir al segador, había dado enla cuerda que me ligaba al tronco y la había roto.

Yo disimulé que estaba libre, y esperé una ocasión paraescaparme.

Entretanto decía Parrón a los suyos, señalando al segador:

—Ahora podéis robarlo.—Sois unos imbéciles..., ¡unoscanallas! ¡Dejar a ese hombre, para que se fuera, como sefué, dando gritos por los caminos reales!... Si conformesoy yo quien se lo encuentra y se entera de lo que pasaba,hubieran sido los migueletes habría dado vuestras señas y lasde nuestra guarida, como me las ha dado a mí, y estaríamos yatodos en la cárcel!—¡Ved las consecuencias de robar sinmatar!—Conque basta ya de sermón y enterrad ese cadáverpara que no apeste.

Mientras los ladrones hacían el hoyo y Parrón se sentaba amerendar dándome la espalda, me alejé poco a poco del árboly me descolgué al barranco próximo....

Ya era de noche. Protegido por sus sombras salí a todoescape, y, a la luz de las estrellas, divisé mi borrico, que comíaallí tranquilamente, atado a una encina. Montéme en él, yno he parado hasta llegar aquí....

Por consiguiente, señor, déme V. los mil reales, y yo daré lasseñas de Parrón, el cual se ha quedado con mis tres duros y medio.... Dictó el gitano la filiación del bandido; cobró desde luegola suma ofrecida, y salió de la Capitanía general, dejando asombradosal Conde del Montijo y al sujeto, allí presente, que nosha contado todos estos pormenores.

Réstanos ahora saber si acertó o no acertó Heredia al decirla buenaventura a Parrón.

III

Quince días después de la escena que acabamos de referir,y a eso de las nueve de la mañana, muchísima gente ociosapresenciaba, en la calle de San Juan de Dios y parte de la deSan Felipe de aquella misma capital, la reunión de dos compañíasde migueletes que debían salir a las nueve y media enbusca de Parrón, cuyo paradero, así como sus señas personalesy las de todos sus compañeros de fechorías, había al fin averiguadoel Conde del Montijo.

El interés y emoción del público eran extraordinarios, y nomenos la solemnidad con que los migueletes se despedían desus familias y amigos para marchar a tan importante empresa.¡Tal espanto había llegado a infundir Parrón a todo el antiguoreino granadino!

—Parece que ya vamos a formar ... (dijo un miguelete aotro), y no veo al cabo López....

—¡Extraño es, a fe mía, pues él llega siempre antes quenadie cuando se trata de salir en busca de Parrón, a quienodia con sus cinco sentidos!

—Pues ¿no sabéis lo que pasa?—dijo un tercer miguelete,tomando parte en la conversación.

—¡Hola! Es nuestro nuevo camarada....—¿Cómo teva en nuestro Cuerpo?

—¡Perfectamente!—respondió el interrogado.

Era éste un hombre pálido y de porte distinguido, del cualse despegaba mucho el traje de soldado.

—Conque ¿decías....—replicó el primero.—¡Ah! ¡Sí! Que el cabo López ha fallecido....—respondióel miguelete pálido.

—Manuel.... ¿Qué dices?—¡Eso no puede ser!...—Yomismo he visto a López esta mañana, como te veoa ti....

El llamado Manuel\contestó fríamente:

—Pues hace media hora que lo ha matado Parrón.

—¿Parrón? ¿Dónde?

—¡Aquí mismo! ¡En Granada! En la Cuesta del Perro se ha encontrado el cadáver de López.

Todos quedaron silenciosos y Manuel empezó a silbar unacanción patriótica.

—¡Van once migueletes en seis días! (exclamó un sargento.)¡Parrón se ha propuesto exterminarnos!—Pero ¿cómoes que está en Granada? ¿No íbamos á buscarlo a la Sierra deLoja?

Manuel dejó de silbar, y dijo con su acostumbradaindiferencia:

—Una vieja que presenció el delito dice que, luego quemató a López, ofreció que, si íbamos á buscarlo, tendríamos elgusto de verlo....

—¡Camarada! ¡Disfrutas de una calma asombrosa!¡Hablas de Parrón con un desprecio!...

—Pues ¿qué es Parrón más que un hombre?—repusoManuel con altanería.

—¡A la formación!—gritaron en este acto varias voces.

Formaron las dos compañías, y comenzó la lista nominal.

En tal momento acertó a pasar por allí el gitano Heredia,el cual se paró, como todos, a ver aquella lucidísimatropa.

Notóse entonces que Manuel, el nuevo miguelete, dió un retemblidoy retrocedió un poco, como para ocultarse detrás desus compañeros....Al propio tiempo Heredia fijó en él sus ojos; y dando ungrito y un salto como si le hubiese picado una víbora, arrancóa correr hacia la calle de San Jerónimo.

Manuel se echó la carabina a la cara y apuntó al gitano....

Pero otro miguelete tuvo tiempo de mudar la dirección delarma, y el tiro se perdió en el aire.

—¡Está loco! ¡Manuel se ha vuelto loco! ¡Un migueleteha perdido el juicio!—exclamaron sucesivamente los mil espectadoresde aquella escena.

Y oficiales, y sargentos, y paisanos rodeaban a aquel hombre,que pugnaba por escapar, y al que por lo mismo sujetaban conmayor fuerza, abrumándolo a preguntas, reconvenciones y dicteriosque no le arrancaron contestación alguna.

Entretanto Heredia había sido preso en la plaza de laUniversidad por algunos transeuntes, que, viéndole correrdespués de haber sonado aquel tiro, lo tomaron por unmalhechor.

—¡Llevadme a la Capitanía general! (decía el gitano.)¡Tengo que hablar con el Conde del Montijo!

—¡Qué Conde del Montijo ni qué niño muerto! (le respondieronsus aprehensores.)—¡Ahí están los migueletes, y ellosverán lo que hay que hacer con tu persona!

—Pues lo mismo me da.... (respondió Heredia.)—Perotengan Vds. cuidado de que no me mate Parrón....

—¿Cómo Parrón?...¿Qué dice este hombre?

—Venid y veréis.

Así diciendo, el gitano se hizo conducir delante del jefe delos migueletes, y señalando a Manuel, dijo:

—Mi Comandante, ¡ése es Parrón, y yo soy el gitano quedió hace quince días sus señas al Conde del Montijo!

—¡Parrón! ¡Parrón está preso! ¡Un miguelete eraParrón!...—gritaron muchas voces.

—No me cabe duda.... (decía entretanto el Comandante,leyendo las señas que le había dado el Capitán general.)—¡Afe que hemos estado torpes!—Pero ¿a quién se le hubiera ocurrido buscar al capitán de ladrones entre los migueletes queiban a prenderlo?

—¡Necio de mí! (exclamaba al mismo tiempo Parrón, mirandoal gitano con ojos de león herido): ¡es el único hombrea quien he perdonado la vida! ¡Merezco lo que me pasa!

A la semana siguiente ahorcaron a Parrón.

Cumplióse, pues, literalmente la buenaventura del gitano....

Lo cual (dicho sea para concluir dignamente) no significaque debáis creer en la infalibilidad de tales vaticinios, ni menosque fuera acertada regla de conducta la de Parrón, de matar atodos los que llegaban a conocerle....—Significa tan sóloque los caminos de la Providencia son inescrutables para larazón humana;—doctrina que, a mi juicio, no puede ser másortodoxa.

Guadix, 1853.

LA CORNETA DE LLAVES

Querer es poder.

I

Don Basilio, ¡toque V. la corneta, y bailaremos!—Debajode estos árboles no hace calor....