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¿Quién es María, la Inmaculada? El autor ofrece un retrato de la Madre de Dios al hilo de la costumbre cristiana de la preparación de su fiesta. Y lo hace contemplando las Bienaventuranzas, la Salve y el Magníficat, que exclama María en su encuentro con su prima Isabel. El cristiano necesita la mirada de María para librarse de la sensación de autosuficiencia que tanto dificulta la paz interior. Su Corazón Inmaculado es el mejor camino para experimentar en toda su hondura la misericordia de Dios.
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Seitenzahl: 102
Veröffentlichungsjahr: 2022
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GIULIO MASPERO
Novena de la Inmaculada
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2022 by GIULIO MASPERO
© 2022 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
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Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6254-1
ISBN (versión digital): 978-84-321-6255-8
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN El “tráiler”
I. “BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”
II. “BIENAVENTURADOS LOS AFLIGIDOS, PORQUE SERÁN CONSOLADOS”
III. “BIENAVENTURADOS LOS MANSOS, PORQUE ELLOS HEREDARÁN LA TIERRA”
IV. “BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS”
V. “BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS, PORQUE ELLOS ALCANZARÁN MISERICORDIA”
VI. “BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE VERÁN A DIOS”
VII. “BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS, PORQUE SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS”
VIII. “BIENAVENTURADOS LOS PERSEGUIDOS POR CAUSA DE LA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”
IX. LA INMACULADA CONCEPCIÓN
AUTOR
INTRODUCCIÓN El “tráiler”
No sé si alguna vez te has encontrado con un tráiler de una novena. Seguro que has visto el tráiler de una película, o de una serie, pero aquí lo que se anuncia, a lo que se te invita, es a una novena a la Inmaculada: nueve días, que culminan, de hecho, con la Inmaculada, durante los cuales podemos preparar juntos esta hermosa fiesta[1].
Literalmente, tráiler significa “remolque”, pero el término se utiliza en un sentido figurado para indicar un corto promocional, mostrado (originalmente en el cine) al principio de una película, para atraer al público potencial a otra película, sugiriendo en pocas palabras por qué vale la pena verla y anticipando su tema. En un tráiler es necesario reconocer a los actores principales, el género (si es una comedia o un drama) y el nudo narrativo que hará que te quedes pegado a la pantalla, es decir, el núcleo desde donde se origina la historia.
Aquí expongo el origen de este libro, el nudo narrativo de mi vida del que surgió. De hecho, es muy extraño que sea yo quien haya escrito las siguientes páginas, y lo demuestra mi propia experiencia como sacerdote recién ordenado. En esos meses iniciales no tenía ganas de predicar. Me enfrentaba a situaciones nuevas cada día, todavía estaba delgado, y aún no había empezado el camino de aprender a confiar en el Espíritu Santo. Sin embargo, cuando a mediados de noviembre, en el colegio universitario donde estaba de capellán, me pidieron que predicara la Novena de la Inmaculada, me llené de alegría. Recibí como regalo de mis padres y de mis tías, de san Josemaría, de Lucas Francisco Mateo-Seco —mi maestro en teología—, y de san Juan Pablo II, junto con muchos otros, un fuerte amor a la Madre de Dios. Es realmente un regalo, inmerecido. Así que puse toda la pasión que tenía en mis primeras homilías marianas.
Y aquí radica un trauma fundamental para mí, una experiencia un tanto dramática que es, al fin y al cabo, la razón por la que estoy escribiendo estas páginas. Hacia la mitad de mi primera novena predicada, una estudiante universitaria que la seguía vino a hablar conmigo y me confió que estaba desanimada. Le contesté: «¡No te preocupes, la Inmaculada Concepción está aquí!». Y me dijo: «¡Exactamente!». Me quedé desconcertado, y entonces me explicó que la causa de su desánimo eran mis sermones, en los que ensalzaba la belleza, la bondad y, en general, las virtudes de María. Entonces comprendí realmente —de hecho, no en teoría—, que la relación del varón y de la mujer con su madre es profundamente diferente. Para mí era una alegría decir lo grande que es María, pero para una niña, que lucha por encontrar su propia identidad en relación con su madre, semejante empeño puede convertirse en una carga. Yo, como hombre, vir, soy naturalmente distinto de mi madre, mientras que la lucha de la adolescencia fue para diferenciarme de mi padre. Para la mujer es diferente.
Lo digo a menudo, incluso a los seminaristas, porque me parece muy importante. Y también porque, con el paso de los años, me di cuenta de que la cuestión no se limitaba a las chicas jóvenes, expuestas a la tensión de los exámenes universitarios y a las exigencias de rendimiento de su entorno. Mis homilías sobre María en esa primera novena, en su fracaso, tocaron un punto mucho más profundo, un punto que pone al descubierto la esencia del cristianismo: María y Jesús no son modelos que debamos imitar —lo cual es simplemente imposible— sino que son personas concretas, un hombre y una mujer, una madre y un Hijo, que vienen a salvarnos. Ella le da la acogida a Él, que es «el Dios que nos salva». Este es literalmente el significado del nombre Jesús (cf. Mt 1,21). El Hijo se hizo carne, no para juzgar al mundo, sino para salvarlo (Jn 3,17 y 12,47).
Me ayudó a entenderlo una madre de diez hijos que aprendió de san Josemaría a rezar la comunión espiritual: «Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos». Pues bien, esta mujer fuerte y sincera comentó, tras expresar su deseo de recibir a Jesús de esta manera: «¡Imposible!». Mientras no lleguemos a este punto, mientras nos engañemos a nosotros mismos pensando que somos capaces de amar, aún no hemos comprendido verdaderamente, de hecho, que necesitamos ser redimidos. Y esto es así no sólo con Dios, sino en el matrimonio, en la amistad, en todos nuestros afectos o relaciones auténticas. Necesitamos el Amor de los amores.
María nos libera precisamente porque vive totalmente en relación con las tres Personas divinas. Toda su vida es por ellas, para ellas y con ellas, incluso antes de haber visto la luz. Lo que la piedad popular intuye, la teología lo explica desde la Escritura. María no es un mero modelo, una especie de fotomodelo del espíritu, porque es infinitamente más. Por eso es tan importante la cuestión de lo que significa la Inmaculada Concepción. Ella es el fundamento, el sentido del mundo y de la historia. El hombre y la mujer fueron creados para vivir en comunión con su Creador, conociendo en su conocimiento, amando en su amor y viviendo en su vida. Con el pecado original, el hombre eligió ir solo, conocer, amar y vivir exclusivamente por sus propias fuerzas. Y así la muerte entró en el mundo. No es un castigo divino, sino la simple consecuencia de una decisión humana. Nosotros, de hecho, estamos limitados, porque no somos Dios. Mientras estábamos en relación con él, nuestras limitaciones no nos perjudicaban. Pero una vez que realizamos el absurdo gesto de tomar del árbol de la vida, un acto equivalente a intentar engendrarnos a nosotros mismos, nuestros límites comenzaron a herirnos, a encerrarnos y a asfixiarnos.
Pero Dios no nos ha abandonado en esta situación, porque creó todo por amor, con el deseo de unirse para siempre a su criatura, de ser uno con nosotros. Por eso, desde el principio, anunció que una descendiente de Eva daría a luz a un hijo que sería atacado por el diablo, pero que vencería al enemigo de la vida. Desde este punto de vista, la Cruz puede leerse como el trono de la victoria, la cima de la gloria. Es esta una perspectiva apreciada por los Padres de la Iglesia de Oriente, e impregnada en su predicación por el Evangelio de San Juan. De hecho, Jesús es el Hijo de Dios, es decir, Dios mismo, que se hace uno con nosotros hasta el extremo, hasta el abismo de nuestra limitación más radical, que es la muerte. Y al hacerlo, transformó la propia cruz en el nuevo árbol de la vida, gracias al cual podemos volver a ser nosotros mismos y pensar desde la fuente, que es el Padre.
Este es el sentido de varios pasajes del Antiguo Testamento que la Iglesia ha aprendido a leer a partir de esa clave única y maravillosa que es la Madre de Dios, la Inmaculada. Así, el pasaje narrado en Gn 3,15, donde Dios dice «pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella te aplastará la cabeza y tú le herirás el talón», a la luz del misterio de la muerte y resurrección del Señor, se ha leído como una profecía de la Pasión y de la Pascua. Y la hermosa Señora de la que se habla en los libros de la Sabiduría y de los Proverbios se ha interpretado como una referencia a María. Es Ella de quien se dice: «El Señor me creó al principio de su actividad, antes de toda su obra, desde entonces» (Pr 8,22); Ella estaba en el Corazón del Creador antes de hacer existir los cielos y el mar, la tierra y los campos con todo lo que existe. Porque si Dios, en el momento de la creación, concibió el maravilloso designio de encarnarse, también debió concebir a su Madre. Si al poner los cimientos del mundo Dios está “haciendo el pesebre”, como escribió Enrique Monasterio en su hermoso libro El Belén que puso Dios, entonces todo, toda criatura, hasta la más pequeña, como los lirios del campo y los gorriones del cielo, tienen su sentido en ella. No hay atardecer ni tormenta que no hable de ella. Toda la historia está bajo su signo, podríamos decir que está asegurada por ella.
Es importante recordar esta verdad siempre, pero especialmente cuando se sufre, cuando se atraviesan momentos oscuros, cuando se tienen preocupaciones o temores, como ocurre siempre con los que tratan de amar. Para un niño en una situación así, es natural recurrir a su madre. Por eso experimento personalmente una gran expectación cada año al confiar todo a María durante su novena. De hecho, ella sabe esperar, es la mujer de la espera y por eso de la esperanza. Ella supo esperar: esperar al Señor, esperar a que naciera, esperar a que volviera del trabajo o de la predicación..., y este saber esperar tiene que ver con su condición de Inmaculada.
Lo que propongo aquí es precisamente un viaje para descubrir juntos lo que significa ser Inmaculada. En mi corazón, este deseo nace de un descubrimiento en un momento de incertidumbre en mi vida, y que me llegó al alma: si uno sigue las Bienaventuranzas durante estos nueve días, puede ir descubriendo un retrato de María. Así que es precisamente aquí donde podemos buscar lo que significa Inmaculada. Hay ocho bienaventuranzas en la versión de Mateo (5:3-12) y disponemos de ocho días previos a la fiesta para meditar estas paradójicas declaraciones de Jesús. Caeremos entonces en la cuenta de que las Bienaventuranzas recuerdan en profundidad tanto la Salve Regina como el Magnificat. Es como si se hicieran eco entre sí. Ambas oraciones sugieren que estas bienaventuranzas, tan paradójicas, son palabras que Jesús nos dirigió también a nosotros, y que pueden ayudarnos a descubrir quién es realmente su Madre, la Inmaculada.
Este es el destino del viaje que propongo que hagamos juntos. Pero ¿cuáles son las etapas y los medios para conseguirlo? Me gustaría mostrar la importancia de “la relación” en los momentos más destacados de la vida de nuestra Madre. Podríamos decir que ella es “todo relación”, una mujer que es toda para Dios, toda para Cristo, de quien vuelve al Padre en el Espíritu Santo. Así, el hecho de que María sea toda relación se convierte también en un método de lectura del Evangelio, y de lectura de su vida. Si escuchamos, las Bienaventuranzas nos hablan del Padre de Jesús, nos dicen que existe el Padre. «Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados» no significa que los que sufren deban ser felices a causa de su sufrimiento, sino que hay Alguien que es capaz de entrar en su sufrimiento, tomarlo sobre sí y transformarlo en alegría. En el Salmo 30, el hombre afligido dice: «Has cambiado mi llanto en una danza, el vestido de luto en un vestido de fiesta». De hecho, el corazón del hermoso mensaje que constituye el Evangelio, la buena noticia, es que existe el Padre, el Padre de Jesús.