Ocho monstruos en el sótano - Erika Zepeda - E-Book

Ocho monstruos en el sótano E-Book

Erika Zepeda

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Beschreibung

A primera vista, la casa a la que se mudan Nicolás y su mamá es un gran lugar para vivir. Pero tiene algo que a él no le agrada: tal vez son sus muros muy blancos, quizás es su olor extraño o que parece un gran laberinto con tantas habitaciones. La primera noche en la casa nueva-vieja, Nicolás descubre qué es lo que le disgusta y también lo asusta: ocho monstruos que viven en el sótano. Nicolás esperaba encontrarse otro ser igual a los demás: aterrador y extraño.

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Texto D. R. © Erika Zepeda, 2022

Ilustraciones © Brenda Ruseler, 2022

Dirección de Producto: Mara Benavides

Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Mónica Romero Girón

Dirección de Arte y Diseño: Quetzal León Calixto

Edición: Lucía Rosas Zambrano

Diagramación: Iván W. Jiménez

Primera edición, 2022

D. R. © SM de Ediciones S. A. de C. V., 2022

Magdalena 211, Colonia del Valle,

03100, Ciudad de México

Tel.: (55) 1087 8400

www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-4898-8

ISBN: 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.

Registro número 2830

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor ® es propiedad de Fundación Santa María.

Prohibida se reproducción total o parcial.

La marca SM ® es propiedad de Fundación Santa María,

licenciada a favor de SM de Ediciones, S. A. de C. V.

Hecho en México / Made in Mexico

Zepeda Montañez, Erika

Ocho monstruos en el sótano/ Erika Zepeda Montañez ; ilus. de Brenda Ruse-ler. – México : SM, 2022

136 p. : il. ; 19 x 12 cm. – (El Barco de Vapor. Azul ; 73 M)

ISBN: 978-607-24-4898-8

1. Aventuras – Literatura infantil. 2. Familia – Literatura infantil. 3. Cuentos de terror. Ruseler, Brenda, il. II. t. III. Ser.

Dewey 863 Z47

Para todos mis amigos monstruos

de la infancia (que todavíame visitan de vez en cuando)

Cantad tralalá, cantad tralalí,

el Wuggly Umpvive lejos de aquí.

Edward Gorey, El Wuggly Ump

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La mudanza (El día en que Nicolás cambió fantasmas por monstruos)

Como todoslos niños del mundo, Nicolás sabía que los grandes acontecimientos se po-drían presentar en cualquier momento. Tal vez un viaje a la luna antes de la hora de cenar o el descubrimiento de una nueva civilización en el refrigerador justo antes de dormir… Aun así, nada lo hubiera preparado para el anuncio que su madre realizó una mañana a la hora del desayuno:

—¡Hoy nos mudaremos a una nueva casa! —dijo mientras batía su cereal de chocolate en la taza de café—.Y ahí no asusta ningún fantasma. Fue lo primero que pregunté.

—Los fantasmas me gustan. Don Fortino y su primo don Cornelio son mis amigos.

La mamá de Nicolás torció la boca emba-rrada de chocolate. No le gustaba esa amistad

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entre el niño y los fantasmas, aunque tenía que reconocer que en ocasiones eran una buena influencia para Nicolás (en especial cuando le ayudaban con la tarea de Historia), pero el resto del tiempo sólo eran sus cómplices en elaboradas travesuras.

—¡Pero si ya llegaron los de la mudanza!

—¡Mamá!

—Ya verás que es la casa más bonita del mundo y además yo tendré un nuevo trabajo —anunció con la boca todavía manchada de chocolate.

Nicolás suspiró, su madre llevaba mucho tiempo triste y no le haría daño acceder ante alguno de sus caprichos. Así que de inmediato se unió al ajetreo de guardar todos los obje-tos indispensables para la mudanza. Desde la caja llena de copas de cristal que no hacen juego, hasta los paraguas amarillos que,se-gún la leyenda familiar, fueron propiedad de la mismísima reina María Antonieta (y que ahora tenían suficientes agujeritos parar mi-rar las nubes). Todo revuelto en cajas de car-tón fue directo al camión que esperaba afuera

del viejo departamento. Después, todos juntos —muebles viejos, lámparas llenas de polvo, cajas de cartón, señores de mudanza, Nicolás y su mamá— atravesaron la ciudad, dejando atrás los edificios de cristal y las avenidas lle-nas de coches.

“¿Nos estamos mudando a un nuevo país?”, se preguntó el niño.

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Cuando por fin llegaron a su destino, Nicolássaltó del camión y entró a la enorme casa don-de viviría con su madre. De inmediato, se dio cuenta del olor raro que flotaba en las primeras habitaciones. No era el olor a pizzapasada y con manchas verdes, ni tampoco a hígado en-cebollado, ni mucho menos a perro mojado. Todos esos aromas ya los conocía. Este lugar era diferente, algo disfrazado, algo viejo que se hacía pasar por nuevo.

“¡Eso es! ¡Ésta es una casa nueva-vieja!”, pen-só el niño mientras miraba por las ventanas que daban al jardín.

La verdad es que la mamá de Nicolás no había mentido: aquella casa era un gran lugar para vivir. No como el viejo departamento en donde cada que alguien abría una ventana se colaban los tlacuaches a cenar. En cambio, la nueva casa resultó ser muy bonita, pintada de blanco, con puertas de madera altísimas y tan-tas habitaciones que parecía un laberinto…

Aunasí el niño no estaba completamente convencido de que aquel lugar le agradaría para vivir; era tan diferente a su vieja casa

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que aquello le chocaba un poco. Para iniciar, descubrió que el olor extraño provenía de las paredes de las primeras habitaciones de la casa, cubiertas por infinitas capas de pintura blanca que habían convertido el lugar en una enorme caja sin color;aquello no le gustaba para nada. Y lo segundo que le disgustó fue darse cuenta de un terrible olvido al empacar para la mu-danza: ¡su colección de dibujos y rayones se había quedado pegada en las paredes del de-partamento! Recordó con tristeza los caballos verdes que volaban sobre los castillos púrpuras en prados amarillos, y en los que había traba-jado tanto tiempo junto con su papá.

“Seguro los niños que se muden al depar-tamento van a disfrutar con mis dibujos tanbonitos, y yo aquí con paredes blancas y abu-rridas”, pensó mientras su mamá gritaba desde la cocina:

—¡Nicolás! Faltan las cajas con la colección de osos de peluche y los relojes de bolsillo de tu papá. Ayuda a los señores con las cajas.

—¡Está bien! —dijo el niño mientras creaba en su mente un elaborado y nuevo plan para

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resolver el problema de las paredes insípidas de la nueva casa.

“¡Decidido! Mi nueva misión en la casa de olor extraño es hacer unos dibujos mejores y más brillantes que los que dejamos en el viejo departamento. Que los fantasmas se queden con los castillos y caballitos”, pensó mientras arrastraba una nueva caja de cartón llena de cucharitas de plata.

—¡Mamá! ¿En qué caja se quedaron mis crayones? —preguntó a su madre, quien estaba abriendo una caja llena de lámparas púrpuras.

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—No es momento para ponerse a dibujar —contestó ella—. Primero desempaca todos los floreros verdes y déjalos en el pasillo.

Decepcionado con la respuesta, miró por todas partes en busca de sus crayones perdi-dos. Eran cientos, tal vez millones de cajas de todos los tamaños y no podía recordar dónde había guardado el material de dibujo. ¿Estará en la misma caja de los telescopios y las brú-julas?, ¿compartirá espacio con la colección de piedras de colores? Debía averiguarlo y re-solver el problema de las paredes blancas, pero

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su mamá no le dejaba ni un instante libre para buscar:

—¡Nicolás, cuidado con esa caja! ¡Nicolás, corre al camión a revisar que no olvidamos algo! ¡Nicolás, recuerda hacer nuevos amigos en el barrio! —se la pasaba dice y dice, mientras los señores de la mudanza seguían bajando mue-bles y más cajas de cartón que amontonaban en los pasillos.

Nicolás ya estaba un poco desesperado, aburrido y cansado porque ya llevaba mucho tiempo desempacando y siguiendo las indi-caciones de su madre. “¿ Mamá ya no se acuer-da de que casi casi es mi cumpleaños y que nadie le debe mandar hacer tantas cosas al niño que pronto cumplirá nueve años? Esos adultos a veces son incomprensibles…”, pensó.

La mudanza que parecía infinita terminó. Sin embargo, sólo hasta muchas horas después, cuando Nicolás ya estaba en la cama arropado y listo para dormir, la casa quedó en silencio y ha-bía tiempo para pensar y buscar esos crayones.

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Seguro su mamá ya estaba dormida, tal vez soñando con ovejas rosas de las que hablaría durante todo el desayuno.

“Vamos, Nicolás. Es hora de iniciar con el plan de los crayones”, se dijo para darse un poco de valor y salir de su confortable cama. Aun así, tardó unos minutos en levantarse, le aterraba mirar la oscuridad que había más allá de la puerta de su cuarto y que se arremolinaba en el pasillo. Pero cuando recordó las paredes tristes y aburridas, el sueño y el miedo se es-fumaron. Estaba decidido.

“Yo, Nicolás, encontraré