Once años de espera - Enamorada del chico malo - Pasión incontrolable - Andrea Laurence - E-Book

Once años de espera - Enamorada del chico malo - Pasión incontrolable E-Book

Andrea Laurence

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Once años de espera Andrea Laurence Años atrás, Heath Langston se casó con Julianne Eden. El matrimonio quedó sin consumar y los dos siguieron caminos separados. Una desgracia familiar los obligó a regresar a la ciudad en la que ambos nacieron, y a la misma casa. Había llegado el momento de que Julianne le concediera a Heath el divorcio... o de que cumpliera la promesa que se reflejaba en las ardientes miradas que le dedicaba.Enamorada del chico malo Heidi Rice El oscuro, inquietante e increíblemente atractivo Monroe Latimer no se comprometía con ninguna mujer, y Jessie Connor sabía que debía mantener las distancias con él. Pero Monroe la excitaba más de lo que la había excitado ningún hombre, y ella se había convertido en el objetivo de sus preciosos ojos azules. Jessie sabía que se acostaría con ella, pero también que no le podía ofrecer una relación estable. Pasión incontrolable Olivia Gates La extremada sensualidad del jeque Numair Al Aswad impactó a la princesa Jenan Aal Ghamdi. Él consiguió rescatarla de un matrimonio concertado y por ello recibió una recompensa asombrosa: ¡un heredero! Numair buscaba venganza. Jenan era vital para sus planes, pero su fría y calculadora estrategia se derritió bajo el ardor de la pasión que compartían.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 501

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 471 - junio 2021

© 2014 Andrea Laurence

Once años de espera

Título original: Her Secret Husband

© 2007 Heidi Rice

Enamorada del chico malo

Título original: Bedded by a Bad Boy

© 2015 Olivia Gates

Pasión incontrolable

Título original: Pregnant by the Sheikh

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-985-2

Índice

Créditos

Índice

Once años de espera

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Enamorada del chico malo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Pasión incontrolable

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Uno

–En esta ocasión, el ataque al corazón que ha sufrido su padre ha sido bastante serio.

Aquellas palabras no consiguieron sino incrementar la preocupación que Heath Langston sentía por el estado de salud de su padre de acogida. Estaba en el exterior de la habitación de hospital de Ken Eden, escuchando el diagnóstico del médico. Se sentía indefenso y eso no le gustaba. Era el más joven de los muchachos Eden, pero poseía su propia empresa de publicidad. Él solo había desarrollado una de las campañas publicitarias más exitosas del año anterior. Estaba acostumbrado a que todo el mundo esperara que él tomara las decisiones.

Sin embargo, aquel asunto era mucho más serio. La única hija biológica de Ken y Molly Eden no había dejado de llorar desde que llegó al hospital. Le gustaba ver sonreír a Julianne, pero no era capaz de encontrar nada con lo que hacer una broma en aquellos momentos.

Los cinco hijos de los Eden habían acudido con prontitud a la granja familiar en Cornwall, Connecticut, en el momento en el que se enteraron de que Ken había sufrido un ataque al corazón. Heath se marchó rápidamente de Nueva York sin saber si su padre de acogida estaría vivo cuando llegara al hospital. Sus padres biológicos murieron en un accidente de automóvil cuando él solo tenía nueve años. Ya era un hombre hecho y derecho, pero se sentía destrozado ante la posibilidad de perder al hombre que había ejercido de padre desde que perdió al suyo propio.

Heath y Julianne habían sido los últimos en llegar y estaban escuchando la información que los demás ya conocían.

–Ahora está estable, pero hemos tenido suerte –prosiguió el médico–. Esa aspirina que Molly le dio podría haberle salvado la vida.

La menuda figura de Julianne estaba de pie delante de él. A pesar de las serias palabras del médico, Heath no podía apartar la mirada de ella. Se parecía mucho a Molly, era menuda pero poderosa. En aquellos momentos, parecía incluso más pequeña de lo normal. Tenía los hombros caídos y la mirada en el suelo. Al llegar al hospital llevaba el largo cabello rubio suelto, pero después de estar sentada una eternidad en la sala de espera, se lo había recogido de manera improvisada. Se echó a temblar al escuchar las palabras del médico. Heath le colocó una mano sobre el hombro para tranquilizarla. Todos sus hermanos habían acudido con el apoyo de sus prometidas, pero tanto Julianne como él estaban solos. Sentía mucha pena por ella. No le gustaba ver a la alegre y segura artista tan desanimada. Aunque los dos habían crecido en la misma casa, para Heath ella jamás había sido una hermana sino su mejor amiga, su compañera de fatigas y, durante un breve espacio de tiempo, el amor de su vida.

Saber que se tenían el uno al otro en aquel momento de profunda tristeza hacía que se sintiera mejor. Esperaba que aquella noche los dos pudieran olvidarse de su tumultuoso pasado y centrarse en lo que era más importante. Dado que Julianne no se apartó de su lado, Heath pensó que ella sentía lo mismo que él. En circunstancias normales le habría dado un amistoso empujón y habría evitado el contacto físico. Aquel día no fue así.

Al contrario. Se apoyó contra él para buscar su apoyo. Heath apoyó la mejilla contra los dorados mechones de su cabello y aspiró profundamente el aroma que emanaba de él y que él tenía impreso en sus recuerdos. Julianne suspiró y le provocó una extraña sensación de anhelo en la espalda. Esa sensación hizo que la voz del médico se convirtiera en un murmullo en la distancia. No era el momento más adecuado, pero Heath gozó con aquel contacto.

Tocar a Julianne era algo que no le ocurría con frecuencia y que, por lo tanto, era muy valioso. Ella jamás había sido una persona que demostrara físicamente sus sentimientos, al contrario de Molly, que abrazaba efusivamente a todos los que conocía. Con Heath, la distancia había sido aún mayor. A pesar de lo ocurrido entre ambos hacía ya muchos años, y fuera de quien fuera la culpa, en un momento como aquel lamentaba profundamente la pérdida de una buena amiga.

–Va a necesitar cirugía a corazón abierto. Después, tendrá que estar unos días en la UCI hasta que podamos pasarle a planta.

Aquellas palabras hicieron que Heath se sintiera muy culpable por lo que estaba pensando en aquellos momentos. Aquel pensamiento bastó para que él pusiera de nuevo distancia entre ellos.

–No me gusta crear expectativas, pero creo que al menos estará con nosotros una semana. Podría ser que necesitara hacer rehabilitación. Tal vez podría estar en casa si tuviera una cama en la planta baja y pudieran ustedes contar con la ayuda de una enfermera. Después de eso, va a tener que tomarse las cosas con calma unos meses. Nada de levantar peso ni de subir escaleras. Esta Navidad tampoco podrá ir a cortar árboles, eso seguro.

Esas palabras le ayudaron a tomar una decisión. Con todo que estaba ocurriendo, Heath había pensado tomarse unos meses libres para regresar al vivero de árboles de Navidad que tenían sus padres adoptivos en la granja. Las navidades anteriores, se había descubierto un cuerpo en una finca que había sido propiedad de su familia y recientemente había sido identificado como Tommy Wilder, un niño de acogida que había estado breve tiempo en la granja. Tommy llevaba muerto casi dieciséis años, pero la investigación policial tan solo estaba empezando a cobrar forma.

Por mucho que odiara admitirlo, había llegado el momento de regresar a casa y responder por lo que había hecho. En la granja ya solo quedaban Ken y Molly y, aunque ellos no sabían nada de la verdad de la desaparición de Tommy, tenían que enfrentarse a la investigación policial solos. Según Xander, su único hermano biológico, el estrés sufrido por Ken ante el temor de que el sheriff Duke pudiera arrestarle había sido lo que le había conducido al hospital.

Ya era bastante desgracia que una persona hubiera muerto por los errores de Heath. Si le ocurría algo a otra persona, en especial a alguien tan inocente como Ken, Heath no podría soportarlo.

El médico se marchó y Julianne y él regresaron a la sala de espera, donde estaba reunida el resto de la familia. Sus tres hermanos y sus prometidas estaban sentados en la sala. Todos parecían muy cansados y preocupados.

–Voy a regresar a la granja hasta que papá esté mejor –le anunció al grupo–. Así podré ocuparme de todo.

–Sé que solo estamos a principios de octubre, pero la Navidad llegará antes de que nos demos cuenta –dijo Wade, el hermano mayor–. El último trimestre del año es una pesadilla. No puedes hacerte cargo de todo tú solo.

–¿Y qué opciones tenemos? Todos estáis muy ocupados. Mi socio puede dirigir Langston Hamilton durante unos meses sin mí. Y tengo a Owen –añadió Heath refiriéndose al más antiguo y más fiel de los empleados del vivero de El Jardín del Edén–. Él me podrá ayudar con los detalles. Cuando llegue la Navidad, contrataré a algunos de los chicos del instituto para que me ayuden a empaquetar y a transportar los árboles.

–Yo también voy a regresar a casa –anunció Julianne.

Toda la familia se volvió para mirarla. Julianne había guardado silencio desde que llegó de los Hamptons, pero solo Heath parecía darse cuenta del significado de su decisión. Se ofrecía voluntaria para regresar a casa aun sabiendo que Heath estaría allí. Aunque ella visitaba la granja de vez en cuando, raramente coincidía con sus hermanos a excepción de las celebraciones navideñas.

A pesar de lo menuda y frágil que parecía, había dureza en su mirada. Heath conocía bien aquel gesto. El duro brillo de la determinación. Sus ojos eran fríos como esmeraldas y él sabía que no sería fácil disuadirla de la decisión que había tomado. Cuando Julianne se decidía a hacer algo, no había manera de hacerle cambiar de parecer.

Julianne era escultora. Tanto su estudio como su galería estaban en los Hamptons. No era la clase de trabajo que se pudiera abandonarse tan a la ligera.

–¿Y la gran exposición de tu galería el año que viene? –le preguntó Heath–. No puedes permitirte perder dos o tres meses de trabajo para venir aquí.

–Estoy pensando crear un nuevo estudio –dijo ella.

Heath frunció el ceño. Julianne tenía un estudio en su casa, que compartía con el novio que tenía desde hacía un año y medio. Para ella, era un récord personal, y todos pensaban que Danny sería el definitivo. Que fuera a buscar un nuevo estudio significaba que también buscaba un nuevo sitio en el que vivir. Y posiblemente una nueva relación.

–¿Te ha ocurrido algo con Danny? –le preguntó su hermano Brody.

Ella frunció el ceño a su hermano y luego miró a los demás con un gesto de tristeza en el rostro.

–Danny y yo ya no somos… Danny y yo. Se marchó hace un mes, por lo que vendí la casa y estoy buscando algo nuevo. No hay razón para que no pueda regresar aquí durante unos meses mientras que papá se recupera. Puedo ayudar en la granja y trabajar en mis esculturas cuando el vivero esté cerrado. Cuando papá se encuentre mejor, buscaré un lugar propio.

Heath y los demás la miraron dubitativamente, lo que provocó que ella se sonrojara.

–¿Qué pasa? –les preguntó con las manos en las caderas.

–¿Por qué no dijiste nada de que habías roto con Danny o de que habías vendido tu casa? –observó Xander.

–Porque tres de vosotros os habéis prometido recientemente –explicó ella–. Ya me resultará bastante duro tener que ir sola a todas vuestras bodas, por lo que no me moría de ganas de deciros a todos que había fracasado en otra relación más. Estoy destinada a ser la solterona de la familia.

–No creo que eso sea posible, Jules –comentó Heath.

Julianne lo miró fija y fríamente.

–Lo importante –añadió un segundo después, ignorando las palabras de Heath– es que voy a poder regresar a casa para echar una mano.

Por el tono de su voz, Heath supo que la discusión había terminado por el momento. Entonces, se dirigió al resto de sus hermanos.

–La hora de visita ha terminado por hoy, aunque nos va a costar mucho trabajo apartar a mamá del lado de la cama de papá. Creo que los demás deberíamos marcharnos y regresar a la granja. Ha sido un día muy largo y muy estresante.

Entraron silenciosamente en la habitación de Ken. Resultaba un espacio muy tranquilo, cuyo silencio solo se rompía por los latidos que reflejaba el monitor que controlaba su corazón. Había una luz encima de la cama, iluminando a Ken. Estaba casi tan pálido como las sábanas que lo cubrían. Una máscara de oxígeno le ocultaba el rostro.

Molly estaba sentada en una butaca junto a él. Tenía una expresión alegre en el rostro, aunque eso era más por el bien de Ken que por otra cosa.

Ken giró la cabeza para observar a sus hijos. Resultaba irónico que todos ellos fueran personas ricas y poderosas y que, no obstante, no pudieran hacer nada para ayudarle.

–Aquí ya no hay mucho que hacer –dijo Ken con dificultad–. Marchaos todos a casa y descansad. Yo no voy a moverme de aquí en unos días.

Julianne se acercó a él y le tomó la mano. Se la estrechó cariñosamente y se inclinó sobre él para darle un beso en la mejilla.

–Buenas noches, papá. Te quiero.

–Yo también te quiero, bichito.

Ella se dio la vuelta rápidamente y se apartó para que los demás se pudieran acercar a saludar a su padre. Estaba tratando de no llorar para no disgustar más a Ken.

Uno a uno se acercaron para darle las buenas noches. A continuación, salieron de la habitación para dirigirse a la granja de sus padres.

Wade y Tori se marcharon a su casa, dado que vivían muy cerca. Heath fue el último en llegar.

Hacía veinticinco años, el viejo granero se había transformado en una especie de casa de huéspedes, en la que se alojaban los niños de acogida que vivían en El Jardín del Edén. Tenía dos enormes dormitorios y baños en la planta de arriba y una gran sala común con una cocina en la planta baja. El granero contaba con todas las comodidades que los chicos podían necesitar.

Heath observó cómo Julianne aparcaba su Camaro rojo descapotable más cerca de la casa principal. Era una casa preciosa, pero no tenía espacio para todos. Solo contaba con el dormitorio de Ken y Molly, con el de Julianne y con uno para invitados.

Ella se detuvo en el porche buscando las llaves. Parecía perdida. Normalmente, Julianne era una mujer segura de sí misma.

Heath sacó su bolsa de viaje del maletero del Porsche y siguió a los demás al interior del viejo granero. La dejó sobre la mesa de madera y miró a su alrededor. La sala no había cambiado mucho desde entonces, a excepción de la televisión de pantalla plana que Xander había adquirido durante su última visita.

Se sentía cómodo al volver allí, con su familia.

–Chicos –les dijo a sus hermanos y a sus prometidas–, creo que voy a dormir en la casa grande esta noche. Después del día que hemos tenido, no me gusta que Jules esté sola.

Xander asintió y le dio una palmada en el hombro.

–Es una buena idea. Os veremos por la mañana.

Heath recogió su bolsa y recorrió la distancia que le separaba de la casa.

Julianne sabía que debía meterse en la cama. Había sido un día muy largo y muy duro, pero no tenía sueño. Se había despertado preocupada por su trabajo y por el fracaso de su relación.

Se hizo una infusión de manzanilla en la cocina. Tal vez eso lograra tranquilizarla para poder dormir. Estaba sentada a la mesa, tomándose la infusión, cuando oyó que alguien llamaba suavemente a la puerta. Esta se abrió casi inmediatamente, y antes de que ella pudiera levantarse. Heath apareció en la cocina.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella sobresaltada–. ¿Ha llamado el hospital? ¿Hay algún problema?

Heath negó con la cabeza, haciendo que un mechón de su cabello castaño claro le tapara los ojos. Levantó las manos en gesto de rendición y ella se dio cuenta de que llevaba su bolsa de viaje en el hombro.

–No, no pasa nada. Papá está bien –le aseguró–. Simplemente no quería que estuvieras sola aquí en la casa esta noche.

Julianne exhaló un suspiro de alivio y se volvió a sentar. Tomó un largo sorbo de la infusión caliente e hizo un gesto de dolor. Después del día que había tenido, no necesitaba a Heath cerca de ella, distrayéndola con su presencia. Aún recordaba el peso de la mano de Heath cuando él se la puso sobre el hombro y la reconfortante calidez del torso de él contra la espalda. El contacto había sido inocente, pero ella había disfrutado tanto con él… Decidió que era mejor olvidarse de aquel recuerdo para centrarse en la salud de su padre.

–Estaré bien sola.

–No –replicó él tras dejar la bolsa en el suelo y sentarse frente a ella.

Julianne suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. Se le estaba poniendo un fuerte dolor de cabeza y aquello era lo último que necesitaba.

Cuando miró a Heath, sintió que se perdía en las suaves profundidades castañas de sus ojos. Heath siempre estaba contento. Siempre estaba dispuesto a hacer una broma o a contar un chiste. Sin embargo, aquella noche su expresión era diferente. Parecía preocupado, pero no por Ken. Al menos, no del todo. Estaba preocupado por ella.

Como siempre.

Julianne no se mofaría del empeño de Heath por protegerla. Siempre se había tomado extraordinarias molestias para hacerlo. Ella sabía que, fuera de día o de noche, podía llamarlo y él acudiría enseguida a su llamada, no solo porque fueran familia, había mucho más, y aquella noche Julianne no estaba dispuesta a enfrentarse a ello.

–Gracias –dijo ella por fin. No iba a obligarle a que regresara al granero. No tenía energía suficiente y, además, resultaría agradable tener a alguien en la casa con ella. Sabía que él respetaría los límites.

–Resulta raro estar aquí sin mamá y papá –comentó él mirando a su alrededor.

Era cierto.

–¿Te apetece una infusión? –le preguntó.

–No, estoy bien. Gracias.

Julianne deseó que él hubiera aceptado la infusión para, de ese modo, haber tenido algo que hacer. No habían estado los dos solos desde que ella se marchó a la universidad hacía once años. Había tantos pensamientos y tantos sentimientos a los que no quería enfrentarse. Mirar a Heath a los ojos provocaba que todo volviera a resurgir. La ardiente atracción, un abrumador sentimiento de…

–Entonces, ¿qué ha ocurrido entre Danny y tú? –le preguntó Heath de repente.

–Decidimos que queríamos cosas diferentes, eso es todo. Yo quería centrarme en mi arte y en desarrollar mi carrera. Todo ha ocurrido muy deprisa y no quiero dejar que se me escape la oportunidad. Danny quería que diéramos un paso más en nuestra relación.

–¿Te pidió que te casaras con él?

–Sí –respondió ella.

Trató de no permitir que los recuerdos de aquel incómodo momento se apoderaran de ella. Ella le había dicho repetidamente que no estaba interesada en el matrimonio en aquellos momentos y que los hijos no formaban parte de sus planes de futuro. Sin embargo, Danny le había pedido que se casara con él de todos modos.

–Yo le dije que no lo más cortésmente que pude, pero él no se lo tomó muy bien. Después de eso, decidimos que si no íbamos a ir hacia delante, nos estábamos estancando. Por eso, él se marchó.

Danny era un hombre estupendo. Divertido y sexy. Al principio, no había tenido demasiado interés por sentar la cabeza, lo que, dada la situación de Julianne, era perfecto. Ella tampoco quería ir demasiado en serio. No se habrían ido a vivir juntos si él no hubiera necesitado un lugar en el que alojarse. Debió de verlo como un paso en la relación en vez de algo práctico dictado por la economía. Con el tiempo, había sido más fácil seguir juntos que romper y afrontar las consecuencias.

–¿No querías casarte con él?

Julianne lo miró y movió la cabeza con exasperación. Era una pregunta ridícula. Heath sabía muy bien por qué ella lo había rechazado.

–No. Sin embargo, aunque hubiera querido, ¿qué le habría podido decir, Heath?

Se produjo un largo e incómodo silencio.

–Jules… –dijo Heath por fin.

–Mira, sé que he sacado yo el tema, pero no quiero hablar de esto esta noche –replicó ella. Se terminó la infusión y se levantó–. Con lo de papá y lo de Tommy, no puedo con más dramas.

–Está bien, pero considerando que vamos a pasar los próximos meses juntos, tienes que afrontar el hecho de que tenemos que hablar al respecto. Ya lo hemos ignorado durante demasiado tiempo.

Julianne se había imaginado que aquello ocurriría. Tenía que enfrentarse con su pasado de una vez por todas.

Julianne observó al hombre que le robó el corazón cuando era demasiado joven. Incluso en aquellos momentos, la suave curva de sus labios era motivo suficiente para que el deseo se le despertara. No le costaba esfuerzo alguno recordar lo que había sentido cuando él la besó la primera vez en París. El susurro de los labios de Heath sobre su cuello mientras admiraban la Sagrada Familia en Barcelona…

Sus padres pensaban que habían enviado a sus dos hijos más jóvenes a un emocionante viaje de graduación por Europa. Lo que no sabían era que la libertad y los románticos escenarios que visitaban hacían surgir la pasión entre su hija y el más joven de sus hijos de acogida.

–De acuerdo –dijo–. Cuando papá esté estable y tengamos tiempo para hablar estaré lista para enfrentarme a ello.

Heath entornó la mirada. Ella supo inmediatamente lo que él estaba pensando. No la creía. Julianne llevaba años dándole excusas. Probablemente pensaba que ella disfrutaba con todo aquello, pero eso distaba mucho de ser cierto. Se sentía atrapada entre el hecho de no querer perderlo y el no saber qué hacer con Heath si lo tenía por fin a su lado.

Hacía muchos años, cuando los dos tenían dieciocho años y estaban lejos de casa, él la había deseado. Y ella lo había deseado a él. Al menos eso era lo que Julianne había creído. Era joven e inocente. A pesar de la atracción que le ardía en las mejillas cuando él la tocaba, había descubierto que no podía entregarse plenamente a él.

–Ha sido fácil ignorar todo esto mientras los dos estábamos en la universidad y empezando a cimentar nuestras profesiones –dijo Heath–. Sin embargo, ha llegado la hora. Tu reciente ruptura sentimental es una señal que no podemos ignorar. Tanto si te gusta como si no, tú y yo tendremos que terminar enfrentándonos al hecho de que seguimos casados.

Capítulo Dos

Había puesto sus cartas sobre la mesa. Aquello terminaría. Y pronto. Después de varios minutos en absoluto silencio, esperando a que ella respondiera, Heath tiró la toalla.

–Buenas noches, Jules –dijo levantándose de la silla.

Entendía que Julianne no pudiera abordar ese tema aquella misma noche. Sin embargo, no iba a esperar eternamente. Ya había desperdiciado demasiado tiempo con Julianne. Recogió su bolsa del suelo y salió al vestíbulo para dirigirse a la habitación de invitados.

Esta estaba justamente al otro lado del vestíbulo, en el lado opuesto de la de Julianne, y junto al baño que los dos iban a compartir. Heath podía contar con los dedos de una mano las veces que había dormido en la casa grande a lo largo de los años. No le gustaba. La casa grande era muy hermosa e histórica, llena de antigüedades y de recuerdos familiares. De niños, el granero era el lugar ideal para los chicos. Podían alborotar todo lo que querían, porque los muebles eran muy resistentes y no había nada valioso que se pudiera romper. Pero estar allí con sus hermanos le habría hecho vivir los momentos de entonces.

Durante años, había sido todo lo paciente que se podía ser. Se había dado cuenta por fin de que había sido demasiado amable. Le había dado demasiado espacio. No le había dado incentivo alguno para que ella pudiera actuar. Eso iba a cambiar. No tenía intención alguna de seguir poniéndole las cosas fáciles. Costara lo que costara, le iba a hacer salir del caparazón en el que se protegía y se marcharía de aquella granja siendo un feliz hombre divorciado. Heath sabía que no debía disfrutar viendo cómo Julianne lo pasaba mal, y mucho menos aquella noche, pero así eran las cosas.

En eso convertían a un hombre once años de matrimonio sin tener a su esposa en la cama.

Abrió la puerta de la habitación de invitados y dejó la bolsa el suelo. Como el resto de la casa, el dormitorio estaba bellamente decorado. Mientras se quitaba los zapatos de Prada, se fijó en un retrato que colgaba de la pared en un marco de madera tallada.

Era de Julianne. Uno de los retratos que le hicieron en la escuela primaria. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y tenía las mejillas salpicadas de pecas. Llevaba un pichi de tela escocesa con un jersey de cuello alto de color blanco por debajo. Estaba tal y como él la recordaba.

Se enamoró de Julianne Eden la primera vez que la vio. Estaban en la clase de cuarto grado de la señora Henderson juntos. La rubia alegre de las trencitas y la radiante sonrisa se sentaba a su lado. Cuando a él se le olvidaba el lápiz, ella le prestaba uno de los suyos, eran siempre rosas y olían a fresas, pero a él no le importaba. De hecho, muchas veces se dejaba el lápiz a propósito en su casa para poder tomar prestado el de ella.

Se había imaginado que, un día, se casaría con Julianne. Tan solo le había parecido un sueño, pero un día ella le dio un beso en el patio. Fue el primer beso de Heath y en ese instante supo que Julianne estaba destinada a ser suya. Incluso le hizo una tarjeta de San Valentín para decirle lo que sentía.

No tuvo oportunidad de darle la tarjeta. El día antes de la fiesta de clase, sus padres fallecieron en un accidente de coche. Heath estaba en el coche con ellos, pero a pesar de sufrir heridas graves, no falleció. Cuando le dieron por fin el alta en el hospital, tanto él como su hermano Xander se encontraron en manos de los servicios sociales. Antes de que se dieran cuenta, fueron a vivir a una granja de árboles de Navidad. Allí descubrió que la preciosa niña de cabello rubio con la que tanto había soñado era ahora su hermana.

Rechazó la idea de inmediato. Tal vez vivían en la misma casa, pero ni una sola vez en veinte años utilizó la palabra hermana para referirse a ella. Normalmente era Jules. Julianne si estaban hablando de ella a una persona que no fuera de la familia.

A pesar de todo, abandonó su sueño de casarse con ella poco después de llegar a vivir a la granja. Julianne no volvió a besarle en el patio. Eran amigos. Nada más. No fue hasta que estuvieron en el instituto y eran los únicos jóvenes que quedaban en la granja cuando las cosas volvieron de nuevo a cambiar entre ellos. El viaje a Europa fue el punto de inflexión. Desgraciadamente, duró mucho tiempo.

Ese parecía ser el modo en el que Julianne se comportaba con los hombres. Desde que rompieron, había salido con varios, pero, por lo que él sabía, nunca demasiado en serio ni por mucho tiempo. Ninguno de los hermanos había conocido nunca a uno de sus novios. Tampoco había llevado a ninguno a la granja. Danny había sido el que más lejos había llegado al conseguir irse a vivir con ella. No dejaba que ningún hombre se le acercara demasiado, pero Heath no estaba seguro de cuál era la causa y cuál el efecto. ¿Había fracasado su matrimonio porque a ella no le gustaba tener relaciones serias o acaso fracasaban todas sus relaciones porque estaba casada?

Sacó algunas de sus cosas de la bolsa de viaje. Estaba medio desnudo cuando oyó que ella llamaba suavemente a la puerta.

–Entra.

Julianne abrió la puerta y asomó la cabeza. Empezó a hablar, pero luego se detuvo en seco al ver el torso desnudo de Heath. Él trató de no moverse ni de sacar pecho. Le gustaba pensar que tenía un físico bastante agraciado, pero fue un acto reflejo. Salía a correr todos los días y levantaba pesas. De niño, siempre era el más menudo de clase, pero ya no era así. Medía un metro ochenta y, aunque era el de menor estatura entre sus hermanos, podía hacerles frente sin problemas.

Julianne, que se había quedado sin palabras, parecía estar completamente de acuerdo. Un rubor rojizo le había cubierto las delicadas mejillas de porcelana. Estuvo boquiabierta hasta que pareció darse cuenta y cerró la boca inmediatamente.

Si Heath hubiera sabido que andar sin camisa le provocaba esa clase de reacción, lo habría hecho hacía mucho tiempo. Se metió las manos en los bolsillos e hizo que los Dolce&Gabbana se le bajaran un poco más de la cintura con el movimiento, dejando al descubierto así el vello que le nacía en el ombligo y el corte de los músculos por debajo de las caderas.

Julianne tragó saliva y sacudió la cabeza. Entonces, fijó la atención en el armario.

–Lo siento… No sabía que estabas…

–No pasa nada –dijo él con una sonrisa. Estaba disfrutando de la incomodidad que ella sentía–. No soy nada tímido y, además, no hay nada que no hayas visto antes.

Ella negó con la cabeza.

–No recuerdo que antes tuvieras ese aspecto –replicó ella. Inmediatamente, se cubrió la boca con la mano, como si estuviera avergonzada de haber puesto voz a sus pensamientos.

Heath suponía que verla a ella con el torso desnudo le produciría a él el mismo efecto. De hecho, en ocasiones, no podía evitar pensar el aspecto que tendría ella en el presente sin jersey. La adolescente a la que había amado se había convertido en una mujer muy sexy y muy dotada. La delgadez se había visto reemplazada por suaves curvas y delicados movimientos.

–Bueno, ¿necesitabas algo? –le preguntó él.

Julianne volvió a mirarle.

–Sí, bueno… No. En realidad no. Solo quería darte las gracias.

–¿Darme las gracias? ¿Por qué?

–Por quedarte conmigo esta noche. Sé que preferirías estar charlando y riéndote con Xander y Brody. Os veis muy poco.

–Los veo más a ellos de lo que te veo a ti –replicó Heath sin poder contenerse. Era cierto. De niños habían sido inseparables. Julianne era su mejor amiga. El matrimonio debería haberlos unido más y, en vez de eso, los había separado. Heath seguía sin comprender por qué–. Te echo de menos, Jules.

–Yo también te echo a ti de menos, Heath –respondió ella con una expresión de profunda tristeza en los ojos.

–No digas mentiras. Me evitas. ¿Por qué? –preguntó él–. Aunque nos divorciáramos, me da la sensación de que seguirías mostrándote incómoda conmigo.

–No me siento incómoda –dijo ella de un modo no muy convincente.

–¿Acaso me castigas por lo que ocurrió entre nosotros?

Julianne suspiró.

–No te estoy castigando y tampoco tiene que ver con lo que ocurrió en Europa. Hay cosas en nuestro pasado en las que no me gusta pensar. Resulta más fácil olvidarlas cuando no te veo o hablo contigo.

–¿Cosas de nuestro pasado? Espera un momento… ¿Me estás culpando por lo que ocurrió con Tommy Wilder?

–¡No! –exclamó ella enfáticamente–. Tú eres mi salvador. El que me protegió cuando nadie más podía hacerlo.

–¿Y sin embargo piensas en esa horrible noche cuando me miras?

–No –insistió ella de nuevo–. Si eso fuera cierto, nunca me podría haber enamorado de ti. Resulta más fácil para mí centrarme en el futuro en vez de vivir en el pasado. Nuestra relación está en mi pasado.

–No según el registro civil. Eso es bastante más claro y relevante. Ignorar las cosas no hace que desaparezcan. Solo las empeora.

Julianne se echó a reír y se cruzó de brazos.

–Créeme si te digo que lo sé. Lo que no sé es lo que hacer al respecto.

–Divorciarnos. No podemos seguir casados toda la vida.

–Hasta ahora, todo ha ido bien.

Fue el turno de que Heath se echara a reír.

–Y eso lo dice la mujer que rompió con su novio cuando él le pidió matrimonio.

–Yo no… Esta conversación se ha desviado mucho de su objetivo inicial cuando yo llamé a tu puerta. Gracias de nuevo. Y buenas noches.

Heath observó cómo ella se daba la vuelta para marcharse.

–Buenas noches.

La puerta se cerró. Cuando él estuvo seguro de que ella se había marchado a su dormitorio, se quitó el resto de la ropa y se metió en la cama tan solo con los calzoncillos. Las sábanas eran tan suaves y el colchón tan cómodo que la cama parecía obligarle a relajarse, acercándolo al mundo de los sueños más rápido de lo que hubiera creído posible.

Las cosas no habían salido bien entre Julianne y él, pero Heath no era ningún idiota. Hacía mucho que había dejado a un lado la idea de que su matrimonio pudiera por fin convertirse en algo real. Ni siquiera lo habían consumado. Él había creído que Julianne terminaría cambiando de opinión. Era su primera vez y tal vez tan solo estaba nerviosa. Sin embargo, después se marchó a un curso de arte en Chicago sin ni siquiera despedirse de él. Heath fue detrás de ella, se había imaginado un momento romántico, pero, en vez de eso, ella le dijo que su matrimonio había sido un error y que él tenía que olvidarse hasta de que había ocurrido. Después, prácticamente le cerró la puerta en las narices.

Heath se sintió destrozado. Entonces, la tristeza se metamorfoseó en ira. Luego en indiferencia. Después de eso, decidió que si ella quería tan desesperadamente divorciarse de él, dejaría que fuera ella quien lo pidiera. Y decidió esperar.

Once años.

En realidad, eso no había supuesto ningún problema. Él no había conocido a ninguna mujer que le hubiera hecho sentir deseos de contraer matrimonio. Sin embargo, moralmente no estaba bien. Ella no le quería y, a pesar de todo, se resistía a dejarlo marchar. Julianne siempre parecía tener una excusa. No tenían dinero. Se mudaban demasiado como para poder establecer una residencia. Estaban ocupados haciendo arrancar sus negocios. Las citas con los abogados se posponían una y otra vez.

Después de un tiempo, Heath comenzó a preguntarse si ella prefería permanecer casada y mantenerlo en secreto que presentar el divorcio y arriesgarse a que todo el mundo supiera que se había casado con él. Su gran error. Heath la conocía desde que tenían nueve años y aún no podía comprender lo que ocurría en el interior de aquella hermosa cabeza rubia.

Julianne se sentó en una mecedora del porche trasero con una taza de humeante café en la mano. Apenas había dormido la noche anterior, había estado tumbada en la cama gran parte de la noche pensando en Heath. Había recordado el primer viaje que hicieron juntos y lo maravilloso que había sido. A pesar de que eran muy jóvenes, él había sabido perfectamente cómo tocarla. En un lugar tan romántico como Europa había creído que podría superar su miedo. Se había equivocado.

Había sentido el despertar familiar del deseo en el vientre, pero ocultó el rostro contra la almohada hasta que desapareció. No importaba cuánto le había amado ni cuánto siguiera deseándolo. No evitó el miedo que casi la estrangulaba con su pánico irracional. Si no se podía entregar a Heath, el que la protegía, al que se sentía más cercana que a nadie, eso significaba que no podía estar con nadie.

No obstante, Heath tenía razón en una cosa: necesitaban seguir con sus vidas. Desgraciadamente, si había algo que los años le habían enseñado era que la verdad era mucho más dolorosa que una mentira. Mintió por el bien de todo el mundo, incluso por el suyo propio. Para tener una relación verdadera y sincera con Heath, tendría que decirle la verdad sobre su noche de bodas y, sencillamente, no podía hacerlo. Eso significaba que lo único que le quedaba por hacer era limpiar los restos de su relación. Y habría muy pronto tiempo para eso. Se tenían que solucionar primero otros asuntos más importantes, como su mudanza y ver cómo su padre superaba su operación de corazón.

Era aún muy temprano. El sol acababa de salir. Heath seguía dormido y no había señales de vida provenientes del granero. Por el momento, solo estaba ella, rodeada del aire fresco y del bosque de pinos que se extendía a su alrededor.

En otros momentos de su vida, aquellos pinos habían sido su santuario. Cuando algo la preocupaba, se perdía en ellos, caminando sin mirar atrás. Como cuando Tommy Wilder llegó a la granja. Jamás se había imaginado que alguien podría hacerle tanto daño sin matarla. Las heridas físicas sanaban, pero las emocionales se prolongaban en el tiempo. Aquel día, los árboles le habían dado la espalda y ella se había negado a volver a caminar entre ellos. Los chicos se habían hecho cargo con gusto de las tareas que ella tenía asignadas y Julianne había empezado a trabajar con Molly en la tienda. Su madre creía que era el espíritu artístico lo que la había hecho abandonar el campo para refugiarse en la tienda.

Nada podía estar más lejos de la verdad. En realidad, fue al revés. Su refugio en la tienda dio alas a una creatividad artística que ella no sabía que tenía. Empezó a ayudar a Molly a hacer guirnaldas, pero pronto empezó a moldear y a pintar las ventanas de los belenes. Se guardó sucesos dolorosos, que la confundían. Resultaba fácil dejarse llevar por el arte. Por suerte, tenía talento y pudo convertir su terapia en una profesión.

El ruido de los neumáticos de un coche la sacó de sus pensamientos. Un momento después, vio el Buick de Molly rodear la casa y aparcar junto a su Camaro.

Se levantó y se acercó para saludar a su madre.

–Buenos días, mamá. ¿Se encuentra bien papá?

–Sí. Está bien. De hecho, se encuentra lo suficientemente bien como para mandarme a casa un rato. Le operan mañana, por lo que quiere que descanse ahora, mientras puedo.

–Tiene razón. He hecho café.

–Gracias a Dios –dijo Molly mientras subía lentamente las escaleras–. Esa agua sucia del hospital no merece ni siquiera el nombre.

Entraron en la casa y Julian le sirvió una taza de café. Entonces, se sentó junto a su madre a la mesa de la cocina. Al mirar a su madre, supo que no podía dejar que sus padres descubrieran que se había casado con Heath justo después de terminar el instituto. No era con quién se había casado ni cómo. El problema era explicar por qué las cosas no habían salido bien entre ellos y por qué ni siquiera deseaba arreglarlas. Todo el mundo querría saber cómo habían podido casarse para luego romper en un abrir y cerrar de ojos. Eso era algo que ni siquiera le podía decir a Heath. ¿Cómo podía decirles a sus padres, que no tenían ni idea de que Tommy había desgraciado a su hija?

Julianne se negaba a dejar de ser la hija moderna y segura de sí misma de Ken y Molly. Sus padres la amaban sin reservas, pero, al mismo tiempo, expresaban su pena por solo haber tenido una hija. Cuando empezaron a acoger a otros niños, a Julianne le empezó a costar más trabajo ganarse su atención. Lo primero que hizo fue tratar de ser la mejor en el colegio para demostrarles que podía compensarles de ese modo por ser solo la única. Además, se portaba muy bien y jamás les causaba el menor problema a sus padres.

Eso funcionó hasta un punto. Siempre se mostraban dispuestos a halagarla, pero no paraban de acoger a otros niños en la granja. Por eso, la perfección se convirtió en el modo que ella tenía de que se fijaran en ella. Después del incidente con Tommy, ella exigió a sus padres que dejaran de llevar niños a la casa y que le prestaran atención por una vez. Fue muy egoísta por su parte y ella se sintió muy mal haciéndolo. Sin embargo, no se podía arriesgar a que llegara otro niño a El Jardín del Edén que la mirara del modo en el que lo había hecho Tommy.

–¿Te encuentras bien esta mañana? –le preguntó Molly.

–Sí. Heath ha dormido en la habitación de invitados para que yo no estuviera sola. Estuvimos hablando anoche y nos vamos a quedar aquí unos meses. Al menos hasta que pase el Año Nuevo, para ayudar con la Navidad y todo eso.

Molly hizo ademán de protestar, pero se contuvo y asintió. Las dos sabían que ella no podía ocuparse de la granja sola.

–¿Y quiénes os vais a quedar?

–Heath y yo. Él va a dejar la agencia de publicidad por unos meses en manos de su socio y yo he vendido mi casa en Sag Harbour y voy a mudarme aquí hasta que papá esté mejor. Entonces, buscaré otro lugar para vivir.

–¿Y qué me dices de ti y de…?

Su madre no era capaz de recordar el nombre de su novio. Eso dejaba muy claro cómo había sido la historia amorosa de su hija.

–Danny. Hemos roto.

–Ah, vaya. Lo siento mucho.

–Mentirosa –dijo Julianne con una sonrisa mientras se tomaba un sorbo de café.

Molly no dijo nada al respecto.

–He estado hablando con una aseguradora de cuidados médicos privada para poder traer a tu padre a casa para que se recupere. Me han recomendado que ponga una cama en la planta de abajo. Ellos me podrán proporcionar una enfermera interna durante algunas semanas.

–Perfecto.

–Sí, pero tú tendrías que instalarte en el granero. Necesitamos ponerlo en una cama abajo y necesitamos la otra para la enfermera. ¿Te parece bien?

–Claro que sí –respondió Julianne, aunque la idea de compartir alojamiento con Heath no le entusiasmaba mucho. Lo de la noche anterior había sido más que suficiente–. Así tendré sitio para almacenar mis cosas.

–Y hablando de eso… ¿qué me dices de tu estudio? ¿Y de tu galería y tu exposición? Tendrás que seguir trabajando, ¿no?

–La galería está bien sin mí, mis empleadas la dirigen perfectamente. En cuanto al estudio, estoy pensando que puedo trabajar aquí y no tendría efecto alguno en la exposición. Podría utilizar parte del granero.

–Bueno, el almacén no se utiliza desde hace años. Podríamos limpiarlo y podrías utilizarlo.

–¿El almacén?

–Sí. ¿No sabes a lo que me refiero? En el granero, debajo de la escalera. No es muy grande, pero tiene una ventana y su propia puerta al exterior. Ahí era donde solíamos esconder los regalos de Navidad cuando todos erais pequeños. En estos momentos, creo que podría tener tan solo algunas cajas de los viejos juguetes de los chicos y equipamiento deportivo.

–Ahora lo recuerdo –dijo ella–. Si es como dices, me vendría muy bien.

–Si se queda Heath –añadió Molly–, tal vez él te pueda ayudar a acondicionarlo. Tenemos algo de tiempo antes de que empiece la fiebre de las navidades.

–¿Con qué tengo que ayudar?

Heath entró con gesto somnoliento en la cocina. Iba vestido con unos vaqueros y una camiseta, pero estaba descalzo, se parecía más al Heath del que se había enamorado; el poderoso ejecutivo era un desconocido para ella.

–Necesitamos que vacíes el viejo almacén del granero –respondió Molly.

Él localizó una taza y se preparó un café.

–¿El que utilizabas para guardar los regalos de Navidad?

Molly se sonrojó.

–¿Lo sabías?

Heath sonrió y luego se puso a buscar algo en un armario para comer.

–Lo supimos siempre, mamá.

–Muy bien. En ese caso, lo mejor es convertirlo en un estudio –comentó Molly.

–Mamá dice que la operación de papá será mañana –añadió Julianne para llevar la conversación en otra dirección.

Heath sacó una caja de cereales y asintió.

–Cuando estemos seguros de que está bien después de la operación, probablemente yo me volveré a Nueva York durante unos días para recoger mis cosas. Necesito organizar algunas cosas con el trabajo y todo eso, pero probablemente pueda regresar al cabo de dos o tres días.

Julianne asintió. Ella también tenía muchas cosas de las que ocuparse.

–Yo igual. Tengo que cerrar la venta de la casa. La mayoría de mis cosas están ya empaquetadas. Pondré lo que pueda en un guardamuebles y me traeré el resto aquí.

–¿Y cómo vas a meter todas tus cosas en ese minúsculo deportivo que tienes? –le preguntó Heath.

–Mi Camaro es más grande que tu Porsche –replicó ella.

–Sí, pero yo no tengo que traer un montón de esculturas y de herramientas. ¿Y el horno?

–Lo voy a vender allí –respondió Julianne–. Quería comprarme uno nuevo de todos modos y ya haré que me lo traigan aquí.

Heath frunció el ceño y se cruzó de brazos con gesto irritado. Ella trató de no fijarse en el modo en el que la tela de la camiseta se le tensaba sobre el torso cuando se movía, pero no podía evitarlo. Siguió la línea del cuello de la camiseta para subir por la incipiente barba que ya le manchaba la mandíbula. Entonces, se detuvo en seco al ver que él la estaba observando con una sonrisa en los labios. La había pillado. Rápidamente, Julianne centró su atención en la taza de café y se maldijo en silencio.

–Necesitas una empresa de mudanzas. Y un camión. Yo te lo puedo conseguir.

–No hace falta –replicó ella–. Tal vez necesite un camión, pero no que tú me lo pagues. Soy capaz de ocuparme de todo eso sola.

–¿Y por qué no…?

–Ya lo hablaremos más tarde –le interrumpió ella. No pensaba discutir con Heath delante de su madre. La miró y vio que ella se estaba tomando el café mientras examinaba el correo.

De repente, Molly dejó las cartas y se puso en pie.

–Voy a darme una ducha –anunció. Con eso, se marchó de la cocina y los dejó a los dos solos.

Heath se sentó en la silla que había dejado vacía su madre con un bol de cereal en una mano y una taza de café en la otra.

–Ya es más tarde –dijo.

–El hecho de que tú me pagues la mudanza tiene un aspecto sospechoso –se quejó ella. Así era. Julianne ganaba bastante dinero. No necesitaba que nadie le echara una mano.

–No pensaba pagar nada. Mi agencia lleva la cuenta de Movers Express. El director me debe un favor. Solo tengo que hacer una llamada. ¿Y por qué iba a ser sospechoso? Si Wade o Xander te ofrecieran lo mismo, lo aceptarías sin dudarlo.

–Porque comprendo sus motivos.

Heath la miró sorprendido.

–¿Y cuáles son mis motivos, Jules? ¿Crees que voy a exigir mis derechos como esposo a cambio? ¿Sexo por un camión de mudanzas? Debería haberlo pensado antes –comentó él con una pícara sonrisa–. He visto cómo me mirabas hace unos segundos. No es demasiado tarde, Jules…

El deseo que había en su mirada le caldeó inmediatamente la sangre a Julianne. Deseó que no tuviera ese poder sobre ella.

–Claro que lo es –repuso ella mirando la taza de café–. Es demasiado tarde…

–En ese caso, supongo que tan solo estoy tratando de ser amable.

Esas palabras hicieron que la negativa de Julianne por aceptar su oferta resultara infantil.

–Por supuesto –dijo.

A Julianne le daba la sensación de que la olla a presión que habían mantenido sellada durante tanto tiempo estaba a punto de estallar.

Capítulo Tres

La operación de Ken fue perfectamente. Se pasó veinticuatro horas en la UCI y luego le trasladaron a planta. Cuando le retiraron la respiración asistida y pudo hablar, Ken exigió que todos se marcharan a sus casas y que dejaran de revolotear a su alrededor como si estuviera en el lecho de muerte.

Por eso, Brody y Samantha, su prometida, regresaron a Boston. Cuando Ken tuvo su ataque, Xander estaba en Cornwall para realizar la mudanza de su hijo de diez años y de Rose, su prometida, a Washington para vivir con él, y se fue para reunirse con ellos. Wade y Tori vivían cerca, por lo que accedieron a ocuparse de la granja mientras Heath y Julianne se marchaban para organizarlo todo antes de trasladarse por unos meses allí.

Heath se ofreció a llevar a Julianne a su casa para ayudarla con la mudanza, pero, por supuesto, ella declinó la oferta. Él no sabía si Julianne simplemente no confiaba en él o si se sentía demasiado culpable para aceptar algo que él le ofreciera.

Al llegar a Manhattan, llamó a su socio y le pidió que se reuniera con él en su casa para poder repasar todos los detalles mientras hacía las maletas. Acababa de cerrar la maleta cuando oyó que sonaba el telefonillo. Abrió la puerta a Nolan, su socio, y esperó a que él saliera del ascensor.

–Hola, tío. Gracias por venir.

Nolan sonrió y se enderezó la corbata.

–¿Cómo está tu padre?

Heath lo animó a entrar y cerró la puerta.

–Está estable. Creo que va a salir bien de todo esto, pero, como te dije antes, voy a tener que ausentarme unos meses mientras se recupera.

–Es totalmente comprensible. Creo que por aquí todo irá perfectamente. La única cuenta que me preocupa estando tú ausente es J´Adore.

Heath fue al frigorífico y sacó dos botellas de agua con gas. Las abrió y le entregó una a Nolan.

–¿La de los cosméticos? ¿Por qué?

–Bueno –dijo Nolan encogiéndose de hombros–, tiene más que ver con la preferencia de la dueña por monsieur Langston.

–Ah –replicó Heath. Ya lo comprendía. La empresa de cosméticos francesa era una cuenta estupenda. Ellos habían ayudado a J´Adore a entrar en el mercado estadounidense de los cosméticos el año anterior. Gracias a la campaña de marketing, J´Adore era el producto nuevo más de moda para los ricos. El único problema era la dueña, madame Cecilia Badeau. Tenía casi sesenta años, era rica y excéntrica y tenía puesto el punto de mira en Heath. Durante un tiempo, a él le preocupó que pudieran perder la cuenta si él no se mostraba… accesible.

–Gracias a Dios que eres un hombre casado, tío –dijo Nolan mientras se sentaba en el elegante sofá blanco.

Efectivamente. Era la primera vez que se alegraba de tener un estúpido trozo de papel que lo vinculara legalmente a Julianne. Para no ofender a madame Badeau, Heath tuvo que decirle que estaba casado. Le sorprendió mucho a la francesa, igual que a Nolan, que estaba presente en aquel momento. Eran las únicas dos personas que sabían que Julianne y él estaban casados. Le explicó que Julianne viajaba mucho por su trabajo y, siempre que le preguntaba por ella, le decía que estaba fuera de la ciudad. Madame Badeau cedió inmediatamente, pero siguió insistiendo en que Heath se ocupara personalmente de su cuenta.

–Creo que comprenderá que me he tomado unos meses de excedencia.

Nolan lo miró y frunció el ceño con incredulidad.

–Lo espero sinceramente, pero no te sorprendas si tengo que llamarte.

–Después de un mes en la granja, puede que esté encantado de responder.

–¿Vas a ocuparte tú solo de todo?

–No. Julianne va a regresar también durante un tiempo –respondió mientras se sentaba al otro lado del sofá.

Nolan tuvo que escupir el trago de agua que se acababa de tomar para no atragantarse.

–¿Julianne? ¿Julianne, tu esposa?

Heath suspiró.

–Técnicamente sí, pero te aseguro que no significa nada. Ya sabes que te he contado que ni siquiera nos hemos acostado juntos.

–Sigo sin comprender lo que hiciste para estropear un matrimonio a las pocas horas.

Heath se había preguntado lo mismo mil veces. Acababa de conseguir el sueño de su vida casándose con su adorada Julianne y, poco después, se encontró con ella llorando como una histérica y gritando para que él dejara de tocarla. Cuando la soltó, ella echó a correr al cuarto de baño y no salió hasta dos horas después.

–No lo sé. Ella jamás me lo dijo. Parecía feliz. Era la novia perfecta y respondía físicamente ante mí. Todo iba bien hasta que, de repente, dejó de hacerlo. Lo único que me repetía una y otra vez era que lo sentía. Pensaba que podía estar conmigo, pero le resultaba imposible.

–¿Era virgen? La primera vez que estuve con mi novia del instituto ella se puso muy nerviosa.

–Eso fue lo que pensé yo. Jamás se lo pregunté. No hacía más que pensar que ella cambiaría de opinión, pero no fue así.

–¿Y cuando regresasteis a casa?

–Yo trataba de no presionarla. Ella me pidió que no le dijera a nadie lo del matrimonio y yo accedí. Pensaba que necesitaba tiempo y nos quedaban aún unas pocas semanas antes de que los dos regresásemos a nuestros estudios. Una mañana, regresé de los campos y vi que su coche ya no estaba. Se había marchado temprano para ir a Chicago y ni siquiera se despidió de mí.

–¿Y qué hiciste tú?

–La seguí hasta allí. Ella ni siquiera me dejó que entrara en su dormitorio de la residencia. Me dijo que haberse casado conmigo había sido un error. Que se sentía avergonzada y que no podía soportar decirle nada a nadie de lo ocurrido. Entonces, me dijo que me marchara a mi casa y que me olvidara de todo.

–¿Crees que hay más de lo que te contó?

–Unos días sí, otro no. Lo que sí creo es que se avergonzaba de decirle a la gente que se había casado conmigo. En especial a nuestros padres. Ella siempre se había mostrado demasiado preocupada por lo que pensara la gente. Jules tenía que contar con la aprobación de Molly y de Ken para todo. Tal vez le pareció que no la conseguiría por nuestro matrimonio.

–¿O?

Esa era la gran pregunta. Si le había preocupado tanto que sus padres descubrieran lo ocurrido, ella no se habría casado con él o le habría entrado el pánico al regresar a casa y tener que decírselo. Sin embargo, el pánico le había entrado en la noche de bodas, sin previo aviso para que su esposo de dieciocho años pudiera estar prevenido. Se habían besado y acariciado como lo habían hecho los días de antes de la boda y, cuando se quitaron la ropa, todo cambió. El miedo se reflejó en los ojos de Julianne. Terror verdadero. Y eso que él apenas la había tocado, y mucho menos le había hecho daño. Había tenido once años para revivir aquella noche una y otra vez sin poder llegar a averiguar qué era lo que había hecho mal.

–No tengo ni idea. Solo sé que, sea lo que sea lo que le preocupa, no quiere hablar de ello.

–Entonces, ¿por qué seguís los dos casados? No sigues enamorado de ella, ¿verdad, Heath?

–No –le aseguró Heath–. Ese amor de juventud murió hace mucho tiempo, pero el asunto es más complicado que todo eso.

–Explícamelo.

–Al principio, pensé que ella cambiaría de opinión. Acabábamos de romper, pero yo estaba seguro de que ella se daría cuenta de que su reacción era exagerada sobre lo del tema del sexo y que, después de estar alejada por un tiempo, me echaría de menos y decidiría que estaba verdaderamente enamorada de mí –suspiró. Recordó las noches que se había pasado tumbado en la cama, fantaseando con ella–. Sin embargo, no fue así. Ella se limitó a fingir que no había ocurrido nada entre nosotros y esperó que yo hiciera lo mismo. Y seguía sin hablarme.

–En ese caso, divórciate de ella –le sugirió Nolan–. Acaba con este asunto.

Heath negó con la cabeza.

–Sé que es lo que debería hacer, pero no voy a ponérselo tan fácil. Ha llegado el momento de terminar con lo que hay entre nosotros, pero ella me dejó a mí. Voy a obligarla a terminar el trabajo.

Nolan no parecía muy convencido.

–Pues hasta ahora no te ha ido demasiado bien esa estrategia.

–Creo que tan solo necesita un pequeño incentivo, algo que la empuje a dar el paso.

–¿Qué tienes en mente?

Heath recordó cómo se le habían sonrojado a Julianne las mejillas y cómo le había costado hablar cuando lo vio a él con el torso desnudo. Aquella era la clave.

–Voy a regresar a la casa y ayudar a Jules a crear allí su nuevo estudio. Haré todo lo que tenga que hacer en la granja, pero no voy a fingir que no ocurrió nada entre nosotros. No voy a cruzarme de brazos e ignorar el hecho de que aún nos atraemos el uno al otro.

–¿Te sigue gustando? Después de todo lo ocurrido, me parece algo retorcido, tío.

Heath se encogió de hombros.

–No puedo evitarlo. Ella es ahora más hermosa incluso de lo que lo era entonces. Siempre me he sentido atraído por ella y, si ella fuera sincera consigo misma, tendría que admitir que aún siente algo por mí también. Voy a intentar utilizar ese hecho a mi favor. El sexo siempre ha sido nuestro problema, por lo que voy a presionarla por ahí. Haré que se sienta tan incómoda que esté encantada de presentar el divorcio para poder olvidarse de todo esto. Cuando regrese a Nueva York, espero ser un hombre libre.

Nolan asintió lentamente.

–Y eso es lo que quieres, ¿no?

Heath no estaba muy seguro de lo que su socio quería decir con eso. Por supuesto que deseaba que todo aquello terminara. Y así sería. Julianne no se permitiría influir por las insinuaciones sexuales de Heath. Echaría a correr, como siempre, y él podría por fin seguir con su vida. No podía esperar conseguir algo de Julianne solo porque se siguiera sintiendo atraído por ella.

–Por supuesto –afirmó con una amplia sonrisa mientras pensaba en todas las maneras en las que podría torturar a su esposa a lo largo de las próximas semanas. Cuando todo estuviera hecho y dicho, él conseguiría su divorcio y, por fin, los dos podrían seguir con sus vidas.

Cuando Julianne llegó con su pequeña furgoneta, no había nadie. No iba a admitirlo, pero Heath tenía razón. Necesitaba ayuda para hacer la mudanza. Había mucho más de lo que podía meter en su coche, por lo que al final decidió alquilar una furgoneta y llevar a remolque su Camaro hasta la granja de sus padres.

Aparcó detrás del granero, donde no estorbaría hasta que pudiera descargarlo todo. Sus cosas personales y su ropa irían a su dormitorio, pero todo lo relacionado con el estudio tendría que esperar. Había ido a ver el almacén que le indicó su madre y le llevaría tiempo limpiarlo.

Abrió la puerta del almacén para echarle un vistazo. Palpó la pared para ver si podía encontrar el interruptor de la luz. Se encendieron un par de fluorescentes que iluminaron polvorientas estanterías y cajas de cartón que ocupaban casi todo el espacio. Molly tenía razón. Con un poco de esfuerzo, sería el lugar de trabajo perfecto para ella.

Salió y agarró la maleta y una bolsa de viaje y las subió lentamente por las escaleras. Al llegar al rellano, se detuvo. Miró las puertas de los dos dormitorios. No estaba segura de cuál utilizar. Nunca había dormido en el granero dado que siempre que regresaba a la granja lo hacía en su dormitorio de siempre. Sin embargo, ese no iba a estar disponible al menos hasta que su padre pudiera subir escaleras. Agarró el pomo de la que estaba a su izquierda y lo hizo girar. La puerta se abrió con un sonoro crujido.