Ópticon - Jesse Wilson - E-Book

Ópticon E-Book

Jesse Wilson

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Beschreibung

La mitología está equivocada. Todo lo que sabemos es una mentira.

Para ganar la guerra contra los titanes se necesito más que sólo el poder de los dioses. Zeus no podía derrotar a los titanes por si solo, así que creó un arma: doce creaturas conocidas como los Yokaiju. Armas que funcionaban perfectamente para derrotar a los poderes primordiales. Pero para hacerlo, necesitaban estar vivos.

Una vez que la victoria quedó asegurada, las armas decidieron que no necesitaban servir a nadie y traicionaron a sus creadores. Como un último esfuerzo, Zeus crea al Ópticon utilizando los poderes de todos los dioses en el campo de la batalla final. Lo utiliza para robar sus almas y asegurar la victoria al precio más alto que se le pudo haber ocurrido.

Eones después, las almas de los Yokaiju son liberadas en el mundo moderno de alguna manera, y lo único que quieren es venganza. Zeus consigue el Ópticon y elige a su campeona. Samantha Waters. Una criminal y guerrera dudosa, la última humana con sangre divina en la Tierra, involucrada en la batalla con un poder imparable.

Ahora, el Ópticon, con una voluntad propia, y una humana que nunca ha hecho nada por nadie, deben trabajar juntos para enfrentarse a los Yokaiju, los dioses, y otras fuerzas cósmicas para salvar a toda la creación – o morir en el intento.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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ÓPTICON

JESSE WILSON

Traducido porFERNANDA GONZÁLEZ

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Postfacio

Derechos de autor (C) 2020 Jesse Wilson

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

UNO

El campo de batalla, como tal, tenia cicatrices creadas por poderes primordiales que habían peleado con los dioses, sin embargo, los dioses no tenían oportunidad de derrotar a los Titanes por si solos. Zeus y los otros padres celestiales de las familias cósmicas habían creador doce armas de inimaginable poder para lograrlo.

Eran efectivas y se deshacían de sus enemigos con una fuerza implacable que no había sido vista nunca. Desafortunadamente, las armas que habían creado tenían vida, y podían soñar y pensar por si mismas. Cuando el último titán enemigo fue derrotado. Se lo preguntaron. Se preguntaron si había una buena razón para servir a seres inferiores.

No se les ocurrió ninguna. Ahora, se libraba la segunda Gran Guerra. La antigua fortaleza de los titanes que llamaban Otris se alzaba a lo alto, negra y con quemaduras de antiguos ataques. Se podía ver detrás del ejercito de dioses que se enfrentaban a las armas que los habían ayudado a pelear.

“Sabes, debe haber mejores manera de derrotar a los Titanes, “dijo Hades mientras una bola de fuego dorado volaba sobre su cabeza y se estrellaba contra la fortaleza a sus espaldas, explotando en un millón de chispas. “Sí, pero esta es la más efectiva, confía en mí, sé lo que hago, hermano. Necesitabas crear la ayuda si queríamos ganar,” le respondió Zeus, cansado de repetirle lo mismo a todos. Hades sólo quería molestarlo mientras todavía estaba vivo para hacerlo.

Once de las bestias marchaban en dirección a ellos. Sus pasos hacían que el suelo temblara. Cuando el rugido del líder llegó al campo de batalla, Zeus supo que estaban a punto de atacar. La vieja armadura blanca que tenía puesta comenzó a echar chispas de energía azul mientras se preparaba para lo que venía.

“Hades, asegúrate de que todos estén listos y que nadie rompa filas. Este plan es importante,” dijo Zeus. Hades lo miró, sus opacos ojos rojos moviéndose a la derecha. “Sólo quieres asegurarte de que Ares no haga nada tonto, ¿verdad? Entonces soy una niñera,” respondió, molesto con la idea. “Entendiste,” respondió Zeus, y Hades suspiró. “Está bien,” respondió y desapareció entre la multitud detrás de ellos.

Zeus miró a la bestia que acababa de llegar, e incluso ahora encontrándose tan tarde y con la posibilidad de sus muertes inminente no podía dejar de admirar su trabajo.

“Ya era hora de que apareciera,” dijo Zeus en respuesta al horrendo chillido que aún se estaba disipando. El líder de las bestias apareció frente a los otros once. Era un esqueleto que después sería la inspiración para cada dinosaurio bípedo que existiría en el futuro. La bestía tenía brazos largos con manos que terminaban en garras. Un cráneo en forma de una bestia carnívora, una boca llena de filosos dientes y las cuencas de los ojos vacías y negras. Estaba completamente consumido en unas blancas y frías llamas espectrales.

“Zeus, no puedo creer que nos convencieras de crear estas cosas. ¿Qué clase de loco eres?” preguntó Odín mientras se le helaba la sangre, apretando su lanza con su mano izquierda. No había sido su intención preguntar en voz alta pero ahora que el momento había llegado, le ganó el miedo.

“Ja, Odín. Que rápido cambia tu opinión cuando cambia la marea, deja de ser tan patético y prepárate para pelear,” respondió Zeus y lanzó un enorme rayo rojo a través de los cielos de un verde oscuro con un pensamiento. “Estamos aquí, ¿o no?” le preguntó Ra y se encogió al ver las doce armas vivientes que se movían en su dirección.

“Lo estamos,” Izanagi, que estaba a su lado con su espada lista, respondió.

“Es hora de trabajar,” dijo Zeus y le hizo una seña a los otros lideres para que lo siguieran mientras se alzaba hacia el cielo. Odín, Ra e Izanagi comenzaron a flotar y lo siguieron delante del ejército de dioses que esperaba abajo. “¿Tienen nombres? Nunca me molesté en preguntar,” dijo Izanagi y Zeus asintió. “Los tienen,” respondió. Izanagi en su brillante armadura roja voló hacia Zeus. El Rey de los dioses del Olimpo se volteó para darle la cara al ejército.

“Ah, genial, es hora de un discurso,” murmuró Ra mientras una brillante armadura aparecía alrededor de su cuerpo. “Al menos será corto,” respondió Odín mientras una armadura azul aparecía a su alrededor.

“Hoy es nuestro último día o el inicio de una nueva era de paz. Tenemos que pelear para sobrevivir. Yo sé que cometí un gran error, pero espero poder arreglarlo. Ellos, los Yokaiju, necesitan ser detenidos. No se contengan. Esta es la última batalla de una larga y terrible guerra. Los necesito, nos necesitamos los unos a los otros. ¡Que los cielos reinen ahora y por siempre!” le gritó Zeus a los dioses en el suelo con una voz que resonó como un trueno.

“Casi no le gustan los discursos inspiradores, ¿verdad?” le preguntó Thor a Poseidón, levantando su martillo de su hombro izquierdo. “No, no mucho. Por otro lado, al menos fue corto. Lo hubieras visto hace unas eras. Juro que no había manera de callarlo mientras intentaba inspirarnos a pelear contra los Titanes,” respondió, agradecido por el discurso tan corto.

Thor no podía esperar para pelear con esas bestias salvajes, eran todo lo que había soñado, y realmente todo lo que había estado soñando por mucho tiempo. Apretó el martillo en su mano en anticipación.

Siempre había pensado que los Titanes eran débiles y no entendía por qué todos estaban tan emocionados; sin embargo, Odín le prohibió pelear en la guerra. Realmente no tenía idea de lo terribles que eran y todas las vidas que se habían perdido en la guerra antes de que los Yokaiju fueran creados.

Thor no tenía idea de lo mucho que Odín y Frigg lo protegían de los horrores que desataban sobre los dioses. Recordaba la miseria que había caído sobre ellos cuando un titán cuyo nombre nunca supo, mató a Baldur. Desde entonces, Thor quería pelear con alguien, quien fuera. Estas bestias servirían.

“Y con eso dicho, hablemos de por qué estamos todos aquí,” gritó Odín, girando para mirar al enemigo. “Conocen el plan, saben lo que tienen que hacer, así que hagámoslo,” les gritó Ra y todos se voltearon.

“Síganme,” gritó Ares y comenzó a correr antes que todos. “No, espera la…” Atenea intentó detenerlo, pero era demasiado tarde, ya había empezado a correr en esa dirección. El dios olímpico alzó su espada y corrió hacia delante, con su escudo ardiendo frente a él.

“Maldita sea, Hades, literalmente tenías un solo trabajo,” dijo Zeus y sus ojos estaban bien abiertos del miedo. Su hijo estaba arruinando todo.

Los dioses, ansiosos por pelear, sabían que alguien daría una señal para atacar, pero sin ver quien lo había hecho, era imposible realmente saber quién había dado la orden.

Hades observó a su sobrino liderar la carga. Ares había atacado antes de que pudiera alcanzarlo. “Juro que a ese niño lo dejaron caer de cabeza más de una vez cuando era niño,” se dijo a si mismo. Alzó su vara, la sostuvo con las dos manos. “Sí,” respondió Poseidón asintiendo con la cabeza mientras los otros dioses lo seguían hacia la batalla.

Ares se alzaba a cien metros de altura, su espada extendiéndose otros cuarenta. Saltó y lanzó su espada tan fuerte como pudo. La espada de diamante cayó sobre la piedra roja que era la piel de Zimri y se hizo pedazos con el impacto. La gárgola roja se detuvo y bajó la mirada a su tobillo izquierdo, mirando al dios. Zimri estiró sus alas color rojo sangre mientras Ares alzaba la mirada a la imponente bestia.

“Uh,” dijo, sin palabras mientras la piel de la bestia se prendía en llamas. Ares alzó su escudo justo a tiempo. Tan sólo la fuerza del fuego lo lanzó volando por el cielo, cientos de metros y lejos de Zimri con facilidad.

Eros voló para atraparlo. “Papá, eres un tonto,” le dijo. “Bájame, muchacho, hay una batalla que ganar,” le respondió Ares con un gruñido. Eros lo dejó caer inmediatamente y sacó su arco. Apunto hacia la gárgola roja en llamas, y jaló la cuerda. Una flecha blanca con una punta roja apareció en ella y la soltó. Era un brillante cometa rojo – como un proyectil que se acercaba a Zimri, y después se derritió antes de siquiera tocarlo.

Detrás de la gárgola, se acercaban otros. Once pesadillas más que hicieron que Eros se encogiera de miedo. “Si vas a hacer algo, este es el momento,” gritó Neit mientras ella, Artemisa, y otros dioses disparaban flechas hacia Zimri. A diferencia de las de Eros, estas flechas penetraron el fuego y se clavaron en el pecho de Zimri, pero no eran nada más que diminutos destellos de metal en un enorme océano de fuego.

“Esto no está funcionando” dijo Neit, estableciendo lo obvio. “Sí, ¿tienes alguna otra idea?” le preguntó Artemisa. “Ninguna,” respondió Neit pero miró horrorizada cómo Zimri abría la boca y dejaba salir una explosión de llamas rojas en su dirección y envolvía todo lo que podían ver.

Los ojos de Hermes estaban bien abierto mientras veía la pared de fuego que venía hacia ellos. Nadie fue lo suficientemente rápido para quitarse del camino y para ser honesto, no estaba seguro de que hubiera manera de escapar. Pero eso no le impediría intentar. Se movió lo más rápido que pudo y comenzó a quitar a Neit, Artemisa, y otros dioses del camino de la ola de destrucción que se movía hacia ellos. Para él, todo se movía a la velocidad de un caracol. Thor tenía una sonrisa en el rostro medio escondida por su cabello rojo, y cuando Hermes llegó a él, su enorme martillo estaba girando lentamente alrededor de su dedo.

“Este tonto bárbaro va a hacer que lo cocinen vivo,” dijo mientras los tomaba a él y a Poseidón para intentar moverlos. Se dio cuenta de que incluso si increíble velocidad no sería suficiente. La pared de fuego iba a envolverlos a ellos tres y a incontables más.

Agni y Sol se hicieron a un lado en el aire frente a él. Sol era una llama viviente, su cuerpo de un naranja y amarillo brillante, cambiante. Agni era un gigante de dos cabeza. La mitad de su armadura verde y la otra azul. “Sácalos de aquí,” le dijo Sol a Hermes mientras estiraba las manos para desviar el fuego. Agni ayudó como pudo mientras hacía lo mismo pero estaba menos interesado en hablar. La increíble pared de fuego se dobló directamente hacia el cielo verde.

No tuvieron tiempo de advertirle a nadie. Nike, que estaba volando por el cielo, quedó atrapada en la explosión. Cruzó los brazos cubiertos con armadura plateada en un débil intento de protegerse. Sus alas blancas se quemaron y desaparecieron, y cayó al suelo. El cuerpo ardiente de Sol se apagó, porque la cantidad de poder que le tomaba desviar un ataque la había agotado. Agni la atrapó y juntas colapsaron en el suelo. “Buen trabajo,” dijeron las dos voces de Agni en unísono. Sol estaba demasiado débil para responder y le tomó toda su energía hablar.

“Te tengo,” dijo Tánatos y atrapó a Nike antes de que cayera al suelo. Estaba brillando de un color rojo y su armadura se estaba derritiendo. “Llegaste. Es bueno verte,” respondió débilmente pero sin soltar su espada. “No podía dejar que te quemaras. Nos necesitamos,” le respondió con una sonrisa y continuó. “Mamá también está aquí,” dijo y Nike se sorprendió.

“Toda la familia está aquí, me sorprende que hayamos logrado que vinieran, tal vez puedan ayudar,” Nike respondió, pero interrumpieron su conversación. Malpirgin pasó gritando por el cielo sobre el campo de batalla, sus brillantes alas verdes se movían con tanta fuerza que hicieron que Tánatos volara por el aire. “Sujétate,” dijo mientras intentaba controlar su descenso al suelo. Nike se negó a cerrar los ojos mientras ambos caían.

La situación, a pesar de todo el poder que se había juntado ahí, era imposible de ganar. Atenea lo sabía. Estaba para en la batalla y miraba a su alrededor, los Yokaiju los estaban rodeando. Tomándose su tiempo. Esto era un juego sádico para ellos y ella lo sabía. Atenea salió volando hacia su padre.

“Oye, no podemos ganar aquí. Mira a tu alrededor,” le dijo a Zeus con miedo. “Niña, los dioses son los amos. Yo cree estas armas, yo puedo destruirlas,” dijo, y lanzó un rayo al mismo tiempo. “No, no entiendes. Nos están rodeando, mira por ti mismo,” ella le gritó sobre el rugido de una de las bestias. Sólo le estaba prestando atención al líder. Confiaba en que esas armas no tenían oportunidad de ganar. Zeus había subestimado su poder.

Zeus al fin se detuvo y vio las armas acercándose por todos lados. De alguna manera, en tan sólo unos minutos, habían cambiado de posición y casi nadie se había dado cuenta de lo que estaba pasando.

Ese error iba a hacer que los mataran. La victoria sobre los titanes, el precio era demasiado alto. Zeus no podía regresar el poder al lugar donde lo encontró. El horrible sabor de algo se formaba en su cerebro por primera vez, el sabor del arrepentimiento.

“Haz sonar la retirada, tengo un plan. Y, sé que no es tu trabajo, pero ¿puedes llevarle esto a Hefesto? Dile que lo construya lo más rápido posible,” dijo Zeus y un pergamino apareció en su mano, y se lo dio. Atenea lo tomó y comenzó a abrirlo. “No, no lo abras. No es para ti. Por favor, apresúrate, no tenemos mucho tiempo, encuéntralo,” dijo Zeus y se dio la vuelta para ver al líder de las armas acercándose.

“Nos diste vida. Nos hiciste con un propósito, somos poderosos entre ustedes. Este universo y todo en él, es nuestro,” el líder proyecto su malvada voz a su mente, una voz que era doloroso escuchar. “Los cree para ayudarnos a derrotar a los titanes primordiales. Lo hicieron, ahora deben detenerse. Son míos, Yokaiju, siempre lo han sido,” dijo Zeus en voz alta. La bestia ladeó la cabeza confundida.

“Nos llamas así. Tomaré el nombre como mío, es lo único que me has dado,” le respondió la bestia.

Zeus se alzaba a ciento cincuenta metros de altura, pero frente a esa bestia colosal, apenas era del tamaño de la enorme y vacía cuenca del ojo de Yokaiju. “Bueno, tengo arrepentimientos, muchos. Pero más que nada me arrepiento de no haber creado una manera de detenerlos,” dijo Zeus mientras se tragaba su orgullo. “Me imagino. Gracias por haber traído a toda la resistencia, o casi toda, a un solo lugar. Cazaremos a los otros celestiales todo el tiempo que sea necesario,” le respondió Yokaiju.

Atenea voló entre el caos, y para su sorpresa, encontró al herrero fácilmente. Estaba construyendo guerreros hechos de brillante metal golpeando el suelo con su martillo de una sola vez, creándolos de la nada. “Hef, te necesito,” gritó Atenea y él se detuvo a mitad de un golpe. “Ah, ahora me necesitas. Mamá me corre, y una vez que descubren que puedo hacer cosas soy especial de nuevo,” dijo en voz baja. Ella lo ignoró y fue directo al punto.

“Papá dice que necesitas construir esto, no sé lo que es pero todos vamos a morir aquí así que más vale que sea especial,” dijo y le lanzó el pergamino. Él lo atrapó con la mano izquierda y lo abrió. En cuanto vio el pergamino respiró sorprendido. “No puedo,” se dijo a si mismo pasmado.

“¿Qué? ¿Qué no puedes hacer?” le preguntó Atenea mientras el suelo temblaba bajo sus pies. “Zeus, yo, es demasiado complicado explicarlo, sólo necesitas saber que lo siento,” le dijo y tiró el pergamino al suelo, habiendo memorizado los planos al instante. Atenea estaba confundida y caminó hacia brillante pergamino en la tierra negra, pero se hizo polvo mientras lo recogía.

El herrero cósmico alzó su martillo sobre la cabeza y una extraña piedra apreció en el suelo, con un brillo dorado y verde. Atenea no entendía nada de eso, se hizo hacia atrás mientras el martillo chocaba contra la piedra mística, la vio cambiar de forma con el impacto y convertirse en algo increíblemente inútil para la situación en la que estaban. Hefasto recogió la brillante banda azul.

Se enfrió mientras lo hacía y se convirtió en una simple pieza de joyería. La sostuvo como si fuera a morderlo. “Nuestro padre está desesperado,” le dijo y se la dio. Otra explosión a a lo lejos encendió el cielo de verde.

“¿De qué sirve un brazalete en este desastre?” le preguntó y sus ojos grises se encendieron con ira y confusión. Él sonrió como si al fin hubiera perdido toda fe en la mente de su padre. “Hermana, este es el inicio del fin. Dáselo mientras aún hay tiempo,” le dijo y lo sostuvo con cuidado. Su lanza desapareció y lo tomó. En cuando lo tomó, comenzó a quemar su piel . Se encogió de dolor pero no lo soltó.

Él golpeó el suelo con su martillo para crear otro gólem de la mitad de su tamaño que corrió hacia la batalla. “Hubiera traído un ejercito completo, pero me lo prohibieron,” dijo molesto. Tenía preguntas, pero no había respuestas. ¿Dónde estaban los guerreros de cien manos, los ciclopes que habían ayudado en la guerra contra los titanes? Nada tenía sentido. ¿Esto siempre había sido parte del plan?

Atenea voló por el aire para regresar con su padre pero se horrorizó al ver que Yokaiju lo sostenía con su mano izquierda como si no fuera algo más que una de las pequeñas estatuas que ella tenía.

“Y ahora la era de los dioses es tan corta como fue inútil, es nuestro turno,” dijo el esquelético dragón en llamas en su mente mientras comenzaba a apretarlo. “¡Prometeo, ahora!” gritó Zeus con su último respiro al último titán aliado que tenía de su lado en la guerra y que seguía siendo libre. Había tenido la esperanza de no tener que hacer esto.

“¿Un titán, aquí?” preguntó Yokaiju y volteó a la derecha para ver una enorme figura vestida en una armadura verde que aparecía con un flash de luz brillante. Prometeo golpeó el cráneo del dragón con su puño derecho y lo sacó volando. El impacto que hizo el puño fue suficiente para hacer que Atenea alzara su escudo para protegerse de las ondas expansivas. Zeus lo utilizó como su oportunidad para escapar. “Gracias,” dijo mientras ponía distancia entre él y el arma viviente.

Prometo se alzaba a la altura del arma diseñada para pelear contra él e intentaba seguir atacando cuando detrás de él otra arma envolvió sus negros tentáculos alrededor se sus brazos para detenerlo.

“Maldito seas, Lisis,” gritó Zeus y lanzó dos rayos idénticos hacia la negra piel de Lisis, pero se horrorizó cuando no hicieron nada más que esparcirse inofensivamente. El titán forcejeó para liberarse pero una explosión de llamas rojas lo golpeó en el pecho y cayó de rodillas. Las ondas del colapso hicieron que todos los dioses que aún estaban de pie perdieran el equilibrio si no estaban preparados.

“Padre, tengo esto, lo que sea que es,” Atenea se apresuró hacia él y le lanzó el objeto. Zeus lo atrapó. “Sabía que podía contar contigo. Los detalles son perfectos como siempre,” dijo mientras se la ponían, soltando un sonido de dolor.

“Discúlpame, “ dijo en voz baja para si mismo y alzó el brazo al cielo, el brazalete prendió en llamas y lanzó cientos de rayos dorados a la multitud debajo de ellos, uno por cada dios. Zeus usó toda la fuerza que tenía y utilizó el arma para extraer la chispa de vida de sus cuerpos. Todo el proceso tomó unos segundos. Zeus vio a toda su familia, todos los otros dioses, caer muertos al suelo.

“Los mataste a todos por mí. Supongo que tienes más miedo del que pensé, gracias,” le dijo Yokaiju. Zeus se acercó volando para verlos de frente. “Ahora tengo todos sus poderes. Soy absoluto,” dijo. Su piel brillaba con un tono azul, sus ojos de un blanco puro y la electricidad chispeada a su alrededor. Apunto a Yokaiju y lo tiró al suelo. La bestia en llamas golpeó el suelo con tanta fuerza que sus huesos se hicieron pedazos.

“Todos serán desmantelados, no tienen propósito. Los haré pedazos,” gritó Zeus pero se volteó para ver a Zimri acercarse a los dioses caído, su aliento de fuego listo para ser liberado.

“No,” dijo y sus ojos se abrieron como platos. No había tiempo que perder, este poder se acabaría pronto. “Sus almas son mías,” Zeus dijo lo único que se le vino a la mente y alzó su puño izquierdo. El brazalete ardía con poder y lanzó doce rayos de un rojo oscuro hacia las armas al instante.

“¿Qué estás haciendo? Esto no es posible,” Yokaiju gritó de dolor. Un segundo después, los rayos comenzaron a retraerse. Al final de esos rayos estaban sus almas. Los cuerpos de los monstruos cayeron al suelo, y para proteger a aquellos a los que había robado lanzó a Zimri y los demás lejos para que no cayeran sobre los dioses y los hicieran pedazos.

“Esta guerra se terminó,” dijo Zeus y soltó un suspiro de alivio. Utilizó el brazalete para regresarle la vida a los dioses caídos. Uno a uno comenzaron a despertar, y más o menos al mismo tiempo se dieron cuenta de lo que debió haber pasado. Lo único que veían a su alrededor eran los gigantes caídos; la guerra con los Yokaiju había terminado y nadie estaba seguro de cómo.

“¿Qué hiciste?” preguntó Odín mientras usaba su lanza para levantarse. “Me di cuenta de que no podíamos ganar, así que use un plan, el plan que debí haber usado al principio para evitar todo esto,” respondió y Ra negó con la cabeza. “Respuestas, ahora,” exigió Ra.

“Hice que construyeran el Ópticon. Tuve que tomar prestada toda su energía para que funcionara, lo siento, pero mientras esta cosa se mantenga intacta, las almas de los Yokaiju quedaran atrapadas en ella. Sin embargo, el precio de la victoria fue alto. Sé que todos pueden sentirlo. Nuestra energía, una vez eterna, está desvaneciéndose. Tuve que utilizar la parte más fuerte de nuestro brillo celestial para atraparlos por siempre,” les explicó Zeus y un murmullo comenzó a esparcirse entre los dioses.

Prometeo se acercó a la multitud y se encogió a su tamaño mientras lo hacía. “Tengo un plan. He estado trabajando en algo de lo que mis hermanos se rieron. Sin embargo, creo que ustedes lo entenderán,” les dijo. “¿Tú qué sabes, titán? Deberías ser desterrado con los de tu especie,” le dijo Hades molesto.

“Calma, mi emotivo amigo, tal vez tenga una solución a nuestro problema,” respondió Thor, todavía sin aire. Hades lo miró. “Está bien,” respondió.

La armadura del titán desapareció, dejando ver su ropa blanca, y estiró la mano. “Les presento algo que llamo humanidad,” dijo y abrió la mano para mostrarles dos figuras de arcilla sin facciones. Nadie que estuviera lo suficientemente cerca para ver estaba impresionado con las figuras.

“¿Y de que no sirven estas cosas tan pequeñas?” preguntó Loki, hablando al fin y sosteniendo su brazo izquierdo que había sido quemado en la batalla. “No son muy impresionantes ahora, pero mi plan es que ellos conviertan este estéril y desolado lugar en un mundo habitable. Todos podemos trabajar juntos para crear y controlar nuestras regiones para estos humanos. Podemos cuidarlos y a cambio ellos los adorarán. Serán nuestra nueva fuente de poder. Mientras ellos sepan de nosotros, nunca desapareceremos de este mundo,” dijo Prometeo, y nadie estaba seguro de cómo iba a funcionar eso.

“Bueno, creo que esta es nuestra mejor opción; ¿qué podría salir mal? Pero hay que apresurarnos porque después de todo, nuestro poder se está acabando y este mundo no se va a construir a si mismo,” les dijo Zeus a todos. Nadie se veía muy entusiasmado con el plan, o con trabajar. Pero lo único que habían conocido hasta ese punto era dolor y ser los juguetes de los titanes. Sería bueno crear algo por primera vez. El futuro se veía brillante desde ahí, incluso si los dioses tenían que construir un mundo desde, lo que ellos veían como, nada.

DOS

Las tres de la mañana, y el tormentoso Océano Índico bramaba alrededor de su buque cisterna, Lapiz. La tormenta había durado tres horas y su tero capitán se negaba a buscar un refugio seguro.

“Capitán, esta es una de las decisiones más tontas que ha tomado,” le dijo su primer oficial, sosteniendo el barandal como si su vida dependiera de ello. Con cada ola, se sentía como si el enorme bote fuera a ponerse de cabeza. “Ford, cada vez que pasamos por un tramo difícil dices lo mismo. ¿Cuántas veces te he dejado morir?” le preguntó Charlie con una sonrisa divertida.

“Todavía no estoy muerto pero podría por una vez no desafiar al océano, no siempre vamos a tener suerte,” le respondió el primer oficial Ford e intentó mirar por la ventana pero lo único que podía ver era la oscuridad, las olas, y la lluvia en el viento.

“He navegado cada océano en este planeta. Esta es sólo otra tormenta. Si esperáramos a que el clima se calme llegaríamos tarde con el petróleo. ¿Podrías imaginarte el caos si llegamos tarde?” preguntó Charlie y se rio. Ford puso los ojos en blanco mientras el cielo se encendía con un relámpago y caía en el océano lejos de ellos.

“¿Viste eso? No todos los días se puede ver un rayo tan de cerca,” dijo Ford, y quedó sorprendido un segundo. Tantos años en el océanos y todavía había cosas que lo impresionaban. “Sí lo vi, ¿y qué? Pasa miles de veces al día en todas partes del mundo. ¿A quién le importa?” preguntó Charlie mientras mantenía sus fríos ojos al frente. No había visto el relámpago caer al océano pero la luz había iluminado algo en la distancia – algo que él sabía que no podía ser real.

Tenía que ser un truco de la tormenta y por eso no quiso alarmar a William ni a nadie más.

Ford se dio cuenta de que Capitán estaba desacelerando y se tensó. “¿Qué pasa?¿Todo bien?” le preguntó Ford y Charlie sonrió. “Todo bien, William,” respondió casi nervioso. “No, en serio. ¿Qué pasa? Me pone nervioso,” preguntó Ford. Charlie raramente lo había llamado por su primer nombre, él era el tipo de hombre que llamaba a todos por su apellido. Era un hábito que había aprendido en la Marina de los Estados Unidos hace toda una vida.

“Mira allá frente a nosotros – creí haber visto un Umibozu,” respondió y tragó saliva. “¿Un qué?” preguntó Ford, porque no tenía idea de lo que era eso, nunca lo había escuchado. “Es una vieja historia de fantasmas japonesa. Enormes fantasmas de victimas de naufragios cuyas tumbas nunca fueron cuidadas. La versión de la historia que siempre me asustó fue la de los espíritus que destruían barcos para ahogar gente, para crear más como ellos que hicieran lo mismo,” respondió Cahrlie. No estaba seguro de que tan verdadero era pero el tiempo que pasó en las aguas japonesas con la tripulación, contaban historias de noche – historias de cosas horribles.

“Esa es una historia bastante aterradora pero los fantasmas no son reales, creo que estamos–“ Ford no pudo terminar su oración porque el enorme buque cisterna golpeó contra algo. El repentino golpe hizo que ambos volaran hacia delante y que el bote se detuviera. “¿Qué golpeamos?” pregunto Ford recuperándose.

“Nada, no hay nada aquí, este océano es uno de los más profundos del mundo,” respondió, intentando recuperar la respiración.

¿Era posible que se hubieran desviado de su curso gracias a la tormenta y no se hubieran dado cuenta? De acuerdo al radar, ese no era el caso. Charlie comenzó a entrar en pánico; un error como este podía ser el fin de sus días navegando.

Levanto la radio. “Necesito ojos ahí afuera, sé que el clima está horrible así que tengan cuidado. Necesito saber qué tanto se dañó. Brosco, Alders, vayan,” dijo en la radio.

“Vamos, señor, reportamos pronto,” le respondió una voz tersa. Ahora lo único que tenían que hacer era asegurarse de que el resto de la tripulación estuviera bien y esperar para ver qué tan mala era la situación realmente. Todavía era posible arreglarlo, dependiendo de que tan malo haya sido el impacto.

Los dos hombres se pusieron su equipo para la lluvia y salieron a la tormenta. “Maldita sea, está horrible aquí afuera,” le dijo Alders a otro. “Vaya que lo está. Vamos al frente para poder decirle que pida ayuda, “ le respondió Brosco con una risa, intentando ignorar el hecho de que no debería haber nada ahí que pudieran golpear. Mirando a su izquierda, sólo podían ver el mar hasta que se juntaba con la oscuridad a unos metros.

Los dos hombres pelearon contra el viento y la lluvia, lentamente moviéndose al frente del barco. Brosco miró por el costado e inhaló sorprendido. “Petróleo, uno de los tanques debe haberse roto,” le gritó a Alders mientras veía algo negro y brillante reflejándose en la superficie del océano. Alders sacudió la cabeza incrédulo, escuchó las palabras pero no las creyó. Estaban demasiado adelante como para estar cerca de los tanques.

No había manera de que se rompieran a menos que lo que golpearon haya estado moviéndose hacia ellos. Había escuchado historias de ballenas que chocaban con barcos pero no nunca lo había vivido.

Alders tenía que ver por si mismo y caminó al frente del bote para asomarse sobre la orilla, y quedó pálido. Alzó su radio. “Uh, no sé qué es esto pero no es ningún tipo de suelo que haya visto antes, así que más vale que lo reporten,” dijo Alders en la radio lo mejor que pudo, olvidando el protocolo, apenas pudiendo sacar las palabras para describir lo que estaba viendo.

William escuchó eso y siguió confundido. Charlie lo miró; el pensamiento de la cosa que había visto antes, o que había creído ver, helándolo. “¿Qué es lo que ves, exactamente? Necesito saber lo que voy a reportar,” respondió Charlie rápidamente. Claramente no se estaban moviendo pero no se veía nada en el radar.

De acuerdo al instrumento no había nada por cientos de millas de océano en todas las direcciones. Ford no lo entendía en lo más mínimo y estaba seguro de que sólo era un error creado por la tormenta. Charlie estaba listo para poner el bote en reversa y esperar lo mejor.

“Ya veo, bueno, chocamos con algún tipo de banco de arena. Parece ser un gel muy espeso o algo y se extiende hasta donde puedo ver, como un derrame de petróleo,” respondió Alders en su radio. Miró hacia la oscuridad un poco más allá de las luces del bote pero no podía ver nada más que ese negro tan brillante y anormal.

Miró a un lado y vio la masa negra extendiendo su brillante cubierta negra sobre la superficie del agua. “Alders, eso no es petróleo, está saliendo de lo que sea que es esto,” dijo Brosco girándose para ver a su amigo sólo para darse cuenta de que no estaba por ningún lado.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia donde Alders estaba para ver si se había caído del bote. Esperaba ver a alguien en el agua, pero no había nadie. “Alders, ¿dónde estás? Responde,” Brosco gritó al aire. Estaba empezando a asustarse. Doce años en el mar y nunca había perdido a nadie, ni había estado en un barco que perdiera a alguien. No había visto lo que le había pasado a Alders, pero Charlie y Ford sí.

El Capitán puso el barco en reversa tan rápido como pudo. “Brosco, metete, ahora,” le dijo Ford con la radio mientras el motor del barco comenzaba a jalar contra la baba que lo había atrapado. “Necesito encontrar a Alders, está ahí afuera en algún lado,” respondió Brosco mientras una nueva voz comenzaba a gritar en el viento. Algo que no había escuchado antes.

“Alders ya no está, no puedes salvarlo. Corre ahora si valoras tu vida,” le gritó Ford, viendo horrorizado cómo un tentáculo negro atacaba desde la oscuridad y se llevaba a a Alders de la cubierta y lo aplastaba mientras lo jalaba hacia lo negro.

Ford miró a Charlie, como si el sabio capitán tuviera respuestas, alguna explicación para lo que estaba pasando, pero el Capitán Sull no tenía nada que decir. En todos sus años nunca había visto nada parecido. El poderoso motor del barco estaba en reversa y lentamente comenzó a deslizarse hacia atrás y alejarse de lo que ahora era obvio que era algo desconocido y horrible de las profundidades del mar.

Lapiz se liberó de la masa babosa que se alzaba del mar, su peso se asentó y el bote se balanceó de un lado al otro, amenazando con volcarse con el repentino movimiento hacia atrás combinado con los violentos mares. Charlie luchó, peleó, y recuperó el control de la cosa. “Necesitamos irnos, avisa nuestra posición a-“dijo pero fue interrumpido. Frente a él vio cómo los relámpagos en el cielo revelaban una figura de baba negra alzarse lentamente del océano. En la tormenta, parecía un bulto de baba, una cosa negra horrible.

“Dios mío,” gritó William y golpeó su puño contra el botón de alarma. El buque sólo tenía una tripulación de quince personas. Tenía que intentar salvarlos o al menos darles la oportunidad de abandonar el bote sin importar que tan inútil fuera eso en la tormenta. Supuso que era mejor que se comidos vivos.

Las alarmas sonaron mientras el monstruo se movía por el tormentoso mar, estaba gritando algo al aire. Su voz eran truenos artificiales que hacían temblar las ventanas del barco mientras se acercaba. Luego las ventanas se hicieron pedazos con el sonido. La voz de la bestia por fin se pudo escuchar. “Lisis,” sonaba como si gritara una y otra vez, como estuviera intentando hablar pero sólo pudiera formar una palabra sin sentido.

La cosa seguía gritando y saltó para lanzarse sobre la cubierta del barco, mandando toda la parte de enfrente a lo profundo del océano. Los dos hombres en el puente se sujetaron con fuerza cuando la parte de atrás del buque se alzó del agua completamente. De repente estaban mirando directamente a la pared de baba negra. Un grueso tentáculo negro se alzó del lado izquierdo y con un fuerte golpe, cortó el bote a la mitad. Un millón de galones de petróleo volaron por todos lados.

Charlie, con lo último que le quedaba de cordura, prendió la señal de ayuda segundo antes de que el torrente de petróleo llenara la cabina, aplastándolos a los dos. La extraña creatura seguía gritando mientras el barco se partía en dos. Satisfecha con su trabajo, la figura negra simplemente desapareció en la tormenta como si nunca hubiera existido. En la escena no quedaron testigos humanos. Sin embargo, en el violento mar no muy lejos de ahí, una figura estaba parada en las olas, su larga barba verde inmutada por la tormenta y con la lluvia golpeando su escamada armadura verde.

Sus envejecidos ojos se llenaron de lágrimas de horror mientras veía algo que no tenía sentido. La pérdida de vidas no le importaba a Poseidón, pero la cosa que tomó las vidas sí.

“No es posible,” se dijo a si mismo nervioso. El viejo dios del mar ahora tenía un triste mensaje que reportarle a su familia, y a todos los de su clase que habían sido olvidados. Algo antiguo había regresado a pesar de todas las medidas de seguridad para evitarlo. El cuerpo del dios se disolvió en el agua del océano mientras iba rápidamente hacia lo que quedaba del Olimpo.

TRES

Samantha Waters estaba sentada en su cama, otro lento y aburrido día que pasaba en su celda. La misma en la que había estado los últimos cuatro años, una sentencia de veinte años y todavía no se acostumbraba. Este lugar era el infierno sobre la tierra, y era un infierno que no hubiera nada que hacer. Su mano izquierda jugaba distraídamente con un hilo que se había soltado de su uniforme naranja.

Un traje que había tenido que ser hecho a la medida porque era más alta que la mayoría de las personas ahí, alcanzando el 1.80, y su cabello colgaba debajo de sus hombros de manera natural. Pero en prisión necesitaba tenerlo recogido todo el tiempo. El código de vestimenta lo requería y el sentido común lo exigía.

En el instituto correccional de Dublín, todo era miserable. El lugar estaba sobrepoblado. Había tres personas en celdas hechas para una. Por ahora estaba sola porque sus dos compañeras estaban en una clase; no le importaban ellas o las clases de ese lugar. Nada de eso. Lo que estaba disfrutando, sin embargo, era el raro tiempo a solas.

Samantha tenía problemas que ninguna de sus compañeras tenía. Era mexicana. Había nacido en Estados Unidos, en Kansas, pero eso no le preocupaba a muchas personas que habían estado más que dispuestas a compartir algunas etiquetas.

Las cicatrices en sus nudillos y cara habían sido prueba de que eso no le gustaba mucho. Poco a poco se corrió la voz de que si te gustaban tus dientes, mantendrías la boca cerrada cuando se trataba de ella.

A pesar de las miserables condiciones del lugar, tuvo suerte de tener una pequeña televisión en su celda, aunque sólo tuviera un canal, las noticias. A pesar de estar alejada del mundo exterior y la sociedad, era bastante simple mantenerse al tanto y como siempre, las noticias eran malas. Ese brillo azul se reflejaba en sus ojos cafés y su piel morena; o lo que se veía de ella, al menos.

“Los restos del buque cisterna Lapiz fueron descubiertos en el Océano Índico esta mañana. L quince miembros de la tripulación están desaparecidos y los oficiales están llamándolo uno de los peores desastres ecológicos de la época moderna. Más de once millones de galones de petróleo han sido derramados y la mancha puede verse desde el espacio,” dijo el presentador, y la pantalla cambio de vista para mostrar una imagen satelital. El petróleo se extendía por todos lados y para ella parecía una creatura viva estirando sus tentáculos. Algo al respecto le dio escalofríos, afortunadamente la imagen regreso a los presentadores.

“Los científicos aún no están seguros de cómo pudo haber pasado esto pero por ahora se piensa que una ola violenta pudo haber sido responsable de este trágico evento, tendremos más información conforme vaya llegando,” dijo el hombre en la televisión cuando de repente la puerta se abrió y su compañera de celda entró. La puerta se cerró detrás de ella y se volteó para sacar las manos por un hueco. El guardia rápidamente le quitó las esposas.

“Estás en mi lugar,” dijo con una mirada molesta. A Samantha no le caía bien Debbie, no le caía bien nadie aquí adentro. “Te fuiste, Debbie, toma el suelo,” respondió Sam. Debbie era toda enoja y nada de poder para respaldarlo midiendo 1.60 y pesando 54 kilos mojada, tal vez.

“No tuve otra opción tu-“ con un movimiento de sus ojos grises, Debbie se quedó callada. Sabía quién estaba a cargo. “Ten cuidado con lo que vas a decir a continuación. Tú y yo sabemos que no voy a salir por buen comportamiento,” dijo sin quitarle los ojos de encima al televisor, pero tronó sus nudillos para dejar claro su mensaje.

“Está bien, como sea,” respondió Debbie mientras recargaba la espalda contra la pared de cemento y se deslizaba al suelo. “¿Hay algo bueno hoy?” preguntó en una voz más calmada. “No, sólo un derrame de petróleo en el océano o algo así. Acaba de salir en las noticias,” respondió. Estaban mostrando el derrame de petróleo desde un helicóptero, y abajo había muchos otros barcos en varios lugares. “Bueno, al menos ese no es nuestro problema,” dijo Debbie, sin preocuparse por un desastre a a miles de kilómetros de ahí.

“Ah, tú nunca sabes. Tal vez decidan llamar prisioneros para ayudar a limpiar el desastre. Sabes que hacen eso, ¿no? Escuché de unos criminales a los que reclutaron para ser bomberos. Te apuesto a que en una semana nos llaman para limpiar, o al menos a ti,” respondió Sam y se rio. Debbie soltó un quejido al pensarlo.

“Debbies va a al océano, eso suena como una pésima película,” respondió Debbie y quiso cambiar el canal, pero las noticias era lo único que podían ver. Cualquier otra estación era pura estática, y en días lluvioso ni siquiera podían ver las noticias. “Suena como una mala idea,” respondió Sam y se pudo dar cuenta de que la conversación estaba muriendo rápidamente. Siempre lo hacia. Tenían muy pocas cosas en común.

Estaba segura de que el sistema hacía eso a propósito para aumentar la miseria en un lugar como ese. No había mucho que una vendedora de drogas y una ladrona tuvieran en común, después de todo.

Dejaron que el silencio descendiera sobre ellas cuando la puerta se abrió de repente. “Waters, tienes una visita especial. Me indicaron que te llevara a la habitación,” dijo la guardia, sonando tan mecánica como siempre. “Visitas, no estaba esperando a nadie,” respondió, pero cualquier excusa para salir de ahí en una visita no esperada era algo bueno. Sam se paró y caminó a la puerta. No pasó ni un segundo antes de que Debbie se moviera a la cama. “Voy a querer mi lugar de regreso,” dijo mientras le ponían las esposas en las muñecas. La puerta se abrió y dio un paso atrás.

Sam era más alta que la guardia pero ninguno de los dos tenía razones para estar nervioso. “Vamos, Waters,” le dijo mientras la guiaba, a lo largo del pasillo y doblando en la esquina. El viaje no duró mucho y la llevaron a un cuarto de un azul oscuro sin ventanas con una mesa larga y tres sillas. Una en la izquierda, dos más en la derecha. Dos filas de luces blancas sobre ellas.

Sam caminó a la de la izquierda y se sentó. La guardia rápidamente ajustó la cadena en la mesa a las esposas. “Protocolo, ya sabes cómo es,” dijo y Sam sólo gruñó como respuesta. “¿Sabes quién es?” le preguntó. “No tengo idea, no pregunté y la verdad no me importa, sólo me dijeron que te trajera,” le respondió y se dio la vuelta para salir del cuarto, cerrando la puerta.

Este cuarto ni siquiera tenía un reloj, y sólo podía imaginar el tipo de cosas de pesadilla que pasaban ahí – el desagüe en medio del suelo no pasaba desapercibido.

El tiempo pasaba lentamente. Los minutos en un cuarto inmóvil se sentían como horas. Sam había estado en confinamiento solitario y lo odiaba. Fue sólo un día pero se había sentido interminable y estar en un lugar así hacia que esos sentimientos regresaran con mucha rapidez. Estaba empezando a sudar un poco, lo cual no tenía nada que ver con la temperatura. Y sin advertencia, la puerta se abrió y entraron dos hombres. Estaban usando trajes y eran los primeros que veía en cuatro años.

Uno estaba usando un traje azul, se veía de unos cincuenta años y tenía cabello gris que era casi blanco. El que tenía el traje negro se veía más joven, tenía cabello negro y piel blanca como de fantasma. Los dos eran más altos que ella. El de la piel pálida llevaba, lo que a ella le parecía, un periódico. Tomó aire y se preparó para lo que fuera.

“Señorita Waters, es un placer conocerla. Somos sus nuevos abogados,” dijo el hombre de azul mientras se sentaban. “¿Abogados, para qué?” preguntó confundida, no había razón para que ellos dos estuvieran aquí. Todo era muy extraño. El de azul sonrió y se le hizo extrañamente conocida, pero no supo por qué.

“Puede que haya escuchado del desastre con el buque cisterna, bueno, su caso está directamente conectado a eso. Nosotros necesitamos que encuentre al sobreviviente del naufragio y lo mate,” dijo el de negro, pero nunca sonrió.

Sam estaba muy confundida, tenía muchas preguntas. “¿Qué, por qué lo dijiste así nada más?” preguntó el de azul, sorprendido. “Bueno, quería llegar al punto. Odio esperar y tengo cosas que hacer,” respondió, e inmediatamente se volvió claro que ellos dos no eran abogados. No estaba segura de quiénes eran pero todo esto era muy extraño. “Está bien, idiota,” respondió el de azul y la miró fijamente.

“No sé que es esto pero no voy a matar a nadie, contraten a un asesino a sueldo como cualquier otra persona lo haría. Eso es todo,” les dijo, y el hombre de azul puso un maletín sobre la mesa negra. No había visto que ninguno de los dos lo llevara cuando entraron. “Está bien, supongo que tengo que llegar al punto,” dijo y bajó el tono de su voz. “Ni siquiera sé por qué estoy aquí,” dijo el de negro con un resoplo. No le caía bien.

“Mi nombre es Zeus y este es mi hermano Hades. Hemos venido a reclutarte para la misión que no explicó en los mejores términos,” le dijo Zeus y Sam sólo ladeó la cabeza. “¿Qué?” preguntó confundida. Hades puso los ojos en blanco.

“¿Podemos ir al punto, por favor?” preguntó Hades. Zeus puso las manos sobre el maletín.

“No entiendo qué está pasando aquí, ustedes claramente no son dioses porque ellos no sonreales, así que sólo son dos locos y su equipo para asesinarme está en esa maleta. ¿Esto es lo que hacen? Entrar a prisiones, fingiendo ser abogados de mujeres para hacer cosas,” razonó rápidamente y comenzó a asustarse.

“Sí, eso es exactamente lo que hacemos, eres muy inteligente así que es mejor empezar de una vez. Pido la mitad de arriba,” dijo Hades, abriendo los ojos y sonriendo por primera vez desde que entró al cuarto.

“Por más divertido que suena eso, no, no hacemos eso. Ignóralo, sólo tiene un extraño sentido del humor. Pero desafortunadamente, tiene razón. Tenemos un serio problema y sólo tú puedes ayudarnos,” le dijo Zeus y Hades le hizo una mueca por arruinar su diversión.

“Está bien, digamos que les creo. ¿Qué podrían necesitar los grandiosos dioses de una criminal como yo?” dijo, preguntando lo obvio.

“Apenás eres una criminal, niña. Lo siento pero lo que te pasó no fue tu culpa. Eres el único ser vivo en este mundo con sangre Olímpica. Sangre de los dioses, de hecho. Hace mucho tiempo teníamos todo tipo de hijos, puede que hayas escuchado de algunos. Eres la descendiente de uno de ellos. Sin embargo, esta sangre siempre se pudre. La chispa dentro de ti quema todo y casi siempre termina igual, en la cárcel o la muerte, casi siempre ambos. Por eso juramos no tener más hijos,” le explicó Zeus. Hades asintió. “Ah, a veces todo sale muy, muy mal. La locura es más fuerte en algunos, pero considerando todo yo diría que tuviste suerte,” agregó.

“Está bien, bueno, esto ha sido muy divertido pero tengo que regresar a mi celda y a la realidad,” les dijo y Zeus alzó la mano y aparecieron pequeñas chispas azules entre sus dedos. “Ustedes humanos siempre necesitan pruebas, lo entiendo. Nadie realmente cree en nada, así que cree en esto,” dijo, y de su mano alzada salió una delgada línea azul hacia las cadenas, y las esposas desaparecieron en cuanto las tocó.

“No sé cómo hiciste eso, pero ahora van acusarme de intentar escapar, gracias por la ayuda,” respondió Sam mientras observaba sus muñecas libres, pero tenía que admitir que era un muy buen truco.

Hades alzó su periódico, se aclaró la garganta mientras empezaba a leer. “Oficial militar del Proyecto Punta de Lanza afirma haber abierto un portal a otra dimensión para observar el ataque de un dinosaurio enorme, negro, mutante y claramente alienígena en Las Vegas, continúan en la página diecinueve,” dijo y bajó el periódico. “¿Sábes por qué leí eso?” preguntó. Sam no tenía idea y se encogió de hombros.

Miró la portada y reconoció el Mente Nocturna Semanal. Solía leerlo cuando le sobraba dinero. Sus historias favoritas eran de un reportero que se hacía llamar Nick Nocturne. Nadie usaba su nombre real en esa revista. Las historias eran muy buenas, al menos la mayoría del tiempo. Una de sus historias favoritas era del duende Mimal, pero no podía recordar de qué se trataba. Hace muchos años no pensaba en cosas así.

“Esta es una basura de tabloide humano. De ahora en adelante quiero que pienses en la mitología, todas las historias, todo lo que creías saber, como esto. La mitología no es nada más que un escritor aburrido intentando hacer dinero que se inventa historias. Y una buena historia nunca muere, los detalles cambian, y el mundo cambia también. Pero el concepto de esta basura nunca murió,” dijo Hades con la mirada dura. Tenía muchos problemas con lo que era la verdad, y lo que la gente había creído que era la verdad a través de la historia. Sam no sabía mucho de esas cosas así que se encogió de hombros. Hades puso los ojos en blanco, molesto.

“Eso no me dice nada. ¿Por qué están aquí? Si tienen un problema, ¿por qué no sólo lo hacen desaparecer con magia como hicieron con estas?” preguntó y Hades se irritó con todas las preguntas. “No tenemos tiempo para esto, uno ya escapó y los otros no tardarán mucho en hacerlo si no es que ya escaparon. Tal vez deberíamos intentar hacerlo nosotros y dejar que ella se pudra aquí,” dijo y se puso de pie.

Zeus decidió decirle todo. “Los llamamos Yokaiju. Yo, nosotros, los creamos para derrotar a nuestros padres en la guerra antes de la creación. Usé el Ópticon para separar sus almas de sus cuerpos. Escondímos sus cuerpos en lugares remotos, y sus almas estaban atrapadas aquí donde podíamos esconderlas en el inframundo.”

“Se supone que alguien los vigilara y sólo tenía un trabajo, alguien hizo algo mal y por eso estamos aquí. Necesitamos que recuperes las almas de las armas antes de que encuentren sus cuerpos, nosotros no podemos hacerlo por ciertas razones,” dijo.

Hades desvió la mirada. Sam se dio cuenta de quién había hecho mal su trabajo y eso explicaba mucho.

Sam decidió seguirle el juego a los dioses, o personas, o lo que sea que fueran. No quería que la hicieran polvo o algo así. “Digamos que acepto, ¿cómo puedo capturar a estas cosas?” les preguntó.

Zeus sonrió y abrió su maletín. “El Ópticon, por supuesto,” dijo y le mostró un brazalete dorado, deslizándolo hacia ella sobre la mesa. “Esto es responsable de literalmente todo lo que ves y sabes y todo lo que has sabido, parece raro que una cosa tan poderosa sea tan pequeña,” dijo y continuó.

“Pruébatelo,” le dijo con una sonrisa. No se veía pequeño para Sam, era lo suficientemente grande para sostenerlo con ambas manos, y ella tenía manos grandes.

“Para ser justos, no tengo idea de cómo escaparon. No es como una prisión mortal. Pocos de nosotros sabíamos dónde estaba esa cosa y llegar ahí no era sencillo,” Hades intentó quedar bien pero a ella no le importó.

“Hay doce y cada uno necesita un cuerpo vivo para existir, parásitos, supongo que podrías llamarlos. Pueden apoderarse de cualquier cosa viva que toquen. Lisis ya encontró algo, así que sin duda está escondido en algún cuerpo. Los otros no tardarán en seguir su ejemplo. Este mundo, todo lo que existe, está en riesgo, tienes que ayudar. Bueno, no tienes que hacerlo, pero sería bueno que lo hicieras,” dijo Zeus y casi se veía preocupado.

Hades no lo había visto así de preocupado por algo en mucho tiempo. Además, todas las explicaciones lo estaban cansando. Sabía que Zeus estaba alargando esta visita para echarle en cara que sí, había fallado, pero todavía no sabía cómo.

Sam estiró la mano y tomó el Ópticon. Era increíblemente ligero y sentía una pequeña comezón en los dedos mientras tocaba el extraño metal. “Póntelo,” le dijo Hades, y estaba empezando a molestarla. Se puso esa cosa en la mano izquierda y a pesar de lo grande que era, instantáneamente se hizo más pequeño y se ajustó a ella. No tuvo tiempo de reaccionar ni hacer nada más que ponerse de pie horrorizada. No dolía, sólo era inesperado.

“Relajate, se supone que le quede a todos,” le dijo Hades, casi riéndose de su reacción. Sam no se sentía diferente. “¿Y cómo me lo quito?” preguntó. “Se afloja cuando termines el trabajo, no antes,” le respondió. “Espera, ¿a qué te refieres con terminar?” preguntó ella, todavía sorprendida con todo esto. Mirando la pieza de metal en su brazo.

“No te preocupes, nadie puede verlo aparte de ti, nosotros, y bueno, a los que estás intentando atrapar, y eso en mi opinión es un error en el diseño. No llames la atención a él y vas a estar bien,” respondió Hades y Zeus se puso de pie, cerrando el maletín.