Orgullo de madre - María Calvo Charro - E-Book

Orgullo de madre E-Book

María Calvo Charro

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Beschreibung

Ser madre nunca ha sido fácil. Los hijos casi siempre son inoportunos y llegan para desbaratar y poner patas arriba nuestra planificada vida personal y profesional. Convivir con una criatura así no es fácil, por mucho amor que se ponga. Además, tener hijos y cuidarlos con amor "colisiona" con el desarrollo personal y la autorrealización que exige nuestra sociedad enferma. Nada prepara para ser madre, pero ser madre prepara para todo. Urge "maternizar" esta sociedad tan erosionada, y solo pueden hacerlo las mujeres. Pero para ello deben amarse a sí mismas, amar la vida y convertir la "culpa" de ser madre en el "orgullo" de serlo.

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MARÍA CALVO CHARRO

ORGULLO DE MADRE

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2024 byMaría Calvo Charro

© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6645-7

ISBN (edición digital): 978-84-321-6646-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A las mujeres que, superando todas las adversidades, cambian el mundo: las madres.

A las mujeres que, sin tener hijos, tratan maternalmente a aquellos que les rodean y colaboran a humanizar la sociedad.

A nuestras madres y abuelas, las verdaderas feministas y revolucionarias, que lo dieron todo por amor, con todo mi respeto y agradecimiento.

A las mujeres heridas por la lacra del aborto; porque siempre se puede recomenzar y transformar las heridas en poesía.

A mi madre, maravillosamente imperfecta. A quien la maternidad no le impidió seguir preservando su faceta de esposa, amiga y mujer.

A Pablo, mi marido, por ayudarme a seguir siendo mujer además de madre.

A mis hijos —Pablo, Alejandra, María, Nicolás (desde el cielo) y Pedro— por haberme permitido experimentar la belleza de la maternidad y haber volado libres, con la seguridad de que harán de este mundo un lugar mejor.

ÍNDICE

Prefacio

Introducción. La urgencia de recobrar la belleza de la maternidad

1. Feminismo y maternidad. Una relación incómoda

2. El efecto pendular en la maternidad. De la mujer “solo madre” a la mujer “no madre”. La mística de la feminidad

La mujer “solo madre”. Cuando la parte materna devora a la erótica

La mujer “no madre”. Cuando la parte erótica devora a la materna

De la tristeza de la madre perfecta, a la tristeza de la mujer de éxito. El nuevo malestar que no tiene nombre

3. ¿Quién eres, mujer? Cómo ser madre si no sé quién soy

Mujer desnaturalizada. Te haces, no naces

Mujer deshumanizada. La sublimación de los sentimientos en detrimento de la razón

Mujer sin trascendencia. La idolatría del yo

4. Desviaciones actuales de la maternidad

El aborto. La eliminación del hijo no deseado

La maternidad interesada. La “niñofagia” o el hijo como propiedad

Madres solas por elección. Huérfanos de padres vivos

Madre “demasiado madre” versus madre “suficientemente buena”

La madre que desconfía del padre. Las familias “matrifocales”

La madre víctima y la madre arrepentida

5. La madre “suficientemente buena”

6. La belleza de la maternidad

La belleza de la maternidad está en la hospitalidad

La belleza de la maternidad está en la elegancia

La belleza de la maternidad está en la lentitud

La belleza de la maternidad está en la trascendencia

La belleza de la maternidad está en la inmanencia

La belleza de la maternidad no realizada en acto. La maternidad espiritual

La belleza de la maternidad es apertura a la contingencia. El privilegio de ser un hijo no deseado

La belleza de la maternidad está en su generosidad. El inaudito regalo de la libertad

La belleza de la maternidad está en priorizar la pareja

7. La urgencia del amor. Maternizar la sociedad

8. Por qué ser madre en tiempos de apocalipsis. La natalidad salvará al mundo

Agradecimientos

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Comenzar a leer

Agradecimientos

Notas

PREFACIO

Este libro no está escrito desde la posición privilegiada de una mujer que ha sido madre “sin problemas”. Sino, por el contrario, desde la experiencia de lo que es la maternidad en la vida real de una mujer ordinaria. Una madre repleta de defectos y carencias, con una familia sensatamente imperfecta, con conflictos, problemas e inseguridades. Con dificultades para integrar la vida familiar y laboral. Con dudas y fracasos. Perpleja ante el enigma indescifrable que son los hijos. Con errores y arrepentimientos. Con pérdidas imprevistas y dolorosas (como la de Nicolás en el cuarto mes de embarazo). Pero profundamente feliz. Porque la felicidad no es bienestar, como nos hace creer esta sociedad acomodada con miedo al fracaso y a la carencia, sino como dice el poeta Miguel D`Ors, «la felicidad es no ser feliz y que no te importe»; es abrazar lo que se tiene y ver en cada repetición diaria, lo nuevo, lo hermoso, lo sublime, el detalle divino.

INTRODUCCIÓN. LA URGENCIA DE RECOBRAR LA BELLEZA DE LA MATERNIDAD

Ser madre nunca ha sido fácil. Los hijos casi siempre son inoportunos y llegan para desbaratar y poner patas arriba nuestra planificada vida personal y profesional y, por supuesto, tirar por la borda años de régimen y gimnasio. Convivir con una criatura dependiente hasta el extremo y que nos necesita tantísimo no es fácil, por mucho amor que se ponga en ello. Pero, en el supuesto de mujeres con dificultades económicas, la maternidad se convierte no ya en un asunto de prioridades, sino en una absoluta heroicidad. Lo que para una mujer con recursos es una aventura, para una mujer en los márgenes de la sociedad o con trabajos precarios, es un acto de valor y generosidad incalculable que puede llegar a poner en riesgo su equilibrio personal, por la carga emocional que implica la falta de estabilidad laboral y la angustia de no poder sacar adelante a la familia con un mínimo de calidad. Para estas mujeres la vida se convierte en una constante lucha contra las adversidades que puede provocar un serio deterioro de su salud física y mental; situación que se agudiza exponencialmente en aquellos casos en los que se encuentran solas1.

Hoy, a todas las dificultades y sacrificios que implica ser madre, debemos añadir el absoluto desprestigio al que está sometida la maternidad en términos generales, así como la ausencia de medidas razonables para hacer posible la integración de la vida familiar y laboral. En el ámbito de los trabajos de alta cualificación no está bien visto frenar la vida profesional para traer hijos al mundo (especialmente si eres una mujer joven) lo que nos obliga a externalizar los cuidados, y para las mujeres de los sectores laborales más humildes e inestables, la maternidad puede suponer la pérdida del trabajo, lo que afecta directamente a su propia capacidad de supervivencia.

Asimismo, el individualismo que caracteriza la sociedad actual ha provocado que la maternidad sea admitida en tanto en cuanto el hijo haya sido “deseado” o buscado de propósito, cerrando la puerta a la contingencia en la procreación. En los países llamados desarrollados, un embarazo “no deseado” es la justificación suficiente para eliminar la dignidad del no nacido y, por lo tanto, su derecho a la vida. Estamos ante la sublimación de los deseos en detrimento de la razón, que cede radicalmente ante los sentimientos y emociones autorreferenciales.

La idea convertida en norma de que los deseos “reprimidos” son fuente de patologías, alienta un modelo antropológico para el que la felicidad consiste en la satisfacción de todos los impulsos2. En este universo de narcisismo colectivo, para satisfacer mis deseos, todo lo técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, incluida la mercantilización de la vida humana por vientres de alquiler que transforman a la madre biológica en «máquina impersonal de reproducción de la especie»3; la consecución del hijo a través de una transacción económica; la renuncia al hijo que no se adapta a lo que yo había soñado o programado o que llega con alguna “tara” o defecto genético; o la orfandad de padre incluso antes de nacer, sustituyendo la genealogía por la tecnología. Como señala Habermas, nos encontramos ante prácticas hoy controvertidas como pioneras de una eugenesia liberal regulada sobre la base de la oferta y la demanda, en la que un tercero decide —después del oportuno examen genético— qué vida es digna de existir y cual no, según las preferencias narcisistas del consumidor. Se trata de una “intervención egocéntrica” sobre la vida de otro con “consecuencias existenciales”. Resulta en este sentido urgente, que «lo que la ciencia hace técnicamente disponible, los controles morales lo hagan normativamente indisponible». La protección jurídica podría encontrar expresión en un «derecho a una herencia genética en la que no se haya intervenido artificialmente»4.

La realidad también nos muestra que son muchas las mujeres, algunas en circunstancias profundamente traumáticas y en una soledad absoluta, las que, a pesar de las dificultades, deciden seguir adelante con un embarazo “no deseado”. En estos casos, el miedo y la inseguridad ceden al amor y a la contingencia. Para estas mujeres valientes, la comprensión social y la ayuda por parte del poder público es prácticamente inexistente.

Sin embargo, la maternidad es también la experiencia más apasionante, excepcional y enriquecedora que se pueda llegar a vivir. Nada te prepara para ser madre, pero ser madre te prepara para todo. Y la sociedad debería ser capaz de valorar las virtudes y aptitudes que desarrolla una mujer cuando ha traído vida al mundo, todas ellas altamente útiles y beneficiosas para el ámbito laboral, profesional y social en general. Flexibilidad; imaginación; intuición; cooperación; expresividad emocional; empatía; paciencia; afectividad; consenso; pragmatismo; capacidad de improvisación; visión contextual; magnífica gestión del tiempo, son algunas de las habilidades sociales innatas de la mujer —casi todas acentuadas por la maternidad— que, según los estadistas, serán un valor en alza prácticamente en todos los sectores de la economía del siglo actual5. Un hijo es un regalo para la madre. Pero una madre es un regalo para la entera sociedad.

Sólo una sociedad enferma, que no está dispuesta a hacer frente a sus propios problemas y que es incapaz de concebir objetivos y retos a la altura de la capacidad de las mujeres, opta por ignorar la inmensa fuerza de las madres.

Décadas de feminismo antimaternal han logrado desfeminizar a la mujer y hacernos creer que los hijos son una carga, un estorbo, un obstáculo o un problema que debemos solucionar en soledad. Identifican “liberación” con eliminación de la maternidad («la tiranía de la procreación» en palabras de Beauvoir) y asumen que evitar traer hijos al mundo es intrínsecamente progresista. Tener hijos y cuidarlos con amor es una tarea que sencillamente no encaja en absoluto en los conceptos de desarrollo personal, autorrealización y libertad impuestos por la cultura actual; como si aceptar libremente una vinculación filial supusiera indefectiblemente caer en las redes de la opresión.

Esto ha provocado una ruptura interior de la mujer, la pérdida de su esencia y un peligroso desconocimiento de una misma; pues, lo desarrollemos en acto o no, y aunque ser madre no sea en ningún caso el fin ineluctable de la mujer, todas estamos diseñadas por la naturaleza para la sublime y privilegiada misión de traer vida al mundo. Tenemos una «huella psicológico materna ineludible»6, un potencial procreador que no podemos ignorar sin que nos pase factura y nos provoque una fragmentación interior que nos impide ser nosotras mismas, ser felices.

España es uno de los países más ancianos de la Unión Europea. Muere de vieja sin un relevo generacional7. Es urgente y necesario dar un impulso a la natalidad. Pero no de cualquier forma y a cualquier precio. No se trata de tener niños “en serie”, como en una cadena de producción para salvar la situación cuantitativamente. Es preciso que vuelvan a nacer niños en los países desarrollados, pero que nazcan de la única forma en la que el ser humano es realmente libre y adquiere dignidad: con un comienzo indisponible, sin la intervención de la técnica, como un resultado inesperado del azar de la relación sexual amorosa de sus padres. Expresión carnal de la tensión creativa de una pareja que se ama8. Niños “no deseados”, pero profundamente amados. Niños no buscados, sino acogidos. Niños no creados para llenar mis vacíos existenciales, sino para volar libres sin tener un fin prefijado por sus progenitores.

Pero para ello, será preciso, en primer lugar, recobrar la capacidad de enamorarnos, de comprometernos para toda la vida, de formar una familia, imperfecta y maravillosa, capaz de dar a los hijos raíces y sentido de pertenencia. Será necesario asumir que lo que perdemos en perfección y en ganancias económicas en el ámbito laboral, lo ganamos en verdad de vida, satisfacción y paz personal.

Habrá que defender que sacrificarnos por los demás, cuidar a los que nos rodean, pensar en los otros antes que en uno mismo, ser imperfecto y no llegar a todo, luchar por ideales y objetivos, ir contracorriente, carecer de cosas materiales, dar prioridad a la vida personal frente a la profesional, enfrentarse a situaciones imprevistas e inesperadas, pasar desvelos y angustias, no tener tiempo para uno mismo, tener conflictos con los hijos y saber ponerlos en su lugar, que los platos vuelen en el hogar y saber pedir perdón y recomenzar, son cosas buenas, por las que merece la pena luchar y vivir y que, en último término, son manifestaciones de amor que nos generan felicidad, por paradójico que pudiera parecer. Como nos enseñaba Sócrates, cuando no cuidamos de las cosas que realmente importan, nuestra existencia sufre, ya que nuestro valor depende inexorablemente de las cosas que cuidamos.

Ha llegado el momento de volver a defender lo humano y, en consecuencia, aprender de nuevo a amar. «Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre»9. Y, como decía Chesterton, luchar por prodigios visibles, como si fueran invisibles. Lo que implicará un especial esfuerzo por olvidarnos de nosotros mismos, pues en las últimas décadas nos hemos ensimismado, hemos sublimado los deseos hedonistas y hemos desechado toda relación que pueda ocasionar molestia, pérdida de tiempo para uno mismo o freno a mis proyectos personales y profesionales.

En un marco narcisista y autorreferencial, la relación materno-filial no tiene cabida. La autorreferencialidad sólo conduce a la insignificancia. Cuanto más quiero ser sin el otro, cuanto más quiero ser el fundamento de mí mismo, más me pierdo y me precipito en la desesperación10.

Una sociedad como la actual, reacia a cooperar, al afecto materno y al autosacrificio por los descendientes es, como señala Scruton, disfuncional y, por ello, llamada a desaparecer11. El cambio de paradigma resulta urgente y no podrá realizarse “a golpe de ley”, sino con un cambio de actitud individual y social ante la maternidad. Sin embargo, el rumbo actual se antoja difícil de rectificar en un corto plazo (han sido demasiados los años de influencia negativa del feminismo radicalizado con la desculturización de la maternidad que ha implicado) y deberá venir, en cualquier caso, de la mano de las propias mujeres, motor de generación del cambio social. Viviendo una maternidad propia, digna y transformadora, asumiendo su naturaleza y tomando las riendas de su destino de forma libre de toda presión ambiental, de los cánones de belleza y éxito establecidos, de las dificultades del ámbito laboral y profesional, libres de las insolentes pretensiones de aquellos que quieren rediseñarnos andróginos (lo que llevará al colapso del ecosistema humano) o de los que pretenden rescatarnos de la feminidad y la maternidad como si fueran tóxicas y nos hicieran débiles e inferiores al hombre.

Pero esta misión se torna casi imposible si la mujer está sola. La soledad es nuestro gran enemigo hoy en día y, por desgracia, es una de las características prácticamente inherente a la maternidad en la actualidad12. Soledad afectiva, por falta de comprensión generalizada hacia la maternidad. Soledad normativa, por falta de leyes que la amparen, favorezcan y apoyen. Soledad ética, por la pérdida de valor social y autoridad moral de las madres. Soledad espiritual, por la ausencia de visión trascendente de la vida. Soledad humana, por la carencia de una familia, en cuya intimidad sentirse aceptado tal y como uno es, con todos los defectos, carencias y debilidades; una familia que nos dé sentido de pertenencia, una identidad estabilizante, dignidad, raíces y alas.

La maternidad, sean cuales sean las dificultades y circunstancias, implica para la mujer una dación de sí misma inmensa, pues consiste en la donación del propio cuerpo por amor para que sea habitado por una alteridad que nos trasciende, llamada a ser autónoma y tener su propia vida. Saber dar raíces al hijo, para que pueda volar en libertad cuando llegue el momento, es la misión de mayor impacto y responsabilidad que puede experimentar una mujer. En esta tarea, la familia constituye un elemento imprescindible. Una familia siempre imperfecta, pero en la que es más sencillo enfrentar la adversidad y en la que encontraremos el norte, la roca, el puerto, el campamento base en el que descansar y recuperar esa fuerza que solo el amor sincero puede darnos, sean cuales sean las dificultades de la vida.

Para recomponer la familia necesitamos al mismo tiempo devolver al hombre, al varón, al padre, al lugar y la importancia que realmente le corresponden. Si el padre, desde la intimidad del amor, pero con autoridad, mezclando fortaleza y ternura, se implica a fondo, y la mujer recupera la confianza en él y le permite entrar en plenitud en el hogar e involucrase en la crianza de los hijos “a su manera”, aquella se sentirá profundamente liberada y los hijos se beneficiarán del estilo educativo masculino paternal que complementa y equilibra el estilo femenino maternal.

Necesitamos una sociedad orgullosa de sus madres. Que con medidas imaginativas les permita seguir integradas en el mundo laboral y profesional, sin angustias y ansiedad permanente; que haga posible ser madre y profesional o trabajadora sin que ello implique cronificar el agotamiento13. Que valore su generosidad, esfuerzo y sacrificio, pero que sea al mismo tiempo capaz de transmitir la belleza de la maternidad y su inmenso valor; dando a las mujeres que han sido madres todo el apoyo, comprensión, reconocimiento y valoración que merecen, porque el aporte social que hacen estas mujeres valientes y aventureras tiene un valor absolutamente incalculable.

Pero también, en general, debemos ser capaces de devolver la ternura a este mundo deshumanizado, brindar atención a lo pequeño, débil y en apariencia insignificante, volver a maravillarnos por lo extraordinario de lo ordinario, extasiarnos con la normalidad, ser heroicos ante el cumplimiento de los deberes más simples, seguir siendo humanos —con ayuda de lo sobrenatural—, ser capaces de ver la poesía en las repeticiones del día a día, defender una ecología integral, participar de la inmensa belleza de todo lo aparentemente nimio del mundo y estar dispuestos a brindar una mirada maternal hacia cualquier individuo que necesite cuidados o atención.

Necesitamos “maternizar” esta sociedad tan erosionada. Este cambio solo puede venir originado por las mujeres. Pero para ello es imprescindible que adquieran una conciencia no culposa de su naturaleza «que irradia maternidad»14, y que generosamente vuelvan a amar la vida y a amarse a sí mismas. La fuerza moral de una mujer que ama posee una enorme energía sanadora, así como una belleza y una potencia inconmensurables, capaces de rehumanizar el mundo; devolverle la dignidad de lo misterioso, lo bello, lo sublime.

1. FEMINISMO Y MATERNIDAD. UNA RELACIÓN INCÓMODA

El feminismo nunca se ha encargado de la maternidad. Esta es una realidad dolorosa para todas aquellas que confiaron en los movimientos de reivindicación de los derechos de la mujer y que, al ser madres, se encontraron de bruces frente a las fallas del sistema; ignoradas, invisibles, marginadas. La relación de la maternidad con el feminismo ha sido, por lo general, de enfrentamiento y negación.

Los movimientos feministas, a partir de la década de los sesenta y hasta la actualidad, han sido sin duda los más dañinos para la maternidad, pues supusieron un ataque directo, una identificación de la misma con la opresión, humillación y sometimiento de la mujer; un modo de control, orquestado por el patriarcado para someter a las mujeres.

A partir de la revolución del 68, el objetivo prioritario del feminismo fue romper con el pasado de forma radical, acabar con el orden establecido, invertir la jerarquía generacional, familiar e interpersonal, eliminar toda forma de autoridad y, sobre todo, imponer el igualitarismo en todos los ámbitos de la vida, también en el sexual. Esta revolución implicó una mutación antropológica: mutación de la escala de valores; de las relaciones paterno-filiales; de la maternidad hacia la autocomplacencia y de la paternidad hacia la invisibilidad; una mutación de la feminidad y masculinidad hacia la neutralidad y la pérdida de identidad. Una «revuelta metafísica que condujo a la inversión de la jerarquía de los valores»1, así como de las ubicaciones y prerrogativas de ambos padres.

En este movimiento resultó de una especial trascendencia la innegable influencia ejercida por diversas teorías marxistas y estructuralistas, como las proporcionadas por Friedrich Engels, quien predicó la unión de feminismo y marxismo y, en cuyo libro, El Origen de la Familia, Propiedad y el Estado (1884) señalaba: «El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino».

En sus orígenes, la dirección ideológica de este movimiento debemos atribuirla básicamente a Simone de Beauvoir, quien lanzó su manifiesto radical y de orientación marxista, El segundo sexo (1949), con una enorme difusión en la sociedad del momento y, más tarde, en los movimientos feministas de los años setenta profundamente emparentados con la “liberación sexual”. En él mantenía de forma radical, que la mujer (y, en consecuencia, el varón) «no nace, sino que se hace»; idea que constituye un adelanto de lo que sería posteriormente el denominado feminismo de “género”. Esta obra pionera se enfocó en el estatus de las mujeres en la economía y denunció como tortura el trabajo de estas en casa, pues, de esta manera, la mujer quedaba excluida de la producción. Beauvoir, consideraba que la influencia de la sociedad, la cultura y la crianza eran las únicas responsables de las elecciones de las mujeres a favor de la maternidad y la familia. Por ello, caracterizó el estilo de vida del ama de casa como la «reliquia de formas de vida muertas» y la maternidad como la «tiranía de la procreación». Y afirmaba: «Ninguna mujer debe ser autorizada a quedarse en casa para criar a sus hijos. Las mujeres no deberían tener esa opción, precisamente porque si hay tal opción muchas mujeres la tomarán. Es una forma de forzar a las mujeres en cierta dirección. Mientras la familia y el mito de la maternidad y el instinto materno no sean destruidos, las mujeres seguirán siendo oprimidas»2.

Obtenida cierta igualdad en el ámbito público, el feminismo demandó la igualdad asimismo en el ámbito íntimo, reproductivo y biológico; pretendiendo, en palabras de Burggraf, una «igualdad funcional de los sexos»3. De forma inadvertida, al pretender igualarse con los varones, paradójicamente, de forma inconsciente, las mujeres asumieron que la condición del sexo masculino era la ideal.

La emancipación de la mujer suponía independizarse del hombre, negarle su papel de compañero y complemento, rebelarse contra todo lo masculino, huir de su colaboración, considerarle prescindible, perturbador, perjudicial, un estorbo para la independencia femenina4. Como si ser feminista y amar a los hombres con todas sus cualidades masculinas resultase incompatible. Así comenzó un camino hacia la soledad femenina que hoy está mostrando su cara más perversa con un aumento exponencial de los hijos huérfanos de padre, en muchas ocasiones por voluntad expresa de la mujer5.

Asimismo, implicó la consideración de la maternidad como un modo de esclavitud, que nos subyuga, nos ata al hombre y no nos permite desarrollarnos plenamente. Y el embarazo como una patología a evitar a toda costa y que se cura con el aborto, entendido este como un derecho de la mujer.

En ese sentido, Firestone afirmaba: «…la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños»6.

La anticoncepción y el aborto serían la solución. Pero al mismo tiempo significó el comienzo de la corrupción del feminismo, pues el aborto es violencia y maltrato contra la mujer, con implicaciones sociales prácticamente irreversibles, y supone una fractura profunda e insalvable en el corazón de la feminidad que daña en su esencia a la mujer que, por naturaleza, está orientada de manera especial hacia la vida7.

El neofeminismo derivado de la “revolución sexual” se resumía en la reivindicación «mi cuerpo es mío». La mujer, al apropiarse de su cuerpo, del embrión, del hijo, pretendía apropiarse también de la parentalidad, marginando o negando al padre. Las feministas radicales insisten en presentar la maternidad como un instrumento de opresión utilizado por los hombres para tener a las mujeres recluidas en casa y apartadas del ámbito público, sometidas a los grilletes de la servidumbre del hogar. Lo que perpetúa la desigualdad y las “clases de sexo”, origen de todos los males de las mujeres.

La maternidad se considera el principal elemento perturbador para la realización plena de las mujeres. Para eliminar las clases sexuales es necesario que la mujer se rebele y se adueñe del control de la reproducción y de la fertilidad humana en general. Ya no hay procreación, fruto del amor entre un hombre y una mujer, sino «reproducción biológica». El sexo debe quedar absolutamente disociado de la maternidad y la fecundidad, así como del compromiso y el amor.

En palabras de Alison Jaggar: «La igualdad feminista radical significa, no simplemente igualdad bajo la ley y ni siquiera igual satisfacción de necesidades básicas, sino más bien que las mujeres –al igual que los hombres– no tengan que dar a luz… La destrucción de la familia biológica permitirá la emergencia de mujeres y hombres nuevos, diferentes de cuantos han existido anteriormente»8.

Los denominados «derechos reproductivos» implican que la mujer debe tener el control pleno de su fertilidad. La autoafirmación de los deseos narcisistas pasa a ser la expresión de la auténtica libertad. Con los medios anticonceptivos y el aborto, la mujer adquirió un sentimiento de propiedad absoluta sobre los hijos.

Anclado en el lema de los sesenta «nosotras parimos, nosotras decidimos», los ideólogos instrumentalizan el aborto, haciéndolo figurar como una forma de liberar a la mujer de la esclavitud machista y patriarcal de la maternidad.

La mujer afirmaría así su autonomía plena sobre la procreación, pero también sobre su pareja. La paternidad dependerá entonces asimismo de la voluntad de la mujer. Todo ello rodeado de un clima higiénico-sanitario, dentro de la denominada “salud reproductiva”; lenguaje performativo utilizado con el fin de hacer parecer razonables sus presupuestos. Con la renuncia voluntaria e intransigente a la maternidad la mujer se desubica respecto de sí misma y entra en una profunda crisis de identidad que la conduce al desconcierto e infelicidad.

Comienza en este momento histórico una nueva etapa del movimiento feminista en la que se exige la eliminación del tradicional reparto de papeles entre varón y mujer, para lo cual es imprescindible rechazar la maternidad, el matrimonio y la familia. En este marco, las responsabilidades de la mujer en la familia son supuestamente enemigas de su realización personal. El entorno privado se considera como secundario y menos importante; la familia y el trabajo del hogar como «carga» que afecta negativamente a los proyectos profesionales y personales de la mujer. La meta no es representar auténticamente la vida de la mujer, sino una estereotipificación inversa según la cual las mujeres que den una importancia relevante y prioritaria en su vida a ser esposas y madres nunca aparezcan bajo un prisma favorable.

Desde que el movimiento feminista comenzara a desnortarse y a exigir la igualdad radical al hombre en el ámbito reproductivo y biológico, con la anticoncepción rutinizada y el aborto asumido como derecho fundamental, la mujer ha ganado en derechos y ha perdido en identidad. Ha triunfado en lo público y se ha desestabilizado en lo privado. Está más empoderada que nunca, pero se considera una víctima. Realizada en lo profesional, experimenta una gran soledad en lo personal. Se ha liberado sexualmente, pero se siente vulnerable —existe una relación de causalidad directa entre la trivialización del sexo y los abusos sexuales a mujeres—. Ha perdido el rubor, pero exige respeto9. Todo le está permitido y, sin embargo, no encuentra satisfacción. Está bien formada intelectualmente, pero no se conoce a sí misma. Ha llegado a ser independiente, pero no es libre, pues se halla sometida a nuevas esclavitudes, algunas mucho más perversas y obscenas que las de siglos pasados. Vivimos, como señala Han, una fase histórica peculiar, en la que la propia libertad engendra coerciones10.

Durante las siguientes décadas, la sociedad ha ido perdiendo sus dimensiones universales y sus fundamentos antropológicos y las tendencias descritas han permeado las leyes y han contribuido a organizar la sociedad sobre la confusión y la inmadurez. Las mujeres han logrado una igualdad, al menos formal, al precio de masculinizarse, perder su feminidad, y renunciar a la maternidad. Y los hombres se avergüenzan de una masculinidad que hoy es despreciada por una sociedad que prefiere los modelos femeninos de conducta y comportamiento.

Las consecuencias de un feminismo antimaternal las estamos viviendo a diario, son absolutamente devastadoras y constituyen el origen de algunos de los fenómenos actuales que nos resultan más desconcertantes, como la manipulación genética del embrión, la ruptura de los lazos familiares, la desaparición de los dualismos o diferencias que nos servían de referentes (sexuales, generacionales, sociales…) o la expansión de las prácticas abortivas de forma indiscriminada. Ignorando, como afirma Scruton, que la realidad de nuestra naturaleza es que somos “criaturas constructoras de hogar”, que cooperan en busca de valores intrínsecos11; lo cual no está reñido con nuestro desarrollo personal y profesional.

2. EL EFECTO PENDULAR EN LA MATERNIDAD. DE LA MUJER “SOLO MADRE” A LA MUJER “NO MADRE”. LA MÍSTICA DE LA FEMINIDAD

La relación de la mujer con la maternidad no ha seguido en absoluto un curso lineal en las últimas décadas. Antes, al contrario, hemos pasado de un extremo al otro sin lograr adquirir el deseado equilibrio entre disfrutar de ser madre y tener una vida personal y laboral plena. Esto no ha sido producto del azar, sino el resultado de un largo proceso histórico que se inició hace ya varias décadas y que se ha radicalizado en los últimos años.

Siempre ha existido, fomentado por el poder público, los medios e incluso el mercado, una “mística de la feminidad”1, un arquetipo, un modelo imperante impuesto, que la mujer debe tomar como referente absoluto para existir socialmente. Un patrón, un molde, con unas características determinadas al que la mujer debe ajustarse para ser considerada mujer de éxito. Un dogma incuestionable al que es preciso adherirse, so pena de perder todo valor social. Un lecho de Procusto2.

Antes de los movimientos feministas de la década de los sesenta, ese patrón consistía, en términos generales, en ser una madre “perfecta”, plenamente dedicada a los hijos y el hogar, que abnegadamente renunciaba, por completo y de por vida, a su desarrollo profesional e incluso personal, a pesar, en muchos casos, de tener estudios universitarios. Solo la figura de la madre podía sancionar una versión socialmente aceptable, benéfica, positiva, saludable, generativa de la feminidad3. Una mujer “devorada” por la vida del hogar, sin proyectos propios o expectativas de futuro fuera del estricto ámbito familiar.

Con el feminismo radicalizado actual, el paradigma cambió radicalmente, y nos ha llevado en nuestros días, de una forma sutilmente persuasiva, a considerar la mujer digna de ser emulada, como aquella que renuncia radicalmente a la maternidad a favor de un desarrollo profesional exhaustivo y que dedica todo su tiempo a la satisfacción de sus deseos personales. Una mujer “devorada” por la vida profesional y una imagen narcisista de sí misma que la lleva a considerar la familia un entorno excesivamente esclerotizante y que interpreta cualquier tipo de dependencia en términos de sumisión.

Así, las mujeres pasamos de la necesidad de tener que justificar ante la sociedad por qué no queríamos tener hijos, a tener que justificar actualmente por qué queremos tenerlos.

Ceriotti, psicoanalista, explica cómo el inconsciente de la mujer consta de dos partes esenciales, distintas pero complementarias. Una parte erótica: el amor por mí misma, mi vida personal, como mujer, esposa, profesional, amiga…4. Y la parte materna, una huella psicológica imborrable que impregna cada una de las células de nuestro cuerpo y que, seamos madres materialmente o no, influye y repercute en nuestra forma de vivir, actuar, sentir y amar. Del equilibrio entre ambas partes dependerá nuestra felicidad y armonía personal. Lo erótico y lo maternal, el amor de sí y el amor al otro, son dos componentes inescindibles de la condición femenina, y es necesario que ambos encuentren su espacio adecuado en la vida de la mujer; ambos componentes deben encontrar un equilibrio y una integración mutuas5.

Antes de los movimientos feministas de la década de los sesenta, la parte materna tendía a devorar la parte erótica de la mujer. A partir de entonces, sin embargo, se produce un cambio radical de paradigma y la parte erótica adquiere un protagonismo total y absoluto, derrocando a la parte materna, dejándola reducida a la nada.