La mujer femenina - María Calvo Charro - E-Book

La mujer femenina E-Book

María Calvo Charro

0,0

Beschreibung

Desde el comienzo de los movimientos feministas la mujer ha ganado en derechos y ha perdido en identidad. Ha triunfado en lo público y se ha desestabilizado en lo privado. Está más empoderada que nunca, pero se considera una víctima. Realizada en lo profesional, experimenta una gran soledad en lo personal. Se ha liberado sexualmente, pero se siente vulnerable. Ha perdido el rubor, pero exige respeto. Todo le está permitido y, sin embargo, no encuentra satisfacción. Protagoniza el éxito académico, pero no se conoce a sí misma. Y sometida a la doble alienación, sexual y profesional, no es libre para tomar la decisión más trascendente de su vida: la maternidad. Necesita hoy, más que nunca, asumir su magnífco bagaje natural y su singularidad, y tomar las riendas de su vida. Solo así será, por fn, dueña de su propio destino.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 305

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



MARÍA CALVO

LA MUJER FEMENINA

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2022 by MARÍA CALVO

© 2022 byEdiciones Rialp, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión y realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6139-1

ISBN (versión digital): 978-84-321-6140-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A mi madre,

por su apertura a la contingencia.

A mis hijas,

con la esperanza de que sean dueñas de su destino.

Un día existirá la muchacha y la mujer cuyo nombre no signifique meramente una oposición a lo masculino, sino algo por sí, algo que no se piense como un completamiento y un límite, sino solo vida y existencia: la persona femenina.

R. M. Rilke, Roma 14 de mayo de 1904.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

CITA

INTRODUCCIÓN. IDENTIDAD FEMENINA, LA EMERGENCIA DE NUESTRO TIEMPO

1. LA DESFEMINIZACIÓN DE LA MUJER. DEL FEMINISMO DE EQUIDAD AL FEMINISMO FUNCIONAL

PRIMERAS VINDICACIONES DE LA MUJER

BREVE REFERENCIA AL FEMINISMO DE EQUIDAD EN ESPAÑA

LA REVOLUCIÓN DEL 68. DESFEMINIZACIÓN Y CORRUPCIÓN DEL FEMINISMO

2. EL FEMINISMO DE GÉNERO O LA DESAPARICIÓN DE LA MUJER

LA DESINTEGRACIÓN DE LA IDENTIDAD FEMENINA

QUÉ ES EL GÉNERO

LA MUJER INEXISTENTE

UNA IDEOLOGÍA DESTRUCTIVA PARA LA IDENTIDAD PERSONAL

EL FIN DEL FEMINISMO

3. EL FEMINISMO MÁGICO O DEL ABSURDO. FEMINISMO HIPERMODERNO

4. LA MUJER NACE Y SE HACE

EL NEGACIONISMO CIENTÍFICO

CIENCIA POLÍTICAMENTE INCORRECTA

NATURALEZA Y CULTURA. EN BUSCA DEL EQUILIBRIO

5. ESENCIA DE MUJER

EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA

LA MUJER Y EL CUIDADO DE LA VIDA

EL CEREBRO MATERNAL

¿LOS VARONES NO PUEDEN EJERCER LA “ÉTICA DEL CUIDADO”?

6. GANANCIAS DE LA LUCHA FEMINISTA. ESTUDIAR ES COSA DE CHICAS

LA MUJER DE ÉXITO EN EL ESPACIO PÚBLICO

ESTUDIAR ES “COSA DE CHICAS”

EL “IDEAL FEMENINO” EN LAS AULAS

¿QUÉ SUCEDE A LAS NIÑAS CON LAS STEM? LA PARADOJA DE LA IGUALDAD

PODER NO ES QUERER

TODOS LOS REFUERZOS POSIBLES. Y LUEGO, LA LIBERTAD

LA INFLUENCIA PATERNA EN EL ÉXITO FEMENINO

LOS COLEGIOS FEMENINOS. RESPETO POR LA FEMINIDAD Y RUPTURA DE ESTEREOTIPOS

7. EL ÉXITO FEMENINO EN EL ÁMBITO PROFESIONAL. EL PRIMER SEXO (EN LOS PAÍSES DESARROLLADOS)

NO MÁS VICTIMISMOS

LA FALSEDAD DE LA BRECHA SALARIAL

EL ERROR DE LAS CUOTAS

8. MUJERES Y MATERNIDAD. LA URGENCIA DEL AMOR

FEMINIDAD Y FELICIDAD; DESCIFRANDO EL CÓDIGO

LA DESCULTURIZACIÓN DE LA MATERNIDAD

¿QUÉ ES SER MADRE EN LA HIPERMODERNIDAD? LA MATERNIDAD EN UNA SOCIEDAD SIN RAÍCES Y SIN DIOS

MATERNIDAD Y SEXUALIDAD. UNA SEPARACIÓN RADICAL

9. DECLINACIONES DE LA MATERNIDAD EN LA HIPERMODERNIDAD

LA MADRE OMNIPOTENTE Y EL FANTASMA DE LA APROPIACIÓN DEL HIJO

NIÑO TIRANO; NIÑO ANGUSTIADO

MADRES SOLAS POR ELECCIÓN. HUÉRFANOS DE PADRES VIVOS

LA FAMILIA MATRIFOCAL O EL PREJUICIO DE INUTILIDAD MASCULINA

LA NO MADRE O EL COMPLEJO DE MEDEA

10. RETORNO A UNA MATERNIDAD SERENA. LA URGENCIA DEL AMOR

LA MADRE LIBRE Y TRANQUILA

LA URGENCIA DEL AMOR

11. EN BUSCA DEL EQUILIBRIO, LA MUJER QUE LO QUIERE TODO

Y LA MUJER SE HIZO HOMBRE

LA TRISTEZA DE LA MUJER DE ÉXITO

LA MUJER EN BUSCA DEL EQUILIBRIO

CONÓCETE A TI MISMA

LA FELICIDAD DE SER IMPERFECTA

LIBERTAD DE CARÁCTER

PENALIZACIÓN POR MATERNIDAD Y FELICIDAD PERSONAL

PRACTICAR EL DESAPEGO. EL REGALO DE LA AUSENCIA

EL HOMBRE QUE ME LIBERA. MI MARIDO PRIMERO

EL TECHO DE CRISTAL ME LO PONGO YO

12. HACIA UN NUEVO FEMINISMO DE LA LIBERTAD

LA MATERNIDAD UN VALOR CURRICULAR Y SOCIAL

LA VERDADERA REVOLUCIÓN SEXUAL O EL RECONOCIMIENTO DE LA ALTERIDAD SEXUAL

AGRADECIMIENTOS

AUTOR

INTRODUCCIÓN.IDENTIDAD FEMENINA, LA EMERGENCIA DE NUESTRO TIEMPO

SEÑALA LIPOVETSKY QUE lo más llamativo de esta sociedad hipermoderna y uno de los adjetivos más definitorios que la caracterizan es el de “paradójica”[1]. En relación con el feminismo y los derechos de la mujer ciertamente es así. Estamos asistiendo a una batalla epistemológica y ética de tendencias que a veces son contrapuestas y hasta contradictorias que obstaculizan la realización de un pensamiento crítico profundo y clarificador. Vivimos un momento histórico y social paradójico, pues cuando parece que, después de tantos siglos de lucha, las mujeres hemos alcanzado en los países occidentales desarrollados unas cotas considerables de igualdad con el varón, se extiende, como si de un maleficio se tratase, la idea implantada incluso en ámbitos académicos, políticos y administrativos, de que la mujer simplemente no existe, la identidad femenina es un invento, no hay feminidad ni masculinidad derivadas de la naturaleza. Todo ha sido un engaño, una construcción social diseñada por una sociedad machista, patriarcal y, por supuesto, heterosexual, que ahora por fin es desenmascarada en beneficio de la neutralidad sexual y de la libre elección de la identidad y orientación de “género” que queda en manos de nuestra voluntad o, más bien, al albur y capricho de nuestros deseos narcisistas y autorreferenciales susceptibles de mutación de forma indefinida.

Cuando la mujer, después de tantos siglos de lucha por la igualdad, estaba por fin, en los países desarrollados, en una posición favorable, reconocida, incluso admirada, apoyada por el poder público y la opinión social; cuando parecía que podíamos tocar con la punta de los dedos el triunfo, todo se torció, descarriló, y el mantra social-feminista más difundido ahora es que las cosas para las mujeres están peor que nunca. Y un nuevo discurso, al margen de toda certeza objetiva y de claro aroma revanchista, mantiene que las mujeres son paradójicamente idénticas a los hombres “pero mejores y superiores” y con una sensible predisposición a ofenderse por todo lo que sea masculino; sembrando la semilla de un nuevo conflicto entre los sexos.

Los derechos de las mujeres fueron, como sucede con otros muchos logros relacionados con los derechos humanos, difíciles de conseguir, pero son fácilmente destruibles. Como señala Scruton, la obra de destrucción es rápida, fácil y euforizante; la de creación, lenta laboriosa y aburrida[2]; y en mi opinión, según refleja la historia, también profundamente sacrificada.

En esta labor de destejer las certezas, incluidas las biológicas, como la alteridad sexual, ha colaborado muy activamente una parte considerable de miembros de la academia universitaria, cuya principal prioridad ha dejado de ser la exploración, descubrimiento, divulgación y defensa de la verdad, para dar prioridad al ataque y destrucción injustificados de las aportaciones realizadas y elaboradas durante siglos por los sabios de nuestra civilización occidental. El fin ha dejado de ser la erudición para pasar a ser el activismo[3]. Proclaman una fantasía disfrazada de ciencia, que más bien parece magia por la imposibilidad de algunos de los postulados que mantienen y que, cuanto más imposibles resultan, con mayor vehemencia defienden. Este desprecio por los datos científicos que puedan contradecir las inamovibles opiniones políticamente correctas, lanzadas con frecuencia en el discurso público y político con tanta grandilocuencia como vaciedad, paraliza cualquier posible desarrollo intelectual y social y, en consecuencia, dificulta el progreso científico. Esta intolerancia intelectual limita la inteligencia de las personas y anula su libertad.

Se ha impuesto con asombrosa rapidez, gracias a los medios tecnológicos, una alteración de nuestros principales códigos simbólicos, una nueva metafísica profundamente dogmática y acientífica, a cuyos valedores se les presume una sorprendente superioridad moral sobre el resto de los humanos que no se adhieren a la misma y que por ello son una traba para el progreso de la humanidad; “retardatarios”[4]. La validez del sostén empírico, la plenitud de los razonamientos, la oportunidad de la hipótesis, el afán por alcanzar la verdad, retroceden si en el camino alguien resulta ofendido de acuerdo con los parámetros que el individuo, colectivo o minoría que representa establecen.

Es evidente que estamos viviendo una profunda crisis de identidad del ser humano. La cuestión del hombre se ha transformado en la cuestión tabú de la cultura contemporánea moderna que es incapaz de dar una respuesta a esta pregunta antropológica que no sea relativista. Estamos ante una crisis metafísica, de la que solamente se puede salir mediante una reconstrucción de la idea racional del hombre[5].

En este marco, la reflexión sobre la identidad femenina es la emergencia de nuestro tiempo, no se puede posponer más y requiere una muy especial atención en la medida en que la mujer es esa parte del género humano que concede el acceso a la vida o no. Y, por lo tanto, tiene en sus manos el poder imponente de transformar el mundo. La maternidad cambia a la mujer que la experimenta, y asimismo al varón que ha sido padre; pero, lo trascendental es que cambia al mundo entero, pues el nacimiento de un hijo no consiste solo en la llegada de alguien que estábamos esperando, sino que trae consigo la transformación del mundo tal y como era antes. La propia faz de la tierra ya no volverá a ser la misma[6]: «Es el milagro de la generación como corte irreversible en el discurrir del tiempo, como transformación sin retorno de la faz del mundo»[7].

La defensa de la mujer y de la maternidad es la cuestión prioritaria de nuestra época. Pero para comprender en qué situación se encuentra la identidad femenina es preciso analizar el pasado, ahondar en los acontecimientos que nos han conducido a la actual negación de su especificidad. Para ello, es imprescindible el estudio de los movimientos feministas desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Sin perder de vista que todo este proceso histórico de cambio ha traído consigo no solo ganancias —que serán analizadas y expuestas más adelante—, sino también pérdidas incuestionables.

La mujer ha ganado en derechos y ha perdido en identidad. Ha triunfado en lo público y se ha desestabilizado en lo privado. Está más empoderada que nunca, pero se considera una víctima. Realizada en lo profesional, experimenta una gran soledad en lo personal. Se ha liberado sexualmente, pero se siente vulnerable —existe una relación de causalidad directa entre la trivialización del sexo y los abusos sexuales a mujeres—. Ha perdido el rubor, pero exige respeto[8]. Todo le está permitido y, sin embargo, no encuentra satisfacción. Protagoniza el éxito académico, pero no se conoce a sí misma. Ha llegado a ser independiente, pero no es libre, pues se halla sometida a nuevas esclavitudes, algunas mucho más perversas y obscenas que las de siglos pasados; como sucede con el comercio humano de los denominados “vientres de alquiler” que transforman a la madre biológica en «máquina impersonal de reproducción de la especie»[9], mero contenedor de un producto que además ha de ser fabricado según las exigencias del consumidor que lo encargó[10]. Una sociedad que admite el “alquiler” de mujeres y “compraventa” de seres humanos es una sociedad enferma que no valora en nada el proceso de la maternidad, ni el papel profundo y trascendental que la madre cumple en el mismo[11].

Una sociedad que se empeña en rescatar a las mujeres de su propia feminidad y que considera el pudor como algo tóxico, es una sociedad que no se porta bien con las mujeres, no las trata como se merecen y esto las hace involucionar y las convierte nuevamente en el sexo “débil”[12].

La desestabilización psicológica de la mujer en estas circunstancias está siendo ampliamente tratada por eminentes psiquiatras y psicoanalistas que nos ayudarán a lo largo de esta obra a comprender las repercusiones de estos fenómenos en la feminidad: mujeres que renuncian radicalmente a la maternidad sobre la base de un ideal estéril de feminidad; mujeres que quieren tener descendencia en soledad sin la presencia de un padre al que consideran del todo prescindible —normalmente mediante la donación de gametos masculinos— y condenan a priori a los hijos a ser huérfanos de padre incluso antes de nacer; mujeres maduras que cuando la biología no es apta ya para la reproducción, se obsesionan con ser madres a cualquier precio con tal de que ese hijo llene el vacío existencial que experimentan; mujeres que son solo y “demasiado” madres, renunciando al desarrollo de su parte erótico-femenina, como persona, como profesional, y que transforman a los hijos en el centro de su vida, cargándoles con una deuda de gratitud eterna e impagable y con el peso de dar sentido a la vida de su madre.

Pero la mujer equilibrada también existe actualmente. Y es aquella que, sin renunciar a su parte materna (se realice materialmente o no), desea desarrollar también su vertiente personal, erótica, autónoma, femenina, profesional. Es la mujer que valora y se deja complementar por la masculinidad, sabiendo que la alteridad sexual es fundamento esencial para el equilibrio propio y de la descendencia. Es la mujer “que lo quiere todo” porque tenemos derecho a todo: a un desarrollo integral de nuestra identidad femenina como madres, como profesionales, como mujeres. Identidad que existe y que está impresa en cada una de las células de nuestro cuerpo. Pero para lograr este fin, resulta imprescindible recobrar la esencia femenina, perdida a lo largo de los siglos, revalorizarla, conocernos a nosotras mismas, resultado de la naturaleza y la cultura; porque solo reconociendo nuestra esencia y comprendiendo nuestra peculiar identidad femenina —diferente y complementaria de la masculina— podremos tomar las riendas de nuestra vida y ser dueñas de nuestro destino.

[1]Sobre el concepto de hipermodernidad, vid. la obra de Gilles Lipovetsky, Los tiempos hipermodernos, Ed. Anagrama, 2014. «Lo que tenemos delante es una segunda modernidad, desreglamentada y globalizada que se basa en tres componentes axiomáticos procedentes de la misma modernidad: el mercado, la eficacia técnica y el individuo. Pero lo que resulta más interesante de esta sociedad hipermoderna, y uno de los adjetivos más definitorios que la caracterizan puede ser el de paradójica». José Carlos Ruiz Sánchez, El pensamiento crítico en la hipermodernidad. Turbotemporalidad y pantallas, Rev. Internacional de Comunicación Ámbitos, 2018. Para Recalcati, el hipermoderno «es el tiempo cínico y perverso de un goce que se quiere libre de todo vínculo, incluido el ideológico; es un goce postideológico». M. Recalcati, ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época hipermoderna, Ed. Xoroi Edicions, 2015, p. 38.

[2] R. Scruton, Cómo ser conservador, Ed. Homo Legens, 2019, p. 22.

[3] D. Murray, La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Ed. Península, 2020, p. 86.

[4] En expresión de G. Puppinck, Mi deseo es la ley. Los derechos del hombre sin naturaleza, ediciones Encuentro, 2020, p. 260.

[5] R. Redeker, La crisis de la escuela, ¿es una crisis de sociedad o una crisis de (la) vida?, Conferencia de Barcelona, 18 de octubre de 2007.

[6] Por eso, la defensa del aborto es una postura conservadora, quietista, rancia. Paraliza la transformación de la faz de la tierra al tiempo que destruye la identidad de la mujer dañando de forma irreversible esa huella psicológico-materna que tenemos todas las mujeres, seamos madres o no.

[7] M. Recalcati, Las manos de la madre. Deseo, fantasmas y herencia de los materno, Ed. Anagrama, 2018, p. 33.

[8] Como señala Wendy Shalit, cuando a los chicos se les educa para que piensen que las chicas buscan sexualmente lo mismo que ellos, y que es malo y sexista pensar de otra forma, entonces es mucho más probable que sean impacientes y poco comprensivos con el “no” de una mujer. W. Shalit, Retorno al pudor, Ed. Rialp, 2012, p. 78.

[9] M. Recalcati, Las manos de la madre. Deseo, fantasmas y herencia de lo materno, Ed. Anagrama, 2018, p. 39.

[10] Los donantes de ciertas clínicas tienen que cumplir entre otros requisitos: no ser mayores de 22 años, medir más de metro ochenta y no presentar indicios de calvicie. Entre las donantes de gametos femeninos se suele exigir que sean guapas, inteligentes y rubias de ojos claros. Además de pasar pruebas genéticas para descartar enfermedades. Vid. J. Bacardit, El precio de ser madre, Ed. Apostroph, 2020.

[11] El Parlamento europeo condenó en un Informe anual sobre los derechos humanos y la democracia en el mundo, 17/12/2015, «la práctica de la gestación por sustitución, que es contraria a la dignidad humana de la mujer, ya que su cuerpo y sus funciones reproductivas se utilizan como una materia prima». «Estima que debe prohibirse esta práctica, que implica la explotación de las funciones reproductivas y la utilización del cuerpo con fines financieros o de otro tipo, en particular en el caso de las mujeres vulnerables en los países en desarrollo, y pide que se examine con carácter de urgencia en el marco de los instrumentos de los derechos humanos».

[12] En contra de la opinión social actual, el pudor, como señala Shalit, no atenúa el “eros”, el atractivo sexual. Antes al contrario, lo más probable es que lo aumente. W. Shalit, Retorno al pudor, Ed. Rialp, 2012, p. 277.

1. LA DESFEMINIZACIÓN DE LA MUJER. DEL FEMINISMO DE EQUIDAD AL FEMINISMO FUNCIONAL

PRIMERAS VINDICACIONES DE LA MUJER

Durante la Ilustración, en los años precedentes a la Revolución francesa, las mujeres comenzaron a organizarse para luchar contra su ostracismo. No querían seguir conformándose con la «discreta ignorancia y dignificante anonimato» que proclamaba para ellas Rousseau[1], y que había sido la tónica durante los siglos anteriores[2]. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano fue precisamente un reconocimiento y proclama de los derechos única y exclusivamente de los varones, pues las mujeres no eran reconocidas ni siquiera como ciudadanas, por ser consideradas seres inferiores[3].

Sin embargo, un grupo de mujeres valientes lideradas por Maria Olympe de Gouges, autora de Los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791)[4], levantó la voz para exigir su condición de ciudadanas; consideraban que, si ellas podían subir al cadalso, también podían hacerlo a la tribuna. Estas declaraciones resultaron premonitorias ya que todas ellas acabaron guillotinadas en 1793 por reclamar simplemente que se les reconociera cierta igualdad después de haber luchado, hombro con hombro, junto a los varones durante el levantamiento de 1789.

Mejor suerte corrió Mary Wollstonecraft, pionera del movimiento feminista en Reino Unido, que en 1792 publicó la Vindicación de los derechos de la mujer[5], un ensayo que se convertiría en una de las primeras obras feministas de la historia, en el que la autora destaca la importancia de la educación como medio para lograr la igualdad real de las mujeres, dotándolas de autonomía y criterio propio.

Estas mujeres valientes darían lugar a un posterior movimiento feminista incipiente, puro, noble, cuya pretensión era simple y justa; la igualdad en derechos y deberes con los hombres en el ámbito público: derecho a la educación[6]; derecho al trabajo; derecho al sufragio; igualdad ante la ley. Pero sin renunciar a su esencia y especificidad femenina. Mujeres sabedoras de su originalidad, que no pretendían imitar a los varones al precio de perder su identidad, sino que deseaban complementar una sociedad masculinizada con su especial aportación femenina y maternal. Es lo que Hoff Sommers denominó el feminismo “de equidad”[7].

BREVE REFERENCIA AL FEMINISMO DE EQUIDAD EN ESPAÑA

En España, durante los años finales del siglo XIX y los inicios del XX gozamos de grandes representantes del feminismo de equidad. Mujeres que, sin renunciar a su feminidad, reclamaron lo que era de justicia: una igualdad real en derechos y deberes. Con todas estas mujeres valientes y pioneras tenemos una deuda incalculable, pues lucharon larga y duramente con el fin de conquistar para todas nosotras los derechos que los hombres llevaban disfrutando desde hacía siglos.

Concepción Arenal fue una de las grandes pioneras en este sentido. En una sociedad en la que la Universidad estaba vedada para el sexo femenino, esta mujer valiente no se conformó con tal injusticia, sino que utilizó su ingenio, transformando las dificultades en retos, para poder estudiar la carrera de derecho que siempre había deseado, llegando a ser una prestigiosa criminalista reconocida internacionalmente[8]. Para ello, se disfrazó de varón y, bajo los ropajes de hombre, accedió a las aulas de la Universidad de Madrid. Maniobra que aplicaba también para poder disfrutar de las tertulias literarias y políticas de los cafés de la capital, de las que estaban asimismo excluidas las mujeres, y a las que iba acompañada de su marido, el abogado y escritor Fernando García Carrasco, un hombre que entendió las inquietudes intelectuales de su esposa y la apoyó en todo momento, animándole a desarrollar su capacidad creadora y su producción como escritora[9].

La preocupación por la educación de las mujeres fue una tónica constante entre las feministas españolas de esta época, convencidas de que la instrucción de las féminas en condiciones de igualdad con los varones era la única manera de luchar contra la esclavitud de las predisposiciones biológicas y sociales que encadenaban a las mujeres entonces.

Esta exigencia de formación de las niñas y jóvenes, iniciada ya en el siglo XVIII por Josefa Amar y continuada por Concepción Arena en el XIX, tuvo su máxima representante a inicios del siglo XX en la figura magnífica de Emilia Pardo Bazán que, como consejera de Instrucción Pública en 1910 (primera mujer catedrática en España en 1916), defendió el derecho de las mujeres a acceder a todas las formas y niveles de la educación y al ejercicio de profesiones liberales.

La segunda gran batalla en el campo de la igualdad fue la protagonizada por la abogada Clara Campoamor[10], cuya pretensión era que el derecho al sufragio de las mujeres fuera incorporado en las reformas electorales, siempre bajo una estrategia de orden y legalidad[11]. El 1 de octubre de 1931 España dio un paso de gigante hacia la igualdad. Las cortes de la Segunda República aprobaron, por 161 votos a favor y 121 en contra, que las mujeres tuviesen derecho a voto, el sufragio femenino, y que su opinión fuese tenida en cuenta para decidir la organización política del país[12].

Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras[13].

Sin embargo, merece la pena destacar que el voto femenino salió adelante gracias al apoyo de una mayoría de varones en las Cortes españolas y con la triste oposición de las dos únicas mujeres que junto a Clara Campoamor representaban al pueblo español en el Parlamento por aquel entonces: Margarita Nelken y Victoria Kent[14].

El 1 de octubre de 1931, la diputada Campoamor en la defensa del sufragio universal ante el Parlamento realizó la siguiente afirmación: «Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer»; a modo de vaticinio de la desfeminización que la mujer iba a experimentar en los años venideros como moneda de cambio por una igualdad que ha supuesto en gran medida la negación de la identidad femenina.

LA REVOLUCIÓN DEL 68. DESFEMINIZACIÓN Y CORRUPCIÓN DEL FEMINISMO

En el loable intento por conseguir la igualdad, de forma prácticamente imperceptible, se fueron aniquilando simultáneamente las diferencias existentes entre los sexos, con la pérdida de personalidad y de identidad que esto implicó, tanto para las mujeres, como para los hombres. Ciertos sectores ideológicos, se esforzaron por reconocer los mismos derechos y deberes, al mismo tiempo que negaban radicalmente la existencia de cualquier diferencia entre los sexos. De este modo, transformaron la igualdad en un igualitarismo masificador neutralizante de los sexos que no hizo sino perjudicar a ambos.

Mayo de 1968. Miles de jóvenes, en su mayoría universitarios, inundan las calles de París. El objetivo: romper con el pasado de forma radical, acabar con el orden establecido, invertir la jerarquía generacional, familiar e interpersonal, eliminar toda forma de autoridad y, sobre todo imponer el igualitarismo en todos los ámbitos de la vida, también en el sexual. Esta revolución implicó una mutación antropológica: mutación de la escala de valores; de las relaciones paterno-filiales; de la maternidad hacia la autocomplacencia y de la paternidad hacia la invisibilidad; una mutación de la feminidad y masculinidad hacia la neutralidad y la pérdida de identidad.

En sus orígenes, la dirección ideológica de este movimiento debemos atribuirla básicamente a Simone de Beauvoir, en cuya obra, El segundo sexo (1949), con una enorme difusión en la sociedad del momento y, más tarde, en los movimientos feministas de los años setenta profundamente emparentados con la “revolución sexual”, mantenía de forma radical, que la mujer (y, en consecuencia, el varón) “no nace, sino que se hace”; idea que constituye un adelanto de lo que sería posteriormente el denominado feminismo de “género”.

Es también innegable la influencia ejercida por diversas teorías marxistas y estructuralistas, como las proporcionadas por Friedrich Engels, quien predicó la unión de feminismo y marxismo y en cuyo libro El Origen de la Familia, Propiedad y el Estado (1884) señalaba:

El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino.

Herbert Marcuse (1898-1979), con su invitación a experimentar todo tipo de situaciones sexuales, fue otra de sus fuentes de inspiración.

Con este bagaje llegó la revolución del 68, momento en el que el feminismo, una vez obtenida cierta igualdad en el ámbito público, demandó la igualdad asimismo en el ámbito íntimo, reproductivo y biológico; pretendiendo en palabras Burggraf, una «igualdad funcional de los sexos»[15]. Estos cambios, que en principio parecían justos y necesarios, pasaron más tarde a ser dañinos y destructivos al alterar desde su base los fundamentos antropológicos esenciales del ser humano.

La emancipación de la mujer suponía independizarse del hombre, negarle su papel de compañero y complemento, rebelarse contra todo lo masculino, huir de su colaboración, considerarle prescindible, perturbador, perjudicial, un estorbo para la independencia femenina[16]. Asimismo, implicó la consideración de la maternidad como un modo de esclavitud, que nos subyuga, nos ata al hombre y no nos permite desarrollarnos plenamente: la tiranía de la procreación[17]. Y el embarazo, como una patología que se cura con el aborto.

En ese sentido, Shulamith Firestone afirmaba en su obra La dialéctica del sexo: en defensa de la revolución feminista (1970):

… la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños.

La anticoncepción y el aborto serían la solución y el comienzo de la corrupción del feminismo; pues el aborto supone una fractura profunda e insalvable en el corazón de la feminidad, y daña en su esencia a la mujer que por naturaleza está orientada de manera especial hacia la vida[18].

El neofeminismo de la década de los 70 se resumía en la reivindicación «mi cuerpo es mío». La mujer al apropiarse de su cuerpo, del embrión, del hijo, pretendía apropiarse también de la parentalidad, marginando o negando al padre. Las feministas radicales insisten en presentar la maternidad como un instrumento de opresión utilizado por los hombres para tener a las mujeres recluidas en casa y apartadas del ámbito público, sometidas a los grilletes de la servidumbre del hogar. Lo que perpetúa la desigualdad y las «clases de sexo», origen de todos los males de las mujeres. La maternidad constituye, pues, el principal elemento perturbador para la realización plena de las mujeres. Para eliminar las clases sexuales es necesario que la mujer se rebele y se adueñe del control de la reproducción y de la fertilidad humana en general. Ya no hay procreación, fruto del amor entre un hombre y una mujer, sino «reproducción biológica». El sexo debe quedar absolutamente disociado de la maternidad y la fecundidad.

En palabras de Alison Jaggar: «La igualdad feminista radical significa, no simplemente igualdad bajo la ley y ni siquiera igual satisfacción de necesidades básicas, sino más bien que las mujeres—al igual que los hombres— no tengan que dar a luz… La destrucción de la familia biológica permitirá la emergencia de mujeres y hombres nuevos, diferentes de cuantos han existido anteriormente»[19].

Los denominados «derechos reproductivos» implican que la mujer debe tener el control pleno de su fertilidad, principalmente a través de la anticoncepción y el aborto. La autoafirmación de los deseos pasa a ser la expresión de la auténtica libertad. Con los medios anticonceptivos y el aborto, la mujer adquirió un sentimiento de propiedad absoluta sobre los hijos.

Anclado en el lema de los 60 «nosotras parimos, nosotras decidimos», los ideólogos instrumentalizan el aborto haciéndolo figurar como una forma de liberar a la mujer de la esclavitud machista y patriarcal de la maternidad. Lo más obsceno es que hagan creer a las mujeres que son sometidas a la tortura física y psíquica del aborto que han sido objeto de algún tipo de privilegio.

La mujer afirmaría así su autonomía plena sobre la procreación, pero también sobre su pareja. La paternidad dependerá entonces asimismo del narcisismo y egoísmo de la mujer. Todo ello rodeado de un clima higiénico-sanitario, dentro de la denominada salud reproductiva; lenguaje performativo utilizado con el fin de hacer parecer razonables sus presupuestos.

Con la renuncia voluntaria a la maternidad, pero sobre todo con el aborto, la mujer se desubica respecto de sí misma y entra en una profunda crisis de identidad que la conduce al desconcierto e infelicidad.

Asimismo, la denominada “liberación sexual” supuso entronizar el sexo como acto meramente fisiológico, la consideración de la sexualidad como una simple función corporal, fuente de placer, un aspecto de la intimidad y una expresión de la libre voluntad, absolutamente disociado de la afectividad (el amor), el compromiso (matrimonio) y la reproducción (maternidad); el “amor libre”[20]. En estas circunstancias, el sexo quedaba al mismo nivel que las drogas o el alcohol, un placer efímero que a corto plazo genera frustración y desencanto y que daña a la mujer en su esencia más íntima, al sentirse objeto de consumo, degradada, corrompida y sola. La libertad queda convertida en deseo, en puro deseo. Ya no es algo propio de la voluntad racional. No es algo que tiene que ver con las inclinaciones naturales a la verdad y al bien, con la naturaleza propia del ser humano que es varón o mujer, sino que es lo que yo deseo, porque soy libre; eso es la libertad: dar rienda suelta a las pulsiones más básicas de la sexualidad humana. Y la felicidad queda reducida al placer sexual. De este modo, el ser humano pierde su libre albedrío pues queda esclavizado por su instinto sexual.

Comienza en este momento histórico una nueva etapa del movimiento feminista en la que se exige la eliminación del tradicional reparto de papeles entre varón y mujer, para lo cual es imprescindible rechazar la maternidad, el matrimonio y la familia. Queda claro que para los propulsores del género las responsabilidades de la mujer en la familia son supuestamente enemigas de su realización personal. El entorno privado se considera como secundario y menos importante; la familia y el trabajo del hogar como «carga» que afecta negativamente a los proyectos profesionales de la mujer. La meta de la perspectiva del género no es representar auténticamente la vida de la mujer, sino una estereotipificación inversa según la cual las mujeres que «solo» sean esposas y madres nunca aparezcan bajo un prisma favorable.

Durante las siguientes décadas, la sociedad ha ido perdiendo sus dimensiones universales y sus fundamentos antropológicos y las tendencias descritas han permeado las leyes y han contribuido a organizar la sociedad sobre la confusión y la inmadurez. Las mujeres han logrado una igualdad, al menos formal, al precio de perder su feminidad y los hombres se avergüenzan de una masculinidad que hoy es despreciada por una sociedad que prefiere los modelos femeninos de conducta y comportamiento. Las consecuencias de aquella revolución, en apariencia inocente y pacífica, las estamos viviendo hoy y son absolutamente devastadoras. Aquella reivindicación juvenil constituye el origen de algunos de los fenómenos actuales que nos resultan más desconcertantes, como la asimilación de la homosexualidad a la heterosexualidad, la ruptura de los lazos familiares o la renuncia a la maternidad y la expansión de las prácticas abortivas.

La mujer comenzó a renunciar a su propia esencia femenina, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal. Con los anticonceptivos y el aborto la mujer cierra la puerta de acceso a la vida de la que es dueña, renuncia a su esencia, a su capacidad de acoger y de dar vida. Con la revolución sexual pierde el pudor, banaliza su cuerpo y desgaja la sexualidad de la afectividad y del compromiso; algo que la ha llevado a una neurosis generalizada, pues para la mujer la desvinculación del sexo de la afectividad la daña profundamente. El sexo “recreativo” o “lúdico” coloca a la mujer en un estado animal, de obediencia a las órdenes fisiológicas y la degrada. Además, como señala, Eberstadt, el ethos del sexo recreativo difumina la línea entre el varón protector y el depredador y a muchas mujeres les resulta difícil reconocer dónde está la diferencia; haciéndolas más vulnerables y frustradas[21].

Si la libertad es dar rienda suelta a los impulsos más básicos de la sexualidad humana, involucionamos hacia un estado precivilizatorio, de deshominización, pues, como afirmaba Freud, fue precisamente el control de los impulsos —la capacidad humana natural de «sublimar» el instinto sexual— lo que permitió la civilización; la transformación de la horda en tribu. Si no hay límites —también para la actividad sexual— abandonamos lo humano y nos sumergimos en la naturaleza salvaje.

Mayo del 68 significó la exaltación de una feminidad narcisista, empobrecida, deconstruida y deforme, carente de la dimensión maternal. Dando lugar a un feminismo que “desfeminiza” a la mujer por asimilación con el hombre, al que paradójicamente se enfrenta y desprecia, pues le considera el origen de todo mal; extendiendo la misandria (odio hacia el varón). Del mismo modo que el marxismo tenía por objeto liberar al obrero del poder del capitalista, esta nueva versión del feminismo abogó por arrebatar el poder al “patriarcado machista” para redistribuirlo entre las mujeres. El error es olvidar que la sociedad “patriarcal”, ha sido también la sociedad en que, a lo largo de la historia, y en diversas y no siempre fáciles condiciones, hubo hombres que hicieron magníficas creaciones y ganaron importantísimas batallas para la humanidad, muchos de ellos dando su vida contra la opresión y por la libertad.

[1] J. J. Rousseau, El Emilio o De la educación, 1762. Resulta paradójico que Rousseau escribiera sobre educación o pedagogía cuando fracasó estrepitosamente como padre al abandonar a los cinco hijos que tuvo con la lavandera analfabeta, Thérèse Levasseur, en un orfanato, en contra del deseo y voluntad de la madre.

[2] La situación subordinada de la mujer se refleja asimismo en su obra El Contrato Social, en ella las féminas quedan absolutamente excluidas, no pudiendo ser consideradas parte del «pueblo» ni, en consecuencia, «ciudadanas», pues los ciudadanos son aquellos que detentan parte de la «autoridad soberana», lo que queda reservado en estricta exclusividad a los hombres.

[3] Uno de los escasos pensadores ilustrados en contra de la exclusión de las mujeres de la ciudadanía fue el Marqués de Condorcet, quien en su escrito Cartas de un burgués de Newheaven a un ciudadano de Virginia (1787) afirmaba: «¿Acaso los hombres no tienen derechos en calidad de seres sensibles capaces de razón, poseedores de ideas morales? Las mujeres deben, pues, tener absolutamente los mismos y, sin embargo, jamás en ninguna constitución llamada libre ejercieron las mujeres el derecho de ciudadanos». Citado por D. C. Fernández Matos, Evolución histórica de los derechos humanos de las mujeres, en el libro colectivo: Género y Ciencias sociales. Arqueología y cartografías de fronteras, Ed. Universidad Simón Bolívar, 2015.

[4] Olympe Marie de Gouges, Declaración de los derechos de la mujer, en Hannelore Schröder (Ed.), Die Frau ist frei geboren. Texte zur Frauenemanzipation, I, München 1979, p. 38.

[5] Mary Wollstonecraft, A Vindication of the Rights of Woman, London 1792.

[6] En esa misma época, es destacable en España la labor de Josefa Amar que, durante los años de la Ilustración, los tumultos de la Revolución francesa y las posteriores invasiones napoleónicas, llegó a ser reconocida por los intelectuales de la época por su sabiduría y erudición junto con su tesón y capacidad de trabajo dedicada a reivindicar para la mujer una educación que le permitiera ser útil y provechosa para la sociedad. En 1786 publicó su Discurso en defensa del talento de las mujeres.

[7] Vid. al respecto la obra de Ch. Hoff Sommers, Who Stole Feminism? How Women Have Betrayed Women, Ed. Simon & Schuster, 1994.

[8]