Oscuros pasados - Sandra Field - E-Book

Oscuros pasados E-Book

Sandra Field

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Las condiciones las ponía él... El aspecto de Luke McRae le convertía en un verdadero imán para las mujeres, pero ninguna le había hecho perder el control que ejercía sobre su corazón... hasta que apareció la bella y vulnerable Katrin Sigurdson... El poderoso y frío empresario estaba empeñado en convertirla en su amante, y se aseguró de que el acuerdo se limitara al dormitorio. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que dormir junto a Katrin estaba cambiando todos sus esquemas de vida. Tuvo que reconocer que necesitaba algo más en la vida aparte del trabajo. Pero dejar que Katrin entrara en su corazón significaba tener que revivir todo el dolor del pasado...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 201

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Sandra Field

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Oscuros pasados, n.º 1419 - agosto 2017

Título original: On the Tycoon’s Terms

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-095-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LUKE! Me alegro de verte, ¿acabas de llegar?

–Hola, John –dijo Luke MacRae y ambos se estrecharon la mano–. He llegado hace una hora. Con jet-lag como siempre –«y no me apetece estar aquí», se dijo para sí, pero no podía decírselo a John–. Y tú, ¿cuándo llegaste?

–Por la mañana temprano… Hay una persona que quiero presentarte, tiene algunas propiedades en Malasia que quizá te interesen.

–¿En el interior? –preguntó Luke. Había llegado a ser el dueño de un conglomerado de empresas dedicadas a la minería y que gracias a su carácter decidido se extendían por el mundo. John y él eran dos de los delegados que participaban en una conferencia internacional que se celebraba junto a uno de los lagos de Manitoba.

–Tendrás que preguntarle la localización exacta –John llamó al camarero–. ¿Qué quieres tomar, Luke?

–Whisky con hielo –dijo Luke, y se preguntó por qué la camarera llevaba unas gafas tan feas. Estaba seguro de que sin ellas estaría mucho más guapa.

Estaba manteniendo una interesante conversación con el hombre malasio cuando oyó una dulce voz que le decía:

–Su copa, caballero.

Luke decidió que su voz no pegaba con las gafas de montura oscura que llevaba ni con el cabello rubio que se ocultaba bajo una gorra blanca. Le encantaba juzgar a las personas y rara vez se equivocaba. Una cosa era segura, no era el tipo de mujer que le llamaba la atención.

–Gracias –dijo él, y no volvió a pensar en ella.

Tres cuartos de hora más tarde, todos pasaron al comedor. Su mesa era la que tenía mejor vistas al lago, y estaba ocupada por algunas de las personas más importantes que habían asistido al congreso. Él había aprendido a no sentirse demasiado satisfecho por los acuerdos que conseguía. Era muy bueno. Lo sabía, pero no pensaba en ello. El poder nunca le había interesado.

Poder significaba seguridad, y la seguridad era todo lo contrario a la infancia que había tenido.

Luke se sentó a la mesa y se pasó la mano por la nuca. Maldita sea, él nunca pensaba en su infancia y el hecho de que Teal Lake, el lugar donde había nacido, estuviera cerca de Ontario no era motivo para que se pusiera sensiblero. La proximidad a su antiguo hogar era el motivo por el que no deseaba estar allí. Aunque hogar no era la palabra adecuada. Sus padres no le habían ofrecido nada parecido a un hogar en el pequeño pueblo minero de Teal Lake.

Luke agarró la carta y eligió lo que quería comer. Después se fijó en el resto de los ocupantes de la mesa.

La única sorpresa estaba justo delante de él: Guy Wharton. La primera vez que Luke lo vio pensó que era el clásico hombre que hereda una gran cantidad de dinero, pero que no tiene cerebro para manejarlo, y su opinión no había cambiado en los sucesivos encuentros que había tenido con él.

El camarero comenzó a tomar nota de los platos, y la camarera hizo lo mismo al otro extremo de la mesa. «La camarera de gafas feas y bonita voz», pensó Luke. Guy se había llevado la copa a la mesa, pero aun así, estaba pidiendo una copa doble y una botella de buen vino. Guy, bebido, era mucho peor que Guy sereno. Luke centró su atención en su compañero de mesa, un hombre británico encantador con un olfato infalible para los negocios. Después oyó la dulce voz otra vez.

–¿Caballero? ¿Puedo tomar nota de lo que desea?

–Quiero salmón ahumado y el costillar de cordero, no muy hecho, pero tampoco muy crudo –dijo Luke. Ella asintió con educación y se dirigió a su compañero de mesa. No apuntó el pedido, y Luke se fijó en que detrás de las gafas, sus ojos eran de un inteligente color azul claro. Estaba seguro de que no se equivocaría en el pedido.

Era evidente que tenía que ser buena en su trabajo, un lugar como ese no contrataría a personas inútiles.

Camareras y Teal Lake… estaba perdiendo el rumbo de sus pensamientos.

–Rupert, ¿cómo crees que va a ir la plata en los dos próximos meses?

El inglés comenzó a hacer una valoración técnica y Luke le prestó mucha atención. Le sirvieron una copa de vino y bebió un sorbo. Se fijó en que Guy ya tenía el rostro colorado y que hablaba demasiado alto. El salmón ahumado estaba exquisito, el costillar de cordero, muy tierno y la verdura crujiente. Entonces, Luke se fijó en que Guy llamaba a la camarera. La chica se acercó enseguida. El uniforme negro y el delantal blanco que llevaba escondían su figura, pero no podían esconder el orgullo de su porte. No era una mujer alta, aunque caminaba como si lo fuera, como alguien que sabe quién es y está segura de sí misma.

–El filete lo había pedido medio hecho, y me lo ha traído poco hecho –dijo Guy.

–Lo siento muchísimo, señor –dijo ella–. Lo devolveré a la cocina y le traeré otro como usted lo desea.

Pero cuando se disponía a recogerle el plato, Guy la agarró por la muñeca.

–¿Por qué no lo hizo bien la primera vez? Le pagan para traerme lo que yo le pido.

–Sí, señor –dijo ella–. Si me suelta, me aseguraré de que le traigan el filete inmediatamente.

Luke se fijó en que la chica tenía las mejillas un poco sonrosadas y que su cuerpo estaba tenso. Pero Guy no la soltó. Le retorció la muñeca y la miró.

–Deberías quitarte esas malditas gafas –le dijo–. Ningún hombre en su sano juicio se fijará en ti con ellas puestas.

–Por favor, suélteme la muñeca.

Esa vez, no lo llamó señor. Sin pensarlo, Luke se puso en pie y dijo en tono cortante:

–Guy, ya has oído a la señorita. Suéltala. Ahora –y se fijó en que el camarero jefe se acercaba a la mesa.

–Solo estaba bromeando –dijo Guy, y acarició la palma de la mano de la chica. Después le soltó la muñeca. La camarera retiró el plato y se alejó de la mesa sin mirar a Luke.

–No le he encontrado la gracia –dijo Luke con frialdad–. Y estoy seguro de que los demás tampoco. Ella incluida.

–Por favor, solo es una camarera. Y todos sabemos lo que andan buscando.

Luke estaba seguro de que la camarera de las gafas feas no andaba buscando nada ni a nadie. Si él fuera ella, se habría puesto lentillas para mostrar sus preciosos ojos al descubierto. Se volvió para mirar al hombre que estaba sentado a su otro lado. Un italiano dedicado a las minas de oro. Minutos más tarde, el camarero jefe se acercó a la mesa con otro filete.

–Dígamelo si no le gusta, señor –dijo con mucha educación.

–Se ha acobardado la camarera, ¿verdad? –preguntó Guy.

–¿Disculpe, señor?

–Ya lo ha oído –dijo Guy–. Sí, este está bien.

Blandiendo el cuchillo mientras hablaba, comenzó a contarle una historia subida de tono a su compañero de mesa.

Cuando terminaron, la camarera recogió los platos. Llevaba una etiqueta con su nombre colgada de la chaqueta. Se llamaba Katrin. Luke había leído que el hotel estaba cerca de un pueblo que había sido colonizado cien años atrás por inmigrantes islandeses, y ella, con el pelo rubio y los ojos azules, podía ser perfectamente descendiente de aquellos colonizadores. Cuando se inclinó para recogerle el plato, se fijó en que Guy le había dejado una marca en la muñeca y experimentó un sentimiento de rabia desproporcionado.

¿Porque siempre había despreciado a los hombres que se aprovechaban de los más débiles? ¿Porque la justicia era uno de sus principios básicos que aplicaba indistintamente a todas las clases sociales?

Él no dijo nada, la mujer ya le había dejado claro que no le estaba agradecida por su intervención. No le apetecía tomar postre, así que pidió un café.

–¿Me acompañas con un brandy? –murmuró John.

–No, gracias –contestó Luke. Estoy muy cansado, así que dentro de muy poco voy a dar el día por terminado.

Luke nunca había bebido en exceso, sin embargo, su padre había bebido por cinco hombres. Ese era el motivo por el que los comentarios que hacía Guy cuando estaba ebrio afectaban más a Luke. John y él hablaron sobre el estado del mercado del cobre y del níquel, y después, Luke se fijó en que Katrin se acercaba con una bandeja cargada de dulces. La dejó con cuidado en el carrito y repartió los postres sin hacer una pausa. «Tiene muy buena memoria y es extremadamente eficiente», pensó él con admiración.

Guy había pedido un brandy doble y cuando ella se disponía a dejárselo sobre la mesa, le rozó, a propósito, el pecho con el brazo.

–Mmm… qué bien –dijo con desdén–. ¿Escondes algo más bajo ese uniforme?

Luke se fijó en que el fuego invadía la mirada de Katrin. De pronto, vio que la copa se caía y el líquido se derramaba sobre la manga de la camisa de Guy.

–Oh, señor –exclamó ella–, qué descuidada soy. Permítame que le traiga una servilleta.

Guy se puso en pie con el rostro marcado por la ira y Luke hizo lo mismo. «Ella lo ha hecho a propósito», pensó Luke.

–Guy –dijo con tono suave–, si causas más problemas en esta mesa, me encargaré personalmente de que el trato que estás esperando con Amco Steel sea un fracaso. ¿Me has oído?

Se hizo un corto silencio. Guy quería que ese trato le saliera bien, y todas las personas que estaban en la mesa lo sabían.

–Eres un bastardo, MacRae –espetó Guy.

En realidad, Guy estaba diciendo la verdad. El padre de Luke no se había molestado en casarse con la madre de Luke, pero él hacía mucho tiempo que había aprendido a no dejarse afectar por las circunstancias de su nacimiento.

–Haré que se suspenda el trato antes de que llegue a la mesa de negociaciones –le dijo–. Ahora, siéntate y compórtate.

Katrin había sacado una servilleta del estante inferior del carrito. Cuando se incorporó, miró a Luke como diciéndole que no necesitaba su ayuda y le tendió la servilleta a Guy.

–El hotel se ocupará de llevarle el traje a la tintorería, señor –dijo ella, y con toda tranquilidad, continuó sirviendo los postres como si nada hubiera pasado.

Luke dejó la taza de café sobre la mesa y dijo:

–Buenas noches a todos. Para mí son las dos de la madrugada y me voy a dormir. Os veré por la mañana –al salir del comedor, se detuvo para hablar con el camarero jefe–. Confío en que no haya ninguna repercusión hacia la camarera por lo que ha pasado en nuestra mesa –le dijo–. Si estuviera trabajando para mí, el señor Wharton, estaría acusado por acoso sexual.

El camarero jefe, que debía de tener unos veintiocho años, cinco menos que Luke, dijo:

–Gracias, señor. Estoy seguro de que el señor Wharton no causará más problemas.

–Si despiden a la camarera, o la sancionan de alguna manera, me quejaré a la dirección.

–No será necesario, señor.

De pronto, Luke se sintió cansado del juego. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo con una mujer que no quería su ayuda? Decidió que lo mejor que podía hacer era acostarse y se dirigió hacia el ascensor.

En la cama. Solo. Como llevaba haciendo desde hacía mucho tiempo.

Cuando regresara a San Francisco, tenía que hacer algo para solucionarlo.

Capítulo 2

 

LUKE durmió muy bien aquella noche. Se despertó temprano y salió a correr, después regresó a su habitación, se dio una ducha y se vistió. Se puso una corbata de seda y la chaqueta antes de pasarse el peine por el cabello moreno. Se lo había cortado la semana anterior en Milán, pero no conseguía evitar que se le rizara. Se miró en el espejo y se fijó en sus ojos marrones. Eran tan oscuros que parecían negros. Tenía el mismo aspecto de siempre: bien arreglado, decidido y con todo bajo control.

No estaba mal para ser un chico de Teal Lake.

Luke hizo una mueca. No quería pensar en Teal Lake. Ni en esos momentos, ni nunca. Entonces, ¿por qué estaba allí de pie mirándose en el espejo en lugar de estar abajo? Seguro que podía hacer muy buenos contactos en los próximos días.

Tomó el ascensor y bajó hasta el recibidor. El comedor tenía unas ventanas enormes enmarcadas en cortinas de terciopelo y una magnífica chimenea, rodeada de cuadros en los que se representaban los trigales de la zona. Era mediados de julio, el lago estaba tranquilo y el cielo azul.

«Me gustaría estar ahí», pensó Luke mientras capturaba la imagen del cielo azul con su cámara digital.

Pero no era el momento, tenía cosas mucho más importantes que hacer. Cuando se dirigió hacia su mesa, Katrin, la camarera salió de la cocina. Iba vestida con una falda de estilo campesino y una blusa bordada.

–Buenos días, Katrin –le dijo Luke animado.

–Buenos días, señor –contestó ella sin vacilar.

En tres palabras le dejó claro que estaba siendo amable con él porque era parte de su trabajo. Luke encontró que la situación era graciosa. Lo habían insultado montones de veces en la vida, tanto cuando era joven y trabajaba en las minas del ártico, como cuando se convirtió en un empresario despiadado, pero nunca lo habían hecho con tanta finura. Ni una palabra fuera de lugar.

Le habría gustado arrancarle las horribles gafas que llevaba.

Cuando llegó a su mesa, Guy no estaba. «Mejor», pensó Luke y se sentó de espaldas al lago. No quería mirar hacia el agua. Tenía que trabajar.

Y eso hizo durante todo el día. A la hora de la comida sirvieron un bufé en la sala de conferencias. Katrin no estaba por ningún sitio. Antes de cenar, Luke entró en el gimnasio para desahogarse haciendo ejercicio. En general, estaba contento de cómo le estaban saliendo las cosas. El negocio de Malasia lo tenía bajo control y sentía que tenía que ser precavido con un negocio en las minas de Papúa Nueva Guinea. Mucho tiempo atrás había aprendido a confiar en su instinto, y este le decía que tuviera cuidado.

Una hora más tarde, Luke se sentía más descansado y se dirigió al comedor. Se cruzó con una mujer elegantemente vestida que lo miró de arriba abajo y le sonrió. Luke estaba acostumbrado porque ese tipo de cosas le ocurrían muy a menudo. Él sonrió con educación y continuó su camino.

Mientras esperaba al camarero jefe, se preguntó por qué atraía a las mujeres. Iba vestido con un traje hecho a medida y zapatos de marca italiana, ambas cosas indicaban que tenía dinero. Pero había muchos otros hombres igual vestidos. Así que no era solo por su dinero. Quizá sabía que era un hombre alto y atlético, con un rostro muy atractivo, y suponía que era eso lo que verdaderamente atraía a las mujeres, pero de lo que no era consciente era de que desprendía cierta energía que denotaba decisión, y sexualidad masculina; tampoco de su mirada enigmática y de su sonrisa singular.

Fue el último en llegar a su mesa. Katrin llevaba otra vez el uniforme negro y, por primera vez, Luke se fijó en que tenía el cabello rubio recogido bajo la gorra. «Si se lo dejara suelto le llegaría por debajo de los hombros», pensó Luke.

–¿Qué desea beber, señor?

–Whisky con agua, sin hielo, por favor.

–De acuerdo, señor.

Luke se preguntó en qué momento la educación se convertía en parodia, y decidió que Katrin conocía el punto exacto pero que no quería utilizarlo. Se sentó.

Mientras hacía pesas en el gimnasio pensó que Katrin le recordaba a alguien. Repasó todos los habitantes de Teal Lake y decidió que ella no era de aquel lugar. Entonces, ¿dónde la había conocido?

Una vez más la comida estaba exquisita; una vez más, Guy se bebía el vino como si fuera agua y engullía la comida.

Conversaron sobre los caprichos del mercado de valores. Guy hizo un par de comentarios que merecía la pena escuchar. Mientras Katrin les servía el café, Guy dijo con exagerada cordialidad:

–Bueno, Katrin, imagino que no ganas lo suficiente como para pensar en invertir tu dinero, pero si lo hicieras, ¿comprarías fondos de Alvena?

–No sabría decirle, señor.

–Por supuesto que no –dijo Guy–. Intentémoslo con algo más cercano a tu nivel. ¿Qué tal una cartera de acciones? Son para la gente que no sabe nada de nada sobre el mercado… ¿Es así como inviertes tu dinero?

Durante un instante, ella dudó como si estuviera tomando una decisión. Después, miró a Guy y dijo:

–Una cartera de acciones no es una mala estrategia. Cuando uno entra en el juego del mercado sabe que, aunque tenga mucho cuidado, siempre va a perder algo. Así que elija lo que elija, tendrá la posibilidad de ganar lo suficiente como para compensar las pérdidas –sonrió–. ¿Está de acuerdo conmigo, señor?

Guy se puso colorado.

–Este café sabe como si fuera de ayer –se quejó.

–Le prepararé uno nuevo, señor –contestó ella. Le retiró la taza y se dirigió a la cocina. Caminaba con el mismo porte que había llamado la atención de Luke el día anterior.

–Esa mujer no debería ser camarera… –masculló Luke–. ¿Y cuáles son las perspectivas para S&P los próximos seis meses, Guy?

Durante un momento, pensó que Guy iba a lanzarse sobre él y se puso tenso. Sin embargo, Guy murmuró algo sobre bajos percentiles y la conversación regresó a un tema general. Luke se tomó otra taza de café y fue el último en marcharse del comedor, aprovechando para salir en el mismo momento en que Katrin comenzaba a limpiar la mesa contigua. Se colocó detrás de ella y le dijo:

–Sería una lástima que tuvieras que canjear tus acciones, Katrin, pero si te dedicas a derramar el brandy por encima de todos los clientes que te ofenden acabarás perdiendo tu trabajo.

Ella se volvió para mirarlo.

–No sé a qué se refiere, señor.

–Anoche, derramaste el brandy sobre Guy Wharton a propósito.

–¿Por qué iba a hacer tal cosa? Las camareras no hacemos cosas que no podamos permitirnos.

–Entonces, tú eres la excepción que confirma la regla. Ojalá te quitaras esas gafas… así podría hacerme una idea de lo que sientes.

–Mis sentimientos, o la falta de ellos, no son asunto suyo… señor.

–También me gustaría que dejaras de llamarme señor.

–Son las normas de la casa –dijo ella con frialdad–. Otra es que los empleados no tratan con los clientes. Así que si me disculpa, tengo trabajo que hacer.

–Es una pena que estés en un trabajo como este, eres mucho más inteligente.

–El trabajo que yo he elegido, es eso… mi elección. Buenas noches, señor.

Katrin se volvió y Luke comprendió que la conversación había terminado.

–Si piensas invertir, no lo hagas en Scitech… está por los suelos. Buenas noches, Katrin –y justo cuando se estaba dando la vuelta, añadió–. Sabes, tengo la sensación de que me recuerdas a alguien y no sé a quién –no había pensado decírselo, y menos antes de saber a quién le recordaba.

Ella se quedó inmóvil, como una presa que se enfrenta a un depredador. En voz baja, comentó:

–Se equivoca. No nos hemos visto nunca.

Había tensión en su tono de voz. Y en su postura. Había algo misterioso en ella. No llevaba aquellas horribles gafas para ocultar su feminidad, sino que eran otro tipo de disfraz. Katrin no quería que la reconocieran.

–Ahora no sé dónde te he visto antes… pero estoy seguro de que lo recordaré –las dos copas de vino que Katrin llevaba en las manos cayeron sobre la moqueta. Una de ellas se rompió al chocar contra la pata de una mesa. Katrin se agachó para recoger los cristales–. Cuidado –exclamó Luke–, puedes cortarte.

Agarró una servilleta y se arrodilló junto a Katrin. Envolvió los pedazos de cristal en la tela. El aroma delicado de su cuerpo invadió su olfato. Se fijó en que todavía no se le había quitado la marca de la muñeca, y en que las venas azules contrastaban con la piel pálida de su brazo.

–Por favor, márchese –dijo ella–. Yo limpiaré esto.

Recogió un cristal con brusquedad y se hizo un pequeño corte en el dedo. Al ver la sangre, Luke dijo:

–Katrin, deja esto. Levántate.

La agarró del hombro y estiró de ella para que se pusiera en pie. Después, apoyó la mano de ella sobre su manga y le observó la herida.

–Cuidado, me hace daño.

–Tienes el cristal dentro, estate quieta –le ordenó, y con mucho cuidado le retiró el cristal–. Ya está. Así mejor. ¿Tenéis un botiquín en la cocina?

–¿Cuál es el problema, señor? –oyó que decía una autoritaria voz masculina.

–Se ha hecho un corte en el dedo –contestó Luke al ver al camarero jefe–. ¿Podría mostrarme dónde está el botiquín?

–Ya me ocuparé…

–Ahora –dijo Luke, y miró al camarero fijamente. El hombre dio un paso atrás.

–Por supuesto, señor. Acompáñeme.

La cocina estaba hecha un caos después de que en ella hubieran preparado comida para doscientas personas. El camarero jefe, que llevaba una tarjeta colgada en la que ponía que se llamaba Olaf, guió a Luke hasta una esquina de la habitación y le mostró el botiquín.

–Gracias –dijo Luke–. Ya no lo necesito. Quizá podría ocuparse de que alguien recogiera el resto de los cristales.

Sin una palabra más, Olaf se marchó. Katrin intentó retirar la mano y dijo con furia contenida:

–¿Quién se cree que es para dar órdenes a todo el mundo como si fuera el propietario del local? Solo es un corte, por el amor de Dios… soy capaz de cuidar de mí misma.

Luke rebuscó en el botiquín.

–Estate quieta, voy a echarte un poco de desinfectante.

–No… ¡ay!

–Te lo advertí –dijo Luke con una sonrisa, y abrió un paquete de gasas estériles–. Así está mejor.

Bajo el uniforme negro, el pecho de Katrin subía y bajaba con cada respiración. Estaba muy cerca de Luke y este podía ver el brillo de sus ojos azules. De pronto, le quitó las gafas y las dejó sobre el botiquín. Al ver que tenía los ojos más bonitos que había visto nunca, sintió que se le aceleraba el corazón.

Siempre había pensado que los ojos azules eran de expresión abierta, y no reservada como la de los ojos grises, o marrones. Una vez más, se había equivocado porque los ojos de Katrin eran de un azul tan intenso que él no podía comprender su expresión. Tenía las cejas arqueadas, y sus pómulos eran muy atractivos.

Luke todavía estaba sujetándole la mano. Colocó un dedo sobre su muñeca y sintió que se le aceleraba el pulso, como si fuera un pájaro asustado. ¿Había sentido algo tan íntimo en toda su vida? ¿Se lo había permitido alguna vez?

Muchos años atrás había decidido que a él no le gustaban las cosas íntimas, pero en esos momentos se sentía como si un pedazo de plomo hubiera atravesado el chaleco antibalas que llevaba y le hubiera alcanzado el corazón.

Sin saber muy bien lo que decía, Luke murmuró: