Otra vida por descubrir - Andrea Laurence - E-Book
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Otra vida por descubrir E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

¿Qué podía ser más peligroso que descubrir que toda su vida era una mentira? Enamorarse de Harley Dalton otra vez. Tras descubrir que había sido cambiada al nacer, Jade Nolan había aceptado a regañadientes la colaboración de su exnovio, el especialista en seguridad Harley Dalton, para encontrar a su familia biológica. En la búsqueda de las respuestas a tantas mentiras, la pasión entre Jade y Harley se reavivó. Pero ¿podría la verdad y el descubrimiento de un secreto de valor incalculable poner en peligro aquella ansiada segunda oportunidad?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Andrea Laurence

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Otra vida por descubrir, n.º 192 - septiembre 2021

Título original: From Mistake to Millions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-677-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Aquello tenía que estar mal.

Jade Nolan se quedó leyendo el informe genético que acababa de recibir por correo. El test de ADN había sido un regalo de su hermano pequeño Dean por Navidad. Se lo había regalado ese año a toda la familia. Le había parecido interesante descubrir de qué parte del mundo provenían. Sabían de sus orígenes irlandeses y alemanes, así que pocas sorpresas iban a tener. Pero lo que Jade estaba leyendo la había dejado estupefacta.

–Jade, ¿estás bien?

Levantó los ojos del papel que tenía en la mano y se quedó mirando a su mejor amiga, Sophie Kane, con la vista perdida. Habían quedado para tomar unas copas y ver su serie favorita como hacían todos los martes.

–No –dijo sacudiendo la cabeza–, no estoy bien.

¿Cómo iba a estar bien? Según el informe, no tenía ningún vínculo con otros usuarios de la base de datos de la compañía. Teniendo en cuenta que había sido la última de su familia en enviar la muestra de ADN, eso era imposible. Tanto sus padres como su hermano habían enviado su ADN semanas antes que ella. Deberían aparecer en el informe como sus familiares y, sin embargo, no era así.

No importaba que su ADN no dijera que fuera de origen alemán e irlandés. Resultaba que era descendiente de ingleses, suecos y holandeses. Había leído el informe de su hermano y no se parecía en nada al suyo.

–¿Qué dice? –insistió Sophie, antes de dejar su copa en la mesa y reconfortar a Jade poniéndole la mano en el hombro–. Venga, cuéntamelo.

Jade tragó saliva, en un intento por deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. No podía hablar. En cuestión de segundos, recordó el montón de dudas infundadas que la habían asaltado a lo largo de su vida. Años sintiéndose la oveja negra de la familia por su físico diferente, las bromas de ser hija del lechero por ser rubia y de ojos marrones cuando el resto de la familia tenía el pelo oscuro, casi negro, y los ojos verdes. Aquellos comentarios habían dejado de ser divertidos.

Por mucho que su madre le hubiera asegurado que su abuela era rubia y a pesar de las fotos antiguas que le habían enseñado para demostrarle que su constitución delgada le venía por parte de la familia de su padre, de nada había servido. Su abuela había tenido de joven el pelo de color rubio ceniza, muy diferente al rubio casi platino de Jade. La familia que aparecía en las fotos se veía pobre y desnutrida, no la natural esbeltez de Jade, que tenía cuerpo de bailarina. Jade nunca se había sentido integrada y ahora tenía la prueba de lo que había sabido desde hacía tiempo, que no era una Nolan.

Se puso de pie bruscamente y el informe cayó de sus dedos al suelo sin que se percatara.

–Creo que soy… adoptada.

Por fin se atrevía a decirlo en voz alta, a pesar de que le costó reconocerse en aquellas palabras.

Adoptada. Era como sentir un puñetazo en el estómago. ¿Por qué se lo habían ocultado sus padres? Tenía casi treinta años. Se había casado y estaba divorciada. Cuando Lance, su exmarido, y ella habían hablado de tener hijos, su madre le había contado historias de su embarazo y de cómo su padre se había desmayado en el paritorio. Estaba claro que todo era una mentira, una rebuscada y complicada mentira.

Pero ¿por qué?

No entendía lo que estaba pasando, pero llegaría al fondo del asunto de una manera u otra.

 

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Ser el jefe era muy aburrido.

Harley Dalton estaba sentado en su despacho de la última planta de un edificio de oficinas en Washington DC, ojeando unos informes, pero sin leerlos. No le entusiasmaba dirigir una compañía. La razón por la que había fundado una era porque no estaba dispuesto a volver a seguir órdenes después de dejar la Marina.

Nunca había imaginado que fuera a tener tanto éxito. Dalton Security tenía cuatro sedes en los Estados Unidos y una en Londres, con cientos de empleados. Era la empresa a la que había que acudir si se estaba en apuros o si había algún problema que resolver. Nada ilegal, por supuesto, pero los asuntos podían tratarse de una forma ágil y eficiente que a veces entraba en una difusa zona gris.

Uno de los asuntos más recientes de los que su empresa se había ocupado era de la desaparición de una niña de catorce años. Se había escapado con su entrenador de fútbol, de casi cincuenta años. Había ocupado los titulares de todo el país mientras la gente buscaba a la chica por el Medio Oeste. También había salido en las noticias que Dalton Security había dado con ellos y había entregado al pervertido que la había secuestrado a la policía. La chica había vuelto a casa sana y salva. El precio de las acciones de Dalton se había disparado. Todo había acabado bien.

Al menos, lo suficientemente bien teniendo en cuenta que Harley se pasaba el día embutido en elegantes trajes hablando con gente. Ya no trabajaba en primera línea, y eso le fastidiaba. Ya no llevaba pistola ni perseguía a sospechosos. Se había convertido en un burócrata.

Nunca se había imaginado que ser millonario sería tan aburrido.

–¿Señor Dalton? –resonó la voz de su secretaria por el interfono.

–¿Sí? –contestó, evitando gruñirle a Faye.

No era culpa de la mujer que sintiera que su corbata de seda lo estaba estrangulando.

–Tengo a un tal señor Jeffries al teléfono, señor.

¿Jeffries? Aquel apellido no le sonaba.

–¿Quién es?

–Dice que es el director del hospital St. Francis, de Charleston.

¿Por qué lo llamaba el director de un hospital de Charleston? Harley había nacido y se había criado en esa ciudad, pero hacía más de diez años que no había vuelto. Su madre aún vivía allí. Le había comprado la antigua casa de una plantación y todavía no había ido a conocerla. Si algo le hubiera pasado a su madre, no le estaría llamando el director del hospital. ¿De qué se podía tratar?

–Pásamelo –le dijo a Faye.

Unos segundos más tarde, el teléfono parpadeó y lo descolgó.

–Aquí Dalton.

–Hola. Me llamo Weston Jeffries, soy el director del hospital St. Francis, en Charleston. Quería hablar con usted en relación a un… problema que se nos ha presentado.

–Por lo general, de los casos nuevos se ocupa nuestro departamento de nuevos clientes –dijo Harley.

Si necesitaban un equipo de vigilancia especial o necesitaban investigar a algún empleado, esos eran asuntos de los que él no se ocupaba directamente.

–Lo entiendo –dijo el señor Jeffries–. Pero entre nosotros, se trata de una situación muy delicada. Ya estamos sometidos al escrutinio de la prensa más de lo que nos gustaría.

–Bueno, cuénteme qué está pasando y veré que podemos hacer.

–Nos ha contactado una mujer que asegura que fue cambiada de familia en 1989, después de nacer en nuestro hospital. Al principio pensó que tal vez había sido adoptada, pero sus padres aseguran que ese día tuvieron una hija en el St. Francis. Ella los cree, así que está convencida de que la única posibilidad es que fuera cambiada. Queremos que alguien investigue el asunto lo más discretamente posible. La mujer ha recurrido a los canales locales de noticias y no queremos que el asunto se nos vaya de las manos.

Aunque no podía negar lo interesante y potencialmente perjudicial que podía ser para el hospital que alguien hubiera sido intercambiado al nacer, no acababa de entender por qué aquel hombre insistía en hablar con él sobre el tema.

–¿Cree que fue culpa del hospital?

–Es difícil saberlo. Por aquel entonces, no contábamos con la tecnología y la seguridad de hoy en día. Además, la mujer nació en pleno huracán Hugo, así que el funcionamiento del hospital no debía de ser el normal.

¿El huracán Hugo? Era una extraña coincidencia. Su novia en el instituto había nacido durante el huracán Hugo. La cabeza se le llenó de recuerdos de aquella esbelta rubia que había protagonizado las fantasías de su adolescencia. Era guapa, inteligente… y pertenecía a otra liga. Después de que lo dejara, había intentado guardar los recuerdos que tenía de ella en el pasado, adonde pertenecían, pero lo cierto era que lo asaltaban con más frecuencia de la que le gustaría.

Como en aquel momento.

–¿Cómo se llama la mujer? –preguntó interrumpiéndolo.

–Jade Nolan.

Nada más oír su nombre, Harley sintió como si alguien le diera un puñetazo. De todas las mujeres de Charleston, tenía que ser su caso el que cayera en su mesa. Contra todo sentido común, supo que su empresa tenía que aceptar el caso. Además, decidió que, por primera vez en años, iba a encargarse del asunto personalmente.

Tal vez no fuera lo más sensato, pero tenía que volver a verla. Hacía casi doce años que había cortado con él y se había ido con aquel insulso de Lance Rhodes. Más tarde se había enterado de que se habían casado. Parecía ser todo lo que siempre había querido, todo lo que Harley no era.

Tal vez fuera por curiosidad morbosa o la excusa para salir de aquel despacho que lo asfixiaba, el caso era que se pondría de camino a Charleston por la mañana.

–¿Señor Dalton?

–Lo siento, señor Jeffries. Nos ocuparemos del caso. Alguien lo llamará para pedirle más datos. En unos días estaré en Charleston.

–¿Se va a ocupar personalmente?

–Dada la situación, sí.

–Muchas gracias, señor Dalton. Estoy deseando hablar con usted cuando venga a la ciudad.

La conversación terminó y Harley se recostó en su asiento pensando en las consecuencias de lo que acababa de hacer. El problema no era aceptar el caso. No tenía duda de que su equipo descubriría la verdad de lo que había pasado. Tomárselo demasiado personal era otro tema. Aunque tratara de convencerse de que era una buena excusa para visitar a su madre y dar una vuelta por la ciudad donde se había criado, cualquiera que lo conociera sabría que estaba allí para ver a Jade.

No era una mujer adecuada para él. Ya se había dado cuenta en el instituto. Había pasado mucho tiempo castigado, mientras ella era la tesorera de la Sociedad Honorífica Nacional. Se movían en círculos sociales muy distintos; Jade con los chicos más listos y él con delincuentes juveniles. Aun así, la primera vez que puso los ojos en ella en la clase de francés, enseguida se había dado cuenta de que estaba perdido.

Tal vez fueran aquellos enormes ojos que contrastaban con su piel pálida y su pelo rubio claro. Todavía recordaba cuánto disfrutaba acariciando aquellos mechones sedosos. Siempre lo había mirado con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. A lo primero estaba acostumbrado. Era la curiosidad lo que le intrigaba.

Aunque se le daba bien el francés, había fingido que no y había recurrido a ella para que le enseñara después de las clases a cambio de ganarse un dinero extra. Sabía que su familia no tenía mucho dinero. Tampoco la de él, pero estaba dispuesto a desprenderse de lo poco que tenía para pasar tiempo con ella.

Harley le había pagado diez dólares a la semana para que se sentara con él a practicar francés. Había acabado sacando una nota alta, algo que aunque no había sido su objetivo, tampoco le había disgustado. Solo había querido pasar tiempo con Jade y pensaba que de otra manera no lo habría conseguido. Estaba equivocado. Una noche de verano, en Charleston, se había atrevido a besarla y todo había cambiado, incluyéndolo a él.

Había pasado la mayor parte de su juventud viviendo desenfrenadamente. Su madre, que lo había criado sola, había tenido que trabajar en dos sitios para salir adelante, así que había pasado mucho tiempo sin la supervisión de un adulto. Mientras había estado con Jade, sus pasatiempos habituales dejaron de parecerle interesantes. Prefería besarse con ella o arriesgarse a que sus padres los pillaran cuando por las noches se colaba en su dormitorio por la ventana. Jade era todo lo que nunca había creído que querría. Sus anteriores experiencias amorosas habían sido con chicas que llevaban demasiado maquillaje y tenían mucho tiempo libre.

Jade solo pensaba en el futuro. Estaba tan decidida a no vivir las mismas penurias que sus padres, que siempre había estado preocupada por sus calificaciones, por a qué universidad asistir y por qué hacer con su vida. No había tenido ninguna duda de que algún día se convertiría en la doctora Jade Nolan.

De lo que no había estado tan seguro era de si encajaría en el futuro de Jade. Al parecer, ella había tenido las mismas dudas. Al poco de empezar la universidad, había roto con él. No le había cabido ninguna duda de que no estaban hechos el uno para el otro o, mejor dicho, que él no era lo suficientemente bueno para ella. Así que no había hecho nada por intentar recuperarla. Ese era su mayor arrepentimiento. Había preferido pasar página, y eso era lo que había hecho.

Una semana más tarde había entrado en la oficina de reclutamiento de la Marina y se había alistado sin echar la vista atrás. No había visto a Jade desde el día en que habían roto, a pesar de que no había podido quitársela de la cabeza en todo ese tiempo.

A la vista de las anotaciones que había tomado durante la llamada de teléfono, eso estaba a punto de cambiar.

 

 

El timbre de la puerta sonó.

Jade sabía que el investigador que el hospital había contratado iba a ir a entrevistarla ese día, así que se levantó del sofá. Alguien del St. Francis la había llamado para avisarla de que estuviera en casa. No sabía muy bien qué le contaría, puesto que había nacido justo cuando había ocurrido el incidente, pero al menos se haría una idea de quién era esa persona y de cómo trataría el asunto.

Después de todo, había sido el hospital el que le había contratado. Su mejor amiga, Sophie, era abogada de oficio y le había dado algunos consejos. Le había sugerido que recurriera a los medios de comunicación locales después de que el hospital la mandara a paseo. A las pocas horas de su entrevista con la prensa, el equipo jurídico del hospital la había llamado para decirle que iban a contratar a un investigador imparcial para que determinase lo que había ocurrido. Al parecer, habían sido muy criticados, sobre todo después de que el canal de noticias se pusiera en contacto con ellos y se negaran a hacer comentarios.

De eso hacía una semana. Las cosas habían cambiado muy rápidamente.

Jade fue hasta la puerta y, al abrirla de par en par, se quedó de piedra al ver al hombre que estaba en su porche. Fue como darse de narices contra un muro de piedra sin haberlo visto venir.

–Hola, Jade.

Era imposible que hubiera visto venir aquello. La boca se le desencajó y las palabras no salieron de sus labios. Era incapaz de decir hola con su exnovio Harley Dalton allí en su porche.

Hacía mucho tiempo que no lo veía, exactamente desde su primer semestre en la universidad. Harley había cambiado mucho desde entonces. Ahora era más corpulento. Se había enterado de que se había alistado en la Marina después de que cortaran, y sus anchos hombros llenaban aquel traje gris impecable que llevaba. Ya en el instituto se sentía pequeña a su lado y ahora, la diferencia entre ellos había aumentado. Aun así, muchas cosas seguían iguales: el azul intenso de sus ojos, con aquel brillo travieso; la nariz rota; la sonrisa burlona tan insinuante como entonces…

La miraba de un modo diferente. Su mirada ardiente no era fruto del deseo, sino más bien parecía de animosidad. Y de un escrutinio minucioso. Era sorprendente ver aquello, aunque Jade supuso que seguiría molesto con ella por haber roto con él, a pesar de los años que habían transcurrido.

–¿Jade? –preguntó arqueando una ceja, con gesto inquisidor.

Ella apretó los dientes y asintió.

–Hola, Harley –dijo por fin–. Disculpa.

–Así que te acuerdas de mí –afirmó él con una medio sonrisa.

Como si fuera a olvidarlo alguna vez. Había sido su primer amor. Tal vez, siendo sincera, el único amor que había conocido, aunque no iba a confesárselo.

–Claro que me acuerdo de ti. ¿Qué estás haciendo aquí?

–El St. Francis me ha contratado, bueno, más bien a mi empresa, para estudiar tu acusación de mala praxis del personal del hospital.

Jade no había sabido nada de Harley en todos aquellos años, pero tenía que reconocer que aquella clase de trabajo le pegaba.

–Vaya –dijo, tratando de no parecer decepcionada o preocupada.

No podía hacer nada. Aunque llamara al hospital y se quejara, no conseguiría que Harley Dalton desapareciera de su porche.

–No me dijeron quién vendría. No esperaba… Pasa –dijo dando un paso atrás para dejar que entrara en su pequeña casa alquilada.

Al cruzar el umbral, la suave brisa que lo acompañó le llevó su olor. El aroma a madera mezclada con su esencia masculina la transportó a cuando tenía dieciocho años y se acurrucaba contra él en la parte trasera de su camioneta.

La seguridad y la confianza en sí misma que había ganado con los años desaparecieron al mirarlo. En su lugar, sintió el aleteo de mariposas en el estómago y tuvo conciencia de partes de su cuerpo que hacía tiempo que no sentía. Tal vez, desde la última vez que había tocado a Harley. Lance había sido muchas cosas, pero nunca un animal sexual.

Jade se había conformado con eso. Había cambiado aquella intensa pasión por seguridad y estabilidad. O eso había pensado. Estando de nuevo junto a Harley le había recordado todo lo que había dejado pasar en su búsqueda de una vida mejor.

Había pagado un precio alto. Llevaba menos de un minuto en la misma habitación que él y ya se sentía abrumada por su presencia. Necesitaba un momento a solas o no estaba segura de poder soportar media hora de entrevista sin hacer el ridículo.

–¿Quieres beber algo? ¿Un poco de té frío? –preguntó ella.

–Sí, gracias.

Jade señaló el sofá.

–Siéntate. Enseguida vuelvo.

Se dio media vuelta y desapareció en la cocina, tratando de borrar de su cabeza la imagen de Harley sonriéndole.

Se tomó su tiempo para servir dos vasos de té e incluso preparó un plato con galletas. Se acordaba de que era goloso y se tomó unos segundos más para recomponerse. Pero tenía que volver al salón y enfrentarse a él.

No sabía qué pensar de su repentina aparición o de su ceño fruncido. Su cabeza se llenó de preguntas. ¿Se creería su historia de que había sido cambiada al nacer? Al fin y al cabo, había sido contratado por el hospital. ¿O era porque seguía enfadado con ella? En ese caso, ¿por qué había aceptado el caso? ¿Acaso seguía encontrándola atractiva? De ser así, ¿qué más le daba a ella? No estaba preparada para enfrentarse a algo así en aquel momento, teniendo en cuenta que el resto de su vida estaba fuera de control.

–¿Necesitas ayuda?

Jade levantó la cabeza y vio a Harley asomarse. En un intento por disimular su sorpresa, tomó el plato de galletas y se lo dio.

–Toma, lleva esto. Yo me ocuparé del té.

–Hmm, pastas de mantequilla –dijo y su mirada se iluminó.

–Eran tus favoritas, ¿verdad? –preguntó ella y enseguida se arrepintió.

No quería que pensara que se acordaba de aquella clase de cosas después de todos los años que habían pasado.

–Siguen siéndolo. No puedo creer que te acuerdes.

Harley se metió una galleta en la boca y se deleitó masticándola, atrayendo la atención de Jade a sus labios. Casi podía sentir sus labios sobre los suyos como si fuera ayer. A pesar de que había sido un chico rebelde, besaba muy bien. ¿Cuánto tiempo hacía que no le daban un buen beso? Un largo, lento y ardiente beso. Ni se acordaba. Había sido mucho antes de que su esposo le diera la espalda y se dejara arrastrar por las drogas.

En el fondo, una parte de ella ansiaba experimentar esa atracción otra vez, sentirse querida y deseada. Pero sabía que Harley no era el más adecuado para reavivar ese fuego. Esas llamas la consumirían y era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.

Harley se terminó la galleta y le dedicó una sonrisa que le hizo preguntarse si sabía exactamente lo que estaba pensando. A Jade nunca se le había dado bien ocultar sus emociones, sobre todo cuando estaba cerca de él. Estaba allí para hacerle unas preguntas sobre sus acusaciones contra el hospital, pero no pudo evitar sentirse de nuevo la adolescente que le ayudaba a estudiar francés, junto a un té y unas galletas, dispuesta a una segunda ronda.

Él se volvió y regresó al salón. Sin otra opción, ella lo siguió. Harley se sentó en un extremo del sofá y ella optó por hacerlo en el sillón de su derecha. Luego, dejó el té en la mesa sin saber muy bien cómo comenzar la conversación. ¿Deberían ir al grano e ignorar la tensión entre ellos? ¿O deberían dedicar un rato para ponerse al día después de más de una década sin verse?

–Bueno, ¿y qué tal te va? –preguntó él, tomando la decisión por ella.

–Bien –contestó por acto reflejo.

Desde su divorcio, la gente no paraba de preguntarle cómo estaba. Había descubierto que no tenían ningún interés en conocer la verdad.

–Al menos, la mayoría de los días. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que te vi, pero me va bien.

Harley le miró la mano y frunció el ceño, confundido. Al parecer, estaba buscando la alianza matrimonial que se había quitado hacía ya tiempo.

–Me casé con él el penúltimo año de universidad –dijo Jade–. Todo terminó hace dos años.

Harley se enderezó. No parecía saber lo que había pasado. Le sorprendía que un detective no hubiera estudiado su pasado antes de ir a verla.

–Siento oír eso –dijo él.

Jade se limitó a inclinar la cabeza. No quería contarle lo que había pasado con Lance. No era una historia agradable, pero había salido en las noticias y cualquiera con interés podría buscarlo. Podría informarse de todos los detalles si quería saber más.

–¿Qué me dices de ti? ¿Tienes familia?

Harley sonrió y sacudió la cabeza.

–No. Pasé ocho años en la Marina viajando por todo el mundo. No he tenido tiempo para pensar en familia o en sentar la cabeza. Después de dejarlo, empecé mi propio negocio y durante una temporada me ocupó todas las horas del día. Por suerte, las cosas van bien ahora y no es necesaria mi supervisión continua.

Jade nunca había sabido lo que Harley haría con su vida. Algunos habían apostado a que acabaría sus días en la cárcel. Otros, que no conseguiría nada. Ella había visto potencial en él y se alegraba de que se hubiera convertido en empresario.

–Así que tu empresa se dedica a la investigación, ¿no? ¿Como los detectives privados?

–No exactamente. A través de nuestras cinco sedes nos ocupamos de todo tipo de trabajos que se enmarcan en el ámbito de la seguridad: protección personal, instalación de sistemas de alarma y monitorización, casos de personas desaparecidas… Todo tipo de asuntos en los que la policía no puede o no quiere intervenir por la razón que sea. Nos hemos especializado en contratos con gobiernos y con clientes muy selectos que buscan discreción. Investigar es solo una de las cosas que hacemos en Dalton Security.

¿Dalton Security? Había oído hablar de aquella compañía, tal vez en referencia al caso Bennett, un reciente secuestro del que se habían ocupado durante semanas todos los canales de televisión. Dalton Security había conseguido liberar a la adolescente y devolverla sana y salva a sus padres.

Nunca se le había pasado por la cabeza que fuera el negocio de Harley. Parecía que le iba mejor de lo que había imaginado. El traje impecable y el Rolex de oro de su muñeca eran prueba de ello. Se alegraba. Jade sabía que había sido difícil para la madre de Harley sacarlo adelante. Lo último que recordaba era que había trabajado de cajera en un supermercado y limpiando casas.

–Teniendo en cuenta los casos de los que se ocupa tu empresa, esto debe de ser una tontería. ¿Por qué iba el director de Dalton Security a ocuparse personalmente de este caso?

Los ojos de Harley se encontraron con los suyos y un escalofrío recorrió su cuerpo. Cuando la miraba de aquella manera, era como si pudiera ver a través de ella. Era como un libro abierto que podía leer cuando quisiera. Era inquietante a la vez que emocionante. Llevaba mucho tiempo sintiéndose invisible.

–¿No es evidente, Jade? He aceptado el caso para poder volver a verte.