Pack Bianca septiembre 2016 - Varias Autoras - E-Book

Pack Bianca septiembre 2016 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

Más allá de la venganza Lynne Graham Comprada para venganza del griego. A pesar de no tener ni el dinero ni los contactos necesarios, Prunella Palmer había despertado el interés del archienemigo de Nikolai Drakos. Hacerla suya sería la mayor satisfacción para Nikolai. El despiadado magnate estaba dispuesto a utilizar los medios que fueran necesarios para asegurarse la atención de Prunella, de modo que adquirió las deudas de su familia. Unas deudas que perdonaría si ella se convertía en su amante. Cuando descubrió su inocencia, Nikolai se vio obligado a reconsiderar su decisión y tomarla como esposa. Furia y deseo Anne Mather Una aventura prohibida, ¿para siempre? Cinco años antes, Abby habría dado cualquier cosa por ser la amante de Luke Morelli. El sabor de su boca y el calor de sus caricias le ofrecían un refugio. Pero el amor de Luke quedaba fuera de su alcance porque ella estaba casada con otro hombre… Ahora Luke había vuelto. Eso sí, sin haber olvidado la traición de Abby, y decidido a hacerle pagar caras sus mentiras. Libre por fin de su marido, solo había un modo de hacer las paces. Una aventura habría sido imposible entre ellos tiempo atrás, pero ahora Abby estaba disponible y podía hacerla suya. Dueto de amor Julia James Una seducción sin remordimientos… A Bastiaan Karavalas le encantaba la emoción de la caza. En aquella ocasión, su presa era la tentadora Sarah Fareham. Desgraciadamente, aquella seducción no sería solo por placer. Ella representaba una amenaza para su familia y debía ocuparse de ella. Sarah soñaba con convertirse en cantante de ópera, pero tenía que ganarse la vida como artista de un club nocturno, superando sus inhibiciones y ocultándose bajo el sensual personaje que representaba en el escenario, Sabine Sablon.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack Bianca, n.º 107 - septiembre 2016

I.S.B.N.: 978-84-687-9083-1

Índice

Créditos

Índice

Más allá de la venganza

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Furia y deseo

Portadilla

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Dueto de amor

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Nueve meses... un legado

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Capítulo 1

NIKOLAI Drakos miró la foto con el ceño fruncido y la amplió. No podía ser la misma mujer; sencillamente, no era posible que su presa, Cyrus Makris, planeara casarse con una mujer de origen humilde.

Divertido, alzó su arrogante cabeza de cabello moreno y estudió una vez más la foto de aquella etérea pelirroja. Imposible que fuera la misma mujer seductora que había conocido una vez trabajando de guardacoches. El mundo no era un pañuelo tan pequeño. Aun así, era consciente de que Cyrus poseía una casa de campo en Norfolk. Arrugó más el ceño, pensativo.

A pesar de su diminuta estatura, la mujer a la que había conocido tenía una personalidad fuerte, muy, muy fuerte, lo cual no era un atributo que él buscara en las bellezas transitorias que compartían su cama. Pero también tenía unos ojos de color verdemar y una boca suave, sedosa, y rosa como un capullo de loto. Una combinación explosiva, que le había costado mucho olvidar.

Después de que ella lo rechazara, otro hombre quizá habría vuelto a intentarlo, pero Nikolai se había negado a hacerlo. Él no perseguía a las mujeres, no intentaba conquistarlas con halagos ni flores. Se alejaba. El mantra que regía su vida insistía en que ninguna mujer era irreemplazable; no había mujeres únicas y él no creía en el amor. Simplemente, ella había capturado su imaginación durante unos momentos, pero él no había permitido que la lujuria lo impulsara a perseguirla. ¿Desde cuándo tenía que perseguir a una mujer?

Y aunque era de sobra conocido que el anciano padre de Cyrus presionaba a su hijo y heredero de cuarenta y cinco años para que se casara, resultaba impensable que Cyrus pudiera estar planeando casarse con la pelirroja guerrera que había arañado la pintura del adorado McLaren Spider de Nikolai. Además, a Cyrus solo le excitaba la carne femenina pura e intacta, como la hermana de Nikolai había aprendido a su costa. Y era imposible que la pequeña pelirroja siguiera siendo pura e intacta.

Nikolai se enderezó y miró la carpeta que estaba examinando. El investigador con el que trabajaba era un consumado profesional y el informe sería concienzudo. Observó de nuevo las fotos. Estaba dispuesto a admitir que el parecido entre las dos mujeres era espectacular.

Empezó a leer con curiosidad sobre Prunella Palmer, de veintitrés años, antigua estudiante de veterinaria que había estado prometida con Paul, el difunto sobrino de Cyrus. Una conexión que no habría previsto, pues Cyrus no se relacionaba mucho con los parientes.

Siguió leyendo, ansioso por conocer los detalles. Hacía un año que Paul había muerto de leucemia y dos que el padre de Prunella, George Palmer, un hombre ahogado por las deudas, había sufrido un infarto. Le sorprendía que el rico, pero tacaño, Cyrus no hubiera ayudado a la familia de Prunella, pero quizá se había reservado esa posibilidad para cuando le resultase más conveniente.

Nikolai, por su parte, se dio cuenta al instante de que aquel era el momento óptimo para intervenir. Llamó a su equipo de ayudantes personales y dio instrucciones mientras intentaba descubrir por qué Prunella Palmer podría convertirse en la esposa de Cyrus.

¿Qué tenía de especial esa chica? Como prometida de su sobrino habría sido intocable… y lo inalcanzable era una tentación poderosa para un hombre que disfrutaba violando las reglas.

En esos momentos estaba sola y sin protección y Cyrus parecía estar a la espera, tal vez jugando al gato y el ratón. Sin embargo, era igualmente posible que Prunella quisiera casarse con él porque, aunque era lo bastante mayor como para ser su padre, también era un hombre de negocios prominente y rico.

Pero ¿qué podía atraer a Cyrus aparte de la inocencia? Prunella Palmer no tenía dinero ni contactos. Era una belleza, pero ¿era posible que una mujer que había estado prometida siguiera siendo virgen en la época actual?

Nikolai sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad. ¿Y tenía ella la más remota idea del tipo de hombre con el que estaba tratando? ¿Un hombre al que le excitaba la violencia sexual y que, si tenía ocasión, le causaría un daño irreparable? ¿O consideraba que un anillo de boda era una compensación apropiada por sufrir malos tratos?

Fuera como fuera, su objetivo era apartarla de Cyrus porque era un hombre peligroso y Nikolai conocía bien su adicción a las cosas más sórdidas de la vida. Hasta el momento había conseguido escapar a la justicia con sobornos y amenazas y él se había visto obligado a buscar un modo más sutil de vengarse. Como era extremadamente rico e inteligente, había rastreado todos los movimientos de su presa en el mundo de los negocios y le había robado de manera regular negocios lucrativos; algo relativamente fácil porque a Cyrus se le daba mejor ganarse enemigos que conservar amigos y hacer contactos. Pero no resultaba tan satisfactorio como lo sería atacarlo a un nivel más personal. Perder a Prunella Palmer, verla preferir a su mayor rival, sería un golpe duro para Cyrus. Y todo lo que causaba dolor a Cyrus hacía feliz a Nikolai.

En cuanto a cómo afectarían sus acciones a Prunella y su familia, ¿acaso tenía importancia? Serían simples daños colaterales en esa batalla. Además, su familia quedaría libre de deudas y Prunella estaría protegida de Cyrus.

Su ardiente deseo de venganza estaba alimentado por una despiadada determinación y por el conocimiento de que a todas las víctimas de Cyrus se les había negado justicia. Sin embargo, también había algo muy personal en aquel desafío que no le gustaba porque, aunque intentaba no dejarse afectar, no podía evitar llenarse de rabia al imaginarse a Cyrus poniéndole las manos encima a Prunella y haciéndole daño.

–Es grave, Prunella –dijo su abuela con un suspiro.

–¿Cómo de grave? –preguntó ella, con la boca seca.

George Palmer, padre de Prunella, suspiró pesadamente.

–Soy un fracasado en lo referente a mi familia. Lo he perdido todo.

–El negocio sí. Quizá sea demasiado tarde para salvar algo, pero eso no te convierte en un fracasado –musitó ella con voz temblorosa, porque todos sabían que la tienda iba muy mal–. Pero al menos la casa…

–No –intervino su abuela–. Esta vez perderemos también la casa.

–Pero ¿cómo es posible? –preguntó ella con gesto de incredulidad–. La casa es tuya, no de papá.

–Mi divorcio de Joy se llevó la mitad del negocio –le recordó su padre.

–Y la casa era el único activo que nos quedaba. Tu padre no pudo conseguir el préstamo personal que necesitaba para pagar a Joy –la abuela de Prunella, una mujer bajita de cabello blanco, suspiró con fuerza–. Así que lo avalamos con la casa.

–¡Dios mío!

Prunella pensó en su madrastra, la voluble Joy, e intentó consolarse con el hecho de que su padre era mucho más feliz desde el divorcio. Su esposa había sido una mujer muy exigente y, aunque George se había recuperado bastante bien del infarto que había sufrido dos años atrás, tenía que usar bastón y el lado izquierdo de su cuerpo estaba muy debilitado. Joy lo había abandonado durante la rehabilitación, en cuanto su posición había dejado de ser acomodada. Su padre no había podido pagar los servicios de un buen abogado durante el divorcio y había sido un shock para él que su esposa acabara recibiendo la mitad del valor de su tienda de muebles después del juicio. Esa era la causa de sus problemas económicos.

–Arriesgar la casa no nos ha salido bien, pero intento consolarme pensando que al menos lo intentamos –dijo George Palmer con sequedad–. Si no lo hubiéramos hecho, siempre nos habría quedado la duda. Desgraciadamente para nosotros, mis acreedores quieren cobrar.

Su actitud resignada no mejoró el humor de Prunella. Su padre era un caballero y jamás decía una mala palabra sobre nadie, pensó, mirando la carta que había sobre la mesa de la cocina.

–¿Esto es sobre tus acreedores? –preguntó.

–Sí. Mis deudas han sido vendidas a otra organización. Esa carta es de los abogados de los nuevos dueños. Dicen que quieren poner la casa en venta.

–Eso ya lo veremos –Prunella sacó el móvil del bolso, impaciente por hacer algo, pues quedarse quieta en las situaciones difíciles no era su estilo.

–Son negocios, hija –musitó su abuela–. Suplicar es perder el tiempo. Solo quieren su dinero y, si es posible, sacar beneficios de su inversión.

–Pero estás hablando de nuestras vidas –protestó ella antes de salir de la cocina para pedir cita con los abogados.

La vida podía ser muy cruel, pensó. La mala suerte y la decepción la habían golpeado una y otra vez y estaba tan acostumbrada que había aprendido a apretar los dientes y soportar lo que fuera. Pero cuando se trataba de su familia surgía en ella su espíritu luchador. Su padre no iba a recuperar la salud del todo, pero se merecía algo de paz después de la agitación del amargo divorcio y no podía soportar que perdiera su casa después de verse obligado a adaptarse a tantos cambios.

¿Y su abuela? Los ojos de Prunella se llenaron de lágrimas al pensar en la casa que la anciana adoraba. Allí había vivido con su difunto esposo desde el día de su boda, en los años sesenta. Allí había nacido su hijo y allí habían vivido siempre su padre y ella. La casa, vieja pero cómoda, era el centro de su seguridad.

George Palmer se había enamorado de su madre, Lesley, en la universidad, y había querido casarse con ella cuando se quedó embarazada. Pero Lesley tenía otros planes y, después del parto, se había ido a California a hacer carrera. Tenía una licenciatura en Física y había llegado a convertirse en una científica famosa.

–Es evidente que me faltan el gen de esposa y el de madre porque no lamento ni estar soltera ni no haber criado hijos –le había dicho a Prunella con brutal sinceridad la primera vez que se vieron, cuando ella tenía ya dieciocho años–. George te adoraba y cuando se casó con Joy pensé que sería mejor dejar que formases parte de una familia perfecta, sin intervenir para nada.

Prunella suspiró al recordar la conversación. Lesley ni siquiera había sabido ver que su absoluta falta de interés por ella y su ausencia de remordimientos le harían aún más daño. Además, la suya no había sido una familia perfecta porque, en cuanto se hubo casado, Joy había hecho ver que le molestaba la presencia de la niña. De no haber sido por el amor de su padre y de su abuela, Prunella habría sido muy desgraciada.

Y a Joy, pensó con amargura, le había ido bien en el divorcio. Pero dejó de pensar en todo eso para concentrarse en el problema de su familia. Explicó la situación al joven que la atendió en el bufete de abogados y se encontró con un muro de silencio. El abogado se escudó en el secreto profesional y se negó a decirle quién era el acreedor de su padre. Además, señaló que nadie estaría dispuesto a comentar el asunto con otra persona que no fuera su propio padre, aunque al menos prometió transmitir su petición.

Prunella cortó la comunicación con lágrimas de frustración en los ojos, pero debía reponerse e ir a trabajar, pues su pequeño sueldo era el único dinero que entraba en la casa, aparte de la pensión de su abuela. Mientras se ponía la chaqueta se le ocurrió una idea y volvió a la cocina.

–¿Has pensado en pedirle ayuda a Cyrus? –preguntó con brusquedad.

Su padre se puso a la defensiva.

–Hija…

–Cyrus es un amigo de la familia –intervino la abuela–. Estaría muy mal acudir a un amigo en estas circunstancias solo porque tiene dinero.

Prunella asintió, respetuosa, aunque sentía la tentación de recordarles que el asunto era lo bastante serio como para correr el riesgo de ofender a Cyrus. Tal vez ya le habían pedido ayuda y él se la había negado, o quizá sabían algo que ella desconocía. En cualquier caso, no era posible hablar con él en ese momento porque estaba fuera del país, en un largo viaje de negocios por China.

Suspirando, subió a la vieja furgoneta que era su único medio de transporte. Butch, que normalmente la acompañaba al trabajo, se puso a ladrar como un loco en la puerta y Prunella, acordándose del perro por primera vez esa mañana, pisó el freno y abrió la portezuela para que subiera.

Butch era una mezcla de chihuahua y Jack Russell, un perro muy pequeño, pero con la pasión y personalidad de uno mucho más grande. Había nacido solo con tres patas y lo habrían sacrificado si ella, que entonces trabajaba de forma temporal en una clínica veterinaria, no se hubiese enamorado del animalito.

Butch se instaló en su cesta sin hacer ruido, sabiendo bien que su dueña no quería que la molestase mientras conducía.

Prunella trabajaba en un albergue para animales a pocos kilómetros de su casa. Había entrado de voluntaria cuando era adolescente y allí encontró consuelo cuando el hombre al que amaba había sucumbido lentamente a la enfermedad que terminó por matarlo. Al verse obligada a dejar la carrera de veterinaria sin terminar, había empezado a trabajar allí. Confiaba en terminar la carrera algún día y abrir una clínica veterinaria, pero la enfermedad de Paul y el infarto de su padre le habían obligado a cambiar el curso de su vida. En cualquier caso, había adquirido mucha experiencia en el albergue y era una especie de enfermera veterinaria, un aprendizaje interesante para su futura carrera.

Pensar de otro modo cuando su presencia en casa había sido tan importante sería imperdonablemente egoísta. Su abuela y su padre la habían necesitado mucho durante esos difíciles años, pero no podía negar el afecto y apoyo que había recibido de ellos.

Su jefa, Rosie, una cuarentona de rizos rubios y gran corazón, le salió al encuentro en el aparcamiento.

–No te lo vas a creer. Samson ha encontrado una casa.

Prunella sonrió.

–No te creo.

–Todavía no he ido a visitarlos, pero parecen buenas personas. Acaban de perder un perro por viejo y pensaba que no querrían otro animal mayor, pero temen que un perro joven sea demasiado para ellos –explicó Rosie.

–Samson se merece una buena casa –asintió ella. Samson era un terrier de trece años al que, debido a su edad, nadie más había querido adoptar.

–Es un perrito muy cariñoso –Rosie hizo una pausa–. Me han dicho que tu padre cerró la tienda la semana pasada. Lo siento mucho.

–No se puede evitar –dijo Prunella, con la esperanza de cortar allí los comentarios. No podía hablar con Rosie de sus asuntos económicos porque era muy cotilla.

Mientras su jefa comentaba que las grandes cadenas de muebles estaban acabando con los negocios pequeños, ella se puso el mono de trabajo y empezó a examinar a un flaco perro callejero que les habían llevado los empleados del Ayuntamiento. Cuando terminó, lavó y dio de comer al chucho antes de instalarlo en una jaula.

Mientras se quitaba el mono, oyó el ruido de un coche y pensó que Rosie iba a visitar a la familia que había adoptado a Samson. Entró en la oficina, donde trabajaba a ratos porque se le daba mejor el papeleo que a su jefa, quien se dejaba llevar más por el deseo de rescatar animales y buscarles casa que por las exigencias de cumplir con todas las obligaciones médicas, legales y económicas de un centro benéfico reconocido.

Sin embargo, Rosie y ella formaban un equipo eficiente. Rosie era fantástica con el público y recaudando fondos y ella prefería trabajar con los animales.

De hecho, se había sentido muy incómoda en la subasta benéfica a la que Cyrus había insistido en llevarla un mes antes. El champán, los tacones altos y los vestidos de noche no eran lo suyo. Pero ¿cómo iba a negarse después de lo bien que se había portado con Paul durante su enfermedad? Acompañar a Cyrus a un par de eventos sociales era poco en comparación. Se preguntó entonces, como tantas otras veces, por qué no se habría casado. Cyrus era un hombre de cuarenta y cinco años, presentable, triunfador y soltero. Alguna vez se había preguntado si sería gay, pero Paul se había enfadado con ella por intentar buscar razones donde él insistía que no había ninguna.

La entrada de Rosie en la oficina interrumpió sus pensamientos. Su jefa parecía agitada.

–Tienes visita –anunció.

Ella se levantó y dio la vuelta al escritorio.

–¿Visita? –preguntó, sorprendida.

–Es un extranjero –susurró Rosie, como si aquello fuera algo misterioso y poco habitual.

–Pero estudió en Gran Bretaña y habla su idioma estupendamente –comentó una voz muy viril desde la puerta que daba al pasillo.

Prunella se quedó paralizada y un escalofrío de incredulidad le recorrió la columna vertebral al reconocer aquella voz, que solo había escuchado en una ocasión, casi un año atrás. No era posible, pero era… Era él. El hombre atractivo que tenía un lujoso coche, mal genio y unos ojos que le recordaban al caramelo derretido. ¿Qué hacía visitándola en Compañeros Animales?

–Les dejo en… la intimidad –comentó Rosie, nerviosa.

Cuando salió de la oficina, el hombre moreno y alto se adelantó unos pasos.

Prunella enarcó una ceja.

–¿Necesitamos intimidad? –preguntó, dudosa.

Nikolai la estudió con atención. Era pequeña y delicada. Eso lo recordaba. Recordaba también el cabello rizado de color bronce porque era un tono poco habitual, ni castaño ni rojo, sino un tono metálico entre ambos. Pensó que parecía un duendecillo sacado de un cuento de hadas y la miró con atención para no perderse ni un solo detalle de aquella perfección. Aunque, por supuesto, no era perfecta. Ninguna mujer lo era. O eso se decía, en un esfuerzo por recuperar la compostura. Pero esa piel de porcelana sin mácula, esos gloriosos ojos verdes y esa boca lujuriosa en aquel rostro tan hermoso resultaban inolvidables. La memoria no había exagerado su belleza, pero se había convencido a sí mismo de que no tenía que perseguirla.

–Sí –respondió, cerrando la puerta con firmeza–. En nuestro último encuentro no nos presentamos.

–Porque estaba demasiado ocupado gritándome –le recordó ella.

–Me llamo Nikolai Drakos. ¿Y usted? –le ofreció su mano y ella se la estrechó.

–Prunella Palmer. ¿Qué hace aquí, señor Drakos? ¿O ha venido por aquel estúpido coche?

–El estúpido coche que usted arañó –repuso él.

–Le hice una marca minúscula en un lateral. No lo arañé –replicó ella con sequedad–. No me puedo creer que siga quejándose de eso. No hubo daños materiales ni personales.

Nikolai sintió la tentación de decirle cuánto le había costado borrar aquella «marca minúscula», que ella había provocado al rozar un arbusto por acelerar demasiado.

Y seguía siendo tan irritante como entonces. ¿Quejarse? Él no se había quejado en su vida, ni cuando lo golpeaba su padre ni cuando lo acosaban en el colegio, ni cuando había muerto su hermana, su única pariente viva. Había aprendido muy pronto que no le importaba a nadie y que nadie tenía interés en saber lo que había sufrido, pero nada en la vida le había resultado fácil.

Prunella no podía apartar la mirada. Era tan grande que ocupaba todo el espacio de la pequeña oficina y hacía que se sintiera sofocada. La tensión la mantenía rígida y lo observaba como un conejo fascinado por un halcón que se disponía a caer sobre él. Nikolai Drakos era la fantasía femenina por excelencia, de piel morena, cabello negro y unos ojos oscuros espectaculares. Su traje gris, cortado a medida, no conseguía ocultar que tenía un cuerpo de atleta y se movía con gracia y elegancia. Era increíblemente apuesto, pero había algo más. Tenía una estructura ósea admirable y probablemente seguiría atrayendo miradas a los sesenta años. Además, exudaba sensualidad. Doce meses atrás su carisma la había golpeado con la fuerza de un rayo y eso la había avergonzado.

–No he venido por el coche –dijo Nikolai con tono seco–. Estoy aquí porque usted ha pedido verme.

Ella lo miró, desconcertada.

–No sé a qué se refiere. ¿Cómo puedo haber pedido eso si no sabía cómo ponerme en contacto con usted y, además, no tengo ningún deseo de volver a verlo?

Nikolai esbozó una sonrisa cargada de sorna.

–Ha pedido verme –repitió.

La extrañeza de Prunella se vio pronto reemplazada por una súbita furia. Había tenido un día muy malo y no estaba de humor para sorpresas de hombres arrogantes, en especial de uno que la había ofendido ofreciéndole una aventura de una noche antes incluso de preguntarle su nombre. Él le había hecho sentirse mal consigo misma y eso no lo permitía.

–Ya está bien de tonterías –replicó, airada–. Quiero que se marche.

Nikolai enarcó las cejas.

–Me parece que no –repuso.

La rabia que Prunella siempre se esforzaba por controlar se impuso en aquella ocasión porque odiaba a los fanfarrones y le parecía que él intentaba intimidarla.

–Estoy segura –replicó, alzando la voz–. Y, si no se marcha de aquí antes de que cuente hasta diez, llamaré a la policía.

–Hágalo –Nikolai se apoyó en la puerta y se cruzó de brazos.

Prunella Palmer, con sus ojos de color verde esmeralda brillantes de furia, le recordaba a un colibrí atacando una flor. Pequeño, pero colorido, intenso y lleno de vida.

–Lo digo en serio.

Nikolai suspiró.

–Solo cree que lo dice en serio. Debe saber que ese temperamento suyo es una gran debilidad.

–Uno…

–Cuando se permite perder la cabeza, entrega el control.

–Dos…

–Y tampoco piensa racionalmente –continuó Nikolai.

–Tres.

–En este momento puedo leer su cara como un mapa. Quiere lanzarse contra mí y golpearme, pero como físicamente no está a la altura de ese reto, recurre a portarse de un modo ilógico e infantil.

–Cuatro. Y cállese mientras cuento. Cinco –siguió Prunella. Tenía tan tensos los músculos de la garganta, que le costaba pronunciar las palabras.

–La escena que está montando ahora mismo es la razón por la que nunca me permitiré perder los nervios –dijo Nikolai. Estaba disfrutando por primera vez en mucho tiempo al ver lo fácil que era sacarla de quicio. Sería igual de fácil darle cuerda como a un juguete y controlarla–. Podría preguntarse por qué se muestra tan poco razonable. Que yo sepa, no he hecho nada para merecer este recibimiento.

–Seis –siguió Prunella.

Pero entonces recordó la boca masculina en la suya; dura, exigente y apasionada. Era el único hombre que la había besado aparte de Paul. Estaba furiosa, pero su cuerpo la traicionaba. Sus pezones se endurecieron y abajo, en un lugar en el que ni siquiera quería pensar, experimentaba una sensación caliente y líquida casi olvidada que le hizo apretar los dientes con rabia.

–Siete.

Tocó el teléfono del escritorio, casi desesperada por verlo marcharse, con el cerebro convertido en una masa de rabia e imágenes confusas.

–Nos vamos a llevar muy bien –dijo él con sorna–. Porque, aunque yo controlo mi temperamento, soy exigente, terco e impaciente y, si me lleva la contraria, lo comprobará.

–¡Fuera! –gritó ella–. ¡Largo de aquí!

–Ocho… o quizá nueve –pronunció él en su lugar–. Cuando sepa por qué he venido, me suplicará que me quede.

–En sus sueños. Diez –Prunella levantó el auricular.

–Soy el hombre que ha comprado las deudas de su padre –anunció entonces Nikolai.

Vio que ella se quedaba inmóvil un momento, palidecía y después devolvía lentamente el auricular a su sitio, dejando caer la mano con desmayo.

Capítulo 2

ESO no es posible –susurró Prunella–. Sería demasiada coincidencia.

–Las coincidencias ocurren –replicó Nikolai, que no tenía intención de contarle sus planes.

–Una tan improbable no –argumentó ella, apartándose del escritorio mientras su cerebro intentaba entender aquel sorprendente cambio de circunstancias.

–Usted llamó a los abogados que se ocupan de mis asuntos legales y pidió verme –le recordó él–. Y aquí estoy.

–No esperaba una visita personal –murmuró ella, angustiada.

Casi no sabía lo que decía porque su fuerte temperamento, que a menudo era su gran apoyo, se había convertido en miedo. No, no podía echar al acreedor de su padre. Ni siquiera enfadada era tan estúpida.

El silencio se prolongaba mientras lo miraba con incredulidad. Volver a ver a Nikolai era como una bofetada y sentía calor y hormigueo en el rostro, como si se lo hubiera quemado el sol.

–Como usted ha dicho, aquí está –musitó–. Comprenderá que me sorprenda que el acreedor de mi padre sea una persona a la que conozco.

–¿Usted diría que nos conocemos? Fue un breve encuentro en un aparcamiento.

Prunella sintió deseos de abofetearlo, pues hablaba como si hubieran compartido algo más que un beso. Y de haber estado ella dispuesta, seguramente lo habrían hecho, de eso no tenía duda. Él era un jugador, el tipo de hombre que hacía lo que quería cuando quería y, desde luego, tenía ganas de sexo. Se sonrojó al pensar que, si hubiera accedido, habrían tenido un encuentro sexual allí mismo, en el coche.

–O sea, que es usted el acreedor de mi padre –musitó, esforzándose por ignorar el cosquilleo que sentía cada vez que lo miraba a los ojos. Era atracción y se odiaba a sí misma por ello.

–Y usted quería hablar conmigo, ¿no? No sé lo que quiere decirme, aparte de lo obvio. Si piensa suplicar, no iremos muy lejos. Vayamos al grano. Esto son negocios, no es nada personal.

–Pero es personal para mi familia.

–Su familia no es asunto mío –respondió Nikolai–. Pero yo tengo otra opción que ofrecerle.

–¿Otra opción? –preguntó ella, sin aliento.

Nikolai vio un brillo de esperanza en sus ojos verdes y eso hizo que se sintiera como un canalla. Pero, irritado consigo mismo, aplastó esa sensación que le resultaba tan ajena. ¿Qué era lo que la provocaba? ¿Su aire de vulnerabilidad? ¿Su físico delicado? ¿La ingenuidad que la impulsaba a mirar a un desconocido con la esperanza de que fuera a ser un buen samaritano? ¿Cómo podía ser tan ingenua a su edad? Por desgracia, él nunca había sido un blando y no iba a fingir que lo era. Él no intimaba con nadie, no conectaba con otras personas. Había sido así durante mucho tiempo y no tenía intención de cambiar. Cuando uno se permitía que le importase alguien recibía una patada en los dientes, y eso le había ocurrido tan a menudo de niño que había acabado por aprender la lección.

–Hay una situación que me convencería de suprimir las deudas de su padre –anunció.

–¿Cuál es esa situación? –preguntó ella.

–Que se instale usted conmigo en Londres por un periodo de tres meses –respondió Nikolai.

Prunella abrió los ojos como platos.

–¿Que me instale con usted? ¿Y qué entrañaría eso exactamente?

–Lo que suele entrañar que un hombre y una mujer vivan juntos –replicó Nikolai, sin saber por qué no era más directo con sus palabras.

Tal vez porque la reacción de ella, la timidez inconfundible que no podía ocultar, lo persuadía de que, por improbable que pareciese, quizá sí era virgen. Y le gustaría mucho llevársela a la cama, pero no la quería allí sufriendo. Tampoco deseaba particularmente ser el hombre que la desflorase, aunque, cuando pensó en ello, se dio cuenta de que tampoco quería que lo hiciese otro en su lugar.

De pronto su cerebro se lanzaba en direcciones con las que no había contado, presentando objeciones a lo que antes parecía algo sencillo y directo. Lo único que había cambiado era que tenía a Prunella Palmer delante y, de repente, en lugar de ser solo un paso en un proyecto, se convertía rápidamente en un objeto de deseo en sí misma.

Eso lo desconcertaba porque no era su tipo de mujer. A él le gustaban las rubias altas y con curvas, y ella era bajita, delgada y tenía casi tan pocas curvas como un chico adolescente. Y le costaba entender por qué se había excitado tanto cuando un leve movimiento había agitado sus pechos bajo la camiseta.

Podía ver los pezones marcándose bajo la tela y, de repente, deseaba ver mucho más de ese cuerpo esbelto, pero increíblemente femenino. En cualquier caso, era sexo, nada más, y él tenía opciones más convenientes en ese campo, ¿no? ¿Por qué estaba pensando eso? ¿Qué le pasaba? Él nunca se había dejado llevar por lo que había más abajo del cinturón.

–¿Quiere que sea su novia? –murmuró ella, atónita. No se podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación.

Nikolai hizo una mueca.

–Yo no tengo novias… tengo relaciones sexuales.

–Entonces es un libertino –dijo Prunella sin pensar porque, en su inexperiencia, solo había dos tipos de hombre: uno que estaba abierto a la posibilidad de conocer y comprometerse, y otro que solo quería acostarse con la mayor cantidad posible de mujeres.

Los ojos oscuros empezaron a echar chispas.

–No se le ocurra insultarme.

–Curiosamente, mi intención no era insultarlo. Quería decir que solo quiere sexo. No debería haberlo dicho, pero es un hecho –por fin, Prunella se quedó callada, reconociendo su estupidez por decir algo tan ofensivo–. Solo intento entender la opción que usted ha sugerido. Pero si no es como novia…

–Como amante –la interrumpió Nikolai, frío como el hielo.

Prunella parpadeó, pensando que no podía haber dicho lo que creía que había dicho. ¿O sí? Un papel tan anticuado para un hombre tan moderno…

Pero ¿qué sabía ella sobre Nikolai Drakos? Miró por la ventana y se sorprendió al ver una brillante limusina con un chófer esperando en la puerta. Tenía que ser suya y eso significaba que Nikolai era rico y caprichoso. Tal vez tener una amante para atender sus necesidades sexuales no era tan anómalo para él como lo era para ella.

Tristemente, la sorpresa le había dejado la lengua pegada al paladar. Aquel hombre estaba haciéndole proposiciones deshonestas y nada podría haberla preparado para esa eventualidad. Ella no era una mujer guapísima… irónicamente, al contrario que él. Los hombres no giraban la cabeza para mirarla porque no tenía unas piernas larguísimas ni unas curvas que llamasen la atención. ¿Por qué entonces le hacía tal oferta?

–Pero si no nos conocemos –objetó, atónita–. Es usted un extraño…

–Si viviese conmigo dejaría de serlo –señaló Nikolai con monumental calma.

Y esa calma inhumana hizo que Prunella se quedase boquiabierta.

–No puede hablar en serio.

–Le aseguro que sí. Múdese a Londres conmigo y olvidaré las deudas de su familia.

–¡Pero es una locura! –exclamó ella. Lo decía como si tal proposición fuese algo normal.

–Para mí no lo es –afirmó Nikolai–. Cuando quiero algo, intento conseguirlo como sea.

Ella bajó la mirada. ¿Tanto la deseaba? ¿Lo suficiente como para localizarla, hacerse con las deudas de su padre e intentar comprar los derechos de su cuerpo junto con esas deudas? La idea hizo que se marease.

–Es inmoral… es un chantaje.

–No se trata de un chantaje. Estoy ofreciéndole una posibilidad de elegir que no tenía antes de que yo entrase por esa puerta –replicó Nikolai Drakos con frialdad–. Es decisión suya.

–¡No puede hablar en serio! Lo que me ofrece es vergonzante… solo haría eso alguien carente de escrúpulos.

–¿Cuándo he hablado yo de escrúpulos? –se burló Nikolai–. Quiero lo que quiero y la quiero en Londres conmigo…

–Pero ¿por qué? –lo interrumpió ella–. ¿Por qué me ha elegido precisamente a mí? Esa noche le dije que no… ¿es eso? ¿Mi negativa es lo que ha despertado su interés?

–No voy a responder a esas preguntas. No necesito hacerlo –replicó Nikolai con tono orgulloso–. Mis motivos son cosa mía. O quiere tomar en consideración mi propuesta o no, depende enteramente de usted.

–Pero ser su amante… –una carcajada de incredulidad escapó de la garganta de Prunella–. ¿No entiende que aunque quisiera aceptar no podría hacerlo?

Él frunció el ceño.

–¿De qué está hablando?

–Mi padre se moriría si supiera que me acuesto con un hombre solo para solucionar sus problemas. No, la opción de ser su amante es imposible.

–Eso tendrá que decidirlo usted –Nikolai dejó una tarjeta de visita sobre la mesa–. Mi número de teléfono. Estaré en el hotel Wrother Links hasta mañana.

–Ya he tomado una decisión y mi respuesta es no –se apresuró a decir Prunella.

Él esbozó una perversa sonrisa que, sin embargo, irradiaba carisma.

–Piénselo bien antes de decir que no. Y si lo comenta con alguien retiraré la oferta –le advirtió–. Es una propuesta estrictamente confidencial.

–No puede pedirle a una mujer que sea su amante, así, sin más –protestó ella, airada ante lo que consideraba una desvergüenza.

Nikolai se encogió de hombros, con las largas pestañas negras casi ocultando su astuta mirada.

–Creo que acabo de hacerlo.

–¡Pero es de bárbaros! No es una oferta, es un engaño.

Él inclinó a un lado la cabeza.

–No, el engaño fue que me besaras como lo hiciste el año pasado y luego te apartases como si te hubiera insultado –musitó, con tono letal.

–¡Es que me había insultado! –exclamó ella preguntándose si su rechazo habría provocado una reacción en cadena. ¿Qué otra cosa podía impulsarlo?

Nikolai se irguió perezosamente para abrir la puerta.

–Si te ofendes tan fácilmente, tal vez sea mejor que no aceptes.

Curiosamente, no era eso lo que quería escuchar y no lo entendía. Como tampoco entendía que su partida la entristeciese en lugar de alegrarla. Observó la limusina alejándose, sus pensamientos se hallaban a kilómetros de distancia, recordando el momento en el que conoció a Nikolai Drakos…

La mejor amiga de su madrastra, Ailsa, era organizadora de eventos y, cuando uno de sus empleados enfermó a última hora, Joy había insistido en que ella ocupase su lugar. Podría haberse negado, pero sabía que si lo hacía a Joy le daría un soponcio y lo pagaría con toda la familia. Siempre había odiado que atormentase a su padre con comentarios insidiosos.

Esa noche, cuando llegó a la residencia en la que tendría lugar la boda, se había quedado sorprendida porque le pidieron que aparcase los coches en lugar de atender las mesas como había esperado. Y, la verdad, con su flamante permiso de conducir en el bolsillo y su amor por los deportivos, aparcar los lujosos modelos de los invitados a la boda habría sido divertido de no ser porque le resbaló el pie en el pedal de un McLaren Spider, provocando que el alerón rozase un arbusto.

Nikolai Drakos, que así se llamaba el propietario, se había puesto a gritar y Ailsa había salido de la casa para solucionar el incidente. Por desgracia, y como la inmediata disculpa de Prunella no había surtido efecto, Ailsa se apresuró a decir que iba a despedirla para contentar a Nikolai. Fue entonces cuando, de repente, él recuperó la calma, insistiendo en que no era tan grave y no debía despedirla, antes de entrar en la casa para reunirse con el resto de los invitados.

Horas después, Prunella había vuelto a verlo. Estaba fuera, escuchando la música que ponía el DJ para animar la fiesta, medio bailando para entrar en calor porque en el jardín hacía fresco. Cuando oyó un ruido tras ella se dio la vuelta y se lo encontró mirándola, con los ojos dorados como caramelo derretido reflejando las luces del exterior.

–Si quiere su coche, puede ir a buscarlo usted mismo –le había dicho con cierta antipatía.

–Tiene razón. No permitiría que volviera a ponerse tras el volante –replicó él, acercándose casi sin hacer ruido. Se movía de manera muy silenciosa para ser un hombre tan grande–. ¿A qué hora termina de trabajar?

–Ya he terminado. Estoy esperando a que uno de los camareros me lleve a casa.

–Podría tener que esperar mucho tiempo.

–Podría ser –Prunella levantó una mano para apartarse el pelo de la cara.

–Tiene un pelo maravilloso –comentó él.

–Gracias.

El jardín estaba suavemente iluminado y lo único que podía pensar en ese momento era que era el hombre más guapo que había visto en toda su vida.

–Y unos ojos preciosos… pero es una pésima conductora.

–Se me ha resbalado el zapato en el pedal. Tengo experiencia conduciendo, se lo aseguro.

–No te creo.

Ella levantó la barbilla, orgullosa.

–Ese es su problema, no el mío.

–Mi problema es que te deseo –dijo Nikolai entonces con todo descaro–. Te he visto bailando por la ventana y me ha excitado.

Desconcertada, Prunella se ruborizó.

–Ah…

–¿Ah? –repitió él, burlón–. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

–¿Qué quiere que diga? –Prunella puso los ojos en blanco–. No estoy buscando un hombre ahora mismo.

–Y yo no estoy buscando una mujer… estoy buscando una noche –admitió Nikolai, enredando los largos dedos morenos en su pelo, algo que ella no permitiría si estuviera pensando con un poco de lucidez.

Y lo que ocurrió después demostró que no podía pensar cuando Nikolai Drakos estaba cerca porque puso la otra mano en su espalda, apretándola contra su duro cuerpo, y en un segundo estaba besándola como nunca la habían besado, obligándola a abrir los labios con la presión de los suyos, mareándola con su calor. Era apasionado y exigente, masculino, excitante, cada roce sinuosamente sexual de sus poderosos muslos le advertía que un beso podría ser tan íntimo como un desnudo abrazo.

Él levantó su hermosa cabeza oscura y Prunella notó el frío aire de la noche en contraste con el calor de su cuerpo. Pero inmediatamente recordó quién era y dónde estaba y se sintió enferma

–Gracias, pero no estoy interesada –anunció, intentando parecer guasona mientras se daba la vuelta.

–No puedes decirlo en serio –protestó Nikolai, con evidente sorpresa porque sabía que estaba tan excitada como él.

Pero lo que no sabía era que Prunella nunca se había sentido tan excitada… jamás. Y unas semanas después de haber visto al amor de su vida en la tumba a los veinticuatro años, esa verdad le dolía tanto que tuvo que contener un sollozo. Había creído que amaba de verdad a Paul, pero él nunca la había hecho sentir aquello y reconocerlo hacía que se sintiera culpable.

–Me marcho –le dijo a Nikolai, dirigiéndose a la entrada de la residencia, donde esperaría que alguien la llevase a casa. Y daba igual el tiempo que tuviese que esperar porque sería infinitamente más seguro que ir a ningún sitio con el hombre que acababa de besarla.

La había besado hasta que se olvidó del ayer, de Paul, de todo. La había besado por el momento, por un ligue barato, por un revolcón de una sola noche. Ella tenía suficientes preocupaciones y no iba a cometer un error que sin duda lamentaría más tarde.

Mientras limpiaba de papeles el escritorio de Rosie, Prunella volvió al presente sintiendo un escalofrío. Le había dado alas. Aunque no lo hizo de forma intencionada, había dado la impresión de querer ese beso para cambiar luego de opinión. Pero una mujer tenía derecho a cambiar de opinión y ella había ejercitado ese derecho. ¿Se había vuelto más deseable después de darle la espalda? ¿Cuántas mujeres le habrían dicho que no a Nikolai Drakos? Estaba segura de que muy pocas, porque era un hombre muy atractivo y evidentemente rico. Nikolai era un hombre duro que conseguía todo lo que quería. ¿Su rechazo habría sido un reto para su ego masculino?

¿Y era pura coincidencia que fuese el acreedor de su padre? Nikolai no había querido responder a sus preguntas. Se había limitado a decir que le ofrecía una opción que no tenía antes de que llegase y, aunque no le gustaba verlo de ese modo, esa era la terrible verdad.

El padre y la abuela a los que adoraba estaban a punto de perder todo lo que les quedaba. ¿Cómo iba a quedarse de brazos cruzados y dejar que sufrieran cuando le habían ofrecido una alternativa, por terrible que fuese?

Estuvo pensando en ello durante todo el día, dándole vueltas, buscando una salida. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que su padre y su abuela siguieran teniendo un techo sobre sus cabezas. Libre de la carga de esas deudas, y de las extravagancias de Joy, su padre por fin estaría en posición de ganarse la vida de forma razonable. Aunque había perdido la tienda de muebles, seguía siendo un experto contable y la posibilidad de volver a trabajar le devolvería el amor propio y las ganas de vivir.

Sin embargo, por mucho que quisiera ayudar a su familia, Nikolai Drakos la había puesto en una situación imposible. Su padre jamás aceptaría tal sacrificio por su parte. ¿Cómo podía salvar ese obstáculo?

Una posibilidad sería ofrecerle a Nikolai la noche de intimidad de la que, sospechaba, se sentía privado. Tembló ante la idea de acostarse con alguien en tales circunstancias, pero enseguida se regañó a sí misma por ser tan dramática. ¿Por qué convertir aquello en una tragedia? Si tener su cuerpo era tan importante para Nikolai, podía ofrecérselo. Ella no era virgen porque hubiera decidido serlo. Había esperado por Paul, por el milagroso día que estuviera bien del todo, pero esa oportunidad no había llegado nunca. En ese momento, y no por primera vez, deseó que Paul no hubiera insistido en esperar para que todo fuese perfecto antes de hacer el amor, porque acostarse con Nikolai sería menos aterrador si tuviese alguna experiencia en ese campo.

Una noche, se dijo a sí misma, sintiéndose absurdamente desamparada. Sí, podía darle una noche para salvar a su familia. ¿Tenía otra opción?

Claro que en lugar de convertirla en su amante, Nikolai podría casarse con ella, dándole a ese acuerdo una pátina de respetabilidad. Solo entonces aceptaría su padre la cancelación de las deudas porque su yerno sería miembro de la familia y no un extraño. Pero estaba segura de que Nikolai no aceptaría la opción de la boda. De hecho, le dio la risa al imaginarse a sí misma haciendo tal sugerencia. El hombre que no tenía novias y solo mantenía relaciones sexuales no iba a aceptar una proposición de matrimonio.

Pero tenía que intentarlo.

Al final de la jornada, Prunella marcó el número impreso en la tarjeta de visita que Nikolai había dejado y, tuteándolo por primera vez, le espetó:

–Quiero ir a verte esta noche.

Sorprendido por tal declaración de intenciones, Nikolai frunció el ceño.

–¿Has cambiado de opinión?

–Solo quiero hablar.

Nikolai tenía sus dudas. De hecho, había empezado a creer que debía de estar segura del apoyo de Cyrus si tan dispuesta estaba a rechazar su oferta sin la menor vacilación. ¿Su viejo enemigo le habría propuesto matrimonio? No, pensó entonces, si fuera así, Prunella se lo habría dicho.

–No tenemos nada que hablar –replicó.

–Querer es poder –en su desesperación por hacerse escuchar, Prunella repitió algo que solía decir su abuela.

Diez minutos después, Prunella entraba en el exclusivo hotel Wrother Links. Solo entonces se dio cuenta de que llevaba la ropa de trabajo, que consistía en una camiseta, unos tejanos gastados y unos botines planos. Tal vez debería haber ido a casa a cambiarse y maquillarse un poco, pensó. Pero Nikolai le había hecho tan increíble proposición por la mañana, cuando estaba aún menos arreglada y, seguramente, oliendo a perro mojado. Pensativa, frunció el ceño.

¿Qué quería de ella aquel hombre extraño?

Lo evidente, se dijo a sí misma irritada cuando la recepcionista le indicó el ascensor con una mirada de curiosidad. Que ella no hubiera visto nunca su cuerpo como un arma de negociación no significaba que Nikolai pensara del mismo modo. Tenía que quererla por algo y su cuerpo parecía ser la única explicación. Aunque seguía resultando increíble. Durante esos años había escuchado a sus amigas contar que los hombres veían el sexo como algo de crucial importancia y ella, acostumbrada a la rígida autodisciplina de Paul, se había quedado desconcertada. Aun así, era asombroso pensar que el sofisticado Nikolai Drakos pudiese verla como una mujer irresistible a quien debía poseer a costa de lo que fuera.

En la universidad había sido bombardeada con propuestas sexuales de chicos de su edad. Tal vez por eso conocer a Paul, inicialmente solo un amigo, había sido un alivio. Paul la valoraba como persona, no por su cuerpo o por el placer físico que pudiese darle. Pero él era un caso especial, tuvo que reconocer con tristeza.

Un joven que se presentó como ayudante de Nikolai abrió la puerta del despacho y le hizo un gesto para que entrase. En el escritorio había un montón de papeles y un ordenador portátil encendido. Prunella miró las columnas de cifras en la pantalla antes de que el joven lo apagase a toda prisa.

–El señor Drakos vendrá enseguida –le aseguró antes de salir.

Prunella miró por la ventana el césped del renombrado club de golf y, haciendo un esfuerzo para controlar los nervios cuando oyó un ruido tras ella, preguntó:

–¿Juegas al golf?

–No, no es mi juego –respondió Nikolai–. ¿Por qué has venido?

Ella se dio la vuelta y se encontró, abrumada, con un fantástico torso de músculos bien definidos, abdominales marcados y estómago plano. Evidentemente, acababa de salir de la ducha, tenía el pelo negro aún mojado y el mentón recién afeitado. Con las mejillas ardiendo, apartó la mirada.

–¿No es buen momento?

–Digamos que es algo inesperado –replicó Nikolai, con sus brillantes ojos oscuros clavados en ella.

No iba arreglada o maquillada. Había pensado que se vestiría para él, pero no era así y eso, por alguna extraña razón, lo molestaba. ¿No se merecía siquiera un pequeño esfuerzo?

Sabía que ir a ver a Prunella Palmer había sido una medida desesperada. Después de todo, si ya tenía a un hombre rico comiendo en la palma de su mano, ¿por qué iba a aceptar su propuesta? Y, sin embargo, la realidad era que Cyrus no parecía dispuesto a rescatar a la familia de su futura esposa y, en cambio, se había ido a un largo viaje por China.

Tal vez el chivatazo que había recibido sobre los planes maritales de Cyrus era falso, tal vez solo estaba jugando con Prunella como solía hacer con otras mujeres, fingiéndose un hombre honorable y respetuoso para ocultar sus verdaderas intenciones.

–Lo inesperado no siempre tiene que ser malo –dijo Prunella mientras él se abrochaba la camisa. El numerito de striptease que le había ofrecido sin darse cuenta hacía que empezase a sudar bajo una ropa que, de repente, le parecía demasiado ajustada.

–Creo que conoces a Cyrus Makris –dijo él entonces.

Sorprendida, ella levantó la mirada.

–Sí, es amigo de la familia. Estuve prometida con su sobrino, Paul, hasta que murió –respondió, preguntándose cómo sabía de su relación con Cyrus. Pero entonces se le ocurrió algo–. Tu apellido… debería habérmelo imaginado. Eres griego, ¿no?

–Lo soy. ¿Quieres una copa?

–No, gracias –Prunella solo quería decir lo que tenía que decir y luego salir corriendo–. No puedo quedarme mucho rato. He dejado a mi perro en la furgoneta.

–¿Y bien? –la animó Nikolai, observándola atentamente. Un mechón de color bronce rozó su blanco cuello cuando levantó la cabeza, su pálida piel resaltaba los luminosos ojos verdes y el suculento rosa de sus labios. Tuvo que tragar saliva, irritado, luchando contra el incipiente latido en su entrepierna.

–¿Sería…? –Prunella tuvo que parar un momento para tomar aliento–. Estoy aquí para preguntar si con una noche sería suficiente.

–¿Una noche de qué? –preguntó Nikolai.

–¡Sabes muy bien que estoy hablando de sexo! –replicó ella, sonrojándose violentamente–. Si es lo único que te interesa, no tengo que mudarme contigo a Londres para eso.

Él la miró con cara de sorpresa. Y no era fácil sorprenderlo.

–A ver si lo entiendo… ¿me estás ofreciendo una noche de sexo?

–No hagas que suene tan sórdido –replicó ella, enfadada.

–No he sido yo quien ha hecho la oferta. Pero no, una noche de sexo no cumpliría con… mis expectativas –Nikolai eligió bien sus palabras–. Y me imagino por esa oferta que no eres virgen.

–¿Y por qué iba a serlo a mi edad? –preguntó ella. Pero decidió que mentir sería absurdo porque siempre existía la esperanza de que la verdad lo excitase–. En realidad, no tengo experiencia, pero…

Nikolai se sentía disgustado por la conversación. Por supuesto, ella había pensado que la quería solo por el sexo. ¿Qué otra cosa podía pensar? Pero él no era un canalla como Cyrus, que trataba a las mujeres como juguetes a los que disfrutaba rompiendo. Y cuando entendió lo difícil que debía de ser para una joven inocente como ella hacer tal oferta, tuvo que contener una palabrota, incómodo y atribulado como nunca.

Entonces se dio cuenta de que había provocado una situación que no era su estilo en absoluto.

–Una noche no me sirve –admitió en voz baja.

El corazón de Prunella latía a toda velocidad. El alivio y la angustia la asaltaban a partes iguales. Naturalmente, se sentía aliviada porque él no le había pedido que cumpliese tan bochornosa proposición inmediatamente, pero su abrupto rechazo la molestó. ¿Qué quería en realidad aquel hombre? ¿Qué podría querer o esperar de ella?

–Entonces, solo tengo otra… sugerencia que hacer –murmuró, nerviosa–. Que te cases conmigo.

–¿Casarme contigo? –exclamó Nikolai después de una pausa, mientras la estudiaba con un gesto de total incredulidad–. ¿Te has vuelto loca?

Por fin había conseguido una reacción genuina y sincera de Nikolai Drakos, pensó Prunella, experimentando una sensación de triunfo que se mezclaba con otra de absoluta mortificación. La idea de casarse lo había dejado tan perplejo que sus fabulosos pómulos se habían cubierto de un oscuro rubor y la miraba con los ojos dorados abiertos de par en par.

Evidentemente, no estaba preparado para escuchar tal sugerencia.

Capítulo 3

DESDE mi punto de vista, solo es una sugerencia puramente práctica –respondió Prunella.

–Pues tienes que cambiar de punto de vista –replicó él, sarcástico.

Prunella sentía que le ardía la cara de vergüenza y tuvo que apretar las manos para contener el temblor. Si no podía ser más franco sobre qué necesitaba de ella no iban a llegar a ningún sitio.

–No puedo. Tendrías que casarte conmigo para que mi padre aceptase la cancelación de sus deudas. Él no es un aprovechado…

–¡No voy a casarme contigo para conseguir lo que quiero! –la interrumpió Nikolai con tono impaciente, haciendo que su acento sonara más marcado que nunca.

–Pues eso da por finalizada esta conversación –dijo Prunella, desesperada por escapar de la opulenta suite y olvidar que lo había conocido. Como había dicho su padre cuando puso la casa como aval y la perdió: al menos sabía que lo había intentado. Y, en aquel momento, Prunella sabía también lo que era intentarlo y fracasar.

–¡Diavole! –exclamó Nikolai cuando llegó a la puerta–. Tiene que haber otra manera.

Ella se dio la vuelta.

–No, la verdad es que no la hay. Mi padre no podría soportar que su hija se vendiera a un hombre para pagar las deudas que él ha contraído.

Los ojos de color caramelo derretido de repente parecían tan brillantes como el sol.

–Tienes la rara habilidad de hacer que todo suene sórdido.

–No, es que no te gustan las cosas claras… a menos que seas tú quien las diga. Y te gusta hablar con rodeos. Me has pedido que sea tu amante, pero reniegas de la posibilidad de acostarte conmigo.

–Evidentemente, quiero algo más que sexo de ti. Puedo conseguir sexo donde quiera, en cualquier momento –le aseguró él con tono desdeñoso.

Prunella suspiró, frustrada.

–No soy una heredera secreta, ¿verdad?

–¿De qué estás hablando?

–No sé, tal vez pudiera ser la única prima de algún pariente desconocido que me ha dejado una fortuna y tú lo has descubierto…

–Estás dejando volar la imaginación. Además, en esa situación un hombre aceptaría el matrimonio para asegurarse la herencia. Sin embargo, en este caso… –Nikolai apretó los sensuales labios.

El matrimonio, aunque fuese de conveniencia, estaba fuera de la cuestión. Él nunca había querido casarse. Recordaba poco de sus irresponsables padres, solo que se peleaban continuamente y gastaban su dinero en alcohol y drogas mientras abandonaban a su suerte a sus dos hijos. Probablemente, no hubiera sobrevivido a su infancia sin el cariño de su hermana mayor, que había tenido que cuidar de un niño de carne y hueso en lugar de una muñeca. No, él sería perfectamente feliz dejando el mundo sin descendientes. Y tampoco podía imaginarse deseando a una sola mujer durante el resto de su vida. Nikolai tuvo que contener un escalofrío. No, ese era un precio demasiado alto.

–¿En este caso? –lo animó ella.

–Te necesito a mi lado en Londres, sencillamente.

–Pero ya te he dicho que no puedes tenerme sin una alianza en el dedo. Yo tampoco quiero casarme contigo –admitió Prunella–, pero, si así hago feliz a mi familia, o al menos aseguro su estabilidad económica, estaría dispuesta a hacerlo.

–No, lo siento, pero es imposible. Yo me encargaré de tu familia –se limitó a decir Nikolai.

–¿Qué quieres decir con eso?

La cuestión era hasta dónde estaba dispuesto a llegar para castigar a Cyrus, pensó Nikolai. Una breve imagen de la dulce sonrisa de su hermana apareció en su cerebro, dejándolo inmóvil. No debería y no habría límites a su deseo de venganza. Si otros sufrían en el camino, ¿qué le importaba a él? No podía permitirse tener conciencia. Prunella era un peón en su juego, nada más.

–Le diré a tu familia que llevamos un tiempo saliendo y que ahora queremos vivir juntos en Londres –le explicó–. Tu padre no tendrá que preocuparse por sus deudas. De hecho, no tendrá el lujo de elegir…

–¿Crees que es un lujo para mí poder decidir ser tu amante? –lo interrumpió ella furiosa, la rabia sacudía su menudo cuerpo como un torrente ante esa indignidad–. ¡Pero si ya te he dicho que no!

–Y estás perdiendo mi tiempo y el tuyo. No puedes renegociar los términos solo porque no te gustan; no voy a dejar que lo hagas. No habrá una sola noche, ni tampoco un matrimonio –afirmó él con sequedad, sus facciones morenas resultaban formidables, los fabulosos ojos dorados refulgían como diamantes–. O vienes a Londres conmigo o me iré. Esa es la única opción que tienes.

La tensión y los nervios estaban empezando a marearla. Nikolai había rechazado su oferta y tuvo que agarrarse al respaldo de una silla para mantenerse en pie, mirándolo con el corazón en un puño. Era el momento que había intentado evitar desde que apareció con tan absurda proposición. El momento de apretar los dientes y soportar lo que fuera. La frente se le cubrió de sudor.

–Tu único interés debería ser la cancelación de las deudas –le recordó Nikolai, burlón–. Y aprender a hacer lo que se te pide.

Prunella arrugó la nariz.

–Si no estoy de acuerdo con algo, soy incapaz de hacer lo que me dicen que haga.

–Tendrás que aprender –insistió él con tono helado–. No aceptes la propuesta si no eres capaz de respetar las reglas.

–Tal vez podrías decirme cómo voy a respetar a un hombre que me desea, aunque sabe que yo no lo deseo a él –replicó ella con tono despreciativo.

–¿Sueles mentir cuando se trata de hablar de ti misma? –la retó Nikolai en tono bajo, peligroso, dando un paso adelante.

Prunella se encontró contra la puerta antes de tener la oportunidad de salir apresuradamente, como había sido su intención.

–No estoy mintiendo…

Nikolai puso la palma de la mano sobre la puerta, mirándola con expresión seria.

–Lo peor de todo es que sabes que estás mintiendo… pero a mí no me gustan esos juegos.

–Quiero irme.

–No hasta que yo diga que puedes hacerlo –dijo él, tan grande que era como un muro bloqueando el resto de la habitación y casi tapando la luz. Tanto era así que, por primera vez, deseó llevar zapatos de tacón para contrarrestar la diferencia de altura entre ellos.

Prunella levantó la barbilla en un gesto obstinado, con los ojos verdes echando chispas.

–Podría usar la rodilla para convencerte –le advirtió.

–¿Por qué ibas a dañar una parte de mí con la que esperas disfrutar? –la desafió Nikolai.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco.

–Haría falta una avalancha para aplastar un ego como el tuyo, ¿verdad?

–Si fuese modesto me pisotearías con gran placer –Nikolai estaba hechizado por los preciosos ojos verdes en contraste con esa fina piel de porcelana–. Pero no es eso lo que quieres de mí, ¿verdad? Prefieres que te robe la libertad de elegir, así tienes una excusa para estar conmigo.

–¡No digas tonterías! –Prunella no se podía creer que fuese capaz de afirmar tal cosa–. ¡No quiero ni necesito ninguna excusa para estar contigo!

–Ne… sí la necesitas –insistió él, atrapándola contra la puerta–. Quieres excusas y persuasión, pero, desgraciadamente, no vas a conseguirlo de mí. Yo no soy así con las mujeres.

–Por fascinante que sea esta conversación para un hombre a quien le gusta escuchar el sonido de su propia voz, no estoy interesada.

–Voy a castigarte cada vez que mientas.

–¿Castigarme? –repitió ella, haciendo un gesto de sorpresa.

Nikolai se inclinó para tomarla en brazos, desconcertado por lo ligero de su peso. Sí, era menuda y delgada, pero pesaba muy poco para estar sana. Sin decir nada, atravesó la habitación para ir al dormitorio.

–Te gustará mi modo de castigarte.

–¿Qué estás haciendo? –exclamó Prunella, desconcertada.

–Sellando nuestro acuerdo.

–¿Qué acuerdo? –insistió ella, casi rebotando sobre la cama cuando la soltó sin ceremonias.

–El acuerdo de que seas mi amante –respondió él, saboreando esa palabra.

Prunella intentó levantarse de la cama, pero Nikolai se inclinó sobre ella, aprisionándola con la fuerza de su torso.

–Apártate. ¡Suéltame… ahora mismo!

–No me gusta que me griten –le advirtió él un segundo antes de apoderarse de su boca.

Y, por un momento, fue como si el mundo dejase de girar. Se quedó sin aliento, flotando en un lugar desconocido. El calor en su centro era como un arma invasiva. Nikolai se incorporó un poco, pero la mantuvo atrapada entre sus brazos y eso la irritó porque, por alguna inexplicable razón, le había gustado sentir el peso de su cuerpo. Le golpeó un hombro con el puño, pero era como una roca, inamovible.

Cuando deslizó la punta de la lengua dentro de su boca tembló violentamente, el calor que sentía entre las piernas era tan intenso que resultaba casi doloroso. Nikolai le mordió el labio inferior, tiró de él y lo lamió con la punta de la lengua. Y ella quería más, tanto que le dolía que se lo negara. Nunca había sentido algo así.

Nikolai metió una mano bajo su camiseta para tocar sus pechos, pequeños pero firmes, acariciando sus pezones, frotando y tirando de ellos hasta que sus caderas se levantaron como por voluntad propia y un gemido escapó de su garganta. Después, reemplazó los dedos con la boca. Prunella temblaba con cada roce de sus dientes y el calor que sentía entre los muslos se convirtió en un río de lava derretida. El deseo de liberarse hacía que se moviera por instinto y la quemazón era tan urgente, tan absolutamente imparable, que el clímax la dejó sollozando, buscando aliento y algo de cordura.