Pack Especial Niños - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Traviesos, divertidos e imprevisibles… los niños son como los romances, nunca sabes donde aparecen. Matrimonio con el rey Rebecca Winters Una mujer corriente… ¿casada con un rey? Darrell Collier era una mujer normal y corriente que vivía en una pequeña ciudad con el sobrino del que había tenido que hacerse cargo tras la muerte de su hermana. Cuando apareció en su vida Alexandre Valleder, Darrell decidió no dejarse cautivar… y mucho menos permitir que la presionara para casarse. Alex era un rey responsable… pero una noche hacía ya años había cometido una pequeña rebeldía y acababa de descubrir que el resultado de aquella aventura había sido un niño. Ahora debía arreglar las cosas aun sabiendo que aquello conmocionaría a su familia y pondría en peligro el futuro de la monarquía en su país. Pero antes tendría que convencer a aquella hermosa ciudadana de que estaba hecha para ser reina… El dolor de amar Kathie DeNosky Había aceptado al hijo de otro hombre… por ella. Aterrada de que la poderosa familia de su ex novio tratara de hacerse con la custodia de su futuro hijo, Callie Marshall sabía que había sólo un hombre al que podía acudir en busca de ayuda, su jefe, Hunter O'Banyon. Cuando él le ofreció protección y un nombre para su hijo, Callie aceptó, convencida de que estaba haciendo lo mejor para el niño. Pero entonces probó sus apasionados besos y olvidó que todo aquello no era real… Pasión en el Mediterráneo Carole Mortimer Todo había empezado por culpa de un deseo que no quería sentir… y ahora no sabía cómo controlarlo… El millonario español Alejandro Santiago era moreno, seductor y siempre conseguía lo que deseaba. Entonces descubrió que tenía un hijo, y el dinero y el poder le sirvieron para arrebatarle la custodia del niño a su tía, Brynne Sullivan.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack especial niños, n.º 68 - agosto 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-6189-3

Índice

Créditos

Índice

Pasión en el Mediterráneo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

El dolor de amar

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Matrimonio con el rey

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Capítulo 1

SEÑOR Symmonds, ¿sería tan amable de informar a su cliente de que cuando ayer fui a recoger a Miguel a su casa el comportamiento de ella fue irracional...?

-Señor Shaw, ¿podría informar a su cliente de que yo considero el comportamiento de ayer de él peor que irracional? ¡Fue inhumano! -los ojos de

Brynne brillaron con su azul profundo y sus mejillas se pusieron rojas de acaloramiento cuando miró al hombre alto que estaba allí, remoto, frente a la ventana de la oficina de su abogado.

El atractivo rostro de Alejandro Santiago estaba medio en sombras cuando éste le devolvió la mirada.

Paul Symmonds, el abogado de ella, le habló serenamente mientras se sentaba a su lado.

-Me temo, señorita Sullivan, que el señor Santiago realmente tiene la ley de su parte...

-Quizá sea así...

-No hay «quizá» sobre este tema, señorita Sullivan. El juez decretó hace tres semanas que, como soy el padre de Miguel, el niño debe estar conmigo -la informó Alejandro con frialdad-.

Pero cuando fui a su casa ayer, como había sido acordado, usted se negó a darme a Miguel.

-Michael es un niño de seis años -dijo ella deliberadamente, usando la versión inglesa del nombre de su sobrino-. Acaba de perder a los únicos padres que ha conocido en un accidente de coche. ¡No es un paquete que han dejado en Objetos Perdidos para usted, por ser su padre natural, a quien puede recoger y seguir su vida como si nada! -exclamó ella con la respiración agitada y las manos apretados.

Lo que realmente quería hacer era gritar, y decirle a aquel hombre que aunque se hubiera comprobado que él era el padre natural de Michael, y que ella era sólo su tía política, el niño se iba a quedar con ella.

Sólo que sabía que eso no iba a suceder. La batalla legal con aquel hombre ya había terminado. Había sido una batalla legal privada, una batalla que Brynne había perdido y que había recibido mucha atención por parte de la prensa.

Pero ella tenía ganas de gritar de todos modos. Alejandro la miró fríamente, sus duras facciones de origen español totalmente imperturbables.

Era alto, con el pelo moreno un poco largo, y los ojos grises más fríos que Brynne había visto en su vida. Tenía un rostro duro, y su traje de negocios aumentaba su aire de fría distancia.

Durante aquellas semanas Brynne había acabado odiándolo y temiéndolo.

-Sé muy bien la edad que tiene Michael, señorita Sullivan -respondió Alejandro-. También sé, al igual que usted, que, como es hijo mío, debe estar conmigo -agregó con determinación.

-¡Si ni siquiera lo conoce! -protestó ella.

-De eso también me doy cuenta -contestó el español bruscamente-. Lamentablemente, no puedo hacer nada para recuperar los seis años de mi hijo que me he perdido...

-¡Podría haber intentado casarse con su madre hace siete años! -exclamó Brynne.

Alejandro respondió furioso:

-¡Usted no tiene ni idea de cuáles han sido las circunstancias de aquel momento! ¡No se atreva a decirme lo que podría haber hecho o no haber hecho hace siete años!

-¡Maldita sea! -explotó Brynne.

Si él no podía hacerse responsable de una situación de hacía siete años, al menos podría rendir cuentas de algo que no había hecho recientemente.

-Durante las últimas tres semanas, en que el juez falló a su favor, he estado esperando en vano que usted aprovechase el tiempo para ir conociendo a Michael. Pero ni siquiera intentó verlo. De hecho, ¡ni siquiera estoy seguro de que estuviera en el mismo país!

Alejandro la miró achicando los ojos.

-Lo que yo haya hecho en las últimas semanas no es... -se calló de repente, impaciente-. Señor Symmonds, ¿no puede explicarle a su dienta que ella no tiene derecho legal a quedarse con mi hijo? El único motivo por el que he aceptado hoy este encuentro en presencia de nuestros respectivos abogados ha sido por cortesía hacia ella...

-Habrá sido para no tener que volver a los tribunales... -respondió Brynne con disgusto.

-No me da miedo volver a verla en los tribunales, señorita Sullivan -le aseguró Alejandro Santiago-. Ambos sabemos que usted perdería. Otra vez -torció la boca-. Pero entiendo que sienta cariño por el niño...

-¿Cariño? -repitió ella, furiosa-. Lo amo. Michael es mi sobrino...

-No tiene parentesco de sangre con usted -le dijo el español-. Miguel ya tenía cuatro años cuando su madre se casó con su hermano...

-¡Su nombre es Michael! -exclamó ella.

-Oiga, señorita Sullivan -interrumpió Paul Symmonds con tacto-. Le he advertido antes de esta reunión que usted no tiene elección, sino...

-Michael aún está muy afectado por la pérdida de sus padres -siguió protestando Brynne, aún afectada ella misma por la muerte de su hermano mayor y su esposa en un accidente de coche, lo que había dejado huérfano a Michael-. Estoy segura de que, cuando eljuez decretó la medida, esperaba que el señor Santiago utilizara este periodo de tres semanas para ir conociendo al niño, ¡no que únicamente viniera a mi casa con la idea de quitármelo!

Alejandro levantó sus oscuras cejas con impaciencia, preguntándose por qué aquella mujer continuaba oponiéndose a él. Lo había hecho durante las últimas seis semanas, desde que había salido a la luz que su sobrino político, por la boda de su hermano con la madre del niño, era en realidad un hijo de Alejandro habido de una breve relación que él había tenido con Joanna, la cuñada de ella, hacía siete años.

Y si Brynne Sullivan pensaba que aquella revelación lo había dejado frío, se equivocaba, pensó él.

Había sido horrible leer los periódicos y enterarse del terrible accidente en la carretera en el que habían muerto ocho personas, incluida Joanna y su esposo, Tom.

Pero la foto del hijo de Joanna en el periódico, el pequeño que había sobrevivido milagrosamente al choque, y que tenía un asombroso parecido con Alejandro a esa edad, había sido suficiente para despertar la sospecha de la paternidad del niño.

Él había seguido aquellas sospechas con discretas preguntas sobre Joanna y Michael, y pronto había sabido que el pequeño había tenido cuatro años cuando Joanna se había casado con Tom Sullivan, y que hasta entonces no había habido un padre.

Aquella información había demostrado que la época y las circunstancias coincidían con la época en que él había conocido a Joanna, y que el enorme parecido del niño con él hacía muy probable que Miguel fuera su hijo.

Alejandro había volado a Inglaterra inmediatamente para hacer más averiguaciones, y luego reclamarlo legalmente si procedía, una reclamación que había tenido como resultado la orden del juez de pruebas de ADN para confirmar la paternidad.

¡Y había sido demostrado sin duda alguna!

Pero aquella mujer, Brynne Sullivan, la hermana menor del marido de Joanna, seguía luchando contra aquella decisión.

¡Llamándolo inhumano entre otras cosas!

Alejandro se apartó de la ventana impacientemente.

-Como he dicho, este encuentro de hoy ha sido sólo por cortesía, y ha terminado.

-No, no ha terminado -protestó Brynne firmemente.

-Sí, ha concluido -insistió Alejandro con tono medido para controlarse-. Prepare las cosas de Miguel y téngalo listo para que el niño pueda irse conmigo a esta hora mañana...

-No, no lo haré

-Brynne agitó la cabeza-. No puedo dejar que se lo lleve así, simplemente...

-Me temo que no tiene elección, señorita Sullivan -dijo el abogado de Alejandro amablemente-. La ley está del lado del señor Santiago...

Brynne le clavó sus ojos azules.

En otras circunstancias, Alejandro habría pensado que la mujer era atractiva, con aquella figura delgada, el pelo largo pelirrojo, su piel blanca, aquellos ojos azules brillantes y aquel aire de seguridadjuvenil. Pero como era lo único que se interponía entre su recién reconocido hijo y él, la encontraba totalmente irritante.

-¡Entonces, la ley es una basura! -soltó ella, enfadada, como respuesta al abogado.

En otras circunstancias, Alejandro también habría encontrado divertida su determinación, puesto que reconocía en ella una fuerza de voluntad tan indomable como la suya propia.

Pero las circunstancias eran diferentes, ¡y quería quitársela de en medio cuanto antes!

El abogado de Alejandro la miró con pena.

-Sea una basura o no, señorita Sullivan, la paternidad del señor Santiago ha sido demostrada.

-¡No quiere a Michael como nosotros! -dijo Brynne mirando a Alejandro sin disimular su desagrado hacia él.

-Michael sólo tenía cuatro años cuando Joanna y Tom se casaron, y ahora que están muertos, mis padres y yo somos la única familia que le queda...

-Tiene abuelos, un tío, una tía, y dos primos en España -la interrumpió Alejandro. -¡Los conoce tan poco como a usted! -respondió ella, obstinadamente.

-Señorita Sullivan, lleva seis semanas repitiendo ese argumento -la interrumpió Alejandro-. Pero como le he dicho, ni usted ni sus padres tienen parentesco de sangre con Miguel...

-Realmente es un monstruo, ¿no?

-Brynne se puso de pie para acusarlo acaloradamente-. Michael aún tiene pesadillas por la muerte de su madre y el único padre que ha conocido. ¿Cómo puede apartarlo de ese modo de la gente que hasta ahora han sido sus abuelos y su tía?

-Sólo me llevo lo que es mío -contestó Alejandro.

Todavía él no sabía lo que sentía en relación a Joanna por haberle ocultado la existencia de su hijo todos aquellos años.

Su relación con ella había sido corta, apenas una aventura de vacaciones, pero eso no era excusa para que Joanna no lo hubiera informado de su existencia. Ella seguramente sabía quién era el padre.

Brynne lo miró, frustrada. Ella sabía que había sido probado científicamente que Michael era el hijo natural de aquel hombre. También sabía que él ahora tenía el derecho legal de llevarse a Michael a donde quisiera.

Ella nunca había tenido posibilidad alguna de quedarse con Michael después de que Alejandro Santiago hubiera probado su paternidad.

¿Cómo iba a competir una maestra soltera de veinticinco años con un hombre que tenía millones de libras, casas por todo el mundo y un avión particular para sus viajes de negocios?

La respuesta era que no podía. ¡Pero eso no le había impedido intentarlo!

-Lo siento, pero no voy a perder más tiempo en este tema -les dijo el arrogante español a los abogados-. Tengo compromisos de negocios en Mallorca que atender...

-¡Dios no permita que la futura felicidad de Michael interrumpa su agenda de trabajo! -exclamó Brynne.

Alejandro la miró con sus ojos grises fríos y luego dirigió la mirada a Paul Symmonds.

-Este sería un buen momento para aconsejarle a su cliente que prepare a Miguel para irse a Mallorca conmigo, para que yo lo vaya a recoger a su apartamento a las diez de la mañana de mañana -comentó bruscamente-. Si no, tendré que tomar medidas legales contra la señorita Sullivan -agregó Alejandro.

Y Brynne pensó que efectivamente, él lo haría.

Todavía le resultaba increíble que su bella, cariñosa y divertida cuñada, Joanna, hubiera podido tener una relación con un hombre como Santiago. Debía de tener unos treinta y tantos años, y era arrogante y frío. Aunque admitía que su altura, su pelo largo y sus facciones hacían de él un hombre apuesto.

Un hecho que Brynne, a pesar de su enfado y frustración, había notado en aquellas semanas.

¿Habría sido tan frío hacía siete años? ¿O algo había ocurrido durante aquel tiempo que lo había transformado?

Daba igual. Los tribunales habían decidido otorgarle su derecho sobre Michael, y ella no podía hacer nada.

Brynne miró a Alejandro desafiándolo y le dijo:

-¿No se olvida de algo, señor Santiago?

Alejandro levantó las cejas.

-¿Me he olvidado de algo?

-Oh, sí -respondió ella, triunfante-. El juez acordó otras reglas, y una de ellas es que lo mejor para Michael es que se quede conmigo tres semanas más para terminar el trimestre de verano del colegio.

-Acaba de terminar...

-Pero también acordó que, teniendo en cuenta que mi curso escolar ha terminado, si yo lo deseaba, se me permitiría acompañar a Michael durante el primer mes que él estuviera con usted. Para facilitar el tránsito a su nueva vida -dijo ella, incapaz de disimular el desagrado en su voz.

Alejandro sabía que el juez había hecho aquella concesión por la delicada situación del caso, pero él nunca había imaginado que aquella mujer que lo odiaba tanto y era tan hostil con él aceptaría.

Brynne Sullivan, estaba seguro, no sería más que una molestia si iba a Mallorca con Miguel y con él. Seguramente no estaría de acuerdo en ninguna de las decisiones que tomase él en relación al futuro de su hijo.

-Ésa me parece la solución ideal para Michael, ¿no lo cree así, señor Santiago? -dijo Paul Simmonds.

Alejandro miró a su propio abogado frunciendo el ceño. Su abogado se encogió de hombros.

¿Y él?, se preguntó Alejandro.

Estaba seguro de que si aceptaba aquello la rebelde Brynne Sullivan disfrutaría haciéndole la vida imposible durante unas semanas.

Brynne tampoco estaba contenta con la perspectiva de ir a Mallorca con Alejandro. Por empezar, porque a pesar de todo, el hombre le resultaba muy atractivo.

Pero ella sabía que su presencia ayudaría a Michael a aceptar el cambio. A ella no le sería fácil separarse del niño cuando acabase ese plazo, pero al menos podía marcharse sabiendo que Michael se estaba adaptando a vivir con su padre.

Ella se lo había explicado a Michael, por supuesto, pero con seis años, él no había sido capaz de comprender la complejidad de la situación.

-Señor Santiago... -ella lo miró.

La hostilidad era mutua, pensó.

Alejandro se encogió de hombros.

-M e da igual que acompañe o no a Miguel a

Mallorca, señorita Sullivan -respondió.

-Estoy segura de ello -contestó ella, irritada.

-Pero si ésa es su decisión, le aconsejo que también usted esté lista para marcharse conmigo mañana a las diez -concluyó él. ¡Eratanfrío! ¡Tanintransigente! ¡Tanarrogante! Iría a Mallorca por Michael y por ella, para pasar un tiempo más con el niño, porque la idea de estar un mes con aquel hombre le daba náuseas, pensó.

Aunque, a la vez, cuando estaba con él sentía las piernas como si fueran gelatina.

Capítulo 2

HAS VISTO la piscina, tía Bry? ¿Y la playa, cuando estábamos llegando aquí? Tía Bry, ¿has visto la playa? -preguntó Michael, excitado, mientras abría una de las puertas de cristal que daban a la terraza de su dormitorio. Alejandro le había dicho a Brynne que podía usar la habitación de al lado.

-¡Se ve la playa desde aquí, Alej... mmm... padre!

-Michael se corrigió torpemente-. El mar es azul... Y la arena es casi blanca. Y...

-No te acerques tanto a la barandilla, Michael -le dijo Brynne instintivamente mientras seguía a su sobrino al balcón, aliviada de tener unos segundos de respiro sin la poderosa presencia de Alejandro.

Al salir recibió el impacto del calor del sol de julio. Brynne miró la extensión de naranjos.

Era comprensible que Michael estuviera excitado con todo aquello. Si ambos hubieran estado de vacaciones, ella habría estado excitada también con la vista y el entorno en el que estaba la mansión de Alejandro; pero como sabía que regresaría sola a su país, no sentía ningún entusiasmo por todo aquello.

Debería haberse imaginado que la casa del mallorquín sería así.

Después de volar en su jet particular, con doce asientos que parecían sillones, y un camarero que les había servido una comida de la que se habría sentido orgulloso cualquier restaurante exclusivo de Londres, Brynne pensó que nada volvería a sorprenderle...

Aquella mansión era increíble. Rodeada de terrazas en los distintos niveles. El interior de mármol estaba fresco cuando llegaron después de un viaje de una hora desde el aeropuerto, y el mobiliario blanco aumentaba la sensación de frescura. La piscina brillaba con el sol y era una tentadora alternativa a la playa del Mediterráneo.

A pesar de sus iniciales sentimientos de aprensión, Michael estaba fascinado con el lugar.

A ella le habría gustado compartir el entusiasmo con el niño. Pero había estado muy consciente de la presencia de Alejandro Santiago.

Ya no llevaba su traje de negocios, sino uno negro con una camisa de manga corta, un atuendo más adecuado para un clima más cálido.

Alejandro había tenido una actitud formalmente cortés cuando había llegado al apartamento de ella a buscarlos.

Ahora que los había visto juntos no dudaba de que Michael fuese su hijo. Ambos tenían el pelo oscuro, los ojos grises, e incluso la cara de niño de Michael empezaba a tener las facciones angulosas de su padre. El hecho de que Michael fuera alto para su edad hacía suponer que sería alto como su padre también.

Alejandro en cambio había ignorado su presencia. Todos los comentarios que había hecho los había dirigido a «Miguel», comentarios que Michael había ignorado por completo hasta que se había dado cuenta de que «Miguel» era él.

-No creo haberle dado motivo para pensar que seré... un padre estricto con Miguel -dijo Alejandro al ver que Brynne miraba con ojos llorosos a Miguel mientras éste corría de un lado a otro de la terraza para admirar las vistas sobre el valle y el brillante mar azul.

Brynne se giró para mirarlo. Sus ojos parecían más azules y grandes que nunca con aquellas lágrimas balanceándose precariamente en sus largas pestañas.

-Hasta ahora no me ha dado motivos para que piense que será padre alguno -respondió ella.

¡Tal vez porque a él todavía le resultaba difícil creer que era el padre de Miguel!, pensó Alejandro.

No era que lo dudase en absoluto. Sino que había pasado muy poco tiempo desde que había sospechado que el niño de la foto del periódico era hijo suyo y la confirmación de que lo era.

-He pedido que nos sirvan bebidas en la terraza que hay al lado de la piscina, una vez que se haya refrescado después del viaje

-Alejandro se dio la vuelta para abrir la puerta del dormitorio, y llamó-: ¿Miguel?

El niño respondió inmediatamente, como si Alejandro le hubiera ordenado sentarse a un cachorro, pensó Brynne con resentimiento, al ver salir a Michael de la habitación e ir en dirección a su padre. Como era de esperar, la presencia de ella allí estaba ayudando a la adaptación del niño a sus nuevas circunstancias.

Brynne se sentó en la cama de Michael, hundió su rostro en sus manos y dejó salir las lágrimas que habían estado amenazando con estallar.

Eran unas lágrimas que había tenido guardadas demasiado tiempo.

El accidente de Tom y Joanna había sido un shock, y lo único que había podido hacer había sido mantenerse entera para que sus destrozados padres y el aturdido Michael pudieran apoyarse en ella. Ella no había tenido oportunidad de liberar su propio desconsuelo.

Pero aquel momento, en medio del lujo de la casa de Alejandro Santiago, le parecía tan bueno como cualquier otro.

-He vuelto para... ¿Por qué está llorando? -preguntó Alejandro, que se había detenido en la entrada de la habitación.

Brynne levantó la mirada, incapaz de no notar lo fuerte y apuesto que era él, a pesar de lo que ella estaba sintiendo.

-¿Por qué cree? -preguntó Brynne achicando los ojos. No le gustaba que aquel hombre fuera testigo de su tristeza.

-No tengo ni idea -dijo él, moviendo la cabeza.

-No, por supuesto -ella se irguió. Su momento de debilidad había pasado-. No sería capaz de imaginarlo -agregó-. ¿A qué ha vuelto? -preguntó borrando todo rastro de lágrimas de sus mejillas.

Aquella mujer era valiente, pensó Alejandro, aunque se sintiera incómodo por su llanto.

Era muy joven, por supuesto, diez años menor que él, que tenía treinta y cinco años, y no había medido sus fuerzas cuando se había enfrentado a él. Cuando él había confirmado su paternidad, no había dudado en reclamar a su hijo.

No obstante, él no se sentía totalmente indiferente a sus lágrimas, ni al hecho de que su tristeza le daba un aire de frágil belleza. Llevaba la cabellera pelirroja recogida, y aquel aspecto austero aumentaba su aspecto de vulnerabilidad, algo que no había notado en ninguno de los anteriores encuentros.

-Está disgustada -dijo él, afirmando algo obvio-. ¿Quiere que arregle todo para que se pueda ir a Inglaterra inmediatamente?

-A usted le gustaría, ¿no?

-Me gustaría poner fin a estos... desacuerdos, sí.

-¡Me lo imaginaba!

-Brynne se rió sin humor-. Pero, no. Lo siento, ¡pero me quedaré aquí el tiempo acordado!

-¡Dios mío! -exclamó él, frustrado-. ¡No sigas probando mi paciencia, Brynne! -le advirtió él-. ¡Es mejor tenerme como amigo que como enemigo!

-¿Amigo? -la palabra sonó como un eco en la mente de Brynne, mientras registraba que él había usado su nombre de pila y la había tuteado por primera vez.

Aparte de aquel toque de familiaridad, no había posibilidad alguna de que aquel hombre y ella fueran amigos.

Ninguno de sus amigos había provocado aquella reacción en sus sentidos.

-¿Sabes, Alejandro? Conmigo ocurre lo mismo -respondió ella usando su nombre de pila a propósito.

-Lo único que haces aquí es sufrir... -dijo él tensando la mandíbula.

-No parece que sea yo la que sufre, Alejandro.

Alejandro se irguió y dijo:

-Miguel quiere nadar en la piscina. ¿Podrías darme sus cosas de baño? «Michael...», pensó ella. Aquélla era la única razón por la que ella estaba allí. Y no tenía sentido seguir discutiendo con Alejandro Santiago.

-Por supuesto -respondió Brynne, acercándose a la maleta del niño.

La había preparado con mucho cariño la noche anterior después de que ella y Michael fueran a visitar a sus padres para despedirse.

Los juguetes del niño habían sido acomodados en cajas que habían sido cargadas en el avión aquella mañana.

-Toma -dijo Brynne dándole el colorido bañador, con ojos llorosos nuevamente. Le daba rabia tener aquella debilidad delante de Alejandro Santiago, pensó nuevamente.

¿Iba a volver a llorar?, se preguntó Alejandro.

Nunca había sabido qué hacer cuando lloraba una mujer. Ni con Francesca, con quien había tenido un breve e infeliz matrimonio. La miró con impaciencia y extendió la mano para tomar el bañador. En el intercambio rozó la mano de Brynne, y tuvo una sensación eléctrica que se extendió a su brazo y a todo su cuerpo.

Aquella mujer era un estorbo. No veía la hora de deshacerse de ella. Y sin embargo, durante un segundo se había sentido atraído por su piel, había sentido un calor...

¡Era un idiota!

Se echó atrás y dijo:

-Nos quedaremos al borde de la piscina hasta que vengas a bañarte con Miguel. Ella lo miró. ¿Qué había sucedido? Una especie de shock eléctrico que no hacía más que aumentar su reacción hacia él.

Había sido un momento, un breve momento... En el que le había parecido oír el latido del corazón de Alejandro.

¡Aquello era ridículo! ¡Porque Alejandro no tenía corazón! Si hubiera tenido corazón no habría sido tan irracional en lo concerniente a Michael. Y además, si lo hubiera tenido, habría sido más peligrosa la reacción de ella ante él.

-Supongo que mi presencia en la piscina te dejará libre para poder atender tus importantes negocios, ¿no?

-Tú ya sabías que yo tenía negocios aquí.

-Entonces, no te entretengas con nosotros -dijo Brynne.

-Tú eres una invitada en mi casa, Brynne, y como tal, serás tratada con respeto y cortesía. Pero como te he advertido una vez, no me presiones demasiado, ¡porque no te gustarán las consecuencias!

Era posible, pensó Brynne. Seguramente Alejandro podría hacerle la vida bastante más difícil a ella allí.

Pero ella no se iba a acobardar frente a él.

-Lo tendré en cuenta -respondió Brynne.

-Y ahora, si no te importa, me gustaría ir a mi habitación y deshacer el equipaje antes de bajar a la piscina... -respondió ella.

El tensó los hombros en respuesta.

El efecto que le producía Alejandro le enfurecía. Aquella frialdad... Aquella arrogancia... No comprendía cómo Joanna se había sentido seducida por él.

¿Sería una fachada?

Por el bien de Michael, esperaba que fuera así. Que debajo hubiera un hombre más cariñoso.

Capítulo 3

ALEJANDRO se alegró de tener gafas de sol para poder disimular la sorpresa que sintió cuando vio a Brynne salir a la terraza con un biquini turquesa muy pequeño.

No había estado muy claro con los pantalones de sastre y las blusas entalladas que siempre llevaba, pero ahora se veía que tenía un cuerpo espectacular.

Tenía la piel suavemente dorada, piernas largas y delgadas, caderas curvadas debajo de su estrecha cintura, y los pechos erguidos debajo de la tela turquesa.

Pero era una belleza de la que ella parecía estar ajena mientras caminaba hacia donde estaba sentado él.

Alejandro, en cambio, era muy consciente de su atractivo, pensó, al sentir una punzada de excitación.

-Puedes marcharte ahora -dijo ella fríamente mientras se ponía en una tumbona cerca de la de él.

Su tono volvió a despertar la irritación que sentía por aquella mujer.

-Eso voy a hacer

-Alejandro puso los pies en el suelo de la terraza-. La cena será a las ocho y media...

-Es muy tarde para Michael -protestó ella.

Probablemente lo fuera, pensó él, irritado. No se había dado cuenta de los cambios que tendría que hacer en su rutina diaria debido a Miguel. El hecho de tener un hijo todavía era algo que le sorprendía, algo de lo que Brynne no se daba cuenta, al parecer. Ella debía de pensar que él no tenía emociones.

-Quizá pueda pedirle a la cocinera que prepare algo para Michael más temprano... -comentó Brynne, apiadándose de Alejandro-. Michael suele estar en la cama a las ocho. Aunque eso cambiará cuando se vaya adaptando al estilo de vida mediterráneo.

Pero no esa noche, pensó ella mientras observaba al niño nadar en la piscina con la agilidad de un pez. Michael estaría agotado al final de la tarde, y ya había habido demasiados cambios en su vida como para cambiar también su horario de comida. Sería bueno que algo permaneciera igual para mantener el control de la situación.

-Me parece buena idea -dijo él. Inclinó la cabeza y se dio la vuelta para desaparecer.

-Dime -dijo ella alzando la mirada hacia él-. ¿Quién iba a cuidar a Alejandro si yo no hubiera estado aquí?

-Había pensado que lo cuide la hija de María, la cocinera -le explicó.

-Otra extraña.

-Brynne, no...

-Alejandro frunció el ceño y suspiró-. Esto es nuevo para todos nosotros -agregó finalmente-. Te sugiero que nos des un poco de tiempo a todos para que nos adaptemos.

-Por «nos adaptemos» probablemente quieras decir «me adapte». Yo he estado cuidando a Michael durante los últimos dos meses.

Alejandro dejó escapar un profundo suspiro.

-¿Piensas discutir conmigo durante toda tu estadía aquí?

-Probablemente -respondió ella. Después de todo, el bienestar de Michael era lo único que le interesaba.

Aunque Alejandro Santiago parecía un poco menos extraño en aquel entorno, porque su aspecto moreno encajaba mejor con aquel clima. Ella era la que, con su melena pelirroja y su piel blanca estaba fuera de lugar. Lo que era una de las razones por las que ella se sentía a la defensiva.

Una de las razones.

La otra era el recuerdo de ese breve momento de excitación física que había habido hacía poco tiempo entre ella y Alejandro.

-Eres sincera, de todos modos -respondió él.

-Oh, creo que te pareceré muy sincera -le aseguró Brynne.

-Bien -él asintió sonriendo débilmente mientras levantaba las cejas, sorprendido por su respuesta-. No me molesta la sinceridad. Lo que me irrita es la falta de sinceridad

-Alejandro apretó la boca.

Recordó las mentiras de Francesca y su engaño. Su matrimonio le había enseñado a no volver a confiar en una mujer.

-Si quieres llamar por teléfono a alguien para avisar que has llegado bien...

-¿A alguien?

-A tus padres, posiblemente -respondió Alejandro con impaciencia-. Estoy seguro de que querrán saber que Miguel y tú habéis llegado bien.

Brynne se puso seria al pensar en sus padres. Su padre había estado enferma de pena desde la muerte de Tom y Joanna, y a su padre le tocaba lidiar con aquello además de con su dolor. La situación de Michael estaba fuera de su comprensión de momento.

Una situación que aquel hombre había creado.

-Estoy segura de que querrán saberlo -respondió ella.

Alejandro asintió con la cabeza y agregó:

-Puedes usar el teléfono de la mansión con toda libertad. Yo tengo una línea separada en mi estudio para asuntos de negocios.

-Claro... -respondió ella.

-¡Sinceramente espero que esta pelea verbal no continúe a la hora de las comidas!

-Oh, probablemente continúe -respondió.

O sea que al malestar de la compañía de aquella mujer lo seguiría indigestión, pensó él.

El recordó su vida ordenada de hacía dos meses, antes de descubrir que tenía un hijo. Antes de que Brynne Sullivan hubiera entrado en su vida.

-Como quieras

-Alejandro asintió.

-Oh, no es lo que quiera yo, Alejandro. ¡En ese caso, tú no estarías aquí!

Nadie le había hablado así antes, pensó Alejandro, irritado.

-Brynne...

-¡Tía Bry!

-Michael irrumpió, excitado desde la piscina, mientras nadaba sonriéndoles hacia el borde-. ¿Vas a meterte, tía Bry?

-Por supuesto, cariño -ella alzó las cejas a Alejandro y se puso de pie. Se quitó la horquilla del pelo y se dejó el pelo suelto.

Alejandro sintió que se detenía el tiempo mientras la miraba. El sol captó su brillo, mostrando reflejos dorados entre el pelirrojo, provocando el efecto de una llama.

El sabía que Brynne era maestra, ¡pero no se parecía a ninguna maestra de las que había tenido en sus años de colegio!

-Os veré más tarde -dijo antes de marcharse hacia la casa.

Tenía que trabajar, se dijo, resistiendo el impulso de quedarse al lado de la piscina y mirar a Brynne y a Miguel. Había estado fuera tres días, y tenía numerosos mensajes y llamadas que responder.

¡Y eso antes de aplacar a la otra mujer que le complicabalavida! ¡Antonia!

-¡Oh! ¡Qué elegante! -exclamó Brynne mientras miraba la larga mesa de la cena. Su anfitrión estaba en un extremo de la mesa para doce personas.

Alejandro estaba magnífico, por supuesto, aunque excesivamente arreglado para cenar con alguien que consideraba una molestia. El esmoquin negro y la camisa blanca le daba a su aspecto un poderoso atractivo, que ella hubiera preferido evitar.

Como no había sabido si tenía que vestirse para la cena, pero con el presentimiento de que debía hacerlo, Brynne se había puesto un vestido negro hasta la rodilla con unos tirantes de cinta que resaltaba el dorado que había adquirido en las horas de sol.

Michael parecía estar pasándoselo muy bien con la novedad de todo aquello, y se había dormido inmediatamente cuando Brynne lo había acostado.

-¿Has subido a desear buenas noches a Michael? -preguntó ella achicando los ojos.

Alejandro suspiró mentalmente. Aquella mujer no paraba.

-Ya se había dormido para cuando subí -respondió él bruscamente.

-Entonces, tendrías que haber subido antes -dijo ella con tono de reproche.

-Es posible. Pero... -él se calló, frustrado, cuando María llegó con el primer plato.

-Gracias -dijo Brynne sonriendo a la mallorquína.

Había pasado una hora muy agradable con la mujer en la cocina, conversando con el poco español que había aprendido en la escuela y la ayuda de un poquito de inglés que había aprendido la mujer con los turistas que llegaban a la isla.

La barrera del idioma ciertamente no había sido un obstáculo para que María demostrase su cariño a los niños, mientras charlaba y sonreía a Michael todo el tiempo. Brynne se puso seria cuando María salió de la habitación.

-Estoy segura de que a Michael le gustaría ver la isla mientras yo estoy aquí. Así que... ¿tal vez podría usar el coche mañana? -sugirió ella con tono profesional.

De ese modo, además, se alejaría de la compañía de Alejandro.

-Pondré la limusina y al chófer a tu disposición.

-Eso no es lo mismo que conducir yo, ¿no?

-Brynne protestó. Había empezado a comer el melón con jamón. Estaba delicioso.

Alejandro achicó los ojos.

-Yo preferiría... que permitieses que te lleve mi chófer -respondió él. -¿No te fías de mí? ¿Crees que me voy a ir a Inglaterra con Michael?

-Te encontraría si lo hicieras.

-Estoy segura...

-¡Me gustaría conducir mi coche, para que pudiéramos explorar con más libertad!

-Ya te he dicho que Juan puede llevarte a donde tú quieras -le aseguró Alejandro firmemente.

-O sea que Michael y yo seremos prisioneros mientras estemos aquí, ¿no es cierto? -contestó Brynne dejando los cubiertos y apartando el plato. Había perdido el apetito.

Alejandro la miró.

-No es que quiera teneros prisioneros...

-Entonces, ¿cómo lo denominas? -preguntó ella mientras se erguía en el asiento. Tenía las mejillas encendidas.

-Eres una mujer muy difícil...

-Me da igual que pienses eso. ¡Lo que no soporto es que me traten como a una prisionera! Alejandro Santiago la miró un momento con ojos fríos y gesto de reproche.

-Muy bien -contestó él finalmente-. Puedes irte en el coche adonde quieras. ¡Pero no puedo permitirte que lleves a Miguel sin protección por toda la isla!

Brynne lo miró, incrédula. ¿Qué diablos...?

-Miguel es mi hijo -respondió Alejandro.

-Sí, pero...

-Supongo que cuando llegamos aquí te darías cuenta de los portones eléctricos y altas tapias...

-Bueno, sí, pero...

-Hay varios guardias de seguridad patrullando la propiedad también. ¡No seas tan ingenua, Brynne! -exclamó él mientras la veía con cara de confusión-. Ha habido varios secuestros en Europa en los últimos años. Y mi lucha por la custodia de Miguel ha tenido mucha difusión -le recordó.

Brynne se sintió mareada al darse cuenta de la realidad de lo que él estaba diciendo. Como Michael era el hijo del multimillonario Alejandro Santiago, había posibilidades de que Michael fuera blanco para secuestradores.

Brynne tragó saliva.

-Pero yo... ¡Michael ha vivido conmigo libremente en los dos últimos meses!

Alejandro inclinó levemente la cabeza.

-Y desde que he sabido de su existencia ha estado protegido -le aseguró-. Discretamente, pero protegido.

-Cuando iba a la escuela...

-Entonces, también

-Alejandro asintió nuevamente. Era increíble. Todo aquel tiempo ella ni lo había sospechado...

Pero ésa era la idea, que nadie lo sospechase.

-Eso es... ¡No tenía ni idea! ¿Por qué no me lo has dicho? -lo atacó, enfadada.

-No hacía falta que lo supieras.

-Oh... Y sólo es cuestión de que «necesite saberlo», ¿no? -respondió ella, furiosa-. Michael podría haber estado en peligro en cualquier momento en estas semanas, ¿y crees que yo no necesitaba saberlo?

-Brynne dejó la servilleta en la mesa antes de ponerse de pie y acercarse a él-. ¡Eres un arrogante!

El se encogió de hombros.

-Sólo protejo lo que es mío -dijo.

Y según él, ella no necesitaba saber que el niño necesitaba protección. ¡Cómo despreciaba a aquel hombre!

Capítulo 4

QUERÉIS Miguel y tú ir en coche a Deya conmigo...?

Brynne levantó la mirada de la revista que estaba hojeando mientras Michael se estaba dando un baño en la piscina y miró Alejandro.

Era evidente que ella seguía enfadada desde que había salido bruscamente del comedor la noche anterior, pensó él. Estaba seguro de que, de no haber tenido puestas las gafas de sol, se lo habría notado en los ojos.

Era un enfado al que ella quería aferrarse. Le resultaba una emoción más cómoda que aquella atracción física por él.

Aquel día él estaba vestido con ropa informal, nuevamente con sus pantalones negros y una camisa gris que resaltaba el color de su piel y de sus ojos y su cabello.

Ella torció la boca.

-¿ Y qué hay en Deya?

-Nada excitante. Pero mientras yo voy a una reunión de negocios, Miguel y tú podríais dar un paseo por el pueblo, y luego podríamos encontrarnos para comer los tresjuntos.

-¿Qué sacas tú?

-Nada. Sólo estaba pensando en su petición de ayer de ver un poco de la isla.

-Y supongo que Michael y yo tendremos que estar acompañados de guardias armados con gafas de sol, ¿verdad? -comentó sarcásticamente ella.

Alejandro apretó la boca.

-No están armados -respondió.

-Pero llevarán gafas de sol -dijo ella.

Puso los pies en el suelo de cerámica del patio y Alejandro notó que aquel día Brynne llevaba un biquini negro que le quedaba muy bien con el bronceado dorado que estaba tomando su piel.

-Estás teniendo una actitud muy infantil con esto...

-¿Sí? -lo desafió-. ¡Lo siento mucho! Pero tal vez sea porque es la primera vez que he tenido que ir acompañada a todas partes por guardias... ¡Armados o no!

Aunque ella sabía que aquello era necesario para mantener a salvo a Michael, ella no estaba de acuerdo en el modo en que él lo había planteado.

El se había dado cuenta de ello la noche anterior. -¡Te sugiero que te vayas acostumbrando! -exclamó Alejandro.

Ella se daba cuenta de que se estaba peleando con él sólo por pelearse. No le gustaba la idea de que Michael tuviera que estar vigilado y protegido todo el tiempo, pero al mismo tiempo ella aceptaba que eso era mejor que tener a un padre que no se preocupase suficientemente por el niño y su seguridad.

¡En cuanto a ella, no pensaba acostumbrarse a que la observasen todo el tiempo! Brynne lo miró, luego miró a Michael nadar hacia el borde en la piscina.

-Tu padre nos ha invitado a ir con él a un sitio que se llama Deya -le dijo serenamente a Michael.

No pensaba hacerlo partícipe de las discusiones entre su padre y ella. Después de todo, ella estaba allí para facilitar la relación entre ambos, no para empeorar las cosas.

Aunque Michael no parecía tener demasiado problema en adaptarse. La noche anterior había sido la primera vez que el niño no se había despertado llorando llamando a Joanna y Tom.

En cambio ella había estado intranquila, pensó Brynne. Había salido al balcón de su habitación para intentar calmarse después de la discusión con Alejandro. Y lo había visto irse de la mansión al garaje y salir con un coche deportivo minutos más tarde. Las luces rojas de atrás pronto habían desaparecido cuando se había adentrado en la carretera.

Y ella había pensado que las diez de la noche era una hora extraña para salir...

Aunque a lo mejor aquello explicaba por qué se había arreglado tanto para la cena. Tal vez no hubiera sido en su honor, sino porque tenía otro compromiso aquella noche.

Por la batalla legal que habían mantenido, ella sabía que Alejandro no estaba casado ni comprometido con ninguna mujer, pero eso no quería decir que no hubiera ninguna mujer.

Claro que no era asunto suyo, se había dicho.

Aunque Alejandro pensara lo contrario, ella pensaba seguir siendo parte de la vida de Michael cuando terminase el mes que le había otorgado el juez. Pero al mismo tiempo aceptaba que ella no tenía derecho legal, ni de otro tipo, como para opinar con quién era adecuado que se casara o no Alejandro.

-¿Qué opinas? -preguntó Brynne.

-¡Estupendo! -sonrió Michael, entusiasmado, saliendo del agua y agarrando una toalla. El niño corrió a la casa a vestirse. Brynne lo miró con ternura. Su piel se estaba bronceando con el sol. Se pondría del color de la de su padre. El parecido de Michael con su padre era cada vez más evidente.

-Creo que eso es un «sí» -le dijo ella a Alejandro-. Nos cambiaremos de ropa y nos reuniremos contigo.

Brynne agarró el libro y la revista y se dio la vuelta para ir arriba con Michael.

-Me he olvidado de preguntarte por la noche... ¿Tus padres estaban bien cuando los llamaste ayer? -preguntó Alejandro suavemente.

Ella se irguió bruscamente.

-Tan bien como puede esperarse en circunstancias como ésta -respondió ella con tensión.

Sí, Alejandro se imaginaba cómo podrían sentirse sus padres si les pasara algo a él o a su hermano.

O su desesperación... Si algo le sucedía a Miguel. Sólo había pasado unas horas con el nino, pero se daba cuenta de que era fuerte e independiente, con una naturaleza alegre a pesar de la reciente pérdida, y aparentemente nada malcriado.

Miguel se parecía a él a los seis años. Era un niño del que él ya estaba orgulloso. Aunque seguramente a Brynne Sullivan le costase creerlo.

-Debe de ser muy difícil para ellos -reconoció Alejandro.

-S í -contestó ella-. El llevar a Michael a verlos la noche antes de marcharnos fue... terrible.

Alejandro sabía que aquélla no era una situación ideal, que el haber descubierto que tenía un hijo había tenido dolorosas consecuencias para todos.

Pero no había una solución fácil al dilema.

-No tardaremos -dijo ella.

-No tengo prisa -respondió él.

Y se sentó en una tumbona a esperarlos. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

Antonia había estado particularmente difícil la noche anterior, tanto que él había vuelto a casa mucho antes de lo que había pensado.

El comprendía que el tiempo que había tenido que pasar en Inglaterra las últimas seis semanas no la había visto. Pero era una separación que Antonia había sentido más personalmente que él. Se lo había demostrado claramente la noche anterior. Ni su exótica belleza había compensado el aire de posesión que ella había empezado a adoptar en relación a él. Una posesión que Antonia no tenía derecho a sentir.

¿Por qué las mujeres se ponían así?

Bueno, mujeres como Antonia o Francesca. Él no se imaginaba a Brynne Sullivan poniéndose histérica, ni llorando para salirse con la suya.

Seguramente habría sentido el afilado borde de su lengua en una ocasión como aquélla. ¿Qué estaba haciendo imaginando a Brynne en una situación así?, se preguntó de repente.

Si no había ninguna posibilidad de que tuvieran una aventura, lo único que él podía ofrecerle a cualquier mujer...

Había habido muchas aventuras desde la muerte de Francesca, hacía cinco años, breves relaciones de transición que no habían resultado ninguna amenaza para la vida resguardada de todo sentimiento que había adoptado desde su desastroso matrimonio.

Alejandro agitó la cabeza. Brynne era la única mujer con la que no debía temer involucrarse en una relación. Era demasiado emocional, y desde el fracaso de su matrimonio él evitaba la emoción como si fuera una plaga.

Además, ¡ambos se repelían intensamente! Brynne bajó con Michael y encontró a Alejandro totalmente relajado en la tumbona.

Su rostro parecía más joven y más atractivo cuando no estaba dominado por aquellos feroces ojos grises. Y ella volvió a sentir lo letalmente sexy que era.

O sería, ¡si no le disgustase tanto!

Aquella mañana parecía un poco cansado, no obstante. Y después de haberlo visto salir por la noche, ella se imaginaba el motivo.

Era posible que no tuviera esposa o prometida, pero después de su desaparición la noche anterior, Brynne no dudaba que él tenía «algo».

Y no dudaba de que su presencia y la de Michael no impedirían que aquella relación continuase.

-Creía que nos íbamos -dijo ella.

Alejandro respiró profundamente antes de alzar las cejas. ¡Si había una cosa que no se podía hacer en presencia de aquella mujer era relajarse!, pensó.

Sobre todo viéndola con aquella camiseta verde escotada que tenía puesta, que dejaba ver el nacimiento de sus pechos, y aquellos shorts blancos que dejaban al descubierto sus largas piernas.

-Y nos vamos -contestó él. Alejandro se puso de pie y salió en dirección al garaje. Brynne y Miguel lo siguieron.

El estaba enfadado consigo mismo por notar la belleza de sus piernas, ¡aunque cualquier hombre de sangre caliente se habría sentido atraído por ellas!

Alejandro condujo hasta Deya en su Mercedes negro descapotable, con el techo al descubierto. Su pelo volaba con el viento.

Ella llevaba gafas oscuras y no se podía adivinar su expresión.

¡Seguramente estaba criticándolo internamente!,se dijo él.

Nada de lo que hiciera él recibiría el favor de Brynne, al parecer.

¡El no estaba acostumbrado a aquella reacción de una mujer!

Desde los dieciséis años su aspecto lo había beneficiado en la relación con las mujeres. Y con la madurez, a su atractivo físico se había agregado el ser un empresario millonario. La riqueza y el poder eran como un afrodisíaco para las mujeres.

Pero Brynne Sullivan parecía detestarlo por aquellos mismos atributos.

-¿Te gusta lo que has visto de la isla?

-Es muy bonita -respondió Brynne.

-Viven muchos artistas en Deya. Algunos buenos, otros, no tanto. Estoy seguro de que te gustará ver las galerías de arte de aquí.

-Es posible -dijo ella-. ¿Llevas a tus guardias escondidos en el maletero del coche? -preguntó. Alejandro estaba intentando ser agradable; entonces, ¿por qué esta mujer no podía hacer lo mismo?

-Raúl y Rafael van en el coche de atrás -murmuró él. Brynne miró hacia atrás y vio el vehículo a treinta metros de ellos aproximadamente. -¡Qué bien! -exclamó-. ¡Quizá podríamos tomar un caféjuntos una vez que lleguemos a Deya!

-¿Por qué te obstinas...?

-Alejandro se interrumpió al ver a Miguel en el espejo retrovisor-. No veo la hora de llegar... -murmuró.

Ella sonrió burlonamente.

Hicieron el resto del viaje en silencio, aunque ambos conversaron con Michael cuando éste hacía preguntas acerca del sitio.

Brynne se alegró de que Michael estuviera al margen de la tensión entre ellos. Ella había salido con muchachos en aquellos años, con otros estudiantes, con compañeros maestros, todos muy agradables. Se lo había pasado muy bien con ellos. Pero ninguno había sido como Alejandro. Él no era agradable ni amable...

En cuanto a disfrutar de su compañía... ¿Cómo iba a poder relajarse como para disfrutar de ello cuando el solo hecho de estar sentada a su lado la excitaba?

-Esto es Deya -anunció Alejandro con cierto alivio mientras aparcaba el Mercedes frente a uno de los hoteles más prestigiosos del lugar, con la intención de comer allí con Miguel y Brynne cuando terminase la reunión de negocios.

Aunque él dudaba que Brynne se sintiera impresionada por aquel lujoso hotel, y mucho menos con la excelencia del restaurante. ¡Ella parecía encontrarle poco atractivo a los lujos que su estilo de vida podía darle!

-Reservaré una mesa aquí para la una -dijo él cuando rodeó el coche para abrirle la puerta a ella, antes de tumbar el asiento para que Miguel pudiera salir del asiento de atrás.

-Estoy segura de que Rafael y Raúl se asegurarán de que no nos perdamos -dijo con tono burlón Brynne mirando a los guardaespaldas. Los hombres estaban saliendo de un coche negro aparcado a cierta distancia.

Alejandro intentó aplacar su enfado. Tenía una reunión de negocios importante, crucial. Y no podía dejar que la discordia con Brynne saboteara aquellas negociaciones, haciendo que fuera a la reunión enfadado e impaciente.

-Estoy seguro de que lo harán -dijo él, controlando su irritación-. Cuida a tu tía, Miguel -agregó poniendo su mano en los hombros de su hijo. Al mirarlo suavizó su expresión.

Miguel le sonrió.

-Tía Bry normalmente me cuida a mí.

Alejandro inclinó la cabeza levemente y agregó:

-En España es el hombre el que cuida a la mujer.

-Oh

-Miguel asintió, comprendiendo.

Brynne lo miró con el ceño fruncido. Michael tenía seis años, ¡por el amor de Dios!

-Es mejor que Miguel aprenda las costumbres de aquí -explicó Alejandro.

Ella levantó la barbilla y lo miró desafiantemente.

-Estoy segura de que hay muchas cosas que podemos aprender de ambas culturas -respondió Brynne. Alejandro se encogió de hombros impacientemente.

-Vas a necesitar euros... -dijo.

-Tengo mi propio dinero, gracias -contestó ella cuando él echó la mano hacia atrás para sacar su cartera del bolsillo trasero del pantalón.

-Estaba hablándole a Miguel.

-Yo tengo suficiente para mí y para Michael -le aseguró Brynne, molesta.

Ella sería sólo una maestra, pero eso no significaba que fuera a aceptar dinero suyo, ni siquiera para Michael.

-Por favor, no te entretengas con nosotros, que tienes una reunión -agregó ella con fingida dulzura.

Alejandro la siguió mirando.

-A la una -respondió.

Brynne estaba dispuesta a olvidarse de Alejandro Santiago y de su arrogancia durante las próximas dos horas mientras Michael y ella caminasen por el bonito pueblo.

La gente era tan amistosa. Hombres y mujeres hablaban a Michael en las tiendas y en la cafetería en la que pararon para tomar algo.

Raúl y Rafael no los siguieron, gracias a Dios, aunque los dos hombres se quedaron fuera esperando que salieran, media hora más tarde.

Michael, afortunadamente, pareció no darse cuenta de la presencia de los hombres, cuando salió de la cafetería, agarrado de su mano.

-Alej... Mi padre es simpático, ¿no crees, tía Bry? -preguntó Michael. La miró un poco ansioso mientras subían los escalones del hotel.

«Simpático» era lo último que diría ella de él.

Pero la pregunta de Michael le demostraba que el niño no estaba tan al margen de la animosidad que había entre ellos. En realidad, no era de extrañar, puesto que el antagonismo entre ellos salía a la superficie cada vez que estabanjuntos. Pero no era bueno que Michael lo hubiera notado. Y era evidente que el niño se sentía dividido.

-Muy simpático -contestó ella.

Michael frunció el ceño.

-¿Crees que a mamá y a papá les gustaba?

Brynne puso cara de incomodidad. No había duda de que a Joanna le había gustado Alejandro Santiago hacía siete años. Pero si le habría gustado ahora, ella no tenía ni idea. En cuanto a Tom, Brynne tampoco lo sabía...

Pero ésa no era una respuesta que pudiera darle a Michael. El futuro del niño estaba con Alejandro, le gustase o no, y como ella quería a Michael, quería ayudarlo a adaptarse al cambio.

-Estoy segura de que les gustaba -contestó ella con afecto y apretó suavemente la mano del niño para consolarlo.

Esperaba que Alejandro agradeciera su esfuerzo en contra de sus verdaderos sentimientos, pensó.

-Bien -dijo Michael aliviado.

Evidentemente, aunque el niño no comprendiera cómo había sucedido, se estaba acostumbrando a tener a Alejandro como padre, y eso tenía que ser bueno, pensó ella.

¡Aunque a Brynne no le entusiasmase la idea!

Ella se sintió más desconcertada cuando llegaron al restaurante al aire libre.

Descubrió que Alejandro no estaba solo en la mesa a la que los acompañaron. Había una mujer hermosa a su lado, con una cabellera larga morena y una tez aceitunada. Tenía exquisitas facciones y unos ojos negros ajuego con una boca sensual...

Capítulo 5

ALEJANDRO apretó levemente la boca cuando vio a Brynne y a Miguel ir hacia la mesa donde él estaba con Antonia.

Se suponía que Antonia no debería haber estado allí con su padre aquel día, y Alejandro estaba molesto por su presencia, ya que había hecho que una reunión seria de negocios se transformase en una ocasión para las relaciones sociales.

¿Lo habría hecho a propósito Felipe Roig?

No lo sabía.

Había sido muy fácil halagar a Antonia, la hija del viudo Felipe Roig, para conseguir la simpatía de su padre. Pero si el modo en que Antonia había empezado a perseguirlo era indicativo de algo, él empezaba a sospechar que ella se lo había tomado demasiado en serio. Lo que podía tener como resultado el que Felipe pusiera un precio más alto a la tierra que quería vender del que Alejandro estaba dispuesto a pagar.

No era que Antonia no fuera hermosa. Tenía una figura voluptuosa que indicaba una naturaleza apasionada con la que satisfaría sin duda al afortunado hombre que se casara con ella. ¡Pero no sería Alejandro!

Francesca y él se habían equivocado al casarse, y habían tenido un matrimonio penoso y desastroso.

¡ Y élno pensaba repetir el error!

Antonia se había quedado después de que se hubiera marchado su padre, pero él se las había arreglado para no invitarla a comer.

¡Pero ahora que habían llegado Brynne y Miguel no tendría elección!

Alejandro se puso de pie cuando Brynne y Miguel llegaron a la mesa y les sonrió más fríamente de lo que hubiera deseado.

-¿Habéis tenido una mañana agradable? -preguntó Alejandro cortésmente.

-Oh, ¡ha sido estupenda! -respondió su hijo, entusiasmado-. Hemos estado en todas las tiendas y luego hemos ido a una cafetería, donde un hombre me ha dado una galleta para comer con el zumo... Y nos sentamos fuera y miramos cómo la gente rellenaba botellas de agua de un arroyo que baja de las montañas, y...

-Despacio, Miguel, despacio -se rió Alejandro, tratando de tranquilizar al excitado Miguel.

Era consciente de que Brynne lo estaba mirando con aquellos ojos azules. Luego notó que ella dirigía su mirada a Antonia Roig.

El puso sus manos en los hombros de Miguel y lo giró para que mirase a la mujer que estaba sentada a la mesa.

-Miguel, quiero presentarte a una amiga mía, Antonia Roig

-Alejandro miró a Antonia-. Antonia, éste es...

-Tu hijo -dijo Antonia sensualmente con una sonrisa-. Es evidente. Se parece mucho a ti, Alejandro -agregó con tono íntimo.

Brynne observó el intercambio.

Una cosa era que Alejandro fuera el padre de Michael, a lo que apenas se estaba adaptando, y otra muy distinta que aquel arrogante español quisiera presentarle ya a su futura madrastra.

Antonia Roig era muy guapa, reconoció Brynne al mirar la cara de la mujer. Pero había algo en su mirada, una falta de calidez cuando sonreía, que a ella le hacía pensar que Antonia era la típica mujer que mandaría a Miguel a un colegio interno.

¡Aunque suponía que con aquellas curvas voluptuosas Alejandro no habría llegado a fijarse en su mirada!

Los ojos de Antonia se achicaron para mirar a Brynne.

-¡Qué buena idea has tenido, Alejandro, trayendo a la niñera de Miguel!

-Antonia sonrió con desprecio a Brynne antes de dirigir su mirada a Alejandro nuevamente-. Alejandro, ¿por qué no...?

-¡Oh! ¡Brynne no es mi niñera! -exclamó Michael riendo, totalmente al margen de la tensión entre los adultos-. Es mi tía. Mi tía Bry -agregó el niño.

Antonia la miró, contrariada, de los pies a la cabeza, hasta posar su mirada en su rostro sin maquillaje y con pecas.

-Tu... tía -murmuró Antonia especulativamente antes de volver a mirar a Alejandro levantando las cejas-. La misma tía que...

Evidentemente, Alejandro no había tenido oportunidad de contarle a aquella mujer que la fastidiosa tía de Michael había ido de visita a Mallorca también.

-La misma tía -le dijo Brynne a Antonia alegremente mientras extendía la mano-. Soy Brynne Sullivan. ¿Va a comer con nosotros, señorita Roig? -preguntó.

La mujer apenas rozó la mano de Brynne con la suya, delgada y de uñas pintadas de rojo.

-Me quedaría, pero, lamentablemente, esta tarde tengo otro compromiso en Palma de Mallorca -contestó Antonia-. No te habrás olvidado de la cena de esta noche, ¿verdad, Alejandro? -agregó.

«¡Oh, Dios!», pensó Brynne mientras se sentaba en la silla que acababa de dejar la otra mujer. ¡El pobre Alejandro tenía gesto de temer las explicaciones que tuviera que dar luego!, pensó ella.

-Por supuesto que no me he olvidado -respondió él, un poco impacientemente.

Brynne contempló cómo Alejandro le daba un beso a la mujer en la mejilla antes de que ésta se marchase.

-¡Qué pena que la señorita Roig no haya podido quedarse! -remarcó Brynne cuando Antonia se había ido.

Alejandro dejó de mirar a Antonia mientras se alejaba y miró a Brynne con el ceño fruncido mientras ésta ocultaba su rostro detrás de la carta del restaurante.

-Sí, una pena -respondió él volviendo a sentarse.

Por el modo en que Brynne lo miró, él se dio cuenta de que ella estaba disfrutando con la incomodidad de la situación para él.

Pero ¿qué podría haber hecho él? ¿Presionar a Antonia para que comiera con ellos? Con aquella actitud de Brynne habría sido un desastre, estaba seguro.

No, había hecho lo correcto. Él tendría tiempo de sobra para explicárselo a Antonia aquella noche.

-Todo tiene muy buen aspecto. ¿Qué me recomiendas? -preguntó Brynne mientras cerraba la carta y lo miraba con ojos maliciosos aún.

Ella no parecía mucho mayor que Miguel con aquella cara de inocente, totalmente sin maquillaje, y aquel cabello recogido en una coleta con una banda elástica que hacía juego con su camiseta.

¡Excepto que aquella expresión era demasiado inocente!

-Todo está bueno -respondió él antes de desviar su atención a su hijo, para ayudarlo a elegir la comida.

Sorprendentemente, Brynne disfrutó de la comida, que era excelente.

Alejandro y ella se ignoraron casi todo el tiempo, lo que era una suerte para su digestión. Pero Michael estaba empezando a relajarse en compañía de su padre El vino que pidió Alejandro complementó su comida perfectamente. Y la vista del valle hasta el mar desde lo alto de la terraza donde estaban era espectacular.

De hecho, para cuando volvieron de regreso a la mansión, ella se sintió relajada.

Michael estaba contento de volver a la piscina por la tarde, y dejar que Brynne descansara en una de las tumbonas. Ella se habría podido dormir una larga siesta después de la deliciosa comida y el vino.

Pero la presencia de Alejandro no la dejaba relajarse totalmente.

-Entonces, ¿vas a salir otra vez esta noche? -preguntó ella incorporándose para ponerse crema en sus brazos y piernas bronceadas.

-¿«Otra vez»? -preguntó él.

Brynne no lo miró. Se extendió para ponerse crema a lo largo de sus piernas.

-Te vi salir ayer por la noche... Pero evidentemente no lo había visto volver dos horas más tarde...

Su salida había sido suficiente para que ella sacase conclusiones equivocadas. Y el conocer a Antonia aquel día habría apoyado su teoría.

Pero él no comprendía por qué aquella mujer pensaba que tenía derecho a meterse en su vida privada.

Brynne se levantó la camiseta hasta debajo de los pechos para ponerse crema en el abdomen. Tenía un vientre completamente liso, de piel blanca muy suave. Y aquellos pechos que se alzaban debajo de la prenda...

¿Qué estaba haciendo él? Aquella mujer era la tía de Miguel, la mujer que le estaba haciendo la vida imposible desde hacía unos meses. No podía ser que se sintiera atraído por ella... -¿Tienes que hacer algún comentario acerca del compromiso que tengo para la cena? -preguntó.

Ella era una molestia continua. Así que ¿qué importaba que tuviera un cuerpo atractivo? Hasta las pecas que cubrían todo su cuerpo tenían una sensualidad que jamás habría imaginado. ¡Le habría gustado besárselas una a una!

-En absoluto

-Brynne pareció sorprendida por su pregunta-. Sólo estaba conversando, Alejandro.

El no la creía.

Pero no estaba involucrado en una relación con Antonia, como Brynne imaginaba. Antonia era encantadora y bella, y lo halagaba, pero él jamás mezclaba los negocios con el placer, y menos con el placer que había estado fantaseando con Brynne hacía escasos minutos.

Aunque la actitud posesiva de Antonia le indicaba que tal vez no hubiera sido lo suficientemente cuidadoso en lo concerniente a las relaciones durante el periodo en que había estado distraído peleando por la custodia de Miguel. Tanto Antonia como su padre podrían haber tenido falsas expectativas con el interés que él había mostrado por Antonia.

Pero él no tenía intención de volver a pasar por el doloroso proceso de un matrimonio. Y ahora que tenía un heredero, no tenía necesidad de hacerlo.

Pero seguía existiendo el problema de Felipe Roig... Alejandro se puso de pie y dijo:

-Tengo que hacer algunas llamadas.

-¡Oh! ¡Qué hombre tan ocupado eres, Alejandro!

-Brynne levantó la mirada y apoyó la cara en su rodilla flexionada.

-Tengo compromisos profesionales, sí -respondió mirándola fríamente.

Brynne arqueó las cejas.

-Debe de ser muy agradable para ti tener un compromiso profesional tan hermoso como Antonia Roig.

-Eso no es asunto tuyo, pero mi única relación con Antonia es que tengo negocios con su padre, Felipe.

-¿De verdad? No daba esa impresión...

-Me da igual lo que pienses -la interrumpió Alejandro-. Realmente no tienes derecho a cuestionarme de este modo, Brynne -agregó.

-Pero vais a cenarjuntos esta noche -lo desafió ella.

Después de todo, si él estaba pensando en casarse con Antonia, ésta se convertiría en la madrastra de Michael. ¡Y ése sí era asunto suyo!