Pack Vaqueros - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Amantes rudos y fuertes, pero a la vez tiernos y dulces… ¡Enamórate de ellos! Un hombre sin piedad Diana Palmer ¿Podrían olvidar las heridas del pasado y dejar que el amor entrara en sus vidas? Boone Sinclair era alto, fuerte y atractivo. El ejecutivo y ranchero texano lo tenía todo, salvo a Keely Welsh. Ella siempre lo había cautivado, pero él siempre la había ignorado porque pensaba que era demasiado experimentado para aquella inocente belleza. Keely llevaba desde los trece años enamorada de Boone, y ahora que tenía diecinueve estaba decidida a convencerlo de que ya no era una niña, sino una mujer dispuesta a conquistar su corazón. El hombre que lo tenía todo Christine Rimmer Había una razón para que Grant Clifton fuese el soltero más deseado de Thunder Canyon: aquel ranchero convertido en empresario hacía que las mujeres se derritieran como la nieve en un cálido día de verano. Tampoco a Stephanie Julen le pasaban inadvertidos sus encantos. Grant y Steph se conocían de siempre, pero una tragedia los había hecho estar más unidos que nunca. El problema era que Grant siempre había visto a la tímida Steph como a una hermana… Otra vez en casa Sherryl Woods Tucker Spencer, sheriff de Trinity Harbor, estaba acostumbrado a la acción, pero encontrarse una mujer medio desnuda dormida en su cama lo dejó sin palabras. Especialmente porque esa mujer, Mary Elizabeth Chandler, era la misma que le había roto el corazón seis años antes al casarse con otro. Mary Elizabeth había acudido a Tucker porque necesitaba su ayuda después de que su marido fuera asesinado. Lo que no sabía era si la habría perdonado o si estaría dispuesto a quedarse con ella una vez que todo aquello hubiera terminado...

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Créditos

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 72 Vaqueros, n.º 72 - octubre 2015

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6193-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Un hombre sin piedad

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

El hombre que lo tenía todo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Otra vez en casa

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

Epílogo

Un hombre sin piedad

Capítulo 1

 

Keely Welsh sintió su presencia antes de verlo. Había sido así desde el día que conoció a Boone Sinclair, el hermano mayor de su mejor amiga. No era un hombre guapo como un actor, ni gregario. Era un recluso, un solitario que apenas sonreía e intimidaba a la gente con sólo entrar en una habitación. Keely siempre sabía cuándo estaba cerca, aunque no lo viera.

Era alto y delgado, pero tenía piernas poderosas y manos y pies grandes. Había rumores sobre él que se iban exagerando según pasaban de boca en boca. Había estado en las Fuerza Especiales, en el extranjero, cinco años antes. Había salvado a su unidad de una destrucción segura. Había ganado medallas. Había comido con el presidente en la Casa Blanca. Había hecho un crucero con un autor famoso. Había estado a punto de casarse con una princesa europea. Y más y más.

Nadie sabía la verdad. Bueno, tal vez Winona y Clark Sinclair la supieran. Winnie, Clark y Boone estaban más unidos de lo que solían estar los hermanos. Pero Winnie no hablaba de la vida privada de su hermano, ni siquiera a Keely.

Cada día desde que cumplió los trece años, Keely había amado a Boone Sinclair. Lo observaba desde la distancia, con ojos verdes suaves y posesivos. Le temblaban las manos cuando lo veía inesperadamente. En ese momento, temblaban. Él estaba en el mostrador, firmando en el registro. Tenía una cita para ponerle a su perro las vacunas de rutina. Lo hacía todos lo años. Adoraba a Bailey, su pastor alemán marrón y negro. La gente decía que era lo único en el mundo que quería. Tal vez quisiera a sus hermanos, pero no lo demostraba. Su cariño por el perro, sí.

Uno de los veterinarios salió y llamó a Bailey. Lo condujo a una de las salas. Boone pasó ante Keely. Nunca la miraba ni le hablaba. Para él era como si fuese invisible.

Ella suspiró cuando la puerta se cerró tras él y su perro. Ocurría lo mismo cada vez que la veía. Incluso en su enorme rancho, cerca de Comanche Wells, al oeste de Jacobsville, Texas. Nunca le decía a Keely que no podía invitar a Winnie a comer o montar a caballo, pero aun así la ignoraba.

—Es curioso —había comentado Winnie un día que paseaban a caballo—. Boone nunca hace ningún comentario sobre ti, simula no verte. Me pregunto por qué —miró a Keely con picardía en sus ojos oscuros—. Tú no sabrás por qué, ¿verdad?

—No tengo ni idea —Keely sonrió. Era la verdad.

—Sólo pasa contigo —comentó su amiga, reflexiva—. Es muy educado con las citas de mi hermano Clark, incluso con esa camarera que trajo a cenar un día, y ya sabes lo esnob que puede ser Boone. Pero simula que tú no existes.

—Tal vez le recuerdo a alguien que le disgusta.

—Bueno, estuvo comprometido con aquella chica.

—Sí, me acuerdo de su compromiso —a Keely le dio un bote el corazón. Ella había tenido casi quince años, justo antes de que él regresara del extranjero, y su joven corazón se había roto en pedazos.

—Fue justo antes de que volvieras aquí para vivir con tu madre —siguió Winnie—. De hecho, fue cuando ella empezó a beber mucho más… —titubeó. La madre de Keely era alcohólica y era un tema delicado—. El caso es que Boone estaba a punto de dejar el ejército. Su prometida fue a Alemania, donde había sido trasladado tras ser herido en combate y… puff. Desapareció. Boone regresó y nunca volvió a mencionar su nombre. Nunca supimos qué ocurrió.

—Comentan que pertenecía a la realeza europea —aventuró Keely con timidez.

—Era pariente lejana de un hombre que había sido nombrado caballero en Inglaterra —fue la sarcástica respuesta—. El caso es que dejó a Boone y él estuvo amargado un tiempo. Pero hace tres semanas recibió una llamada suya. Vive con su padre, que tiene una agencia de detectives en San Antonio. Le dijo a Boone que había cometido un terrible error y que quería arreglarlo.

A Keely se le encogió el corazón. Una rival que había tenido una historia amorosa con Boone. La entristecía pensar en ello, a pesar de que nunca conseguiría acercarse lo bastante a él para hacerle la competencia a ninguna mujer.

—Boone no perdona a la gente —dijo en voz alta.

—Es verdad —Winnie sonrió—. Pero se ha suavizado un poco. Sale con ella de vez en cuando. De hecho, la semana que viene van a un concierto de Desperado.

—¿Le gusta el rock duro? —se sorprendió Keely. Parecía tan digno y estirado que no se lo imaginaba en un concierto de rock. Lo dijo.

—Yo sí —rió Winnie—. No es el hombre conservador y callado que parece. Sobre todo cuando pierde el genio o discute.

—Boone no discute —comentó Keely.

No lo hacía. Si se enfadaba lo bastante, daba un puñetazo. No a mujeres, por supuesto, pero sus hombres sabían que no debían contrariarlo, sobre todo si estaba de mal humor. Un mozo de cuadra había descubierto, por las malas, que nadie se reía del jefe. Boone había sido coceado por un caballo y al mozo le pareció muy divertido. Boone había atado al hombre a un poste y le había echado encima un cubo de heno reciclado. Y sin decir una sola palabra.

—Me estoy acordando de aquel mozo… —Keely soltó una carcajada. Winnie también se rió.

—Dijo que no se lo podía creer, ni siquiera mientras estaba ocurriendo. Boone es tan estirado que nadie lo imaginaría manchándose las manos. Sus vaqueros lo subestimaban al principio, pero ya no.

—El episodio de la serpiente de cascabel tampoco estuvo mal —fue la risueña respuesta.

—¡El cocinero se quedó atónito! —exclamó Winnie—. Era un cocinero pésimo, pero amenazó a Boone con demandarlo si lo despedía, y parecía que tendríamos que quedarnos con él. Amenazó a Boone con cocinarle una serpiente de cascabel si volvía a quejarse de la comida y añadió algunos comentarios picantes sobre la prometida. Una mañana abrió el horno para ver si estaba limpio, ¡y una serpiente de cascabel le saltó a la cara!

—Por suerte para el cocinero no tenía colmillos.

—¡Pero él no lo sabía! —rió Winnie—. Y tampoco sabía quién la había metido ahí. Renunció al trabajo en ese momento. Los hombres vitorearon mientras se marchaba. El cocinero siguiente tenía talento, y era todo educación con mi hermano.

—No me extraña.

—Boone tiene cosas de ésas —su hermana movió la cabeza—. Como no encender nunca la calefacción en su dormitorio, aunque haga un frío endemoniado, o ir siempre con las camisas abotonadas hasta el cuello.

—Nunca lo he visto sin camisa —comentó Keely. Era raro, porque la mayoría de los vaqueros trabajaban con el torso desnudo en verano. Pero Boone no.

—Solía ser menos timorato —dijo Winnie.

—¿Timorato Boone? —se asombró Keely.

—Bueno, supongo que esa palabra no encaja.

—No, en absoluto.

—Pensándolo bien no es el único mojigato de por aquí, Keely. Tú siempre llevas manga larga y escote cerrado.

Keely tenía una buena razón, que no había compartido con nadie. Era la razón por la que no tenía citas. Un secreto terrible. Se habría muerto antes de decírselo a Winnie, que podría contárselo a Boone…

—Recibí una educación muy estricta —dijo Keely con voz queda. Era verdad, sus padres habían insistido en que Keely fuera a la iglesia todos los domingos—. Mi padre no aprobaba la ropa llamativa o reveladora.

Seguramente porque la madre de Keely flirteaba con todos los hombres cuando bebía. Incluso había intentado seducir a Boone. Keely no lo sabía y Winnie no sabía cómo decírselo. Era una de las razones del antagonismo de Boone hacia Keely.

Las cosas habrían ido mejor si Keely supiera dónde estaba su padre. Le decía a la gente que lo creía muerto, porque era más fácil que admitir que era alcohólico, como su madre, y que se relacionaba con hombres peligrosos. Al principio lo había echado de menos, pero estar con él habría sido peligroso. Aún lo quería, a pesar de lo que le había ocurrido a ella.

—Ahora que lo pienso, Keely, ni siquiera sales.

—Soy veterinaria auxiliar. Estoy muy ocupada. Trabajo cuando me llaman, ya lo sabes. Si hay una urgencia a medianoche, o el fin de semana, voy.

—Eso es pura basura —dijo Winnie, mientras paraban para que los caballos bebieran de un arroyo cristalino—. Incluso te he presentado a hombres agradables del trabajo. Te conviertes en un témpano cuando un hombre se acerca.

—Trabajas en comisaría, Winnie y me traes a policías para que salga con ellos —dijo Keely, irónica.

Winnie era administrativa en el Departamento de Policía de Jacobsville durante el día, y había empezado un nuevo turno dos noches a la semana, atendiendo llamadas del 911. De hecho, esperaba que le ofrecieran ese turno permanente, porque estar con el oficial Kilraven todo el día la estaba matando.

—Los policías me ponen nerviosa. Imagina, podría tener antecedentes criminales —dijo Keely.

—Ocultas algo —Winnie movió la cabeza.

—Nada grave. En serio —lo que sospechaba de su padre, si era cierto, la mortificaba. Si Boone lo descubría alguna vez se moriría de vergüenza. Pero no sabía nada de él desde los trece años, así no era probable que apareciera un día con sus amigos forajidos. Rezaba porque no lo hiciera. El comportamiento de su madre ya era lo bastante difícil de soportar.

—Hay un agente muy guapo que se incorporó hace unas semanas. Es tu tipo.

—Kilraven —adivinó Keely.

—¡Sí! ¿Cómo lo has sabido?

—Porque hablas de él a todas horas —Keely frunció los labios—. ¿Seguro que no estás interesada en él? Tú también estás libre y sin compromiso.

—No es mi tipo —Winnie se sonrojó.

—¿Por qué no?

—Me dijo que yo no era su tipo —Winnie se removió en la silla de montar—. Me dijo que era demasiado joven para encapricharme de un lobo viejo como él, y que no se me ocurriera hacerlo.

—¡No se atrevería! —exclamó Keely.

—Sí. No me había dado cuenta de que yo era tan transparente. Es guapísimo, la mayoría de las mujeres lo miran. Notó que yo lo hacía, supongo que por ser quién soy —su expresión se ensombreció—. Puede que Boone le haya dicho algo. Es muy protector. Piensa que soy demasiado inocente.

—En su defensa, es verdad que has llevado una vida muy protegida. Kilraven es un hombre de mundo. Y es peligroso.

—Lo sé —masculló Winnie—. Ha habido casos en los que sudo sangre hasta que vuelve a la comisaría sano y salvo. También ha notado eso. Me dijo que no le gustaba —inspiró larga y profundamente—. Desde luego… yo te cuento mi agonía privada, pero tú no compartes la tuya. Da igual, Keely. Lo sé.

—¿Qué? —Keely rió con nerviosismo—. No tengo secretos.

—Toda tu vida es un secreto. Pero el mayor de todos es que estás enamorada de mi hermano.

Keely la miró como si la hubiera abofeteado.

—Nunca se lo diría. De verdad. Lamento cómo te trata. Sé cuánto duele.

Keely desvió la mirada, avergonzada.

—No seas así —dijo Winnie con voz suave—. No diré nada. Nunca. En serio.

—Lo que siento no hace daño a nadie. Él nunca lo sabrá —Keely se relajó y tomó aire—. Y me ayuda a entender lo que sería amar a un hombre, incluso si ese amor no es correspondido. Es imaginar lo que nunca tendré, nada más.

—¿Qué quieres decir? ¡Claro que serás amada algún día! Keely, tienes diecinueve años. ¡Tienes toda la vida por delante!

—No en ese sentido —Keely miró a su amiga con tristeza—. Nunca me casaré.

—Pero algún día…

—No —negó con la cabeza.

—Cuando seas algo mayor, puede que pienses de otra manera —Winnie se mordió el labio—. Tienes diecinueve años y Boone treinta. Es una gran diferencia de edad y él piensa en esas cosas. Su prometida sólo era un año menor que él. Dice que las parejas no deberían casarse si no tienen la misma edad.

—¿Por qué?

—No hemos hablado mucho de eso, pero nuestra madre era doce años menor que mi padre. Él murió destrozado porque ella se fugó con su hermano menor. Siempre dijo que había cometido un error casándose con alguien de otra generación. No tenían nada en común.

—¿Tu madre aún vive? —preguntó Keely, triste.

—No lo sabemos. Después del divorcio, se casaron y se trasladaron a Montana. No volvieron a ponerse en contacto.

—Eso es muy triste.

—Amargó a Boone. Eso y que su prometida lo abandonara. No tiene buena opinión de las mujeres.

—No lo culpo, la verdad —admitió Keely—. ¿No es una pena que las dos seamos demasiado jóvenes para los hombres que nos interesan?

—Eso creen ellos. Pero siempre podemos hacerles cambiar de opinión. Sólo hay que encontrar cómo.

—¿Suena fácil, eh? —Keely se rió.

—En realidad no —Winnie tiró de las riendas, haciendo que el caballo saliera del arroyo. Keely la imitó. Pusieron rumbo al rancho—. Hablemos de algo más alegre. ¿Asistirás al baile de beneficencia?

—Me gustaría, aunque fuera sola, pero mis tres jefes van a ir. Así que estaré de guardia.

—¡Eso es terrible!

—Pero justo. Yo libré el año pasado.

—Me acuerdo. Te quedaste en casa.

—Nadie me invitó a acompañarlo.

—No animas a los hombres —apuntó Winnie.

—¿Para qué? —Keely sonrió con tristeza—. Cualquier hombre que me invitara, sería segundo para mí. No quiero una relación con nadie.

Winnie siempre había sentido curiosidad por la extraña vida privada de Keely. Se preguntaba qué le había ocurrido para volverla tan solitaria.

—Sólo es un baile. No tienes que acceder a casarte con el hombre que te acompañe a casa.

—¡Eres terrible! —Keely soltó una carcajada—. De todas formas, estaré trabajando. Ve tú y disfruta por las dos.

—El hombre que me acompaña también sería segundo para mí —le recordó ella—. La diferencia es que yo quiero ir para restregarle mi cita por la cara a Kilraven.

—No irá —murmuró Keely.

—¿Por qué crees eso?

—Lo supongo. Es muy reservado. Creo que Kilraven odia a las mujeres; me recuerda a Cash Grier, que era así hasta que se casó con Tippy Moore.

Keely sentía pena por Winnie, y también por sí misma. Los hombres eran un dolor de cabeza…

Regresó al presente a tiempo de ver a Boone salir de la sala de consulta con Bailey. Pasó junto a Keely sin mirarla o decir palabra. Ella lo siguió con los ojos mientras el corazón se le rompía por dentro. Luego, sonriente, para no inquietar a sus colegas, volvió a concentrarse en el trabajo.

 

 

Keely odió a la ex prometida de Boone en cuanto la vio. El padre de Misty Harris tenía una agencia de detectives en San Antonio, y era rica. Era bonita, muy inteligente y miraba con desdén al resto de las mujeres. Winnie le había dicho a Keely que a Boone le gustaban las mujeres con cerebro y espíritu independiente. Añadió que creía que también serían buenas en la cama, lo que incomodó a Keely.

La mujer tenía una lengua venenosa y Keely le caía mal. Resultó obvio cuando llegó para una cita con Boone el siguiente viernes por la noche y encontró a Keely en la sala con Winnie.

—¿No tenéis citas? —las provocó. Estaba muy elegante con un vestido de cóctel negro y el largo cabello negro cayendo sobre sus hombros. Sus ojos azul profundo chispearon con malicia—. Es una pena. Boone me lleva al concierto de Desperado. Va a presentarme al cantante. Hace dos meses que tenemos las entradas. ¡Será una velada fantástica!

—Desperado me encantan —admitió Winnie.

—No me perdería este concierto por nada —ronroneó la morena.

Se oyeron arañazos y aullidos en la puerta lateral.

—Oh, es ese perro —masculló la morena—. Está muy sucio. Por Dios, Winnie, ¿no irás a dejarlo entrar? ¡Las alfombras persas son muy valiosas! ¡Las llenará de barro!

—Bailey es un miembro de la familia —dijo Winnie con voz fría; abrió la puerta y agarró una toalla de la estantería—. Hola, viejo amigo —saludó al pastor alemán—. ¿Te has mojado?

Empezó a secarlo y a limpiarle las patas. El perro gemía y jadeaba. Tenía la lengua morada. Tiritaba y tenía el estómago hinchado.

Keely lo observó. Algo iba mal. Se reunió con Winnie junto a la puerta y se arrodilló. Tocó el vientre distendido del perro y apretó los dientes.

—Tiene una torsión gástrica —le dijo a Winnie.

—¿Qué has dicho? —preguntó Boone, acercándose a toda prisa.

Keely alzó la vista hacia él, intentando no delatar el placer que le producía verlo.

—Bayley tiene una torsión. Necesita que lo vea un veterinario ahora mismo.

—No seas absurda —dijo Boone—. Los perros no sufren torsiones.

—Los perros grandes sí —dijo Keely—. Debes haber visto estos síntomas en el ganado alguna vez. ¡Toca! —agarró su mano y la puso sobre el vientre del perro.

Él hizo una mueca.

—Mira el color de su lengua —insistió Keely—. No está recibiendo suficiente oxígeno. Si no lo ve pronto un veterinario, morirá.

—Eso es ridículo —rezongó la morena—. Ha comido demasiado. Ponlo en su caseta. Mañana estará bien.

—Estará muerto —repitió Keely.

—¡Escucha, no voy a perderme el concierto por un viejo perro estúpido con dolor de estómago! —rugió la morena—. Sólo intentas que Boone se fije en ti diciéndole que al perro le pasa algo. Sabe lo obsesionada que estás con él. ¡Esto es patético!

Boone miró a Keely, que se había puesto pálida al oír como anunciaban su mayor secreto en voz alta. Volvió a palpar el estómago de Bailey.

—No es una torsión. Ha comido demasiado y tiene gases —se enderezó y le dio una palmadita al perro en la cabeza—. Estarás bien, ¿verdad, amigo?

Keely lo miró con furia. El perro seguía jadeando y gimiendo.

—No es tu perro —le dijo Boone—. Misty tiene razón. Esto es para llamar mi atención, igual que Bailey gime para que lo acaricie. Pero no funcionará. Voy a llevar a Misty al concierto.

Keely estaba tan furiosa que ni siquiera lo miró. Sabía que Bailey se estaba muriendo.

—Vámonos —le dijo Boone a Misty. Fueron hacia el garaje. Minutos después el coche arrancó.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Winnie, que creía a su amiga.

—Podemos dejarle morir o llevarlo al veterinario.

—¿Quién conduce?

 

 

El mayor de los tres veterinarios, y propietario de la clínica, estaba de guardia. Era el mejor cirujano del grupo y, a sus treinta y dos años, el único soltero. La gente decía que su hostilidad ahuyentaba a las mujeres. Y probablemente fuera verdad.

Ayudó a Keely a llevar a Bailey a la sala de rayos X y subirlo a la camilla. Ella lo sujetó mientras él le hacía una radiografía, acariciándolo y tranquilizándolo. Para ser un hombre que se comportaba como una víbora con la gente, era pura compasión con los animales.

Examinó la radiografía con rostro sombrío. Sin duda, el estómago de Bailey sufría una torsión y se hinchaba con los gases.

—Es una operación cara y complicada, y no puedo prometer que tenga éxito. Si no opero, la necrosis avanzará rápidamente y morirá. Puede que muera de todas formas. Tú decides —le dijo a Winnie.

—Es el perro de mi hermano —dijo Winnie, inquieta, acariciando la cabeza del animal.

—Pues tendrá que dar su consentimiento.

—No lo dará —dijo Keely—. Dice que no es una torsión.

—¿Y en qué facultad de veterinaria estudió? —preguntó Bentley, arqueando una ceja.

El teléfono de Winnie interrumpió la conversación. Reconoció el número de Boone.

—¡Es Boone! —susurró—. ¿Hola?

—¿Dónde diablos está mi perro? —exigió él.

—Boone, hemos traído a Bailey al veterinario… —dijo Winnie, tras tomar aire.

—¿Hemos? Keely tiene que ver con esto, ¿no? —rugió él, furioso.

El veterinario estiró la mano hacia el teléfono. Winnie se lo entregó con expresión de alivio.

—Este animal —empezó el veterinario con voz firme—, tiene una torsión grave. En la radiografía puedo mostrarle la zona en la que ya se ha iniciado la necrosis de tejidos. Si no lo opero, estará muerto en una hora. La decisión es suya, pero debe ser rápida.

—¿Vivirá? —preguntó Boone, dubitativo.

—No puedo prometerlo —dijo Bentley, cortante—. Debieron traerlo al primer síntoma. El retraso complicará la recuperación. Esta conversación —añadió con acidez—, supone un retraso adicional.

La maldición se oyó a un metro del móvil.

—Opérelo —dijo Boone—. Doy mi permiso. Mi hermana es testigo. Haga cuanto pueda. Por favor.

—Desde luego —le devolvió el móvil a Winnie—. Keely, necesitamos prepararlo para cirugía.

—Sí, señor —Keely sonreía. Su jefe era buen negociador. Al menos Bailey tendría una oportunidad, y no gracias a la desalmada que habría sacrificado su vida por ir a un concierto.

 

 

La operación duró dos horas. Keely administraba la anestesia al animal y comprobaba sus constantes vitales. Por suerte, no había demasiado tejido muerto y las diestras manos de Bentley lo cortaron con toda eficiencia.

—¿A qué se debió el retraso? —le preguntó él.

—Entradas para el concierto de Desperado —masculló ella—. La cita de Boone no quería perdérselo.

—Así que decidió que Bailey debía morir.

—No estoy segura de que fuera crueldad intencionada —admitió Keely, a su pesar.

—Te sorprendería cuánta gente considera a los animales objetos inanimados sin sentimientos. Algunos vienen y me dicen, con toda seriedad, que los animales no sufren dolor.

—Menuda basura —farfulló ella.

—Justo eso pienso yo —rió él.

—¿Cómo va?

—Bien. No parece haber complicaciones. Hace un par de meses operé al perro pastor de Tom Walker de lo mismo, pero tenía un tumor del tamaño de mi puño. Lo perdimos.

—¿Perderemos a Bailey? —preguntó, inquieta.

—De eso nada. Es viejo, pero es un luchador.

Ella sonrió. Incluso si Boone le gritaba, habría merecido la pena. Le tenía cariño al perro, aunque Boone la hubiera acusado y creído a la despiadada morena. Keely no era tan tonta como para hacer algo así. Boone la ignoraría aunque fuera Helena de Troya. Nunca lo habría perseguido y la sorprendía que Boone no lo supiera.

—Hecho —anunció Bentley, tras dar el último punto de sutura. Keely interrumpió la anestesia—. Creo que sobrevivirá, pero no es seguro cites. Lo sabremos por la mañana.

—Sí, señor.

—Yo lo llevaré por ti —se ofreció, porque el perro era grande y Keely tenía problemas para cargar peso.

—No hace falta —dijo ella, perturbada.

—Has sufrido alguna lesión en el hombro izquierdo —dijo él con una mirada amable en sus ojos azul pálido—. No necesito verla para saber que existe. Te impide cargar mucho peso.

—Ignoraba que fuera tan obvio.

—No te delataré —dijo él con una sonrisa—. Pero tampoco te pediré que lleves pesos excesivos.

—Gracias, jefe —respondió ella, también sonriente.

—Eres la trabajadora más entregada que tengo —dijo él. Después pareció avergonzarse por reconocerlo. Alzó a Bailey con cuidado y lo llevó a una de las jaulas de recuperación, donde estaría monitorizado hasta que despertara de la anestesia.

—Puedo quedarme a vigilarlo —ofreció ella.

—Recibí una llamada mientras preparabas a Bailey —le recordó él—. Hay una vaca de parto que lo estaba pasando mal. Es de pura raza y debo conseguir que el ternero nazca vivo.

—Así que tienes que salir.

—Sí. Y echaré un vistazo a Bailey cuando regrese. Es viernes —sonrió—. Ya sabes que solemos tener urgencias toda la noche.

—¿Quieres que me quede a atender el teléfono?

—Es viernes por la noche —repitió él, escrutándola—. ¿Por qué no tienes una cita?

—Los hombres me odian —ella se encogió de hombros—. Si no lo crees, sólo tienes que preguntarle a Boone Sinclair.

Él miró por encima de su hombro y alzó una ceja.

—Hablando del diablo —le susurró.

Capítulo 2

 

Boone entró en la sala donde Keely y Bentley estaban junto a la jaula de recuperación de Bailey. Ya no parecía nada batallador y su preocupación por el viejo perro resultó evidente cuando se arrodilló junto a la jaula y tocó la cabeza del animal inconsciente.

—¿Vivirá? —preguntó, sin alzar la cabeza.

—Lo sabremos por la mañana —dijo Bentley, seco—. La operación fue muy bien y no encontré nada que tenga por qué complicar su recuperación. Para la edad que tiene, está en muy buena forma.

—Gracias —dijo Boone al veterinario.

—Dáselas a Keely —fue la cortante respuesta—. Ignoró tu sugerencia de dejar al animal solo hasta mañana. A esa hora —añadió veterinario con ojos fieros—, lo habrías encontrado muerto.

—Pensé que buscaba atención —los ojos de Boone también destellaron—. Como Keely —añadió con sarcasmo.

—¿En serio piensas que Keely necesita suplicar la atención de un hombre? —preguntó Bentley, enarcando las cejas con incredulidad.

—Su vida social no es asunto mío —Boone se puso rígido—. Te agradezco que hayas salvado a Bailey.

—Veremos cuánto éxito he tenido por la mañana —repuso Bentley—. Keely, ¿puedes traerme mi bolsa de instrumental, por favor?

—Sí, señor —ella salió de la habitación, agradeciendo la excusa para alejarse de Boone.

—Él y yo hemos pasado muchos trances juntos —dijo Boone, mirando la jaula—. Si hubiera sabido lo peligroso de su estado, nunca lo habría dejado solo —miró a Bentley—. No sabía que los perros podían sufrir torsiones estomacales.

—Ahora lo sabes. La mayoría de los perros de gran tamaño pueden padecerlas.

—¿A qué se deben?

—No se sabe —Bentley movió la cabeza—. Hay media docena de teorías, pero nada concreto.

—¿Qué le has hecho exactamente?

—Corté el tejido muerto y cosí el estómago a la espina dorsal —contestó Bentley—. Le prescribiré una dieta especial. Durante un par de días sólo tomará líquidos.

—¿Me avisarás?

—Por supuesto —dijo Bentley, reconociendo la preocupación en los ojos oscuros.

Boone se volvió hacia Winnie con mirada acusadora. Ella hizo una mueca.

—Escucha, Keely sabe lo que hace, creas tú lo que creas —empezó con tono defensivo—. Estuve de acuerdo con ella y asumo toda la responsabilidad por haber traído a Bailey.

—No me estoy quejando —su expresión adusta se aligeró. Se inclinó y le dio un beso a Winnie en la frente—. Gracias.

—Yo también quiero al viejo Bailey —sonrió ella, aliviada al comprobar que no estaba enfadado.

Keely regresó con la bolsa de instrumental y se la dio a Bentley, junto con su impermeable.

—Odio los impermeables —empezó él, molesto. Ella se limitó a ofrecérselo. Él hizo una mueca, pero se lo puso—. Te preocupas demasiado.

—Tuviste neumonía después de tu última salida una noche fría y lluviosa —le recordó ella.

Él se dio la vuelta y le sonrió. Más bien, alzó levemente una esquina de la boca. Bentley Rydel nunca sonreía.

—Vete a casa.

—No dejaré a Bailey hasta que salga de la anestesia —dijo ella, sin mirar a Boone—. Además, seguro que recibes al menos una llamada para atender alguna urgencia mientras estés fuera.

—No te pago suficiente para que hagas tantas horas extra —señaló él.

—Nunca me haré rica —encogió los hombros.

—De acuerdo —suspiró él—. Puedes llamar al móvil si me necesitas.

—Conduce con cuidado.

Él le hizo una mueca. Pero su expresión era impasible cuando saludó con la cabeza a los Sinclair.

Boone miraba a Keely con ira. Ella apartó los ojos y fue hacia la jaula de Bailey.

—Deberíamos irnos —le dijo Winnie a su hermano—. Hasta luego, Keely.

Keely asintió, pero no los miró. Boone tomó el brazo de Winnie y la condujo afuera, sin hablar.

—¿Ni siquiera has podido darle las gracias a Keely por salvar la vida de Bailey? —lo recriminó ella, mientras cada uno iba hacia su coche.

—Podría demandarla por traer a Bailey aquí sin permiso —dijo él con frialdad.

—¡Salvó su vida! —exclamó Winnie, atónita.

—Eso es otra cuestión —dijo él, evitando sus ojos—. Vámonos. Llueve y nos estamos mojando.

—¿Y tu concierto? —preguntó Winnie, con tono mordaz.

—Aún no ha acabado. Voy a volver.

Ella deseó decirle que su ex prometida no iba a estar nada contenta porque la hubiera abandonado, aunque sólo fuera un rato. Pero calló. Era obvio que estaba de mal humor y no era bueno presionarlo.

 

 

Keely se quedó con Bailey hasta que Bentley regresó de su visita. Había otra urgencia, una mujer a cuya spaniel de exhibición se le había complicado el parto; uno de los perritos no conseguía salir. Una vez más, tuvieron que hacer una operación de urgencia para salvar a la perra y al cachorro.

Eran las dos de la mañana cuando acabaron.

—Ahora vete a casa —dijo Bentley con voz suave.

—Sí —rió ella—. Se me cierran los ojos.

—Diga lo que diga Boone Sinclair, hiciste lo correcto —miró a Bailey, que dormía pacíficamente gracias a un calmante—. Creo que sobrevivirá.

Ella sonrió. Aunque Boone había sido desagradable, quería al viejo perro. Se alegraba de que no fuera a perderlo aún.

Fue a casa, pasó de puntillas ante la habitación de su madre y se fue a la cama.

 

 

Al día siguiente, trabajó hasta mediodía y luego regresó a casa para hacer todas las tareas del hogar que su madre ignoraba. Terminó justo a tiempo para servir la cena. Para entonces su madre iba por el segundo whiskey, y su mejor amiga, Carly, había aparecido para cenar. Keely, que sólo había hecho cena para dos, tuvo que añadir patatas y zanahorias para estirar el estofado. El presupuesto para comida era escaso, ocupaba un segundo puesto tras el dedicado a alcohol.

Keely pensó con tristeza que todos los sábados que estaba en casa ocurría lo mismo. Su madre, Ella, ya borracha, se burlaba de la ropa conservadora de Keely, y su mejor amiga añadía sus propios comentarios sarcásticos. Ambas mujeres estaban en la cuarentena y eran poco convencionales. Carly no era ninguna belleza, pero Ella sí. Su madre tenía un rostro bonito y muy bien tipo, y les sacaba el mejor partido posible. Una lista de sus amantes llenaría una libreta pequeña. Sus aventuras eran lo que más la divertía, aparte de ridiculizar a Keely, claro está. Carly y ella consideraban que la virtud era algo obsoleto. Ningún hombre quería una mujer inocente, la virginidad estaba en contra de cualquier soltera, aseguraban.

—Lo que necesitas es un hombre, Keely —rió Carly Blair, llevándose un cigarrillo turco a los labios rojo chillón—. Unas cuantas noches en la cama con un hombre experimentado borrarían ese mohín puritano.

—Tienes que maquillarte —añadió su madre, sorbiendo su tercera copa—. Y comprarte ropa que no parezca salida de una tienda de beneficencia.

Keely les habría recordado que trabajaba en una clínica veterinaria, no en una boutique, y que no había tantos hombres libres. Pero si protestaba se reían aún más. Había aprendido a mantener la cabeza gacha cuando la atacaban.

El estofado de ternera tenía buen aspecto. Había hecho panecillos para acompañarlo y un bizcocho de postre. Su esfuerzo pasó desapercibido. Las mujeres apenas se fijaron en lo que comían, mientras cotilleaban sobre una mujer que conocían y que estaba teniendo una aventura. Los comentarios eran vulgares y avergonzaban a Keely.

Ellas lo sabían, desde luego, por eso lo hacían. Lo que no sabían era que Keely no podía tener una relación, y menos un amante. Tenía un secreto que nunca había compartido, excepto con el médico que la había atendido. Estaría sola el resto de su vida. Se aseguraría de que su madre nunca supiera lo que escondía. La mujer estaba amargada y disfrutaba convirtiendo a su hija en una víctima. El secreto de Keely habría dado alas a sus ataques.

Se preguntaba a menudo qué habría sido de su padre. Lo había querido mucho, y había pensado que él a ella también. Pero todo cambió cuando perdió su parque zoológico. Se había entregado al alcohol y a las drogas para paliar su desilusión. No había tenido medios para mantenerse él, y mucho menos a una hija adolescente. Había tenido que dejarla con su madre, a pesar de que Keely le había suplicado e incluso se había ofrecido a buscar trabajo. Pero él había alegado que necesitaba seguridad mientras creciera y él no podía ofrecérsela. Había dicho que Ella no era una mujer tan mala. Keely racionalizó que debía haber olvidado lo cruel que podía ser. Pero era cierto que la aterrorizaban los nuevos amigos de su padre, sobre todo uno que la había golpeado.

Su madre había heredado tierras y una cantidad considerable de dinero. Según decía, había prestado dinero a su marido para que comprara el parque zoológico y sacarlo de su vida. Había dilapidado rápidamente su herencia, en vacaciones de lujo, coches y una mansión, mientras Keely vivía en condiciones misérrimas con su padre. Pero a Keely los bienes de su madre le tenían sin cuidado. En cuanto tuviera experiencia en su trabajo, buscaría otro más de media jornada, para poder mudarse a una residencia. Ya no aguantaba vivir allí.

Su padre la había dejado en el porche de Ella, mientras ella lloraba y le suplicaba que le dejara ir con él. A Ella no le hizo feliz que la adolescente volviera a su vida, pero la aceptó. Con trece años, Keely había ido acostumbrándose lentamente a vivir con la madre que apenas recordaba de su infancia, y su madre se dedicó a hacerle la vida imposible.

—Boone Sinclair está saliendo con esa ex prometida que lo abandonó cuando dejó el ejército —dijo Carly Blair, mirando a Keely de reojo.

—¿Sí? —Ella también miró a Keely—. ¿La has visto? —preguntó, sabiendo que su hija era amiga de Clark y Winnie Sinclair—. ¿Qué aspecto tiene?

—Es muy guapa —contestó Keely—. Pelo largo y negro y ojos azul oscuro.

—Muy guapa —rió Ella—. No como tú, ¿eh, Keely? Te pareces a tu padre. Yo quería una niña preciosa que se pareciera a mí —arrugó la nariz—. Menuda decepción que fuiste.

—No todo el mundo puede ser guapo, madre. Prefiero ser lista.

—Si fueras lista irías a la universidad y conseguirías un trabajo mejor —replicó Ella—. Ser asistente de un veterinario es muy vulgar.

—El veterinario jefe de donde trabaja Keely es muy guapo —interrumpió Carly—. Intenté que me invitara a salir, pero me miró con frialdad y volvió a su despacho. Supongo que tiene alguna novia por ahí.

A Keely la sorprendió el comentario. Carly mediaba los cuarenta y Bentley Rydel sólo tenía treinta y dos. Una vez le había mencionado que no soportaba a Carly; seguramente tampoco le gustaba la madre de Keely, pero era demasiado educado para decirlo. Pero nunca necesitarían sus servicios, Ella odiaba a los animales.

—El jefe de Keely es un pez muerto, como Boone Sinclair —dijo Ella. Se recostó en la silla y estudió a su hija con expresión fría—. Nunca llegarás a ninguna parte con ese hombre. Puede que saque por ahí a su ex prometida, pero no es un amante apasionado.

—¿Cómo ibas a saberlo tú? —replicó Keely, dolida porque su madre le hiciera ese comentario.

—Porque intenté seducirlo, más de una vez —sonrió burlona, disfrutando de la mirada de horror de su hija—. Es frío como el hielo. No responde con normalidad a las mujeres, ni siquiera cuando se le ofrecen físicamente. Diga lo que diga la gente sobre su tórrida relación con su ex prometida, te aseguro que no funciona bien.

—Puede que no le gusten las mujeres mayores —masculló Keely, gélida. Sus ojos chispearon de ira al imaginarse a su madre probando sus malas artes con Boone.

—Bueno, desde luego tú no le gustas —replicó Ella con sarcasmo y una mirada cruel—. Le dije que te gusta tu jefe y que te acuestas con él.

—¿Qué? —Keely la miró horrorizada—. ¿Por qué?

—Quería ver qué decía —rió Ella—. Fue una decepción. No reaccionó en absoluto. Así que le pregunté si no se había fijado en qué buen tipo tienes, aunque no seas guapa; contestó que no lo atraían las niñas.

Keely tenía diecinueve años, no era ninguna niña… Pero Boone lo creía.

—Le dije que aunque parecieras una niña, sabías qué hacer con un hombre, y él se marchó —añadió Ella. Vio la expresión dolida de Keely—. Así que supongo que tu pequeña fantasía de amor se quedará en eso. Le mencioné que estabas loquita por él y que no le costaría conseguir que cortaras con tu jefe. Dijo que eras la última mujer de la tierra que podría interesarle.

Keely deseó que se la tragara la tierra. El comportamiento de Boone empezaba a tener sentido. Su madre le contaba mentiras sobre Keely y él se las tragaba. Se preguntó cuánto tiempo llevaría haciéndolo y si era su venganza porque Boone la había rechazado. Fuera lo que fuera, la dejó devastada y no pudo tomar un bocado más.

—Igual progresarías con él si dejaras de vestirte con ropa de segunda mano y te maquillaras.

—Con mi sueldo, sólo puedo permitirme ropa barata —dijo Keely.

—¿Eso es una pulla contra mí? —exigió Ella, con ojos como brasas—. Porque te doy un techo y comida. Sólo tienes que cocinar y limpiar de vez en cuando para ganarte alojamiento y manutención. Es más que justo. No estoy obligada a vestirte también.

—Nunca he dicho que lo estuvieras, madre.

—No me llames «madre» —gritó Ella—. Ni siquiera quería tenerte. Tu padre estaba deseando tener un hijo. Lo decepcionó que fueras una niña y yo me negué a quedarme embarazada otra vez. ¡Tardé años en recuperar la figura! —esbozó una sonrisa borracha—. Quise darte en adopción cuando tenías once años y tu padre se divorció de mí, pero dijo que te llevaría con él si le prestaba suficiente para abrir ese zoo. Así que lo hice, y nunca me lo devolvió, y me libré de ti. Él tampoco te quería, Keely. Nadie te quería. Y nadie te quiera ahora.

—Ella —interrumpió Carly, incómoda—, eso es muy duro.

Keely estaba blanca como una sábana. Ella parpadeó como si no fuera muy consciente de lo que decía. Miró a Carly desconcertada.

—¿Qué es duro? —preguntó.

Keely se puso en pie y empezó a recoger la mesa sin decir una palabra. Llevó los platos a la cocina. A su espalda oyó murmullos que fueron subiendo de tono hasta convertirse en una discusión. Salió al frío aire nocturno en mangas de camisa, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Se rodeó el cuerpo con los brazos y fue al jardín delantero, deteniéndose ante la barandilla que tenía vistas a Comanche Wells, sus praderas con pequeños grupos de árboles de hoja caduca que daban sombra a las zonas donde pastaba el ganado. Era una escena bellísima, con la luna brillando en las hojas del gran roble del jardín, que parecían pintadas color plata. Pero Keely no podía apreciarlo, tenía náuseas.

Oyó el teléfono en la casa, pero lo ignoró. El antagonismo de Boone, la discusión por Bailey y las burlas de su ex prometida la noche anterior, y los horribles comentarios de su madre esa noche… Habían sido dos de los peores días de su pasado reciente. Quería quedarse fuera hasta congelarse de frío, para poner fin a su dolor.

—¿Keely? —llamó Carly desde la puerta trasera—. Es Clark Sinclair. Quiere hablar contigo.

Keely titubeó un segundo. Luego entró y fue directa al teléfono y contestó.

—¿Hola? —dijo con voz tenue.

—La vieja está amargándote, ¿verdad? —adivinó Clark—. ¿Qué te parecería salir? Sé que es tarde para avisar, pero acabo de llegar de Jacksonville y me apetece charlar con alguien. Winnie está trabajando y sólo Dios sabe dónde está Boone. ¿Qué me dices?

—Me encantaría —dijo Keely con fervor.

—Estaré allí dentro de diez minutos.

—Te esperaré en el porche delantero.

—Dios, las cosas deben estar muy mal por ahí —exclamó él—. Me daré prisa para que no pases frío —colgó y lo mismo hizo Keely.

—¿Tienes una cita? —farfulló Ella, asomándose con la copa ya vacía—. ¿Quién te va a sacar por ahí?

Keely no contestó. Fue a su habitación y echó el cerrojo.

 

 

—Ya te he dicho que ha sido un error decirle eso —afirmó Carly—. Te arrepentirás mañana, cuando estés sobria.

—¿Un error decirle qué? Necesito otra copa.

—No. Necesitas acostarte y dormirla. Vamos —Carly la condujo a su dormitorio y cerró la puerta—. ¿Cómo has podido decirle eso, Ella? —preguntó, mientras ayudaba a su amiga a tumbarse en la cama.

—Me da igual —afirmó Ella desafiante—. Me molesta. No la quiero aquí. Nunca la quise.

—Hace todo el trabajo doméstico y cocina —dijo Carly, un raro momento de compasión—. Trabaja todo el día y a veces la mitad de la noche con su jefe, luego viene aquí y actúa como una criada. No aprecias cuánto hace por ti.

—Podría contratar a alguien que hiciera todo.

—¿Podrías pagarlo? —replicó Carly.

Ella arrugó la frente. Ya le costaba pagar los gastos y la comida. Pero no contestó.

—Si la provocas demasiado, se irá. ¿Qué harás entonces?

—Limpiaré y guisaré yo —dijo Ella, grandilocuente.

—Bueno —Carly movió la cabeza—. Es tu vida. Pero saldrás perdiendo.

—¿Qué voy a perder?

—La única familia que tienes —dijo Carly con voz queda—. Yo no tengo a nadie. Mis padres están muertos. No tengo hermanos. Estuve casada, pero no pude tener hijos. Mi marido también murió. Tú tienes una hija y no la quieres. Yo habría dado cualquier cosa por tener un hijo mío.

—Puedes quedarte con Keely —rió Ella—. Te la regalo.

—No se puede regalar a la gente, Ella —Carly fue hacia la puerta—. Tú tampoco tienes a nadie.

—Tengo hombres —dijo Ella con frialdad—. Puedo tener al hombre que quiera.

—Por una noche —aceptó su amiga—. La vejez llegará pronto, para las dos. ¿De veras quieres echar a tu única hija de tu lado? Un día se casará y tendrá hijos. Ni siquiera podrás ver a tus nietos.

—No voy a tener nietos —refutó Ella—. No me haré vieja. ¡Sólo estoy al final de la treintena!

—Estás cerca de los cincuenta, Ella —le recordó su amiga, riéndose—. Ningún tratamiento de belleza conseguirá cambiar eso.

—Me haré cirugía estética. Venderé más tierras para pagarla.

Eso era una insensatez. Ya había vendido casi todo lo que había heredado de su familia. Si vendía el resto, tendría problemas hasta para pagar sus facturas. Pero Carly sabía que no merecía la pena discutir.

—Buenas noches —se despidió.

Ella se dejó caer sobre la almohada y se durmió.

 

 

Keely se puso unos pantalones de pana marrones, un suéter de cuello vuelto color beige y se cepilló el espeso cabello rubio y liso. Esperaba que Clark no quisiera ir a un sitio elegante, no tenía ropa adecuada. Se puso su viejo abrigo marrón y agarró el bolso.

Clark, tal y como había prometido, llegó a los diez minutos, en su coche deportivo. Carly salía del dormitorio de Ella cuando Keely iba hacia la puerta.

—¿Está dormida? —preguntó Keely.

—Sí —Carly parecía preocupada—. Nunca debería haberte dicho eso. Te adoraba cuando eras un bebé. Tú no lo recordarás, eras demasiado pequeña, pero yo sí me acuerdo. Era tan feliz…

—¿Tan feliz que ahora me trata así? —preguntó Keely, dolida.

—Cambió después de que tu padre se marchara —Carly suspiró—. Empezó a beber y no ha hecho más que empeorar con los años —vio que Keely no parecía inmutarse—. Hay cosas que no sabes sobre tus padres, Keely —dijo.

—¿Cuáles?

—No soy yo quien debe contártelas —Carly movió la cabeza—. Me voy a casa —agarró su bolso y fue hacia la puerta—. A veces soy tan terrible como ella —confesó—. No debería burlarme de cómo eres, ni ella tampoco. Pero no te defiendes, Keely. Debes aprender a hacerlo. Tienes diecinueve años. No pases el resto de tu vida agachando la cabeza, sólo para mantener la paz.

—No lo hago.

—Sí, nena —Carly suspiró—. Ella y yo somos una mala influencia para ti. Lo que necesitas es buscarte un apartamento y vivir por tu cuenta.

—Lo he pensado…

—Hazlo —aconsejó Carly—. Sal de aquí mientras puedas.

—¿Qué quieres decir? —Keely frunció el ceño.

—Ya he hablado demasiado. Disfruta de tu cita. Buenas noches.

 

 

Carly fue hacia su utilitario y Keely hacia el Lincoln de Clark. Él se inclinó y le abrió la puerta.

—Saldría a abrirte, pero soy demasiado vago.

Ella sonrió. Clark era como una versión amable de Boone. Tenía el mismo cabello y ojos negros, pero era algo más bajo y su cabello era ondulado, mientras que el de Boone era liso.

—Boone y tú no os parecéis nada a Winnie —comentó.

—Winnie se parece a nuestra madre. No le gusta eso. La odiábamos.

—Eso me dijo Winnie.

—Creo que compartimos ese sentimiento, ¿no, Keely? —aventuró Clark, arrancando—. Tu madre es un dolor de cabeza andante.

—Hoy estaba en buena forma —asintió Keely—. Borracha y escupiendo veneno.

—¿Qué te estaba diciendo Carly?

—Que debo aprender a enfrentarme a ella. Sorprendente, viniendo de la mejor amiga de mi madre, ¿no crees? Ambas disfrutan burlándose de mí.

—Tiene razón —dijo Clark con rostro serio—. También debes enfrentarte a mi hermano. Boone pisa a toda la gente que no se defiende.

—Prefiero no hablar de tu hermano —se estremeció—. Da miedo.

—¿Miedo? ¿Boone?

—¿No podemos hablar de otra cosa?

—¡Claro! —dijo él, aunque el comentario lo había desconcertado—. He oído que los chinos van a lanzar otra sonda hacia la Luna.

Ella lo miró con sarcasmo.

—No te interesa la investigación espacial —murmuró—. Vale. ¿Política?

—Estoy tan harta de candidatos a la presidencia que me gustaría trasladarme a un sitio donde no haya elecciones.

—La selva amazónica sería una posibilidad.

—Si me adentrara lo bastante, tal vez me librara de Internet y de la televisión.

—Ya veo los titulares —dijo él, simulando horror—. ¡Asistente veterinaria devorada por un jaguar en las oscuras selvas de Sudamérica!

—Ningún jaguar que se respete desearía comerse a un ser humano. Y menos a uno que toma pizzas con anchoa.

—No sabía que te gustaran las anchoas.

—No me gustan —suspiró ella—. Pero de niña descubrí que si las pedía, mi padre me dejaba tomar más de dos porciones de pizza.

—Tu padre debe haber sido la bomba —rió él.

—Lo era —sonrió—. Los animales lo adoraban. Lo he visto dar de comer a tigres con la mano, sin recibir ni un gruñido. Hasta las serpientes lo querían.

—Ese parque zoológico debe haber sido fantástico.

—Era maravilloso. Pero hubo un accidente trágico y papá lo perdió todo.

—¿Un animal se comió a alguien?

—Casi —contestó ella, sin querer decir más—. Hubo un juicio.

—Y él perdió —adivinó Clark.

—Lo destrozó —dijo ella, sin corregirlo.

—¿Se suicidó? —aventuró él.

Keely titubeó. Se trataba de Clark. Era su amigo y sabía que no les diría nada a Boone o a Winnie sin pedirle permiso antes.

—No está muerto. No sé dónde está ni qué hace. Adquirió… un problema con la bebida —lo miró con preocupación—. ¿No se lo dirás a nadie?

—Claro que no.

—Me dejó con mi madre y se fue. De eso hace seis años y no he vuelto a saber de él. Podría estar muerto.

—Tú lo querías.

—Muchísimo —afirmó ella. Se removió, inquieta.

—¿Qué te pasa?

—Mi madre me dijo que nunca quiso tenerme. Que arruiné su figura.

—¡Dios santo! ¡Y yo creía que mi madre era mala! —se detuvo en un semáforo y la miró—. ¿No es una desgracia no poder elegir a los padres de uno?

—Sí, lo es —corroboró ella—. Hizo que me sintiera enferma. Debería haberlo adivinado. Yo no le gustaba cuando mi padre me llevó con él, y le gustaba aún menos cuando mi padre me devolvió. Creo que me odia. He intentado complacerla, ocupándome de la cocina y de la casa, pero no lo agradece. Se queja hasta de lo que cuesta alimentarme —se volvió hacia él—. Tengo que salir de esa casa. No aguanto más.

—La señora Brown tiene una casa de huéspedes muy respetable —empezó él.

—Sí, y el precio de las habitaciones también es respetable. No puedo permitírmelo con mi sueldo.

—Pídele a Bentley un aumento.

—Sí, claro, mañana mismo —farfulló ella.

—Te asusta Bentley. Te asusta Boone —se incorporó de nuevo al tráfico—. Incluso te asusta tu madre. Tienes que dar un paso al frente y hacerte cargo de tu vida, Keely.

—¿Qué quieres decir?

—No puedes ir por ahí teniendo miedo a la gente. Y menos a gente como mi hermano y Bentley Rydel. ¿Sabes por qué dan miedo? Porque es difícil hablar con ellos. Son dos introvertidos que tienen problemas para relacionarse. Por eso son callados y sombríos y no participan en actividades sociales. Son solitarios.

—Yo también soy solitaria, a mi manera —suspiró ella—. Pero no me quedo a un lado y miró a la gente con fijeza, ni, peor aún, simulo que no están ahí.

—¿Es ésa la última táctica de Boone? —él soltó una risita—. Te ignora, ¿eh?

—Lo hizo hasta que discutimos por lo de Bailey.

—Gracias a Dios que lo hiciste. Bailey es de Boone, pero todos lo queremos. No entiendo por qué Boone no se dio cuenta de lo que le estaba ocurriendo. Es ganadero, ha visto torsiones otras veces.

—Su novia lo convenció de que intentaba atraer su atención utilizando a Bailey para que Boone fuera a la clínica y no al concierto.

—¡Santo cielo! —explotó Clark—. Boone no es tan imbécil.

—Bueno, por lo visto mi madre le ha estado diciendo que estoy loca por él, y ahora piensa que todo lo que digo o hago es para intentar atraer su atención —dijo ella con amargura.

—¿Ella le ha dicho eso? —la miró atónito.

—Sí. Y también que me acuesto con Bentley.

—¿Sabe Bentley que te acuestas con él? —preguntó Clark con expresión inocente.

—No lo sé —soltó una carcajada—. Se lo preguntaré.

—Así me gusta —dijo él echándose a reír también—. Tienes que aprender a esquivar los golpes de la vida y a no tomártelo todo tan en serio.

—Pues hoy me siento como si me hubiera estrellado contra una pared.

—Deberías empujar a tu madre contra una. O, mejor aún, decirle lo mala madre que ha sido.

—No escucha cuando está borracha, y suele estar fuera de casa cuando está sobria —frunció los labios—. ¿Dónde me llevas? —preguntó al ver que tomaba la autovía, en vez de ir hacia el centro—. Pensé que iríamos al cine.

—No me apetece ver una película. Pensé que podíamos ir a San Antonio a comer gambas. Me apetecen.

—Volveremos muy tarde —dijo ella, preocupada.

—¡Qué diablos! Puedes decirle a tu madre que ahora te acuestas conmigo en vez de con Bentley y que se ocupe de sus asuntos, no de cuándo llegas.

A ella casi se le salieron los ojos de las órbitas al oírlo.

—Eso me recuerda que hay un asunto en el que necesito ayuda —dijo él, sonriendo—. Creo que tú y yo podríamos ser una solución el uno para el otro. Si quieres.

Todo el resto del camino a San Antonio, Keely estuvo preguntándose a qué se referiría y cómo podía encajar ella en su «solución».

Capítulo 3

 

Clark llevó a Keely a uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, famoso por sus mariscos. A Keely la preocupaba que su ropa fuera demasiado informal para un sitio así, pero había gente de todo tipo. Más relajada, siguió a Clark a una mesa en una esquina. Les ofrecieron la carta y Keely tuvo que morderse la lengua al ver los precios. Cualquiera de los platos habría equivalido a un día de su salario. Pero Clark sonrió y le dijo que pidiera lo que quisiera, porque estaban de celebración. Ella preguntó qué celebraban, pero no se lo dijo.

Keely ya había cenado, así que eligió algo ligero. Se preguntó si era la comida lo que había llevado a Clark allí. No dejaba de mirar a la camarera que los atendía. Y ella se sonrojaba cuando la miraba.

—¿La conoces? —preguntó Keely cuando la camarera se marchó con el pedido.

—Sí, —dijo él—. Estoy enamorado de ella.

Keely recordó de inmediato la actitud de Boone respecto a que sus hermanos tuvieran relaciones sentimentales con alguien de una clase social inferior. Había sido muy claro al respecto. La expresión trágica de Clark denotaba que se enfrentaba a una situación sin esperanza.

—¿Es la chica a quien llevaste a cenar al rancho? —preguntó, recordando el comentario de Winie. Él asintió.

—Boone fue educado con ella, pero después me preguntó si estaba loco. Ve a todas las mujeres trabajadoras como cazafortunas que desean casarse conmigo y divorciarse pronto para conseguir una buena pensión.

—No todas las mujeres buscan dinero.

—Eso díselo a Boone. Él no lo sabe.

—Esa mujer con la que sale él parece obsesionada con el dinero —masculló Keely.

—Ella no cuenta, porque es rica.

—Sí. Y es muy guapa —añadió Keely con un tono de amargura. Clark la estudió por encima de las flores y velas que adornaban la mesa.

—Piénsalo, ¿un hombre como Boone volvería a meter la cabeza en la horca de la que escapó una vez? Esa mujer lo abandonó cuando estaba en un hospital con heridas de metralla que podrían haberlo matado. Temió que él quedara inválido, así que le devolvió el anillo. Ahora aparece en San Antonio y quiere volver atrás. ¿Cómo crees tú que se siente Boone al respecto?

—Tu hermano no perdona a la gente —dijo ella, sintiendo un atisbo de esperanza.

—Exacto. Y menos a la gente que hiere su orgullo.

—Entonces, ¿por qué sale con ella?

—Es guapa y con buenos modales. Puede que se sienta solo y quiera lucir a alguien del brazo. O —añadió lentamente—, que tenga en mente algo que ella no espera. Quiere casarse con él, pero dudo que él corresponda ese sentimiento. Y creo que tiene alguna buena razón para salir con ella.

—Dios sabrá cuál es —murmuró Keely.

—Dios lo sabe. Y seguramente no le gusta.

—¿Crees que Boone planea vengarse?

—Podría ser. No suele compartir sus sentimientos con Winnie ni conmigo. Boone es muy retraído en eso.

—¿Era así antes de volver a casa herido?

—Era menos sombrío. Gastaba bromas, le gustaban las fiestas y lo encantaba bailar. Ahora es muy distinto al hombre que solía ser. Está amargado e inquieto, y no dice por qué. Nunca nos ha dicho qué le ocurrió allí.

—¿Crees que lo que quiera que fuera cambió su carácter? —aventuró ella. Clark asintió.

—Hecho de menos al hermano que tenía. No puedo acercarme al hombre en el que se ha convertido. Me evita como a una plaga. Y más desde que llevé a Nellie a cenar a casa. Me soltó una charla sobre los peligros de animar a los empleados. Fue muy elocuente.

—Así que te preocupa salir con ella.

—Me preocupa que Boone se entere de que salgo con ella —confesó él—. Y eso me lleva a la solución para la que necesito tu ayuda.

—¿Por qué tengo la sensación de que no debería haber accedido a venir aquí contigo?

—No tengo ni idea —se inclinó hacia ella y sonrió—. Pero si cooperas en mi pequeño proyecto, algún día te devolveré el favor.

Ella notó que Nellie, que atendía otra mesa miraba a Clark insistentemente.

—Esto está preocupando a Nellie —dijo.

—No por mucho tiempo. Hablaré con ella antes de que nos vayamos. Escucha, eres mi mejor amiga. Necesito que me ayudes a distraer a Boone para que no adivine lo involucrado que estoy con Nellie. Si accedes, simularemos que tenemos una relación.

—¿Relación? —gimió Keely—. Boone ya piensa que me acuesto con Bentley, gracias a mi madre. No creerá que he vuelto mi atención hacia ti. ¡Me odia! Se volverá loco si piensa que vas conmigo en serio, y hará cualquier cosa por impedirlo. Perderé mi trabajo, tendré que quedarme en casa, mi madre me sacará de quicio…

—A tu madre le encantará que salgas conmigo, porque soy rico —dijo Clark con sorna—. No dará problemas. Y Boone se pasará el día pensando en formas de sacarte de mi vida, sin descubrir lo que ocurre en realidad.

—Boone no es idiota. Se preguntará qué ves en mí. Soy pobre. Tengo un trabajo sin importancia…

—Yo me ocuparé de eso —afirmó él—. Sólo tienes que simular que me encuentras fascinante —sonrió—. De hecho, soy fascinante. Además de encantador y buen partido.

Ella le hizo una mueca.

—Pero mi hermano no puede enterarse de que no vamos en serio —añadió con seriedad—. Tiene el control de mi dinero hasta que cumpla los veintisiete años. Eso será el año que viene. No puedo arriesgarme a enfadarlo. Pero no voy a renunciar a Nellie —miró a la joven camarera, que se sonrojó y casi dejó caer una bandeja—. Tienes que ayudarnos. Ayudaste a Bailey y sólo es un perro. Yo soy un hombre amable y considerado, que te trata como a una hermana pequeña.

—Eso es, hazme chantaje emocional.

—Vamos —sonrió él—. Pondrá como loco a Boone, lo sabes. ¡Disfrutarás!

Al pensar en cómo la había tratado Boone, admitió para sí que el engaño sería una forma de venganza. Pero Boone era un enemigo formidable que Keely no quería para sí. Curioso, teniendo en cuenta su actitud hostil; ya era su enemigo.

—Te salvaré si las cosas se ponen mal —prometió Clark.

—Si accedo, tendré que decirle la verdad a Winnie —empezó ella, sabiendo que era una mala idea y que se arrepentiría.

—No —interrumpió él—. Winnie no puede guardar un secreto, y también teme a Boone. Si la presiona, le dirá cuanto sepa.

—Sé que esto acabará mal —gimió Keely.

—Pero lo harás, ¿verdad? —preguntó él con una sonrisa expectante.

Ella suspiró. Hizo una mueca. Clark había sido su amigo tanto tiempo como Winnie. La había ayudado en más de una docena de problemas con su madre.

—Vale —aceptó.

—¡Bien! —sonrió de oreja a oreja—. ¿Pedimos ya el postre?

 

 

Antes de salir del restaurante, le presentó a Nellie. Explicó a la camarera quién era Keely y el papel que jugaría en sus vidas; Nellie se animó de inmediato. Resplandeció cuando Clark le explicó que Keely sería la distracción para que ellos dos pudieran salir juntos sin que Boone se enterase.

Keely notó que la otra mujer era recatada y sumisa, y que a Clark parecía gustarle eso. Pero notó algo más; había un brillo en los ojos de Nellie que no encajaba con su actitud sumisa. Sintió cierta aprensión. Tal vez Nellie lo atrajera porque Boone desaprobaba la relación. Y Nellie debía saber que la familia era rica. Era una trabajadora, como Keely. Si resultaba ser una cazafortunas, Keely temía que el hermano mayor de Clark la quemaría en una estaca por participar en el engaño. Deseó no haber accedido.

 

 

Llegaron tarde a casa. Era la una de la mañana cuando Clark aparcó ante la puerta de Keely.

Hasta ese momento ella no había recordado las palabras de su madre. Volvieron con crueldad renovada cuando vio luz en la sala. No quería entrar. Si hubiera tenido otro sitio donde ir, no lo habría hecho. Pero sus opciones eran tan limitadas como su sueldo; tenía que vivir con su madre hasta que pudiera encontrar otra cosa.

Clark la observaba con compasión.

—Seguramente ni recuerda lo que dijo —murmuró—. A los borrachos les falla la memoria.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Después de que la prometida de Boone lo abandonara, él se pasó dos semanas bebiendo. Olvidó muchas de las cosas que me dijo, pero yo no las he olvidado. La guinda del pastel fue que me dijo —recordó, con el rostro tenso—, que nunca estaría a su altura y que no servía para dirigir un rancho.

—Oh, Clark —se compadeció ella. Imaginaba la dificultad de ser un hombre y tener a Boone como hermano mayor y modelo a seguir.