Pack Jazmín y Deseo enero 2017 - Barbara Dunlop - E-Book

Pack Jazmín y Deseo enero 2017 E-Book

Barbara Dunlop

0,0
6,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Contrato por amor Barbara Dunlop Tendría que elegir entre el deber... y el corazón. Huyendo de un indeseado matrimonio con el cruel rey, lady Carice sabía que sus días estaban contados. Nunca se había sentido una mujer deseable... hasta que conoció al soldado normando Raine de Garenne. Muy pronto anheló experimentar la pasión, aunque solo fuera por una noche... Ayudar a escapar a la bella Carice ponía en peligro la misión de Raine, porque si no lograba matar al rey, sus hermanas pagarían el precio. Y como cuanto más se acercaba a su objetivo más cerca estaba de traicionar a Carice, sabía que tendría que tomar una decisión… La única solución Susan Meier Se casaron porque iban a tener un hijo. El príncipe Dominic Sancho siempre cumplía con su deber, jamás defraudaba las expectativas de su familia… Hasta la noche en que sucumbió al encanto de la irresistible orientadora de educación Ginny Jones, con dramáticas repercusiones. Ginny se había quedado embarazada y su hijo iba a ser un futuro heredero al trono de Xaviera. Solo había una solución, una boda real. Para Ginny, un matrimonio de conveniencia era una auténtica pesadilla; pero, por el bien de su hijo, lo aceptó. Fue durante la luna de miel cuando comenzó a darse cuenta de que Dominic, en el fondo, podría llegar a ser, además de un príncipe, un buen padre y un marido extraordinario… Sueños recuperados Soraya Lane De una aventura de una noche… a esposa de un millonario. La ex bailarina Saffron Wells había pasado una noche inolvidable con el magnate Blake Goldsmith, pero no esperaba que aquella velada mágica terminara con una propuesta más que conveniente que le ayudaría a asegurar un trato de negocios. Desde el momento en que había descubierto que no podría ser madre, el ballet se había convertido en el único sueño de Saffron.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 510

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack Jazmin y Deseo, n.º 116 - enero 2017

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9481-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Contrato por amor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

La única solución

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Sueños recuperados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Capítulo Uno

 

Troy Keiser detuvo la cuchilla de afeitar en mitad del movimiento y miró el teléfono en la encimera del baño.

–¿Cómo dices? –preguntó a su socio, Hugh Fielding, apodado Vegas, seguro de que había oído mal.

–Tu hermana –repitió Vegas.

Mientras digería la información, Troy se acercó el teléfono móvil al oído, esquivando los restos de la crema de afeitar. En el aire quedaba vapor con olor a sándalo que desdibujaba los bordes del espejo.

–¿Kassidy está aquí?

Su media hermana de diecinueve años, Kassidy Keiser, vivía en Jersey City, a 320 kilómetros de Washington. Era un espíritu libre que cantaba en un club nocturno. Troy llevaba más de un año sin verla.

–Está en la recepción –dijo Vegas–. Parece un poco nerviosa.

La última vez que Troy había visto a su hermana en persona había sido en Greenwich Village. Un trabajo de seguridad con la ONU lo había llevado a él a Nueva York y se habían visto por casualidad. Kassidy actuaba en un club pequeño y el diplomático al que protegía Troy quería tomar una copa.

Miró su reloj, vio que eran las siete cuarenta y cinco y calculó mentalmente lo que tardaría en llegar a su reunión de la mañana en la embajada de Bulgaria. Confió en que el problema de ella fuera de solución rápida y pudiera seguir con su trabajo.

–Pues dile que suba –pidió.

Se secó la cara, guardó la cuchilla y la crema de afeitar en el armario, aclaró el lavabo, se puso una camiseta blanca y unos pantalones negros y a continuación fue a la cocina, se sirvió una taza de café y se la bebió de un trago para despertar sus neuronas.

Su apartamento y el de Vegas, situados lado a lado, ocupaban el último piso de la Compañía de Seguridad Pinion, en el noreste de Washington. Las dos primeras plantas albergaban la recepción y las zonas de reunión de la empresa. Del piso tres al siete contenían despachos y almacenamiento de equipo electrónico. El centro de control informático estaba muy protegido y se hallaba directamente debajo de los apartamentos. El sótano y el subsótano se usaban para aparcar, para practicar tiro al blanco y para almacenar una cámara acorazada con armas.

El edificio, muy moderno, había sido construido después de que Troy vendiera sus intereses en un programa informático innovador de seguridad y Vegas tuviera un golpe de suerte en un casino. Desde entonces, la empresa había crecido exponencialmente.

Cuando sonó el timbre, cruzó la sala de estar, abrió la puerta el apartamento y vio a Vegas, un gigante de un metro noventa y pecho muy ancho, detrás de su hermana Kassidy, quien, incluso con tacones de quince centímetros, aparentaba la mitad del tamaño de él. Su cabello rubio tenía mechas de color púrpura y llevaba tres pendientes en cada oreja. Un top colorido de estilo túnica terminaba en un dobladillo deshilachado en mitad del muslo, sobre unos pantalones negros ajustados.

–Hola, Kassidy –dijo Troy con voz neutra.

–Hola, Troy.

–Estaré abajo –dijo Vegas.

Troy hizo un gesto de asentimiento.

–¿Va todo bien? –preguntó, cuando Kassidy entró en el vestíbulo del ático.

–No exactamente –contestó ella. Se recolocó el bolso enorme que llevaba al hombro–. Tengo un problema. ¿Tienes café?

–Sí. –Troy cruzó la sala de estar de techo de cúpula en dirección a la cocina.

Los tacones de su hermana resonaban en el suelo de parqué.

–He pensado mucho en esto y siento molestarte, pero no sé qué hacer.

–¿Qué ha pasado? –preguntó él–. ¿Qué has hecho?

Ella apretó los labios.

–Yo no he hecho nada. Y le dije a mi mánager que ocurriría esto.

–¿Tienes mánager?

–Sí.

–¿Para tu carrera de cantante?

–Sí.

A Troy le sorprendió aquello. Kassidy cantaba bien, pero en lugares pequeños. Al instante pensó en el tipo de fraudes que explotaban a jóvenes soñadoras.

–¿Cómo se llama? –preguntó con recelo.

–No seas tan machista. Se llama Eileen Renard.

Troy se sintió aliviado. Estadísticamente, las mujeres eran menos propensas que los hombres a explotar a jóvenes vulnerables del mundo del espectáculo convirtiéndolas en bailarinas de striptease o volviéndolas adictas a las drogas.

Miró a su hermana a la cara. Tenía un aspecto sano, aunque parecía cansada. A Dios gracias, probablemente no tomaba drogas.

Sacó una taza de un armario de la cocina.

–¿Por qué pensaste que necesitabas una mánager? –preguntó.

–Se ofreció ella –repuso Kassidy. Se instaló en un taburete de madera de arce en la isla de la cocina y dejó caer el bolso al suelo con un golpe sordo.

–¿Te pide dinero?

–No. Le gusta como canto y cree que tengo potencial. Vino a verme después de una actuación en Miami Beach. Representa a gente importante.

–¿Qué hacías en Miami Beach? –La última vez que había visto a Kassidy, ella casi no podía pagarse el metro.

–Cantaba en un club.

–¿Cómo llegaste allí?

–En avión, como todo el mundo.

–Eso está lejos de Nueva Jersey.

–Tengo diecinueve años, Troy.

Él le puso una taza de café delante.

–Ahora me va mejor económicamente –comentó ella.

–¿No necesitas dinero? –preguntó él, que había asumido que el dinero sería, como mínimo, parte de la solución del problema de su hermana.

–No.

–¿Y puedes decirme cuál es el problema?

Ella tardó unos momentos en contestar.

–Son unos tipos. –Metió la mano en su bolso–. Al menos, asumo que son varones. –Sacó unos papeles del bolso–. Dicen que son seguidores, pero me dan miedo.

Troy tomó los emails impresos que le tendía Kassidy y empezó a leerlos. Eran de seis direcciones distintas, cada una con un apodo diferente y un estilo de letra diferente. En su mayor parte, contenían elogios, entrelazados con ofertas de sexo y matices de posesividad. Nada muy amenazador, pero cualquiera de ellos podría ser el comienzo de algo siniestro.

–¿Reconoces alguna de las direcciones? –preguntó–. ¿O los apodos?

Ella negó con la cabeza.

–Si los he visto, no lo recuerdo. Pero yo veo a mucha gente. Y muchos más me ven en el escenario o leen mi blog y creen que somos amigos.

–¿Escribes un blog?

–Todos los cantantes escribimos blogs.

–Pues mal hecho.

–Sí, bueno, no somos tan paranoicos como tú.

–Yo no soy paranoico.

–Tú no te fías de la gente.

–Porque la mayoría no son de fiar. Le daré esto a un experto en amenazas a ver si hay motivos para preocuparse. –Troy miró su reloj. Si no terminaba pronto, Vegas tendría que ocuparse de la reunión con los búlgaros.

Terminó su café con la esperanza de que ella hiciera lo mismo, pero no fue así.

–No son solos los emails –dijo ella–. La gente ha empezado a quedarse en la puerta después de mi actuación y a pedir autógrafos y fotos.

–¿Cuánta gente?

–Cincuenta o más.

–¿Cincuenta personas esperan para pedirte un autógrafo? –preguntó Troy, sorprendido.

–Esto va muy deprisa –repuso ella–. Descargan mis canciones, compran entradas, me ofrecen conciertos. La semana pasada me siguió un motorista hasta mi hotel en Chicago. Fue terrorífico.

–¿Estabas sola? –preguntó Troy.

–Iba con los músicos que tocan conmigo –repuso ella. Lo miró. Sus ojos azules eran grandes y su rostro parecía pálido y delicado–. ¿Crees que podría quedarme unos días contigo? Esto es muy seguro y en mi apartamento me cuesta mucho dormir.

–¿Aquí?

–Solo unos días –repitió ella, esperanzada.

Troy deseaba negarse. Buscó en su mente el mejor modo de hacerlo.

Eran hijos del mismo padre, pero este había muerto años atrás. Y la madre de Kassidy era una mujer excéntrica que vivía con un escultor hippie en las montañas de Oregón.

A todos los efectos, él era el único pariente de la chica. Desde luego, el único sensato. No podía rechazarla.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó.

Ella sonrió y se bajó del taburete.

–Eres el mejor.

Lo abrazó con fuerza.

–Gracias, hermano.

Troy sintió una sensación cálida en el corazón.

–De nada –contestó.

Ella se apartó.

–Te encantará Drake.

–Un momento. ¿Vas a traer un novio aquí?

–Drake no es mi novio –respondió ella, con ojos todavía brillantes de alegría–. Es mi hijo.

 

 

Mila Stern tenía una misión.

A veces parecía un caso perdido, pero no se iba a rendir porque los Stern nunca se rendían, como probaban todos los días sus tres hermanos y sus padres.

Cerca del mediodía se acercó a la puerta principal del edificio de Seguridad Pinion, enderezó los hombros, respiró hondo y ensayó mentalmente sus frases.

«Cinco minutos», le diría a Troy Keiser. Solo tenía que escucharla durante cinco minutos. Eso apenas era tiempo y, a cambio, podía incrementar su negocio un diez por ciento. ¿O sería mejor decir un quince?

Mila, que vestía pantalones gris claro, un suéter azul y botas fuertes de cuero, abrió la puerta de cristal esmerilado de la entrada. La zona de la recepción de Pinion era compacta, decorada en tonos grises, con un mostrador curvo de acero y cristal ahumado. Detrás de él había un hombre vestido de negro, con el pelo corto, la mandíbula cuadrada y hombros y brazos fuertes.

–¿Qué desea? –preguntó el hombre.

–Busco a Troy Keiser –respondió ella con una sonrisa.

Él pulsó un par de teclas en el ordenador portátil que tenía delante.

–¿Tiene una cita? –preguntó.

–No para hoy –repuso ella–. Llevamos varias semanas escribiéndonos –comentó, con la esperanza de que él sacara la conclusión de que Troy Keiser estaría dispuesto a verla.

–¿Su nombre? –preguntó el hombre.

–Mila Stern –respondió ella de mala gana.

Sabía que Troy Keiser, y probablemente todo el Departamento de Recursos Humanos de Seguridad Pinion, reconocerían ese nombre como el de la mujer cuya solicitud de trabajo habían rechazado tres veces.

El hombre pulsó un botón en sus auriculares compactos y Mila se esforzó por seguir sonriendo. Estaba plenamente cualificada para ser agente de seguridad en Pinion. Tenía una licenciatura en Criminología y era cinturón negro en Krav Maga, además de contar con entrenamiento en vigilancia técnica y armas tácticas.

–¿Vegas? –dijo el hombre por teléfono–. Hay una mujer que pregunta por Troy. No, no tiene cita. Mila Stern. –Esperó un momento–. De acuerdo.

Cortó la llamada.

–Puede ver a Hugh Fielding en el segundo piso –dijo.

Mila respiró aliviada. Al menos saldría del vestíbulo.

–¿Está Troy aquí? –preguntó.

–Está ocupado, pero Vegas podrá ayudarla.

El hombre pulsó un botón y una luz en el ascensor que había detrás de él pasó de rojo a verde.

–Gracias –musitó Mila. Echó a andar hacia el ascensor.

Sabía que Hugh Fielding, el tal Vegas, era socio de Troy, pero sabía también que Troy Keiser llevaba casi todas las funciones de dirección, incluida la decisión de contratar personal. Al parecer, Vegas Fielding era el experto técnico.

Entró en el ascensor. El número dos estaba ya encendido en el panel. Decidió arriesgarse y pulsó el nueve. Para empezar a buscar a Troy, haría bien en alejarse lo más posible de Vegas. El círculo blanco se iluminó.

Se cerraron las puertas y ella se situó en un rincón, pegada a la pared. Si tenía suerte, Hugh Fielding asumiría que el ascensor iba vacío y pensaría que subiría en el siguiente.

El ascensor paró en el segundo piso y se abrieron las puertas.

Mila contuvo el aliento. Fuera se oían teléfonos y voces. No se acercaron pasos al ascensor y no se alzó ninguna voz con tono de alarma.

Las puertas volvieron a cerrarse y ella respiró hondo.

Cuando se abrieron de nuevo las puertas en el noveno piso, el propio Troy estaba fuera. Tenía los brazos cruzados y los pies separados. Era obvio que la esperaba.

Ella salió rápidamente del ascensor.

–Hola, señor Keiser.

–Se ha colado usted en mi edificio.

–No. El señor Fielding me ha invitado a entrar. Estoy segura de que nadie podría colarse aquí.

–Vegas la ha invitado al segundo piso.

–Pero la persona a la que quiero ver es usted.

–¿Y por eso ha secuestrado el ascensor hasta el piso privado?

Mila miró el corto vestíbulo que terminaba en dos puertas.

–No sabía que era un piso privado. –No estaba dispuesta a admitir que había planeado registrar el edificio de arriba abajo en su busca.

–¿En qué puedo ayudarla, señorita Stern? Y no, no la voy a contratar. Que haya conseguido confundir al recepcionista no prueba nada.

–Esa no era mi intención. Yo solo quería hablar con usted en persona.

–Pues adelante.

Mila pensó en las frases que había ensayado.

–No sé si lo sabe, pero el número de mujeres ejecutivas, políticas y famosas que necesitan protección sube todos los años. Los cálculos muestran que las compañías que se centran en ese grupo demográfico pueden incrementar su negocio un quince por ciento. Ofrecer unos servicios centrados específicamente en…

–Eso se lo ha inventado.

–No es verdad.

–Lo del quince por ciento sí.

–Es más anecdótico que científico –admitió ella–. Pero el punto fundamental…

–Ya protegemos a mujeres –repuso Troy–. A cientos de ellas, con una tasa de éxitos de más del noventa y nueve por ciento.

Había algo extraño en su expresión. Mila sospechaba que mentía. ¿Pero por qué? Y entonces se dio cuenta. Se inventaba lo del noventa y nueve por ciento para burlarse de ella.

–Se ha inventado esa cifra –dijo con suavidad.

–Es mi compañía.

–Se nota cuando miente.

–No es cierto.

Ella alzó la barbilla.

–Justo ahí. Al lado de la oreja izquierda. Hay un músculo que se mueve cuando miente.

–Eso es absurdo.

–Diga otra mentira.

–Le diré la verdad –repuso él–. No la voy a contratar ni ahora ni nunca.

–Porque soy mujer.

–Porque es mujer.

–Y cree que eso significa que no puedo luchar cuerpo a cuerpo.

–No es que lo crea. Es un hecho.

–Soy muy buena –repuso ella, con tono retador–. ¿Quiere probarme?

Él soltó una risita.

–Además de débil, padece delirios.

–No espero ganarle.

–¿Y por qué me reta?

–Espero hacerlo bien, sorprenderle y superar sus expectativas.

–Le haré daño.

Mila se encogió de hombro.

–Un poco, supongo.

–O mucho.

–Deseo de verdad ese trabajo.

–La creo. Pero no se lo voy a dar porque sea tan tonta como para retarme en un combate cuerpo a cuerpo.

–Pruébeme.

El teléfono móvil de él sonó en su bolsillo.

–No –dijo antes de contestar la llamada. Se giró hacia un lado–. ¿Sí?

Mila consideró atacarlo. Él tendría que defenderse y vería de lo que ella era capaz. En aquel momento estaba distraído, vuelto a medias.

La miró y se apartó al instante con expresión de sorpresa.

–Tengo que dejarte –dijo en el teléfono–. Ni se le ocurra –le advirtió a Mila.

Ya no habría sorpresa. Pero aun así, la táctica de ella tenía unas probabilidades razonables de tener éxito.

El ascensor hizo ruido a sus espaldas.

La distracción bastó para que Troy pudiera agarrarle la muñeca izquierda. Intentó hacer lo mismo con la derecha, pero ella fue muy rápida.

Se disponía a darle en el plexo solar cuando oyó llorar a un bebé en la puerta del ascensor y se volvió a mirar.

Troy le agarró la otra muñeca, desarmándola.

–Eso no es justo –gruñó ella.

Él la soltó.

–En este trabajo no hay nada justo –declaró.

Se abrió el ascensor y apareció una joven atractiva con el pelo de color púrpura, un bolso grande al hombro y un bebé en un cochecito.

–Tiene hambre –dijo la joven a Troy.

Este parecía horrorizado. Mila sabía que no estaba casado. Quizá la joven era su novia.

–Pues dale de comer –repuso él con impaciencia.

–Eso haré. –La joven golpeó el marco de la puerta con las ruedas del cochecito.

Mila, que no quería que aquello pusiera punto final a su conversación con Troy, se inclinó en un impulso sobre el bebé.

–¡Oh, es adorable! –musitó–. Ven aquí, precioso. –Sacó del carrito al niño, que seguía llorando–. ¿Qué te pasa, eh? ¿Tienes hambre? –preguntó, imitando el tono de voz sensiblero que usaba su tía Nancy con los bebés.

Se sentía ridícula hablando así, pero no se le ocurría otro modo de seguir con Troy. Y estaba decidida a seguir con él.

Reprimió una mueca cuando acercó la cara llorosa del bebé a su hombro y le dio unas palmaditas en la espalda, sorprendida por el calor y la suavidad de su cuerpecito.

Los alaridos del niño se convirtieron en sollozos intermitentes.

–Vamos –dijo la madre–. Esto no durará mucho.

Mila pasó delante de Troy sin mirarlo y entró con el niño en el apartamento.

Capítulo Dos

 

Dos mujeres habían invadido su casa, por razones completamente distintas pero igual de frustrantes. Bueno, igual no, puesto que de Mila Stern podría librarse en cuanto soltara al bebé. Aunque por el momento el niño estaba tranquilo en sus brazos, y Troy no se atrevía a cambiar eso.

Kassidy, inclinada sobre el sofá, sacaba de su bolso pañales, una manta de franela y calcetines minúsculos.

–Le gustas –le dijo a Mila, cuando se enderezó con un biberón en la mano.

–Es un encanto –repuso Mila.

Troy la miró con recelo.

–Puede ser terrorífico –comentó Kassidy–. Sobre todo por la noche. Troy tendrá que acostumbrarse a su llanto.

–¿Perdón? –musitó Troy.

No le gustaba cómo sonaba aquello. Los cuartos de invitados estaban en el lado opuesto del apartamento al del dormitorio principal, pero el niño parecía tener buenos pulmones.

–Por cierto, soy Kassidy Keiser –dijo su hermana.

Mila parecía sorprendida. Miró a Troy.

–¿Están casados? –preguntó.

–No –respondieron Troy y Kassidy al unísono.

–Es mi hermana –aclaró el primero.

Mila miró a Drake.

–¿Y el bebé no es suyo?

–No.

–Yo vivo en Jersey City –explicó Kassidy, quitándole al niño–. Pero Drake y yo nos vamos a quedar unos días con Troy hasta que se calmen las cosas. –Se sentó en el sofá y le puso el biberón en la boca a Drake.

El niño empezó a tragar abriendo y cerrando las manos en el aire. Mila se sentó en el borde de un sillón a mirar.

–¿Qué cosas tienen que calmarse? –preguntó.

–O hasta que me acostumbre a todo eso –repuso Kassidy–. Y a él. –Sonrió a Drake–. ¿No es adorable?

–Podías haberlo dado en adopción –comentó Troy.

Su hermana lo miró con rabia.

–Ya te dije que lo prometí.

–¡Cómo puede decir eso! –exclamó Mila–. ¿Qué clase de apoyo es ese? Este es su sobrino.

–No es mi sobrino.

–Lo será –repuso Kassidy–. Legalmente, moralmente y en todos los sentidos. Así que más vale que te acostumbres.

Mila parecía confusa.

–Lo va a adoptar –comentó Troy. Y se preguntó por qué se molestaba en dar explicaciones. Mila tenía que irse.

–¿Dónde están sus padres? –preguntó ella.

–Su madre ha muerto –repuso Kassidy con voz suave–. Era una buena amiga mía.

–Yo tengo que ir a almorzar –anunció Troy, mirando su reloj.

Tenía menos de treinta minutos antes de que tuviera que empezar a trabajar. Los búlgaros habían contratado a Seguridad Pinion para una importante recepción en las Naciones Unidas y tenía que organizar los equipos.

–Utiliza lo que necesites –le dijo a su hermana. Sacó una tarjeta del bolsillo–. Esto es una llave que te sirve para la puerta exterior y para el apartamento. Debes saber que hay cámaras por todo el edificio. Podemos seguirle el rastro a todo el que entra –terminó, mirando Mila.

–O sea que sabía que yo venía –comentó ella.

–La vimos esconderse de Vegas en el ascensor. Sentimos curiosidad.

–Solo quería hablar con usted.

–Y ya lo ha hecho. –Él señaló la puerta del apartamento–. En la sala de control la observarán hasta que salga, así que no intente nada.

–¿Quién eres tú? –preguntó Kassidy. Se puso el niño en el hombro y empezó a darle golpecitos en la espalda–. Pensaba que eras su novia.

–Quiero pedirle trabajo –repuso Mila.

–Es una acosadora –intervino Troy.

–Pues bienvenido al club –dijo su hermana.

–¿A ti te acosa alguien? –preguntó enseguida Mila.

–No lo sé. Tengo unos fans… Soy cantante y tengo fans. No muchos, pero suficientes. Y algunos me envían emails un poco raros.

Mila miró a Troy.

–¿Puedo verlos? –preguntó.

–Claro –repuso Kassidy.

–No, no puede –dijo Troy–. No trabaja aquí y no son asunto suyo.

–¿Por qué no trabaja aquí? –preguntó Kassidy.

–Eso no es asunto tuyo.

Kassidy miró a Mila.

–¿Por qué no trabajas aquí?

–Porque tu hermano no contrata mujeres.

Kassidy abrió mucho sus grandes ojos azules y miró a su hermano con desaprobación.

–Eso no es cierto. Solo en este edificio tengo tres mujeres trabajando.

–Pero no como agentes de seguridad –repuso Mila.

Troy la miró de hito en hito.

–¿Por qué no? –repitió Kassidy. Sujetó a Drake con una mano y metió la otra en el bolso–. Te enseñaré los últimos emails.

–Mila se marcha y yo voy a almorzar –intervino Troy.

–Vete a almorzar –contestó su hermana–. Quiero oír la opinión de una mujer.

–Adiós, Mila Stern –dijo él con dureza.

–No seas idiota, Troy –comentó Kassidy.

–No le cobraré por mi tiempo –declaró Mila.

–No trabaja para mí.

–Este llegó ayer. –Kassidy mostró una hoja de papel.

Troy sintió curiosidad a su pesar.

–¿De quién es? –preguntó.

–De HalcónNocturno –repuso Kassidy.

Mila lo leía ya y Troy se inclinó detrás de ella para verlo por encima de su hombro.

El mensaje hablaba del pelo y los ojos de Kassidy, de su voz y de una canción que había compuesto, y HalcónNocturno parecía pensar que era sobre él.

–¿La palabra «ventana» tiene algún significado? –preguntó Mila.

Troy la miró.

–¿Por qué?

–La usa dos veces. Y en ambas ocasiones al final de una frase y seguida de una transición rara.

Troy releyó la nota.

–Todo el mensaje es raro.

–Cierto. –Mila volvió a sentarse en el sillón.

Troy hizo acopio de paciencia.

–Tengo hambre –dijo.

–Pues vete a comer –repuso Kassidy.

Mila se limitó a hacerle un gesto de despedida con la mano.

 

 

Mila había conseguido quedarse con Kassidy en el apartamento.

Tenía un centenar de emails ordenados en montones en la mesa del comedor y había reconstruido los últimos conciertos de Kassidy en un mapa digital en su tableta.

Drake hacía ruiditos en su sillita en el rincón de la sala de estar y Kassidy charlaba con su mánager por teléfono en la cocina.

Mila buscaba correspondencias entre los emails y las fechas de las actuaciones y quería unir ambas cosas en el mapa. Para eso necesitaba un escáner.

Miró a su alrededor y vio una puerta abierta que parecía prometedora. Se levantó a mirar y vio que era el despacho casero de Troy. En un rincón encontró un escáner.

–¿Necesita ayuda? –preguntó la voz profunda de él a sus espaldas.

–No –repuso ella–. Creo que ya está funcionando.

Él frunció el ceño.

–¿Y qué demonios hace en mi despacho sin permiso?

Ella le sostuvo la mirada.

–Escanear documentos.

Seguían mirándose a los ojos, y Mila sintió un cosquilleo en la piel. No había duda de que se trataba de un hombre atractivo.

–Tiene que irse –dijo él.

–¿No quiere saber lo que he encontrado?

–Los dos sabemos que Kassidy no corre un peligro real.

–¿Está seguro?

–Lo ha intentado –repuso él–. Lo ha intentado mucho. Pero no la contrataré.

–¿Por qué no?

–Por una simple cuestión de masa muscular, por eso.

Mila respiró hondo. Sabía que aquella era su última oportunidad para hacerle cambiar de idea.

–La inteligencia puede superar a la masa muscular.

–Lo sé –contestó él–. Yo contrato a la gente por conocimientos e inteligencia. Por habilidad y por intelecto. Por experiencia y profesionalidad. Y cuando se dan todos esos elementos, también por fuerza y poder.

–Yo tengo todas esas cosas.

Él movió la cabeza.

–¿Qué hace si la atacan dos hombres musculosos?

–Dispararles –repuso ella sin vacilar.

–Va desarmada.

–¿Y usted? Habrá veces en las que hasta usted, con sus noventa…

–Noventa y siete.

–Con sus noventa y siete kilos de músculo y tendones también estará en minoría.

–Menos a menudo que usted –repuso él con suavidad.

Algo se había movido en las profundidades de sus ojos y ella volvió a ser muy consciente de su físico. Estaban muy cerca y podía olerlo. Y olía bien. Unos centímetros más y sentiría el calor de su cuerpo.

Se dijo que quería luchar con él, no besarlo. Pero sabía que era mentira.

–Intenta distraerme –dijo.

–Usted intenta distraerme a mí. –Troy se inclinó todavía más hacia ella.

–No es adrede.

–Sí que lo es.

–¿Cree que puedo hacer eso? –preguntó ella–. Con toda la autodisciplina que debe de tener, ¿podría distraerlo con sexo?

La expresión de él vaciló.

–Si puedo hacerlo –prosiguió ella–, debería contratarme. Porque eso es mucho más de lo que puede lograr ningún hombre musculoso.

–¿Ese es su atributo más fuerte? –se burló él.

Mila comprendió su error.

–No –contestó–. Mi atributo más fuerte en este momento es la navaja que le apunta el riñón.

–No tiene navaja.

–Está enfundada. Pero sí la tengo.

Él se movió y ella alzó de inmediato el puño para mostrarle que podía haberle apuñalado.

Él le agarró la muñeca y le puso la otra mano en la garganta a ella.

–Está muerto –le dijo Mila.

–Me estoy desangrando –repuso él–, pero usted también está muerta. –Acarició con gentileza la piel del cuello de ella.

–¿Estoy contratada?

–Está loca –musitó él.

Su voz era un susurro. La iba a besar. Se notaba en la niebla de sus ojos y en la respiración. Y Mila sabía que se lo iba a permitir. Y que sería fantástico.

–¿Mila? –dijo la voz de Kassidy.

Troy se apartó al instante.

Mila volvió a la realidad.

–Estoy aquí –dijo.

–Tengo un concierto esta noche –dijo Kassidy–. Es uno bueno. En el Ripple Branch, en la avenida Georgia. Han tenido una cancelación. –Apareció en el umbral–. ¿Puedes venir conmigo?

–Me encantaría –respondió Mila.

Kassidy respiró hondo.

–¿Te importa quedarte de canguro? –preguntó a Troy.

–¿Qué?

–Drake se dormirá a las ocho –explicó Kassidy–. Y yo no tengo que irme hasta las siete. Solo tienes que darle un baño rápido, un biberón y darle cuerda a su juguete de la selva arcoíris. Le encanta mirarlo mientras se queda dormido.

–Parece fácil –musitó Mila.

–Lárguese –gruñó Troy–. Usted no trabaja aquí.

–Su hermana necesita protección.

–Mi hermana necesita una niñera.

–Antes de pelearse conmigo, eche un vistazo a lo que he descubierto –dijo Mila–. Yo no diría que la situación de su hermana es de alto riesgo, pero tampoco es de cero.

–Nada es de cero –repuso él.

–Ahí hay algo –insistió Mila.

La ansiedad de Kassidy era real, su instinto le decía que se protegiera. Y a Mila no le gustaba ignorar el instinto.

–Es usted muy transparente –ladró él.

–Crea lo que quiera. Contráteme o no me contrate, pero esta noche iré al concierto con Kassidy.

–Es un país libre –murmuró Troy con frialdad. Miró a su hermana–. Llama a una canguro antes de irte –dijo–. Yo tengo trabajo.

 

 

En la sala de control, Vegas volvió la cabeza al entrar Troy y miró a Drake, que dormía plácidamente sobre su hombro.

–¿Un empleado nuevo? –preguntó.

–Es el programa de aprendizaje –repuso Troy.

Dos docenas de pantallas decoraban las paredes, donde recibían imágenes de cámaras fijas y móviles, rastreaban aparatos e información de sus oficinas internacionales. A esa hora de la noche, la gente llegaba al trabajo en Dubái.

–Asumo que este es el sobrino nuevo –comentó Vegas.

–Hay una niñera en camino. Ha tenido problemas con el coche o con un niño o con algo.

Troy solo sabía que estaba solo con Drake. Y no le gustaba.

–¿Kassidy ha salido? –preguntó Vegas, con tono de desaprobación.

–Está trabajando.

Vegas miró a Drake de arriba abajo.

–No lo entiendo –comentó–. Si se hubiera quedado embarazada ella, sí, pero así…

–Estás hablando de mi hermana.

–Que no es precisamente muy maternal –repuso Vegas.

–Estoy pensando en una niñera a tiempo completo –comentó Troy.

Vegas soltó una risita.

–¿Una para cada uno de ellos?

Troy abrió la boca para defender de nuevo a su hermana, pero no dijo nada. No tenía sentido fingir que Kassidy estaba en posición de criar a un niño, y para él era un misterio por qué una madre soltera agonizante le había hecho prometer a su hermana que cuidaría de su hijo.

–He visto que Mila se ha ido con ella –comentó Vegas.

–No la he contratado.

–¿Y ella lo sabe?

–Sí.

–No va equipada –comentó Vegas. No era una pregunta. Si Mila llevara una cámara o un aparato de comunicaciones, Vegas lo vería en los monitores.

–No es una operación, es un concierto.

–¿Habéis analizado los datos?

–Todos no. Todavía no. Son cartas de fans. Si Kassidy se pasea por el escenario vestida con lencería cantando melodías pop, es normal que algunos tíos hagan comentarios.

–¿Tú crees que no hay peligro?

–¿Tú crees que sí?

Vegas se encogió de hombros.

–Lo dudo.

Troy se sentó en una de las sillas con ruedas.

–¿Qué pasa en Oriente Medio? –preguntó.

Vegas se acercó con el zoom a la imagen de una pantalla.

–El príncipe Martin trasnochó y el coche está ya delante del hotel. Cuando se fue de la fiesta, llevaba una supermodelo colgada del brazo.

El príncipe Martin era un hombre treintañero muy rico que apoyaba sinceramente el capitalismo y un régimen regulador. Contaba con el respeto de sus compatriotas y la comprensión de Occidente. Y a nadie parecía importarle lo que hacía o dejaba de hacer en su vida privada.

–¿Se sabe algo nuevo de la manifestación? –preguntó Troy.

–Tranquila. John tiene cinco hombres infiltrados entre la gente. Están en comunicación con la policía local.

–En cuanto termine el discurso, pasa detrás del cristal.

–Ese es el plan –asintió Vegas.

No se atrevían a situar el podio detrás del cristal blindado, pero habían levantado una barrera a cada lado del escenario para que solo quedara expuesto un dignatario cada vez.

–¿Los francotiradores? –preguntó Troy.

–Dos nuestros y cinco del departamento de policía. Martin consintió en el chaleco salvavidas.

–Hay una primera vez para todo –murmuró en un susurro Troy.

Drake se retorció en su hombro.

–¿Qué vas a hacer si tiene hambre? –preguntó Vegas.

–La niñera llegará en cualquier momento –repuso Troy. Pero su amigo tenía razón. Drake acabaría por tener hambre.

–¿Kassidy te ha dejado un biberón?

–¿Cómo dices? –preguntó Troy.

–Asumo que la niñera está desaparecida en combate. Mira en el frigorífico. Seguro que hay biberones.

–Es una niñera, no una fugitiva. Llegará en cualquier momento.

Drake volvió a retorcerse.

–¿Desde cuándo te importan los bebés? –preguntó Troy.

–Parece intranquilo.

–Se supone que dormirá horas.

–Lo que tú digas. –Vegas miró una pantalla y pulsó un interruptor en sus auriculares–. Boomer está en ese trabajo de Río, ¿recuerdas? Está huyendo.

–¿Qué ha pasado?

–Ha habido tiros.

–¿Contra el grupo de música? –Troy no podía creer lo que oía.

–No hay bajas. Están en el autobús camino del hotel.

Boomer estaba en un festival de jazz de Río de Janeiro con un grupo de California. El festival no tenía historial de violencia y lo habían considerado una operación de rutina.

–Creen que probablemente eran disparos de celebración –comentó Vegas–. Pero Boomer no ha querido correr riesgos.

–Buena decisión.

–Recibido –dijo Vegas en su micrófono. Sonrió–. Ya no van al hotel. Se han cruzado con una fiesta en la playa. Boomer llamará a un par de refuerzos.

Sonó el teléfono de Troy.

–¿Sí?

–¿Troy? Soy Mila. Kassidy me ha dado tu número privado.

La voz de la joven lo pilló por sorpresa. Por alguna razón, parecía resonar en sus huesos.

–¿Ocurre algo? –preguntó.

–He pensado que querrías que te informara.

–Lo que quiero es una niñera.

–¿No ha llegado todavía?

–No.

–Kassidy está en el escenario. El público está como loco. Es muy buena, Troy.

–Ya lo sé.

–Me refiero a buena de verdad. Hay algo en el público. Una energía, casi fervor. Esto va a ir a más y creo que debes de pensar en formalizar su seguridad.

–A ver si lo adivino. ¿Tú quieres dirigir eso?

–Claro.

–Era una broma, Mila.

–Yo hablo en serio.

–Tú quieres un trabajo.

–Tengo que irme. Hablaremos luego.

Troy suspiró y guardó el teléfono. Drake gimió en sueños. Vegas miró al bebé.

–¿Estás dispuesto ya a mirar en el frigorífico?

Capítulo Tres

 

Mila y Kassidy entraron en el apartamento de Troy a las tres de la mañana. La actuación había sido magnífica. Kassidy había sido reclamada al escenario un par de veces y el mánager del club había hablado ya con Eileen Renard para pedir más actuaciones. Las redes sociales hervían de comentarios.

–Soy tendencia –susurró Kassidy cuando la puerta del apartamento se cerró tras ellas. –Miró la pantalla de su teléfono–. Casi todo es bueno.

–Mañana revisaré los mensajes –dijo Mila.

Estaba agotada y pensaba retirarse en cuanto recogiera los emails impresos de la mesa del comedor de Troy. Al día siguiente continuaría con su análisis.

–Oh, mira –dijo Kassidy, que se había detenido en el umbral de la sala de estar–. ¡Qué tierno!

Mila siguió su mirada y vio a Troy dormido en su sofá. Estaba de espaldas, con Drake extendido sobre su pecho con los ojos cerrados y la cara apretada en el hueco del cuello de Troy.

–Mucho –musitó Mila.

Troy abrió los ojos.

–¿Qué ha sido de Alice Miller? –preguntó Kassidy.

–Se fue. –Troy se sentó con Drake en los brazos–. Y este durmió hasta cinco minutos después de que ella se fuera.

Kassidy se acercó a quitarle a Drake.

–Pronto tendrá hambre. –Miró a su hermano.

–¿Qué? –preguntó este.

–Les he gustado mucho –comentó Kassidy.

–Ha estado fantástica –añadió Mila.

Había sido una noche emocionante para Kassidy y confiaba en que Troy no se la estropeara.

–¿Y ganarás bastante para una niñera a tiempo completo? –preguntó él.

–Supongo –repuso Kassidy, que no parecía muy segura.

Drake empezó a llorar y la joven le frotó la espalda y lo acunó para calmarlo.

–Tranquilo, pequeñín. Vamos a buscarte un biberón.

Se dirigió a la cocina. Troy se puso de pie.

–¿Ahora es cuando me recuerdas que necesita un guardaespaldas? –preguntó.

–Lo que necesita tu hermana es un plan de seguridad como es debido.

–Ya empezamos –dijo él.

–No. Eso es una conversación para mañana. Ahora me llevo mi análisis y me voy a casa. Dile a Kassidy que la llamaré y le diré lo que encuentre.

–¿Qué es lo que buscas?

–No lo sé todavía. Revisaré las fotos que he hecho hoy y los mensajes de las redes sociales y veré lo que surge. En ese momento es trending topic, así que habrá mucho material.

–¿Dónde es trending?

–Solo aquí en Washington.

Él asintió pensativo.

–¿Cuánta gente había esta noche?

–Lleno. Creo que eso son trescientas personas. Y había cola fuera.

–¿Eso es lo normal en el Ripple Branch?

–El encargado ha dicho que los jueves suelen llenar dos tercios.

–Y querrá que vuelva ella.

–Él y una docena de lugares más de la zona –repuso Mila–. He investigado un poco a Eileen Renard. Parece genuina y encantada con esto.

–¿La has investigado?

–Sí.

–¿Y tienes fotos de esta noche?

–Del público, la cola de fuera, los empleados y los que buscaban autógrafos en la puerta trasera.

–¿Tienes una lista de las nuevas ofertas de bolos?

Mila sacó su teléfono del bolsillo e iluminó la pantalla para mostrársela.

–Has hecho una lista –dijo él sin mirarla.

–Por supuesto.

–Estás contratada.

–¿Cómo?

–Temporalmente. Quiero que protejas a Kassidy.

–Es una decisión inteligente –dijo ella.

Él la miró divertido.

–¿Te vas a poner chula conmigo?

–No. La confianza es distinta que la arrogancia. Yo estaba allí esta noche. He visto lo que he visto y confío en mi valoración.

–Tú crees que necesita una estrategia de seguridad.

–Sí.

–Hablaremos mañana.

Drake empezó a llorar en la cocina.

–Y una niñera –añadió Troy–. Definitivamente, tenemos que hablar de una niñera.

 

 

Mila estaba sentada enfrente de su hermana Zoey al lado de la ventana de una cafetería de Benson Street. En la mesa había cafés con leche y magdalenas de plátano recién hechas. La lluvia salpicaba los cristales.

–Todo lo que vale la pena hacer tiene una barrera alta en la entrada –dijo Zoey.

–¿Es preciso que cites a mamá tan temprano? –Mila cortó su magdalena por la mitad y empezó a untar mantequilla.

Zoey sonrió.

–¿Has dormido poco?

–Un par de horas. –Mila tomó un sorbo de café.

–Es muy sexy –dijo Zoey. Enseñó a Mila su teléfono con una foto que había encontrado de Troy.

–Eso me da igual –repuso Mila–. Es un poco irritante y un machista. Pero es muy bueno en el trabajo y puedo aprender mucho de él. Eso es lo único que me importa ahora.

–¿Y me lo presentarás a mí? –preguntó Zoey.

–No. ¿Crees que quiero que mi hermana salga con mi jefe? –contestó Mila.

Su hermana medía casi un metro ochenta, estaba delgada como una modelo, siempre vestía para triunfar y los hombres zumbaban a su alrededor como las abejas en una colmena.

Zoey soltó una carcajada.

–¿Lo quieres para ti?

–No.

–Espera un momento. –Zoey observó la expresión de su hermana–. A ti te interesa ese hombre.

–No es verdad.

–Si tú lo dices. –Zoey sonrió.

–Basta ya. Estamos hablando de mi carrera, no de mi vida amorosa.

–Pues hablemos de la mía. He conocido a un hombre.

–¿Uno solo? –preguntó Mila, sorprendida.

Zoey salía con muchos hombres. Su carrera era lo primero y evitaba las exigencias que supondría una relación seria. Era la socia más joven de su prestigioso bufete de abogados.

–Sí.

–¿Y entonces por qué quieres conocer a Troy?

–No quiero. Quería ver tu reacción porque él parece tu tipo.

–Un hombre irritante y machista no puede ser mi tipo.

–Te gustan los hombres duros. Sé lo que piensas de los metrosexuales.

–Solo porque no soporto el afterhsave –contestó Mila.

Era cierto que prefería los hombres con testosterona evidente, a los que no pudiera dominar físicamente en menos de un minuto. No había razones concretas para esa preferencia, simplemente sus hormonas funcionaban así.

–Pero hablemos de tu nuevo hombre. ¿Es abogado?

–Es juez.

–¿Te está permitido salir con jueces?

–Claro. Por supuesto, no puedo salir con él y llevar un caso en su tribunal al mismo tiempo.

–Pero por lo demás…

–Por lo demás, bien. Al menos desde el punto de vista profesional.

–¿Qué es lo que me ocultas?

–Es Dustin Earl.

Mila movió la cabeza.

–¿Sales con el juez que aprobó la demolición del Edificio Turret?

Zoey apretó los labios.

–Ese edificio tenía más de doscientos años.

–Por eso precisamente había que preservarlo –repuso Mila, que se lo había oído decir a su madre.

–Se estaba cayendo.

–A mamá le va a dar un ataque.

Su madre, Louise Stern, era también jueza. Consideraba al juez Earl un advenedizo atrevido que no sabía apreciar el impacto de largo alcance de sus decisiones. No estaban de acuerdo en casi nada, pero su desavenencia más sonada había sido sobre el destino del Edificio Turret.

–Dímelo a mí. –Zoey se metió un trozo de magdalena en la boca.

–¿Se lo vas a decir a papá y a ella?

–No se lo diré a nadie.

–Me lo has dicho a mí.

–Tú no cuentas.

Mila no pudo reprimir una sonrisa.

–Vaya, gracias.

–Tú sabes lo que quiero decir. No se lo puedes decir a nuestros padres ni a Rand ni a Franklin.

Rand, el hermano mayor, era un capitán condecorado de un crucero de la Marina situado en algún lugar del Mediterráneo. Las misiones de Franklin como boina verde del Ejército eran secretas. Pero seguramente estaría en alguna jungla vigilando a carteles de la droga o rebeldes.

–Tu secreto está a salvo conmigo –repuso Mila. Tengo otras preocupaciones.

–Preocupaciones como Troy Keiser –murmuró su hermana.

Mila rehusó morder el anzuelo.

–Si no consigo que me contrate de un modo fijo, tendré que explicarle un fracaso profesional a la familia –dijo.

No exageraba. Si Troy la rechazaba, habría cuatro sargentos gritándole que volviera a intentarlo. Si un empleo con Troy Keiser era la mejor credencial posible para su futura carrera, eso era lo que Mila tenía que conseguir. Sin vacilaciones ni excusas.

–Ahora voy para Seguridad Pinion –dijo.

–Demuéstrale lo que vales, hermanita.

–Esta mañana solo tengo que hacer papeles –repuso Mila–. Y después de eso, buscar una niñera.

–¿Una niñera?

–Kassidy no podrá actuar sin alguien que cuide de Drake.

–Y si no puede actuar, no correrá peligro. Y si no corre peligro, no puedes salvarla.

Mila frunció el ceño.

–Mi plan es que no corra peligro. Si no hay peligro, también he hecho mi trabajo.

–Pero Troy Keiser no estará muy impresionado si la mantienes a salvo de nada.

Mila sabía que su hermana tenía razón, pero no podía desearle ningún peligro a Kassidy. Y lo más estúpido que podía hacer sería ver cosas que no existían. Tendría que procurar no esforzarse demasiado por ver peligros.

 

 

Esa mañana Troy no había podido evitar dudar de su decisión de contratar a Mila. Las dudas no eran algo habitual en él. No podía permitírselas. Su trabajo exigía tomar decisiones en segundos.

–¿Cómo te convenció? –preguntó Vegas, en el despacho que compartían.

Era una estancia funcional, con un par de sillas para visitas, ordenadores, monitores, una anticuada pizarra blanca y una gran mesa de trabajo rectangular en el centro. Los dos escritorios estaban colocados juntos delante de las ventanas con vistas al río.

–Fue por Drake. Me da igual quién lo haga, pero alguien tiene que contratar a una niñera.

–Eso podía hacerlo Kassidy.

–Mila parece metódica. Eso me gusta.

–¿Crees que Kassidy corre un peligro real?

–Creo que Mila lo descubrirá. Si no es nada, fantástico. Cuando tengamos niñera, se podrá largar.

–¿Has preparado las pruebas de entrada de personal? –preguntó Vegas.

Troy lo miró sorprendido.

–No. Esto no es una contratación normal.

Todos los agentes de seguridad de Pinion tenían que pasar exámenes de teoría, habilidades técnicas, manejo de armas y buena forma física. Había un ochenta por ciento de fracasos, incluso entre exmilitares. La carrera de obstáculos era especialmente dura. Era imposible que pudiera completarla una mujer.

–¿O sea que rebajas los requisitos? –preguntó Vegas.

–Sí. Por ella. Es una misión única, ella no es…

–No te atrevas a rebajar los requisitos –lo interrumpió la voz de Mila desde el umbral.

Ambos hombres se volvieron al oírla. Troy se puso de pie.

–Esto es una conversación privada –dijo.

–Pues deberías haber cerrado la puerta. –Los ojos verdes de ella eran duros como esmeraldas–. No quiero ventajas especiales para mujeres.

–Eres una mujer –repuso Troy–.Y el empleo es temporal. Los exámenes serían una pérdida de tiempo.

–Entonces los haré en mi tiempo libre. Ya será bastante duro ganarme el respeto de los demás agentes sin saltarme también las pruebas de entrada.

–Tú no te vas a ganar su respeto –repuso Troy. Era la verdad y no tenía sentido fingir otra cosa.

–Así, desde luego, no.

–Y no lo necesitas. Trabajarás solo con Kassidy.

–Tal vez. –Mila entró en el despacho y se apoyó en la mesa de trabajo–. Pero eso no importa. Me verán por aquí.

–Deja que los haga –intervino Vegas.

Troy lo miró, atónito porque su amigo lo contradijera, pues Vegas solía ser reservado y circunspecto.

–No los pasará –contestó.

–Los pasaré –declaró Mila. Enderezó los hombros y se cruzó de brazos.

–¿Vas a transportar un muñeco de noventa kilos? –preguntó Troy, nombrando solo uno de los más de veinte obstáculos.

–Sé levantar peso.

–¿Subir una pared de diez metros con soga? ¿Una carrera de veinte kilómetros?

–Sé correr, escalar, nadar y disparar. No asumas lo que no puedo hacer, Troy. –Se acercó a él apretando los labios.

Troy deseaba besar aquellos labios. No quería verla luchando en la carrera de obstáculos, tropezando de agotamiento, arrastrándose por el barro… Había visto a hombres duros llorar allí. ¿Cómo la iba a ayudar eso a ganarse el respeto de sus compañeros de seguridad?

–No –dijo con determinación.

–Sí. –Ella se detuvo a poca distancia de él y lo miró a los ojos.

–¿No ves que intento ayudarte? –preguntó Troy.

–¿No ves que no quiero tu ayuda? –Mila miró a Vegas–. Es tu socio. ¿Cómo hago que cambie de idea?

Vegas se encogió de hombros.

–Yo uso un whisky de malta de treinta años.

–Hecho –repuso Mila sin vacilar.

Giró sobre sus talones y salió del despacho. Vegas sonrió divertido.

–Tenía que haberle sugerido que usara el sexo –comentó.

–¿Qué?

–Veo cómo la miras.

–Eso no es lo que pasa aquí –respondió Troy.

Sí, Mila era atractiva. Y él quería besarla. Y quizá algo más. Pero era una simple cuestión de hormonas.

Además, a él le gustaban las mujeres suaves y maleables, mujeres bien peinadas con maquillaje y vestido de seda. Había diferencias entre hombres y mujeres y, por lo que a Troy respectaba, cuanto más acusadas fueran esas diferencias, mejor.

Además, él no se acostaba con empleadas.

–Ya veremos –comentó Vegas–. De momento has tomado una mala decisión. Si la metes aquí sin que tenga que hacer las pruebas, los hombres se la comerán viva.

–Se la comerán viva de todos modos. Por eso no contratamos mujeres.

–Quizá deberíamos. Si hubiéramos contratado ya a alguna, ahora esto no sería un problema tan grande.

Troy apretó la mandíbula. No hizo falta que dijera lo que pensaba.

La expresión de Vegas se suavizó.

–También hemos perdido hombres –dijo.

–Pero no por nuestra estupidez.

–Contratar a Gabriela no fue estúpido.

–Fue estúpido dejar que muriera el quinto día.

–Las operaciones a veces salen mal –dijo Vegas.

–Ella no tendría que haber entrado en aquella casa.

–No fue porque era mujer.

–Sí lo fue. –Vegas suspiró–. Fue una mala idea desde el principio.

–Desde luego –repuso Troy–. Y no pienso cometer dos veces el mismo error.

–Nadie te pide eso.

Troy miró a su amigo, pero lo que veía eran los grandes ojos marrones de Gabriela. Ella se había ido riendo de la oficina aquel día. Y era una mujer muy fuerte. Vegas interrumpió sus pensamientos.

–La carrera de obstáculos no es peligrosa –dijo–. Bueno, es peligrosa, pero no mortal. Y contratas a Mila para proteger a tu hermana.

Troy volvió al presente.

–La contrato para leer las redes sociales y buscar una niñera.

–Ella no trabaja en una burbuja. Y está entrenada. Tiene experiencia. Dale una oportunidad con las pruebas. Sabes que la respetarán más si lo intenta y fracasa que si no las hace.

Troy guardó silencio. Había sido mala idea contratar a Mila.

Y él odiaba meter la pata.

Capítulo Cuatro

 

–Tiempo –gritó Troy. Y se encendieron las luces en el sótano de las pruebas de tiro de Pinion.

Mila dejó el rifle AK-47 completamente montado sobre la mesa y dio un paso atrás.

Troy se acercó a la mesa y levantó el arma. La inspeccionó y probó el mecanismo.

Ella contuvo el aliento, pero los sonidos sonaban normales. ¡Menos mal!

Troy se acercó a la línea de tiro y cargó el rifle. Apretó el gatillo y sonaron tres tiros en rápida sucesión. Los tres dieron en el centro de la diana, situada a cincuenta metros.

Mila se quitó las orejeras. Pensó que él era increíblemente sexy. Si se hubiera tratado de otra persona, habría entreabierto los labios y ladeado la cabeza en un gesto de invitación. O quizá simplemente lo habría besado sin esperar a que él diera el primer paso.

–Has pasado la prueba de armas con competencia –dijo él.

–Lo sé.

El dorso de la mano de él rozó el de ella y le envió una ola de calor por el brazo. Troy no se apartó y ella tampoco lo hizo.

–¿Eso es arrogancia? –preguntó él.

–Estoy bien entrenada –contestó Mila.

Él subió los dedos por el brazo desnudo de ella.

A Mila se le contrajo el estómago. Todo su cuerpo se tensó de anticipación. El olor viril de Troy bloqueaba el olor fuerte de la pólvora. La piel de ella se calentaba y el aire húmedo se apretaba contra ella como el agua de un baño.

Él bajó la cabeza.

Ella esperó.

Los labios de él rozaron los suyos y el calor le llegó hasta el centro de su ser.

Troy gimió, se inclinó sobre ella y la rodeó con los brazos.

Ella le devolvió el beso con las manos en las caderas de él. Aquello era temerario, peligroso y claramente estúpido, pero cedió a las punzadas de excitación que le recorrían el cuerpo. Rozó la lengua de él con la suya y le maravilló la sensación.

Su cuerpo se tensó de deseo. Empujó las caderas contra los muslos de él. Las palmas de él bajaron por su espalda, apretaron su trasero y la alzaron para apretarla contra lo más íntimo de él. Los besos continuaron, calientes e impacientes, mientras él la subía a la mesa.

Deslizó las manos debajo de la camiseta de ella, rozó su cintura desnuda y empezó a subir. Mila sintió que se le endurecían los pezones bajo el sujetador de algodón, que cosquilleaban con anticipación esperando su caricia, desesperados porque los tocara.

–Esto está mal –musitó él.

Mila pensó que no, que estaba bien, demasiado bien.

–Hay cámaras –dijo él.

Aquello atrajo la atención de ella.

–¿Aquí?

Troy asintió.

–¿Nos ve alguien?

–Probablemente Vegas.

Mila luchó por aplastar sus hormonas, por recuperar el aliento e invocar la culpabilidad y la vergüenza que la situación exigía. Estaba besando a su jefe. Más que eso, se estaba enrollando como una adolescente enloquecida con el hombre que juzgaba su profesionalidad.

Aquello probablemente fuera una prueba. Había aprobado la de las armas solo para fracasar miserablemente en la de autocontrol. Se esforzó por salvar la situación con la primera idea que se le ocurrió.

–¿Habrá un contrato permanente? –preguntó–. Piénsalo. Podrías enviarme a Oriente Medio o a Sudamérica.

La expresión de él se volvió seria.

–¿Te estás quedando conmigo?

Ella subió los dedos por el pecho de él.

–Hablo muy bien español.

Él le atrapó la mano y la apretó con fuerza.

–¿Me vas a decir que esto era un modo de persuasión?

Ella lo miró a los ojos.

–Pues claro que era persuasión.

–Mientes

–¿Estás seguro?

–Lo estoy.

Ella alzó una ceja.

–¿Tan irresistible te crees? –Soltó una risita–. Piénsalo, Troy.

Él le tomó la barbilla, le inmovilizó la cabeza y la miró a los ojos.

La ansiedad embargó a Mila. Se ordenó no ceder, mantener el autocontrol. Si él sabía que se había derretido en sus brazos, la echaría a patadas.

Él apretó la mandíbula.

–Nunca vuelvas a intentar manipularme –gruñó–. ¿Has entendido?

–Sí –susurró ella.

Troy se volvió con brusquedad y ella casi cayó contra la mesa.

 

 

–¿Lo ha visto alguien más? –preguntó Troy cuando entró en la sala de control.

–No –contestó Vegas.

–Bórralo.

–Ya lo he hecho.

El alivio aflojó el nudo que Troy sentía en el pecho. Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto. No era nada del otro mundo que los muchachos lo vieran besando a Mila.

–Gracias –dijo.

–Lo he hecho por ella.

–Lo imagino –repuso Troy.

No había razón para proteger su reputación. Era Mila la que lo pasaría mal si alguien veía las imágenes. Y aunque ella se lo había buscado, Troy no quería hacerle la vida difícil mientras estuviera allí. Solo un grandísimo imbécil haría eso.

–No sé en qué estaba pensando –murmuró para sí.

–Yo sí lo sé –repuso Vegas.

–No suelo dejar que me manipulen las mujeres.

–¿Eh? –Vegas parecía sorprendido.

–Es mejor de lo que esperaba. Lo han intentado muchas y normalmente lo veo venir a un kilómetro. Y precisamente ella, de la que tenía muchos motivos para sospechar que intentaría algo…

–¿Y por qué crees que te estaba manipulando?

–Porque busca un trabajo fijo. Y lo ha admitido ella.

Vegas lo miró.

–¿Ha admitido que intentaba manipularte?

–Sí.

Vegas movió la cabeza, miró las pantallas y pulsó un par de teclas en el ordenador.

–¿Ha pasado la prueba? –preguntó.

–Sí. Es muy buena con las armas. Su tiempo de reacción es aceptable y su actuación también.

–Sacó cien por cien en la parte táctica –recordó Vegas.

–Muchos hombres hacen eso.

–Y los contratamos.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Troy.

–¿Qué vas a hacer si borda todas las pruebas?

–Mide un metro sesenta y dos y pesa menos de cincuenta y cinco kilos. Es imposible que pueda superar la carrera de obstáculos.

–Cierto –repuso Vegas–. Tu hermana está bajando.

Troy miró la cámara del ascensor y vio a Kassidy dentro con Drake llorando en brazos. Parecía agotada, tenía el pelo alborotado y el maquillaje estropeado.

–Me alegro de que no tengamos audio –comentó Vegas.

–Esto es ridículo –comentó Troy.

–Puede ser un buen momento para sugerirle que reconsidere su vida –comentó Vegas.

En la pantalla se abrieron las puertas del ascensor. Los gritos de Drake llegaban ya desde el pasillo. El sonido fue aumentando de volumen hasta que Kassidy entró por la puerta.

–Le están saliendo dientes –dijo.

–¿Y por eso lo traes aquí? –preguntó Troy con tono acusador.

–Tengo que hablar contigo.

–Aquí intentamos trabajar –gruñó Troy. Pero se sorprendió quitándole a Drake de los brazos.

No sentía ningún deseo de estar cerca del bebé llorón, pero su hermana parecía a punto de caer redonda al suelo y no había otro modo de evitar que sufrieran daños los dos.

Se colocó a Drake sobre el hombro y frunció el ceño cuando la nariz mocosa del niño entró en contacto con su cuello.

–Tiene las encías rojas e hinchadas –dijo Kassidy.

–¿No puedes darle algo?

–Ya lo he hecho. Más de una vez. Se supone que debería adormecerle la boca, pero no le hace nada.

–¿Cómo va la búsqueda de niñera? –preguntó Troy.

–La agencia quiere un depósito. –Kassidy se mordió el labio inferior–. Quería preguntarte…

Con el pantalón de yoga y una bonita blusa de color pastel, tenía un aire tierno e indefenso.

–Ningún problema –musitó Troy–. Lo añadiré al total.

–No hace falta que lo digas así –replicó ella.

–¿Así cómo?

–Como si no esperaras que te lo devuelva. Te lo devolveré.

–¿Has devuelto alguna vez algo? –intervino Vegas.

Kassidy se volvió hacia él.

–Ahora gano más dinero que nunca. Es solo que tarda un poco en llegar. Hay gastos y…

Vegas miró a Drake.

–Y te has buscado una nueva afición muy cara.

–No es una afición –respondió ella–. Es un ser humano. –Le quitó a Troy a Drake como si quisiera rescatarlo–. ¿Pero a vosotros qué os pasa?

–He dicho que sí –le recordó Troy–. Dile a la agencia que me envíe la factura.

–Quieren un cheque por adelantado.

–Muy bien. Lo que sea. Pero encuentra una buena niñera.

Los grandes ojos de Kassidy se llenaron de lágrimas, y Troy se sintió como una sanguijuela.

Antes de que pudiera disculparse, entró Mila.

–¿Qué pasa aquí? –le preguntó a Troy–. ¿Qué has hecho?

Esa vez fue ella la que tomó a Drake en brazos.

–¿Yo? –preguntó Troy.

–¿Por qué llora todo el mundo?

–Le están saliendo los dientes –repuso Troy.

Mila le puso una mano en el hombro a Kassidy.

–¿Ha ocurrido algo?

Kassidy negó con la cabeza.

–Necesita desesperadamente dormir –dijo Mila–. Esta noche tiene una actuación.

–¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

Mila lo miró con el ceño fruncido y le pasó al niño.

–Espero que sea una broma –dijo Troy. Por el rabillo del ojo, vio que Vegas sonreía.

–Voy a acostar a Kassidy –anunció Mila.

–Estoy trabajando.

–Volveré.

–Tienes cinco minutos –dijo Troy.

Ella alzó los ojos al cielo y tiró de Kassidy hacia el pasillo.

Los gritos de Drake se convirtieron en un gimoteo.

–Buena jugada –dijo Vegas.

–Cállate.

–¿Crees que Mila volverá?

–Si no lo hace, iré en su busca –repuso Troy.

Le frotó la espalda a Drake e intentó acunarlo con la esperanza de hacerle dormir. Desde luego, el pobre niño no había tenido mucha suerte en la vida hasta ese momento.

 

 

Troy se detuvo a escuchar fuera de la puerta de su apartamento. Prefería prepararse él la cena, pero si Drake estaba despierto y llorando, saldría a cenar fuera.

Silencio.

Deslizó la tarjeta llave en la ranura, abrió la puerta y entró con cuidado en el vestíbulo. Solo se oía el zumbido de la calefacción y el golpeteo de dedos en un teclado. Dobló la esquina y pudo ver la sala de estar y, más allá, el comedor.

Mila estaba en la mesa del comedor, inclinada sobre un ordenador portátil y rodeada de papeles. Llevaba el pelo recogido en una trenza y una camiseta azul se le ceñía a los hombros. Drake dormía contra ella, equilibrado en su brazo y con la cara metida en el cuello de ella.

Troy se movió en silencio hasta donde ella pudiera verlo.

–¿Dónde está Kassidy? –susurró, cuando ella alzó la vista.

–Durmiendo.

–¿No hay niñera?

Mila negó con la cabeza.

–A las siete viene alguien a una entrevista.

–¿Qué ha pasado con la última?

–Solo hace trabajo ocasional.

–Oh. ¿Y no podría venir, ocasionalmente, esta noche?

Mila sonrió.

–Esperemos que se quede la nueva.

Drake se movió contra ella.

–¿Puedes dejarlo en la cuna? –preguntó Troy.

–Lo he intentado unas cuantas veces, pero se despierta al instante. –Mila hizo una mueca–. Tengo el brazo dormido.

Troy suspiró. Tomó con cuidado a Drake y lo acurrucó contra su hombro.

–Gracias –dijo Mila. Se frotó el brazo izquierdo.

Sus ojos se encontraron un momento con los de Troy, pero ella apartó la vista enseguida.

–Estoy trabajando con algunos archivos de los clubs de los últimos veinte bolos de Kassidy –explicó–. He convencido a los clubs de que me dieran archivos de tarjetas de crédito por las ventas de entradas y de bebidas y estoy cargando los nombres en una base de datos. Hasta el momento, no veo patrones claros. Y mucha gente paga en metálico en la puerta, así que no sé si esto nos llevará muy lejos. Pero es un comienzo.

–¿Clientes repetidos? –preguntó él. Se colocó de modo que pudiera ver la pantalla del ordenador.

–Algunos. Me faltan datos por meter. Luego revisaré las fotos a ver si el programa de reconocimiento facial encuentra algo.

Troy tenía que admitir que era un buen comienzo de la investigación. Hasta el momento, no podía ponerle pegas a su trabajo.

Miró su perfil, la nariz, la translucidez de la piel, la longitud de sus pestañas oscuras y el color intenso de sus labios gruesos. Recordó el beso. Sentía todavía el calor de esos labios, su dulzura, y volvió a ser víctima de una oleada potente de hormonas.

Ella alzó la vista y se sobresaltó al ver la cara de él.

Troy carraspeó, reprimiendo el deseo de tomarla en sus brazos.

–¿Podrás hacer otra prueba mañana? –preguntó.

Ella tardó un momento en contestar.

–¿Cuál?

–Teoría de los métodos de inteligencia. –Era una prueba escrita y él no tendría que estar presente en la habitación mientras la hacía.

–Eso no me da tiempo para estudiar.

–No tienes que estudiarlo.

–Eso no parece justo.

–Se trata de valorar lo que sabes, no lo que puedes embutir en tu cabeza en una noche.

–Esta noche estaré con tu hermana.

–¿Te parece bien a las diez?

Drake empezó a gemir en la oreja de Troy. El llanto empezaría en cualquier momento.

–No me vas a dar ninguna oportunidad, ¿verdad?

–Te doy las mismas que a todos los demás. ¿Hay un biberón por aquí? No soy un experto, pero creo que este niño tendrá hambre cuando despierte.

Mila se puso de pie y se dirigió a la cocina. Troy la siguió. Ella sacó un biberón del frigorífico y abrió el grifo del agua caliente.

–Tú quieres que no pase las pruebas –dijo.