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Pacto Amargo Había llegado el momento de que se hiciera justicia con el hijo de la sirvienta Lázaro Marino no se iba a detener hasta llegar a la cumbre. Había escapado de la pobreza, pero todavía le faltaba una cosa: subir al escalón más alto de la sociedad. Y Vannesa Pickett, una rica heredera, era la llave que abría la puerta de ese deseo. Con su negocio en horas bajas, Vanessa estaba en una situación límite. Casarse con Lázaro era lo más conveniente para los dos. Pero el precio de aquel pacto con el diablo sería especialmente alto para ella. El legado oculto del jeque La atracción sería tan ardiente como la arena del desierto… La princesa Katharine siempre supo que su destino era un matrimonio de conveniencia política. Con pena en el corazón, se preparó para conocer a su futuro marido, el hombre al que llamaban La Bestia de Hajar… El jeque Zahir gobernaba un país encerrado en su palacio. Nadie debía ver su rostro desfigurado. Sin embargo, sus obligaciones le exigían continuar con la estirpe real… Cuando su futura esposa cruzó el umbral, pensó que saldría huyendo nada más verlo. Pero Katharine Rauch y su diáfana mirada lo cautivaron sin remedio.
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Seitenzahl: 365
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 506 - octubre 2025
© 2011 Maisey Yates
Pacto amargo
Título original: The Argentine’s Price
© 2012 Maisey Yates
El legado oculto del jeque
Título original: Hajar’s Hidden Legacy
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 979-13-7000-833-8
Índice
Créditos
Pacto amargo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
El legado oculto del jeque
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
POR QUÉ estás comprando las acciones de mi empresa?
Vanessa aferró el bolso que llevaba en la mano e intentó hacer caso omiso del calor y de la tensión que sentía en el estómago. El hombre alto y de traje negro al que había formulado la pregunta era Lázaro Marino, su primer amor, su primera decepción amorosa y, al parecer, el responsable de un intento de OPA hostil a la empresa de su familia.
Lázaro la miró y dio su copa de champán a la rubia esbelta que se encontraba a su izquierda. Se la dio de un modo tan desdeñoso como si la tuviera por poco más que un posavasos con un vestido caro. Vanessa lo notó y se dijo que, por lo menos, ella era algo más para él; aunque solo fuera porque habían estado a punto de acostarse en cierta ocasión.
Al pensarlo, su mente se llenó de imágenes tórridas y sus mejillas se tiñeron de rubor. Lázaro tenía ese efecto en Vanessa; llevaba treinta segundos a su lado y ya había conseguido que extrañara su cuerpo.
Nerviosa, clavó la vista en el cuadro que adornaba la pared para escapar de sus inteligentes y oscuros ojos; pero siguió sintiendo la fuerza de su mirada y tuvo la sensación de que la sangre le hervía en las venas.
A pesar del tiempo transcurrido, la presencia de Lázaro la arrastró a un verano muy concreto de su adolescencia, cuando ella tenía dieciséis años y todas las mañanas se sentaba y se dedicaba a observar al chico que trabajaba en el jardín.
El chico con el que le habían prohibido que hablara.
El chico que, al final, le infundió el valor necesario para romper las normas impuestas por su familia.
Por desgracia para Vanessa, aquel chico se había convertido en un hombre que aún tenía la capacidad de acelerarle el pulso. Se excitaba por el simple hecho de ver una fotografía suya en alguna revista. Y si lo veía en persona, era peor.
–Hola, señorita Pickett…
Un mechón del cabello de Lázaro cayó hacia delante. Vanessa tuvo la certeza de que no había sido un accidente. Tenía aspecto de haber dormido poco y haberse arreglado a toda prisa. De hecho, cualquiera habría pensado que se había limitado a pasarse una mano por el pelo y a ponerse un traje de mil dólares.
Y, por alguna razón, le resultó increíblemente sexy.
Tal vez, porque al preguntarse por el motivo de sus prisas matinales, imaginó lo que habría estado haciendo en la cama y deseó haberla compartido con él.
Pero no quería pensar en esos términos. No podía cometer el mismo error. Ya no era una adolescente inexperta que confundía el deseo sexual con el amor; ni Lázaro, por otra parte, tenía ningún poder sobre ella.
Ahora, el poder era suyo.
–Por favor, Lázaro, llámame Vanessa… al fin y al cabo, somos viejos amigos.
Él soltó una risotada profunda y ronca.
–¿Viejos amigos? No es precisamente la definición que yo habría elegido, pero si te empeñas… está bien, serás Vanessa para mí.
Vanessa notó que su acento había mejorado bastante, aunque todavía pronunciaba su nombre como antes, acariciando las sílabas con la lengua y consiguiendo que pareciera asombrosamente sexy.
Además, los años le habían sentado bien. Era más atractivo a los treinta que a los dieciocho. Su mandíbula era más fuerte y sus hombros, más anchos. Pero en todo lo demás era igual, sin más excepción que su nariz, ligeramente hundida.
Vanessa supuso que se la habrían partido en una pelea. Siempre había sido un hombre apasionado, en todos los sentidos posibles. Ella lo sabía muy bien; porque al final, después de esperar mucho tiempo, había conseguido sentir toda la fuerza de aquella pasión.
Solo se habían acostado una vez, pero Lázaro consiguió que se sintiera la única mujer del mundo y el ser más precioso de la Tierra.
Vanessa dio un paso atrás, aferró el bolso con más fuerza que antes e intentó que su voz sonara tranquila y natural.
–Me gustaría hablar contigo –dijo.
Él arqueó una ceja.
–¿Hablar? Pensaba que estabas aquí para socializar.
–No, he venido para hablar contigo.
Lázaro le dedicó una sonrisa irónica.
–Pero a pesar de ello, estoy seguro de que habrás donado algo a la organización del acto… te recuerdo que es una gala benéfica.
Vanessa se mordió el labio inferior y redobló los esfuerzos por mantener la compostura. De haber podido, habría alcanzado una copa de champán y le habría tirado su contenido a la cara; pero no estaba allí por eso.
–Por supuesto que sí, Lázaro; he dejado un cheque al entrar.
–Qué generosa…
Vanessa lanzó una mirada rápida al grupo de mujeres, todas preciosas, que estaban junto a él. Reconoció a algunas, aunque no las había tratado mucho. Su padre siempre se había opuesto a que se relacionara con personas de lo que él consideraba una clase social inferior.
Personas como el propio Lázaro.
–Tenemos que hablar –insistió ella–. Sin público.
–Como quieras. Por aquí, querida…
Él le puso una mano en la espalda y ella se maldijo para sus adentros. Había elegido un vestido tan abierto por detrás que la mano de Lázaro entró en contacto con su piel. Una mano cálida que todavía entonces, a pesar de tantos años de trabajo de oficina, mantenía las durezas del trabajo físico. Una mano que recordaba perfectamente porque le había acariciado la cara y todo el cuerpo, de arriba abajo.
Vanessa se estremeció, pero su reacción le pasó desapercibida a Lázaro porque acababan de salir del edificio y hacía fresco.
La enorme terraza del museo de arte estaba iluminada por los farolillos de papel que habían colgado para decorarla. En las esquinas más oscuras se veían parejas que aprovechaban la intimidad del lugar para besarse o charlar en privado; pero era una intimidad ficticia, porque había periodistas e invitados por todas partes.
Vanessa pensó que su padre le habría prohibido que asistiera a un acto como aquel. La discreción siempre había sido el elemento central de su escala de valores. Y también lo era de la escala de valores de su hija.
Pero estaba allí de todas formas. No tenía más remedio. Necesitaba hablar con Lázaro sobre Pickett Industries, porque sospechaba que no estaba comprando las acciones de la empresa por puro altruismo.
Al llegar a la barandilla, él se apoyó y dijo:
–¿Tenías algo que preguntar?
Ella se giró hacia él y adoptó una expresión lo más natural posible.
–¿Por qué estás comprando las acciones de mi empresa?
–Ah, ¿ya lo sabes? –Lázaro sonrió–. Me sorprende que te hayas dado cuenta tan pronto.
–No soy estúpida, Lázaro. De repente, todos mis accionistas están vendiendo sus títulos a tres corporaciones diferentes que tienen un apellido en común: Marino.
–Veo que te he subestimado…
Lázaro la miró con intensidad, como si esperara un estallido de indignación. Pero Vanessa no le iba a dar ese placer.
–No me importa que me subestimes; de hecho, me da igual lo que pienses de mí. Solo quiero saber por qué te has empeñado en tener tantas acciones de Pickett Industries como mi familia y yo.
La sonrisa de Lázaro adquirió un fondo cruel y completamente carente de humor, aunque no perdió ni un ápice de su devastador atractivo.
–Pensé que apreciarías la ironía…
–¿La ironía? ¿Qué ironía?
–Que yo, precisamente, me convierta en copropietario de tu empresa. Que una sociedad tan antigua y tan respetada entre la élite pase a manos del hijo de una simple criada –respondió–. Es maravilloso, ¿no te parece?
Ella lo miró a los ojos y se quedó sin aliento al reconocer la profundidad y la oscuridad de sus emociones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había metido en una trampa. Y sintió el deseo de huir y de olvidar para siempre a Lázaro.
Pero no podía. Pickett Industries era responsabilidad suya. Ella era la única persona que podía encontrar una solución.
Su padre había sido muy claro al respecto. El asunto estaba en sus manos. Si no convencía a Lázaro, lo perderían todo.
–¿Insinúas que estás comprando las acciones por diversión? ¿Por el simple placer de satisfacer tu sentido de la ironía?
Él rio.
–No tengo tiempo para hacer ese tipo de cosas por diversión, Vanessa. No habría llegado adonde estoy si fuera tan irresponsable… Quizás no lo recuerdes pero, a diferencia de ti, yo no heredé mi dinero ni mi posición social. No me los sirvieron en bandeja de plata.
Vanessa pensó que Pickett Industries tampoco había sido un premio para ella. Bien al contrario, era una carga que había asumido por el bien de su padre y, sobre todo, por Thomas; porque sabía que su hermano habría asumido la dirección de la empresa con la profesionalidad, la dignidad y la amabilidad que había demostrado siempre.
–Entonces, ¿por qué lo haces?
–Pickett se hunde, Vanessa; lo sabes de sobra. Tus beneficios han caído tanto en los tres últimos años que ahora estás en números rojos.
–Son cosas que pasan, cosas cíclicas –se defendió–. Además, es lógico que nuestra producción se reduzca en tiempos de crisis económica.
–El problema no es la economía, sino que Pickett Industries está anclada en el pasado. Los tiempos cambian…
–Ya. Pero, dime, si realmente crees que mi empresa se está hundiendo, ¿por qué inviertes tu dinero en sus acciones?
–Porque es una oportunidad y porque soy un hombre que no desaprovecha las oportunidades –contestó.
Vanessa supo que sus palabras tenían un sentido doble y se estremeció. Al hablar de oportunidades, Lázaro no se refería únicamente a su empresa, sino también a ella.
–¿Y qué pretendes hacer con mis acciones?
–Eso depende… supongo que las podría usar para echarte de la dirección.
Vanessa se sintió como si le hubieran tirado un cubo de agua fría.
–¿Echarme? ¿Por qué?
–Porque Pickett Industries es demasiado para ti. Esa empresa no ha dejado de tener pérdidas desde que asumiste el cargo… Los accionistas necesitan a un persona que sepa lo que hace.
–He estado trabajando en un plan que cambiará las cosas.
–¿Durante tres años? –ironizó–. Me sorprende que tu padre no te haya echado.
Ella se puso tensa.
–No me puede echar. Cuando me nombraron directora, firmó un acuerdo para evitar ese tipo de situaciones. A los miembros de la junta directiva les pareció que ese tipo de diferencias no serían buenas para nadie.
Vanessa sabía que no era un genio de los negocios, pero dirigía la empresa con dedicación y lealtad absolutas. Lo hacía por su padre, que en general no tenía queja de su trabajo. Y, sobre todo, lo hacía por Thomas, su difunto hermano.
Jamás olvidaría el día de su muerte. Ella tenía trece años cuando su padre la llamó para que fuera a su despacho. Allí le informó de lo sucedido y le dijo que las responsabilidades de Thomas serían suyas a partir de ese momento.
Y Vanessa no le podía fallar. No iba a permitir que Pickett Industries se hundiera. Al fin y al cabo, había sido el sueño de su hermano de sonrisa fácil, del hermano que siempre tenía tiempo para ella, del que siempre le había demostrado su afecto.
–El mercado ha cambiado y la competencia es más dura que nunca –continuó–. Admito que la empresa de mi familia está pasando por un momento difícil, pero no vamos a trasladar nuestra producción al tercer mundo. Nos quedaremos aquí y mantendremos los puestos de trabajo de nuestros empleados.
–Una intención digna de elogio, aunque poco práctica.
Vanessa pensó que Lázaro tenía razón. Las empresas como Pickett Industries no podían competir con los salarios bajos de otros países. Sabía que estaba luchando por una causa perdida; pero la mayoría de sus empleados llevaban veinte años con ellos y no quería dejarlos en la estacada.
–Puede que sea poco práctica, pero no se me ocurre nada mejor.
–¿Que no se te ocurre nada mejor? Eso me intranquiliza, Vanessa. Te recuerdo que ahora soy accionista de Pickett Industries.
Ella entrecerró los ojos.
–¿Qué quieres de mí, Lázaro?
–Sinceramente, nada. Aunque me divierte el hecho de que tu empresa se encuentre ahora en mis manos.
–¿No decías que no estabas comprando las acciones por diversión? –replicó.
–Por supuesto que no. Esto es un negocio –replicó con firmeza–. Pero tiene su gracia, ¿no te parece? Cuando éramos niños, mi madre era la criada de tu padre, que le pagaba un sueldo de miseria… y ahora, en cambio, tengo dinero de sobra para comprar vuestras propiedades y vuestra empresa.
–Ah, comprendo. Estás comprando esas acciones porque nos quieres someter a tu voluntad.
–¿Como Michael Pickett con mi madre y con tantos otros?
Ella se mordió el labio. Conocía a su padre y sabía que había sido un hombre implacable, pero era todo lo que tenía, toda la familia que le quedaba.
–No voy a decir que sea perfecto, pero ahora es un anciano y… bueno, Pickett Industries significa mucho para él.
Lázaro la miró en silencio durante unos segundos y dijo:
–¿Qué es más importante, Vanessa? ¿El negocio? ¿O la tradición?
Vanesa pensó que, si le hubiera preguntado a su padre, probablemente habría contestado lo segundo. Se había casado con una mujer de la aristocracia y quería que su hija mantuviera su estatus social y se casara con un hombre de su misma clase. A los hombres como él no les importaban ni la integridad ni el trabajo. Solo querían mantener un modo de vida que estaba tan anticuado como sus prácticas empresariales.
–El negocio, sin duda. Pero estamos hablando de Pickett Industries –le recordó–. Mi familia la ha dirigido durante décadas… si nosotros nos vamos, no sería lo mismo.
–Claro que no sería lo mismo. Se convertiría en una empresa nueva y moderna, justo lo que tu padre no pudo conseguir. Vuestros sistemas no han cambiado nada en treinta años. Están completamente anticuados.
Ella carraspeó.
–Tal vez. Pero no sé qué más puedo hacer.
A Lázaro no le sorprendió que Vanessa confesara su impotencia con tanta facilidad. No era precisamente la típica directiva de una empresa grande. En más de un sentido, le seguía pareciendo la chica encantadora de dieciséis años que se sentaba en el gigantesco jardín de la casa de su familia, con un biquini rosa que despertaba sus fantasías juveniles, y se dedicaba a observarlo.
Lázaro sabía que se sentía atraída por él, pero suponía que era un gesto de rebeldía contra su padre. Nada podía molestar tanto a Michael Pickett como el hecho de que su hija se encaprichara de un chico pobre y, además, inmigrante.
Desgraciadamente, la dulzura y la belleza de Vanessa terminaron por seducirlo. Pero tardó poco en descubrir que había estado jugando con él. Lo dejó bien claro la noche en que lo rechazó. Y esa misma noche, aunque más tarde, se despertó en un callejón con la nariz rota. Unos matones de Michael Pickett le dieron una paliza como advertencia, para que no se acercara nunca más a su heredera.
Al día siguiente, Michael despidió a la madre de Lázaro, logró que la desahuciaran de su piso y la dejó en la calle sin trabajo y sin esperanza de conseguir otro. Fue el principio de una etapa muy dura para los Marino. Sin embargo, él no se quejaba; con el tiempo, había llegado a la cumbre. Su madre nunca había tenido esa oportunidad.
Al pensar en su madre, apretó los puños con fuerza e intentó contener la rabia. Aquella familia le había hecho sufrir un infierno.
–Pickett Industries se puede salvar. Y yo sé cómo.
Ella entrecerró los ojos.
–¿Lo sabes?
–Naturalmente. He hecho mi fortuna a base de salvar empresas que parecían acabadas. Aunque te supongo al tanto.
–¿Cómo no? Casi no hay día en que tus logros no aparezcan en la portada de la revista Forbes…
–En cualquier caso, la puedo salvar.
–Sustituyéndome por otra persona…
–No necesariamente.
–¿Ahora vas a tener piedad de mí? –ironizó Vanessa–. Discúlpame, pero no te creo.
El corazón de Lázaro se aceleró. Allí, delante de él, con su cabello castaño recogido en un moño cuya discreción contrastaba con el corte increíblemente sexy de su vestido de noche, estaba la clave de su plan maestro. El último paso que le faltaba para que se le abrieran las puertas de la alta sociedad.
Lázaro era millonario, pero necesitaba los contactos de los Pickett para que su poder fuera absoluto. Además, quería ver la cara de Michael cuando tomara posesión de su empresa y de su hija.
Por fin se le presentaba la oportunidad de vengarse. Del hombre que los había dejado a su madre y a él en la calle, sin dinero y sin casa, condenados a los rigores del invierno de Boston. Del culpable de que su madre perdiera lentamente sus fuerzas y falleciera en un refugio para personas sin hogar.
Apretó los dientes y pensó en todo lo que podía conseguir si se casaba con Vanessa. A lo largo de los años, había considerado muchas veces la posibilidad de casarse con alguna mujer de la élite de Estados Unidos; pero siempre rechazaba a las candidatas. En el fondo de su corazón, seguía enamorado de aquella adolescente de biquini rosa y de los besos que se habían dado una noche.
Ahora podía matar dos pájaros de un tiro. Daría satisfacción a su necesidad de llegar a lo más alto y al deseo que sentía por ella.
Porque deseaba a Vanessa. No la había dejado de desear en ningún momento de los doce años transcurridos desde que se vieron por última vez. La había deseado cuando se acostaba con otras mujeres y la había deseado en sus días de soledad.
Y estaba a punto de ser suya.
–Te ayudaré, Vanessa.
Ella lo miró con desconcierto.
–¿Me ayudarás?
–Sí, pero mi ayuda tiene un precio.
Vanessa alzó la barbilla, orgullosa.
–¿Qué precio?
Lázaro dio un paso adelante. Después, llevó las manos a su cara y sintió una descarga de energía tan intensa que se excitó de inmediato. Por lo visto, Vanessa todavía tenía poder sobre su cuerpo. Pero él también lo tenía sobre el de ella, como pudo comprobar por el rubor de sus mejillas.
–Que te cases conmigo.
ES QUE TE has vuelto loco?
Vanessa lanzó una mirada rápida hacia atrás para asegurarse de que nadie los estaba mirando. Si su padre llegaba a saber que se había reunido con Lázaro Marino, se enfadaría tanto que la repudiaría como hija y encontraría la forma de quitarle la dirección de Pickett Industries.
–En absoluto.
–Lo digo muy en serio, Lázaro. ¿Es que te has dado un golpe en la cabeza? Nunca fuiste el hombre más refinado del mundo, pero parecías lúcido.
–Y lo soy. No te finjas ajena a la idea de casarte con alguien por conveniencia.
Vanessa no tenía intención de fingir. Su padre le había presentado a todos los hombres con los que había salido. En algún lugar de su despacho, siempre había un sobre con un nombre adecuado para ella, de la familia correcta, con las credenciales correctas y la reputación correcta.
Pero ella no quería eso; en el fondo, seguía siendo la adolescente romántica de dieciséis años empeñada en que la quisieran por su forma de ser, no por su cuenta bancaria. Lamentablemente, su padre no era de la misma opinión. Había encontrado al hombre perfecto, Craig Freeman, y estaba decidido a que se casara con él.
Hasta entonces, Vanessa había conseguido retrasar el matrimonio; primero, con la excusa de sus estudios universitarios y después, con las exigencias de dirigir Pickett Industries. Pero la sombra de Craig se alzaba en su futuro inmediato.
–No, no soy ajena a ese concepto –admitió–, aunque eso no significa que me guste. Y no quiero casarme contigo.
–¿Querer? ¿Crees que tiene algo que ver con nuestros deseos? ¿Crees que yo me quiero casar? No, Vanessa, esto es una simple y pura cuestión de necesidad. Hace tiempo que soy consciente de que, si quiero entrar en la élite del país, tengo que casarme con una mujer de buena familia… y tú eres la mejor de las candidatas.
–¿Seguro que no te has dado un golpe en la cabeza?
–Seguro.
–Pues tampoco recordaba que fueras tan canalla.
–La gente cambia con el tiempo. Tú tampoco eres quien fuiste, ¿no?
–No.
Vanessa mintió; al menos, en parte. El encuentro con Lázaro había despertado en ella unos sentimientos que creía enterrados; sentimientos que solo la asaltaban en la intimidad de la noche, cuando estaba sola en su enorme y solitaria cama y soñaba con un hombre con quien podía compartir su amor y su vida, Lázaro Marino.
Pero todas las mañanas, al despertar, la realidad borraba el sueño y la enfrentaba a la tortura de dirigir una empresa que se estaba hundiendo.
Además, también estaba el asunto de Craig. Su padre le había organizado un matrimonio con un hombre al que apenas conocía; entre otras cosas, porque la idea le disgustaba tanto que no se había molestado en conocerlo.
A sus dieciséis años, cuando conoció a Lázaro, descubrió que necesitaba el amor con todas sus fuerzas y creyó que lo podía conseguir. Fue un error. Se enamoró de él a simple vista. Le pareció especial, único. Pero ahora sabía que Lázaro Marino no era un hombre único, sino uno como tantos, obsesionado con el poder y el dinero.
En ese momento, él la miró con intensidad. Vanessa se sumergió en la profundidad de sus ojos oscuros e intentó recordar al chico que había sido.
De repente, el paisaje nocturno de la ciudad se desvaneció y ella se encontró en el pasado, doce años antes, en una noche de verano.
Vanessa miró hacia atrás para asegurarse de que su padre no los había visto. Fue un gesto puramente instintivo, porque su padre no salía nunca del despacho.
–No deberías hablar conmigo, Lázaro.
Él sonrió.
–¿Por qué no?
–Porque… ¿no tienes nada que hacer?
La cercanía de Lázaro la había puesto nerviosa. Pero lo había observado durante todo el verano y su deseo inicial se había convertido en algo más. Vivía para que él girara la cabeza en algún momento y le dedicara una mirada. Vivía por ver un destello de interés en aquellos ojos grandes y oscuros.
–No –respondió con una sonrisa de oreja a oreja–. Ya he terminado.
–Ah…
–Pero me quedaré a esperar a mi madre. Me iré con ella cuando termine su turno.
Vanessa se sintió súbitamente desprotegida con su biquini rosa, tan pequeño que ocultaba muy poco. No estaba acostumbrada a utilizar su cuerpo para llamar la atención de los hombres. Con Lázaro había hecho una excepción porque él era diferente, porque le hacía sentir de forma diferente.
Hablaron durante el resto de la tarde. Hablaron de sus estudios y de lo distintos que eran el instituto público de él y el colegio privado de ella. Hablaron de lo mucho que Lázaro quería a su madre y de lo mucho que Vanessa extrañaba a la suya. Y durante la conversación, descubrieron que les gustaban la misma comida y la misma música.
Hablaron todos los días de aquella semana. Cada vez que podían, se encontraban en algún lugar remoto de la propiedad, a salvo de miradas. Y al final de la semana, Vanessa se dio cuenta de cosas; la primera, que se había enamorado de él; la segunda, que su padre despediría a Lázaro y a su madre si se llegaba a enterar.
El mundo podía haber cambiado, pero Michael Pickett era un hombre de otros tiempos; creía en las diferencias de clase y solo se relacionaba con personas de su posición. No había ninguna posibilidad de que su corazón se ablandara. Ya había renunciado a muchas cosas y sacrificado muchos sueños por prepararse para dirigir su empresa, pero eso significaría tan poco para Michael como el hecho de que estuviera sinceramente enamorada de Lázaro.
Entre Lázaro y Vanessa había un abismo social infranqueable, aunque a ella no le importaba en absoluto. Y, en consecuencia, estaba dispuesta a correr el riesgo de que su padre los descubriera.
–Veámonos esta noche –dijo Lázaro un día–, donde nadie nos pueda ver.
Se habían escondido en una habitación de la casita de invitados, uno de los lugares más seguros de la propiedad.
–De acuerdo. Nos veremos aquí.
Vanessa estuvo el resto de la tarde intentando decidirse sobre la ropa. Se cambió cien veces. A fin de cuentas, era su primera cita. Mientras la mayoría de sus amigas ya habían perdido la virginidad, a ella ni siquiera la habían besado. Su padre la vigilaba tan de cerca que alejaba a todos sus pretendientes. Y por si eso fuera poco, había tomado la decisión de casarla en el futuro con un chico de buena familia, Craig Freeman.
Sin embargo, Craig no le preocupaba en ese momento. En primer lugar, porque se había marchado a estudiar a la Costa Oeste y, en segundo, porque no era un problema inminente, sino a largo plazo.
Al final, se decidió por lo que a su padre le habrían parecido un top demasiado ajustado y una falda demasiado corta. Pero ella no era su padre y no se vestía para gustarle a él.
Aquella noche, solo le importaba la aprobación de Lázaro.
Pocos minutos antes de la hora convenida, apagó la luz y salió del dormitorio. Su padre se había ido al club de campo y había pocas posibilidades de que volviera antes de la medianoche; pero a pesar de ello, Vanessa tomó todas las precauciones posibles.
Cuando llegó a la casita de invitados, Lázaro ya estaba allí.
–Has venido…
–Por supuesto.
Ella abrió abrió la puerta y lo invitó a entrar.
–No podemos encender la luz. Podrían vernos.
–No importa. No necesitamos luces.
Lázaro le puso una mano en la espalda y le acarició el cabello con la otra. Después, se inclinó sobre ella y le dio un beso en los labios.
El mundo se detuvo para Vanessa. Le pasó los brazos alrededor del cuello, entreabrió la boca y se concentró en la caricia de su lengua. No se parecía nada a las descripciones que le habían hecho sus amigas. Le habían contado que algunos chicos besaban muy mal, pero Lázaro era perfecto. Y se alegró de que fuera él y no el insípido Craig Freeman quien la besara por primera vez.
De repente, Lázaro rompió el contacto y la tomó de la mano.
–Vamos.
–¿Dónde? –preguntó, embriagada.
–A un lugar más cómodo.
Vanessa asintió y lo siguió hasta la parte interior de la casa, donde solo había dormitorios. Ella lo sabía perfectamente y se preguntó si estaba preparada para llegar tan lejos. Pero confiaba en él. Era distinto a los demás.
Por fin, Lázaro abrió una puerta. Vanessa miró la enorme cama y su corazón se aceleró por los nervios y la emoción.
–Bésame –dijo él.
Ella lo besó y sus preocupaciones desaparecieron a instante. Olía muy bien. Olía a limpio. No a colonia, como los chicos del club de campo, sino a jabón y a piel. A Lázaro.
Sin dejar de besarse, caminaron hacia la cama y se sentaron en ella. El beso se volvió más profundo y las caricias, más apasionadas. Vanessa ya no pensaba en nada más. Estaba tan concentrada en él que no se dio cuenta de que se estaban tumbando hasta que sintió el contacto de la cama en la espalda.
Entonces, le acarició el pelo y pensó que tenía que decírselo. Decirle que se había enamorado de él, que quería que aquel momento durara para siempre, que no le importaba lo que pensaran su padre o los demás.
Súbitamente, Lázaro le levantó el top lo justo para acariciarle el estómago. Ella se arqueó y él aprovechó la ocasión para besarla en el cuello.
Vanessa sintió un placer intenso que despertó sus necesidades y derrumbó sus muros. Siempre estaba sola. Desde la muerte de su hermano, tenía un vacío en el corazón que nadie podía llenar. Por lo menos, hasta que conoció a Lázaro.
Él le había devuelto la luz y la vida.
Cuando las manos de Lázaro se cerraron sobre sus pechos, no protestó; se limitó a dejarse llevar y a disfrutar del momento. Pero unos segundos después, se levantó de la cama.
–¿Qué haces? –preguntó, extrañada.
–Buscar un preservativo.
Lázaro empezó a buscar en uno de los bolsillos de sus pantalones.
–¿Un preservativo? No, no… yo…
Vanessa se sentó, tan, asustada como dividida entre el miedo y la necesidad de hacer el amor con él.
–No, Lázaro… además, ¿qué pensaría la gente?
Los ojos de Lázaro se oscurecieron.
–¿La gente? –preguntó, claramente ofendido–. No sé lo que pensarán, aunque supongo que no pensarán nada… supongo que habrás hablado con los jardineros para que se mantengan alejados de aquí.
Ella se quedó atónita.
–¿Cómo?
–Bueno, es lo que hacéis en estos casos, ¿no?
–¿En estos casos?
–Vanessa, tú no eres la primera niña rica con la que me acuesto.
Vanessa deseó insultarle, pero se le había hecho un nudo en la garganta y no pudo hablar. En ese momento, solo deseaba acurrucarse en la cama y lamerse las heridas.
Lázaro la miró durante unos segundos y dijo:
–Está bien. Será mejor que me marche.
Él dio media vuelta y salió de la habitación. Vanessa comprendió que Lázaro había reaccionado de esa forma porque su comentario sobre la gente le había ofendido de algún modo.
Pero no hizo nada por detenerlo.
Pensó que se volverían a ver al día siguiente y que, entonces, arreglarían las cosas.
Lamentablemente, no se volvieron a ver.
Lázaro desapareció y Vanessa llegó a la conclusión de que ella no significaba nada para él, de que solo buscaba sexo. Pero, a pesar de ello, no lo olvidó.
Y aquella era la primera noche que se veían desde su encuentro en la casita de invitados.
–Tienes pocas opciones, Vanessa. Si quieres que Pickett Industries se salve, tendrás que casarte conmigo.
–No. Me niego a casarme por conveniencia.
–Eso me resulta difícil de creer…
–¿En serio?
Él asintió.
–Por supuesto que sí. No pretenderás convencerme de que tu padre va a permitir que te cases por amor, ¿verdad?
Ella sacudió la cabeza.
–No, pero… es complicado.
–Ya me lo imagino.
Vanessa intentó mantener la calma.
–No puedo casarme contigo, Lázaro.
–¿Por qué? ¿Es que te has comprometido con algún niñato de la alta sociedad? ¿O es que estás esperando a que alguno caiga en tus redes?
–En las redes de mi padre, querrás decir –puntualizó–. Ya sabes cómo es; nunca deja cabos sueltos.
–Ah, Michael ya te ha buscado esposo…
–Sí.
–¿Y lo amas?
–No.
Vanessa decidió ser sincera. No estaba enamorada de Craig Freeman. Incluso había hecho planes para librarse de él; aunque por lo que sabía, Craig estaba tan poco interesado en su matrimonio como ella misma.
–Pues no lo entiendo, Vanessa. Si habías aceptado un matrimonio de conveniencia con otro hombre, ¿por qué lo rechazas conmigo?
Ella respiró hondo. Esta vez no le podía decir la verdad. Casarse con Craig por interés era muy distinto a casarse con Lázaro por el mismo motivo. Craig no le aceleraba el pulso ni despertaba su deseo; Lázaro, en cambio, sí.
–Porque no puedo ir más lejos contigo sin saber antes lo que pretendes –contestó–. ¿A qué viene esto?
–A que los amigos de tu padre se niegan a hacer negocios con un hombre como yo. Prefieren dejar que sus empresas se hundan lentamente mientras ellos fuman puros en sus clubs de campo.
–No creo que tengan nada contra ti. Simplemente, mi padre y sus amigos pertenecen a un mundo viejo y sus valores son tan viejos y tan decrépitos como ellos mismos –observó Vanessa.
–En eso te equivocas. Se niegan a tratar conmigo porque me desprecian; porque no pertenezco a su clase social.
–Tonterías…
–Vamos, Vanessa, no lo niegues. Lo sabes tan bien como yo.
Vanessa no insistió. Sabía que Lázaro estaba en lo cierto.
–¿Y crees que cambiarían de actitud si te casas conmigo?
Lázaro soltó una risita.
–Bueno, estoy seguro de que me ganaría su respeto si me convirtiera en el yerno de Michael Pickett.
–Salvo que mi padre me desherede por casarme contigo en lugar de casarme con el hombre que ha elegido para mí.
–¿Sería capaz?
Ella lo consideró un momento y respondió:
–No, no sería capaz. Ha invertido demasiado en mí y, por si eso fuera poco, tengo más acciones de la empresa que él… si me desheredara y me expulsara de la familia, perdería Pickett Industries.
–Pero existe la posibilidad de Pickett Industries se hunda antes…
Ella volvió a sacudir la cabeza. No podía perder la empresa por la que tanto había trabajado y por la que había renunciado a tanto.
–No. Esa no es una opción posible.
–Y no te vas a arriesgar a perderla…
–Claro que no.
–Entonces, cásate conmigo.
–Sería una locura, Lázaro.
–¿Más que el matrimonio que te ha buscado Michael?
–Sí –replicó.
Lázaro apretó los dientes. No le extrañó que respondiera de ese modo. Ella era una princesa y él, el hijo de una simple criada. Nunca había olvidado lo que le dijo aquella noche, en la casita de invitados, cuando se disponían a hacer el amor. Lo miró con espanto y preguntó qué pensaría la gente. Qué pensarían los suyos, la alta sociedad.
Habían pasado muchos años desde entonces; pero, por lo visto, Vanessa se seguía creyendo mejor que él.
Y él la deseaba con la misma intensidad. Quería su cuerpo; quería terminar lo que habían empezado aquella noche. Quería a Vanessa desnuda, excitada, en la cama, gritando su nombre. Quería hacerla suya.
Cerró los puños y respiró hondo.
Casarse con Vanessa era lo mejor para Pickett Industries y para él mismo. Además, quería ver la cara de Michael cuando supiera que su única hija se iba a casar con el hombre al que había ordenado que dieran una paliza por atreverse a tocarla. Por tocarla con sus manos de trabajador, de inmigrante, de pobre.
–Te estoy ofreciendo una solución sencilla, Vanessa.
–¿Sencilla? ¿En qué mundo es sencillo el matrimonio? –preguntó con sarcasmo.
–En este. El mundo está lleno de matrimonios de conveniencia que funcionan extraordinariamente bien. Y no me vengas con objeciones morales, porque tú ya habías aceptado al candidato de tu padre.
–Pero con la intención de librarme de él. Si me caso, será por amor.
Él sonrió.
–El matrimonio es un contrato, Vanessa. No tiene sentido que se mezcle con el romanticismo.
Ella tragó saliva.
–Y tú nunca has sido un romántico…
Vanessa no lo dijo con tono de pregunta, sino como afirmación. Sabía que no era un romántico desde que se apartó de ella en la casita de invitados para buscar un preservativo en el bolsillo de sus pantalones. De hecho, le parecía irónico que Lázaro fuera el primer hombre que le ofrecía el matrimonio.
No podía negar que Pickett Industries se encontraba en una situación muy difícil. Si no hacía algo, se declararía en bancarrota, perdería el respeto de su padre y destrozaría un legado familiar que se había mantenido en pie durante más de un siglo.
Pero casarse con Lázaro Marino era como hacer un pacto con el diablo. Tenía un cuerpo tan magnífico que muchas mujeres habrían pagado por él. Y mientras contemplaba sus hombros anchos y su cara perfecta, supo que el suyo no podría ser un matrimonio de conveniencia como tantos. Le gustaba demasiado.
–Bueno, no tenemos que casarnos de inmediato –dijo él, sacándola de sus pensamientos.
–¿Ah, no?
–No. Primero hay que organizar la boda. Sobre todo, porque pretendo que nos casemos por todo lo alto.
–Veo que lo has pensado bien…
–En absoluto –declaró con una sonrisa–. Pero una boda de la alta sociedad tiene que estar a la altura.
Vanessa nunca había querido una boda con muchos invitados. Había asistido a bastantes bodas de ese tipo, más pensadas para impresionar a la gente que para celebrar la unión de dos personas. Por supuesto, sabía que Michael se habría empeñado en que su boda con Craig fuera un acontecimiento, pero nunca le había preocupado porque, en el fondo, estaba convencida de que no se llegarían a casar.
–¿Y qué piensas hacer hasta el día de la boda?
Él sonrió de nuevo y la miró con una calidez que reconoció al instante. La deseaba. Y el deseo de aquel hombre de veintiocho años era tan devastador como el deseo del chico de dieciséis que había sido.
Lázaro alzó una mano y le acarició la mejilla.
Ella sintió que las piernas le flaqueaban y que sus senos se volvían más pesados. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la habían tocado de ese modo, y mucho tiempo más desde que se había sentido de ese modo.
–Dedicarme a seducir a mi prometida –respondió Lázaro.
Su voz sonó tan ronca y profunda que a Vanessa se le hizo la boca agua. Quería seducirla. Quería hacerle el amor.
Inmediatamente, sus pensamientos retrocedieron a la noche en la casita de invitados, cuando él se levantó de la cama para buscar el preservativo. Ella también se quería acostar con él. Pero entonces estaba enamorada o, al menos, creía estar enamorada; porque a los dieciséis años, las chicas tendían a confundir el amor y el deseo.
–No me voy a acostar contigo, Lázaro. Apenas te conozco.
–Eso lo hace más divertido, ¿no crees?
–No, no lo creo.
–Oh, vamos, tranquilízate… el cortejo será una simple representación para tener contentos a la prensa y a mis futuros clientes. A la gente le fascinan las grandes historias de amor.
–Te recuerdo que los amigos de mi padre tampoco son unos románticos.
–Puede que no; pero es importante que nuestro amor parezca real.
–No sé, Lázaro…
–¿Qué es lo que no sabes? Has admitido que estás dispuesta a hacer cualquier cosa por salvar Pickett Industries.
–Pero ¿no hay otra forma de hacerlo? ¿Por qué tenemos que casarnos?
Él suspiró.
–¿Y por qué insistes tú en rechazar esa solución? ¿Por qué te niegas a que te ofrezca la ayuda y los conocimientos que pueden salvar tu empresa? ¿Porque hago contigo lo mismo que tu padre y sus amigos han hecho con otros?
–No, yo…
–Nada es gratis en esta vida. Nada.
–Lo sé.
La voz de Vanessa sonó apagada. Lo sabía muy bien. Conocía perfectamente el precio de elegir las responsabilidades por encima del deseo. Pickett Industries no era su sueño. Craig Freeman no era su sueño. Había aceptado la dirección de la empresa y se había mostrado dispuesta a casarse con Craig por su sentido del deber.
–En tal caso, ya conoces mis condiciones. Puedes aceptar mi oferta o rechazarla. Tú decides, Vanessa.
Ella se sintió como si la tierra se abriera bajo sus pies. Pero la tierra seguía donde siempre, como los farolillos que iluminaban la terraza y la gente que charlaba a su alrededor, ajenos a sus problemas personales.
Jamás habría imaginado que llegaría a caer tan bajo.
Jamás habría pensado que sería capaz de casarse con un hombre por dinero y poder.
Sin embargo, sabía que no se iba a casar exactamente por eso. Se iba a casar por su reputación, que quedaría manchada para siempre si llegaba a perder Pickett Industries a manos de un hombre como Lázaro. Y se sentía como si se estuviera vendiendo.
–Muy bien. Acepto.
La expresión de Lázaro no cambió. Siguió mirándola fijamente, con intensidad. Pero ella notó un cambió leve en la energía que irradiaba.
–Una decisión inteligente, Vanessa.
Vanessa lo miró y pensó que, para él, era una simple cuestión de negocios. Se iban a casar porque le convenía.
Si quería sobrevivir a aquel matrimonio, tendría que hacer lo mismo. De lo contrario, le rompería el corazón.
–No tengo muchas opciones, ¿verdad?
Lázaro sacudió la cabeza.
–No, esta es la única que asegura un final feliz para tu empresa. Y tú eres una mujer lista. Sabes que los resultados son lo único que importa.
Vanessa no era la mujer que Lázaro creía; ella no pensaba así. Pero se dijo que haría un esfuerzo y que intentaría ser esa mujer, porque era quien iba a sacar la empresa familiar del pozo donde se estaba hundiendo.
Asintió, lo miró a los ojos y dijo:
–Sí. Eso es lo único que importa.
VANESSA tuvo una intensa sensación de irrealidad cuando despertó a la mañana siguiente y recordó que se había comprometido con Lázaro Merino. Era tan surrealista como un cuadro de Dalí. Pero, por surrealista que fuera, era cierto.
La sensación de irrealidad se mantuvo hasta que llegó a la oficina. Era tan temprano que el sol empezaba a asomar tras los rascacielos de Boston. Vanessa alcanzó su móvil y sacó una fotografía del paisaje. Pensó que habría quedado mejor con una cámara, pero nunca encontraba el momento de comprar una. Pickett Industries no le dejaba ni un segundo libre para sus pasatiempos.
Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en la fría superficie de la mesa y respiró hondo. Era consciente de que su compromiso matrimonial con Lázaro Merino empeoraría su falta de tiempo, pero había tomado una decisión y no había vuelta atrás.
Entonces, súbitamente, la sensación de irrealidad se transformó en un acceso de euforia.
La amenaza de casarse con Craig Freedom había desaparecido de su futuro. Ya no iría de su brazo al altar, sino del brazo de un hombre que la excitaba; del hombre que la había enseñado a romper las normas.
Fue un sentimiento liberador y terrorífico a la vez. De haber podido, se habría regodeado en la rebeldía que acababa de recuperar. Pero no podía; seguía siendo la directora de Pickett Industries.
Y estaba a punto de casarse.