Pasión de vivir - Catherine George - E-Book

Pasión de vivir E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Leonie Dysart había estado trabajando en el extranjero desde que rompió su compromiso con el guapo constructor inmobiliario Jonah Savage. Pero echaba de menos a su numerosa y vivaz familia y su acogedora casa de campo, Friars Wood, en las afueras de Pennington. Leonie regresó para celebrar el veintiún cumpleaños de su hermano y la primera persona con la que se encontró fue Jonah. Él estaba empeñado en averiguar por qué lo abandonó siete años atrás, dispuesto incluso a comprometer el futuro de Friars Wood. Leonie adoraba la vieja mansión y, en secreto, aún quería a Jonah. ¿La llama de pasión que surgió entre ellos significaba que Jonah compartía sus sentimientos? ¿O solo era parte de su plan de venganza?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Catherine George

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasion de vivir, n.º 1165 - noviembre 2019

Título original: A Vengeful Reunion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-662-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LLEGÓ al tren en el último segundo. Sin aliento, colocó la bolsa y se dejó caer en el asiento más cercano, se quitó el chaquetón y se concentró en el paisaje campestre mientras saboreaba la sorpresa que iba a darle a su familia.

Tras entregar el billete al revisor, fue al coche-restaurante a por un café. Varios ojos masculinos siguieron su avance por el vagón pero un par, más interesado, la miró oculto tras un periódico y volvió a hacerlo cuando regresó a su asiento.

Mientras tomaba el café, continuó leyendo el libro que había empezado en el avión, y pronto estuvo tan absorta que apenas prestó atención cuando el tren paró en Swindon. Alguien ocupó el asiento frente al suyo y apartó las piernas sin levantar los ojos.

–¿Buen libro, Leo?

La lacónica voz la atravesó como una espada; levantó la cabeza de golpe y vio un rostro delgado con cejas oscuras que una vez conoció muy bien. Había envejecido desde entonces: tenía más arrugas y un atractivo mechón plateado en el pelo negro. Pero los altos pómulos y la ancha y bien dibujada boca seguían provocando el mismo impacto inolvidable.

–Vaya, vaya, Jonah Savage –dijo–. ¿Cómo estás?

–Ahora mismo, asombrado de encontrarme cara a cara con la elusiva señorita Dysart –replicó él–. Algo que ha sido muy difícil conseguir estos últimos años.

–Aún trabajo en el extranjero –dijo ella con una sonrisa cortés. La escueta sonrisa que él le devolvió no se reflejó en la mirada fría de sus ojos marrón verdoso.

–¿Y qué te trae por aquí?

–Adam cumple veintiún años. Hay fiesta en casa.

–Oí decir que no podías venir.

–¿Sí? ¿Cómo? –ella frunció el ceño.

–Voy bastante a la oficina de Pennington. Últimamente veo mucho a tu padre.

Leonie aceptó la información con resentimiento y se planteó la posibilidad de cambiar de asiento. Pero eso parecería infantil. Y solo quedaba una hora de viaje; incluso menos si Jonah se bajaba en Bristol Parkway.

–¿Dónde vas? –le preguntó.

–¿Por qué, Leo? ¿Ansiosa por librarte de mí? –farfulló él. Ella encogió los hombros con indiferencia–. Entenderé eso como un no –la miró a los ojos con fijeza–. Bueno, ¿qué tal la vida en Florencia?

–Interesante.

–¿Tienes cientos de pretendientes italianos?

–No –replicó ella con frialdad–. Solo uno.

–¿Te ha encandilado con su encanto latino? –enarcó la ceja irónico.

–Algo así.

–Voy por algo de beber –dijo él, levantándose de golpe–. ¿Quieres algo?

Leonie rechazó la oferta y se hundió en el asiento, mirando a la alta figura alejarse. Jonah Savage había cambiado bastante desde la última vez que se vieron. Era lógico. En siete años habían pasado muchas cosas. Pero los ojos eran los mismos. Los de una pantera al acecho, como diría su hermana Jess.

–¿Cómo va el trabajo? –le preguntó cuando volvió.

–Muy bien –la miró escrutador–. ¿Y el tuyo? ¿Sigues disfrutando con la enseñanza?

–Sí. Mucho.

–Me pregunto qué otras cosas te hacen disfrutar en Florencia –dijo él con una media sonrisa.

–¿Intentas ofenderme?

–En absoluto. Es mero interés.

–Ahora tengo más trabajo –se enfrentó a los ojos de él con compostura–. Durante el día enseño inglés a niños italianos, e italiano a hijos de británicos y otros emigrantes. Superviso las actividades lúdicas y las clases de natación. Y algunas noches doy clases particulares de inglés, sobre todo a hombres de negocios.

–No te queda mucho tiempo libre para tu amante –comentó él, enarcando una ceja. Ella encogió los hombros, negándose a morder el anzuelo.

–Tengo libre el fin de semana y doy clases algunas noches, no todas.

–¿Tu hombre también trabaja en la enseñanza?

–No. Roberto se dedica al negocio familiar: hoteles de lujo.

–¿Con éxito?

–Mucho. Es el futuro heredero de la empresa; igual que tú con la tuya.

Jonah dio un sorbo al café y escrutó su rostro.

–Estás muy distinta, Leo.

–Más vieja, quieres decir.

–Y más fría. O quizá solo sea por la barbaridad que te has hecho en el pelo.

–Tú también estás distinto, Jonah –dijo ella, devolviéndole el escrutinio–. Más duro y frío, igual que yo.

–Me pregunto qué, o quién, tiene la culpa de eso –espetó él.

–No sirve de nada remover el pasado, Jonah –Leonie se enfrentó a su mirada con determinación, pensando que aquello iba a ser un combate a brazo partido.

–¿Te da miedo despertar a algún fantasma? –Jonah abrió los ojos con remordimiento–. Diablos, Leo, lo siento. No era mi intención…

–¡Ya lo sé! –para cambiar de tema, Leonie dijo lo primero que se le pasó por la cabeza–. Dime por qué vas en esta dirección.

–Mi empresa ha comprado una propiedad cerca de tu casa. Estoy viviendo allí, hasta que consiga instalar un sistema de seguridad.

–¿Cuál? –Leonie arrugó la frente–. No suele haber nada en venta en Stavely.

–Brockhill –informó él.

–No sabía que los Lacey fueran a vender.

–Decidieron que la propiedad era demasiado grande.

–La familia la echará de menos –Leonie sintió una punzada de tristeza–. De pequeñas, Jess y yo jugábamos con Theo y Will Lacey en los jardines –se estremeció–. Odiaría que papá vendiera Friars Wood.

–¿Por qué?

–Porque es mi hogar, claro.

–No pasas mucho tiempo allí, Leo –la miró con ojos fríos–. Y si te casas con tu italiano, tu hogar quedará muy lejos de Friars Wood.

–Eso da igual –replicó ella tensa–. La casa es mi lugar de origen. Hogar de los Dysart desde hace casi cien años. No soporto la idea de que otra familia viva allí.

–Casi hemos llegado –Jonah echó una ojeada a su reloj y se puso en pie–. Será mejor que vaya por mis cosas. Adiós, Leonie –inclinó la cabeza con un gesto formal y se dirigió hacia su asiento.

Leo se quedó mirándolo, secretamente furiosa por que la hubiera dejado de forma tan abrupta. Debería haberle dicho que se fuera en cuanto lo vio, pero ahora él se había adelantado. Y la había llamado Leonie, algo que nunca hizo antes. Molesta, intentó recuperar su estado de ánimo anterior. Pero de pronto se sintió cansada de viajar y sin ganas de fiesta, sobre todo de una tan ruidosa como iba a ser ésta. Adam ya había celebrado su cumpleaños con los compañeros de estudios, pero esa noche se reunían en Friars Wood para celebrarlo de nuevo, con los vecinos y amigos. Leonie se enteró, durante su llamada semanal desde Florencia, de que Adam había sorprendido a sus padres solicitando una fiesta familiar.

Leonie, desilusionada, creyó que no podría asistir. En la International School, una epidemia de gripe había reducido el número de profesores a la mitad, y era imposible ausentarse. Pero cuando la epidemia comenzó a afectar a los niños, el director decidió cerrar la escuela unos días. Sin avisar a su familia, Leonie corrió a comprar un billete de avión, se despidió con un beso de Roberto Forli, en el aeropuerto de Pisa, y voló a casa.

Cuando el tren llegaba a Bristol Parkway, Leonie vio a Jonah Savage acercarse por el vagón.

–¿Van a recogerte aquí? –preguntó él, deteniéndose. Ella negó con la cabeza, lamentando la idea de la sorpresa y deseando haberle pedido a Adam o a su padre que fueran a buscarla.

–No saben que he venido. Seguiré hasta Newport e iré en tren desde allí.

–Tengo el coche aparcado aquí, si quieres te acerco –ofreció él con tono casual–. Paso cerca de tu casa de camino a Brockhill.

Su primera reacción fue rechazar la oferta; pero la idea de llegar casi dos horas antes de lo previsto pudo más que su aversión por viajar en compañía de Jonah.

–Gracias –aceptó, levantándose.

–De nada –replicó él educadamente, como si fueran desconocidos–. Deja que te ayude a ponerte el abrigo.

Mientras lo hacía, el tren frenó de repente y, por primera vez en años, Leonie Dysart se encontró en brazos de Jonah Savage. La soltó de inmediato, recogió su bolsa y, cuando el tren se detuvo, la guió hacia la puerta. Leonie se estremeció al salir, y no solo por el frío viento de febrero. La alegró que Jonah subiera las escaleras y cruzara el puente elevado a toda velocidad; el mero esfuerzo de seguirlo tuvo un efecto milagroso en su temperatura corporal y en su compostura.

Para sorpresa de Leonie, el coche de Jonah era un jeep muy usado, bien distinto de los coches deportivos que habían sido su pasión en el pasado.

–Práctico para la zona –comentó él lacónico, como si le hubiera adivinado el pensamiento.

–Mucho –asintió ella, tensándose cuando giró en una concurrida rotonda con su habitual despreocupación.

–No te preocupes –la tranquilizó Jonah, mirándola de reojo–. Llegarás a casa intacta.

–Se me hace raro ir por el lado izquierdo de la carretera –se justificó ella. La sesgada referencia a su vida en Italia puso término a la conversación. Cuando cruzaban el puente sobre el río Severn, una ráfaga de viento azotó el coche, y Leonie soltó un hondo suspiro involuntario.

–¿Aún estás nerviosa? –preguntó Jonah mirándola.

–En absoluto –sonrió ella–. Era un suspiro de agradecimiento. Cuando llego al puente me parece que ya estoy en casa.

–Si tienes tanto cariño a tu «casa», ¿por qué estás tanto tiempo lejos de ella? –Jonah tensó la mandíbula.

–Sabes bien por qué –replicó ella con amargura.

–En eso, señorita Dysart, te equivocas. No lo sé. No tengo ni idea de por qué escapaste, abandonándome, ni de las razones de tu exilio voluntario –la miró fija y fríamente un instante y volvió a concentrarse en la carretera–. Regresé de Nueva Zelanda y me encontré con tu encantadora nota, ordenándome que me apartara de ti. Escribiste que todo había acabado entre nosotros. Por desgracia, omitiste una explicación. Ya se había celebrado el funeral y estabas en Italia, negándote a verme, a aceptar mis llamadas y devolviendo mis cartas sin abrir. No fui capaz de desnudar mi alma por fax –cortante, siguió–. Ni de arriesgarme a que me dieras con la puerta en las narices si iba a buscarte en persona.

–Como he dicho antes –apuntó Leonie con frialdad–, no sirve de nada rememorar el pasado. Además –añadió con furia repentina–, no te hagas el inocente despechado, Jonah. Sabes exactamente por qué…

–¿Me abandonaste? –concluyó él, afable. Leonie lo miró airada y sacó el teléfono móvil del bolso–. O dejas de hablar de eso, o paras el coche y me bajo. Siempre puedo llamar a papá.

Jonah le lanzó una mirada cortante y siguió conduciendo en un silencio tan absoluto que, cuando llegaron a Stavely, Leonie estaba desesperada por salir del coche.

–Déjame en la verja, por favor –pidió secamente–. Puedo ir andando hasta la casa.

Llegaron a la última cuesta que llevaba a Friars Wood que, como las casas vecinas, estaba apartada de la carretera por acres de jardín y se asentaba en los acantilados que se alzaban sobre el valle del Wye. Para furia de Leonie, Jonah, ignorando su petición, atravesó la verja y siguió por el empinado y sinuoso camino hasta llegar a la explanada que había ante la casa. La puerta delantera se abrió y Adam Dysart, con una sonrisa de oreja a oreja, corrió por el camino y sacó a su hermana del coche, envolviéndola en un abrazo.

–¡Lograste venir! –gritó y comenzó a darle vueltas en el aire, hasta que Leonie suplicó que la soltara; para entonces sus padres se apresuraban a reunirse con ellos. Hubo un revuelo de besos y saludos; Tom y Frances Dysart dieron la bienvenida a su hija mayor y, tras una mirada rápida e incrédula, se comportaron como si fuera lo más natural del mundo que llegara con Jonah.

–¡Cuidado! –gritó Adam, cuando Marzi, un perro Labrador color canela, cruzó la pradera atropelladamente y se lanzó sobre Leonie. El brazo de Jonah se disparó para equilibrarla; la incomodidad de la situación se suavizó cuando Frances Dysart ordenó a todos que entraran en casa, insistió en que Jonah tomara algo y envió a su hijo en busca de las chicas.

–Salieron a pasear a Marzi –explicó–. Seguro que ahora están dando vueltas en círculo, buscándolo.

Leonie se apresuró a entrar en la casa para inhalar el familiar aroma a flores, comida y cera para muebles, con el ocasional vahído de olor a perro. En la cocina, Frances indicó a Jonah que se sentara con Tom a la mesa de roble, que utilizaban para comidas informales, y se llevó a Leonie al otro extremo de la habitación. Puso agua a hervir, colocó bollos en un plato y sacó galletas de una lata mientras comentaba con alegría la sorpresa de la aparición de su hija.

Leonie se apoyó en el mostrador que dividía la habitación, viendo a Jonah hablar con su padre al otro lado, mientras le explicaba lo de la epidemia de gripe y su encuentro accidental con Jonah. Frances Dysart la miró escrutadora, pero no hizo ningún comentario.

–Lo siento por los enfermos de gripe, pero es maravilloso verte, cariño. ¿No ha podido venir Roberto contigo? –preguntó, sirviendo el té.

–No, demasiado trabajo –disculpó Leonie con culpabilidad, acariciando al perro. Le resultaba imposible imaginarse al sofisticado y elegante Roberto Forli en una fiesta de universitarios, y no lo había invitado–. Además, si todos los amigos de Adam se quedan a pasar la noche, no habría habido sitio para él.

–Nos habríamos apañado –le aseguró su madre–. Lleva estos bollos a tu padre y a Jonah, yo llevaré el té. ¿Dónde estarán las chicas? –añadió con ansiedad–. Se está haciendo tarde.

Leonie obedeció y después se acercó a la ventana.

–Aquí llegan. Ha ocurrido algo.

Adam cruzaba la explanada con una niña en brazos, mientras Kate, de diecisiete años, procuraba seguir el paso de su hermano, con los oscuros rizos al viento.

Frances, seguida por su marido y por Leonie, corrió a la puerta de la cocina y la abrió de par en par.

–¿Qué pasa?

–Se cayó y se ha raspado la rodilla –explicó Adam alegremente, y entregó su llorosa carga a su madre, mientras Kate abrazaba a su hermana con júbilo.

–Leo… ¡has venido! Adam no nos lo ha dicho.

–Era imposible que me oyerais con tanto jaleo –se excusó Adam, sonriendo al ver cómo los sollozos de la niña paraban por arte de magia y se bajaba de los brazos de su madre para abalanzarse sobre Leonie.

–Leo, ¡dijeron que no podías venir!

–No iba a perderme el día especial de Adam –Leonie la abrazó, se arrodilló y le limpió la cara con un pañuelo de papel–. A ver, Fenny, ¿por qué lloras?

–Me hice daño en la rodilla, está sangrando y se verá en la fiesta –el congestionado rostro de duendecillo se iluminó–. ¡Adivina, Leo! Puedo quedarme levantada.

–Solo un ratito –advirtió Frances.

–Y solo si dejas de llorar ahora mismo –dijo Tom Dysart son indulgencia–. Ven, cariño, vamos a lavar esa rodilla y ver qué te has hecho.

Pero la inválida vio al visitante y corrió al otro lado de la habitación entusiasmada.

–¡Jonah, has venido pronto! –gritó Fenny efusivamente–. ¿Bailarás conmigo esta noche?

–Claro que sí –prometió él, sonriéndole. Leonie lo miró con los ojos entrecerrados y lanzó a su familia una mirada que amenazaba con exigir explicaciones después.

–Vamos, cariño –persuadió, separando a Fenny de Jonah–. Deja que papá te mire la rodilla.

Cuando lavaron, desinfectaron y cubrieron su rodilla con un esparadrapo, la encantadora niña de seis años se sentó junto a Jonah para comer tarta y beber un vaso de leche, mientras describía su vestido para la fiesta. Leonie miró con resentimiento cómo Jonah escuchaba a la niña, y se volvió hacia Kate, que la observaba con aprensión, claramente incómoda por la situación.

–¿Cuándo llega Jess, Kate?

–Viene en coche, llegará de un momento a otro. Esta noche compartirás la habitación de Fenny con Jess y conmigo. Leo, ¿quieres que deshaga tu equipaje? –preguntó Kate con súbita inspiración–. Mamá, ¿necesitas que haga algo?

–De momento no –sonrió Frances–. Después, ¿por qué no aprovechas para darte un baño?

Kate aceptó encantada y se marchó tan rápidamente que Leonie intercambió una mirada irónica con su madre.

–Desesperada por escabullirse.

–Sabes que Kate no soporta las escenas.

–¿Le preocupaba que yo montara una? –inquirió Leonie, arrugando la frente.

–Por la cara que ponías ¡no me hubiera sorprendido, cielo! –Frances miró a Fenny, sentada entre los hombres como una reina–. Será mejor que me la lleve, o se excitará demasiado. Lleva semanas esperando la fiesta.

–Está claro que es una gran admiradora de Jonah, y viceversa.

–Desde que trabaja en Brockhill viene bastante por aquí –Frances miró a su hija interrogante–. ¿Te molesta?

–No tengo derecho a que me moleste –Leonie esbozó una sonrisa–. Está claro que Fenny espera verlo en la fiesta, pero no te preocupes, prometo comportarme.

–Cuando lo invitamos, creíamos que no ibas a venir, Leo. Ahora no podemos retirar la invitación. Además, hace mucho, mucho tiempo, que rompiste con Jonah –añadió su madre con gentileza.

–Cierto –pero no el suficiente para aceptar su presencia como el resto de la familia, en especial Adam, que en ese momento reía a carcajadas por algo que Jonah acababa de decir. Leonie se sintió excluida. Jonah, como si lo hubiera percibido, la miró y se puso en pie.

–Hora de marcharme –dijo–. Gracias por el té, señora Dysart.

–Gracias a ti por traer a Leonie –replicó Tom–. Contamos contigo después. Si no cambia el tiempo, sería buena idea que vinieras andando, Jonah, para evitar problemas de aparcamiento.

–Será mejor que me acerque a Chepstow a recoger a los que llegan en tren –exclamó Adam tras mirar su reloj y dar un silbido.

–He puesto una caja de sandwiches en tu nevera, para que toméis un tentempié –le dijo su madre–, así podéis empezar en tu casa mientras Leo me ayuda a colocar la comida en el comedor. Los chicos pueden cambiarse de ropa en tu casa pero diles a las chicas, cuando hayan tomado algo, que vengan aquí a vestirse.

–Sí, señora –su hijo hizo un saludo militar–. Hasta luego, Jonah.

–Vamos, Fenny –dijo Frances–, hora de bañarte. Puedes cenar en el estudio, viendo la tele.

–Podría mancharme el vestido –protestó Fenny.

–Estarás en bata hasta que lleguen los invitados, y te pondrás el vestido en el último minuto –dijo Frances con firmeza.

Fenny le tiró un beso a Jonah, dio un fuerte abrazo a Leonie, acarició al perro y se fue con su madre dando saltitos y parloteando con animación.

–Acompaña a Jonah a la puerta, Leonie –dijo su padre–. Voy a llevar al perro a la granja. Pasará allí la noche, para no molestar.

–No hace falta que me acompañes, Leo –dijo Jonah cuando se quedaron solos–, pero me alegra poder hablar contigo en privado. Me dijeron que no venías, si no habría rechazado la invitación.

–¿Para evitar volver a encontrarte conmigo? –ella lo miró retadora.

–Para evitarte la desgracia de volver a encontrarte conmigo –replicó él, cortante.

–Como eso ya ha ocurrido, da igual ¿no? –Leonie lo acompañó por el pasillo y abrió la puerta–. Así que ven esta noche, Jonah, o mamá, que aún te admira, pensará que he sido tan grosera que te he desanimado.

–Dicho así ¿cómo podría negarme? –replicó él, seco.

–Además –dijo Leonie con tono casual–, si no vienes le fastidiarás la noche a Fenny. Eso me sorprende. Sé que le envías regalos de Navidad y de cumpleaños, pero no tenía ni idea de que os llevarais tan bien.

–Cuando tus padres se enteraron de que trabajaba en el proyecto de Brockhill, me pidieron que pasara por aquí siempre que estuviera en Stavely –explicó Jonah, apoyándose en el arco del porche y mirándola.

–¿Así que vienes habitualmente?

–Solo cuando me invitan –aseguró él.

–Supongo que no debería sorprenderme. Toda la familia lo sintió mucho cuando nos separamos.

–Quieres decir cuando me dejaste plantado.

–¿Acaso me culpas? –se quejó ella con amargura.

–Desde luego que sí –espetó él–. Me condenaste sin darme derecho a defenderme.

–¡Tenía una buena razón!

–Si tu razón era tan buena ¿por qué te negaste a compartirla conmigo? –exigió él, con súbita furia–. ¿O con tus padres?

Leonie lo miró a los ojos, que brillaban con un fuego airado que la asustó; retrocedió y chocó con la puerta, que él cerró a su espalda.

–Ahora estás indefensa, igual que yo –la agarró de las muñecas–. ¿Qué te parece, Leo?

–Suéltame, Jonah –ordenó, apretando los dientes.

–No, hasta que saque algo en claro. Solo Dios sabe si volveré a tener otra oportunidad –clavó los ojos en ella–. Me debes una explicación, Leo.

–¿Insinúas que aún te importa, después de tantos años? –exclamó ella con desdén–. No me lo creo.

–Lo creas o no, Leo, quiero la verdad –la sujetó con más fuerza.

Leonie lo miró con impotencia, intentando liberarse; la salvaron los coches que llegaron por el camino, tocando el claxon y encendiendo y apagando los faros. Dos automóviles fueron hacia el Establo, el otro continuó hacia el coche de Jonah y se detuvo con un espectacular frenazo bajo las ramas del castaño que había junto al cenador.

–Llegó la caballería –masculló Jonah, soltándola.

Jessamy Dysart salió del coche y dio un chillido de alegría al ver a su hermana. Leonie corrió hacia ella y se abrazaron, mientras Jess exclamaba con sorpresa.

–Creí que no podías venir, Leo, ¡es fantástico! –levantó los ojos hacia el hombre que bajaba los escalones, silueteado por la luz crepuscular–. ¿Es este el famoso Roberto del que tanto he oído hablar…? –calló de repente, y abrió los ojos como platos–. ¿Jonah?

–Ya se marchaba –dijo Leonie apresuradamente.

–Hola, Jess –Jonah le ofreció la mano y Jess la aceptó, mirando de él a Leonie especulativamente–. Y adiós –añadió secamente–. Te veré más tarde.

–¿Vienes a la fiesta? –preguntó Jess incrédula.

–No me la perdería por nada del mundo –aseguró él–. Le he prometido un baile a cierta señorita, no estaría bien desilusionarla.

–Se refiere a Fenny –explicó Leonie, en respuesta a la mirada de asombro de Jess.

Jonah les hizo una reverencia burlona, se subió al coche y dio marcha atrás; dejó pasar a otro coche que iba hacia el Establo y se alejó.

–Está claro que me he perdido algo –dijo Jess con cara de asombro, mientras subían hacia la casa–. ¿Desde cuándo os habláis Jonah y tú?

–No nos hablamos –dijo Leonie lacónica, y explicó su encuentro en el tren–. ¿Sabías que últimamente viene mucho a Friars Wood?

–No. Hace bastante que no vengo a casa –Jess sonrió avergonzada–. Demasiada vida social.

–¡Que raro! –exclamó Leonie con ironía–. Venga, primero los abrazos y besos, luego mamá necesita ayuda. Después, podemos ir con Kate al Establo, y dar a los invitados la bienvenida oficial.

Antes de entrar, Jess miró a su hermana interrogante.

–¿Te importa, Leo? ¿Qué venga Jonah?

–Ni lo más mínimo.

–¡Mentirosa!

–Vale, me importa –Leonie hizo una mueca–. Pero nadie lo notará, te lo prometo. Y mucho menos Jonah Savage.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

FRIARS Wood se había construido un siglo antes, en el emplazamiento de una capilla medieval en la que se celebraban misas por las almas de los difuntos. No pertenecía a ninguna categoría arquitectónica concreta pero era una casa con mucho encanto, con grupos de chimeneas retorcidas y ventanas de cristal panelado. En la parte delantera, un porche servía como balcón de la planta superior, con un pilar de hierro forjado por el que trepaba una glicinia que cubría porche y balcón con flores moradas dos veces al año.

Cuando, después de casarse, Tom y Frances Dysart se instalaron en Friars Wood, los padres de Tom y su hermana pequeña, Rachel, se mudaron al edificio del establo, reconvertido en vivienda. Fue una buena decisión, ya que con el paso de los años la familia de la casa principal se fue incrementando. Años después, cuando los ancianos Dysart murieron y Rachel se estableció en Londres, el Establo se utilizó como casa para invitados hasta que Adam cumplió dieciocho años y se la cedieron como refugio personal.

Esa fría noche, el Establo estaba muy animado, todas las luces estaban encendidas y los invitados ocupaban cada rincón mientras picaban algo para aguantar hasta la cena bufé que se ofrecería en la casa principal.

–Vamos, Kate –dijo Leonie afectuosa, cuando su hermana pequeña se quedó atrás al acercarse al Establo.

–Eso es, cielo –dijo Jess–, levanta la barbilla, saca el pecho y ¡sonríe! –le hizo una caricia y la empujó hacia delante; justo entonces la puerta se abrió, y varios chicos jóvenes simularon caer desplomados de emoción.

–¡Sal aquí, Dysart! –gritó uno de ellos–. Acabo de ver una visión, ¡por triplicado!

–Son las tres gracias –suspiró otro, con reverencia.

–Un poco de respeto –ordenó Adam apartándolos–. Son mis hermanas, Leonie, Jessamy y Katharine, a las que podéis llamar, si os lo permiten: Leo, Jess y Kate.

Mientras Adam hacía las presentaciones, los exuberantes invitados, chicos y chicas, rodearon a las hermanas, ofreciéndoles bebidas.

–Nada de alcohol hasta después de cenar –explicó Adam, ofreciendo un zumo de naranja a Leonie.

–¿Han aceptado eso? –preguntó ella en voz baja.