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Mientras disfrutaba de la expresión de su rostro, Jafar al Hamzeh montó a su ex amante a caballo y se la llevó al desierto. En otro tiempo había creído que Lisbet Raine se convertiría en la madre de sus hijos... Pero eso había sido antes de que ella lo abandonara sin darle explicación alguna, y antes de que su trabajo lo obligara a transformarse de guerrero en gandul con el fin de atrapar a un traidor. Como venganza, lo único que estaba dispuesto a ofrecerle esa vez a Lisbet era pasión incontrolada. Pero cuando el enemigo puso a Lisbet en el punto de mira, Jafar se dio cuenta de que un amor como el suyo no podía haber muerto; y él estaba dispuesto a arriesgarlo todo para salvarla...
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Seitenzahl: 140
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Alexandra Sellers
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión en el desierto, n.º 1148 - septiembre 2017
Título original: The Playboy Sheikh
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9170-056-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un par de ojos verdes llenaron la pantalla, sonriendo de forma retadora.
–Es ella –dijo una voz tras él.
–Lo sé –murmuró Jafar al Hamzeh, sin apartar los ojos de la pantalla. Aquellos ojos lo miraban directamente al corazón.
Los iris eran de color verde agua, bordeados por un círculo verde esmeralda. El blanco era puro y limpio, los ojos rasgados bajo dos finas cejas.
De cerca, esos ojos habían sido su mundo. Cuando estaba encima de ella, consumido por un placer y un dolor que podría haberlo aniquilado. O al mundo entero. Le daba igual.
Al ver sus ojos en la pantalla sintió celos porque otros los estaban viendo también. Y hubiera deseado echar a todo el mundo del estudio.
La cámara se apartó entonces para revelar la ancha frente, los pómulos altos, la pequeña y recta nariz. Después, más atrás, para revelar una boca de labios carnosos y una melena rubia que caía en cascada sobre sus hombros.
Él había enredado los dedos en aquella melena. Casi podía sentirla en ese momento, casi podía respirar su aroma. Cuando cerró los ojos, un anhelo ya antiguo lo superó.
–Una belleza muy inusual.
–Muy peculiar, desde luego.
Jafar al Hamzeh apenas oía esos comentarios. En la pantalla ella se movió, alejándose de la cámara. Llevaba una falda corta que dejaba al descubierto sus largas y bien formadas piernas.
Tenía una voz sonora, con un tono ligeramente burlón. Hablaba por encima de su hombro, sonriendo y echándose el pelo hacia atrás.
Jafar deseaba tocarlo. Cómo hubiera deseado tocarlo.
En el anuncio la puerta se cerró y ella desapareció un momento. Como desapareció de su vida. Una sonrisa, un golpe de melena y el sonido de una puerta al cerrarse.
Le dolía como le dolió entonces. Y, como entonces, deseó que la puerta volviera a abrirse para decirle que había cambiado de opinión.
–Aquí está otra vez –dijo una voz.
Era ella en biquini, en la playa. Estaba tomando un helado, totalmente concentrada, mientras los hombres que había a su alrededor se la comían con la mirada. Una barca volcó y los pasajeros empezaron a gritar desde el agua. El salvavidas se dirigió a la orilla, pero no dejaba de mirarla. Un juego de fútbol playa se detuvo cuando ella paseaba con la melena al viento, su hermoso cuerpo de mujer bajo el sol. Un vendedor de refrescos tropezó con su carrito…
–Fabulosa –dijo una voz.
Hubo murmullos de asentimiento, pero Jafar no dijo nada. La observaba chupar el helado con una expresión de satisfacción que era casi sexual. Él había visto esa expresión, pero entonces no estaba tomando un helado.
El logo de la empresa apareció entonces en la pantalla, dando por terminado el anuncio.
–No creo que pudiéramos encontrar una adición mejor para el harén, ¿no te parece? –dijo un hombre, como si pudiera elegir. Como si fuera una conclusión lógica–. Yo creo que sería un regalo digno de un sultán. ¿Qué te parece, Jaf?
Él asintió, sonriendo. Para no llevarle la contraria.
–Me parece bien.
Como si apenas le importase.
Elle le había sonreído antes de irse, burlándose, retándolo.
Pero al final sería suya, toda suya.
Ella se sujetaba desesperadamente al escritorio de caoba cuando una ola la golpeó. Cuando una nueva ola, más grande que la anterior, se levantó a su espalda tomó aire antes de que la envolviera.
Delante de ella estaba la costa. Detrás, kilómetros y kilómetros de océano.
El sol era inmisericorde. La sal le quemaba los ojos. El pálido cabello rubio flotaba a su alrededor y se pegaba a su cara como si fueran algas. La falda larga del vestido, abierta por la parte delantera para liberar sus piernas flotaba en el agua como una cola, verde sobre verde. Ella pataleaba en el agua para no hundirse pero el mar, como un amante impaciente, envió otra ola que la envolvió en su potente abrazo.
A cierta distancia, escondido tras una roca, él observaba montado sobre un caballo blanco.
Se sentía celoso, como si otro hombre estuviera haciéndole el amor.
Entonces ella hizo pie y quedó cubierta por el agua hasta la cintura mientras el escritorio se arrastraba sobre la arena.
Caminaba a duras penas hacia la playa, el mar empujándola hacia dentro de nuevo.
Y él seguía mirando, sin moverse, como esperando una señal.
La espuma del mar la rodeaba, apartando la falda para revelar sus piernas y después echándola hacia delante de nuevo como si quisiera preservar su pudor. Mientras caminaba, insegura, el agua iba revelando sus muslos, sus rodillas y por fin los tobillos.
Era un striptease erótico y provocativo. Su cuerpo lo atormentaba al imaginar sus manos, su boca, acariciándola como lo hacían las olas.
Con un movimiento sensual, ella levantó un brazo para echarse la melena empapada hacia atrás. Sus jóvenes y firmes pechos se apretaban contra la tela verde del largo y anticuado vestido.
El caballo levantó la testuz, impaciente.
–Espera un poco. Todavía no –murmuró él, acariciando el cuello del animal.
Entonces la mujer rubia levantó la cabeza para dejar escapar un grito de triunfo y se dejó caer de rodillas sobre la arena. Se tumbó de espaldas, con los brazos abiertos para respirar el sol y la vida.
Una ola levantó su vestido y a él le dolió todo el cuerpo por el deseo de besarla donde la había besado el mar.
Cuando sintió las rodillas del hombre clavarse en sus flancos, el caballo empezó a galopar sobre la arena. El turbante y la túnica blanca volaban tras él mientras se apretaba contra el animal, como si fueran uno solo.
Galoparon por la orilla del mar levantando gotas de agua que, bajo la luz del sol, parecían diamantes.
Ella debió oír el ruido de los cascos, pero parecía demasiado cansada como para reaccionar.
Sin embargo cuando llegó a su lado se incorporó, atónita.
–¿Qué haces tú aquí?
–Esta es mi tierra.
–¿Tu tierra? –repitió ella, incrédula.
–Ya te dije que, al final, volverías a mí.
–¿Qué demonios está pasando aquí? –exclamó Masoud al Badi–. ¿De dónde ha salido ese caballo blanco? ¿Qué demonios está haciendo Adnan?
La script de rodaje levantó la mirada del guion, encogiéndose de hombros.
–Cuando repasé la secuencia con él estaba sobre un caballo negro.
El director volvió a mirar a la pareja de la playa.
–Entonces, ¿no es Adnan el que está con ella?
–No. Estoy aquí –contestó una voz. Un hombre vestido con túnica y turbante blancos, como el hombre de la playa, salió de un remolque–. El que está con Lisbet es Jafar al Hamzeh. Lo siento, señor al Badi. Jafar me dijo que…
–¿Jafar al Hamzeh? –explotó el director incrédulo–. ¿Se ha vuelto loco?
La figura femenina se levantó entonces y salió corriendo por la playa.
–Me pidió que le dejara ocupar mi lugar… –intentó explicar Adnan.
–¡La está asustando! ¡Como siga corriendo así se romperá una pierna! –gritó el director.
De repente todo el mundo estaba atento a la escena. Los técnicos dejaron de trabajar y los encargados de maquillaje y vestuario salieron de sus remolques, sorprendidos. Jafar al Hamzeh, consejero del príncipe Karim, no solamente era rico y guapo como el demonio, también era el playboy favorito de las revistas del corazón.
Las cosas se ponían interesantes cuando Jafar al Hamzeh aparecía por algún lado. Y si estaba interesado en la estrella de la película… aquel podía ser un rodaje muy divertido.
El jinete la seguía galopando sobre el caballo blanco con una mano apoyada en la cadera, la otra sujetando las riendas. Era una postura tan arrogante como la de un halcón. Dejaba que su presa corriera un rato solo para divertirse.
El director levantó el megáfono, pero estaban demasiado lejos. No podrían oírlo.
Entonces se volvió, buscando inspiración.
–Adnan, sube a tu caballo y….
–¡Oh, Dios mío! –exclamó alguien.
El jinete estaba al lado de Lisbet, pero no disminuyó la velocidad.
El director lanzó una maldición por el megáfono.
–¡Jaf! ¡Maldita sea, Jaf, apártate!
Los observadores se quedaron estupefactos al ver que dejaba caer las riendas y, como si fuera un artista de circo, se inclinaba hacia un lado sujetándose a los flancos del caballo con las rodillas.
–Va a echarse encima de ella… –murmuró la sastra de rodaje, asustada.
–¿Está intentando aplastarla? –exclamó Masoud, furioso.
El jinete la tomó sin esfuerzo por la cintura y la sentó delante de él sobre la silla. Con la otra mano, volvió a tomar las riendas y siguió cabalgando.
–¡Suéltame! –exclamó Lisbet–. ¿Qué quieres, matarme? ¿Qué demonios estás haciendo?
–Tú me retaste, Lisbet –murmuró él, con una sonrisa diabólica–. Cuando una mujer reta a un hombre de carácter es porque desea provocarlo. Pero debe tener cuidado. Puede que no haga lo que ella desea.
Lisbet contuvo un grito.
–¿Imaginas que yo quería…? ¿Cómo has llegado aquí? ¿Cómo sabías dónde estaba?
Él sonrió de nuevo, mostrando unos dientes muy blancos.
–¿Me crees un débil que espera agazapado la oportunidad? ¡No eres tan tonta!
El corazón de ella latía a mil por hora. ¿Dónde estaba el equipo de seguridad de la película?
–¿Qué quieres decir?
Jaf espoleó a su caballo, obligándola a apoyarse sobre su pecho para mantener el equilibrio.
–Lo que he dicho.
–¿Cómo que no estabas esperando la oportunidad?
–Pronto sabrás a qué me refiero.
Una vez fueron amantes, pero eso fue hace mucho tiempo. No, no en una vida anterior, aunque tal cosa era posible.
Se conocieron un año antes, cuando su amiga y el hermano de Jaf empezaron a mantener una relación cargada de sospechas y malentendidos.
Pero no hubo malentendidos para ellos. Al principio no. Para ellos fue amor, o al menos deseo. Y no hubo forma de parar la rápida progresión.
Jaf sintió que acostarse con ella no era suficiente y había querido entrar en su cabeza, en su corazón.
Pero ella no lo quería allí. Jaf sostenía su cabeza entre las manos durante los momentos de pasión, la sostenía como si fuera una de las preciosas copas de jade de la colección de antigüedades de su padre y la miraba a los ojos, esperando ver un signo de que sus corazones estaban unidos. Pero ella reía volviendo la cara, o cerraba los ojos cuando el placer era demasiado irresistible.
Cuando se ponía exigente, ella le advertía: «No sueñes conmigo, Jaf. No me mires pensando que voy a ser la madre de tus hijos. No lo soy».
Eso lo volvía loco. Por supuesto, cuando la miraba veía a su mujer y la madre de sus hijos. Veía a la abuela de sus nietos.
–Ven conmigo a Barakat –le rogó–. Una visita. Para ver si te gustaría vivir allí. Es un país precioso, Lisbet.
Ella sonreía de esa forma que tanto lo irritaba… remota y distante.
–Seguro que lo es. A Anna le encanta.
Anna era su mejor amiga, la que se había casado con el hermano de Jaf cuando por fin pudieron entender su amor.
–Es un país de ensueño.
–Quizá a mí también me gustaría, pero ese no es el asunto, ¿no? No es Barakat contra Inglaterra, es libertad contra matrimonio. Y te lo advertí, Jaf. Desde el principio.
–¡Libertad! –exclamó él, impaciente–. ¿Qué libertad? ¿La libertad de hacerse viejo solo? ¿De no tener hijos?
Una expresión que no entendía cruzó las facciones de Lisbet.
–Exactamente –murmuró, con una sonrisa que no se correspondía con el brillo triste de sus ojos–. La libertad de hacerse mayor solo, sin hijos. No estamos hechos el uno para el otro, Jaf. Si te enfrentaras con esa realidad…
Él le puso un dedo sobre los labios.
–Somos perfectos el uno para el otro. Tenemos todo lo que los demás sueñan tener.
–No me refería al sexo.
–El sexo es solo una de las cosas que tenemos en común, Lisbet. ¿Crees que no sé cómo te escondes de mí? ¿No entiendes que no tienes necesidad de esconderte?
Lisbet lo miró entonces, sonriendo de forma desafiante.
–Estás imaginando cosas, Jaf.
Pero él sabía que no era así.
Lisbet movía las piernas inútilmente contra el flanco del animal, que seguía su carrera inexorable. Estaba sentada de lado, delante de Jaf, con una cadera apoyada contra la silla. A pesar de que la sujetaba por la cintura tenía que apoyarse en él para mantener el equilibrio.
–¿Dónde me llevas?
–A mi casa. Está a unos kilómetros de aquí.
–¡A tu casa! ¿Estás loco? Llévame de vuelta o…
–No me hables en ese tono, Lisbet.
–¡Estoy rodando una película! Ya te has cargado una secuencia… ¡Llévame de vuelta al set ahora mismo!
–Cuando termine contigo –dijo Jaf con voz ronca.
Lisbet se puso colorada al sentir la presión de su mano en la cintura. Su cuerpo le decía que había pasado demasiado tiempo. Pero no pensaba admitirlo.
–¿Cuando termines conmigo? ¡Cómo te atreves! ¿Qué piensas hacer, violarme?
Jaf soltó una carcajada.
–Sabes que yo nunca haría eso. ¿Cuánto tiempo ha pasado, Lisbet? ¿Has contado los días?
–¡Por supuesto que no!
–Yo sí.
–¡Bájame del caballo!
Lisbet intentó tomar las riendas, pero él apartó su mano.
–Quiero que me lo digas, Lisbet. ¿Has contado los días?
–¡Han pasado seis meses! Y no, no he contado los días.
–Más de seis meses. ¿Cuánto tiempo?
–No tengo ni idea.
–¿Cuánto?
–No lo sé, siete meses.
–¿Y cuántos días?
–¿Cómo voy a saberlo?
–Lo sabes, igual que yo. Siete meses, tres semanas y cuatro días desde que me dijiste adiós, Lisbet. ¿El instinto no te advirtió que sería peligroso venir a mi país tan pronto?
–Han pasado casi ocho meses. Eso no es pronto. Pensé que ya te habrías olvidado de mí. Además, yo voy donde tengo que ir para ganarme la vida. Me han contratado para rodar una película en Barakat y aquí estoy.
–Pero sabías que aquí te encontrarías conmigo.
–¿Y qué iba a hacer, rechazar la película para no verte la cara?
–Has venido porque querías verme otra vez.
–Qué tontería –murmuró Lisbet.
–Mentirosa.
–¡No me hables en ese tono! –le espetó ella, furiosa.
Jaf sonrió.
–Ah, mi espíritu libre. Casi había olvidado las delicias de discutir contigo. Pero tendremos el placer de aprenderlo todo otra vez.
–Mira, no tengo intención de empezar una guerra.
–¿Llamas a esto guerra?
–¿Cómo voy a llamarlo?
Él tiró de las riendas y el caballo fue reduciendo la velocidad.
Frente a ellos había un grupo de enormes rocas al lado del mar. Como si en aquel paraje inhóspito, quemado, hasta las piedras desearan estar cerca del agua.
Cuando llegaron bajo la sombra de las rocas Lisbet tomó las riendas y Jaf la dejó hacer.
–De una forma o de otra, pienso volver al rodaje.
Él apretó la mandíbula en un gesto feroz, parecido a los gestos que la habían hecho huir la primera vez.
–¿No tienes ni una hora para tu ex amante?
–¿Mientras estoy trabajando? Soy una actriz profesional, Jaf –replicó ella–. No esperes que caiga rendida en tus brazos de playboy, como la primera vez.
Los ojos negros del hombre brillaron con una expresión indescifrable.
–Ah, entonces no me has olvidado del todo.
–Es un poco difícil olvidarte. Sales en las revistas todas las semanas.
–Uno de los beneficios de la fama… que no había calibrado.
Debía creer que leía las revistas todas las semanas para ver su fotografía, pensó Lisbet, irritada. Habría sido mejor aparentar que no sabía nada sobre su posición como playboy favorito de los fotógrafos.