Pasó accidentalmente - Jill Shalvis - E-Book
SONDERANGEBOT

Pasó accidentalmente E-Book

Jill Shalvis

0,0
5,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No se puede estar un poco enamorado… Las prioridades de Elle Wheaton: amigos, carrera y zapatos estupendos. Y ese muro de músculos y terquedad que es el experto en seguridad Archer Hunt, que está por delante de todo lo demás. Aunque no tiene sentido decírselo así a Archer. Elle no saldrá con otros hombres hasta que le olvide… Lo cual solo debería durar toda la vida… No se puede desear solo un poco… Archer ha deseado lo mejor para Elle desde que sacrificó su carrera policial por salvarla. La química entre ellos podría provocar el próximo terremoto de San Francisco y él no quiere ser responsable de los daños. ¿La alternativa? Verla salir con otros hombres… Sí se puede… En opinión de Archer, nadie es lo bastante bueno para Elle. Pero cuando se dispone a demostrarlo saboteando sus citas, ella se enfada… y las cosas se ponen muy ardientes. Ahora Archer tiene una misión nueva: probarle a Ellen que su hombre ideal ha estado todo el tiempo ahí…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 390

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017, Jill Shalvis

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasó accidentalmente, n.º 154 - abril 2018

Título original: Accidentally on Purpose

Publicado originalmente por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con persona, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-142-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Laura Reeth y Sarah Morgan

por su indefectible amistad.

Siempre en mi corazón.

Capítulo 1

 

#LlévameHastaTuLíder

 

Menos mal que a Elle Wheaton le gustaba estar al mando y dar órdenes, porque, aparte de la alegría de que la descripción de su trabajo incluyera esas dos cosas, no le pagaban suficiente por dirigir a todos los idiotas de su trabajo.

–Lo de anoche fue un desastre –dijo.

Su jefe, que no parecía ni mucho menos tan preocupado como ella, se encogió de hombros. Era muchas cosas y, entre ellas, propietario del Pacific Pier Building en el que estaban, situado en el distrito Cow Hollow de San Francisco. Un detalle que prefería guardarse para sí.

De hecho, solo una persona aparte de Ellen conocía la identidad de él, pero como encargada general del edificio, Elle lo dirigía todo sola y hacía siempre de intermediara con él. Una intermediaria tranquila y resuelta, aunque estuviera mal que lo dijera ella. Y aunque lo que había ocurrido la noche anterior había alterado parte de su calma.

–Tengo fe en ti –dijo él.

Ella lo miró.

–En otras palabras, «arréglalo, Elle, porque yo no quiero molestarme con eso».

–Eso también –repuso él con una sonrisa, al tiempo que se subía más las gafas en la nariz.

Ella se negó a dejarse conquistar. Sí, él era sexy, al modo un poco inconsciente de los empollones inteligentes, y sí, eran buenos amigos y ella lo quería, pero, en su mundo, el cariño tenía límites.

–Quizá deba resumirte el desastre –dijo–. Primero se apagaron a medianoche las luces de todas las salidas de emergencia del edificio. Y cuando la señora Winslowe, del 3D fue a sacar a su anciano perro para que hiciera sus asuntos, no podía ver la escalera. Con lo que el señor Nottingham, del 4A, que salía a hurtadillas del apartamento de su amante, el 3F, resbaló y cayó encima de la caca del perro.

–Tú no te puedes inventar eso –dijo él, sonriendo todavía.

Elle se cruzó de brazos.

–El señor Nottingham se rompió el tobillo y casi el trasero y necesitó una ambulancia. Es posible que ponga una demanda y a ti te hace gracia.

–Venga, Elle. Los dos sabemos que la vida puede ser muy dura si le dejas. Hay que encontrar diversión en alguna parte. Pagaremos la factura del hospital y le compraremos pantalones nuevos al señor Nottingham. Incluiré un fin de semana en algún sitio y puede llevarse a su novia, a su esposa, o a las dos si quiere. Lo arreglaremos.

Elle hizo una mueca y Spence sonrió.

–Toma algo de cafeína. Te noto muy baja.

Ella movió la cabeza.

–Mi vida no es normal –dijo.

–Olvídate de la normalidad. La normalidad no es para tanto. Bébete ese líquido verde asqueroso sin el que no puedes sobrevivir.

–Es té, friqui. Y podría sobrevivir sin él si fuera necesario –hizo una pausa–. Pero no puedo garantizar la seguridad de nadie más.

–Exactamente. Así que, ¿para qué correr riesgos?

Elle alzó los ojos al cielo. Se tomaba muy a pecho lo ocurrido la noche anterior. Conocía a todo el mundo en ese edificio, todos los negocios del primer piso y el segundo y a todos los inquilinos de los pisos tercero y cuarto, y se sentía responsable de todos ellos.

Y uno de ellos había tenido un accidente, lo cual era inaceptable.

–Te darás cuenta de que el sistema de las salidas de emergencia entra en el campo de la seguridad –dijo–. Lo que significa que la empresa de seguridad que contrataste nos ha fallado.

Spence, que seguía la línea de pensamiento de ella, ya no parecía divertido. Dejó su café sobre la mesa.

–No, Elle.

–Hace un año me buscaste para el puesto de encargada general. Me diste la misión de cubrirte las espaldas y los dos sabemos que lo hago muy bien. Así que voy a comentar este asunto con Archer, tu jefe de seguridad.

Él hizo una mueca.

–Al menos déjame evacuar el edificio antes de que os enfrentéis.

–No habrá pelea –repuso ella. Y si la había, no se lo diría–. Solo quiero hacer mi trabajo y eso incluye controlar a Archer Hunt.

–Técnicamente sí –admitió Spence–. Pero los dos sabemos que él solo responde ante sí mismo y, desde luego, no te considera su jefa. No considera a nadie su jefe.

Elle sonrió y se sirvió más té, que para ella era néctar de los dioses.

–Ese es su problema, no el mío.

Spence se puso de pie.

–No le gustará nada que le llames la atención tan pronto y enfadada.

–Eso no me importa nada.

–A mí sí –dijo Spence–. Es demasiado pronto para ayudarte a enterrarlo.

Ella soltó una risita. Su antagonismo con Archer estaba bien documentado. El problema era que Archer creía que gobernaba el mundo, incluida ella.

Pero en ella no mandaba nadie excepto ella misma.

–Si todo el mundo hiciera lo que tiene que hacer y me dejara en paz… –dijo.

Se interrumpió porque Spence ya no la escuchaba. Miraba por la ventana, con su cuerpo musculoso tenso de pronto, lo que hizo que ella se acercara a su lado para ver qué era lo que había atraído su interés.

Spence miraba fijamente a una mujer que salía de la cafetería. Era su ex, quien en otro tiempo había hecho todo lo posible por romperle el corazón.

–¿Quieres que la eche de aquí? –preguntó Elle–. O puedo hacer que la investiguen y la encuentren culpable de un crimen –comentó. Era broma. Más o menos.

–No necesito que te ocupes de mis citas –declaró él.

Teniendo en cuenta que era muy rico y que lo habían herido gravemente, sí necesitaba que investigaran a sus mujeres, pero Elle no discutió con él. Discutir con Spence era como hacerlo con un muro de ladrillo. Pero él no había salido con nadie desde lo de su ex, y habían pasado muchos meses desde aquello, y a ella le dolía el corazón porque ahora eso lo asustaba.

–Eh, por si no te has enterado, ahora se llevan los ingenieros mecánicos genios y empollones. Encontrarás a alguien mejor –mucho mejor, si de ella dependía.

Él siguió sin contestar y Elle alzó los ojos al cielo.

–¿Por qué son idiotas los hombres? –preguntó.

–Porque las mujeres no vienen con manuales de instrucciones –él se apartó de la ventana–. Tengo que irme. No mates a nadie hoy.

–De acuerdo.

Él se quedó mirándola.

–Está bien –ella suspiró–. No mataré a Archer.

Cuando se quedó sola, se puso brillo de labios, para ella, no para impresionar a Archer, y salió de su despacho. Caminó despacio por el pasillo abierto. Amaba aquel edificio y nunca se cansaba de admirar la arquitectura única de aquel sitio antiguo. Los ladrillos con ménsulas y cerchas vistas de hierro, los largos ventanales en cada apartamento, el patio de adoquines abajo con la enorme fuente a la que llegaban idiotas de todo San Francisco y más allá a echar monedas y pedir amor.

Ella estaba en el segundo piso del rincón norte, donde, si pegaba la nariz a la ventana de su despacho y si no había niebla, podía ver colina abajo hasta el Marina Green y la bahía, además de un trozo del puente Golden Gate.

Después de un año, seguía resultándole emocionante vivir en el corazón de la ciudad. Aunque se había criado no lejos de allí, había sido en un mundo muy distinto, y al menos diez escalones por debajo en la escala social.

Era todavía lo bastante temprano para que el lugar estuviera en silencio. Cuando pasó por el ascensor, se abrieron las puertas y salió la encargada de la limpieza empujando un carrito grande.

–Hola, tesoro –dijo Trudy con su voz de fumadora de tres décadas–. ¿Necesitas algo?

–No, todo va bien –dijo Elle. Estaba furiosa, pero aunque adoraba a Trudy, aquella mujer no era capaz de guardar un secreto ni para salvar su vida–. Solo disfrutando de esta hermosa mañana.

–¡Qué decepción! –contestó Trudy–. Pensaba que buscabas a ese tío bueno que dirige la empresa de investigación.

Elle casi estuvo a punto de atragantarse con la saliva.

–¿Tío bueno? –preguntó.

–Soy vieja, no estoy muerta –Trudy le guiñó un ojo y empujó su carrito por el vestíbulo.

Era cierto que Archer era irritablemente sexy, pero a Elle el factor sexy no le importaba nada. Le resbalaba. Prefería la seguridad y la estabilidad, cosas de las que había carecido casi toda su vida.

Dos cosas de las que nunca habían acusado a Archer.

En el otro extremo del vestíbulo se detuvo delante de una puerta que mostraba un cartel discreto: Investigaciones Hunt.

La empresa de investigación y seguridad de élite se sostenía principalmente por la reputación de Archer, no necesitaba anuncios ni marketing. Básicamente, Archer y los hombres a los que empleaba eran investigadores por su cuenta, personas a las que se contrataba y que no estaban necesariamente atados por la burocracia de la ley.

Lo cual era ideal para alguien como Archer. Las reglas nunca habían sido lo suyo.

Ella abrió la puerta y entró en la zona de recepción, que era mucho más grande que la suya. Líneas limpias y masculinas. Muebles grandes. Un gran espacio abierto. Y un tabique de cristal que separaba el frente de las oficinas interiores.

El mostrador de recepción estaba vacío. La recepcionista no había llegado todavía. Era demasiado temprano para Mollie, pero no para los demás empleados. A través del cristal, Elle podía ver parte de la oficina interior. Cinco hombres entraron por una puerta privada. Obviamente regresaban de algún tipo de trabajo que había necesitado que fueran armados, pues en aquel momento parecían una unidad de una fuerza especial.

Elle se detuvo en seco. Y el corazón le dio un vuelco porque, ¡cielo santo!, ellos estaban allí desnudándose de armas y de camisas y ella solo veía una masa de cuerpos espectaculares, sudorosos y tatuados, en una amplia variedad de colores de piel.

Era un espectáculo físico y no podía apartar la vista. De hecho, tampoco podía hablar, principalmente porque tenía la lengua fuera. Sus pies aprovecharon la paralización de su cerebro para llevarla a la puerta interior, donde quería pegar la cara al cristal.

Por suerte, le abrieron la puerta sin que lo pidiera. La conocían de sobra. Después de todo, su trabajo requería que trabajara en contacto con la firma de seguridad y ese era su mayor problema.

Trabajar con Archer Hunt era peligroso en muchos sentidos, entre ellos la historia que tenían en común y en la que ella se esforzaba por no pensar.

Todos la saludaron y después siguieron cada uno su camino y la dejaron sola con su intrépido líder.

Archer.

Hacía mucho tiempo que no se permitían estar a solas. De hecho, ella se había esforzado activamente por no quedarse a solas con él, y teniendo en cuenta lo fácil que había sido, solo le quedaba pensar que él había hecho lo mismo.

Archer, que no parecía especialmente preocupado por aquella llegada inesperada, la miró a los ojos. No se había quitado las armas ni la camisa y estaba vestido con traje de combate, con una Glock en una cadera, una pistola de aturdir en la otra y un revólver atado al muslo. La gorra militar iba echada hacia atrás, de un bolsillo del pantalón sobresalía el mango de un cuchillo y llevaba dos grupos de esposas atados al cinturón. Era un guerrero urbano, con un cable de comunicación bidireccional y un chaleco Kevlar atado en el pecho y por detrás, lo que indicaba que, dondequiera que hubieran estado, no acababan de volver de Disneylandia.

Elle se las arregló para sentirse a la vez horrorizada y excitada. Pero si la vida le había enseñado algo era a ocultar sus pensamientos y emociones, así que se mordió la lengua.

Archer frunció un poco los labios, como si le leyera el pensamiento, pero no dijo nada y se limitó a esperar. Y ella sabía por experiencia que podía esperar mucho, hasta el final de los tiempos de ser necesario.

Así que fue la primera en hablar.

–¿Ya ha sido una mañana ajetreada? –preguntó.

–Una noche ajetreada –respondió él.

Era grande y duro, y muy frustrante por distintas razones, entre ellas lo mucho que le gustaba en secreto y también el hecho de que le debía la vida.

Él empezó a quitarse las armas. La mayoría de los trabajos que hacía eran rutinarios. Investigaciones criminales, de empresa o de seguros, junto con contratos de seguridad de élite, de vigilancia, de fraude y de investigación de entornos corporativos. Pero otros no eran nada rutinarios, como las investigaciones forenses, el trabajo de caza recompensas, los contratos con el Gobierno… todos ellos con potencial peligroso.

En contraste, el contrato de seguridad que tenía con ese edificio resultaba soso e inocuo, pero ella sabía que era un favor que le hacía a Spence.

–Tenemos un problema –dijo Elle.

Él enarcó una ceja, el equivalente a una pregunta en cualquier otra persona.

Ella alzó los ojos al cielo y adoptó una postura defensiva, con los brazos en jarras.

–Las luces de las salidas de emergencia…

–Ya está resuelto –dijo él.

–Está bien, pero el señor Nottingham…

–También está resuelto.

Elle respiró hondo. No era fácil mirarlo directamente a los ojos porque era muy alto. Con un metro setenta y tres de estatura, ella no era pequeña, pero apenas le llegaba a los hombros. Odiaba que él tuviera la ventaja de la estatura en sus peleas. Y aquello iba a ser una pelea.

–¿Y qué pasó? –preguntó–. ¿Por qué se apagaron todas las luces a la vez?

–Ardillas.

–¿Cómo dices?

Los ojos penetrantes de él emitieron una combinación intensa de luz verde y clara, reflejando el hecho de que había visto lo peor de lo peor y era capaz de combatirlo con sus propias manos. Ella entendía que la mezcla de peligro y testosterona que emanaba de él en oleadas atraía al sexo contrario como la miel a las moscas, pero en aquel momento tenía ganas de pisotearle las botas Bates gigantes que llevaba. Sobre todo porque él no dijo nada más y, harta de su exhibición de macho, lo empujó en el pecho con el dedo. Sus pectorales no cedieron. «Estúpidos músculos», pensó ella.

–Oye –dijo–. Tengo inquilinos cabreados, un hombre en el hospital y un contrato firmado en el que garantizas la seguridad de la gente de este edificio. Así que necesito algo más que verte ahí callado. Dime qué demonios ocurre y, preferiblemente usando más de una palabra cada vez.

–Tienes que cuidar mucho cómo me hablas, Elle –repuso él.

Aquel hombre era impenetrable. Una isla. Y ella sabía que no le gustaba que lo interrogaran. Pero también sabía que el único modo de lidiar con él era no ceder. Archer no respetaba a los cobardes.

–Muy bien –dijo–. ¿Quieres hacer el favor de decirme qué demonios pasa aquí?

Entonces él pareció levemente divertido, quizá porque ella era la única que se atrevía a empujarlo.

–El otoño pasado te dije que tenías una colonia de ardillas en el tejado –comentó–. Te dije que tenías que contratar a alguien que bloqueara los agujeros que habían dejado los pájaros carpinteros el año anterior o tendrías problemas. Me aseguraste que lo arreglarías.

–Porque los paisajistas me dijeron que lo arreglarían.

Él se encogió de hombros.

–Pues o bien te engañaron o no lo hicieron correctamente. Una colonia entera de ardillas entró en las paredes y dio una fiesta. Anoche llegaron al cuarto de la electricidad y se comieron algunos cables.

Elle entendió entonces la actitud de él. Aquello no era culpa suya en absoluto.

Era culpa de ella.

–¿Qué fue de las ardillas? –preguntó.

–Probablemente estarán muertas en las paredes.

Ella parpadeó.

–¿Me estás diciendo que he matado a un montón de ardillas?

Él frunció los labios.

–¿Qué crees que habrían hecho los paisajistas? ¿Enviarlas de vacaciones a las Bahamas?

–Está bien –ella suspiró con fuerza–. Gracias por la explicación.

Se volvió para marcharse.

Él la agarró por el codo, cosa que provocó todo tipo de sensaciones extrañas en ella, y la retuvo.

–¿Qué? –preguntó ella.

–Espero una disculpa.

–Claro –musitó Elle–. Cuando se congele el infierno –alzó la barbilla, agradecida a los tacones de doce centímetros que le permitían, casi aunque no del todo, mirarlo directamente a los ojos–. Estoy al cargo de este edificio, lo que significa que estoy al cargo de todo lo que ocurre en él. También estoy al cargo de todos los que trabajan para este edificio.

Él inclinó la cabeza a un lado, divertido de nuevo.

–¿Quieres ser mi jefa, Elle? –preguntó con suavidad.

–Soy tu jefa.

Archer sonrió entonces abiertamente y ella contuvo el aliento. ¡Maldita sonrisa estúpida y sexy! Por no hablar del Cuerpo. Y sí, pensaba en él en mayúsculas porque no era para menos.

–Si no quieres andar raro mañana, deja de invadir mi espacio personal –dijo.

Era pura fanfarronería y los dos lo sabían. Ella llevaba solo un año en aquel trabajo y la había pillado por sorpresa que él estuviera allí. Una coincidencia desafortunada. Antes de eso, hacía años que no tenían contacto, pero ella sabía todavía que nadie podía con él.

Era rápido y fuerte. Pero no era eso lo que lo volvía tan peligroso para ella. No, eran su inteligencia aguda, su ingenio rápido y que estaba dispuesto a llegar hasta donde fuera preciso por hacer lo que consideraba que debía hacer.

Y lo más importante de todo… El modo en que conseguía que ella se sintiera viva.

Él hizo lo que le pedía y se apartó, pero no sin antes hacer una pausa para asegurarse de que los dos supieran quién estaba al mando allí, y definitivamente, no era ella.

Nadie intimidaba como Archer, y en su línea de trabajo, podría estar en coma y aun así intimidar a todos los presentes. Tenía músculos encima de músculos, pero no daba la impresión de que los hubiera fortalecido al estilo de un culturista. En vez de eso, su cuerpo parecía fuerte y malote, con piel de caramelo que iba de dorada clara a café con leche según la estación y le daba un aire de un origen indeterminado.

Y sexy.

A él le funcionaba bien, pues le permitía encajar en casi todas las situaciones. Elle imaginaba que eso resultaría práctico en el trabajo. Pero con ella se mostraba cauteloso. Distante. Y sin embargo, ella había visto cómo la miraba en ocasiones, y las pocas veces que la había tocado, como cuando la acompañaba al cruzar una puerta con la mano en la espalda de ella, había mantenido el contacto más de lo necesario. Había siempre un anhelo sorprendente y confuso detrás de las miradas y de los contactos.

O eso, o era todo cosa de la imaginación de ella.

Aunque no importaba, pues seguía conteniéndose con ella. El problema era que ella también tenía anhelos. Anhelaba que la viera como mujer, lo bastante fuerte y capaz para estar a su lado.

Pero después de lo que habían vivido, sabía que eso no sucedería nunca. Se volvió, irritada por el modo en que todo su cuerpo parecía estar en alerta como siempre que él andaba cerca, por el modo en que cada centímetro de ella parecía vibrar bajo la superficie.

Debería haberle enviado un email.

Él esperó a que llegara a la puerta antes de hablar.

–Tengo un trabajo con el que necesito tu ayuda –dijo.

–No –contestó ella.

Él la miró.

Ella tomaba clases online de la universidad al amanecer. Su trabajo era exigente y le ocupaba ocho horas al día. De noche estudiaba para conseguir la licencia de contable. Algún día tendría una empresa propia de contabilidad y sería también la jefa, pero en un sentido distinto que Archer. Sería una jefa estable y respetable… con zapatos maravillosos. Pero entretanto, trabajaba como una burra solo para mantenerse a flote.

El problema era que las clases eran caras, muy caras. Vivir en San Francisco también. Y los zapatos buenos también. Además, los buenos trabajos no crecían en los árboles. Su anterior a ese había sido una pesadilla. Allí se sentía afortunada, y aunque le pagaban bien, la universidad se llevaba una gran parte. Para complementar el sueldo, aceptaba algún trabajillo ocasional con Archer cuando este necesitaba una mujer. Solía ser solo una distracción, pero a veces él aprovechaba habilidades que ella había adquirido mucho tiempo atrás.

–Es un trabajo retador –dijo él, que sabía bien cómo suscitar su interés–. Tengo que identificar a una persona y, si es nuestro hombre, necesitamos una distracción mientras tomamos prestado su ordenador portátil, que nunca pierde de vista.

Mmm. Definitivamente, era un reto.

–Supongo que no es una persona a la que te puedas acercar y preguntarle cómo se llama –comentó ella.

Él sonrió.

–Digamos que yo no le interesaría nada.

–¿No? ¿Y quién sí? –preguntó ella.

–Una rubia sexy de piernas largas con un vestido corto ceñido.

Una ola de calor brotó en el vientre de ella y se prolongó hacia arriba. ¡Maldición!

–Una con los dedos de carterista más pegajosos que he conocido nunca –añadió él.

Ella soltó una risita baja y salió a la zona de recepción. ¿Había alguien más sexy que un hombre que te conocía más que nadie? Cuando llegaba a la puerta delantera, esta se abrió y tropezó con alguien.

El hombre la sujetó para que no cayera.

–Lo siento mucho. ¿Se encuentra bien?

–Muy bien –dijo ella.

Él era treintañero, más o menos de su estatura, constitución media y llevaba un traje bueno. Sonreía amablemente y su expresión denotaba un interés viril.

–Mike Penham –dijo, tendiéndole la mano–. Soy cliente de Archer.

–Elle Wheathon –ella sonrió–. No soy cliente.

–Ah, una mujer misteriosa –dijo él con una sonrisa.

–No, solo ocupada –repuso ella.

Lanzó una última mirada a Archer. Fue un error, porque él la miraba con expresión inescrutable y ella sintió que su estúpido corazón saltaba en el pecho al verlo entrar en la habitación moviéndose con su gracia habitual a pesar de ir todavía armado como para una escaramuza tercermundista.

–Mike –saludó él al recién llegado–. Ven a la parte de atrás –miró a Elle–. ¿Esta noche, pues?

Como todavía no había encontrado el modo de decirle que no a aquel bastardo sexy, Elle asintió. Y por un instante, la máscara cayó de los ojos de él y su mirada verde dorada adquirió calidez cuando la despedía con un gesto.

Y ella cerró la puerta.

Capítulo 2

 

#AccidentalmenteAPropósito

 

–¡Caray, qué mujer tan espectacular! ¿Está libre?

Archer oyó la pregunta de Mike sobre Elle, pero no apartó la vista de ella hasta que sacó su hermoso trasero de la oficina.

–No.

Mike se golpeó el pecho con dramatismo.

–Eso me ha llegado al corazón. Me acabas de destrozar. Esa chica tiene mucho fuego. Adoro eso en una mujer.

Sí, Elle tenía fuego. Era como el sol. Si te acercabas mucho, te quemabas. Archer movió la cabeza y se dirigió a su oficina.

–No, pero en serio –dijo Mike, siguiéndolo–. Puedo intentarlo con ella, ¿verdad?

–No.

Mike se echó a reír. Era un grupo empresarial andante y un cliente sólido que le procuraba mucho negocio, pero eso no implicaba que él lo quisiera ver cerca de Elle.

Cierto que la rata callejera de dieciséis años, vulnerable, asustada y sola a la que había salvado la vida en una ocasión cuando él era un poli novato de veintidós años, ya no era una rata callejera. No estaba sola ni asustada ni era vulnerable. Era una mujer directa y dura.

Pero no estaba libre. ¡Demonios, no!

Aunque tampoco era suya.

La deseaba. Y mucho. Pero ella había trabajado como una mula para convertirse en la mujer que era ahora. Él sabía que le recordaba los malos tiempos y bajo ningún concepto se arriesgaría a hacerla retroceder ni a perjudicarla en ningún sentido. Había sufrido bastante sin que él fuera ahora a enfangarle el agua. Así que eran amigos.

O quizá la descripción más acertada era que fingían ser amigos.

Entró en su despacho e hizo señas a Mike de que se sentara.

–Tu mensaje decía que tienes un problema de seguridad –comentó.

–Uno importante –repuso Mike–. Creo que nuestro departamento digital tiene una filtración.

–¿Qué te hace pensar eso?

–Teníamos dos productos nuevos de comunicación de tecnología punta de los que nadie más sabía nada. Habíamos organizado una presentación a un cliente muy selectivo y confidencial…

–¿Cómo de selectivo? –preguntó Archer–. ¿Cómo de confidencial?

Mike frunció los labios.

–Digamos que mucho.

Archer leyó entre líneas y asumió que se trataba del gobierno de los Estados Unidos.

–A ver si lo adivino. Se os han adelantado.

–Nuestro principal competidor –repuso Mike, sombrío–. Pero es imposible que se nos hayan adelantado honradamente. Alguien tuvo que darles la información desde dentro.

–Eso es feo.

–Sí. Y ahora tengo que parar la filtración. ¿Te interesa?

Archer asintió.

–Me interesa, pero…

–Lo sé, lo sé –dijo Mike–. No hay garantías, bla, bla, bla. Ya me sé el rollo, pero, Hunt, tú no me has fallado todavía. Además, te voy a pagar mucho dinero para cerciorarme de que esta vez tampoco me falles.

Archer asintió.

–Considéralo hecho.

Cuando se marchó Mike, Archer inició planes para lidiar con ese trabajo y después se puso a trabajar en el plan de la distracción de esa noche.

Los había contratado una compañía de seguros. Algunos clientes se habían alzado en armas porque sostenían que habían pagado servicios adicionales que no habían recibido.

Resultaba que la compañía de seguros no había ofrecido esos servicios y no tenía registros de haber recibido las primas.

Había entrado en escena Investigaciones Hunt. Archer había escarbado y descubierto que todo empezaba con un agente de seguros freelance que había ofrecido por su cuenta a clientes ricos algunas oportunidades de mejora. Todo ello a cambio de primas adicionales. El agente se había embolsado esas primas, por supuesto sin mejorar las pólizas.

Con ayuda de Joe, el especialista informático de Archer, habían localizado al agente, un hombre que tenía múltiples alias pero usaba en ese momento el nombre de Chuck Smithson. La investigación había revelado también que Chuck era un solitario que no se fiaba de nadie. Iba de hotel en hotel y llevaba siempre un maletín consigo, donde seguramente guardaba su portátil y todos sus secretos. Y como vivía en un estado de paranoia y no había ningún modo de que pudieran piratearlo, necesitaban su ordenador para conseguir pruebas.

Durante su investigación, habían descubierto que Chuck tenía otro hábito; disfrutaba entrando en páginas de ligues de internet. Archer había recibido un email de Elle de que haría el trabajo y creado un perfil como cebo. Chuck había mordido el anzuelo y esperaba de hecho tomar una copa esa noche con «Candy Cunningham».

Lo único que quería Archer que hiciera Elle era identificar a Chuck y tenerlo ocupado mientras echaban un vistazo a su maletín y copiaban su disco duro. Esa prueba no sería admisible en un tribunal, pero la compañía de seguros no quería llevar el asunto tan lejos y arriesgarse a una vista pública sobre sus humillantes pérdidas. Solo querían que Investigaciones Hunt confirmara sus sospechas antes de calibrar el siguiente paso.

Archer envió un mensaje a su equipo y esperó a que volvieran a entrar, recién duchados, con cafeína en distintas formas en una mano y comida en la otra.

Max era jefe de la manada y, como llevaba ya dos meses con su novia Rory –un récord para él–, andaba con paso más ligero que antes. Se sentó enfrente de Archer en la mesa de conferencias, con Carl, su dóberman, a su lado. Carl era una gran contribución al equipo, pero en aquel momento lo único que tenía en la cabeza era el bollo gigante que su amo tenía en la mano.

Max le metió un buen trozo de dicho bollo en la boca.

–Todo listo para esta noche, jefe –dijo–. Tenemos cubiertas las entradas y salidas y Finn se encargará de que todos veamos lo que pasa.

Finn era el dueño y barman del O’Riley’s, el pub situado en la planta baja del edificio donde tendría lugar la distracción. También era un amigo.

Archer no solía acercar tanto el trabajo a su base, pero nunca corría riesgos cuando estaba mezclada Elle.

Nunca.

Ella era un gran activo cuando necesitaba una distracción porque tenía facilidad para conseguir que un hombre olvidara que tenía cerebro. Él mismo había sido víctima de eso más de una vez. Ella se las había arreglado muchas veces para conseguirle información que le había permitido cerrar un caso, información que él no habría podido lograr sin derramar sangre.

Ella sostenía que hacía aquellos trabajos porque le gustaba el dinero. Archer sabía que eso no era toda la verdad. Le gustaba el dinero como solo puede gustarle a alguien que ha crecido sin él. Pero él sabía que no lo hacía por eso. No. Trabajaba para él cuando se lo pedía porque creía que estaba en deuda con él.

Pero en realidad era al contrario.

Los demás se pusieron cómodos. Joe, que además de ser su experto informático era también su mano derecha. Y luego estaban Lucas, Trev y Reyes. La sala de conferencias era grande, pero ellos también y la habitación parecía encogerse en su presencia.

–¿Por qué hueles a arce y beicon? –le preguntó Joe a Max.

–Porque estoy comiendo un dónut de arce y beicon –repuso este.

–¿En serio?

–En serio.

A Joe le gruñó el estómago con fuerza. Max soltó un suspiro y le lanzó una bolsa de papel blanco.

–Pero tienes que compartirlo con Carl –dijo–. Le prometí que le daría.

Carl soltó un ladrido.

Los demás protestaron.

–Yo quiero.

–¡Mierda, tío! Te lo pagaré.

Pero Joe sujetó la bolsa con firmeza, defendiéndola de los otros. Cuando la tuvo para sí, sacó el dónut, partió un trozo y se lo echó a Carl, que lo atrapó en el aire con un chasquido audible de sus enormes mandíbulas.

–Tronco –riñó Max al perro–. No lo has saboreado.

Carl se lamió el enorme hocico pero no apartó la vista de Joe, su nuevo mejor amigo.

Joe se comió el resto del dónut. Cerró los ojos, echó atrás la cabeza y lanzó un gemido.

–A lo mejor necesitas un momento a solas con esa cosa –comentó Archer con sequedad.

–Sí. ¡Qué maravilla!

–¿Verdad? –preguntó Max con una sonrisa–. Yo quiero casarme con este dónut y tener sus hijos.

Eso inició una conversación sucia y explícita que hizo reír a todos hasta que Archer abrió su portátil y la conversación y la diversión terminaron al instante.

Había que ponerse a trabajar.

 

 

Treinta minutos antes del asunto de la noche, Archer oyó que se abría la puerta exterior de sus oficinas y después oyó voces suaves.

La recepcionista, Mollie, saludaba a alguien.

Unos segundos después oyó un taconeo suave que se dirigía hacia él.

Mollie llevaba tacones. Algunas clientas también. Pero él conocía el sonido de aquel. Habría reconocido el paso suave y firme de Elle en cualquier parte.

Y de no haberlo hecho con la cabeza, el modo en que se había despertado su pene habría sido un buen aviso.

El mensaje de texto de Mollie anunciando la llegada llegó justo cuando Elle llamaba a la puerta y entraba. Se apoyó en la madera sin decir nada.

Estaba… espectacular. Elle era así. Siempre perfecta. Archer había tenido muchas mujeres en su vida. Sabía el esfuerzo que suponía y la cantidad de tiempo que empleaban en ello, así que no tenía ni idea de cómo lo hacía Elle un día sí y otro también. Pero ya fuera en el trabajo o en su vida personal, vestía de maravilla y nunca llevaba ni un solo mechón de su melena rubia fuera de su sitio. De hecho, en los once años que hacía que la conocía solo la había visto perder la compostura una vez y, desde luego, ella no le agradecería que le recordara aquella noche lejana y catastrófica.

Por la mañana temprano había llevado un traje de chaqueta rojo que transmitía éxito, y eso poco después de amanecer. En aquel momento lucía un vestido negro pequeño, muy pequeño. Sus tacones desafiaban a la gravedad, con correas sensuales alrededor de los tobillos y lazos en la parte de atrás, y su expresión decía que comía hombres para desayunar, almorzar y cenar.

Ella dio una vuelta lenta y él dejó de respirar y se levantó despacio de su silla.

–¡Madre mía, Elle!

–Yo no buscaba «madre mía». Buscaba imagen sensual sofisticada.

–Concedido –repuso él–. Pero estás espectacular. También eres un infarto y un aneurisma andantes. Un especie de todo-en-uno.

–Bien. Me preocupaba parecer una mujer de Post Street.

Él volvió a mirarla, disfrutando demasiado de la vista.

–Post Street está muy bien.

Ella alzó los ojos al cielo.

–Deberías acercarte a la esquina de Post con «Tócame las narices».

Él sonrió y se acercó a ella. Olía de maravilla, lo que hizo que quisiera acercar la cara al pelo de ella o, mejor todavía, a su cuello, para inhalarla como si fuera su dónut de arce y beicon particular. En vez de eso, le tendió un auricular.

–Estaremos todos conectados –dijo–. También te tendrán a la vista en todo momento. Los muchachos están ya colocados. Nuestro objetivo no está catalogado como armado y peligroso, pero…

–No quieres correr riesgos conmigo y bla, bla, bla –dijo ella con impaciencia. Tomó el auricular–. Ya lo he oído antes. No soy un copo de nieve especial, Archer. Si lo fuera, no estaría aquí. Tú no lo permitirías.

Era verdad. Pero él no podía controlar su necesidad de tenerla protegida y segura, del mismo modo que no podía dejar de respirar. Con ella siempre le había pasado eso.

Ella se puso el auricular y asintió.

–De acuerdo –dijo él–. Ahora…

–He leído el documento que me enviaste –lo interrumpió ella–. Soy Candy Cunningham, la chica que ha elegido Chuck y que cree que es su ligue de esta noche. Tengo que entrar, identificarlo, distraerlo hasta que hagáis lo que sea con el portátil que habrá con suerte en su maletín, y volver a salir.

–Y salir deprisa, Elle. No quiero que sepa que no…

–Que no soy Candy –dijo ella–. Creo que a estas alturas ya sé lo que hago. ¿Estás ya preparado para esto o tienes que retocarte el pintalabios?

Como ella llevaba ya el comunicador y él también, Archer oyó las risas de sus hombres en el oído. No se molestó en contestar. Con ellos exigía respeto, pero en lo relativo a controlar a Elle, no se hacía ilusiones.

Bajaron en el ascensor en silencio. Ella miraba las puertas y Archer la miraba a ella. No sabía cómo conseguía el vestido contener los pechos con aquel escote bajo en V. Amenazaban con escapar con cada movimiento que hacía ella.

Le pareció que las puertas tardaban mucho tiempo en abrirse. Tomó a Elle de la mano y esperó hasta que ella lo miró a los ojos.

–Tienes quince minutos para atraer su atención o largarte –le dijo–. Después de eso, pasamos al plan B.

–¿Cuál es?

–Un plan donde no entras tú.

–Con ese vestido solo necesitará un minuto –dijo Joe en el oído de Archer desde su punto ventajoso en el patio.

–Yo apuesto por quince segundos –intervino Reyes.

–Silencio –dijo Archer.

Siguió un silencio.

Elle hizo una mueca y se alejó, con los tacones resonando en los adoquines. Pasó la fuente que había en el centro y entró en el pub.

Archer se tomó un momento para serenarse –algo que tenía que hacer mucho cuando estaba con ella– y la siguió. Entraría como un cliente y la protegería dentro.

El pub O’Riley’s era mitad bar, mitad restaurante. Las paredes de madera oscura le daban una sensación de antigüedad. De las vigas colgaban faroles de bronce y la madera rústica de los zócalos completaba una imagen que transmitía un mensaje: «Siéntate a descansar, pide buena comida y bebida y diviértete».

Divisar a Elle avanzando hacia la barra no fue difícil, pues la gente se abría ante ella como el Mar Rojo y le dejaba sitio. Se instaló en un taburete al lado de Chuck Smithson e hizo un gesto al barman.

Finn.

–Sin alcohol –murmuró Archer.

Finn, que también llevaba un comunicador, asintió, aunque ya habían hablado de aquello. En el trabajo no se permitía jamás tomar alcohol.

Elle esperó su bebida y tomó un sorbo, todo ello sin mirar a su hombre.

Chuck estaba sentado en el taburete de al lado. Medía alrededor de un metro sesenta y cinco, era fibroso, y con su ropa arrugada de aire académico y sus gafas negras de concha gruesa, o era un aspirante a hípster o intentaba imitar a un Harry Potter algo crecidito. Sus pies no llegaban al suelo, sino que estaban enganchados en una barra del taburete y tenía el maletín entre las botas. Se había girado a mirar fijamente a Elle, y cuando ella se volvió despacio como si observara la habitación, él se enderezó, se subió más las gafas y le dedicó una sonrisa esperanzada.

Ella le pagó con una sonrisa edulcorada que Archer no había visto nunca dirigida a él y que hizo que Chuck casi se cayera del taburete.

–Ella es muy especial –susurró Joe en los oídos de todos.

–Se te cae la baba –comentó Max.

–Se nos cae a todos –dijo Lucas–. Ella es una erección andante.

–Silencio –ordenó Archer en voz baja. Y todos obedecieron.

Todavía con aire dulce, y curiosamente tímido a pesar de su atuendo sexy, Elle se inclinó hacia Chuck. Archer la observaba fascinado, porque sabía que ella podía robar una cartera en segundos delante de sus narices y él no lo vería.

–¿Chuck? –susurró Elle.

Aunque había visto una foto de ella en el perfil de internet, Chuck tragó saliva con fuerza y asintió. Sus ojos se iluminaron como si acabara de descubrir que era la mañana de Navidad.

–¿Candy?

Ella se mordió el labio inferior y consiguió parecer recatada.

–¿Te importaría enseñarme un carné? –preguntó–. No te imaginas la cantidad de arrastrados con los que tengo que lidiar.

–Seguro que sí –musitó Chuck, comprensivo–. Es porque eres muy hermosa.

El tío estaba ya conquistado. Ella ni siquiera tendría que usar su habilidad de carterista. Archer sonrió ante su inteligencia y movió la cabeza con admiración. Le encantaba verla en acción, cosa que no sucedía muy a menudo.

Ella no se había molestado en ocultar que no le gustaba mucho él. Y no la culpaba. Lo asociaba con una parte mala de su pasado, y además, sabía que ella lo consideraba demasiado mandón y controlador, y ambas cosas eran ciertas.

Pero había que ser uno para reconocer a otro.

Chuck se levantó del taburete y sacó un billetero del bolsillo de atrás.

Elle, lo bastante lista para quitarse los tacones con los pies y reducir su estatura antes de ponerse también de pie, tomó los zapatos por las correas y los dejó colgados de un dedo. Luego se inclinó a mirar el carné de Chuck, dejando que su pelo cayera sobre su rostro. Archer estaba bastante seguro de que también había dejado que su pecho rozara el brazo de él.

Chuck tragó saliva con fuerza y parpadeó cuando Elle alzó su rostro sonriente hacia él.

–Encantado de conocerte, Chuck Smithson –dijo.

–Identidad confirmada –dijo Max en los comunicadores desde su puesto en la barra dos taburetes más allá, donde parecía absorto en un partido de baloncesto que trasmitía la televisión de detrás de la barra–. Estoy situado para actuar.

Ahora Elle solo tenía que separar a Chuck del maletín.

–¿Podemos bailar? –preguntó con timidez.

Archer no tenía un tipo de mujer favorito. Le gustaban de todas las formas y tamaños, y con una amplia variedad de personalidades. Pero la de tímida nunca lo había impresionado.

Hasta aquel momento. Incluso sabiendo que era pura actuación, sabiendo que Elle no tenía nada de tímida, quería acercarse, abrazarla con fuerza y reconfortarla. El impulso fue tan sorprendente que casi se perdió lo que sucedió después.

–¡Ah! –Chuck parpadeó ante Elle, todavía unos cuantos centímetros más bajo que ella–. No soy un gran bailarín.

–Oh, no te preocupes –dijo ella con dulzura–. Todo el mundo lleva un bailarín dentro.

–Pero…

–¿Por favor? –pidió ella con suavidad, mirándolo con sus ojos azules.

Chuck terminó su copa de un trago.

–Para darme valor –dijo. Pidió otra a Finn por señas.

–Pónsela doble –ordenó Archer a Finn.

–Yo te llevo –prometió Elle, mientras Chuck se tragaba la segunda bebida. Lo tomó del brazo y tiró de él.

–Pero mis cosas… –él se volvió y miró el maletín en el suelo.

–Aquí está seguro –Elle miró a Finn–. ¿Verdad?

–Por supuesto –dijo este.

–Pero…

Pero nada. El pobre capullo no tenía ninguna posibilidad. Cuando Elle lo llevaba a la pista de baile, con él de espaldas a la barra, intervino Joe, agarró el maletín y desapareció.

En la pista de baile, pequeña y atestada, Elle empezó a mover su cuerpo, deslumbrando a Chuck –y a todos los demás hombres presentes– y dejándolo con la boca abierta.

A Archer no. No, él estaba en parada cardíaca porque si ella no tenía cuidado, se iba a salir del vestido.

–Joe, informa –dijo, frotándose el ojo izquierdo, donde había empezado a tener un tic.

–Estamos a unos centímetros de ver un pezón –susurró Max, esperanzado.

Archer tomó nota mentalmente de no matarlo luego.

–Joe –repitió.

–Necesito tres minutos más.

¡Mierda! Los segundos se arrastraban lentamente y en la pista de baile, Chuck se había acercado a Elle y sonreía de oreja a oreja mientras intentaba seguirle el paso.

Como si alguien pudiera.

–Hecho –dijo al fin Joe. Y Archer respiró por primera vez en los tres minutos más largos de su vida–. He copiado el disco duro.

Y en el instante siguiente, Archer vio cómo volvía a colocar el maletín debajo del taburete de Chuck.

Menos de dos segundos después, este se volvió desde la pista de baile y buscó con la vista su maletín, que seguía debajo del taburete.

–He terminado, jefe –dijo Joe–. Oh, y el tío lleva un puñado de carnés distintos además del portátil. Lo he escaneado todo.

–Elle –dijo Archer–. Sal ya.

La música estaba alta y en el pub había mucho ruido. La gente se divertía. Y, aparentemente, Chuck también, porque su valor líquido había hecho efecto. También le había dado confianza, pues no dejaba de intentar tocar a Elle a medida que los dos se movían juntos al ritmo de la música.

–Eres guapísima –le gritó en la cara.

Ella sonrió.

–No, me refiero a guapa de porno –él seguía gritando–. Soy un experto, créeme. ¿No lo has pensado nunca? Ganarías millones –sonrió–. Normalmente, cuando me emborracho, hablo muy alto. Pero ahora creo que no, porque tú no pareces asustada.

–¿Nunca echas de menos ser policía en momentos así? –preguntó Max en el oído de Archer–. Porque podrías detener a ese bastardo.

No, Archer no echaba de menos ser policía. Y lo que sí echaba de menos de aquella otra vida –a su padre, por ejemplo, por muy duro que hubiera sido–, lo había encerrado muy hondo en su interior. La pregunta allí era por qué demonios seguía bailando Elle. Le había dado la orden de salir. Se abrió paso entre la gente, entró en la pista y le dio una palmadita a Chuck en el hombro.

Este se volvió y alzó la vista hasta la cara de Archer.

–¡Ah! –gruñó.

Tragó saliva, soltó a Elle como si fuera una patata caliente y se largó como alma que lleva el diablo. Después de parar a recuperar su maletín, por supuesto.

Elle se inclinó a ponerse los zapatos de tacón.

Al parecer, con Archer necesitaba esa armadura. Este le pasó un brazo por la cintura para darle el apoyo que necesitaba para abrocharse los zapatos y esperó a que se enderezara para preguntar:

–¿Qué demonios ha sido eso?

–Yo haciendo mi trabajo –respondió ella.

–¿Desde cuándo es tu trabajo bailar sucio con un delincuente?

Ella entrecerró sus ojos fieros.

–Tú me dijiste que me acercara a él. Me dijiste que lo identificara y luego lo distrajera a cualquier precio.

–Vale, no –repuso él–. Yo no dije a cualquier precio.

Ella lo miró de hito en hito.

–¿Qué? –preguntó él.

–Nada –contestó ella con una voz fría como el hielo.

–¡Caray! –murmuró Joe en el oído de Archer–. Cuando una mujer dice «nada» con ese tono, definitivamente quiere decir algo, y tú deberías terminar la conversación. Es solo un aviso.

Archer se llevó un dedo al ojo, donde el tic era cada vez más intenso.

–Te he dicho que te fueras –musitó con lo que le parecía que era una calma perfecta y haciendo caso omiso de Joe, que ya era un muerto andante–. Cuando te digo algo, espero que me escuches.

Oyó un respingo colectivo de sus hombres en el oído, pero también lo ignoró.

–¡Guau! –dijo ella al fin.

–Vale –intervino Max–. Ahora tengo novia, así que esto me lo sé. Cuando Rory dice «guau» así, no es un cumplido. Significa que está pensando bien cómo y cuándo pagaré por mi estupidez.

–Estoy de acuerdo –musitó Joe–. Ella expresa su admiración porque un hombre pueda ser tan estúpido. Aborta la misión, jefe. Repito. Aborta la misión.

¡Mierda! Archer se sacó el auricular del oído, hizo lo mismo con el de Elle y se guardó los dos en el bolsillo.

Ella se encogió de hombros y se alejó, dejándolo en la pista de baile. Viéndola alejarse, Archer sintió un calambre extraño en el pecho. Irritación, decidió. Frustración. Aquella mujer lo enervaba como ninguna otra persona.

Y sin embargo, estaba pendiente de ella, le guardaba las espaldas. No podía explicar por qué, quizá porque costaba matar las costumbres arraigadas.

¿Pensaba ella alguna vez en aquella noche? Nunca había hecho referencia a ella, ni una sola vez. Y él nunca había sacado el tema, pues no quería recordarle nada malo.

Cuando salió de la pista de baile y se dirigió a la barra, ella estaba allí, recogiendo el chal que había dejado. Algo cayó de él al suelo.

Los dos se agacharon a la vez, pero Archer fue el primero en recogerlo. Cuando se dio cuenta de lo que tenía en la mano, alzó la cabeza y la miró sorprendido.

Era la pequeña navaja de bolsillo que le había dado él muchos años atrás.