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Los sentidos son las ventanas por las que el ser humano sale de su yo interior y se relaciona con todo lo que le rodea. Por medio de los sentidos captamos toda la información que recibimos a través de la vista, del oído, del gusto, etc.; los sentidos nos llenan de sensaciones, y estas nos pueden proporcionar bienestar o malestar. Con frecuencia, nuestros sentidos tienen interferencias, voluntarias o involuntarias, que elevan el termómetro emocional y pueden producir una alta fiebre interior capaz de generar una elevada dosis de sufrimiento. Los sentidos son susceptibles de ser educados; por ello, el análisis de cada uno de los sentidos que proponemos lo vamos a construir desde el ámbito educativo, ya que la reflexión sobre los sentidos forma parte de un contenido educativo y, por tanto, formador, enseñable, y en consecuencia objeto de aprendizaje teórico-práctico y experiencial.
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Seitenzahl: 322
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Consuelo Santamaría
A mis nietos Rodrigo y Álvaro,
para que el despertar de sus sentidos
les lleve a descubrir, disfrutar, amar y agradecer la vida.
Para poder entender a priori el objetivo y el contenido de este libro es necesario clarificar la terminología del propio título: «Pedagogía de los sentidos. Educar para ser más felices». Y educar se fundamenta en la pedagogía, porque los sentidos son susceptibles de ser educados; por ello, el análisis de cada uno de los sentidos que proponemos lo vamos a construir desde el ámbito educativo, ya que la reflexión sobre los sentidos forma parte de un contenido educativo y, por tanto, formador, enseñable, y en consecuencia objeto de aprendizaje teórico-práctico y experiencial.
Para comprender el sentido de «educación» hay que clarificar el término «pedagogía». «Pedagogo» proviene del griego antiguo paidagogós, y era el nombre que se daba al esclavo que recogía, traía y llevaba a los niños a las diferentes escuelas. Inicialmente, la palabra no se refería a la ciencia que actualmente llamamos «pedagogía», sino que simplemente denominaba una ocupación, la del pedagogo, la del que guiaba a los niños desde sus hogares a la escuela.
La vinculación del que llevaba al niño al colegio con lo que los alumnos hacen en los colegios, aprender,dio como resultado el nacimiento del término «pedagogía», cuyo significado es esencialmente «la ciencia o el arte de enseñar». Sus raíces, por tanto, están en paidós, que significa «niño», y gogía, que significa «llevar» o «conducir». Pedagogo: el que enseña, el que educa, el que hace que otros aprendan de una manera ordenada y clara.
¿Y cómo podríamos definir de manera muy sencilla la pedagogía? Simplemente como un conjunto de saberes que se ocupan de la educación como expresión y manifestación social y de lo propiamente humano.
En este sencillo enunciado hay dos palabras clave: «social» y «humano». Dichas palabras nos empujan a ver la pedagogía desde una perspectiva psicosocial cuyo objeto de estudio es la educación. La pedagogía no se queda solo en la teoría, sino que es una ciencia aplicada que se vale de otras disciplinas, como la sociología, la antropología y la psicología, para estudiar los comportamientos de los educandos.
Y en la línea de la simplicidad y sencillez podríamos definir la educación como un acto intencional de enseñar con el fin de que el otro mejore y aprenda.
Aquí hay también dos palabras clave: «intencional» y «mejora». Palabras cargadas de sentido para entender este libro. Debemos educar los sentidos desde la voluntad, desde la intencionalidad, con el único fin de mejorar como personas y aprender, al mismo tiempo, a ser más felices al manejar todos los estímulos que percibimos por los sentidos de una manera adecuada y saludable.
El título tiene otra palabra clave: «sentidos». Podemos pensar: ¿qué tiene que ver la pedagogía con los sentidos? Realmente muchísimo. Los sentidos son las ventanas por las que el ser humano sale de su yo interior y se relaciona con todo lo que le rodea. Por medio de los sentidos captamos toda la información que recibimos a través de la vista, del oído, del gusto, etc.; los sentidos nos llenan de sensaciones, y estas nos pueden proporcionar bienestar o malestar. Con frecuencia, nuestros sentidos tienen interferencias, voluntarias o involuntarias, que elevan el termómetro emocional y pueden producir una alta fiebre interior capaz de generar una elevada dosis de sufrimiento.
Iremos poco a poco viendo todos y cada uno de los sentidos, todos los que nos conectan con nosotros mismos y con los demás, desde una visión pedagógica, es decir, educativa, porque educar los sentidos es aprender a vivir, es limar asperezas y acritudes, es ver con una visión ajustada: ni con gafas de aumento, que magnifican los sucesos que vivimos, ni con monóculos sin graduar, que nos impiden ver objetivamente. Tenemos que aprender a ver, a percibir, a gustar, a sentir; en definitiva, a vivir con plenitud.
No podemos seguir sin hacer referencia al acto de percibir. La percepción es un proceso activo en el que interviene, además de una serie de órganos físicos, toda la personalidad del individuo, para organizar e interpretar lo que se recibe a través de esos canales sensoriales por los que se activa la conciencia del yo para tener al mismo tiempo conciencia del mundo externo. Esto es importantísimo. La persona total se activa con la percepción, y la personalidadde cada uno se pone en marcha para organizar y descifrar lo que se ha percibido por los sentidos.
Los automatismos de los hábitos y de las propias costumbres, así como el ritmo de vida que actualmente se vive, sometida a tantos estímulos externos, hace que no seamos muy conscientes de todo lo que percibimos, y que por ello no tengamos plena conciencia de este proceso tan fundamental.
La percepción es la consecuencia y la resultante de una serie de procesos complejos como la información, las sensaciones, las experiencias, la propia conciencia de esta función y la específica estructura de personalidad que cada sujeto tiene. La percepción no es observable directamente; por eso, ante un mismo estímulo, diferentes personas pueden percibir de manera distinta e incluso opuesta, pero sí podemos inferir la conducta del individuo por lo que cada persona dice que percibe. En este ámbito específico de la percepción no podemos olvidar en nuestra tarea educativa la percepción del propio yo, para poder tener una apreciación ajustada de nosotros mismos y no sufrir los efectos de lo que llamamos baja autoestima.
Igualmente, hay que resaltar algo tan extraordinario como que toda la adquisición del conocimiento y toda nuestra carga experiencial, así como el contacto, acercamiento y relación con el mundo, lo recibimos a través de nuestros sentidos. Cuando esta experiencia es inmediata y sigue a estímulos simples y aislados, podemos hablar de la sensación. Pero el ser humano recibe una enorme cantidad de estímulos, impresiones y mensajes que ha de interpretar, elaborar, codificar, utilizar y manejar por medio de las funciones psicológicas básicas. Esta es la gran labor de la pedagogía de los sentidos, la de educar en la forma de percibir e interpretar lo que llega a nosotros desde los diferentes estímulos externos.
Por último, hay que hacer referencia a la importancia del mundo emocional, ya que la manera de percibir a través de los sentidos despierta en la persona una serie de emociones que no son más que fenómenos psicofisiológicos que actúan como factores adaptativos o desadaptativos ante determinados cambios y percepciones específicas.
Psicológicamente, las emociones influyen directamente en la atención, alterándola o desarrollándola, y activan redes asociativas relevantes en la memoria y en el bienestar personal.
Fisiológicamente, las emociones organizan respuestas de distintos sistemas biológicos, como la expresión facial, la contracción o relajación muscular, la voz, el sistema endocrino, la actividad del sistema nervioso, etc.
Conductualmente, las emociones sirven para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, promoviendo un acercamiento o alejamiento a personas, objetos, acciones e ideas. Por eso, para Levenson (2006), las emociones actúan también como depósito de influencias innatas y aprendidas, a la vez que posee ciertas características invariables y otras que muestran cierta variación entre individuos, grupos y culturas.
Las emociones se originan por causas externas e internas y pueden permanecer incluso cuando ha desaparecido el estímulo. De ahí su importancia, ya que, una vez retirado aquello que he percibido, la emoción puede permanecer, aumentar su potencia y ajustar o desajustar a la persona.
Las emociones siempre acompañan a una conducta motivada y pueden generar una cadena compleja de conductas que va más allá de la aproximación o evitación. La conducta tiene, por tanto, una base emocional muy importante en el desarrollo humano, y todo el mundo emocional está relacionado, en consecuencia, con lo que percibimos y sentimos.
¿Qué vemos, qué oímos, qué gustamos…? A lo largo de este libro vamos a preguntarnos eso y vamos a ver cómo es necesario educar nuestros sentidos para poder vivir de una manera más armónica y feliz.
1
El amor es la poesía de los sentidos
(HONORÉ DE BALZAC)
En el país de los cinco sentidos había unos cuantos habitantes que eran solo una nariz con patas y se pasaban el día oliendo todo lo que encontraban a su paso.
Había otros habitantes que solo eranojos con patas y todo lo miraban. Algunos eran orejas con patas y todo lo escuchaban.
También había unos habitantes de ese país que solo eran bocas con patas y se dedicaban a probarlo todo.
Por último, había unos habitantes del país de los cinco sentidos que solo eran manos con patas y andaban siempre tocándolo todo.
Pero todos estaban hartos de no poder sentir más que una sensación, y decidieron unirse unos con otros y formar un solo cuerpo.
Y así fue como nacimos nosotros, las personas.
ENRIC LARREULA
Hablar de los sentidos no es nada nuevo. Hablar de cada sentido en particular, tampoco; pero hablar de la interconexión sensorial en el ámbito de la felicidad es menos frecuente. El estudio de los sentidos desde el punto de vista puramente fisiológico se realiza a través de los diferentes tratados de fisiología y medicina. Esto sería lo que en el país de los cinco sentidos se vivía de manera individual. Lo que nos caracteriza como personas es el ser integral. No podemos separar la vista del oído, del gusto… Somos personas integrales completas y no podemos separar los órganos o los sentidos de la totalidad de nuestro ser.
Los sentidos determinan muchos procesos mentales propios del comportamiento humano y, por tanto, de la psicología. Desde el punto de vista psicológico, también se han estudiado los sentidos; pensemos en la figura de Rudolf Steiner, quien a finales de la primera década del siglo XX mantenía toda una teoría sobre los sentidos. En 1910, Steiner hablaba de diez sentidos, y en 1917 hablará de doce. Sus estudios dieron paso a la antroposofía, que hace referencia a lo que el hombre sabe, no solo lo que aprende a través de los sentidos, sino lo que hay detrás de las propias percepciones, las cuales van desarrollando capacidades y aptitudes de percepción espiritual y que se hacen individualidad en cada persona. Esta visión correspondería a la última parte del cuento, en la que los sentidos deciden unirse para formar un todo personal.
El cuerpo humano cuenta con millones de órganos sensoriales que se dividen en dos categorías, generales y especiales. Los más numerosos, con mucho, son los órganos sensoriales generales o receptores. Los receptores producen sensaciones generales o somáticas (como tacto, temperatura y dolor) e inician los reflejos necesarios para mantener la homeostasia. Los órganos de los sentidos especiales producen los sentidos especiales (visión, audición, equilibrio, gusto y olfato) e inician también reflejos importantes para la homeostasia (Thibodeau / Patton, 2009, p. 554).
Según está indicación que hacen Thibodeau y Patton, especialistas en el conocimiento del cuerpo humano, esos sentidos receptores ayudan a mantener la homeostasia, esa condición fundamental del ser humano de tener una estabilidad interna y un equilibrio.
Esta visión es el objetivo de la educación de los sentidos. Conseguir un bienestar interior, un equilibrio emocional desde la recepción de los estímulos que nos vienen del exterior y poder ajustar nuestras propias percepciones para acogerlas, interpretarlas y manejarlas de una manera saludable.
Cuando hablamos de los sentidos, hacemos referencia exclusivamente a aquellos mecanismos propios de los procesos fisiológicos encargados de recibir y reconocer los diferentes estímulos que percibimos a través de la vista, el gusto, el oído, el tacto y el olfato (los cinco sentidos del cuento). Luego tenemos ya cinco sentidos que educar:
– El sentido de la vista,ese maravilloso sentido que nos permite ver y distinguir las formas.
– El sentido del oído, ese sorprendente sentido que nos facilita la audición y la interpretación de lo que oímos.
– El sentido del gusto,ese extraordinario sentido que nos permite comprobar, percibir y gustar los sabores.
– El sentido del olfato, ese prodigioso sentido que nos ayuda a detectar y diferenciar los olores.
– El sentido del tacto,ese admirable sentido queayuda a sentir las cualidades de las cosas, como su dureza o suavidad, su presión…
Restringir estos sentidos a lo puramente fisiológico sería un reduccionismo injusto. Por eso vamos a ir viendo, desde el punto de vista psicológico, cómo no es lo mismo mirar que ver, escuchar que oír, tocar que sentir, oler que olfatear, saborear que gustar en profundidad…
El Diccionario de la Real Academia Española, versión electrónica, cuando define el sentido, lo hace de la siguiente manera:
(De sentir).
1. adj. Que incluye o expresa un sentimiento.
2. adj. Dicho de una persona: que se resiente u ofende con facilidad.
3. m. Proceso fisiológico de recepción y reconocimiento de sensaciones y estímulos que se produce a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto, o la situación de su propio cuerpo.Sentido del equilibrio.
4. m. Entendimiento o razón, en cuanto discierne las cosas.
5. m. Modo particular de entender algo o juicio que se hace de ello.
6. m. Inteligencia o conocimiento con que se ejecutan algunas cosas.Leer con sentido.
7. m. Razón de ser, finalidad. Su conducta carecía de sentido.
8. m. Significación cabal de una proposición o cláusula. Esta proposición no tiene sentido.
9. m. Cada una de las distintas acepciones de las palabras. Este vocablo tiene varios sentidos.
10. m. Cada una de las interpretaciones que puede admitir un escrito, cláusula o proposición. La Sagrada Escritura tiene varios sentidos.
11. m. Geom. Cada una de las dos orientaciones opuestas de una misma dirección.
12. adj. Que incluye o expresa un sentimiento.
Esta definición académica hace referencia al sentimiento o estado de ánimo de la persona, de ahí la expresión «esta persona es muy sentida», para indicar que tiene mucho sentimiento y lo expresa con su alegría y tristeza, enfado o gozo, resentimiento o tolerancia.
El Diccionario refiere el sentido también como inteligencia, conocimiento a la hora de expresar algo «con mucho sentido», así como a esas respuestas que implican equilibrio y que podríamos llamar sentido común, que en cierto modo interviene en el llamado sentido vital, que arbitra y equilibra la propia razón de ser de la persona con la percepción del estado físico de cada uno.
Pero hay más sentidos que educar que se entresacan de esta definición de la RAE y de la vida misma, ya que cada persona percibe su entorno, su ambiente, de una determinada manera; esa percepción ajustada o distorsionada de la propia realidad personal puede llegar a desequilibrar y desestabilizar a la persona, de ahí la importancia del sentido del equilibrio.Este sentido está muy vinculado al sentido del oído (por algo será). Desde el punto de vista fisiológico, este sentido o «equilibriocepción» nos permite caminar y estar erguidos, sin caernos. Las lesiones que interrumpen este sentido provocan mareos, vértigos y náuseas a nivel físico, y, cuando se entorpece el equilibrio emocional, la persona también puede «derrumbarse». Desde este sentido, la persona puede entrar en movimiento haciendo uso de su sentido kinestésico o cinestésico.El movimiento, la dirección, la trayectoria, el rumbo, el propio itinerario de la vida personal nos lleva a hablar delsentido de la vida.
La vida se abre ante cada uno como una caja de sorpresas en la que, al abrirse, se va a encontrar alegrías y dificultades, satisfacciones y fracasos, bienestar y malestar, salud y enfermedad; con ello damos paso al sentido del dolor.
Este sentido de la vida requiere del sentido de la orientación, un sentido considerablemente importante. Sin él no hay equilibrio. Hace referencia a la manera de situarse y dirigirse con relación a una referencia concreta. Saber hacia dónde vamos, hacia dónde nos dirigimos. Es un sentido existencial por excelencia.
Con el sentido lingüísticoseconsigue la interpretación de lo que decimos y expresamos, lo cual lo constituye en un sentido fundamental para poder objetivar lo que escuchamos, entendiendo o no los mensajes. La interpretación de los mensajes que emitimos y que recibimos es de vital importancia en el mundo de la comunicación y de las relaciones, que se concretan a través del lenguaje verbal y no verbal y que tanta alegría o sufrimiento pueden provocar cuando se malinterpretan o se reciben mensajes con doble sentido. El doble sentido, como figura literaria, en muchas ocasiones es una forma de expresarse con sentido del humor.
El sentido del humores ese portentoso y exquisito sentido, tan necesario y tan infravalorado, que es capaz de afrontar, ver y situarse ante la vida, resaltando el lado cómico y facilitando con ello el afrontamiento de las dificultades propias del día a día.
Steiner habla del sentido del calor, que no será tratado específicamente en este libro, pero sí globalmente al analizar los demás sentidos, como algo distinto al sentido del tacto y que se vincula directamente con la calidez, la ternura, el calor humano en las relaciones o la compasión. Es fundamental.
Vamos, por tanto, a entrar en un recorrido pedagógico y educativo para poder educar estos sentidos que proponemos. Antes de abordarlos vamos a incidir un poco más en el tema de la «percepción», porque esta es la llave que nos abre o cierra los sentidos.
2
Zidne era un pequeño que vivía con sus padres fuera de la ciudad, y desde sus primeros días siempre mostró uninfinito deseo de aprender. Un día, Zidne salió de su casa de campo; era de noche y pudo observar las estrellas, la luna… Y en su mente, tal vez en su interior, pudo admirar la belleza y perfección del orden del universo.
Zidne empezó a percibir por primera vez algo distinto a la razón y los sentimientos. Al día siguiente –era de día–, Zidne percibió laenergía del sol y, pisando fuertemente sobre la tierra, observó la maravilla que le rodeaba, más bien de la que él participaba. Flora, fauna, tierra, agua, aire y fuego se manifestaban ante él.
Su curiosa mente pronto dejó de funcionar y sus sentidos parecieron apagarse; en él brotó un nuevo modo de observar la tierra, y a ese nuevo modo de observar lo llamó percibir. Sus sentidos pasaron a transformarse en un todo, y nada de lo que podía ver, oír, oler o tocar era ajeno a él. Aquel día, a las doce, Zidne durmió a plomo con lo percibido. Al día siguiente –tal vez fue mes o año, que no día–, Zidne no salió de la casa.
Pensó que sus percepciones de los días anteriores habían sido demasiado impactantes. Se sentó en su salón en un cómodo butacón; estaba en soledad, cerró las persianas de las ventanas, apagó todas las luces, parecía el salón una cámara oscura, y pensó que enlasoledad de la oscuridad nada nuevo podría percibir. Al rato de estar en esta situación, su mente dejó de pensar; sus sentidos, de sentir, y empezó a mirar en su interior.
Enseguida sintió la perfección del orden en su organismo, proyectó dicha percepción sobre la de los dos días anteriores, y pronto descubrió que nada de lo universal, nada de la tierra, nada, en general, le era ajeno a sí mismo. El orden percibido el día primero, segundo y tercero era como si fuese la unidad. Universo, planeta y Zidne eran una sola cosa; tres eran igual a uno, y la unidad era el principio y el fin. Sus herramientas fueron dejar de sentir y empezar a percibir; el lugar fue la oscuridad de su salón, y lo aprendido, que existe un solo orden del que somos parte.
Desde ese día, Zidne ya no era el mismo, era como si hubiese nacido de nuevo.Zidne continuó su trabajo, su obra, todas las horas y todos los días, desde el mediodía hasta la media noche.
FRANCISCO DÍAZ, Zidne, el inicio (2011)
Son muchísimos los avances que se han producido en el campo de la percepción. Desde una visión general tenemos que ser conscientes de la importancia del tema, ya que el ser humano interioriza el mundo exterior por la percepción, tiene conciencia de sí mismo y de lo que le rodea gracias a sus sentidos, y estos tienen la misión de ser los que perciben, a través de los canales sensoriales, los estímulos externos que nos relacionan con el mundo.
Como Zidne, nuestros sentidos nos llenan de imágenes, sensaciones, representaciones, pero llega un momento en que en la oscuridad de nuestra propia cámara interior entendemos el impacto que todo lo observado, todo aquello que hemos recibido del mundo exterior, nos ha producido y lo vamos interiorizando. Todo lo recibido lo hemos percibido adecuada o inadecuadamente, y precisamente ahí, en la soledad de nuestra interioridad, es donde ha de comenzar el proceso de cambio y de ajuste personal.
El comportamiento humano y las propias respuestas siguen un simple proceso que comienza con la percepción y continúa con unos procesos psicológicos encadenados. «Percibo - pienso - siento - actúo». Las percepciones de la realidad producen unos pensamientos que son tan determinantes que se convierten en fuente de bienestar o malestar, de tal manera que, en muchas ocasiones, si no cambiamos nuestra forma de pensar, no alcanzamos el bienestar emocional. Esto sucede porque el pensamiento genera sentimientos que se van haciendo generalizados en nuestras propias vidas, de ahí que haya personas cuyo signo de identidad sea la tristeza o la alegría, el positivismo o el negativismo. Los pensamientos negros conducen a sentimientos negativos, y, por supuesto, estos sentimientos condicionan la conducta.
La percepción, por tanto, genera una cadena percepción-acción, que determina el proceso anteriormente descrito. Veamos un ejemplo.
Yo percibo, a través del sentido de la vista, una sonrisa. A través de los ojos, mi cerebro recibe la impresión visual de una boca que gesticula sonriendo, pero con mi percepción entiendo que la persona está contenta y se muestra amable conmigo. Lo que he percibido, por tanto, me hace pensar: «Qué agradable es esta persona, qué bien me siento con ella»; estoy emitiendo un juicio, un pensamiento, y estoy sacando unas conclusiones. El pensamiento, en este caso positivo, me lleva a sentir de una manera agradable, porque, cuando alguien me sonríe, yo me siento bien.
En la cadena «percepción-acción», el siguiente paso es el sentir. No podemos olvidar que el pensamiento es uno de los factores que más influyen en las emociones, puesto que con el pensamiento interpretamos los estímulos percibidos, desciframos el lenguaje no verbal o verbal, dilucidamos mentalmente, y ese proceso cognitivo provoca una serie de emociones. Cuando la interpretación mental es positiva, tenemos bienestar emocional; pero ¿qué pasa cuando hay un pensamiento disfuncional, cuando hay distorsiones cognitivas o creencias irracionales? Pues que nos sentimos mal, porque nuestras emociones son fuente de tristeza, ansiedad, miedo…
Esta percepción que engrana un pensamiento, el cual conecta con un sentimiento, nos lleva a una acción determinada, como puede ser invitar a esa persona que sonreía a tomar algo y poder hablar con ella, así como, en caso contrario, nos invitaría a alejarnos de aquella otra a la que saludas y no te contesta.
De la misma forma, si yo percibo hostilidad hacia mí, o creo que es hacia mí, esa percepción puede inundar mi mente de pensamientos negativos, pensamientos descalificadores, discordantes, hostiles y desfavorables, los cuales provocan a su vez una serie de emociones que irremediablemente conducen a acciones de huida o agresivas en algunos casos.
El proceso de percepción es fundamental en el desarrollo integral del ser humano. El hombre interioriza el mundo por estímulos sensoriales, lo descubre, lo ordena, lo aprecia y toma conciencia de su descubrimiento gracias a la percepción. Aquí se pone en marcha un mecanismo que provoca mucho sufrimiento, y es la interpretación.
Cuando percibimos algo que pertenece al mundo exterior, lo que llamamos estímulo, este actúa directamente en nosotros produciendo una sensación en la cadena del conocimiento de lo que es estrictamente personal e interior. La percepción es algo personal, individual, interior, porque es un proceso psicológico que lleva al individuo a interpretarlo que ha recibido en los estímulos. Esta idea es clave al educar la percepción, porque detrás de la percepción viene una interpretación. El problema aquí ha sido quedarnos en lo puramente exterior sin percibir la realidad.
Hay una ley general de la percepción que es fundamental para entender la pedagogía de los sentidos, que dice: «Las formas simples y sin exceso de información son más fáciles de percibir». El mundo que nos rodea no es simple. Estamos en la era de la información y recibimos una variedad de estímulos tal que es difícil percibir con corrección. Ante esta realidad debemos hacer un análisis profundo con el fin de comprender por qué nuestra percepción segrega con mayor facilidad aquellos elementos que cumplen con ciertos requisitos de simpleza.
¿Complicamos demasiado nuestras vidas? ¿Deberíamos reflexionar desde la autenticidad sobre los estímulos que recibimos? ¿Realmente nos han educado en el arte de percibir de manera global? ¿Enseñamos a los niños, jóvenes o adultos a percibir con limpieza y de manera simple y llana o nos complicamos tanto mentalmente que alcanzamos errores perceptuales significativos? ¿Nos metemos en la soledad interior, como el personaje del cuento de Francisco Díaz, para entender, analizar y objetivar lo percibido, o nos dejamos arrastrar por esa cadena de sentimientos y pensamientos negativos que nos llevan a actuar en contra de todos y de nosotros mismos?
Este es el inicio de un conflicto de una madre con su hija por no haber percibido globalmente:
María estaba con su hija adolescente en su casa. Ambas estaban viviendo una experiencia muy agradable. Compartían un momento de comunicación eficaz. Patricia, la hija, le estaba contando a la madre la fiesta de cumpleaños de una compañera de clase. Patricia relataba con total sinceridad lo que habían hecho, lo que habían bebido, la música que habían escuchado y los chistes que habían contado. El momento era realmente interesante para María. Momento que desean vivir muchas madres.
En mitad de la conversación, Patricia recibe una llamada telefónica. Alguien le pregunta sobre lo que hace y Patricia, en un tono un tanto despectivo, dice: «Aquí, con mi madre…». María percibió el tono displicente de su hija, y su pensamiento fue: «No te hagas ilusiones, tu hija es tan indolente como todos los adolescentes». María se sintió mal, sintió que su hija la despreciaba, y cuando Patricia colgó el teléfono le dijo: «Si tanto te molesta estar aquí, con tu madre, puedes marcharte a tu habitación». Patricia vivió el mismo proceso y percibió a su madre enfrentada, por lo que pensó: «No hay quien te entienda», se sintió incomprendida y actuó marchándose dando un portazo.
Si María hubiese analizado la forma simple de percibir a su hija como adolescente que cambia cuando está con sus iguales, si hubiese preguntado simple y llanamente: «¿Por qué has puesto esa cara al decir a tu amiga que estabas con tu madre?», si hubiese hecho uso del sentido del humor o, sencillamente, si hubiese hecho un ejercicio de empatía para tratar de comprender a su hija, no habría pasado por la cadena «percepción-acción» de una manera desajustada y dolorosa.
Evidentemente, no es fácil ese ajuste personal de saber medir y manejar ese grado de simpleza y de limpieza mental. Podemos afirmar que, desde que el sujeto nace, su mundo perceptivo-cognitivo es muy rico, es ordenado, pero a la vez es muy complicado. Este mundo perceptivo-cognitivo desarrolla unas destrezas que no se dan de manera arbitraria, sino que desde el comienzo de la vida cumplen una función importantísima, que es la de ser el vehículo de la relación con el medio y con las personas que rodean la nueva vida.
Podemos decir que de los procesos psicológicos básicos, el que se desarrolla más rápidamente es el de la percepción. A los pocos meses de la vida de un bebé, el mundo perceptivo se puede asemejar al de un adulto, mientras que el lenguaje, por ejemplo, tarda mucho en alcanzar cotas de adulto. Aludiendo a esta rapidez del desarrollo perceptivo, Jesús Palacios (1990) dice: «Tal vez, como se ha sugerido por parte de algunos investigadores, el desarrollo perceptivo funciona como una bien diseñada plataforma de lanzamiento de la que despegarán otros aspectos del desarrollo cognitivo»(p. 56).
No obstante, lo que nos interesa no es determinar el grado de perfección perceptiva, sino resaltar la importancia de la percepción en sí misma, por ser esta la que nos pone en contacto con lo que nos rodea. Cualquier déficit en este sentido, como en el caso de María, será como un obstáculo para la relación, con las consecuencias que se derivan de ello. Todo el mundo perceptivo entra a formar parte de un aprendizaje continuo, despierta la atención y va configurando el pensamiento y la atención selectiva hacia los mismos estímulos perceptivos.
Podemos decir, por tanto, que la percepción está al servicio de la interrelación del propio sujeto consigo mismo, con el ambiente y con los demás. De ahí su importancia. Cuando la persona interpreta lo percibido, la realidad, adecuadamente, la persona tiene herramientas para mantener su equilibrio; cuando lo hace de una manera inadecuada, puede llegar a distorsionar la realidad, pudiendo dirigirse hacia la locura.
Pensemos en lo que los especialistas de la psicopatología llaman percepciones delirantes, que no son más que interpretaciones erróneas de la realidad. Las consecuencias de estas interpretaciones pueden ser diversas, desde tristeza, amargura, soledad, malestar emocional, aislamiento, hasta las manifestaciones patológicas psiquiátricas, en las que las interpretaciones erróneas se vuelven inconexas, lo que lleva a la persona a la más profunda vacilación y confusión, sin poder controlar la situación, pudiendo manifestarse en delirio, que es otra interpretación equívoca de la suma de interpretaciones erróneas de la realidad y que tiene como resultado el que la persona crea que por fin ha entendido lo que pasa… Cuando esto sucede, la confusión desaparece para dar paso al terror de verse inmerso en su propia interpretación.
Las interpretaciones que hacemos sobre lo que «podría haber pasado» y que no ha sucedido alimenta la ansiedad y obstaculiza de manera real el equilibrio emocional. Educarnos en la objetividad de la realidad es una tarea pendiente. Esta educación ayuda a evitar las llamadas distorsiones cognitivas.
Los psicólogos Albert Ellis (1990), Aaron T. Beck (2005) y Karen Horney (2003), entre otros, hablaron de ellas. No son más que interpretaciones erróneas de la realidad, problemas de percepción de la misma, formas de procesar la información que llevan a la persona a sentir una perturbación emocional y que en muchas ocasiones son objeto de un trabajo terapéutico.
Estas formas de interpretar la realidad originan una serie de creencias que son maladaptativas. Recordemos la cadena «percepción-acción». Lo que percibo genera unos pensamientos que a su vez provocan unos sentimientos que producen en el sujeto inquietud, desasosiego y angustia, pasando a llenar el archivo mental de los llamados pensamientos negativos, los cuales desconectan a la persona de la realidad objetiva y debilitan toda su estructura personal, ya que atentan directamente contra su autoestima y terminan en acciones inadecuadas para la persona y para los que les rodean.
Cuando la interpretación está muy distorsionada, es preciso ayudar a la persona, a través de la terapia, a modificar el propio pensamiento y facilitar, en consecuencia, un cambio en la propia estructura cognitiva para que la persona vaya interpretando la realidad con esquemas cognitivos más adaptativos. Es, en definitiva, un proceso de modificación de creencias y de reestructuración cognitiva.
Lo más desafortunado de estas interpretaciones es que se enseñan y se aprenden. Los padres catastrofistas enseñan a sus hijos a serlo, los adultos que se pasan el día mostrándose como víctimas inoculan en los niños el victimismo.
Siguiendo a Beck (1986), los errores en el procesamiento de la información que identifica en la depresión no psicótica son analizados en C. Santamaría (2010, pp. 18-20):
– La inferencia arbitraria: sacar conclusiones sin evidencias que las corroboren y confirmen o si la evidencia es contraria.
– La abstracción selectiva: centrarse en un detalle que puede ser irrelevante o estar fuera de contexto, y que normalmente es negativo y perturbador, obviando una serie de características más significativas; desde esa focalización, todo se valora partiendo de ese detalle.También se llama filtro mental.
– La sobregeneralización: sacar una conclusión general partiendo de uno o varios hechos aislados y aplicar dicha conclusión a todas las situaciones similares, pensando que lo que ocurre una vez ocurrirá siempre, al generalizar su validez.
– La maximización y minimización: consiste en subestimar o sobreestimar la manera de ser de acontecimientos o personas, exagerando la valoración de los mismos.
– La personalización: se refiere a la tendencia excesiva de la persona a atribuir acontecimientos externos como referidos a ella misma, sin que exista evidencia para ello. Es una falsa atribución, ya que el sujeto asume ser el responsable de todo o el sujeto doliente de todo, pudiéndole producir una gran ansiedad y culpa. Si la personalización se focaliza en otros, puede producir enfado y ansiedad.
– El pensamiento dicotómico o polarización: categorización de las experiencias en una o dos categorías opuestas y extremas, de manera absoluta e injustificada. Es el pensamiento de todo o nada, blanco o negro.Se utilizan términos como «siempre», «todo», «nada», «nunca».
Otras distorsiones cognitivas son:
– El catastrofismo: es un subtipo de la maximización y minimización, y consiste en imaginarse el peor resultado posible, sin considerar lo improbable de su ocurrencia, o determinar que alguna situación es insoportable o imposible cuando es solo incómoda o molesta.
– La descalificación de lo positivo:consiste en desacreditar todo lo positivo o desautorizar al sujeto que desarrolla experiencias positivas, por razones arbitrarias.
– El inferir conclusiones negativas: proceso por el que el sujeto asume lo negativo cuando no hay apoyo empírico para ello.
– La lectura de pensamiento: la persona hace conjeturas y supone las intenciones de los demás.
– La adivinación: consiste en profetizar o predecir sucesos antes de que sucedan.
– El razonamiento emocional: consiste en manifestar razones desde las emociones y el sentimiento, y no desde una realidad objetiva.
– El «debeísmo»: llevar al extremo lo que uno piensa que debería ser desde las reglas rígidas e inflexibles sin ser objetivo ni considerar la contextualidad de la situación.
– El etiquetado: tiene que ver con la sobregeneralización, ya que el sujeto asigna una etiqueta en términos absolutos a alguien, con connotaciones prejuiciosas o discriminatorias.
Todos estos errores procesuales de la información son fuente de múltiples sufrimientos, ya que conducen a la mala interpretación de lo que se percibe. Las malas interpretaciones son, por definición, razonamientos erróneos, justificaciones inadecuadas, comentarios malintencionados fruto de una deducción equivocada. El problema no está en la propia interpretación en sí misma, sino en el sufrimiento que provoca.
La consecuencia de esto es que la cadena «percepción-acción» cobra protagonismo, con el riesgo de que cada una de las palabras que percibimos pueden ser susceptibles de tantas interpretaciones como personas hay alrededor, y no precisamente por lo que se dice, sino por lo que se percibe y por lo que se piensa. Si bien es verdad que nos comunicamos fundamentalmente por el lenguaje no verbal, es muy difícil definirlo precisamente, porque hay múltiples interpretaciones; sin embargo es fundamental. Flora Davis (2004), en su libro sobre comunicación no verbal, defiende la idea de que utilizamos el lenguaje verbal cuando no tenemos más recursos comunicativos, por lo que da una mayor importancia al lenguaje no verbal.
De la manera de percibir o de comunicar con el lenguaje no verbal nace no solo la mala interpretación, sino aspectos emocionales y comportamientos. Volvemos de nuevo a la cadena «percepción-acción».
La clave de la salud relacional está en la forma de percibir al otro y lo que expresa, así como en la manera de utilizar nuestros sentidos, los cuales determinan el bienestar interpersonal, y que iremos analizando uno a uno.
No obstante, sí hay que dejar clara alguna idea para ayudar a percibir adecuadamente. El ser humano puede ser emisor o receptor.
Si actuamos como receptores debemos:
– Analizar nuestro propio pensamiento para determinar si nos movemos dentro de las distorsiones cognitivas o gozamos de un equilibrio interpretativo que se aproxima a la realidad sin deformarla por el propio pensamiento personal.
– Ajustar la percepción que tenemos del emisor, ya que, cuando se sobreestima o infraestima al emisor, nos predisponemos para aceptar el mensaje con agrado o con rechazo, lo cual es una interferencia para ajustar la percepción, pudiendo ser un generador de estrés.
– Aceptar las manifestaciones de comunicación no verbal del emisor cuando tienden a fortalecer la relación (miradas, caricias, abrazos…) o aclarar al emisor el porqué de la no aceptación de las mismas.
– Pedir aclaraciones si no entendemos la razón de lo que percibimos. Pensemos que la gran herramienta de la persuasión es precisamente esa comunicación no verbal que busca ganar en confianza y poder. Es tan fundamental la aclaración que por ello no podemos olvidar que el mayor problema en este punto es la confusión que puede generar en el receptor el emisor. Las confusiones y las malas interpretaciones pueden llevar a rupturas de relaciones, de vínculos personales, de pareja y a serios problemas familiares.
Si, por el contrario, somos emisores debemos:
– Evitar las ambigüedades si se pretende cuidar una relación. La ambigüedad puede llevar a la mala interpretación, porque una palabra ambigua tiene varios referentes y, en consecuencia, pueden ser comprendidas de diferentes maneras, y por ello tener diversas interpretaciones. Recuerdo la discusión que tuvo Rosa con su novio. Yo la acompañaba en su proceso de decisión sobre continuar la relación con Pablo o no. Rosa percibía todo desde el prisma de los celos. Un día, Pablo le dijo: «Estoy contento con mi profesora de inglés, está muy bien».Rosa interpretó que la profesora de inglés de Pablo «estaba buena», motivo más que suficiente para entablar una batalla de celos. Si hubiese pedido aclaraciones al recibir el mensaje, se habría evitado la gran discusión que tuvieron al respecto.
O esa otra madre que le dijo a su hija: «Te espero en el banco», y la hija se fue al banco del parque más cercano a su casa, y la madre esperó durante más de media hora a la hija en la puerta de la entidad bancaria cercana a su casa. Y esto, ¿por qué? Pues, sencillamente, porque las personas tenemos interiorizadas situaciones, lugares, preferencias, según nuestras propias experiencias. Para una adolescente de 15 años, la entidad bancaria no es significativa, pero sí el banco del parque, mientras que, para la madre, la significatividad es completamente opuesta.
– Evitar mensajes confusos o ambivalentes.Un mensaje confuso es el que no concilia lo que se dice con lo que se muestra, por lo que la percepción se torna imprecisa. Imaginemos un hombre que llega a su casa después de un duro día de trabajo. Mientras tanto, la mujer está cansada, porque, además de su trabajo profesional, ha tenido una tarde muy activa con los niños, los cuales no han dejado de gritar y de moverse. El hombre dice a su mujer: «Hola, cariño, ¿cómo estás?» (mensaje claro y concreto), y la mujer le contesta: «Bien»(mensaje claro y concreto),pero unido a una expresión de desprecio y desagrado (mensaje no verbal del que se percibe lo contrario de lo que ha dicho verbalmente). Esta confusión y ambivalencia del mensaje provoca un conflicto desagradable que daña la relación. ¿Qué tendría que haber hecho la mujer? Aclarar su realidad y dar el mensaje real. Al preguntarle el marido «¿cómo estás?», ella tendría que haber dicho: «No estoy bien, estoy cansada, los niños se han portado muy mal, necesito tu ayuda en muchos momentos, me siento sola…», y cualquier otra manifestación que se ajuste a la realidad, para no confundir y, en consecuencia, poder buscar soluciones y resolver conflictos.
– Tener en cuenta la mentalidad del receptor.