Peligrosa Vindicta - María Arcia - E-Book

Peligrosa Vindicta E-Book

María Arcia

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Beschreibung

A los dieciséis, le arrebataron su vida. Y a los veintisiete, volvió por venganza.  Nadie la conoce, pero lo harán. Nadie ha visto el rostro de quien maneja los hilos de una de las familias más poderosas de la mafia española, pero sucederá, y todos temblarán al escuchar su nombre. Su voz será el sonido del peligro; sus pasos, el aviso para huir; y su mirada, gélida y feroz, la última advertencia. Su venganza está cada vez más cerca y, para aquellos que la creyeron muerta, la sorpresa... será su muerte. Sin embargo, no siempre se puede escapar de algunas trampas enemigas, mucho menos de aquellas en las que la pasión gobierna y el deseo viene envuelto en un par de ojos de halcón que se erigen como una tentadora penitencia. El infierno está por desatarse en las calles de España, sentenciando al mundo a arder en las llamas de cuatro familias en guerra, cuyos secretos, ambiciones y planes las pueden condenar. Ambiciosa. Apasionada. Astuta. Anastasia Abramov. 

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Portadilla

PELIGROSA VINDICTA

© 2022 María José Arcia

Reservados todos los derechos

© Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Abril 2024

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-78-6

Editor General: María Fernanda Medrano Prado.

Corrección de Estilo y edición: Maria Coma, María F. Medrano

Corrección de planchas: Jimena Torres.

Maqueta e ilustración de cubierta: Martín López @martinpaint

Diseño y maquetación: David Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2024

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

ADVERTENCIA DE CONTENIDO +21

Esta historia está catalogada para público +21, contiene temas fuertes, delicados y sensibles que pueden ser desencadenantes como violencia física y psicológica, violencia sexual, violencia de género, drogas y narcotráfico, situaciones sociales problemáticas, comercio ilegal, ataques políticos, torturas, muertes, lenguaje crudo y soez, escenas sexuales explícitas y comportamientos inmorales y delictivos.

Esta historia es completamente ficticia. Cualquier parecido con la realidad es coincidencia.

Los lugares aquí mencionados son solo espacios en donde se desarrolla la historia y las situaciones aquí expuestas no son un referente que relacionar con dichos sitios, son situaciones ajenas a la realidad de cada país aquí mencionado y en ningún momento son reales.

NO SE RECOMIENDA LA LECTURA A MENORES DE EDAD

JURAMENTO INQUEBRANTABLE

La sangre nos unió y por esa unión nos destruimos.

Cinco familias en busca de poder, dinero y territorios. Cinco familias se unieron en un pacto de sangre a las afueras de Sevilla. Y, durante veinticinco años, la paz reinó. Alianzas se forjaron cuando la IVOAC era sinónimo de peligro, grandeza y ventura.

Hasta que ya no más.

Durante cinco años se extendió la guerra y, a los diez, una de las familias fundadoras acabó derrotada. El legado murió, el leopardo cayó en manos de sus enemigos y su territorio quedó reducido a cenizas.

Solo cuatro familias aguantaron, pero, pese a las pérdidas, la rivalidad continuó. Ya no hay armonía, ya no hay juramentos que los unan, ya no hay lazos que traigan la calma de vuelta.

El águila observa desde la cima.

El tigre se está llenando de riquezas y poder.

El halcón espera en silencio.

Y el zorro está a punto de salir.

A todos los que han salido adelante en medio del dolor.

A todos los que han convertido las lágrimas en un impulso para continuar.

Y, en especial, a todas las Anastasias que han sido víctimas de la maldad y la crueldad.

No están solas.

Y no fue su culpa.

PREFACIO

Sevilla, España.

11 de diciembre de 2010.

Anastasia

El sudor me empapa el cuerpo, mi respiración entrecortada es un reflejo del esfuerzo que hago y que demuestra mi agotamiento.

Mi nana me sonríe con tristeza, arruga más su rostro con el gesto, en un intento por transmitirme calma. No lo consigue. Ambas sabemos lo que sucederá una vez el dolor cese; pero, aun así, me besa la sien y se obliga a mantener la sonrisa para darme seguridad.

Desde el umbral de la puerta, mi padre me recrimina lo sucedido con su fría mirada; sus ojos verdes clavados sobre mí, sin preocuparse por lo débil y cansada que me encuentro. Mi madre está a su lado, pero se niega a mirarme, mantiene su mano sobre la chaqueta del hombre que, en vez de amarme, me odia.

Sé que para ellos soy una vergüenza; la peor mácula en su familia perfecta. Tan perfecta como sus manos manchadas de sangre les permiten serlo.

Las lágrimas bañan mis mejillas cuando mi hermana Tatiana aparece en mi campo de visión. Sus ojos luchan por no dejar caer las suyas. Debe comportarse, no solo por ser la mayor de las dos, sino porque padre detesta que demostremos debilidad: la ha combatido durante años con azotes y gritos hasta hacernos entender la razón.

Aparto la mirada, no quiero verla; mis ojos buscan algún punto ciego en donde anclarse mientras el dolor en la parte baja de mi vientre vuelve bajo la ráfaga que anuncia otra contracción. El cuerpo me exige un descanso, aunque no lo halla. No consigo apartar mis pensamientos de la persona que me condenó a esto. Su nombre es Ilias; trabajaba para padre antes de huir como un cobarde en cuanto sospechó lo que había causado.

Me abordó de la forma más vil, en lugar de cuidarme, como lo mandaba su cargo. Me usó y torturó, amenazándome en todo momento con matar a mi hermana si hablaba. Me violó durante tanto tiempo que, un día, dejé de contar las veces que me tocaba. Todo delante las narices de mis padres. Pero, para aquellos que debieron cuidarme y no lo hicieron, yo soy la culpable. Para el hombre a escasos metros de mí es más conveniente creer que su hija abrió las piernas, siendo una niña, que confiar en su palabra y reconocer que quien estaba bajo su techo lo traicionó.

—¡Ahhh! —La corriente de dolor me invade de nuevo. Horas aquí y todavía no me acoplo a la descarga de sufrimiento que me ha hecho contraerme una y otra vez en brazos de Teresa.

—Ya veo la cabeza. Por favor, un poco más, señorita Abramov.

La voz de la partera hace eco en mi cabeza. No me atrevo a voltear la mirada en dirección a mis padres, sé perfectamente lo que encontraré si lo hago, y no es ni felicidad ni emoción. Lo corroboro al escuchar el gruñido de padre mientras la mujer me da ánimos; cada palabra es un golpe para su orgullo y el legado familiar. Contribuyo con cada pujada a su caída.

Chillo al sentir la liberación de mi cuerpo y el corazón se me detiene; a la espera del llanto que anhelo escuchar. Miro a Teresa, pero ella observa a la partera con temor. Tatiana suspira nerviosa.

No puedo evitarlo, las lágrimas se deslizan más fuerte al escuchar el llanto del bebé llenando el espacio. Solo es un alivio para mí, pero no me importa. Esa criatura no es culpable de nada.

La partera se levanta con un pequeño bulto entre sus manos, el corazón se me acelera enardecido, y extiendo las manos para que me lo entregue.

—Es una niña —manifiesta con voz alegre, sin conocer el peso de sus palabras.

Sollozo en brazos de Teresa, emocionada. Es una niña. Me repito con felicidad

La mujer me sonríe al caminar hacia mí, las mantas que cubren a la niña están llenas de sangre, aunque, aun así, ansío sostenerla.

—No.

La voz dura de padre detiene a la señora a medio camino. Me quedo en silencio, pero, en el momento en que los brazos de Teresa se aferran a mi cansado cuerpo con fuerza, sé que algo va mal. Incluso la mujer que nos acompaña traga saliva con dureza al observar a la niña en sus brazos.

—¡Yakov! —grita enfurecido.

El miedo me invade y provoca que me retuerza entre los brazos que me aprisionan, pero no consigo soltarme. Mi madre se aparta de su esposo y le abre el paso a uno de sus soldados. Lo reconozco nada más entra: es uno de los amigos más cercanos a Ilias, aquel que convenció a mi padre sobre su ignorancia acerca del paradero de ese bastardo.

El hombre de cabello rapado se detiene a unos pasos de la matrona y le arranca a mi bebé de los brazos, ella no opone resistencia, a pesar del desgarrador grito que me sale de la garganta y mis intentos bruscos por soltarme. Las lágrimas de Teresa me manchan el hombro, pero no me suelta.

—Teresa, no, por favor —suplico.

—Lo siento, mi niña —La voz se le quiebra al apretar su agarre.

—Llévasela a Dimitri —demanda mi padre—. Él sabe qué hacer.

Me sacudo con furia, gritando con toda la fuerza que me permiten los pulmones. Mi hermano Dimitri es una bestia cruel y sin compasión. No pueden entregarle a mi bebé.

—Padre...

Mi ruego se queda pendido en el aire en cuanto sus ojos verdes se posan en mí, silenciándome de inmediato. No sé qué espero conseguir. Sé que no tendrá piedad: es el líder de una de las organizaciones criminales más peligrosas de España y debe actuar como tal. Tantos años frente a la AVOC le quitaron la humanidad.

—¿Qué harás? —La voz me sale inquieta. No me importa mostrar debilidad ante él. Rogaré, suplicaré por ella y por mí. Solo quiero que me la entreguen.

Me encojo al verlo avanzar en mi dirección con tal firmeza que sus botas hacen chirriar el suelo de madera desnivelado del sótano de nuestra casa. Nadie lo detiene. Yo tiemblo de miedo y trago saliva cuando se detiene al lado de la cama. Sus ojos no reparan en nada más que en los míos.

—Tu bastarda tendrá el mismo destino que tú —sentencia—. Dimitri se deshará de ella, así como Yakov se deshará de ti.

Sus palabras me aturden; no sé a quién mirar en busca de ayuda. Esperaba el repudio total en otro lugar, pero… ¿la muerte? Soy su hija.

—Padre, no...

El impacto de su mano abierta en mi mejilla me hace cerrar la boca. No lo esperaba y apenas alcanzo a emitir un chillido cuando veo su mano en alto, lista para la siguiente bofetada.

—Zinov —La voz de mi madre lo detiene; suave, pero firme al mismo tiempo.

Él suspira enojado. Se observan durante varios segundos hasta que él da un paso atrás. Una petición silenciosa. Por ella, padre me concederá una muerte con el rostro sin más magulladuras.

—A partir de hoy no formas parte de mi familia —espeta con odio—. Tu destino por rebajar a la AVOC, en especial al nombre Abramov, será la muerte.

Lloriqueo cuando, al tragar, pruebo mi propia sangre. La herida arde, el golpe duele, pero más lo hacen sus palabras.

—Has deshonrado a la familia que te lo ha dado todo, no eres más que una puta.

Tatiana emite un jadeo por las palabras de padre. Cuando él la mira rabioso, ruego por su bienestar.

—Una zorra que ha perdido el derecho de llamarme padre —sigue él—. Eres mi decepción más grande y pagarás por tus errores. La hija que yo crie está muerta y mañana al amanecer le daremos cristiana sepultura en un cajón vacío. En cuanto a ti, que no mereces nada, te comerán los buitres en la cima de una iglesia al tiempo que le pides perdón al Señor por habernos desprestigiado.

—Padre, puedes… —La voz de mi hermana me congela.

Él lanza una mirada por encima del hombro que la silencia.

—Largo, Tatiana —ordena furioso.

—Pero, papá… —insiste.

—¡Lárgate!

Ella titubea al ponerse en pie. Mira a la bebé en brazos de Yakov con anhelo, pero no hace nada. Y yo quiero que alguien haga algo.

—Papá, no le hagas daño —suplica entre sollozos—. Anastasia no…

—¡Cállate! —Arremete contra ella y desencadena el llanto con la bofetada que le propina—. A tu cuarto.

Mi hermana obedece, sin lanzarme una última mirada, aunque cruza sus dedos cuando pasa a madre. La imito, a pesar de que no me ve. Yo también te quiero, Tanya.

Mi bebé comienza a llorar, causando que padre respingue, enojado.

—Ve con Dimitri —le indica a Yakov sin dejar lugar a replicas—. Luego regresa por esta desdichada y haz lo que acordamos —Sus ojos se dirigen a Teresa—. Busca las cosas de la pecadora que sostienes, quémalo todo. No quiero rastro de ella una vez regrese de mi viaje.

Mi nana me suelta, aún con el rostro lleno de lágrimas. Sus labios, fríos por el sótano donde estamos, se plantan en mi mejilla.

—Te amo mucho, hija mía.

No pelea. No hace nada por mí, como yo sí hago por mi bebé entre chillidos. Teresa se aleja con temor y dolor. Es la última vez que la veré. Lloro porque es la última vez que veré a Tatiana.

Y a mi bebé.

—Volveré enseguida, pakhan1.

Padre asiente ante su título; aquel que lo hace merecedor del respeto y la lealtad de sus hombres. Sus ojos se quedan fijos en la puerta, aguardando a que Yakov cumpla su orden.

—¡No! —advierto e intento levantarme de la cama. Observo con angustia las esposas que me mantienen anclada a ella. Siento el entumecimiento en la muñeca al desgarrarme la piel, pero, aunque solo veo sangre, no me importa—. No lo hagas, padre. No la mates —suplico al ver a Yakov caminar hasta la puerta—. Por favor, no le hagas daño.

Lloro con más fuerza. El sufrimiento que me embarga el cuerpo es un simple pellizco comparado con el que ahora siento en el alma. Estoy hastiada del dolor. ¿Por qué he permitido que naciera la niña? Debí hacerle caso a Tanya y terminar con mi embarazo, sin importarme si yo misma moría en el proceso.

—Madre... —Uso mi último recurso, ella no me presta atención. Al contrario, acepta que padre la lleve hasta el pasillo, dispuesta a marcharse. No le importo. Soy su hija y no le importo.

Sé cuál es mi destino. Nadie en esta familia tiene la oportunidad de una redención, por eso no pienso en nada más, quiero decir las palabras en voz alta.

—видеть вас в аду2.

La espalda de padre se tensa; sé que está conteniendo las ganas de venir a golpearme por retarlo, pero, aun así, se marcha; a pesar de que lloro, de que mis alaridos hacen un eco horroroso en las paredes y de que intento soltarme de las esposas con todas mis fuerzas hasta cortarme más profundo para que el dolor físico anule el del corazón.

No lo consigo. El tiempo pasa. Los segundos se vuelven minutos y estos, a su vez, se tornan en horas. No me tomo el trabajo de contabilizar cuánto tiempo llevo aquí, no tiene caso hacerlo. Una parte de mí espera al demonio que mi padre tiene por Boyevik3, uno de tantos, pero el más confiable para él. Sé que no tardará en aparecer. A estas alturas, mi hermano ya debe de tener a mi hija consigo. Mi bebé fallecerá en manos de uno de los hombres más letales de la AVOC: su tío. No puedo esperar compasión. Dimitri fue entrenado por padre, lleva su sangre y no dudará en matarla.

La puerta se abre, la figura robusta de Yakov llena mi campo de visión.

—¿Disfrutas acabando con la vida de una inocente? —inquiero al verlo caminar hacia mí. Desabrocha las esposas, me lastima al ejercer fuerza para que no me suelte.

—Yo que tú no hablaría mucho en el trayecto de viaje —sugiere amenazante—. Cada palabra que salga de tu boca será un minuto más en el cual mi cuchillo estará enterrado en tu cuerpo —Se acerca a mi oído, su aliento me roza el cuello. Me encojo asustada, y rezo para que se aparte. Es como volver a tener a Ilias sobre mí y no quiero llorar más, aunque se me cierra la garganta—. Que tu muerte sea rápida depende solo de ti, pequeña zorra. Las putas como tú no tienen una segunda oportunidad. Ilias hizo bien en huir.

—Sabes dónde está —afirmo por la sonrisa lobuna en su rostro—. Eres un bastardo.

—Te contaré la historia una vez te tenga sobre el suelo y con una pistola apuntándote a la frente —Se acerca más, y se ríe al notar que me intento apartar. Pienso que solo quiere intimidarme, pero cuando siento que desliza la lengua por mi mejilla, me contraigo con asco. No, Dios. Por favor—. Puede que también te conceda el placer de probar algo de sexo antes de morir —Me muerde el lóbulo—. Para que descanses en paz —Se detiene y se pone en pie, alejándose de mí—. Tanto como tus pecados de zorra te lo permitan.

El auto se detiene en la acera, frente a un callejón oscuro. Yakov abre la puerta, me toma del brazo y de un tirón me saca de la comodidad del cuero del asiento. No hay más que soledad alrededor y, el cansancio en mi cuerpo es tanto luego del parto que, siento las piernas a punto de ceder.

—¿Tienes frío? —se burla al acorralarme. Baja la vista hasta mis muslos manchados de sangre, yo me abstengo de hablar; observo la pared frente a mí para no mirarlo. Me avienta al suelo y me obliga a que le devuelva la mirada. Está helado y húmedo; el concreto me lastima la espalda. Pero no me quejo, no le doy el gusto de verme sufrir—. Ilias se fue al sospechar de tu embarazo —comienza. Estoy alerta a cada cosa que sale de su boca—. Me pidió un par de favores y yo lo ayudé a escapar.

Entrecierro los ojos marrones en su dirección. Eso es traición. Traicionó a su jefe, a su pakhan.

—Mi padre confiaba en ti.

—Error, pequeña diablilla —Se inclina, respirándome en la cara y obligándome a echarme un poco hacia atrás—. Tu padre confía en mí y, cuando acabe con tu hermano, seré yo quien daré las órdenes como el nuevo pakhan de la AVOC.

Contengo la risa que amenaza con salir en medio de la niebla de dolor. Mi hermano puede ser un bastardo, pero no es tonto. Lo descubrirá mucho antes de que Yakov le ponga una mano encima.

—¿Y luego qué? ¿Piensas traer a tu patético amigo para que lidere contigo? —cuestiono con ironía. Ilias es un estafador. Lo traicionará también de la forma más cruel una vez tenga la oportunidad.

—Ilias está con los Oshiro.

Sus palabras me pillan por sorpresa, tanto que emito un jadeo. ¿La familia japonesa? Eso no puede ser. La OVCA no acepta a cualquiera. Debe estar jugando conmigo.

—Crecerá tanto como lo hizo en la AVOC, tendremos ese territorio, luego nos apropiaremos poco a poco de las calles y enfrentaremos a los Venturi. Al final, restauraremos la IVOAC, y volverá a ser lo que fue en sus inicios con un solo líder —Se pone en pie, saca su arma y me apunta—. Yo —Quita el seguro—. ¿Últimas palabras, zorrita?

Trago con dificultad al ver la pistola que me atemoriza.

—Отъебись4.

—Nos vemos en el purgatorio, pequeña Abramov.

Espero el impacto con miedo. El sonido de la bala al salir disparada permanece en mis oídos. Cierro los ojos porque se sienten pesados, la oscuridad me abruma y caigo en el frío suelo.

1 Nombre que lleva el jefe máximo en La mafia rusa

2 Nos vemos en el infierno.

3Guerrero, es la principal fuerza de ataque de la Organización.

4 Vete a la mierda.

CAPÍTULO 1

[Doña]

Barcelona, España.

Diciembre de 2020.

Anastasia

Me detengo frente a la majestuosa puerta negra. Su centro es una gran «C» grabada en oro que me hace sonreír al tiempo que la trazo con el índice. Escaneo el ancho pasillo. Las paredes están cubiertas por varios retratos, incluso por el mío. Mis ojos me devuelven la mirada a través de la pintura, instándome a rememorar ese momento. Ese color marrón, lleno de mil incógnitas, refleja mi alma; pero deja un torrente de ideas a la imaginación. La pintura quedó de maravilla, aun si la mano de nuestro retratista trepidaba por la presencia de la pequeña que me acompañaba.

Una mamba negra me rodea el cuello con su lengua siseándome al oído. Mi adorada Carissa da tanto miedo como su madre. Y, aunque era una bebé en ese retrato, seguía siendo igual de letal que cualquiera de su especie. Y tan costosa como todo lo que rodea este lugar.

La familia Caruso no escatima en gastos. Un gran tigre de bengala le hace compañía al resto de los animales en el maravilloso zoológico que padre hizo para mí en la mansión.

Aristocracia. Astucia. Admiración.

Las personas tiemblan al escuchar el apellido de la muerte.

Dejando salir un suspiro, toco la puerta del estudio de padre: el don de la CAOV y el hombre que un día me dio una oportunidad: Aurelio Caruso.

—Adelante, principessa5.

Me detengo bajo el umbral en tanto me tomo mi tiempo para escanear la estancia. Es como trasladarme a la antigua Italia. Y al don le encanta. Dice que le recuerda a su infancia, a pesar de que es oriundo de España.

«No tienes que nacer en un lugar o familia para considerarla tu hogar o tu lugar seguro, Anastasia», respondió tras preguntarle. Desde entonces, Barcelona es mi casa, al igual que la mansión Caruso que aquí se encuentra.

—¿Entonces por qué se separaron? —El cabello castaño de un Massimo de diez años se agita al girar la cabeza para encarar a padre—. ¿Muchas peleas?

—El dinero, el poder y la ambición no encajan bien juntos algunas veces, por no decir la mayoría del tiempo —le responde el hombre cuyos ojos no se apartan del niño.

Su voz gruesa, sabia y decidida calla multitudes al entrar en un lugar. Padre es la personificación de la grandeza en todo su esplendor. Como don, ha hecho una buena labor y, en el proceso, ha mantenido a la familia unida. Familia que me acogió, a pesar de tener sangre de sus enemigos.

—¿La historia de la IVOAC? —pregunto, acercándome al escritorio de madera. Me da un asentimiento y vuelve su atención a Massimo, que no oculta su curiosidad.

—¿Terminará esta guerra algún día?

La única forma de terminar con el caos en que terminó esa alianza de antaño es la muerte. Cuatro familias en una disputa donde la única escapatoria implica el derrame de más sangre.

Su pregunta, era la misma que permanecía en la cabeza de la chiquilla ignorante que, hace años, se escondía entre rincones y estantes para no ser vista. Crecí aprendiéndome una historia que aún me persigue. Una en la que cuatro de las cinco familias fundadoras de la IVOAC alargan una contienda que parece que nunca tendrá un final.

La CAOV. La AVOC. La VOAC. Y la OVCA.

La IVOAC causó furor en su momento, hasta que el orgullo y la sed de poder arrasó con la unión y acabó con los Ivanov en el proceso; dejando a los Caruso, a los Abramov, a los Venturi y a los Oshiro peleando por derribarse los unos a los otros.

—¿Tú que dices, Anastasia?

Aún con el semblante serio, lo observo. Massimo tiene el porte de su progenitor, pese a su corta edad. El hombre fue un buen soldado, aunque murió hace poco en una riña. Los ojos azules del niño me analizan. Será algún día como su padre, puede que incluso obtenga un rango mayor. Bajo el ala de Aurelio no esperaría menos.

—Eventualmente, concluirá, pero no todos saldrán victoriosos —Me siento en el borde del escritorio, aferrándome a la madera con las manos—. Finalizará como lo hacen todas las guerras.

—¿Moriremos? —cuestiona temeroso.

Suspiro por sus palabras. Ya he muerto una vez. Fui al mismo infierno y regresé, no tengo miedo a volver a hacerlo.

—¿Quieres morir?

Escucho el carraspeo de padre tras de mí, pero no me giro. Massimo tiene mucho camino por recorrer, y es momento de que dejen de tratarlo como a un niño corriente. Está creciendo en el seno de la mafia y, si padre no quiere que lo maten antes de su iniciación en tres años, debe, por lo menos, darle a conocer las precauciones para sobrevivir en nuestro mundo.

—No —Un atisbo de valentía, mezclado con miedo, le cruza los ojos.

—Entonces aférrate a eso.

Él se voltea hacia padre, el cual no interviene en nuestra conversación, sino que le pide que se marche a su práctica de equitación. Massimo asiente y, sin despedirse, corre hacia la salida. Permanezco con los ojos fijos en la madera al escuchar el clic de la puerta. Sé lo que viene.

—No es la manera —recrimina. No lo contradigo, aunque deseo hacerlo—. Massimo perdió a sus padres hace un año, todavía no es momento de llenarlo de odio.

Me miro las uñas, buscando calma. El barniz rojo cereza a juego con mis labios se siente demasiado ordinario y lo he mantenido mucho tiempo.

—Massimo necesita estar prevenido para lo que viene —anoto, sopesando lo que estoy a punto de decir—. No siempre vas a estar allí para protegerlo.

Él permanece en silencio, así que tomo la pausa como un aval para continuar.

—La envidia es un pecado capital que debería estar fuera del vocablo humano, pero parece ser uno de los pocos sentimientos a los que la gente de este mundo se aferra con mayor ahínco, en especial las del nuestro.

Me pongo de pie, volteándome sin dejar que mis tacones negros hagan ruido. Sus ojos azules me clavan en el sitio. Piensa bien lo que vas a decir, Anastasia. Es la única persona a la que le debes respeto, me repito una y otra vez.

—Tus soldados se dan cuenta de cómo lo tratas. Van a querer competir contra eso y, si Massimo sigue en la oscuridad, cuando tú te mueras acabarán con él —explico, manteniendo la compostura, pero alzando un poco la voz. Me conoce y sabe que este es mi temperamento. Él mismo lo forjó. Yo le pedí que lo hiciera desde el momento en que me atreví a hablarle hace años.

—Y es por eso por lo que, cuando yo muera, si él aún no está preparado, será tu deber cuidarlo, así como yo lo hice contigo.

—Lo sé, pero él necesita entrenar desde ahora —lo enfrento—. Un caballo y una fusta no le van a servir de mucho cuando su atacante lo supere en un metro de altura y cincuenta kilos —Sé lo precavido que puede llegar a ser con los niños, pero Massimo necesita aprender a defenderse.

—Llévalo al cuadrilátero contigo, pero no le exijas algo que no puede dar aún. No es como tú.

No sonrío; solo asiento. Esto es lo máximo que voy a conseguir de su parte.

—¿Pudiste obtener lo que te pedí?

Da por cerrado el tema. No esperaba que fuera de otra forma. Aurelio Caruso es claro y va siempre directo al grano. A sus cincuenta y tres años, mantiene la CAOV con mano dura sin ahondar en asuntos innecesarios.

Me muerdo el labio inferior para contener una sonrisa. Como si no me conociera.

—Los Venturi darán una fiesta por el compromiso de su única hija en un mes. Al parecer, el futuro don se niega a contraer nupcias, dejándole la vacante a su hermana —digo. Él se reclina en su silla y me pide que continúe con la mirada—. Los rumores indican que ellos y los Oshiro quieren unir fuerzas: una ofrenda de paz para acabar juntos con los Caruso y los Abramov.

—¿Es certera esta información?

Enarco una ceja. ¿Me está jodiendo?

—Mucho más que la de cualquiera en la CAOV —aclaro con dureza. Se endereza con pesadez y entrecierra los ojos para hacerme saber que no le gusta mi tono—. ¿Qué piensas hacer?

—Ese matrimonio no puede darse —advierte. Sabe que esto solo nos perjudica—. Necesitamos pensar bien el siguiente paso, una mala pisada nos puede causar lo peor. Sé de primera mano que los Venturi están comprando armas nuevas que ni siquiera han salido al mercado, probablemente para proteger la paz de su unión. Reúnete con nuestro proveedor lo más pronto posible, revisa el armamento nuevo y abastece nuestra armería.

Esta vez sí que sonrío. Disfruto de muchos placeres en la vida, y uno de ellos es poder tener un nuevo y reluciente fusil entre mis manos.

—¿Algo más?

Se acerca a su caja fuerte tras asentir. Para tener más de cincuenta, no está panzón y acabado como algunos de los jefes rivales. Sigue igual de fuerte que cuando llegué hace años.

—Me llegó esto —habla. Observo lo que trae entre manos al aproximarse. Una carpeta delgada vacila entre sus dedos—. Te prometí que haría lo que estuviera a mi alcance para apoyarte en tus deseos, y esto es solo una parte de ello.

Confusa, la recibo, pero no la abro.

—Antes de que le des rienda suelta a tu imaginación, hay algo de lo que quiero hablarte y debe ser en privado y con cautela.

Miro alrededor, sin saber si con privado se refiere a la tranquilidad de su estudio. Nadie entra sin tocar y sus guardias están bastante lejos como para decir que estamos solos.

—Te veo en quince minutos en el jardín. ¿Recuerdas el lugar donde disparaste por primera vez? —pregunta. Yo asiento de nuevo—. Quince minutos, Anastasia. No me hagas esperar.

Suspiro. No hay un día de calma por aquí últimamente. Sin más, me doy la vuelta. Lo único que se escucha es el sonido de mis tacones repicando contra el piso. Cierro al partir sin apartar la mirada del frente. Doblo al final del pasillo y subo las escaleras hasta el tercer piso, rumbo a mi habitación, con los papeles en las manos. Los hombres que paso no me dedican más que un asentimiento a modo de saludo respetuoso. Ellos conocen mi estatus, no solo porque padre me lo ha dado, sino porque me lo he ganado a punta de dolor, sudor y sangre.

Entro al cuarto, pasando los ojos por todo el lugar. Ha sido mi espacio seguro desde hace diez años. Nunca olvidaré ese día, ni la forma en que llegué tan quebrada que Aurelio Caruso sintió compasión por mí. Mi deseo de venganza se aferra a eso. Voy a derramar la sangre de aquellos que me desgraciaron la vida. Yakov Lazarev, Ilias Kozlov, Zinov y Elena Abramov. Recibirán mi odio y haré que se retuerzan de desespero y pidan la muerte.

Dejo la carpeta sobre el colchón; esperaré a la reunión con padre para leerla. Lo que sea que haya allí es importante para cumplir mi cometido. Dicen que la venganza es un plato que se come frío, y en mi caso lo es, han pasado diez años después de todo. Y en este punto ya está a cero grados mi deseo de derramar sangre.

Me deshago de los tacones y llego a mi armario. Tomo un par de botas planas y las dejo a un lado para ponérmelas. Estas no son las que usaré el día del juicio final. Claro que no. Tengo un par tacones rojos de aguja preparados para ello. La sangre se confundirá con el color de mis zapatos.

Al mirarme el cuerpo en el espejo del armario, aprecio algunas cicatrices que me ha dejado el entrenamiento y algunos ataques posteriores. Tomo un sostén blanco y me lo pongo junto a una blusa blanca holgada que lo cubra y a una falda de cuero. Cuando estoy lista, salgo de mi habitación, cierro la puerta con seguro y me cuelgo la cadena con la llave del cuello. Paso a los guardias de padre al llegar al jardín mientras me dirijo al lugar que me indicó, deleitándome con la vista de los árboles que se zarandean de un lado al otro conforme el aire impacta contra ellos. La finca Caruso es un espectáculo, un niño sería feliz viviendo aquí y corriendo por los jardines. Massimo ha disfrutado de eso. Poco, pero lo ha hecho.

Avanzo un par de metros, agradecida por haberme quitado los tacones. El sendero de concreto termina para darle paso a otro de piedras. A menudo vengo por aquí, siempre encuentro la manera de escaparme de los negocios para correr al lago Caruso.

Padre se voltea al percatarse de mi presencia; la chaqueta del traje ha desaparecido y ahora una de cuero que le regalé hace unos años le cubre el torso.

—Sigue luciendo bien —comento, y él me tiende la mano cuando me acerco. Se encuentra en la cima de la escalera, que ofrece un panorama perfecto de la cascada junto al lago.

Permanecemos en silencio unos segundos, observando el agua caer. Me transmite calma y me llena de serenidad, incluso si en nuestra vida nunca habrá un momento de paz.

—Me voy a retirar —Escucho su voz, provocando que me congele en el sitio.

Abro la boca con consternación, y luego la cierro, confusa.

—Es una broma —afirmo riendo.

Su respuesta es girarse y clavarme la mirada, serio. La incertidumbre se instala en la parte baja de mi abdomen. No es una jodida broma.

—Cuando se celebre la pedida de mano o lo que sea que hagan los Venturi y los Oshiro, irás —Sus ojos me piden que calle y escuche. Se lo concedo: quiero respuestas—. Aunque no como una simple subordinada del nuevo jefe, irás como la doña, como la jefa de la CAOV.

Por primera vez en diez años, me quedo sin habla; mis ojos probablemente muestren mi asombro. Ni en mis más placenteros sueños se me ha pasado este escenario por la cabeza. Soy una estratega. Es mi trabajo adivinar los pensamientos y deseos de otros; pero, con padre, jamás he tenido la oportunidad. Si hay alguien que me supera, es él. Me gana en experiencia.

—El día de los inocentes ya pasó —mascullo con voz tensa.

Me toma las manos entre las suyas y respingo ante el contacto. Las suyas son grandes y callosas mientras que las mías son pequeñas y delicadas, pero las de ambos están manchadas de sangre.

—Y tú, más que nadie, sabes que no pierdo el tiempo en bromas —Me da un beso en los nudillos conforme me susurra las palabras. La intensidad en sus iris me asusta.

—Emilio y Giulio esperan tomar el mando con tu retiro —hablo, buscando en mis adentros la serenidad que, justo ahora, no me da el sonido del agua al caer.

Me suelta, ríe un poco y regresa la mirada al frente.

—¿Aún tienes presente lo que te dije cuando al fin me permitiste acercarme a ti tras recogerte de esa sucia calle?

Asiento. Cada día tras esa funesta noche ha marcado mi vida. Uno de sus hombres me recogió con dos balas en el cuerpo antes de que me desangrara. De no haber sido por el difunto Barsetti, que hacía negocios por esos lares, no estaría contando la historia.

—«Estás destinada a grandes cosas» —pronuncio, repitiendo sus palabras. No puedo evitar el calor que me surca el pecho. Ha sucedido demasiado desde entonces. Diez años de lágrimas, dolor, sudor y vasto odio acumulado en mi alma.

—Cumplo mi palabra —explica—. ¿O crees que alguno de mis sobrinos debería tomar el control? —inquiere. Sacudo la cabeza. Sé que soy mejor que ellos, tengo más a lo que aferrarme para liderar y seguir en pie—. Una vez me preguntaste por qué nunca te cambié el nombre al llegar aquí.

Trago en seco, rememorando. Se burló de mí y me lanzó un cuchillo, cortándome el brazo antes de que siguiera interrogándolo. «Pude haberte apuntado al rostro, presta atención y deja de cuestionar lo que aún no estás lista para descubrir», me advirtió.

—¿Cómo crees que sería para los Abramov morir sabiendo que alguien con su apellido y sangre los derribó? —me dice. Pienso en Zinov, el cual preferiría estar tres metros bajo tierra antes que permitir que haga de su vida un infierno. Una sonrisa me tira de la comisura de la boca—. Justo a eso me refiero —se adelanta a mi respuesta—. ¿Cómo crees que se sentirán al saber que su hija, la que ellos condenaron, es la doña de la CAOV, su mayor enemiga?

—El orgullo es una perra.

—Y lo debes usar a tu favor —apunta—. No tengo hijos que sigan mi legado, pero te he tratado como a una durante estos años. Tienes veintiséis, y llevas una década aprendiendo a mi lado, así que demuéstrale al mundo que la primera mujer en gobernar una de las familias más fuertes de la mafia española tiene los pantalones que otros no.

Se gira de nuevo. Esta vez hay amabilidad en su mirada y me observa de manera paternal.

—Eres mi orgullo, Anastasia. —Sus palabras tocan fibra sensible—. No iré a ningún lado, puedes venir en busca de consejo, siempre y cuando seas tú la que tome la decisión final.

—¿Alguien más tiene conocimiento de esto?

Sacude la cabeza.

—Quería que fueras la primera. He convocado a una reunión mañana y debes estar allí: tomarás el cargo enseguida.

Lo miro sorprendida y lucho por sostenerme en pie. ¿Tan pronto?

—En veinticuatro horas serás la cabeza de la CAOV. Nadie –aparte de nosotros– debe enterarse. Usarás solo tu nombre de pila o un apodo; no tu apellido. No queremos alertar a los Abramov sobre tu presencia. Aunque tratarán de averiguar quién ocupó mi lugar, no obtendrán nada.

En todos estos años, nadie ha descubierto quién es la pupila de Aurelio Caruso, sé cómo escabullirme antes de que lleguen a mí.

—Mañana deberás presentar tu plan de acción para llegar a la fiesta Venturi —añade.

Asiento a modo de confirmación. Es mi trabajo, siempre lo ha sido. Tramar. Maquinar. Y hacer caer a las personas en mi trampa.

—No voy a respaldarte; habrá algunos furiosos, otros mostrarán indiferencia. Y tú escogerás a tu consigliere6 y a tu sottocapo7. Si quieres dejar a Giulio y a Emilio como tus capos es tu decisión, el único consejo que te doy es que pienses cada movimiento.

—Gracias —La palabra sale sin pensarla, pero no la tomo de vuelta.

Ríe por lo bajo.

—No tienes que darme las gracias por darte el puesto que te has ganado, principessa.

—No es eso a lo que me refiero —replico. Me observa confundido—. Por salvarme del infierno.

—Solo te di un empujón, tu hiciste el resto. Me alegro de que el deseo de venganza siga; pero, el hecho de que no te hayas sumido en él, me llena de orgullo —Me lanza una mirada comprensiva—. Además, tú y yo sabemos que saliste de ese infierno solo para crear el tuyo.

Sonrío y me atrevo a ir hasta él para abrazarlo. El gesto lo toma por sorpresa; segundos después, sus brazos me envuelven el cuerpo con cariño.

—Voy a ir a una reunión con mis sobrinos —dice. Eso capta mi atención, pero no pido detalles. Por la cautela con la que me mira, tengo la leve sospecha de que no se refiere a Giulio o a Emilio—. Se quedarán unos días; al parecer hay problemas en Italia. Los londinenses quieren joderlos.

Y allí está mi respuesta. Se refiere a sus sobrinos, que lideran su propia organización en Italia.

—¿Necesitas que haga algo por ti? —finjo desinterés.

—No les hablaré sobre mi retiro y tu posesión. Ice no vino, se comunicará, y quiero decirle personalmente y no por medio de sus hermanos.

Miro en otra dirección ante la mención del don de la Camorra. El bastardo me dejó plantada la última vez que quedamos en vernos y ha dejado de ser de mi agrado desde entonces.

—¿O quieres decirle tú? —cuestiona casi de inmediato.

—¿Me darás la oportunidad de dejarlo con la boca abierta? —pregunto. Él sonríe y asiente—. Iré en algún momento entonces.

—¿Será posible una unión en el futuro?

Lo miro incrédula, por el giro de la conversación.

—A menos a que uno de tus capos se case con una bella italiana de Palermo no lo veo cerca, padre —contesto, ignorando su sugerencia entre líneas—. Iré a trabajar en el informe de mañana.

—Investiga a la familia Venturi; de los Oshiro se encarga Emilio. Él hizo negocios con ellos hace años y trató con algunos. Lastimosamente, o no sé si se podría decir que, por suerte, esos negocios se fueron a la mierda gracias al temperamento de los Caruso.

Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me dice. Incluso con el título de doña, siempre lo haré. Él me salvó la vida, así diga lo contrario. Camino de nuevo a la casa. Cuando veo a Génesis, nuestra ama de llaves, luchar con Massimo para que se ponga su uniforme me detengo.

—Massimo —lo llamo. El niño me observa asustado—. ¿No te quieres poner el uniforme? —Baja la cabeza—. Te estoy hablando —No contesta, solo traga en seco y me mira para luego sacudir la cabeza. Tremendo niño—. Massimo no irá y se quedará en su habitación estudiando la historia completa de la IVOAC, Génesis.

—Pero...

Enarco una ceja cuando me habla. Se detiene, guardando silencio. Inteligente de tu parte.

—Luego de darme una ducha iré a tu cuarto y me platicarás lo que aprendiste —explico y él lo acepta—. Génesis, por favor, súbeme algo de comer.

Ella intenta reprimir una sonrisa al verlo correr escaleras arriba. Corre tan rápido como puede para no obtener otra reprimenda. Mano dura sin ser cruel. Massimo sabe a quién respetar y, teniendo en cuenta que solo hace caso a padre y a mí, eso es mucho decir.

—Es algo difícil —murmura la mujer.

—Hay que tenerle paciencia. Algún día será jefe. —No expreso que es mi cometido.

—Al igual que tú lo eres, mi niña —dice sonriente, yo la observo. ¿Qué sabe?—. ¿Quieres algo en especial para comer? —Su expresión maternal recae sobre mí al acercarse—. ¿Pastel de manzana como postre, tal vez?

—¿Qué quieres, Génesis? —inquiero, dudosa pero burlona—. ¿Por qué me quieres manipular?

—¿Yo? —Se lleva una mano al pecho, fingiendo ofensa.

Es una de las pocas personas que logra sacarme algo más que miradas vacías. Fue la que me cuidó, junto a Aurelio: me abrazaba por las noches en medio de las pesadillas y nunca me permitió caer cuando quise que mis piernas cedieran. Estuvo luego de cada entrenamiento, me curaba las heridas a escondidas de padre, y me besaba las mejillas cuando el dolor era más fuerte que las ganas de seguir. Ella me vio quebrarme, reconstruirme y reforzar mi armadura conforme los años pasaron.

—Tu cumpleaños se acerca —dice. Cuando estoy dispuesta a refutar, añade—: Ni se te ocurra.

—No lo voy a celebrar —repito lo mismo de cada año—. Solo hazme ese pastel de manzana y déjalo donde siempre. Voy a salir esa noche.

—Anastasia…

—¡Me quedé sorda, lo siento! —replico. Al seguir rumbo a las escaleras, escucho su risa.

Una vez llego a mi habitación, me deshago de mi ropa y entro a la ducha. El agua está fría, pero, aun así, permanezco debajo de la regadera durante varios minutos. Cuando me envuelvo la toalla blanca alrededor del cuerpo, tras cerrar la llave, el cabello mojado me gotea. Pego un brinco al encontrarme con los ojos marrones de Taddeo Ferrari, uno de nuestros hombres. Él sonríe.

—No sabía que estabas dándote un baño —comenta. Entrecierro los ojos. Solo ríe y me pasa la mano por la mejilla mojada. A pesar de que antes me encendía con su toque, ahora no siento nada—. Estaba custodiando la puerta y pensé en venir a hacerte compañía un rato.

A estas alturas, todavía agradezco que padre no lo ha visto entrando y saliendo de aquí.

—Es pleno medio día, no sé qué demonios haces aquí —hablo—. No te he pedido que vengas.

—¡Oh, vamos! Sé que mueres por tenerme entre tus piernas.

Se acerca a mí, haciéndome entrar por completo a la ducha. Avanza con arrogancia y contengo el deseo de clavarle una patada en la entrepierna.

—Se acabó, Taddeo —le digo. Me observa confuso y sus caricias cesan—. Fue placentero mientras duró, pero solo tenía una condición: no te folles a las prostitutas de los clubes. Y eso fue lo que hiciste hace dos noches. Se acabó.

—¿Estás celosa? —se burla, sin intentar negarlo.

Suelto una carcajada por su osadía. ¿De verdad me acaba de preguntar eso?

—No quiero una jodida ETS. No la vales.

Sus ojos me fulminan, pero no cederé. No albergo ningún sentimiento hacia él.

—Fue cosa de una noche —intenta convencerme—. No pasará otra vez.

Sonrío, dándole calma. Me pego a su pecho, permitiendo que sus besos abunden en mi cuello. Pongo mi mano en su espalda, bajo su chaqueta de cuero, en el arnés donde guarda su cuchillo. Jadeo cuando rozo la hoja de la navaja.

Con un movimiento rápido, me alejo y coloco el filo en su cuello. Su respiración se detiene; un movimiento y su garganta comenzará a soltar chorros de sangre. La idea es tentadora: que pague por incumplir a su palabra. Me saca una cabeza, pero logro mantener el equilibrio e inmovilizarlo, a pesar de estar en puntas.

—Yo no doy segundas oportunidades, Taddeo. Si vuelves a entrar aquí sin mi permiso te corto las pelotas y se las doy de comer a Baldassare.

Aprieta su semblante, pero asiente. No soy como ninguna mujer en esta ciudad, no temo matar y torturar. Y otros pueden confirmar que no me temblará la mano al hacerlo.

—Tienes un minuto para salir de aquí. Déjame sola.

Asiente de nuevo, como un muñequito de carro. Asumo que quiere arrebatarme la navaja y enterrármela, pero no lo hará. Le gusta su vida, así que tocarme sería su muerte.

Luego de su marcha y de arreglarme, observo con detenimiento la base de datos frente a mí, mordiéndome el labio inferior hasta sacarme algo de sangre.

ACCESO DENEGADO

¿Por qué mierda no sirve la jodida contraseña que Emilio envió?

Tengo todo y nada a la vez. La información que manejo en este momento sería suficiente para cualquiera, pero no para mí ni para ninguno de los subordinados en la mesa que presidiré a partir de mañana. Necesito averiguar qué se esconde tras esas cifras.

La familia Venturi es mucho más difícil de encontrar que los Oshiro. Sus fotos están completamente censuradas y encriptadas, y apenas he logrado obtener un vistazo del don de la VOAC. Bufo resignada, y cierro el computador. Esta guerra se ha extendido durante tantos años que ya perdí la cuenta. He pasado por dos familias y, en ambas, el odio por sus enemigos solo crece.

Familias.

Una me dio dolor y la otra, poder. La sangre de los Abramov corre por mis venas, pero la ideología de los Caruso impregna mi ser en su totalidad.

Ya no soy hija de Zinov Abramov; sino de Aurelio Caruso.

Soy la nueva jefa de la familia Caruso en España.

Soy la doña de la CAOV.

Las cosas cambiarán gracias a ello. Aunque a muchos les cueste aceptarlo, a partir de hoy comienza la era de Anastasia. Mi nombre será escuchado en cada rincón cuando comience a ejecutar mi plan.

No tendré compasión con los que me jodieron, no siento nada más que odio y deseo de venganza. El mundo entero arderá en los nueve círculos de mi infierno. Todos se quemarán en las manos de Anastasia Abramov.

5 Princesa

6 Es el asesor, quien se encarga de aconsejar al Don sobre todas sus acciones y movimientos.

7 Es el segundo en el comando después del Don.

CAPÍTULO 2

[Venturi]

Anastasia

La zona vip del restaurante de Luigi se siente más tensa que de costumbre, tal vez padre no escogió un buen lugar para la reunión y, a juzgar por la mirada del dueño del negocio, parpadeando entre los asociados de la CAOV, sé que tengo razón. Fue inteligente al cerrar el restaurante; la posibilidad de que esto acabe bien es de una en un millón.

—Anastasia —me llaman. Dejo de escanear el ambiente para girarme. El cabello castaño y los ojos azules saltones de Emilio Sartori me saludan. Sonrío al verlo: diez años después y aún no asimilo que siga con vida con sus formas de hacer acto de presencia—. ¿No obtengo un abrazo?

Me acerco, soltando un bufido, y dejo que me sostenga entre sus brazos. Fornido. Atractivo. Y muy jodido en todos los sentidos. Ese es Emilio Sartori.

—¿Hiciste tu tarea?

Me mira con un gesto extrañado. Arrogante es lo que es. Tras nuestra plática ayer me quedó claro que es la persona indicada para hacer esto, nadie es tan bueno como él inmiscuyéndose en la vida de las personas sin ser visto. Es justo lo que necesitamos para poder acércanos a nuestros enemigos.

—Contrariamente a las creencias del mundo, puedo hacer lo que se me pide —asegura. Su voz es dulce y cariñosa. Es uno de los pocos que no se ha visto consumido por el círculo en que crecimos.

—Miren a quien tenemos por aquí.

No tengo que girarme para saber que Giulio Sartori se aproxima; su voz es inconfundible. Él y Emilio son medios hermanos, pero, al contrario que su hermano menor, Giulio tiene el cabello negro de su madre, siendo el resultado del primer matrimonio de Dante Sartori con la hermana mayor de padre, Lucrecia. No obstante, ambos tienen los mismos lagos profundos en esos iris tan distintivos de los Caruso

—¿Cómo estás, sole8? —dice.

En vez de sostenerme en sus brazos, lleva sus labios a los míos en un movimiento rápido; tomándome con la guardia baja. Se aparta con una sonrisa aún más grande y lo único que hago es poner los ojos en blanco por su acto infantil.

—Estoy de maravilla. ¿Qué hay de ti? —Lo miro con interés; no nos hemos visto en semanas.

—¿Te gusta lo que ves? —cuestiona de manera socarrona, ignorando mi pregunta.

Entrecierro los ojos al tiempo que Emilio ríe a mi lado por la forma en que lo desafío.

—Pregunto lo mismo.

Lejos de alejarlo, mis palabras le hacen sonreír ampliamente. Busca la mirada de su hermano.

—Recuérdame, ¿por qué puedo ver y no tocar? —le pregunta.

Emilio bufa y posa su brazo sobre mis hombros, atrayéndome hacia sí como si fuésemos amigos en un bar hablando casualmente. El que nos vea así seguro que no piensa que ambos tenemos tanta sangre entre las manos que ya se nos hizo difícil quitarnos las manchas del alma.

—El tío Aurelio te cortaría en trozos pequeños si lo haces —le recuerda.

Giulio y yo nunca hemos pasado de ese límite, pese al coqueteo que siempre está presente entre ambos y de tantas miradas de provocación. Este ha sido nuestro pequeño juego del gato y el ratón durante los últimos años, desde que se dio cuenta de que tengo un par de tetas que admirar.

Al principio, fui la protegida de padre y luego pasé a ser la de muchos por aquí, especialmente la de Emilio y Giulio, hasta que aprendí lo necesario para defenderme. Desde entonces, saben que entre los tres nos cubrimos las espaldas, pero sin olvidar que cada uno tiene algo que demostrar. No hay sentimentalismos, solo una gran lealtad que se ha forjado en los últimos diez años.

—Anastasia, Emilio, Giulio.

Los tres adoptamos una postura seria, volteándonos ante el demandante tono de padre. Sus ojos buscan los míos en una advertencia, avisándome de que esté lista, y yo asiento en gesto de comprensión. El ritmo de nuestras pisadas hace eco en tanto nos aproximamos a la mesa. Detallo el largo mantel blanco que cubre la madera. Ese no es un buen color para hoy. Allí terminará la sangre de aquel que se atreva a ir en contra de los deseos de padre en esta fresca mañana.

—Siéntense —demanda Aurelio.

Obedecemos. Padre preside la mesa; conmigo junto a él. Frente a mí, los ojos verdes del padre de Emilio y Giulio, Dante Sartori, me acechan, por lo que le devuelvo la mirada con desafío. Nunca he sido santa de su devoción ya que considera que le he quitado el poder a sus hijos.

Dante es apuesto, del tipo rudo, aunque su maldita forma de ser rebaja sus cualidades a mis ojos. Aunque es el consigliere de padre, lo primero que haré será degradarlo. No confío en él y, por lo que todo el mundo sabe, el sentimiento es mutuo. Es y siempre será parte de la familia Caruso, pese a no llevar la sangre. Se ha ganado su lugar al estar casado con dos de las hermanas de padre, mucho más al tener hijos con ambas. Lucrecia murió cuando Giulio tenía dos años por una sobredosis; sin embargo, Alana, la madre de Emilio, aún le calienta la cama por las noches.

—¿A qué se debe esta improvisada reunión, don?

Dirijo la mirada a la mujer junto a Emilio: el cabello castaño le enmarca el rostro y sus calculadores ojos azules, casi grises, no se apartan de padre. Natalia Barsetti ocupó el puesto temporal de sottocapo cuando su padre, el hombre que me salvó, murió hace tres meses. Natalia es reservada, aunque también tiene mucha cola que pisarle y yo se la conozco. Sé que padre se refirió en parte a ella al decirme que tomara una buena decisión. No tratamos demasiado, no somos amigas, nos toleramos lo necesario; pero se queda.

—Hay dos cosas importantes que hablar, ambas nivel uno de urgencia —comienza. Todos asentimos, a la espera de que continúe—. He tomado la decisión de retirarme.

La primera reacción en la sala es la de Isabel De Luca, la veinteañera e hija menor de la familia De Luca que emite un chillido de sorpresa, incluso luce consternada. Ella y su hermano han estado reemplazando a su padre mientras él se recupera. Su cabello rubio, recogido en una coleta alta, deja que la expresión en sus ojos color celeste sea más notoria.

—No puedes hacer eso, Aurelio —Padre arquea una ceja ante el tono furioso de Dante—. No es lo ideal con la situación que estamos pasando —agrega, y tensa la mandíbula, conteniéndose.

—No le estoy pidiendo permiso a nadie. Tengo razones que no compartiré y eso todo lo que expresaré como justificación —No aparta la mirada de su cuñado—. La persona que tomó mi lugar ayer será de su conocimiento hoy.

Giulio me dirige una mirada confundida, sin saber a qué se refiere su tío. Todos lucen igual.

—¿Cómo es que no me consultaste esto? —insiste Dante, como el dolor en el culo que es.

—No estoy pidiendo permiso —reitera padre con los dientes apretados. Se levanta, enojado, y coloca las manos a cada lado de la mesa. Todos sabemos que es cuestión de un par de palabras más antes de que saque su arma y ponga una bala en la cabeza de Sartori—. Aún sigo siendo el jefe de la familia Caruso, así que no me jodas porque no me cuesta nada callarte la boca.

El hombre luce con ganas de replicar, pero mantiene el pico cerrado.

—La doña de la CAOV a partir de hoy es Anastasia —anuncia sin titubear, provocando jadeos sorpresivos.

—¡Esto es inaudito! —Ataca Dante tras ponerse de pie—. ¡Es una maldita ofensa a la familia, Aurelio! —Sus orbes verdes brillan con furia al apuntarme—. ¡Eres una oportunista! ¡Sobre mi cadáver serás la jefa de esta organización! —dice, y una risa seca sale de mi boca cuando deja de hablar. Eso lo enoja aún más—. ¡Sobre mi tumba, ¿me escuchaste?!

Presiona los botones correctos para calentarme la sangre. La ira me invade. Me levanto y desenfundo mi pistola para apuntarle directo a la frente. Giulio se tensa a mi lado. Me vale mierda.

—Estaré feliz de cumplirte lo del cadáver, Dante —confieso.

Tensa la mandíbula, pero no rebusca para sacar su arma. Sabe que al mínimo movimiento lo volveré sesos delante de sus hijos.

—Le juraste lealtad a la familia, a tu don y a todo lo que conlleva eso —le recuerdo con tanta calma que ni yo me la creo—. La traición y la deslealtad se pagan con la muerte.

—No te debo lealtad a ti, maldita zorra.

—Ahora sí —contraataco. Elevo una ceja antes de quitar el seguro, animándolo a continuar.

—Anastasia —La voz de Emilio es dura, llena de advertencia, pero detecto el nerviosismo. Sabe que no me tiembla la mano y que, si quiero matar al bastardo que tiene por padre, lo haré.

—Soy la doña de la CAOV, así que a menos de que me mates, tendrás que aceptarlo y respetarme. O bien puedes tomar tu decisión e irte, convirtiéndote en un fugitivo de la familia para que luego tus propios hijos te cacen y te maten.

De no saber las consecuencias que traería para mí, lo mataría yo misma. Pero no es así como debo iniciar mi posesión, no convirtiendo a mis capos en enemigos.

—No tienes lo necesario para gobernar esta familia —espeta con odio.

—No tengo un par de bolas ni una polla que me haga pensar de manera nublada querrás decir, machista de mierda —me adelanto antes de que abra la boca otra vez—. ¿Quién crees que es mejor para dirigir? ¿Uno de tus hijos?

Pueden ser muy buenos, pero nadie conoce esto como yo. Los secretos de padre son míos, de nadie más y, aunque quieran, nunca podrán liderar en un territorio a oscuras.

—Es su derecho.

—Emilio dejó que la mujer con la que se estaba acostando le disparara, y luego descubrimos que había sido enviada por los Oshiro para acabar con él —expongo. El susodicho se remueve, incómodo, con los ojos llameando de furia al recordar a la mujer que lo dejó en ridículo hace años—. Giulio mató a su mejor amigo y asesor, porque una mujer los estaba manipulando a los dos —Dejo el arma a un lado, inclinándome hacia el frente. Sus ojos van a mis senos—. Y tú, a pesar de querer sacarme los sesos, quieres meterme la polla hasta el fondo, maldito pervertido.

—¿En qué te basas para tomar esta decisión, tío? —Giulio interrumpe la réplica de su padre, tratando de evitar el enfrentamiento.

—Anastasia ha estado bajo mi tutela desde que llegó. Es de las mejores luchadoras que tiene la familia y ha sido la única, de todos los que estamos en esta mesa, que no ha cometido errores. Así, se ha ganado su lugar a punta de sudor, lágrimas y sangre —recalca, sentándose de nuevo—. La sangre de nuestros rivales corre por sus venas, pero ella los odia mucho más que nosotros —Mira a Dante, el cual se ha guardado el secreto de mi origen tanto como el resto en esta mesa, sabiendo que padre los cazaría si hablan sobre quién soy—. Juró lealtad a la familia Caruso y, hasta ahora, la ha respetado como ninguno. Es una estratega nata y nos ha dado los mejores triunfos; sabe cómo moverse y ninguno en esta mesa puede decir lo contrario. Y eso es solo el maldito comienzo.

Emilio asiente, ganándose la mirada gélida de su padre, y dice:

—La decisión está tomada; el tío Aurelio es el más sensato de todos en esta mesa —Se hace escuchar—. ¿Qué cambiará a partir de ahora, doña?

Veo la complicidad plasmada en los ojos del castaño, así que suspiro en señal de alivio. Pensé que se lo tomaría de forma diferente, aunque, teniendo en cuenta que todos creían que sería Giulio quien tomaría el lugar de padre, no me extraña el desinterés de Emilio.

—Voy a hablar y al que me interrumpa le corto la lengua —establezco, fijando la vista en Dante—. A partir de hoy, mi consigliere será Giulio —El mencionado me observa, confundido, mientras su padre me lanza dagas con los ojos por estar degradándolo de esta mesa—. Debe ser alguien de confianza y jamás le daría la oportunidad a nadie más —Miro a Emilio—. Te quiero como único capo —digo. Él abre la boca para hablar, pero la cierra al recordar mis palabras—. Barsetti —sigo, y ella me mira, asumiendo que la eliminaré del círculo también—. ¿Qué piensas de mi liderazgo como doña? Dime la verdad. Sabré si mientes, así que no tengas piedad.

—Es grato saber que el poder femenino llegó al trono de la CAOV —Sonríe genuinamente antes de mirar con recelo a Dante—. Cuente conmigo, doña.

—Te quedarás como sottocapo de manera permanente —Será mi mano derecha y Giulio la izquierda; mis únicos apoyos, al igual que Emilio—. Isabel, dile a tu padre que no es necesario que se presente más a partir de aquí, te quiero a ti en cada reunión junto a tu hermano —explico y asiente sin decir más—. Y, por último, pero no menos importante.

El viejo amigo de padre, Carlo Ferrari, me observa con la cabeza en alto; probablemente esperando a que le quite el puesto, como he hecho con Sartori.

—¿Quieres seguir siendo el presidente de esta junta?

—Tienes mi lealtad, bella Anastasia —Se pone de pie e inclina la cabeza.