Touchdown - María Arcia - E-Book

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María Arcia

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Beschreibung

No puedes comenzar una nueva partida sin haber dado por terminada la anterior Verónica Cross lleva años tratando de dejar su pasado atrás, por lo que decide mudarse de ciudad para empezar una nueva vida. Sin embargo, allí se reencuentra con Erick Hamilton, su antiguo amor, uno de los jugadores más importantes de los Boston Devils. Pero Erick no es solo su amor de preparatoria. Es el hombre que rompió su corazón y la dejó sin mirar atrás. Además… es el padre de su hijo. Todo se complica cuando ella es contratada como agente de relaciones públicas del equipo de fútbol americano, lo que hace la cercanía entre ambos inevitable. Viejas heridas se abren, secretos guardados por años salen a la luz y sentimientos que creían enterrados reaparecen. ¿Estarán dispuestos a perdonar y a enmendar sus errores? ¿O se dejarán llevar por el miedo, la furia y el dolor, perdiendo aquello que tanto les costó recuperar? Es la jugada final. A minutos de la última anotación, ¿será suficiente?

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TOUCHDOWN

© 2021 María José Arcia

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Abril 2023

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-22-9

Editor General: María Fernanda Medrano Prado.

Corrección de Estilo: Ana María Sanchez, Diego Santamaria

Corrección de planchas: Laura Puentes, Julián Herrera, Juliana Martínez Gieldeman.

Maqueta e ilustración de cubierta: Martín López @martinpaint

Diseño y maquetación: David Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2023

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

PREFACIO 9

CAPÍTULO 1 13

CAPÍTULO 2 20

CAPÍTULO 3 25

CAPÍTULO 4 35

CAPÍTULO 5 45

CAPÍTULO 6 55

CAPÍTULO 7 70

CAPÍTULO 8 81

CAPÍTULO 9 94

CAPÍTULO 10 101

CAPÍTULO 11 111

CAPÍTULO 12 118

CAPÍTULO 13 121

CAPÍTULO 14 132

CAPÍTULO 15 137

CAPÍTULO 16 140

CAPÍTULO 17 147

CAPÍTULO 18 156

CAPÍTULO 19 166

CAPÍTULO 20 174

CAPÍTULO 21 184

CAPÍTULO 22 192

CAPÍTULO 23 198

CAPÍTULO 24 202

CAPÍTULO 25 210

CAPÍTULO 26 221

CAPÍTULO 27 229

CAPÍTULO 28 237

CAPÍTULO 29 244

CAPÍTULO 30 249

CAPÍTULO 31 264

CAPÍTULO 32 270

CAPÍTULO 33 278

CAPÍTULO 34 285

CAPÍTULO 35 288

CAPÍTULO 36 294

CAPÍTULO 37 301

CAPÍTULO 38 306

CAPÍTULO 39 312

CAPÍTULO 40 326

CAPÍTULO 41 335

CAPÍTULO 42 345

CAPÍTULO 43 352

CAPÍTULO 44 358

CAPÍTULO 45 367

CAPÍTULO 46 376

CAPÍTULO 47 379

CAPÍTULO 48 384

CAPÍTULO 49 388

CAPÍTULO 50 396

CAPÍTULO 51 400

CAPÍTULO 52 411

CAPÍTULO 53 413

CAPÍTULO 54 419

CAPÍTULO 55 421

CAPÍTULO 56 427

CAPÍTULO 57 436

CAPÍTULO 58 447

CAPÍTULO 59 457

CAPÍTULO 60 461

CAPÍTULO 61 464

CAPÍTULO 62 471

CAPÍTULO 63 485

CAPÍTULO 64 497

CAPÍTULO 65 503

CAPÍTULO 66 504

CAPÍTULO 67 509

CAPÍTULO 68 518

CAPÍTULO 69 525

CAPÍTULO 70 531

CAPÍTULO 71 541

CAPÍTULO 72 546

CAPÍTULO 73 550

CAPÍTULO 74 554

CAPÍTULO 75 559

CAPÍTULO 76 563

EPÍLOGO 567

AGRADECIMIENTOS 571

PREFACIO

Hace varios años.

Erick

Me llevo las manos a la cabeza y lanzo una maldición entre dientes una vez el molesto sonido del silbato llega a mis oídos. Me levanto del suelo, doy una mirada de reojo al hombre enojado que me apunta con sus ojos amenazándome.

Sé lo que viene y, dadas las circunstancias, no es nada bueno para mí.

—¡Fuera, Hamilton! —Su grito retumba incluso más fuerte en mi cabeza que el jodido sonido del silbato—. ¡¿No me escuchaste?! —Ni siquiera me deja abrir la boca, de verdad se encuentra furioso—. ¡A la banca, ahora!

—Pero…

—¿Quieres que te suspenda, Erick?

Guardo silencio, no hay nada peor que lo que él está haciendo y si pongo resistencia –como siempre hago–, me ganaré una jodida suspensión que ahora no me conviene en lo absoluto. Esto es una advertencia, la segunda de la semana, y no habrá una tercera porque me está gritando frente a todo el equipo visitante.

Cómo odio a esos malditos imbéciles.

Brent y Tyler, mis mejores amigos, estallan a carcajadas al verme caminar en la dirección opuesta lejos del campo. Tenemos un juego importante en sesenta minutos y ahora no podré participar. Soy importante para el equipo pero al entrenador no le importa en lo absoluto, ya que mi amenaza al imbécil del equipo contrario cruzó la línea.

—¡Oh, vamos, Erick! —La mano de Anna me detiene al posarse sobre mi pecho. Por instinto me aparto, le lanzo una mirada enojada que desboca una sonrisa triunfal en su rostro tan perfecto que muchas veces me pregunto si es real—. Deberías ver el lado positivo —sugiere emocionada.

—No hay un lado positivo en que no me dejen jugar —refunfuño.

—Claro que lo hay —Vuelve a acercarse, decidida, con una sonrisa más amplia que me hace retroceder—. Tú y yo podríamos aprovechar el rato libre e ir a divertirnos. Tal vez incluso podríamos hablar de nosotros, cariño, de lo bien que nos veíamos juntos.

Echo la cabeza hacia atrás cuando quiere llegar a mí. Está loca si piensa que voy a regresar con ella. Tengo mis objetivos claros y ella dejó de estar en ellos cuando comenzó a joder con todo el equipo. Ahora solo quiero conservar mi pase a la Universidad de Boston y largarme de Salem.

—¿Captas lo que acabas de decir? —Asiente, cree que estoy por ceder—. ‘Veíamos’ —repito sus palabras—. Tiempo pasado, como del ‘ya no estamos’.

—Erick, pero…

—Pero nada —la corto a media oración—. Se acabó.

Cuando me enteré de que se besó con dos de los jugadores del equipo visitante, y que, además, estaba buscando la forma de captar la atención de mis jodidos amigos y compañeros, corté toda relación con ella. La dejé sin importarme la cantidad de mierda que lanzó en mi dirección. Nunca había sido el hazme reír de toda la preparatoria y ella no iba a ser el inicio de esa racha.

—Eres un idiota —se queja—. ¿Crees que los demás no quieren salir conmigo? ¡Soy la capitana de animadoras, imbécil!

—Y yo el jodido capitán del equipo de futbol americano —Me acerco a ella, y la veo pasar saliva—. Y no estoy para cumplir tus malditas expectativas de ser un cliché andante. Ni tampoco quiero —Finalizo la conversación dejándola de pie en borde del campo con el rostro indignado, enojada y con ganas de matarme mientras sus amigas tratan de disimular su risa ante la humillación que está pasando su líder.

Camino hasta el lugar dónde el entrenador me envió y saco mi celular. Mi padre no estaría feliz con una suspensión, a mamá le daría un infarto luego de gritarme, y no quiero más gritos en mi vida.

Trato de quedarme en mi lugar, acato una orden que no quiero, pero es mi curiosidad la que me obliga a ponerme de pie, segundos después de sentarme, cuando me percato de unos sollozos que suenan desde la parte de atrás de las gradas.

Quédate en tu lugar, Erick.

Tarde.

Me levanto consciente de que el entrenador no me pedirá regresar. Ignoro su orden y, sin importarme nada, camino hasta llegar al lugar donde los sonidos se hacen cada más fuertes y desolados. Hay una jovencita hecha un ovillo en una de las esquinas, se refugia entre sus brazos y las gradas.

La curiosidad pica en mi pecho cuando sus ojos marrones me observan al notar mis pasos que se acercan. No tengo que ser adivino para saber que no va a mi preparatoria, es menor que yo, tal vez unos dos o tres años. Tendrá unos quince cuando mucho y su uniforme rojo de porrista me confirma lo que su mochila me grita: es de la escuela de los bastardos con quiénes competiremos hoy.

—¿Estás bien? —La pregunta sale de mi boca sin acatar la orden de mi cerebro de alejarme.

Asiente, toma su mochila y la lleva hasta a su pecho en busca de apoyo. Río por el movimiento, pero su mirada asesina me detiene dándole rienda suelta a mi sorpresa por la determinación que sus ojos marrones profesan. Ella está dispuesta a patearme si me acerco.

—¿Por qué lloras? —No sé ni siquiera por qué demonios me importa, ni siquiera la conozco, pero no tengo nada mejor que hacer—. ¿No hablas?

—Dije que estoy bien —zanja enojada.

Tiene carácter.

—Las personas no lloran cuando están bien —Me mira con ganas de responder, es probable que sea para contradecirme. Una listilla, tal y como imaginé al ver su ceja elevarse—. No es de felicidad que lloras. A eso me refiero.

—No debería estar hablando contigo —dice casi para sí misma, se pone de pie en tanto sus manos se aferran a la mochila en su pecho—. Eres un desconocido y un entrometido.

—No estamos hablando —No dice nada, pero es que no tiene que hacerlo, esos enormes ojos marrones me gritan lo mucho que quieren arrancarme la lengua con pinzas por metiche—. Tú estás actuando a la defensiva y yo estoy siendo amable. Hay una diferencia.

Sus ojos me escanean, deteniéndose en mi uniforme. Retrocede un poco.

—Eres un idiota.

—Y tú, una grosera —respondo de vuelta. Sonrío al verla sonrojarse, enojada. Es tierno de alguna forma. ¿Por qué me pongo a la par de esta niña?

—Jódete —La carcajada que sale de mi boca la hace enojar aún más—. ¿Qué te causa gracia?

—Eres valiente para tu edad.

Cierra sus manos en puños, pequeños puños que me hacen ver que su mano es demasiado pequeña en comparación con la mía.

—Me voy —sentencia—. Puedes ir a arruinarle el día a cualquier otro.

La detengo con mi mano al momento en que intenta pasarme. La suelto de golpe, queriendo disculparme por tocarla, pero no hace más que mirarme de mala gana, lo que solo aumenta mis ganas de hablar para enojarla más.

—¿Te lo arruiné? —pregunto sarcástico—. Deberías darme las gracias, dejaste de llorar, grosera.

—Sí, y ahora estoy furiosa. Qué particular manera de cambiar el ánimo de las personas a uno peor.

Abro la boca, indignado. ¿Y esta que se cree?

—Se dice «gracias».

—¿Por qué debería dártelas? —Eleva sus hombros, apenas si me llega a la mitad del pecho sin tener que ponerse de puntas—. No has hecho más que molestarme.

—Molestarte —repito, siendo yo el molesto ahora.

—Sí, molestarme.

—Eres una grosera.

—Ya lo dijiste.

—Pues te lo vuelvo a decir —Respiro hondo—. Deberías inscribirte en unas clases de amabilidad.

—Y tú, de respeto para que aprendas a respetar el espacio de los demás y no te metas donde no te han llamado.

Abro la boca para responder, pero me da la espalda. Jodida grosera. No intento volver a entablar conversación alguna con ella, solo me giro, queriendo dejarla atrás. No llego muy lejos cuando escucho su voz, pero más calmada, en un susurro que apenas alcanzo a divisar.

—Hamilton —La escucho decir y estoy seguro de que sus ojos están en el nombre de mi camisa—. ¡Qué patán!

No me giro a responderle, pero por alguna razón tengo una estúpida sonrisa en la cara.

¿Molestar jovencitas te divierte, Hamilton?

Estoy jodido.

Y en la maldita banca.

CAPÍTULO 1

Verónica

Los cambios son necesarios, mucho más cuando tienes cargas encima que en algún punto se tornaron más pesadas que antes. Los pensamientos constantes sobre lo que será, los recuerdos de aquellos momentos que tanto impacto causaron y el dolor que solo se incrementa en vez de desvanecerse.

O al menos, eso me pasó a mí.

—La casa no es tan grande como la que teníamos en Salem, pero tu padre fue un tacaño que no quiso pagarme lo justo por mi parte de la propiedad —se queja mi madre en algún lugar tras la gran caja sobre el mesón de la cocina. A ella le gusta mucho echarle la culpa a mi padre, su exesposo, de sus desgracias—. ¿Ya miraste el resto de las habitaciones?

Hago una mueca, no quiero pensar mucho en el hecho de que ahora nos encontramos en Boston luego de una larga vida en Salem. El cambio fue necesario y al principio estaba feliz con la idea de mudarnos, comenzar de cero en otro lugar, pero dejar a papá fue difícil porque, a pesar de mis veinticuatro años, siempre requiero un consejo suyo y extrañaré demasiado nuestra rutina de las mañanas antes del trabajo.

Desde que ellos se divorciaron oficialmente, hace un par de meses, fue difícil mantenernos cuerdos en casa. Nunca discutían, pero esas miradas que se dedicaban lo decían todo.

—Es lo suficientemente grande para nosotros —respondo, ocultando la sonrisa que amenaza con aparecer ante su mueca de disgusto por mi replica—. Hasta tienes un buen jardín que cuidar cada que quieras.

Sus ojos se iluminan como la estrella de un árbol de navidad.

—Sí, cuando Sam me la mostró fue lo primero que vi —Oculta la sonrisa—. ¿Quieres algo de cenar?

—No, lo mejor será pedir algo para comer —hablo y me siento en uno de los taburetes que vinieron con la casa. Agradecí eso al llegar. No quería tener que comprar muebles, era suficiente para mí lo de la mudanza—. Es frustrante que llegamos hace varios días y seguimos desempacando.

—¿Qué hay del trabajo? ¿No hay noticias?

—Dijeron que llamarían en estos días, no te alarmes, es algo seguro.

A pesar de mi intento por calmarla, no me presta atención. Anne Martin es de las personas más tercas que he conocido en mi vida, y no lo digo porque es mi madre, sino porque lo es. Cuando se le mete un tema en la cabeza, no hay poder humano que lo saque de allí. Es algo divertido a veces, pero frustrante otras tantas.

Con su cabello recogido en un moño en la cima de su cabeza, me ignora. Se dedica a sacar los utensilios de cocina que faltan de la casa y luego me da la espalda para organizarlos. Hay tantos de esos que no sé en qué momento los utilizará.

Ella solo sabe hacer galletas además de la comida tradicional. No entiendo por qué cada que va a uno de esos gigantes almacenes de cadena, se llena las manos de herramientas de repostería y esas cosas si realmente nunca las usa.

—Tengo ganas de comida china —sentencia. No es una sugerencia. Sus palabras salen envueltas de un: «Verónica, pide comida china. Es lo único que cenaré»—. Y haré galletas.

—Mis pantalones ya no me entran por la cantidad de galletas que he comido este mes, mamá.

—Eso no es mi culpa. No las hago para ti —Me apunta con una cuchara de madera que saca de la caja—. Tú te las comes por atrevida.

—Eres mi madre.

—Dejaste de ser prioridad para mí cuando mi niño llegó a mi vida —bromea.

Ruedo los ojos, pero sonrío. Sé que ella ama a mi hijo, casi tanto como yo.

—¿Has pensado en lo que harás mientras yo voy al trabajo? —inquiero, suspirando cuando me tiende un par de tarjetas para que las organice. Son los dibujos que guardó con mucho cuidado en sobres para pegarlos en las paredes de la cocina al igual que en nuestra antigua casa—. ¿Los volverás a pegar?

—Quiero que se sientan como en casa.

Una sonrisa nostálgica y triste tira de sus labios.

—Tú quieres sentirte como en casa —contraataco—. ¿De verdad no piensas regresar nunca a Salem?

—Empaqué mi vida para no regresar, no tengo nada que me ate a ese lugar.

A pesar de que intenta lucir confiada, su voz cae. Realmente aún no comprendo el motivo por el cual ella y papá decidieron separarse. Eran mi sueño. El amor que se profesaron en los últimos años era de admirar. Mi padre nunca dejó que la llama de su amor por mamá se apagara, era de los que, al salir de la estación, pasaba por un puesto y compraba los mejores girasoles porque sabía que a ella le encantaban.

Y mi madre era de las que cocinaba su comida favorita en cada oportunidad que tenía, aun sin ser una fecha especial para ellos. Se amaban y, de la noche a la mañana, solo dejaron de mirarse a los ojos, de hablar sobre sus días en la mesa, y se alejaron a pesar de que se mantuvieron durmiendo en la misma habitación hasta que nos mudamos.

—¿Aún no me dirás…?

—No me preguntes algo que no estoy dispuesta a responder, Verónica —me interrumpe, premeditando la pregunta que cada que tenía oportunidad le lanzaba.

Claro que quiero saber los motivos tras la separación de mis padres, pero ninguno de los dos está dispuesto a decirme nada. Comprendí tiempo después de mucha insistencia que cuando estén listos, me lo dirán. Ya llegaría el momento de hablar de ello.

Cuando no doliera tanto.

—¿Ya sabes cual será tu nuevo puesto de trabajo? ¿Qué harás? —cambia el tema—. Sam no me dijo mucho cuando hablamos.

—Trabaja mucho y habla muy poco —digo recordando a la rubia que me ayudó a trasladar mi vida desde Salem en menos de un mes—. Me dijo que trabajaré directamente con el estadio, pero que no tendría que ir allí. Tal vez solo brinde asesorías o termine como esas secretarias que recorren la ciudad para complacer a sus jefes —Trato de aliviar sus preocupaciones, pero el ceño que se profundiza en su rostro, la delata.

—¿Estás segura de que no estarás cerca de ese lugar?

—A pesar de que Sam trabaja allí, hizo todo lo posible para que no tuviera que acercarme al estadio.

—Eso no es seguridad de nada.

—Mamá, soy la nueva, dudo mucho que me den el pase VIP a las instalaciones del equipo de fútbol americano más importante de la ciudad. Seguro seré la asistente de alguien y no ejerceré mi carrera como por cinco años más.

Intento sonar calmada, pero no lo estoy. Estudié relaciones públicas porque tuve que hacerlo, y luego le fui tomando cariño a lo que rodeaba mi carrera. Debido a que en el pequeño pueblo donde vivía fue prácticamente nula la posibilidad de ejercerla, decidí agarrar mis cosas y partir directo a Boston.

Aquí sí tengo la posibilidad de hacerme un nombre y ejercer lo que estudié. Aunque amo a los niños de la escuela donde trabajaba en la parte administrativa gracias a mi madre, no me veía allí el resto de mi vida.

Sé lo que inquieta a mi madre. No es un algo, es un alguien. Fuerte, enojado con el mundo, de ojos tan azules como el cielo y que me odia tanto como algún día me amó.

Erick Hamilton escaló su camino a la cima a lo grande. Cuando busco su nombre en Google, aparecen miles de entradas sobre el famoso jugador de veintisiete años que un día me dejó, rompiendo mi corazón en cientos de pedazos. Pasaron tantas cosas luego de eso.

Y yo aún no lo olvido del todo. Nunca lo haré probablemente.

Mi madre tiene razones para estar asustada, yo también lo estoy, pero me mantengo en pie. Estoy esperanzada en que mi trabajo no involucre un contacto directo con el estadio, así no tendré que temer la posibilidad de, algún día, encontrármelo.

Sería demasiado cliché si pasara.

—En unos meses comenzará la temporada de juego —anota mi madre—. Escuché en las noticias que Boston se prepara para apoyar al equipo.

—Eso es bueno, sé que le irá muy bien.

Siempre ha sido así.

—Me encontré con su madre antes de mudarnos —A pesar de que quiero permanecer con la cabeza gacha, no lo consigo. Sé que me habla de la madre de Erick. Mi cabeza se levanta en alto, atenta a la información que me soltará—. Carla me preguntó por ti.

—No he sabido nada de los Hamilton en años.

—Contamos con suerte de que, a pesar de que Salem no es tan grande, nunca te los topaste.

—Nos mudamos al otro lado de la ciudad cuando todo pasó —recuerdo nostálgica—. Fue lo mejor.

Yo quiero creer que fue lo mejor.

—Terminaré de desempacar esto, ¿podrías pedir la comida?

Asiento en lugar de hablar. A veces las palabras sobran entre nosotras. Ni yo quiero decir mucho ni ella preguntar. Es más fácil así.

Las fotos aún siguen en las cajas en la sala. El sofá es cómodo y ocupa gran parte del lugar, a mi madre le encantó y no pensó en lo pequeño que es nuestra casa hasta que casi nos toca devolver el sofá que compramos. Fue lo único que tuvimos que comprar y casi nos toca regresarlo.

El teléfono que tomo de la encimera antes de salir de la cocina vibra en mi mano y refleja un mensaje de mi mejor amiga en la pantalla.

[07:00 P. M]: Sam.

V, ya me confirmaron que te llaman en unos días para el trabajo. Por favor mantén el teléfono con sonido porque te conozco y el modo vibrador te lo meteré por donde no te da el sol si no contestas esa llamada. Te amo.

Ignoro su reprimenda y sonrío. Si no la conociera tanto, la mandaría a la mierda, pero la adoro. Envío una carita feliz porque sé cuánto la odia; su respuesta no tarda en llegar. Casi la imagino levantando ese dedo medio ella misma en lugar de ser ese emoji en la pantalla.

Tengo un par de días sin verla, pero antes de mi llegada a Boston pasé meses sin un abrazo de los brazos de Samantha Daniels. Ella inició su vida en Boston cuando la oferta de trabajo llegó tras terminar la universidad e intentó conseguir un puesto para mí, pero lo rechacé. El miedo siempre fue más grande que mis ganas de superarme.

Hasta ahora.

Pido la comida con una sonrisa en el rostro, más que todo porque, a pesar de que pedí comida china, estoy segura de que mamá no está feliz con mi elección de plato principal.

Miro el reloj al tiempo que recuerdo que ya casi es la hora de dormir para mi padre, intento llamarlo, pero me manda directo al buzón. Anoche tampoco me respondió, solo envió un mensaje en la mañana antes de irse a la estación, diciéndome que hablaríamos después.

No sé cómo está manejando nuestra partida, pero sé que no será fácil para él. Pasar de encontrar una casa llena de gritos al regresar del trabajo a una casa vacía, no es agradable para nadie.

—Tengo que conseguir un auto —digo al llegar a la cocina de nuevo—. Pero lo haré luego de saber lo que me espera en el trabajo nuevo.

—¿Ya sacarás tus ahorros del banco? —Ella ni siquiera se gira, solo sigue pegando los dibujos no solo a la pared, sino a la nevera—. Puedo darte los míos si los necesitas, cariño.

—No será necesario —tiento el ambiente—. Papá me dijo que él me daría lo que me faltaba.

—¿Qué tu padre hizo qué?

Se voltea abruptamente con la pistola de silicona en una mano. La sostiene con tanta firmeza que, en algún punto, creo que comenzarán a salir pedacitos de silicona de ella. Si no le quito ese dibujo que tiene en la otra, ella lo terminará arrugando también.

—Mamá…

—No, Verónica, yo te daré lo que falta —se queja y me hace reír—. No te rías.

—Mamá, es que no entiendo. Deja de pelear con alguien imaginario, ya papá no está.

—Sé que no está, pero ese no es el punto —anota decidida a establecer su opinión—. No voy a transportarme en un vehículo que Henry Cross pagó.

—¿Entonces pretendes que le diga que no?

—Puedes decirle que sí, pero en ese caso, tu madre caminará al supermercado.

—Eres demasiado dramática —susurro, pero claramente me escuchó.

—Soy tu madre. Respétame, Verónica —Se cruza de brazos y suelta un auténtico quejido de dolor cuando toca la punta caliente del aparato en su mano—. ¡Maldito, Henry! Incluso a la distancia sigue causándome dolores de cabeza.

—Mamá, mi padre no es el culpable de nada —Contengo una sonrisa—. Al hombre deben zumbarle los oídos a cada rato debido a todas las veces que lo mencionas al día.

—Yo no menciono a ese hombre.

Sin poder contenerlo, estallo. Una sonora carcajada sale de mis labios como una maldita bomba que provoca la incontenible furia de mi madre en mi dirección.

—Lo único bueno que hizo en su vida fuiste tú —sisea por lo bajo. Dejo de reír.

—¡Mamá!

—¡Silencio, Verónica! Estoy enojada, no quiero escuchar las infinitas cualidades de tu padre ahora —se queja, deja la pistola de silicona con cuidado sobre la encimera junto a la caja.

—¿Infinitas cualidades? —Levanto las cejas con gracia a lo que ella termina lanzándome uno de los pañuelos que logra alcanzar. Lo esquivo—. Henry Cross estará feliz de saber que tú admitiste que tiene muchas cualidades, mamá.

—Verónica, suficiente —me reprende, pero claro que noto la manera en que sus ojos brillan llenos de nostalgia y temor.

Solo por eso permanezco en silencio, dedicándome a sonreírle de vez en cuando.

Todavía le duele. Tanto como a mí.

CAPÍTULO 2

Verónica

Ser mamá a los dieciocho años, me hizo darme cuenta de muchas cosas, entre ellas que ya no podría dormir cuando yo quisiera porque mis horarios, en principio, se debían acomodar a mi hijo y, cuando creciera, yo sería la responsable de que él cumpliera los suyos como sucedía cada mañana que batallaba con el pequeño de cinco años que nada más escuchaba mis pasos acercarse a las cinco, se cubría con tanta fuerza que sus nudillos se tornaban blancos, haciéndome saber que solo fingía estar dormido para no ir a la escuela y dormir cinco minutos más.

—Jake, ya te vi, cariño —Abro sus cortinas sin ocultar mi sonrisa—. La abuela está preparando tu desayuno.

El silencio es impresionante teniendo en cuenta que está despierto. Siempre despierta antes que yo, pero ni siquiera así se levanta bajo la esperanza de que yo ceda y le diga que no irá a la escuela.

—¿No le darás los buenos días a mamá, cielo? —Me acerco y me siento en la cama, justo en el estrecho espacio que deja para mí a un costado de su derecha—. Te estoy hablando, cielo.

—Estoy dormido —susurra soñoliento—. No puedo ir si estoy dormido.

—Yo te escucho muy despierto —anoto burlona, tirando un poco de las sábanas de Spiderman hacia abajo, de tal forma que lo descubro un poco al tiempo que aprieta sus ojos con fuerza para no mirarme—. ¿Quieres cereal de desayuno o los huevos revueltos que está preparando tu abuela?

—Quiero dormir otro ratito —suplica y se aferra las sábanas que quedan bajo su barbilla—. Por favor, mami.

Hace un puchero sin abrir los ojos. Ese niño sabe perfectamente qué técnicas usar conmigo para que ceda, y aunque la mayoría de las veces lo hago, no será el caso esta vez.

—Ni un ratito ni medio minuto —sentencio y me gano una mirada de sus hermosos y expresivos lagos azules que me hacen sentir mariposas en el estómago al saber que mi niño está creciendo cada vez más—. Sabes que te amo, ¿verdad?

Asiente y recibe el beso que deposito en su frente haciendo que se incorpore en su lugar con las manos sobre el colchón para luego lanzarse emocionado a mis brazos mientras dejo que mis besos ocupen su rostro mientras ríe.

—¿Entonces no iré a la escuela? —Sus ojos de cachorro me recuerdan tanto la cantidad de veces que cedí en el pasado por unos similares que solo esbozo una nostálgica sonrisa mientras no dejo de mirarlo—. ¿Sí?

—No.

Se lanza a la cama tan dramático como su abuela y suelta un bufido que resulta muy tierno, ya que no puedo tomarlo tan en serio vestido de Spiderman, así que me quedo embelesada al tiempo que lo miro.

—Pero es mi primer día, no tengo que ir si es mi primer día.

—Tienes que ir porque harás nuevos amigos, te vas a divertir y además…

—¡Eso no es verdad! ¡Nadie se divierte en su primer día de escuela, mamá! —se queja cruzándose de brazos—. ¿Tú te divertías?

—Sí —miento y me gano una mirada fulminante de mi hijo, que me remata con unos labios apretados mientras me mira con desconfianza—. Al baño, mi pequeño hombre araña.

—Soy el niño araña —cambia el tema—. Quiero disfrazarme de Spiderman este año.

—¿Otra vez? —pregunto en lugar de recordarle que aún faltan varios meses para llegar a Halloween. Mayo está por iniciar y estoy segura de que pronto querrá buscar su disfraz para usarlo cada día hasta que pueda salir a pedir dulces a finales de octubre —. El año pasado también lo hiciste.

—El hombre araña nunca pasa de moda.

Con una sonora risita que me llena el corazón de felicidad, me encorvo un poco al levantarme y darle la espalda mientras siento el peso de su cuerpo cuando salta en mi espalda, aferrándose a mi cuello con sus brazos, en tanto que sostengo sus piernas para que no caiga mientras lo llevo al baño para darle una ducha.

A diferencia de tener que levantarse temprano, Jake no da problema alguno en bañarse a primera hora del día así el agua esté helada. Solo ríe y deja que enjabone su cuerpo mientras le indico que asuma el control ya que, dentro de poco, tendrá que comenzar a bañarse solo.

Es un niño autosuficiente, le gusta hacer las cosas por su cuenta, pero no me gusta dejarlo solo en el baño puesto que, la última vez que lo hice, lo llenó de jabón y champú y comenzó a deslizarse por el piso. Solo me marché dos minutos.

—Me gusta más este que el otro —comenta viendo el uniforme que no le queda extragrande como la última vez que se lo midió—. ¿Me llevarás a la escuela, mami?

—Claro que sí —Beso sus mejillas riendo—. Ve con la abuela y desayuna que yo iré a darme un baño.

—Sí, señora.

Salta de la cama y corre escaleras abajo, pese al grito que lanzo para que no lo haga. Él solo suelta una carcajada que llega indudablemente a mis oídos y me grita desde abajo «¡Estoy bien!» para que no me preocupe como siempre le advierto que pasará.

Mi madre suelta un par de lágrimas cuando el taxi llega. Luego de llevar a Jake a la escuela, pasaré por el concesionario en busca de algo que se ajuste a mi presupuesto. No quiero a Jake transportándose en taxi ni a mi madre, pero dejaré que la ruta de la escuela pase por él ya que de seguro así lo querrá luego de un par de días yendo a clases.

—¡Me portaré bien, abu! —La abraza con fuerza y reprime las ganas de reír—. Y mi mami irá por mí e iremos por helado de pasas al salir de la escuela.

Mi madre me mira de reojo sabiendo que yo no probaré ese helado ya que lo odio, pero ¡oh sorpresa!, a mi hijo le encanta, es un recuerdo constante de que tengo un peso encima que me hace culparme todos los días por lo que estoy haciendo al no gritar a los cuatro vientos una verdad que podría cambiarle la vida a él, y a todos.

Jake –como siempre– se lanza a avasallar de preguntas al conductor, el cual resulta ser un amable señor de mediana edad que ve la emoción de mi hijo ante la imponente ciudad que recorremos para llegar a la escuela. No queda muy lejos, pero entre el tráfico y los semáforos, tendría que optar por la ruta si quería presionar a Jake para llegar temprano y que se despertara.

Para mi sorpresa, no pone resistencia al llegar, no luce temeroso ante la imponente escuela –que es demasiado grande, mucho más de lo que era la suya en Salem–. Con su mochila de Spiderman, su lonchera a juego y una sonrisa enorme en el rostro, saluda a su maestra. Ella me da las indicaciones para recogerlo a la salida, antes de enfilarlo con varios niños, y se queda allí en la puerta, seguramente espera a los demás para entrar.

El lugar tiene buena seguridad, y una vez veo que la maestra los guía dentro de las instalaciones –con ayuda de varias chicas que les muestran la escuela– me alejo, debo hacer los mil recados que no podré realizar una vez comience a trabajar.

Encontrar un auto es demasiado difícil, sobre todo porque le prometí a papá que antes de comprarlo, le diría para que él supervisara la compra que probablemente haré el mes que viene cuando organice mis gastos y así poder distribuirlos.

Mi teléfono suena justo cuando estoy abriendo la puerta de la casa. Mi madre no está, seguro aprovechó el momento para llenarse de comida en el supermercado y, por ello, no me detuve en alguno cercano para no sobrellenar el refrigerador como siempre sucedía.

—¿Cómo fue el primer día de mi pequeño Jake? —la voz emocionada de Sam, mi mejor amiga, sin siquiera decirme «hola» me hace reír—. ¡Verónica!

—¿No deberías estar trabajando, Samantha Daniels? —pregunto al mismo tiempo que ignoro, a propósito, su cuestionario porque sé que eso la enojará—. No se hacen llamadas personales en horario de oficina.

—Eres un dolor en el trasero, pero mi trasero es tan fuerte que soporta ese dolor que provocas —bromea en tanto dejo sobre la mesa un par de cosas de la escuela que compré para Jake—. ¿Cómo estás, mi hermoso dolor en el trasero?

Suelta una risita ante su falta de cariño.

—Acoplándome a la nueva vida, pero eso ya lo sabes.

—Seguro piensas en cosas que no deberías —me recrimina.

—Es inevitable.

—Lo sé —suspira frustrada—, la verdad es que además de preguntar cómo fue la escuela de Jake, también llamo para preguntar si ya recibiste la llamada del trabajo, no me han informado de tu ingreso y tienes que pasar por mis manos para ingresar.

Río, sé que habla enserio. Es una de las agentes de recursos humanos del estadio más importante de Boston, lleva años trabajando y estoy segura de que luego de la cantidad de reconocimientos que tiene encima, seguro obtendrá un ascenso pronto. Sam se mata trabajando para que así fuera, tiene sus objetivos muy claros como para dejarlo pasar.

—No me han llamado —respondo escuchando su bufido—. Pero ya lo harán, Sam, no…

—Llamaré mañana y le daré a Isak una patada en las nalgas porque prometió llamar pronto.

—Samantha…

—Las cosas aquí son así, cariño, acostúmbrate porque si no te achispas un poco, el trabajo te va a consumir.

No tiene que decírmelo, lo sé. Mi carrera requiere que esté un paso por delante del mundo, solo que, en estas cuestiones, prefiero no ejercer tanta presión como ella quiere que haga.

O tal vez es mi miedo hablando.

—Quiero que me llames cuando Jake llegue —cambia el tema—. Debe extrañar a su tía favorita.

—Eres la única que tiene.

—Y por eso y más soy su favorita —anota burlona antes de colgar. Me deja con el corazón agitado aún si no tiene idea de que con su llamada puso mi cabeza a ir a mil por segundo.

CAPÍTULO 3

Verónica

La mudanza me está afectando mucho más de lo que algún día me atreveré a admitirle a mi muy preocupada madre. No quiero agregar más estrés a su ya complicada vida, pero la verdad es que solo espero el momento en que pueda hablar con Samantha de frente para soltarlo todo.

Tengo una rutina cada noche. Una que no incluye destapar heridas del pasado. Solo quiero comenzar de cero, por eso decidí trasladar mi vida a Boston, pero justo ahora el miedo me está consumiendo.

¿Y si me topo con él?

Me estoy metiendo en la boca del lobo y lo sé. Me aferro a un negativismo que opaca cualquier posibilidad de calma, pero me es inevitable. Repaso la fotografía en mi teléfono como todas las noches cuando la nostalgia me embarga. Su sonrisa me recibe y me provoca una punzada en el pecho por ser tan masoquista al estar aquí rememorando cosas que no tienen cabida en mi vida.

El miedo y el dolor seguido de culpa es una maldita perra.

Recuerdo esos momentos más de lo que debería. Erick Hamilton causó un terremoto en mi vida del cual recuperarme fue casi imposible. Estar en la misma ciudad que él me está afectando mucho, así nunca me encuentre con él.

Observo con detenimiento la foto. Sus brazos me rodeaban protectoramente mientras sonreíamos directo a Sam detrás de la cámara. Nos veíamos tan felices que nadie imaginaría que ese hombre terminaría por marcharse en cuestión de meses.

«Somos tú y yo en esta vida y en la siguiente». Susurró en mi oído y me provocó la más tonta y grande sonrisa en el rostro. Luego, meses después, ya no éramos él y yo. Solo yo, completamente perdida sin saber qué hacer.

Recuerdo como si hubiese sido ayer el ultimo día que lo vi, éramos felices a través de una pantalla, nos veíamos por medio de videollamadas porque él estaba en la universidad en Boston y yo en Salem. Esperaba el momento para abrazarlo cuando todo pasó. Con una llamada a medias me dijo que no quería saber más de mí con la voz cargada de resentimiento. Comprendí tiempo después, cuando fui la chica señalada por todos, el motivo por el cual se marchó sin siquiera darme la oportunidad de explicarme.

Nunca pude decirle lo que pasó esa noche que llegó de sorpresa a Salem sin decirme y todo nos estalló en la cara. De hecho, lo siguiente que supe fue que estaba tomando el primer autobús hacia Boston al tiempo que se alejaba de mí y de toda su familia de forma permanente. No recibí una llamada suya luego de eso, en resumen se olvidó de mi existencia, pero para mí era imposible olvidarle, no solo por el hecho de que fue el único hombre en mi vida, sino porque el constante recuerdo que dejó en mí me impedía hacerlo.

Durante años la realidad fue demasiado dura para incluso pensar en continuar, años de amistad y de algo más que eso, fueron a lo que estaba acostumbrada. Tenía amigos, una familia, el novio perfecto y una beca para estudiar en la universidad de mis sueños, y en un parpadeo gran parte de eso se fue desvaneciendo frente a mis ojos. Todos partieron y yo me quedé sola con un vacío demasiado grande. Agradecía que mis padres no me abandonaran cuando todo pasó, los tuve a ellos y a Sam. Temía tanto que el pasado me siguiera persiguiendo y que en algún punto llegara a Jake, que inicié mis sesiones con una terapeuta en otra ciudad. Eso y el apoyo de mi familia fueron suficiente para impulsarme a continuar.

Fue duro de sobrellevar. La mayoría de mis amigos se marcharon en cuanto la preparatoria acabó, mi novio perfecto me abandonó antes de que incluso mi graduación llegara y la idea de ir a la universidad en un futuro cercano se convirtió en algo imposible en ese momento. No me arrepentía de ninguna de las decisiones que tomé a partir de allí, pero aún dolía.

—¿Soñando despierta de nuevo? —La voz de mi madre hace eco desde el otro lado de la cocina de mi nuevo hogar. A pesar de sus casi cincuenta años, aún tiene el carisma de una jovencita y la amo por ello, esa sonrisa trajo la mía de vuelta en tiempos de tristeza—. Sé que tienes miedo, cariño, pero es una ciudad grande, es imposible que encuentres algo que pueda perturbar tu nueva vida.

Asiento. Sus palabras de consuelo y calma esta vez no producen el efecto que normalmente generan. Por alguna razón no estoy del todo convencida. La paranoia es un claro ejemplo de que soy su hija, y ella lo sabe.

Luego de nuestra conversación hace unos días se calmó un poco. También la escuché hablar con Sam sobre los contras de ese trabajo que me consiguió. Algo debió decirle mi mejor amiga porque ella parece más aliviada. Al parecer está comenzando a creer que nada saldrá mal.

¿Qué nunca había visto una película? Todo puede salir malditamente mal.

Samantha, mi mejor amiga desde el jardín de niños, trabaja en una agencia de empleos, además de ser agente de recursos humanos del estadio, de ahí que logre conseguir el trabajo tan rápido y sin tanto papeleo. El título de agente de relaciones públicas no funciona mucho si no estás en una ciudad con personas a las que asesorar.

Boston no fue la primera opción, pero sí la más cómoda. Tendría un empleo fijo y el resto de mi familia podría comenzar de cero como yo. Pero, tal vez, no todo sería color de rosas como me lo estoy pintando, la probabilidad de que me tope con la sombra más grande de mi pasado solo aumentó desde el momento en que me subí a ese auto rumbo a esta ciudad.

Espero que sea tan imposible como mi madre lo cree.

Erick hizo su camino directo a la cima desde que se fue hace años. La idea de ser reclutado estuvo sobre la mesa incluso cuando éramos novios, y lo que pasó solo lo llevó a aceptar de manera definitiva la propuesta de los Boston Devils. Estuve, como una tonta, enamorada y desilusionada pendiente de su progreso a través de las revistas y el internet. Mi corazón se rompía cada que lo hacía. No quedaba sombra del chico que me conquistó hace años. Mis padres me prohibieron torturarme de esa forma cuando él comenzó a triunfar y, como la estúpida enamorada que era en ese entonces, veía las revistas en el supermercado a escondidas.

—¿Has sabido algo de papá? —Mi madre me mira con ganas de matarme ante la mención de su ahora exmarido. Sus ojos ámbar se encuentran con los míos mientras enarca una ceja en mi dirección frustrada por mi pregunta—. Mamá, es mi padre a pesar de todo, el hecho de que las cosas hayan acabado mal entre ustedes no quiere decir que eso tenga que afectar nuestra relación, sabes que los amo a ambos.

Eso provoca una ligera sonrisa en su rostro. En el fondo sé que aún lo ama, por ello estuvo de acuerdo en irnos en primer lugar. Poner distancia es su manera de salir adelante, al igual que fue la de Erick.

—No me refiero a eso, Verónica, solo que es una pregunta algo estúpida teniendo en cuenta que no tengo ningún tipo de relación con él —Pasa sus manos, nerviosa, por su delantal.

—Lo pregunto porque no ha respondido mis llamadas. Estoy preocupada por él.

—¿Ya probaste con tu tío Ben? —cuestiona, sin querer lucir muy interesada mientras saca las cosas para preparar la cena—. Mira que siempre andan juntos.

Quiero hablar, pero me ignora y se dedica a cortar un par de verduras en una tabla de picar.

—Va a preguntarme a mí sobre ese hombre —sisea entre dientes—. ¡Qué voy a saber yo de él!

La verdad tiene razón, aunque sigo dudando de que cortaran todo tipo de comunicación.

—Y te pregunto porque estoy preocupada, nada más. Tal vez hablaste con una de tus amigas y sabes algo —bromeo un poco. Sé que tiene razón y lo más seguro es que esté enojada por lo que prefiero mantener mi boca cerrada, a fin de cuentas mi madre puede llegar a ser un dolor en el trasero cuando se lo propone. La mujer no acepta que en ocasiones ella no tiene la última palabra, algo que, gracias a Dios, según mi padre, yo no heredé de ella.

—Voy a ver si Jake necesita algo.

Toma el pañuelo que había puesto sobre el sofá y sin más desaparece de mi vista, me deja con una carcajada atorada en la boca, que si escuchaba sería mi fin. Amo a esa mujer, pero en ocasiones prefería no tenerla cerca y esta es una de ellas, el único que podía llegar a sacarle una sonrisa en estos momentos es Jake y, justo ahora, está muy dormido, por lo que, conociendo a mi madre, se sentará a los pies de su cama a observarlo hasta que se despierte.

Me siento durante un par de minutos en el sofá que ella insistió en comprar para adornar nuestro nuevo hogar, pero sé que es por el hecho de que es parecido a su antiguo y muy cómodo sofá negro, el cual al repartir los bienes quedó en manos de mi padre. Eso fue probablemente lo que enojó tanto a mamá, al parecer tiene recuerdos que le pertenecen a ella y solo a ella, o al menos eso dijo como excusa para quedárselo, muy a su pesar también fue una de las pocas cosas que papá no estaba dispuesto a dejar.

«Puedes quejarte y chillar todo lo que desees, Anne, pero no voy a ceder». Le dijo. La mirada seca en los ojos de papá no había dado lugar a discusión, por lo que mamá se tuvo que conformar con tener todas las otras cosas.

Cuando Sam llamó fue la primera en saltar de alegría por la idea, quería estar lo más lejos posible de mi padre, algo en lo que él estuvo completamente de acuerdo, a excepción del tema de Jake. Él no quería tener que esperar meses para verlo, por lo que accedí a que Jake viajara a verlo por lo menos una vez al mes. Ese par son tan apegados que no les haría gracia la opción de dejar de verse solo por mi idea de iniciar desde cero en otro lugar.

El sonido de mi celular llena mis oídos y me saca de mis pensamientos. Sin embargo, dejo que suene por varios segundos ante la familiaridad que me genera la canción que llena el lugar. Durante un tiempo intenté con todas mis fuerzas quitarla, pero por mucho que lo intentase, al final del día el vacío por no escucharla me llenaba y terminaba por rendirme ante la tentación. Luego cuando tuve el valor de hacerlo de forma definitiva, no pude por mucho que lo intentara, era la favorita de Jake.

—Señorita Cross.

No reconozco la voz al descolgar la llamada. Dudosa, callo un segundo y escucho la respiración del hombre tras la línea. Se oye algo agitado.

—Sí, ¿quién habla?

Me levanto del sofá y camino a la cocina, mi madre dejó unas tentadoras galletas en la mesa, pero sé que no debo ser la primera en probar. No, no, no, ese sería Jake cuando despertara. Ella es muy estricta en ese tema y, con el paso de los años, tanto mi padre como yo, aprendimos de mala manera que debíamos hacer caso a su petición.

—Soy Isak Jones, de recursos humanos —Vagamente recuerdo que Sam me llamó hace un par de horas para decirme que recibiría una llamada de la agencia en la que me contrataron—. Llamo para avisarle que el lunes de la próxima semana la estarán esperando en el estadio para que conozca a sus nuevos clientes.

¿Cómo dijo?

—¿El e-estadio? —tartamudeo. Debe ser una broma. Sam dijo que era imposible y ¿cómo que clientes? Pensé que me pondrían a imprimir cosas durante un tiempo de prueba antes de darme a uno de los novatos que quiere ser reclutado.

—Sí, señorita. La estaré esperando si es posible a las ocho, puntual, al entrenador no le gusta que lo hagan esperar —Cada palabra que lanza en mi dirección es un balde de agua fría que me pone los nervios de punta—. El jefe de relaciones públicas renunció, y usted viene muy bien recomendada. El entrenador está ansioso por conocerla.

—¿Entrenador?

No quiero imaginarme lo peor, pero tampoco puedo dejar de hacerlo, odio a los atletas y a los jugadores en general, tener que trabajar con ellos no es precisamente mi sueño, pero lo haría. Solo que no pensé que desde arriba como me estaba sugiriendo este señor.

—Hace usted muchas preguntas, Señorita Cross, debería dejar de hacerlo —Su voz no suena para nada molesta, es más, suena divertido con la situación—. Por lo visto sabe dónde se encuentra, por lo que espero que le sea fácil encontrarme.

—Sí, señor, estaré puntual —atino a decir. No estoy del todo convencida de lo que estoy haciendo, pero no tengo opción, trasladé mi vida y la de mi familia lejos, por lo que por más que no me agrade la idea, tengo que convencerme de que es lo mejor y que nada malo sucederá.

Tal vez es solo el lugar más apropiado y no tendré que trabajar allí, solo es… conveniente. Es una prueba. Sí. Tiene que ser eso. Sam lleva trabajando años en el estadio y nunca se ha encontrado con él. Ella está en la parte administrativa, quizá yo contaré con la misma suerte. Pero no puedo comparar mi trabajo con el suyo. Ella es asesora de recursos humanos, lidia con los empleados, pero yo… a mí me tocaría lidiar con miembros del equipo.

—Nos vemos, señorita Cross. Un gusto hablar con usted.

Un segundo después, sin permitirme responder, la línea queda desconectada.

Necesito calmarme, si le digo esto a mamá me dirá que solo es una simple coincidencia, lo que me alterará aún más de lo que estoy y, para rematar, lo último que necesito es la voz de la conciencia y las ideas positivas de mi madre dirigiéndose hacia mí. Ella de todas las personas quizá es la menos indicada para darme ánimos, puesto que cada que algo sucede es la primera en pensar lo peor.

—Parece que hubieses visto un fantasma, cariño —La mujer seguro que tiene antepasadas brujas, siempre aparece en el momento más oportuno para ella—. ¿Tiene que ver con esa llamada que acabas de recibir?

Abro los ojos sorprendida por su osadía al preguntarme. Dios mío, esta mujer no tiene frenos. Años de conocerla y no me acostumbro.

—¡Mamá! —La incredulidad de seguro se refleja en mi rostro—. Lo que me faltaba, ¿no fuiste tú quien dijo hace unas semanas que estaba mal escuchar las conversaciones ajenas? —inquiero y recuerdo la noche antes de venir, la forma en que mi madre estaba actuando raro y, cómo no, si la atrapé hablando furtivamente con mi papá, el hombre con el cual según ella no tenía ninguna relación.

—Es muy diferente, jovencita —me habla como cuando tenía quince—. Soy tu madre y me preocupo por ti. Discúlpame por preocuparme por el hecho de que hay algo que está molestando a mi bebé.

Conozco a la perfección ese tono, está intentando manipularme y al final terminaría diciéndole todo y, por consiguiente, ella me haría olvidar sus palabras anteriores.

—Voy a ver a Jake —Utilizo la misma excusa que ella siempre pone cuando no quiere seguir con una conversación.

Sus ojos brillan divertidos.

—Esa es mi excusa, Verónica.

Mis ojos se dirigen a la puerta, sacudo la cabeza y me acerco a ella para darle un abrazo. Necesito aire.

—Saldré, no me esperes despierta, mamá —murmuro en su oído antes de dirigirme a la habitación de Jake. El pobre estaba cansado por el largo día que tuvimos desempacando las ultimas cajas.

Le doy un beso y salgo sin hacer ruido. Tiene el sueño ligero por lo que cualquier cosa puede despertarlo. Aprendí eso tras tantas noches en vela luego de que se despertara, no es fácil para él conciliar el sueño luego de que sus hermosos ojos se abren. A sus cinco años me tiene envuelta alrededor de su dedo meñique. Vivo por y para él. Se parece tanto a su padre con su cabello castaño despeinado la mayoría del tiempo.

Cuando tomo mi abrigo del perchero en la entrada, mi madre me mira. Lo menos que quiero es que se preocupe así que lanzo una sonrisa delicada en su dirección.

—No tardes, Verónica —Es lo único que dice antes de perderse en la cocina de nuevo.

Si supiera lo mucho que deseo perderme en las calles de Boston. Necesito pensar y, aunque no hay marcha atrás, solo necesito estar sola e incluso recordar, volver años atrás en el tiempo al momento en que mi vida cambió tanto al punto del no retorno.

El aire frío golpea mi rostro cuando salgo, me acostumbré tanto a ello tras la partida de Erick. Me escapaba cada noche y me perdía de todo, no importaba si había una tormenta afuera incluso, yo necesitaba esos momentos para mí, al igual que ahora. Odio lo mucho que me gusta recordar nuestros momentos juntos.

—¡Verónica Anne Cross! Más te vale correr porque cuando te atrape vas a saber quién soy.

Erick intenta agarrarme con el cuerpo cubierto de agua. Lo había arrojado a la piscina de Jimmy aun cuando me costó no caer con él.

—No estás en condiciones de retarme, señorita —se burla de mis pies descalzos. Sabe lo mucho que odio caminar así y lo usará para su ventaja.

—¡Eres un idiota! —me carcajeo mientras lo veo salir de la piscina, las gotas de agua caen por todo su cuerpo. Entonces sonríe, esa misma sonrisa que me hace derretir cada día y él sabe perfectamente el efecto que está teniendo sobre mí.

Trago en seco cuando lo veo tocar el borde inferior de la camisa, este hombre va a ser mi perdición. En menos de cinco segundos la tela está fuera de su cuerpo y yo con la boca abierta como una estúpida. Dos años de relación y no me acostumbro.

—¿En verdad quieres hacer esto, hermosa?

Miro mis alternativas a medida que se acerca a mí. No tengo lugar a dónde correr porque de cualquier forma me atrapará, entonces lo dejo sostenerme entre sus brazos cuando me alcanza y conmigo en ellos camina hasta el borde de la piscina. Su cálido aliento encuentra el punto sensible en mi cuello y me hace estremecer.

—Hubiese preferido que te metieras conmigo —murmura y roza con su boca el lóbulo de mi oreja. Sin más, caemos los dos hasta el fondo, mi cuerpo busca la forma de alcanzar la superficie. Él ya está afuera riendo cuando consigo salir.

—¿Por qué tú puedes hacerme maldades cuando quieras y yo no? —pregunto haciendo pucheros justo cuando me atrae hacia él, mi ropa nueva está sufriendo dentro de la piscina y casi puedo escuchar la voz de mi madre diciéndome que soy una desconsiderada, pero justo ahora me importa muy poco.

—Porque me amas —Roza sus labios junto a los míos, la sensación más hermosa que puedo llegar a sentir—. Al igual que yo te amo a ti…

Las lágrimas caen por mi rostro cuando me regaño a mí misma por pensar en él. Odio sentirme así. Seguro Erick está ahora con una modelo en algún evento mientras yo me encuentro aquí, sintiendo lastima por mí misma al igual que lo he hecho durante los últimos seis años. Me es tan difícil recordar que ambos tuvimos la culpa de lo que sucedió esa noche: él por no quedarse y escuchar, y yo por no hablar a pesar de ello y buscar la forma de llamar su atención. Sé que todas las mentiras algún día me cobrarán factura. Ni él ni yo tenemos justificación.

Luego de un par de horas de vagar por las calles, decido que es momento de regresar. Para mi suerte no me alejé tanto de casa, estuve dando vueltas por el mismo parque una y otra vez. Mamá llamará a la policía si no aparezco en la puerta antes de medianoche y para eso ya faltan solo unos minutos. Camino un par de metros y sorbo mi nariz con ganas de ya estar en mi cama dormida.

La masa muscular que casi me lleva al suelo es un recordatorio de que mi vida nunca podría estar en orden o por lo menos tranquila. Lo que me faltaba, algún idiota gritándome por no ver por dónde voy y esta vez sí que lo merezco. Casi siento mi cara estampada contra el frío cemento.

Casi.

Unos brazos que se disparan a mi cintura, justo antes de mi caída, previenen que mi cara u otra parte de mi cuerpo se vea afectada. Mi cabello se esparce por todo mi rostro y me impide ver a la persona que me mantiene firme haciéndome sentir estúpida además de frustrada.

—Carajo, lo siento —se disculpa agitado.

Mi corazón se detiene en un nanosegundo, estoy segura de que escuché mal. Tuve que escuchar mal.

—¿Estás bien? No era mi intención —continúa haciendo que mi corazón suba hasta mi garganta—. ¿Estás bien? —repite.

Su voz causa estragos en mí. Me tenso y me aferro a sus hombros gruesos.

Debes estar loca, Verónica.

—¿Erick? —Otro hombre habla tras de nosotros—. Hermano, ¿pasó algo? —Suena preocupado.

Dios, no me hagas esto. Ruego en silencio sin saber qué hacer. Mi corazón late con fuerza, no recuerdo la última vez que latió con tal intensidad contra mis costillas casi dejándome sin aire. No encuentro la forma de recomponerme. En mi cabeza me repito que no es posible, que son ideas mías.

—Dame un segundo, Lucas —Me sostiene con fuerza, seguro cree que estoy loca con el cabello cubriéndome parte de la cara y mis uñas enterradas en sus hombros—. ¿Estás bien? —vuelve a preguntar en mi dirección.

Diosito, ya sácame de aquí.

No quiero verlo, estoy más que segura que es él y mi cuerpo no puede responder. Demasiado aturdida como para que mi cerebro se conecte con alguna parte de mi anatomía. Ante mi inminente estado de shock, retira el cabello de mi rostro y se tensa por completo liberándome de su agarre una vez me endereza, haciéndome trastrabillar.

Pánico. Eso estoy sintiendo.

No sé ni cómo reaccionar, solo tengo ganas de correr al fijarme en sus ojos azules completamente aturdidos, en su profundo ceño fruncido y en su boca entreabierta.

—¿Verónica? —Su voz es tan solo un ligero susurro, pero llega a mis oídos fuerte y clara.

Su rostro demuestra lo sorprendido que está y puede que el mío también esté así, con todo y las lágrimas que de nuevo comenzaron a caer sin preguntar en tanto la presión aumenta en mi pecho.

—¿Está bien, señorita? —pregunta el pelinegro junto a él, al tiempo que da un paso al frente—. Erick, ¿qué carajos está pasando? —cuestiona, parece analizar la situación y, al ver el rostro de su compañero, el suyo pasa de preocupado a confuso.

El susodicho solo me repara de pies a cabeza buscando –probablemente– alguna diferencia, tal vez pidiéndole a Dios que esto solo sea un mal sueño.

—Yo…

Erick da un paso al frente aturdido y lo pierdo al ver cómo me mira, como si quisiera despertarse de una maldita pesadilla en la que se encuentra y no puede. Antes de que hable, asiento al que reconozco como Lucas Stark, su compañero de equipo y, como si hubiese visto al mismísimo diablo, corro.

No quiero detenerme, quiero irme lejos. Lejos de él. Lejos del hombre que un día me rompió el corazón y que en cuestión de minutos lo podría volver a hacer con una sola palabra.

—¡Verónica! —escucho su grito, pero no me detengo y, al igual que hace seis años, no intenta buscarme.

CAPÍTULO 4

Horas antes.

Erick

Estoy acostumbrado a la mirada que Lucas me da. Más de lo que me gustaría, pero lo estoy. Sus ojos azules lucen preocupados porque ese es su estado natural, pero también confundidos ante mi negativa por salir a correr como le aseguré que haríamos esta mañana luego de la reunión con el entrenador.

—Deja de joder, Stark —pido cuando me recuerda que íbamos a ir a correr—. Mejor vamos al club esta noche en vez de sudar la mierda dándole vueltas a un parque, en donde terminaré conduciendo de vuelta porque no vas a conducir para llevarme a casa.

—¿Quién te llamó para sugerirte el club? —pregunta molesto.

Lucas no maldice en voz alta. Lucas no se enoja por nada. Lucas Stark es un jodido santo que está dispuesto a caminar de un extremo al otro de la ciudad por sus amigos, pero también se enoja un poco cuando le dicen que harán una cosa, lo hacen salir de la comodidad de su rutina y luego le cancelan. Para su mala suerte –y la buena mía–, me ha soportado durante más de un lustro, así que está acostumbrado a que le cambie los planes a última hora.

—¿Pasarás por mí, Hamilton? —habla Grand Davis, nuestro amigo y compañero de equipo, al otro lado de la línea cuando lo llamo poniendo el altavoz—. Si llamas seguro es porque te deshiciste del dolor en el trasero que es Stark, dile que se divierta un poco y venga con nosotros. Hay un par de amigas que se mueren por conocerlo.

Elevo una ceja, y contengo una sonrisa que amenaza con salir al momento en que Lucas me arrebata el teléfono de la mano, él también aguanta una sonrisa.