Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar - D.J. MacHALE - E-Book

Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar E-Book

D.J. MacHale

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Beschreibung

Una de las sagas de fantasía juvenil más exitosas del siglo XXI. Aventuras a raudales, acción, magia y muchas, muchas emociones. El joven Bobby Pendragon creía ser un chico normal y corriente..., hasta que descubrió que su tío Press es un Viajero, un ser capaz de saltar entre mundos y cuya misión es mantener la paz entre todas las dimensiones. Y lo mejor de todo: esta vez el tío Press se ha llevado a Bobby consigo. Y les aguardan grandes aventuras. Aunque el conflicto en Denduron ha terminado, el viaje de Bobby continúa. Ahora se encuentra en Cloral, un enorme mundo submarino cuyas ciudades se encuentran al borde de una guerra que podría devastarlo todo. La única esperanza parece residir en la mítica ciudad perdida de Faar, pero, ¿cómo podría un chico de clase media al que le gusta jugar al baloncesto encontrar la clave para salvar el mundo? La respuesta está dentro de esta trepidante historia.

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Seitenzahl: 549

Veröffentlichungsjahr: 2022

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D.J. MacHALE

Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar

 

Saga

Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar

 

Original title: Pendragon: The Lost City of Faar

 

Original language: English

 

Copyright © 0, 2022 D. J. MacHale and SAGA Egmont

 

All rights reserved

THE NEVER WAR Copyright © 2003 by D.J. MacHale published in agreement with the author, c/o BAROR INTERNATIONAL, INC., Armonk, New York, U.S.A.

ISBN: 9788728480021

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Para mi madre, Ellie.

DIARIO N.º 5

CLORAL

Hola, chicos. Tengo que pediros disculpas por haber tardado tanto en escribir. Han pasado tantas cosas desde que os dejé a los dos, Mark y Courtney, que no sé muy bien por dónde empezar. En primer lugar, ya se ha resuelto un misterio. ¿Recordáis el tiburón gigante que estuvo a punto de comerme en el túnel de la mina de Denduron? Bueno, ahora sé de dónde venía: el territorio en el que estoy se llama Cloral y está complemente sumergido en el agua. En serio, está bajo el agua. Los quigs de Cloral son tiburones carnívoros gigantescos. Genial, ¿verdad?

Bueno, ahora os contaré algunos de los nuevos problemas en los que me he metido.

Casi me comen, otra vez; estuve a punto de ahogarme; casi me arrancan los brazos de cuajo; y creo que me rompí un par de costillas… Todo eso en mi primera hora en Cloral. Suena divertido, ¿no?

Os escribo este diario ahora porque las cosas por fin se han calmado un poco, y necesito descansar. Creo que es mejor comenzar la historia por el momento en que os vi por última vez. Tío, es como si hubiese pasado un siglo; está claro que el tiempo vuela cuando se te va la cabeza.

Todavía tengo millones de preguntas sobre lo que le ha pasado a mi vida, pero hay dos al principio de la lista. La primera: ¿por qué yo, Bobby Pendragon, he sido elegido para convertirme en Viajero? No creo que sea mucho preguntar, teniendo en cuenta que he arriesgado el pellejo unas mil veces para cumplir con mis obligaciones de Viajero. En segundo lugar, me gustaría saber qué le ha pasado a mi familia. No dejo de hacerle estas preguntas al tío Press, pero sacarle información es como exprimir un nabo (no es que haya intentado exprimir un nabo alguna vez, pero parece bastante difícil). Siempre me responde: «Todo te quedará claro con el tiempo». Genial. Mientras tanto, vamos saltando de un desastre a otro, y lo único que deseo es seguir vivo lo suficiente para averiguar por qué demonios estoy en medio de todo esto, cuando lo que de verdad quiero es irme a casa y esconderme debajo de la cama con mi perra. ¡Venga ya! ¡Sólo tengo catorce años! ¿Es mucho pedir?

Supongo que sí lo es, porque mi casa ya no existe. La última vez que os vi a los dos, teníais delante el solar vacío donde antes estaba mi casa. Es difícil describir las emociones que me bullían dentro. Me ponía nervioso empezar otra aventura con el tío Press y me mataba tener que dejaros de nuevo, pero lo peor era el miedo a lo desconocido.

El tío Press me prometió que volvería a ver a mi familia: a mamá, a papá, a Shannon e incluso a mi golden retriever, Marley. Pero no me dijo adónde se habían ido; me contó que me habían educado y preparado para el momento en que me fuese de casa para ser Viajero, pero no me dijo por qué. ¿Estaba decidido desde que nací? ¿Era mi familia parte de un complot secreto? También me contó que no era mi tío de verdad, es decir, que no era de mi misma sangre. Pero no había respondido las preguntas más importantes: ¿por qué? ¿Por qué hay Viajeros que vuelan por el tiempo y el espacio para ayudar a los territorios en tiempos difíciles? ¿Quién los escoge? Y, lo más sorprendente: ¿por qué yo?

Para ser sincero, dejé de preguntar estas cosas, porque las respuestas eran tan rebuscadas que me ponían de los nervios. Es como si Press fuese una especie de maestro jedi que sólo suelta la información con cuentagotas, conforme la voy necesitando. Bueno, pues necesito saberlo, de verdad, pero supongo que tendré que ser paciente y aprender sobre la marcha. Creo que el tío Press teme que, si me da toda la información de una vez, me explote la cabeza y acabe tirado en un rincón con la baba colgando. Puede que lleve razón.

Cuando me despedí de vosotros, chicos, me metí en el coche con el tío Press y con Loor, mi compañera en la aventura de Denduron. Iba a dejar a mis dos mejores amigos para largarme con mi nueva amiga y socia. Al menos, considero a Loor una amiga. Pasamos muchas cosas juntos, en Denduron, y, aunque no soy un guerrero como ella, creo que me he ganado su respeto. Al menos, eso espero.

Me metí como pude en el compartimento trasero, detrás de los dos asientos del Porsche, sin que nadie me dijese nada. Estaba claro que el tío Press iba a conducir, y, como Loor era más grande que yo, no había forma de que pudiese meterse detrás. Puede que fuese vestida como una chica de Segunda Tierra, pero no se parecía a ninguna de mis compañeras de clase. Calculo que tendrá unos dieciséis años, pero con su cuerpo musculoso y sin grasa parecía preparada para el decatlón olímpico. Su piel color chocolate la hacía parecer africana, pero yo sabía la verdad: era una guerrera del territorio de Zadaa, que existe en un tiempo y un lugar completamente distintos a los nuestros. Creo que uno de los requisitos principales de las Olimpiadas es ser de la Tierra, así que ella no podría clasificarse.

—¿Cómodo? —me preguntó el tío Press.

—Ni de lejos —respondí.

El tío Press pisó el acelerador entre risas, y de nuevo nos alejamos de mi hogar en Stony Brook, Connecticut. Ni siquiera le pregunté adónde íbamos, porque lo sabía: volvíamos a la estación de metro abandonada del Bronx en busca de la puerta que nos llevaría a la lanzadera para ir a… vete a saber.

La última vez que habíamos hecho aquel camino, yo estaba en la parte de atrás de la moto de Press y no tenía ni idea de lo que me esperaba. Ahora sí tengo alguna idea, pero tampoco demasiada.

Corrimos por la autopista de peaje para salir de Connecticut en dirección a la ciudad de Nueva York. En media hora pasamos de las verdes afueras de Stony Brook a las aceras de hormigón del Bronx de Nueva York. Es la sede del estadio de béisbol de los Yankees, del Zoo del Bronx, del Jardín Botánico de Nueva York y de una lanzadera secreta que lleva a los Viajeros rumbo a lo desconocido.

Mientras el tío Press conducía el pequeño coche deportivo por las calles de la ciudad, la gente se volvía para mirarnos. Era un barrio duro, así que no estaban acostumbrados a ver elegantes coches deportivos por allí. O quizá mirasen asombrados al chico que iba detrás y que se estaba poniendo azul porque tenía las rodillas clavadas en la garganta. Ése era yo.

Tras un último golpe de volante, el tío Press se subió en el bordillo junto al pequeño quiosco verde al que nos dirigíamos. Al mirar la pequeña construcción, y la pintura descascarillada del cartel que tenía encima y que decía Metro , sólo pude pensar una cosa: aquí estamos otra vez.

No me imaginaba que volvería a ver aquel lugar tan pronto. Peor aún, lo cierto es que creía que nunca tendría que volver a verlo. El tío Press y yo habíamos salido de allí hacía unas cuantas horas después de regresar de Denduron. Mi plan era volver a casa y hacer todo lo posible por olvidarme de aquel asunto de los Viajeros; pero las cosas habían cambiado. Descubrí que mi familia había desaparecido, junto con la vida que conocía. Creo que el tío Press me llevó a Stony Brook para que lo viera con mis propios ojos. Fue una buena idea, porque si no, no me lo habría creído y habría estado todo el tiempo pensando en cómo volver a casa; pero ya no había ninguna casa a la que volver. Me enfrenté a la dura realidad de que mi destino era ir con el tío Press y aprender más sobre ser un Viajero. Todo puede cambiar en unas cuantas horas.

Así que allí estábamos otra vez, de vuelta en el Bronx, a punto de comenzar mi nueva vida. Tenía ganas de llorar. Sí, lo reconozco, quería llorar. De no haber estado Loor allí, es probable que lo hubiese hecho.

El tío Press salió del coche primero y dejó las llaves en el contacto. Loor y yo nos arrastramos detrás de él. En realidad, yo fui el que más se arrastró, porque estaba tan aplastado en el asiento de atrás que tenía las piernas totalmente dormidas; así que, cuando intenté levantarme, me caí. Loor me cogió a tiempo y me sostuvo hasta que volví a sentirlas. Qué vergüenza.

El tío Press no se paró a preguntarme si estaba bien, sino que se dirigió directamente a las escaleras que daban al metro.

—Estooo, ¿tío Press? —lo llamé—. ¿Seguro que quieres dejar ahí el coche? —Recordaba nuestro primer viaje hasta allí: habíamos dejado la moto y los cascos justo donde estaba el Porsche. Yo creía que alguien lo mangaría todo, pero, cuando regresamos, la moto seguía donde la habíamos dejado y los cascos, también. Increíble. Pura suerte. Pero esto era demasiado. Una pasada de coche deportivo aparcado con las llaves puestas era algo muy tentador; peor todavía, allí estaba prohibido aparcar. Si los ladrones no se llevaban el coche, la grúa seguro que sí.

—No pasa nada, los acólitos se encargarán de él —dijo el tío Press.

¿Cómo? ¿Acólitos? Una arruga más para mi frente. Miré a Loor para ver si ella sabía de qué estaba hablando, pero se encogió de hombros. Antes de poder seguir preguntando, el tío Press desapareció en el interior del metro.

—Sí, ya lo sé, lo iremos aprendiendo sobre la marcha —le dije a Loor.

—No preguntes tanto, Pendragon —dijo ella—. Reserva las preguntas para lo que sea importante de verdad. —Después siguió al tío Press.

¿Importante de verdad? ¿Es que las barbaridades que nos estaban pasando no eran importantes de verdad? ¡Quería saber cosas! Pero como me habían dejado solo y me sentía un poco idiota, lo único que podía hacer era seguirlos. Empezaba a dárseme bien.

Corrí por las escaleras sucias y me metí como pude por la abertura de las tablas de madera que estaban clavadas a la entrada. Para el resto del mundo, aquello era una estación de metro cerrada y abandonada; pero para nosotros, los Viajeros, era el cruce de caminos de Segunda Tierra, mi territorio natal, y nuestro punto de salida hacia los demás territorios. Suena romántico, ¿verdad? Bueno, pues no lo es: da miedo.

La mugrienta estación de metro me resultaba demasiado familiar. Los trenes seguían pasando por allí, pero hacía mucho tiempo que no se paraban en aquel lugar abandonado. Cuando llegué al andén, vi algo que me trajo un recuerdo espeluznante: era la columna en la que se había escondido el tío Press durante el tiroteo con Saint Dane. Aquel tiroteo me había dado tiempo para escapar, y para encontrar la puerta y la lanzadera que me había enviado a Denduron.

Saint Dane, cómo me gustaría poder olvidarlo. El tío Press dice que es un Viajero como nosotros, pero no del todo, porque es malvado. En Denduron intentó llevar a dos tribus rivales al borde de la aniquilación, pero nos entrometimos y le pusimos las cosas difíciles.

Por desgracia, Denduron no era más que el principio. Saint Dane prometió sembrar el caos en todos los territorios para así llegar a dominar Halla. Ésa es la clave: quiere dominar Halla. Bueno, no soy un genio, pero, teniendo en cuenta que el tío Press había descrito Halla como «todos los territorios, todas las personas, todas las cosas vivas, todos los tiempos que han existido», no era muy buena idea tener a un tipo como Saint Dane al frente.

Lo que hacía que todo fuese tan espeluznante era que Saint Dane disfrutaba viendo sufrir a la gente. Yo lo había comprobado de primera mano demasiadas veces. La primera vez había sido en aquella estación de metro abandonada. Allí había hipnotizado a un sintecho para que saltase delante de un tren que iba a toda velocidad y sufriese una muerte espantosa. Fue un truco a sangre fría para que «el chico tenga una idea de lo que le espera».

Y se refería a mí, claro. Qué tipo más simpático, ¿verdad? Antes os he dicho que lo peor de ser un Viajero es el miedo a lo desconocido. Bueno, eso no es del todo cierto. En el primer lugar de mi lista de temores está saber que podríamos volver a cruzarnos con Saint Dane en cualquier lugar, en cualquier momento. Ese tío es más que peligroso, y nuestro trabajo consiste en detenerlo. Allí de pie, en el andén, deseaba con todo mi corazón poder cambiar de trabajo.

—¡Pendragon! —me gritó Loor.

Seguí su voz hasta el final del andén. Ya conocía la ruta; teníamos que bajar a las vías del metro, evitar freírnos en el tercer raíl, y avanzar por la pared sucia y grasienta hasta dar con una puerta de madera. En la puerta había un símbolo que parecía una estrella tallada, lo que la identificaba como un portal; aquél era nuestro destino.

Con el tío Press delante, avanzamos a toda prisa por las vías. Teníamos que apresurarnos, porque podría pasar un tren en cualquier momento. No había mucho espacio entre las vías y la pared, y resultaría doloroso que nos pasara un tren a toda pastilla por delante de las narices.

Conforme nos acercábamos a la puerta, me di cuenta de que el anillo del dedo empezaba a calentarse. Lo miré y vi que la piedra de color gris pizarra empezaba a transformarse. El color gris oscuro se fundía y la piedra lanzaba chispas. Eso indicaba que nos acercábamos a un portal. Era increíble las cosas que empezaba a dar por sentadas. Hubo una vez en que la idea de seguir a un anillo poseído y reluciente hasta una puerta misteriosa en una estación de metro abandonaba me habría parecido un sueño fantástico. Pero ya no, ahora me parecía algo natural. O casi.

El tío Press encontró la puerta, la abrió y nos metió dentro a toda velocidad.

La caverna que había al otro lado no había cambiado nada. Miré de inmediato al túnel oscuro que llevaba a lo desconocido. Era la lanzadera que cobraría vida y nos conduciría… a alguna parte. En aquel momento estaba silenciosa, a la espera de conocer nuestro destino. Sólo había utilizado la lanzadera para viajar entre Segunda Tierra y Denduron. Estaba claro que íbamos a otro sitio, y había llegado el momento de que el tío Press nos lo dijera. Loor y yo esperamos a que nos mostrase el camino.

—Nos vamos a dividir —dijo.

Vaya, no era un buen comienzo. ¿Se había vuelto loco? ¡No podíamos separarnos! El tío Press sabía cómo manejarse por el cosmos y Loor era una guerrera feroz. La idea de salir disparado para enfrentarme a Saint Dane yo solo, sin ningún apoyo, no era algo que me emocionase mucho. Un millón de ideas y posibilidades me pasaron por la cabeza…, y todas eran malas. Pero, justo cuando iba a entrar en modo pánico total, Loor habló:

—¿Por qué? —preguntó sin más.

Cómo me gustaban las cosas sencillas; me alegraba de tenerla cerca.

—Desde la muerte de tu madre, te has convertido en la Viajera de Zadaa —respondió Press—. Te van a necesitar pronto, así que quiero que te vayas a casa y te prepares.

—¿Y qué pasa conmigo? —pregunté; había entrado en modo protestón.

—Tú y yo nos vamos a Cloral —respondió—. Saint Dane fue allí por alguna razón y quiero saber cuál.

Buenas noticias, malas noticias. Las buenas noticias eran que el tío Press y yo permaneceríamos juntos. Las malas, que íbamos detrás de Saint Dane. Noticias malas, pero que muy malas.

—Pero, si yo soy el Viajero de Segunda Tierra, ¿no debería quedarme aquí? —pregunté, lleno de esperanza—. Ya sabes, para hacerme cargo de las cosas.

El tío Press me sonrió, porque sabía que intentaba escaquearme.

—No, es mejor que vengas conmigo —respondió simplemente.

Bueno, no me sorprendió que mi intento de librarme de aquel viaje hubiese fallado rotundamente. Pero, oye, merecía la pena intentarlo, ¿no?

Loor se acercó a mí y dijo:

—Siempre estaré ahí si me necesitas, Pendragon.

Buf, aquello me dejó hecho polvo. Supongo que me había ganado su respeto de verdad. Asentí y dije:

—Lo mismo digo, Loor.

Nos miramos a los ojos durante un instante. El vínculo que nos unía desde la guerra de Denduron era más fuerte de lo que había supuesto. Me sentía más seguro cuando ella estaba cerca, pero era algo más. Me gustaba Loor: a pesar de su incapacidad para ceder ni un milímetro, su corazón siempre le decía lo correcto. No quería irme sin ella y estaba seguro de que, de haber podido elegir, ella se habría quedado conmigo. Pero antes de poder decir nada, se volvió y se acercó a la boca de la lanzadera, miró el oscuro abismo, respiró hondo y gritó:

—¡Zadaa!

Al instante, el túnel empezó a respirar. Las paredes de roca se retorcieron como una serpiente gigantesca que cobraba vida, y oímos un sonido familiar: el revoltijo de dulces notas musicales que salía de las profundidades del túnel y aumentaba de volumen al acercarse a nosotros. Las paredes pasaron de ser de piedra gris a volverse relucientes gemas cristalinas, igual que mi anillo al acercarnos a la puerta. La luz que desprendía el túnel era tan brillante que tuve que protegerme los ojos. Loor se convirtió en una silueta oscura frente a aquella demostración de luminosidad. Nos miró por última vez y se despidió con la mano. Después, con un relámpago de luz, el túnel la absorbió. La luz y la música se la llevaron de vuelta a su hogar, el territorio de Zadaa.

El espectáculo terminó en un momento y el túnel volvió a quedar a oscuras.

—Te toca —dijo el tío Press.

—Cuéntame algo sobre Cloral —pregunté para ganar tiempo. Aunque sabía que los viajes en lanzadera eran bastante divertidos, me ponía nervioso no saber lo que me esperaba al otro lado. Necesitaba algunos segundos para prepararme.

—Descubrirás todo lo que necesites saber cuando llegues allí —respondió él mientras me empujaba hacia la boca de la lanzadera—. No te preocupes, iré justo detrás de ti.

—¿Por qué nunca me das una respuesta simple? —pregunté.

—Creía que te gustaban las sorpresas —me respondió entre risas.

—¡Pues no, ya no! —le grité. Al tío Press le gustaba sorprenderme con grandes regalos de cumpleaños, viajes en helicóptero y acampadas… Básicamente todas las cosas guais que un chaval puede desear de un tito estupendo. Pero últimamente las sorpresas del tío Press no eran tan divertidas como antes. Sobre todo, desde que hacían que me persiguiesen bestias hambrientas, que me disparasen, que me volasen en pedazos, que me enterrasen vivo, que… Bueno, ya lo pilláis.

—Vamos, te estás volviendo un muermo —me picó mientras me empujaba hacia la lanzadera—. ¡Cloral! —gritó, y dio un paso atrás mientras el túnel volvía a cobrar vida. Ni siquiera miré hacia delante, porque ya sabía lo que me esperaba.

—¿Muermo? —grité—. ¡Si así es como te diviertes tú, es que estás como una cabra!

—Ah, una cosa, Bobby —dijo.

—¿Qué?

—Recuerda el Cannonball.

—¿Qué Cannonball? —pregunté—. ¿Qué se supone que significa eso?

El brillo de la luz aumentó y las notas musicales subieron de volumen. Estaba a pocos segundos de ser lanzado.

—Justo antes de caer en Cloral, aguanta la respiración.

—¡Qué!

Lo último que vi fue al tío Press reírse. Entonces la luz me agarró y me metió en el túnel: estaba en camino.

SEGUNDA TIERRA

—¿Qué estáis haciendo aquí? —gritó el señor Dorrico, el jefe de los conserjes del instituto Stony Brook—. Esto no es una biblioteca, no podéis sentaros a leer vuestros… Oye, ¡eres una chica! ¡Las chicas no pueden entrar en el servicio de los chicos!

El señor Dorrico había sido conserje del Stony Brook durante los cincuenta años de su carrera de conserje. No se le escapaban muchas cosas y aquella vez no fue una excepción. Sin duda, había una chica en el servicio de los chicos. Puede que el señor Dorrico fuese un anciano con un mal genio terminal, pero todavía era capaz de diferenciar a las chicas de los chicos…, casi siempre.

Courtney Chetwynde y Mark Dimond estaban sentados en el suelo leyendo el primer diario que les enviaba Bobby desde Cloral. El servicio del tercer piso estaba cerca del departamento de arte, así que casi nunca lo usaba nadie, ya fuese chica o chico. Se había convertido en la fortaleza solitaria de Mark: cuando había demasiado movimiento a su alrededor, Mark se metía allí para escapar, pensar, comer zanahorias y estar solo. Si recibía uno de los diarios de Bobby en el colegio, era el lugar perfecto para leerlo y, como ahora Courtney era parte del tema, ella se reunía allí con él. Nunca pareció importar que ella fuese una chica, sobre todo, teniendo en cuenta lo importantes que eran los diarios; pero en aquel momento se enfrentaban al enfadado jefe de los conserjes, que los miraba como si la idea de ver a una chica en el servicio de los chicos fuese a provocarle un ataque al corazón.

Mark se levantó de un salto y cogió rápidamente las páginas del diario de Bobby.

—No pasa na-nada. Ya-ya nos íbamos —balbuceó, nervioso.

Siempre que se estresaba, Mark tartamudeaba. Courtney, por otro lado, se crecía ante la presión, así que se levantó tranquilamente, se acercó al señor Dorrico y lo miró a los ojos.

—Sólo he entrado aquí —dijo con confianza— porque había muchos chicos en el servicio de las chicas. Estaba demasiado lleno…, y ellos nunca levantan el asiento del váter.

—¡Qué! —gritó el señor Dorrico mientras se ponía como un tomate.

El hombre tenía claro que aquello era un delito que amenazaba con derrumbar los cimientos de las normas de comportamiento que sustentan nuestra sociedad. Agarró la fregona con la que iba a limpiar el suelo del servicio de los chicos y salió hecho una furia, dispuesto a enfrentarse a los gamberros delincuentes que se burlaban de la santidad del servicio de las chicas.

Mark se acercó a Courtney y le dijo:

—Qué mala eres.

—Tenemos que irnos —contestó ella con una sonrisa traviesa.

Salieron a toda prisa del servicio y recorrieron el pasillo procurando no pasar cerca del lavabo de las chicas.

Mark sabía que él y Courtney Chetwynde hacían una extraña pareja. Mark era introvertido; vivía en un mundo de libros y novelas gráficas; no tenía muchos amigos; le hacía falta cortarse el pelo y lavárselo más a menudo; deporte no era más que una palabra de siete letras para él; y su madre todavía le escogía la ropa, lo que significaba que tenía un montón de prendas sin marca y una pinta de empolloncete siempre dos años por detrás de la moda. Pero el caso es que no le importaba, porque Mark nunca había querido ser guay. De hecho, Mark se sentía muy orgulloso de lo poco que le importaba no ser guay. Mientras todos los demás intentaban impresionar a sus amigos con su aspecto, con la gente con la que se juntaban o con las fiestas a las que iban, Mark no hacía ni caso. Así que se consideraba el más guay de los guais…, de una forma un tanto rarita.

Por otro lado, Courtney era lo más: era alta y guapa, con una larga melena castaña que le llegaba hasta la cintura y unos penetrantes ojos grises; sacaba buenas notas, no las mejores, pero bastante buenas; también tenía un millón de amigos. Pero lo que definía a Courtney eran los deportes, sobre todo, el voleibol. Courtney era tan alta y fuerte que resultaba injusto que jugara contra la mayoría de las chicas, así que jugaba con los equipos masculinos de Stony Brook. En realidad, también resultaba injusto que jugara contra la mayoría de los chicos: los destrozaba vivos. Los chicos la temían porque no querían que una chica los avergonzara, pero, sobre todo, porque temían que les saltara un diente con un balón. Con sólo catorce años, Courtney era leyenda.

Así que las diferencias entre Mark Dimond y Courtney Chetwynde eran tantas que no cabría esperar que fuesen amigos…, salvo por una cosa: Bobby Pendragon.

Tanto Mark como Courtney conocían a Bobby desde que eran pequeños. Mark y Bobby eran amigos íntimos desde la guardería. De hecho, Bobby pasaba tanto tiempo en la casa de Mark que la señora Dimond decía que era su segundo hijo. Al crecer, sus intereses cambiaron: Bobby se interesó por los deportes y se volvió muy sociable, mientras que Mark… no. Pero, aunque la mayoría de las personas que se volvían tan distintas se terminaban distanciando, Mark y Bobby habían mantenido una amistad que no se apagaba. Bobby decía muchas veces que, aunque pareciesen tan diferentes, se reían de las mismas cosas y eso quería decir que en realidad no eran tan distintos.

En cuanto a Courtney, Bobby la había conocido en cuarto y se había enamorado de ella. Desde el instante en que vio sus impresionantes ojos grises, Bobby se había quedado colgado. Cuando crecieron, se encontraron frente a frente en los deportes. Bobby era uno de los pocos chicos a los que Courtney no intimidaba; todo lo contrario: aunque era una chica, nunca la dejaba ganar. ¿Por qué iba a hacerlo? Era demasiado buena. Cuando jugaban al béisbol, le daba tan fuerte como ella. Cuando corrían los cuatrocientos metros en el gimnasio, se aseguraba de mantenerse a la par. A veces ganaba y otras veces Courtney lo adelantaba. En la liga escolar de béisbol estaban en equipos contrarios y los dos eran pitchers. Cuando le tocaba batear al otro, los dos sacaban todo lo que tenían dentro para lanzar con todas sus fuerzas. Obviamente, de vez en cuando había algún lanzamiento pegado que hacía que uno de ellos acabase mordiendo el polvo, pero nunca se llevaron un bolazo. Puede que fuesen rivales, pero también eran amigos.

El caso es que Courtney estaba tan colada por Bobby como él por ella, pero ninguno había dicho nada hasta aquella fatídica noche en la que Courtney se acercó a casa de Bobby antes del partido de baloncesto. Fue entonces cuando Courtney le dijo a Bobby lo mucho que le gustaba. También fue la noche en que se besaron por primera vez. Para Bobby, fue uno de esos momentos increíbles que superan todas las expectativas; fue algo mágico.

Por desgracia, también fue la noche en que el tío de Bobby, Press, se lo llevó de casa para comenzar sus aventuras en el problemático territorio de Denduron. La antigua vida de Bobby se acabó con aquel dulce beso de Courtney.

Había sido la preocupación por Bobby lo que había unido a Mark y a Courtney. A los dos les aterraba que le pudiera pasar algo horrible en sus viajes por los territorios. Mark fue el primero en recibir los diarios de Bobby a través del anillo mágico que alguien le había dado en una noche extraña. Se lo había entregado una mujer amable y fuerte, pero Mark lo había tomado por un sueño. Al despertarse a la mañana siguiente, el sueño había terminado, pero el anillo seguía allí. La mujer resultó ser Osa, la madre de Loor, cuyo destino era morir intentando proteger a Bobby. Aquel anillo era el conducto por el que Bobby enviaba a sus amigos los diarios de sus increíbles aventuras.

Para Mark, leer las aventuras de Bobby era emocionante, aunque también lo asustaba. Los peligros eran más entretenidos que cualquier película de acción que hubiese visto, pero las historias de Bobby no se habían escrito para entretener. Eran reales y por eso daban tanto miedo. La idea de que existiese un grupo de personas llamadas Viajeros que recorrían el universo luchando contra el mal era un concepto que desafiaba todo lo que Mark sabía sobre el mundo. Lo más extraño era que saber que su amigo era un Viajero lo hacía todo aún más difícil.

La verdad era que no sabía cómo hacerse a la idea. Al menos, no solo; y por eso se lo confió todo a Courtney Chetwynde. Juntos, los dos leerían los diarios de Bobby e intentarían comprender lo que le estaba pasando a su amigo.

Su lugar de reunión era el sótano de la casa de Courtney. Su padre tenía un taller allí abajo, pero nunca lo usaba. Courtney siempre se reía de él: le decía que se había comprado aquellas cosas porque parecían chulas, pero que después no sabía qué hacer con ellas. Así que el taller del sótano era como un polvoriento museo de bricolaje, lo que resultaba perfecto para Mark y Courtney. Había un gran sofá desgastado en el que podían sentarse a devorar los diarios de Bobby.

Su encuentro con el señor Dorrico había sucedido casi al final del día escolar, así que no volvieron a clase. En vez de ello, se dirigieron a casa de Courtney. Courtney se saltó hasta los entrenamientos de voleibol, cosa que sólo hacía en caso de emergencia. La llegada de un diario de Bobby reunía los requisitos, sin duda.

Courtney bajó corriendo las escaleras del sótano por delante de Mark y se dejó caer en el viejo sofá, lo que hizo que se levantase una nube de polvo.

—¡Vamos! —le gritó a Mark con impaciencia—. ¡Me muero! ¡Quiero saber qué ha pasado en Cloral!

Mark tenía el diario de Bobby en la mochila, pero, en vez de sacarlo y sentarse junto a Courtney para poder seguir leyendo, se quedó de pie junto a ella, nervioso.

—¿Qué pasa? —le preguntó ella intentando no sonar tan impaciente como se sentía.

—C-Courtney, te-tengo miedo —respondió Mark en voz baja.

Normalmente, Courtney aplastaba a los chicos como Mark si no le daban lo que quería, pero aquello era distinto: eran un equipo; compartían un secreto. Si uno de los dos tenía un problema, el otro tenía que respetarlo. Así que, aunque estuviese ansiosa por arrancarle la mochila de la espalda a Mark y quitarle el diario de Bobby, respiró hondo e intentó relajarse.

—Yo también —dijo en voz baja—, pero quiero saber si Bobby está bien.

—No estoy hablando de Bobby —repuso Mark con un gemido—. Tengo miedo por nosotros.

Courtney se echó hacia atrás, sorprendida. Mark había logrado captar su atención.

—¿Por qué?

—Desde que se fue hace unos meses —contestó Mark mientras daba vueltas por la habitación—, he estado pensando mucho sobre esto.

—Sí, ya te digo, yo también —dijo Courtney. Pero estaba claro que los pensamientos de Mark eran más inquietantes que los de Courtney, porque él era el único que estaba preocupado en aquellos momentos.

—Piensa en lo que está en juego —siguió diciendo Mark—. Saint Dane intenta controlar Halla, es decir, controlarlo todo. Todos los tiempos y todos los lugares que han existido. ¿No crees que eso da un poquito de miedo?

—Bueno, sí —respondió ella—. Hasta hace unos meses, lo que más me preocupaba era aprobar álgebra. Pasar de eso a preocuparme por el futuro de todo el tiempo y el espacio es un gran salto para mí.

Mark asintió; era difícil hacerse a la idea de un problema tan gordo.

—Vale —dijo sin dejar de caminar—, también a mí me cuesta entenderlo, pero hay más. El tío Press le dijo a Bobby que todos los territorios estaban a punto de llegar a un momento decisivo, y que el trabajo de los Viajeros consistía en ayudarlos a atravesar la crisis para que pudieran seguir existiendo en paz. Si fallaban, el caos se adueñaría del territorio y entonces llegaría Saint Dane.

—Vale, ¿y? —preguntó Courtney con impaciencia. Quería saber adónde iba a parar todo aquello.

—Piénsalo —dijo Mark, cada vez más nervioso—. Bobby y Press fueron a Denduron porque el territorio estaba a punto de entrar en una guerra civil. Acabamos de leer que Press le dijo a Loor que tenía que volver a su territorio natal, Zadaa, porque la iban a necesitar pronto. —Courtney escuchaba con atención. Mark estaba llegando a una conclusión y quería estar segura de entenderla bien—. Saint Dane fue a Cloral —siguió diciendo él—, así que Bobby y Press lo siguieron. Cloral debe de estar también a punto de llegar a un momento crítico.

—Eso lo entiendo, pero ¿por qué estás tan asustado? —preguntó Courtney.

—Piensa —dijo Mark rápidamente—. Estamos leyendo estos diarios como si fuesen historias que pasan muy lejos de la seguridad de nuestro pueblecito. Claro, Bobby está en el centro de la acción, pero nada nos toca, aquí no, no en la seguridad de nuestro barrio.

Courtney empezaba a seguirle el hilo.

—¿Estás diciendo que aquí también podría suceder algo? —preguntó Courtney, muy seria.

—¡Exacto! —gritó Mark—. Nosotros también somos un territorio: Segunda Tierra. No somos inmunes. Somos parte de Halla o como se llame.

Courtney se apartó de Mark para intentar asimilar lo que le había dicho. Si todos los territorios estaban a punto de llegar a un momento decisivo, eso incluía también al suyo. Eran malas noticias, no cabía duda.

—Y te diré otra cosa —siguió Mark—: hemos estado intentando averiguar por qué Bobby es un Viajero. El porqué no lo sé, pero sí el cuándo.

—¿Cómo? —preguntó Courtney—. ¿Qué quieres decir?

—Parece que los Viajeros sólo van donde se los necesita, cuando se los necesita —razonó Mark—. Te apuesto lo que quieras a que ha llegado el momento en que Segunda Tierra va a necesitar un Viajero, y por eso ahora tenemos uno: Bobby.

Courtney no siguió preguntando, porque no le hacía falta. Lo que Mark decía tenía mucho sentido. Hasta aquel momento, todo lo que Bobby había escrito era cierto. El tío Press le había advertido que todos los territorios se acercaban a un punto crítico… Todos los territorios. Eso incluía el suyo: Segunda Tierra, su hogar.

—¿Quieres oír algo más?

—La verdad es que no —respondió Courtney, nerviosa.

—Creo que nosotros somos parte de esto, tú y yo. Bobby nos envía sus diarios. Aparte de él, somos los únicos que saben lo que está pasando.

—¿Crees que nos están preparando para la batalla en Segunda Tierra? —preguntó Courtney en voz baja, como si casi no pudiese articular las palabras.

—Creo que eso es justo lo que está pasando —contestó Mark.

De repente, Courtney estaba tan asustada como Mark. El chico por fin había dado su opinión, aunque Courtney deseara no haberla oído.

—Bueno, ¿y qué hacemos?

Mark se quitó la mochila y se sentó a su lado.

—Todavía no he llegado a esa parte —respondió. Metió la mano en la mochila y sacó el diario de Bobby. A diferencia del primero, que estaba escrito en un basto pergamino amarillento, las nuevas hojas eran de color verde claro y flexibles. Cada hoja era más o menos del mismo tamaño que los folios normales, pero los bordes no eran rectos. Aquellas hojas tenían una forma extraña, como si las hubiesen hecho a mano. Las hojas verdes parecían fabricadas con una goma ligera y delgada, aunque la escritura seguía siendo más o menos igual que en el diario anterior: las palabras estaban escritas en tinta negra y no cabía duda de que se trataba de la letra de Bobby.

—Hasta que sepamos mejor qué nos espera —siguió diciendo Mark—, sólo podemos leer los diarios de Mark y aprender todo lo que podamos para que, cuando llegue el momento…, estemos preparados.

Courtney miró a Mark a los ojos. Su último comentario había sonado siniestro. No se trataba de un juego que le pasaba a otra persona: era real. El sentido común le decía que, de algún modo, en algún momento acabarían inmersos en aquella pesadilla. Courtney empezaba a odiar el sentido común. La pregunta era: ¿cuándo sería? Sólo podrían averiguarlo a través de las palabras del diario de Bobby, así que, sin más conversación, Mark y Courtney miraron las extrañas páginas verdes y empezaron a leer.

DIARIO N.º 5 (CONTINUACIÓN)

CLORAL

La lanzadera.

Era la quinta vez que volaba por aquel túnel mágico hacia lo desconocido, pero seguía sin acostumbrarme. Leches, da igual que lo haga mil veces, nunca me acostumbraré. Como os dije antes, chicos, es como tirarse por un enorme tobogán de agua, aunque no es tan violento como las atracciones de los parques acuáticos. La verdad es que es como flotar en un colchón de aire caliente. Las paredes del túnel que me rodeaban parecían de cristal transparente, pero sé que eso sólo sucede cuando se activa el túnel. ¿Por qué lo hace? No tengo ni idea.

Podía ver estrellas más allá de las paredes, miles de millones de estrellas. Estaba en medio del universo viajando por el tiempo y el espacio. Al menos, eso es lo que me explicaron. ¿Serían sólidas las paredes de la lanzadera? ¿Se rompería? ¿Podía chocarse un satélite en órbita con ella? ¿Y un meteorito? Ya tenía suficientes preocupaciones sin tener que añadir aquellos desastres en potencia, así que intenté pensar en otra cosa.

Podía ver los giros y curvas del túnel que tenía delante. La primera vez me asustaba darme contra las paredes, así que había intentado inclinarme en las curvas como esos locos de las carreras de luge, pero resulta que no tenía por qué molestarme. La fuerza que me hacía avanzar también evitaba que me estrellase contra las paredes. Sólo tenía que relajarme y disfrutar del viaje.

Hasta aquel momento sólo había utilizado la lanzadera para desplazarme entre Segunda Tierra y Denduron, así que era la primera vez que me dirigía a otro sitio. Me pregunté si llegaría a algún tipo de cruce y saldría disparado en otra dirección. La respuesta no tardó en aparecer: no había cambios de dirección ni cruces. Estaba en el expreso directo a Cloral.

¿Que cómo lo sabía? Oí algo. Estaba acostumbrado a oír el revoltijo de dulces notas musicales mientras volaba, así que el nuevo sonido me sorprendió. Era cada vez más fuerte, lo que quería decir que me estaba acercando a él. Hasta que no estuve casi al final del viaje, no me di cuenta de lo que era.

Era agua.

De repente, la advertencia que me había hecho el tío Press antes de que me chupara la lanzadera empezaba a tener sentido. Me había dicho que recordara el Cannonball y que aguantara la respiración. En aquel mismo instante recordé el Cannonball. ¿Te acuerdas, Mark? Era una de las atracciones del parque acuático de Nueva Jersey al que el tío Press nos llevó hace algunos años. Era un tobogán corto y rápido que iba bajo tierra y después te disparaba a una piscina de nieve derretida de la montaña, que se encontraba unos cuatro metros más abajo. Creo que la palabra que usaste para describirlo fue «brusco». Bueno, si no me equivocaba, la advertencia del tío Press quería decir que estaba a punto de salir disparado de la lanzadera para caer en una piscina. Crucé los brazos y las piernas a toda prisa, y esperé a que llegara el final del túnel.

No tardó mucho. Salí volando de la lanzadera como un torpedo, con los pies por delante. Pasé de estar flotando cómodamente en la lanzadera a ser presa de la gravedad y caer por el aire hacia… ¿qué? Todo estaba borroso. No podía orientarme ni recuperar el equilibrio, así que sólo esperaba aterrizar en algo blando. O húmedo.

Era húmedo. Hice un amerizaje sin elegancia, pero, gracias a la advertencia del tío Press, estaba preparado. Caí con los pies por delante y me hundí. Recordé incluso taparme la nariz para que el chorro de agua no me entrase hasta el cerebro.

El agua tenía una temperatura tropical; era como darse un baño en Florida. En cuanto dejé de hundirme, pedaleé para subir a la superficie. Quería saber dónde estaba y de qué iba el territorio de Cloral. Cuando llegué arriba, eché un vistazo rápido a mi alrededor para ver cómo estaba la cosa. Estaba flotando en un gran estanque, dentro de una cueva subterránea. No era sorprendente, ya que, hasta entonces, todas las lanzaderas que había visto estaban bajo tierra. Pero, a diferencia de las otras lanzaderas que había usado, la entrada de ésta estaba abierta en la pared de la caverna, unos seis metros por encima del agua. Desde allí había salido disparado como…, bueno, como en el Cannonball. Gracias por la advertencia, tío Press.

A primera vista, la cueva estaba completamente sellada y sólo entraba luz a través del agua en la que estaba flotando. Supuse que el sol brillaba fuera y que se reflejaba en el fondo de arena para crear un luminoso estanque verde lo suficientemente brillante para iluminar toda la caverna.

El lugar medía, más o menos, lo mismo que dos pistas de tenis y tenía un techo alto arqueado que acababa en pico. Me recordaba a una pequeña iglesia. Las paredes eran irregulares, de una piedra de color arena que parecía cincelada por varios siglos de erosión. También había miles de enredaderas verdes y frondosas que salían de la piedra y caían por las rocas como una cortina.

Pero lo que más me sorprendió fue que había miles de flores multicolores que crecían en las enredaderas. La luz del estanque debía de bastar para hacerlas crecer, o quizá las flores de Cloral no necesitaban luz. Sea lo que fuera, eran como un espectacular tapiz de colores que cubría todas las paredes. Había rojos fuertes, azules intensos y amarillos brillantes. Había flores de muchas formas y tamaños, y no se parecían en nada a las flores de la Tierra. Algunas tenían forma de trompeta, otras parecían pequeñas hélices de helicóptero. Pero lo más raro era que parecían vivas. De verdad, todas las flores se abrían y cerraban lentamente, como si respirasen oxígeno. Ver todos aquellos miles de flores moverse hacía que la caverna también pareciese viva. Resultaba mágico y espeluznante a partes iguales.

Yo ya me había calmado y flotaba tranquilamente en el agua del estanque. Era bastante guay. Además, creo que estaba como hipnotizado por aquel lugar tan asombroso. Seguramente habría flotado por allí un buen rato de no haber oído el familiar sonido de las notas saliendo de la lanzadera que tenía encima. Tardé un segundo en darme cuenta de lo que sucedía: el tío Press estaba a punto de llegar. Eso era bueno. Pero yo estaba justo en el punto en el que él aterrizaría. Eso era malo. Me lancé a toda prisa a un lado del estanque para apartarme de su camino. En cuanto llegué al saliente rocoso, oí:

—¡Yiiiija!

El tío Press salió volando de la lanzadera con la cabeza por delante. El impulso de salida lo llevó hasta el centro de la caverna. Pareció flotar en el aire un segundo increíble y después la gravedad hizo efecto. En su arco descendente, Press alzó los brazos para hacer un salto del ángel perfecto. Entonces, justo antes de entrar en el agua, juntó los brazos y cayó al agua en posición prácticamente vertical. No salpicó casi nada. Un diez perfecto se mirase por donde se mirase.

Salí del agua y me senté en el borde del estanque mientras el tío Press salía a la superficie. Tenía una enorme sonrisa y sacudía la cabeza para apartarse el pelo mojado de los ojos.

—¡Sí! ¡Me encanta este sitio! —gritó de felicidad—. Lo mejor es entrar de cabeza.

Empezaba a pensar que al tío Press le gustaba ser un Viajero. Al menos, lo disfrutaba más que yo, eso seguro. De un par de brazadas llegó al borde del estanque y salió del agua. Tenía la respiración un poco entrecortada por aquella llegada tan teatral, así que se sentó en el borde y me miró con los ojos brillantes de la emoción.

—Bienvenido a Cloral —dijo con aire satisfecho—. Es mi territorio favorito. No tiene comparación.

Parecía un guía turístico cuyo trabajo consistiera en asegurarse de que yo disfrutara de mis vacaciones. Pero no eran unas vacaciones, ni de lejos.

—Bueno, ¿qué pasa aquí? —pregunté, aunque no tenía muchas ganas de oír la respuesta—. ¿Hay una guerra? ¿Un desastre inminente? ¿Saint Dane ha preparado alguna maldad para hacernos la vida imposible?

El tío Press se encogió de hombros.

—No lo sé —respondió como si nada.

¿Cómo? Hasta aquel momento, el tío Press había tenido todas las respuestas, aunque no siempre me las diese. Pero era bueno saber que al menos uno de los dos no estaba totalmente perdido.

—¿No lo sé? —le solté—. ¿Por qué no me lo dices? Si vamos a tener problemas, me gustaría saberlo.

—No intento ocultarte nada, Bobby —me contestó él con sinceridad—. No sé qué está pasando aquí exactamente. En Denduron viví con los milagos y me di cuenta de que se gestaba una guerra civil. Pero sólo he estado en Cloral un par de veces. Por lo que sé, aquí todo va como la seda.

—Entonces, ¿por qué estamos aquí? —pregunté, frustrado.

El tío Press se puso serio al instante y me miró directamente a los ojos.

—Estamos aquí porque Saint Dane está aquí —dijo sin más—. Todavía no ha mostrado sus cartas, pero lo hará.

Genial: Saint Dane. En Denduron, justo antes de que Loor y yo escapásemos de la muerte en el pozo de la mina, Saint Dane había saltado en una lanzadera gritando: «¡Cloral!». Como la mina estaba a punto de saltar en pedazos, Loor y yo lo habríamos seguido con ganas, pero él nos lanzó un chorro de agua con tiburón asesino incluido a través de la lanzadera. Teníamos dos opciones: o convertirnos en el almuerzo del tiburón o introducirnos en el interior de la mina. Decidimos correr y, por suerte, escapamos a través de un orificio de ventilación antes de que aquel lugar estallase.

De repente, me di cuenta de que yo era la razón de que estuviésemos en Cloral: yo era el que había averiguado que Saint Dane estaba allí. Mi papel en aquella saga era más importante de lo que me habría gustado.

—Cuéntame algo sobre Cloral —pregunté. Supuse que, al menos, tenía que saber lo que me esperaba en el nuevo territorio.

El tío Press se levantó para contemplar la colorida caverna subterránea viviente.

—Todo el planeta está cubierto de agua —empezó a decir—. Por lo que sé, no hay ni un centímetro de tierra seca. Esta caverna es parte de un arrecife de coral que está a unos dieciocho metros de profundidad.

—¿Me tomas el pelo? —lo interrumpí—. ¿Quién vive aquí? ¿Los peces?

El tío Press se rio y acercó la mano a una de las enredaderas que se pegaban a las rocas. Detrás de las flores, unidas a la misma enredadera, había unas cosas oscuras llenas de bultos. Arrancó una como si arrancase una manzana de un árbol y me la lanzó. La cogí con recelo y vi que parecía un pepino de color verde oscuro. Tenía un tacto gomoso, así que supuse que sería más bien un pepinillo.

—Pártelo por la mitad —me dijo.

Cogí el extraño tubo por los extremos y lo partí en dos sin mayor problema. La piel verde de fuera era tan oscura que parecía casi negra, pero el interior era de color rojo brillante.

—Pruébalo —me dijo mi tío mientras arrancaba otra fruta para él. Le dio un buen mordisco y masticó. Supuse que, si no lo mataba a él, a mí tampoco, así que le di un mordisco y… ¡estaba buenísimo! Era como la sandía más dulce que jamás hubiera probado; hasta la piel estaba buena, aunque un poco más dura y salada que la pulpa dulce del interior. Además, no tenía pepitas.

—Creo que la gente de Cloral vivía en tierra seca hace mucho tiempo —siguió contándome—, pero ya han pasado siglos de eso. No hay ninguna prueba, y nadie sabe lo que le pasó al planeta, pero no tienen tierra desde hace mucho.

—Entonces, ¿cómo viven en el agua? —pregunté limpiándome el zumo dulce de la barbilla.

—No viven en el agua —me contestó—. Viven en unas ciudades flotantes llamadas hábitats. En esas barcazas gigantescas se construyen comunidades enteras. Algunas son tan grandes que parece que estás en una isla.

—Eso suena a fantasía —dije—. ¿Dónde consiguen la comida? ¿Y los materiales de construcción? ¿Y…?

—¿Por qué no dejas que te lo enseñe? —me interrumpió el tío Press.

Buen punto. Podíamos hablar del tema durante horas o verlo en directo. Odiaba reconocerlo, pero me interesaba bastante ver un mundo que siempre estaba flotando.

El tío Press se limpió el zumo de fruta de la boca, caminó con cuidado por el saliente de roca hasta llegar a un grueso montículo de enredaderas junto a la base de la pared, y lo apartó. Entonces vi que las enredaderas escondían ropa y un equipo. En seguida me acordé de la cueva en la cima de la montaña de Denduron en la que el tío Press me había dado la ropa de cuero de aquel territorio. Llevar ropa de otros territorios iba en contra de las reglas, así que necesitábamos ropa de Cloral.

—No lo entiendo —dije, curioso—: si no sabías que íbamos a venir, ¿cómo es que tenías preparadas estas cosas?

—No estamos solos, Bobby —respondió él mientras examinaba una cosa que parecía una burbuja de plástico transparente del tamaño de una pelota de baloncesto—. En todos los territorios hay acólitos que nos ayudan. Ellos nos trajeron esto.

Acólitos. En teoría, ésos eran los que se habían encargado de la moto en el Bronx.

—¿Quiénes son? —pregunté—. ¿Cómo es que no he visto ninguno?

—Ni lo verás —respondió—. Al menos, no muy a menudo. Pero siempre están cerca.

—Si nos ayudan tanto —añadí, suspicaz—, ¿por qué no nos ayudaron un poquito más en Denduron?

—No funciona así; no son Viajeros. No pueden participar directamente en nuestra misión, sólo pueden ayudarnos a pasar inadvertidos en el territorio. ¡Toma!

Me tiró la burbuja de plástico. Era ligera, pero sólida. Una parte del globo estaba abierta, así que parecía una especie de enorme pecera redonda. También tenía un pequeño cacharro con pinta de armónica plateada.

—Mete la cabeza dentro.

Sí, claro. Meter la cabeza dentro de un objeto desconocido no es algo que haga voluntariamente.

—No te preocupes, mete la cabeza —me repitió con una sonrisa.

¿Por qué no me decía lo que iba a pasar, para variar? ¿Por qué siempre tengo que experimentarlo por mí mismo? En fin, ¿de qué servía discutir? Levanté el globo transparente de mala gana y, poco a poco, lo fui bajando… Hasta que ocurrió algo extraño: en cuanto mi cabeza tocó el interior del globo, la cúpula transparente empezó a cambiar de forma. Me saqué aquella cosa a toda prisa y, al instante, dejó de moverse y recuperó su forma redonda original.

—¿Qué demonios ha sido eso? —exclamé, completamente histérico.

El tío Press se rio y se acercó a la pila de trastos para coger otro globo.

—Los cloranos están bastante avanzados —me explicó—. Tienen unos juguetes increíbles.

—¿Como instrumentos de tortura que se te agarran a la cabeza y te chupan el cerebro?

—No, como cualquier cosa que tenga que ver con el agua. El agua es su vida, así que han aprendido a usarla para hacer cosas que ni te imaginas.

Metió la cabeza en el segundo globo y, al instante, la cúpula transparente empezó a retorcerse y a cambiar de forma hasta convertirse en un caparazón que se adaptaba perfectamente a su cabeza. Era increíble: aquella cosa había adoptado la forma de la cabeza del tío Press. Mi tío me sonrío desde el interior de la máscara.

—Han conseguido crear material sólido a partir del agua —dijo mientras le daba golpecitos al caparazón que se había formado alrededor de su cara: volvía a ser duro.

Asombroso. Incluso podía oír lo que decía con claridad, aunque tenía la cabeza dentro de…, bueno, dentro de lo que fuera aquello.

—Y esto de aquí —dijo señalando la armónica plateada que tenía pegada a la parte de atrás del globo— es un filtro que absorbe el agua, la descompone automáticamente e introduce oxígeno en la máscara para que puedas respirar. Mola, ¿a que sí?

Ya lo entendía. La extraña máscara viviente era una especie de escafandra autónoma: podías respirar bajo el agua con ella. Y el plástico transparente funcionaba como una máscara que te protegía los ojos del agua para que pudieses ver. ¡Qué pasada!

El tío Press se quitó la máscara y, en el tiempo que tardó en ponérsela en el regazo, el globo se volvió redondo de nuevo.

—Vivir tantos siglos en el agua hace que aguces el ingenio —me dijo.

—Ya lo creo —añadí yo—. ¿Qué más tienes ahí?

Había otros dos cacharros que tenían cierto parecido con los flotadores de plástico que utilizan los socorristas cuando van a rescatar a alguien. El tío Press cogió uno y lo sostuvo delante de mí para que lo viera. Tenía forma de balón de fútbol americano, era de color morado fuerte y tenía unos asideros a ambos lados. Mediría aproximadamente medio metro de largo y, en un extremo, tenía una abertura redonda. El otro extremo acababa en punta. También había algunas hileras de ranuras que recorrían la parte superior e inferior.

—Vale, me rindo —dije.

—Es un trineo acuático. Cuando estás en el agua, agarras los asideros, lo sostienes delante de ti y aprietas el gatillo. —Vi que había un gatillo escondido en cada uno de los asideros—. La parte abierta va delante —me explicó mi tío—. Apunta hacia el lugar adonde quieras ir. El agua atraviesa estas ranuras para impulsarlo y el trineo te lleva. Cuanto más aprietes el gatillo, más deprisa irás. Pan comido.

Aquello empezaba a ponerse bien. Ya entendía por qué al tío Press le gustaba tanto Cloral. Entonces me lanzó un par de aletas para nadar que no requerían explicación alguna.

—Cámbiate —añadió.

Había llegado el momento de vestirse como los cloranos. Ya había pasado por aquello antes, así que avancé por el saliente de roca y empecé a rebuscar entre la pila de ropa clorana. El tío Press hizo lo mismo. Había camisetas, pantalones e incluso unos calzoncillos que, supuse, usaban de ropa interior. Menos mal. En Denduron no me había puesto ropa interior y me había salido un sarpullido que todavía no se me había calmado del todo.

El material era suave y parecido a la goma. En Cloral todo tenía que ver con el agua, así que supuse que la ropa sería perfecta para nadar y se secaría deprisa. Además, los colores eran muy vivos, todos en el extremo frío del espectro: azul, verde y morado. Como el tío Press me había llevado varias veces de buceo, yo sabía que los mejores colores para estar debajo del agua eran los de la gama del azul, porque se veían mejor. Los colores como el rojo y el amarillo se filtraban rápidamente bajo el agua, así que acababan pareciendo grises, pero el azul seguía siendo azul, y lo mismo pasaba con el morado y el verde.

Me daba la sensación de que en aquel territorio acuático tendría bastantes ocasiones de poner en práctica mis conocimientos de buceo. El tío Press me había llevado a clase de submarinismo el año pasado y yo me había sacado la licencia para bucear en mar abierto. Después, el tío Press me había llevado de viaje a Florida para bucear en el océano y explorar algunos de los manantiales de agua dulce. Fue genial: nadamos con los bancos de peces y nos montamos en las tortugas.

El tío Press y yo habíamos hecho muchas cosas estupendas juntos…, lo que me hacía pensar que quizá aquellas aventuras no habían sido por diversión, sino un entrenamiento para los desafíos que me esperaban como Viajero. Supongo que debería sentirme agradecido…, menos por la vez que me llevó a hacer paracaidismo acrobático. Fue fantástico, pero no quiero ni pensar por qué quiso que lo hiciera. Ay, ¿qué futuro me espera?

Cogí una camiseta celeste y unos pantalones que parecían más o menos del mismo color. Allí no me conocía nadie, pero no quería parecer un paleto daltónico. También cogí algunos calzoncillos azules. No estaba seguro de la talla, pero, cuando me los puse, ¡era como si estuviesen hechos para mí! No tenían cremalleras ni botones. Tiré al suelo mi ropa de Segunda Tierra y me puse los calzoncillos, los pantalones largos y la camiseta. La ropa era elástica y se adaptaba perfectamente a mi cuerpo. No resultaba demasiado estrecha, pero era lo suficientemente pegada para que no formase arrugas que estorbasen en el agua. También había botas suaves con suelas de goma dura que eran muy fáciles de poner y se adaptaban como si estuviesen hechas a medida. Todo parecía salido de Star Trek.

—Ponte también el cinturón —me dijo el tío Press, y me pasó una correa delgada y suave.

—No hace falta —contesté—. No me van los cinturones.

—No es por moda —replicó—, es un chaleco hidrostático.

Guay. Como tenía experiencia como submarinista, sabía que los buceadores usan un cinturón de lastre bajo el agua para no flotar hasta la superficie. Un chaleco hidrostático es un chaleco que se llena con el aire de la bombona para poder ajustar la flotabilidad y no hundirse hasta el fondo ni salir disparado hacia la superficie. Cuando todo sale bien, se llama flotabilidad neutra. Hace que nadar sea como volar. Pero no entendía cómo aquel cinturón tan pequeño podía mantener la flotabilidad neutra.

—Es automático —me explicó el tío Press. Creo que me estaba leyendo la mente de nuevo—. Absorbe agua para ganar peso o crea oxígeno para elevarte, según lo que necesites. Ya te he dicho que esta gente está muy avanzada.

Acepté su palabra y metí el cinturón por las trabillas de mis pantalones nuevos. Estaba deseando meterme en el agua para probar aquellos juguetes. Era como volver a los viejos tiempos con el tío Press, sólo que mejor. Sí, hasta aquel momento me estaba gustando mucho Cloral, bastante más que Denduron. Hacía calorcito, la ropa no estaba mal, las frutas del lugar sabían bien; además, por lo que me había contado el tío Press, el territorio no estaba en guerra con nadie y era lo suficientemente avanzado para crear unos aparatos muy chulos. Lo cierto era que me apetecía salir de la caverna y empezar a explorar.

Pero, claro, eso fue antes de que el tío Press hiciese algo extraño: en cuanto terminó de vestirse con la ropa local, sacó uno de los pantalones de repuesto que había en la pila e hizo un nudo en el extremo de cada pierna.

—Coge un puñado de fruta —me ordenó.

Empecé a recoger algunas piezas de fruta de las enredaderas. El tío Press las cogió y las metió dentro de las piernas del pantalón que acababa de atar. Me imaginé que utilizaría los pantalones como bolsa improvisada para llevar fruta a la superficie. Por mí bien, porque me gustaba aquella fruta. Llenó los pantalones hasta que parecían unas piernas llenas de bultos, después arrancó un trozo de enredadera de la pared y la usó como cuerda para pasarla por las trabillas de los pantalones y atar la cintura.

—Pásame uno de esos trineos acuáticos —me pidió.

Vale, ahí fue cuando me perdió: ¿qué estaba haciendo? Le di uno de los trineos morados, y él ató el otro extremo de la enredadera que sujetaba los pantalones a los asideros. Había un metro de enredadera entre el trineo y los pantalones llenos de fruta.

—¿Me vas a explicar qué haces?

—Tenemos que salir nadando de aquí —me contó—. Ponte las aletas, y usaremos los globos de aire para respirar. Sólo estamos a unos dieciocho metros de profundidad. Debería haber un deslizor esperándonos en la superficie.

—¿Un deslizor?

—Es como una lancha motora muy rápida y fácil de manejar. Te va a encantar.

—¿Cortesía de los acólitos?

—Exactamente.