Pensamientos - Blaise Pascal - E-Book

Pensamientos E-Book

Blaise Pascal

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Los Pensamientos de Blaise Pascal (1623-1662) no es un libro póstumo sino, en feliz expresión del mejor y más reciente analista de la obra pascaliana, Michel Le Guern, «los papeles de un muerto», la reunión de las notas y observaciones recogidas por Pascal para escribir un libro que, desde la heterodoxia de la escuela jansenista de Port-Royal, pretendía hacer la apología de la religión cristiana. Lo que se encontró a su muerte apenas consistía en «un montón de Pensamientos apartados para una gran obra», según su sobrino, que redactó el prefacio a la primera edición de los Pensamientos, aparecida en 1670. El estado de inacabamiento de la obra y el correr de los siglos parecen haber negado al libro lo que quería ser, una apología religiosa. Bajo ella subyace lo que hoy resulta más actual en Pascal: una visión totalmente nueva del hombre, considerado desde el ascetismo jansenista, que ya habían practicado antes Séneca y sus seguidores, de quienes Pascal recoge, por ejemplo, la idea nuclear de su comprensión de la condición humana: la agitación, la inquietud, que motiva la constante huida del hombre fuera de sí para evitar verse, mirarse en el espejo propio, recapitularse entre los dos cabos y fines de su existencia: «El hombre no es más que una caña, el más débil de los seres creados, pero una caña pensante»… Y eso son los Pensamientos, la apasionada lamentación lírica de una condición humana que sufre.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Los Pensamientos de Blaise Pascal (1623-1662) no es un libro póstumo sino, en feliz expresión del mejor y más reciente analista de la obra pascaliana, Michel Le Guern, «los papeles de un muerto», la reunión de las notas y observaciones recogidas por Pascal para escribir un libro que, desde la heterodoxia de la escuela jansenista de Port-Royal, pretendía hacer la apología de la religión cristiana. Lo que se encontró a su muerte apenas consistía en «un montón de pensamientos apartados para una gran obra», según su sobrino, que redactó el prefacio a la primera edición de los Pensamientos, aparecida en 1670. El estado de inacabamiento de la obra y el correr de los siglos parecen haber negado al libro lo que quería ser, una apología religiosa. Bajo ella subyace lo que hoy resulta más actual en Pascal: una visión totalmente nueva del hombre, considerado desde el ascetismo jansenista, que ya habían practicado antes Séneca y sus seguidores, de quienes Pascal recoge, por ejemplo, la idea nuclear de su comprensión de la condición humana: la agitación, la inquietud, que motiva la constante huida del hombre fuera de sí para evitar verse, mirarse en el espejo propio, recapitularse entre los dos cabos y fines de su existencia: «El hombre no es más que una caña, el más débil de los seres creados, pero una caña pensante»… Y eso son los Pensamientos, la apasionada lamentación lírica de una condición humana que sufre.

Blaise Pascal

Pensamientos

Título original: Pensées

Blaise Pascal, 1670

Introducción

Pascal es un hombre único en la historia, un genio atormentado e inclasificable al que no sabemos si hay que llamar escritor; teólogo parece claro que no, ensayista suena a demasiado frívolo, filósofo es posible, aunque los filósofos propiamente dichos se niegan a aceptarle entre los suyos. Digamos que es alguien que escribe de una manera singularísima e inolvidable sobre la condición humana y sobre la fe.

Nada parecía augurar que la posteridad le recordase por estas razones. En los primeros años de su vida entrevemos a un niño excepcionalmente dotado, un niño prodigio que se educa en un ambiente muy favorable para el desarrollo de su talento natural y que se orienta muy pronto hacia las ciencias. A pesar de su corta edad, asombra a todos los que le conocen, Blaise Pascal será un sabio antes de haber aprendido a ser hombre.

Pero no un sabio a escala familiar o en el pequeño marco provinciano del Cermont-Ferrand en que nació, sino un sabio en París con resonancia europea; que a los diecisiete años publica el Tratado de las secciones cónicas, que discute con Descartes de igual a igual, que explica el experimento de Torricelli, que despierta la admiración del primer matemático francés de su tiempo, el gran Fermat, con quien descubre el cálculo de probabilidades.

Y toda esta elucubración científica resulta que puede armonizarse con ideas muy prácticas; es él también quien inventa una máquina aritmética, considerada como la primera máquina de calcular, con objeto de facilitar la tarea a su padre, que recaudaba impuestos por procedimientos no siempre benignos.

Y en los últimos meses de su vida, cuando le imaginábamos absorto en las prácticas de piedad y en obras caritativas, aplica su ingenio a las carrozas de cinco sueldos, es decir, coches públicos que hacen un trayecto regular entre dos barrios de París, el primer antecedente de los modernos ómnibus. Su intención no era lucrarse, sino reunir fondos para socorrer a los pobres de Blois, pero no deja de admirar el sentido práctico de esta iniciativa.

Y al lado del sabio y del inventor hay otro aspecto importantísimo en Pascal, una característica que va a acompañarle durante toda su existencia: será un enfermo desde el mal misterioso que le ataca cuando apenas cuenta dos años, hasta la larga «postración» flangueur dice su hermana) del período final, pasando por la crisis de 1647 y que sucede inmediatamente a la primera de sus conversiones.

Porque en esta personalidad tan fuera de lo común no bastó una conversión religiosa; hubo un momento en que ciertos discípulos de Saint-Cyran conmueven profundamente a toda la familia y la hacen de una parte mucho más devota, y de otra marcada por un enfoque espiritual próximo a lo que luego se llamará la herejía jansenista; pero Pascal no estaba dispuesto a renunciar a su trabajo científico y no parece que se produjera un cambio absoluto y definitivo en él.

Le contraría que su hermana Jacqueline ingrese en el monasterio de Port-Royal, se opone a tal proyecto y no tarda en iniciarse lo que se llama su «período mundano». Trata sin duda a amigos si no libertinos, al menos indiferentes y más o menos tocados de escepticismo, lee con mucho interés a Epicteto y a Montaigne, y, desde el punto de vista de los rigurosos devotos influidos por Jansenio, debía de parecer completamente descarriado.

Por estos años, entre el 1652 y el 1653, se sitúa quizá un episodio amoroso, o tal vez se trate de una simple leyenda, de un equívoco. Lo seguro es que el Blaise Pascal que consta legitimó un hijo natural llamado Jean no era nuestro autor, y es casi también seguro que no es obra suya el Discurso sobre las pasiones del amor.

Lo que sí es cierto es que el Pascal de estos años se preocupa activamente por cuestiones muy terrenales: hace acopio de dinero, lo invierte, compra una tienda, se dedica a un negocio de desecamiento de pantanos, sigue fabricando máquinas aritméticas y desde luego piensa en contraer un ventajoso matrimonio.

Luego, «la segunda conversión», con el famoso éxtasis del 23 de noviembre de 1654. Se ha hablado de un accidente de coche del que salió ileso, pero parece que esta anécdota novelesca también hay que descartarla; no hubo tal accidente, como lo más probable es que tampoco hubiera amores, ni lícitos ni ilícitos, la biografía pascaliana es trepidante de puertas para adentro, pero tiene una superficie que se resiste a cualquier explotación imaginativa.

El Pascal de estos años frecuenta Port-Royal, trata de convertir a sus amigos mundanos y en seguida se mete de cabeza en la sonora polémica de las Provinciales, el vibrante panfleto antijesuítico en el que hay verdaderas dotes de escritor, pero también una saña y una soberbia poco acordes con una espiritualidad rectamente entendida.

Soberbio hasta el desprecio más cruel y el ataque personal se muestra así mismo en sus relaciones con otros sabios, está convencido de su superioridad, de su razón, e idéntica cerrazón pone en polemizar en favor de los jansenistas contra los jesuítas que en humillar a los demás científicos cuando se discute el tema de la llamada «roulette», lo que modernamente los geómetras llaman cicloide.

Hasta que la enfermedad vuelve a abatirle de nuevo, interrumpiendo sus actividades, entre las cuales quizá figure ya el borrador de su apología de la religión cristiana. Y mientras, llega el fin de Port-Royal, la firma del «formulario» que significa el sometimiento de los rebeldes al Papa y a los obispos.

Enfermo y cansado de tanta polémica, Pascal se dedica a las prácticas ascéticas, a la oración y a las obras de caridad. Es el último período, hasta que muere a los treinta y nueve años, de este hombre lleno de paradojas, excesivo y truncado, genial e incandescente, al que recordamos por uno de los manuales de inquietud religiosa más portentosos de todos los tiempos.

Éste es lo que la posteridad tituló Pensamientos, una de las obras más leídas y admiradas del mundo, una de las que más profundamente han influido en sus lectores, y que en rigor casi no es un «libro», diríase más bien que un montón confuso y desordenado de apuntes que Pascal tomaba en los últimos años de su vida haciendo acopio de materiales para un proyecto que nunca llegó a elaborar.

A su muerte lo único que nos dejó fue un rimero de hojas y papelitos en una caligrafía casi ilegible, un texto en estado embrionario que contiene diversas fases de la redacción, desde la simple nota apresurada que posteriormente había que desarrollar, hasta el pasaje ya en su redacción definitiva. Revoltillo de esbozos impregnados de la ansiedad que le consumía al ver que se le acababa el tiempo.

De hecho, no se trata de un solo libro, sino de muchos. Este insólito magma obliga a cada editor a ordenarlo a su manera, en el fondo, seamos sinceros, según la idea preconcebida que tiene de Pascal; las piezas del mosaico son las mismas, pero el orden en que se disponen, las prioridades que se establecen, las relaciones de los fragmentos entre sí según su proximidad o el lugar que ocupan nos dan cada vez un autor distinto.

En los fragmentos 65 y 66 de la edición Chevalier el propio Pascal parece profetizar lo que ocurrirá con su obra: «Como si los mismos pensamientos», escribe, «no formasen otro cuerpo de ideas al disponerse diferentemente, como las mismas palabras forman otros pensamientos por su diferente disposición. Las palabras diversamente ordenadas componen y los sentidos diversamente ordenados provocan efectos diferentes».

Así es, y en consecuencia estamos condenados a enfrentarnos con una especie de puzzle que cada cual organiza a su modo, haciendo destacar lo que le interesa, lo que juzga esencial, dejando en la sombra otros aspectos, estableciendo un orden que ilumina de forma muy variada las palabras ya de por sí a menudo oscuras, ambiguas, incompletas y carentes de acabado que escribió Pascal.

Formalmente, lo que caracteriza, pues, a los Pensamientos (título póstumo, de una extraordinaria vaguedad y que sin duda no hubiera sido del gusto de Pascal) es la dispersión preparatoria, la sucesión de chispazos que alumbran intuiciones o razonamientos destinados a formar parte de un libro que no llegó a nacer.

Cada editor nos propone su hipótesis de lo que hubiera sido este libro inconcluso, que no puede leerse de un tirón, de cabo a rabo, porque en él todo es eruptivo, hecho de exclamaciones, quejas, gritos, arrebatos, razonamientos a veces sin enlazar que deberían completarse o pulirse. Un terremoto interior fue liberando este material verbal y reflexivo que hoy nos asombra y nos deslumbra, y que no es de utilización fácil.

Leámosle a sorbos caprichosos, aceptando su penumbra, sus cosas a medio decir, entre el germen de la idea abreviada en un rápido esbozo y la expresión final de su pensamiento. Nadie, pues, como él permite al lector tanto margen de libertad, nos deja tanto espacio para leer e interpretar a nuestro modo lo que nos dice.

Este borrador de una ambiciosa idea que la muerte no le dejó perfilar refleja muy bien al hombre a medio hacer, a medio resolver, tironeado entre la angustia y la esperanza. Su pensamiento negro y fulgurante, profundo y contradictorio, no podía acabar formando un sistema cerrado y coherente, todo Pascal está en su violento lenguaje de temor y temblor que inquieta abandonándonos a una experiencia vertiginosa.

Él se propuso un objetivo claro, hacer una «apología de la religión cristiana», pero nadie lee esta obra como apologética, sino como un espejo de crispaciones espirituales, y su característica más acusada es precisamente su falta de claridad, su carácter equívoco. Ni los creyentes se reafirman en su fe ni los incrédulos se inclinan ante Dios, en este sentido el intento de Pascal fue un completo fracaso.

Pero eso sí, unos y otros se desazonan ante este apologista patético que conmueve, agita, hace de aguijón trascendental, borra seguridades, agrieta las certidumbres de creer y no creer, empujándonos hacia una terrible oscuridad en la que reinan las «razones del corazón que la razón no entiende».

Nadie permanece en la indiferencia, nadie sale indemne de su lectura, todo el mundo se siente aludido hasta las últimas raíces, pero lo paradójico es que no convence. Ya en el siglo XVIII Voltaire decía enojadamente que no al «misántropo sublime», como él le llama, y el catolicismo siempre ha apreciado poco las buenas intenciones de esa especie de nuevo Padre de la Iglesia semijansenista.

¿Hay que identificar el cristianismo con esta desolación del hombre que se pinta alegóricamente como un condenado a muerte en una oscura mazmorra que es el mundo? Desde una arriesgada tierra de nadie, dentro de la Iglesia, pero al borde mismo de la herejía, Pascal es prisionero de un pesimismo que sobrecoge sin llevarnos a ninguna parte. No es un maestro, sino un agitador.

Digámoslo claramente, quizá sea imprescindible, pero no resulta simpático, no atrae; según unos le falta humor, según otros un sentido del matiz, de la comprensión, que no le humaniza. El pobre Voltaire, tan empeñado en que las cosas fuesen razonables, se desesperaba con él, pero lo cierto es que después de leerle se hace difícil encontrar razonable la vida.

Su palabra absoluta, intransigente, rompe toda medida, enfrentándonos con la imagen más solitaria y trágica de nosotros mismos. Su intención era que todo eso concluyera en la entrega sin condiciones a Dios, pero los caminos por los que aspira a conducirnos a este fin son tan escépticos e inhumanos que inevitablemente provoca el rechazo.

¿Somos así? ¿Cañas pensantes, sombras inconscientes de vanidad, distraídas, «divertidas» —es decir, desviadas, según su famosa expresión— con los juegos más fútiles, la caza, el billar, la pelota? ¿Qué pensaría Pascal del fútbol, de las revistas ilustradas, de la televisión, de la pornografía, del sufragio universal? ¿Qué sentencias atroces de severidad no tendría para un género de vida que recomienda la «relajación», la frivolidad, el ocio, el placer?

Y no obstante, hoy como antaño seguimos leyendo a Pascal —y muchísimo más que a Voltaire, que parece más acorde con la vida moderna—, refunfuñando por sus excesos, oponiéndole mentís, reservas, objeciones; pero continuamos leyéndole fascinados, más que por la certeza de todo lo que nos dice, por la fuerza irresistible de su llamada a interesarnos de veras por qué somos, de dónde venimos, adonde vamos.

No soluciona nada, no explica nada —o al menos no explica nada convincentemente—, nos irrita con su mezcla de lucidez y patología, de criterios científicos y de actitudes absolutas y desencarnadas, con su hosquedad a un tiempo inteligente y cerril, ingenua y hondísima, pero le necesitamos como una amarga medicina que preserva de las comodidades mentales.

Creyentes y agnósticos, escépticos y hombres de fe, filósofos y lectores del montón, todo el mundo pasa por él, se irrita, le corrige o le contradice, pero pasa por él, y esta experiencia le transforma en mayor o menor medida; luego vuelve a sus convicciones, a sus negativas o a sus dudas, pero jamás olvidará del todo esa extraña interpelación a las actitudes últimas del hombre.

«Yo venero en Pascal el arquetipo mismo del creyente que cree al pie de la letra, que sabe que lo que le han enseñado es verdad, y no hay que imaginarse que eso es muy corriente en la Iglesia», dice Frangois Mauriac en las Memorias interiores, y a su manera el juicio no es disparatado, aunque sólo alude a la faceta más favorable del escritor.

Pero otro católico, Claudel, también tiene razón cuando explica a Gide en una de sus cartas: «Lo que reprocho a Pascal es haber maltratado y calumniado la naturaleza humana, no sólo la manchada por el pecado, sino incluso la creada por Dios y glorificada por la gracia. Eso no es un cristianismo, es un mal humor de enfermo».

Ésta es otra perspectiva del personaje, la relación de su obra con una biografía llena de paradojas. Lo que sabemos de él, mediatizado por el fervor familiar, por los recelos (muy justificados), de la ortodoxia, por la interminable polémica jansenista que aún colea, por las interpretaciones de los estudiosos modernos, ofrece una imagen difícil de explicar.

Incómodo e incompleto, extraño y apasionante, Pascal nos ofrece una de esas lecturas que pueden hacernos sentir vértigos angustiosos, pero que restablecen en su justa medida el valor que hay que atribuir a cada preocupación; sería una imprudencia abandonarnos sin más a la enseñanza crispada y oscura de su misantropía, pero no haberle leído equivale a renunciar a un mensaje sustancial.

Sobre todo en los tiempos que vivimos, inundados de banalidad que nos avasalla desde los medios de información. Por eso conviene recordar lo que decía un personaje de Proust, que recomendaba irónicamente en vez de leer el periódico todos los días y a Pascal una vez al año, invertir los términos, leer cotidianamente a Pascal y hojear muy por encima una vez al año un periódico cualquiera.

CARLOS PUJOL

Cronología

1623 El 19 de junio nace en Clermont-Ferrand, en la Auvernia, hijo del magistrado Étienne Pascal y de Antoinette Begon; la familia del padre era de modestísima nobleza, la madre pertenecía a un linaje de mercaderes. En esta fecha habían nacido ya dos hijas del matrimonio, en 1617 Antoinette, que murió en seguida, y en 1620 Gilberte.

1625 Sufre una misteriosa enfermedad, todavía inexplicada, con trastornos intestinales, atrofias de los miembros y fobias, de la que al parecer sana gracias a una curandera. Nace su hermana Jacqueline.

1626 Muere su madre.

1631 La familia se instala en París, donde Étienne Pascal, que frecuenta el trato de hombres de notable cultura, se ocupa activamente de la educación de sus hijos.

1634 Étienne Pascal renuncia a su cargo y se dedica a los negocios. Blaise y Jacqueline, según se tes considera en París, son niños excepcionalmente bien dotados.

1638 Étienne Pascal, que ha protestado por una medida fiscal, tiene que salir de París para escapar a la Bastilla.

1639 Jacqueline obtiene del cardenal Richelieu el perdón para su padre, quien es enviado a Ruán como intendente de Su Majestad para los impuestos.

1640 La familia en Ruán. Blaise Pascal publica su primera obra científica, Tratado de las secciones cónicas.

1641 Boda de Gilberte Pascal con su primo Florín Périer, colaborador de su padre.

1642 Blaise inventa una «máquina aritmética», considerada como la primera máquina de calcular, con objeto de ayudar a su padre en los cálculos de impuestos.

1646 Toda la familia, incluyendo a los esposos Périer, sufre la influencia de unos discípulos de Saint-Cyran que les hacen profundizar en la devoción inculcándoles una espiritualidad próxima a lo que luego va a conocerse con el nombre de jansenismo. Blaise continúa con sus trabajos científicos.

1647 Se agrava su enfermedad con parálisis de piernas, jaquecas y dolores de estómago. Para completar su curación, en compañía de su hermana Jacqueline se traslada a París, donde tiene dos entrevistas con Descartes. Publica Nuevas experiencias respecto al vacío.

1648 Étienne Pascal vuelve a París, y allí sus hijos frecuentan el monasterio de Port-Royal, ya directamente influidos por la espiritualidad jansenista.

1649 Durante los disturbios de la Fronda la familia se refugia en Clermont-Férrand, en casa de los Périer. Blaise sigue trabajando en su máquina.

1650 En noviembre la familia Pascal está de regreso en París.

1651 Muere Étienne Pascal. Jacqueline decide ingresar en el monasterio de Port-Royal, pero su hermano se opone a este propósito.

1652 Jacqueline ingresa en Port-Royal, y se supone que por esta época se inicia el llamado «período mundano» de Pascal. Trata asiduamente a unos amigos indiferentes en religión y más o menos escépticos, se apasiona por Epicteto y Montaigne, y, quizá durante una estancia en la Auvernia (1652-1653), tiene amores con una joven; pero todo lo relacionado con este período es muy confuso y discutible. Carta a la reina Cristina de Suecia por el envío de la máquina aritmética.

1653 Pocos días después de que una bula del papa Inocencio X condenase cinco proposiciones de Jansenio, Jacqueline toma el velo en Port-Royal. De este año son diversas obras científicas y un viaje al Poitou en compañía de sus amigos mundanos.

1654 Escribe más obras científicas, y quizá entre setiembre y octubre sufre una nueva crisis espiritual que le acerca de nuevo a su hermana Jacqueline, a la que visita frecuentemente. Por fin, en la noche del 23 de noviembre se produce la «segunda conversión», con el famoso éxtasis cuyo testimonio es el Memorial que llevará siempre cosido a su ropa.

1655 En enero, primer retiro en Port-Royal, a donde volverá para diversas estancias breves como amigo y discípulo de los «solitarios»; se le asigna como director espiritual a Le Maitre de Saci, y de un diálogo entre ambos nacerá el Coloquio con el señor de Saci sobre Epicteto y Montaigne, publicado en 1728. En el curso de la primavera trata de convertir a uno de sus amigos mundanos, el duque de Roannez, y sigue su vida en París, transformado espiritualmente pero sin adoptar aún un género de vida ascético.

1656 En enero pasa unos días de retiro en Port-Royal, por las mismas fechas en que el Gran Arnauld es condenado por la Sorbona; decide entonces defenderle y llevar la polémica al público, y así el 23 de enero aparece anónimamente la primera de las Cartas provinciales, interviniendo de este modo en la controversia que enfrentaba a los jesuítas con el jansenismo de Port-Royal. El gran éxito del libelo le mueve a publicar durante este año quince cartas más, mientras el 24 de marzo su sobrina, Marguerite Périer, cura instantáneamente de una fístula lacrimal al contacto de una reliquia de la Santa Espina que se conserva en Port-Royal de París (Pascal, muy impresionado por el hecho, lo aduce como argumento en favor de que Dios señala así la justicia de la causa que defiende).

1657 Entre enero y marzo se publican las dos últimas Provinciales, y la obra, que se incluye en el Indice en el mes de setiembre, se publica en forma de libro atribuyéndolo a «Louis de Montalte». De esta época son también los Escritos sobre la Gracia (que aparecerán póstumamente en 1119) y unos Elementos de geometría para las escuelas de Port-Royal. Tal vez empieza a trabajar en su obra sobre la Verdad de la religión cristiana, cuyas notas constituyen lo que hoy llamamos Pensamientos.

1658 Gran actividad científica y polémica. Quizá en el curso del otoño, en Port-Royal expone ante diversos amigos el proyecto de su apología de la religión cristiana.

1659 Desde comienzos de año sufre una nueva enfermedad muy grave que le tiene postrado interrumpiendo todas sus actividades.

1660 Entre mayo y setiembre, estancia en la Auvernia, donde empieza a poner por escrito sus Pensamientos. Después de su regreso a París escribe su Oración para el buen uso de las enfermedades. Lleva una vida muy austera y se preocupa constantemente de socorrer a los pobres.

1661 Es el año decisivo para Port-Royal, que, después de largas discusiones, se somete aceptando la firma del llamado «formulario». Jacqueline Pascal, que se había opuesto a la sumisión, muere el 4 de octubre, y su hermano renuncia definitivamente a toda polémica.

1662 Mientras se dedica de lleno a la caridad y a sus devociones, la enfermedad se agrava, y a fines de junio se hace llevar a casa de los Périer; allí firma su testamento (3 de agosto) y, después de recibir el viático y la extremaunción, muere el 19 de agosto a la una de la madrugada, a los treinta y nueve años de edad.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!