Perdida en el pasado - Maggie Cox - E-Book

Perdida en el pasado E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Le agradaba saber que ella no era inmune a él... El corazón de Ailsa latía con desenfreno. No estaba en absoluto preparada para el impacto de encontrarse frente a frente con los inolvidables rasgos de Jake Larsen. La única diferencia era la cruel cicatriz que atravesaba la mejilla de su exesposo y que, en cierto modo, acrecentaba su atractivo y le recordaba a Ailsa la terrible tragedia que los había separado... Jake había pensado que vería a Ailsa tan solo durante unos minutos, no que se quedaría incomunicado varios días con ella en su casa debido a un fuerte temporal de nieve. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con Ailsa, más le parecía que la esposa que perdió cuatro años atrás se convertía en la que mujer que estaba decidido a conquistar...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maggie Cox

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Perdida en el pasado, n.º 2289 - febrero 2014

Título original: The Lost Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dremastime.com

I.S.B.N.: 978-84-687-4021-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Ailsa corrió hacia la ventana cuando escuchó el suave ronroneo del motor de un coche. El elegante todoterreno plateado de su exmarido se detuvo frente a la casa. Estaba cubierto por varias capas de gruesa escarcha. Efectivamente, los cristalinos copos caían inexorablemente del cielo, como si lo hicieran a través de un colador divino.

No había dejado de nevar en todo el día. Ailsa habría sucumbido a la magia de aquel ambiente invernal si no hubiera estado tan preocupada porque Jake le devolviera a su hija sana y salva. Vivir en la campiña inglesa podría resultar idílico hasta que el severo tiempo invernal atacaba las estrechas carreteras y las convertía en traicioneras pistas. Permaneció esperando con la puerta abierta mientras que el conductor salía del vehículo y se dirigía por el nevado sendero hacia ella.

No era Alain, el elegante chófer francés al que había estado esperando. Normalmente, era el conductor de Jake el que llevaba a Saskia a su casa después de pasar una quincena con su padre en Londres, o desde el aeropuerto cuando Jake estaba trabajando en Copenhague y la pequeña residía allí con él. Cuando Ailsa vio que eran unos acerados ojos azules, tan familiares, los que la contemplaban a través del manto de nieve, sintió que el corazón se le detenía.

–Hola –dijo él.

No había visto el rostro de su exmarido desde hacía mucho tiempo, desde que su chófer se había convertido en un fiable mensajero entre ellos. Descubrió que el impacto de ver aquellos rasgos esculpidos, inolvidables, no había disminuido ni siquiera remotamente. Jake siempre había tenido la clase de atractivo masculino conseguido sin esfuerzo alguno y que garantizaba más interés por parte de las féminas por dondequiera que fuera, incluso con la cruel cicatriz que le recorría la mejilla. En realidad, aquella cicatriz conseguía que su rostro fuera aún más memorable y turbador, no solo porque una herida tan horrible hubiera marcado la belleza de su cara, sino porque verla aceleraba los latidos del corazón de Ailsa al recordar cómo se había producido.

Durante un instante, se perdió en la oscura caverna de la memoria. Entonces, se dio cuenta de que Jake la miraba fijamente, esperando a que ella le devolviera el saludo.

–Hola... hace mucho tiempo, Jake –dijo. Entonces, mientras hablaba, pensó que él debería haberle advertido de que habría un cambio de planes–. ¿Dónde esta Saskia? –añadió, sobresaltándose.

–Llevo llamándote todo el día, pero no había cobertura. ¿Por qué demonios se te ocurrió vivir aquí, en medio de la nada? No puedo entenderlo.

Ailsa decidió no prestar atención a la irritación de su voz. Se apartó el cabello del rostro y se cruzó de brazos. Se había quedado helada por el frío de la noche y por el aire gélido que la había golpeado con solo abrir la puerta.

–¿Ha ocurrido algo? ¿Por qué no está Saskia contigo? –preguntó mirando con ansiedad hacia las ventanas del coche con la esperanza de ver el hermoso rostro de su hija asomándose por una de ellas. Cuando se dio cuenta de que el coche estaba completamente vacío, sintió que las rodillas se le doblaban.

–Por eso he estado intentando hablar contigo. Quería quedarse con su abuela en Copenhague durante unos días. Me suplicó que la dejara quedarse hasta Nochebuena y yo accedí. Como ella estaba muy preocupada de que tú te disgustaras por ello, yo accedí a venir hasta aquí para darte la noticia. Había oído que el tiempo sería malo, pero no tenía ni idea de hasta qué punto.

Se sacudió con impaciencia la nieve que le cubría el rubio cabello, pero los copos volvieron a cubrirlo inmediatamente, por lo que su gesto fue inútil. Durante un largo instante, Ailsa trató de encontrar las palabras necesarias para responder. La sorpresa y la desilusión se apoderaron de ella mientras pensaba en todos los planes que había hecho hasta Navidades para estar con su hija, unos planes que acababan de esfumarse.

Iban a hacer un viaje muy especial a Londres para ir de compras. Se alojarían en un bonito hotel para poder ir al teatro y salir a cenar. El día anterior, había llegado el abeto noruego que ella había encargado y que se erguía vacío y solitario en el salón, esperando que alguien lo decorara con las brillantes bolas que lo transformarían en el emblema mágico de aquella época del año. Madre e hija iban a decorarlo juntas, cantando villancicos. Para Ailsa, resultaba inconcebible que su adorada hija no fuera a regresar a casa hasta el día de Nochebuena.

Para Ailsa, aquellos días servirían ya únicamente para recordarle lo sola que se encontraba sin la familia con la que siempre había soñado. Jake y Saskia. Francamente, casi no había podido superar los últimos siete días sin la presencia de su hija.

–¿Cómo me puedes hacer algo así? ¿Cómo? ¡Tu madre y tú ya la habéis tenido una semana! Supongo que sabrás que contaba con que me la devolvieras hoy.

Los anchos hombros se encogieron lacónicamente bajo el elegante abrigo negro.

–¿Por qué niegas a nuestra hija la oportunidad de estar con su abuela cuando hace tan poco perdió a su marido? Saskia la anima como nadie más puede hacerlo.

Ailsa no dudaba de las palabras de su exmarido, pero aquello no hacía que la ausencia de su pequeña fuera más fácil de soportar. A pesar de la frustración, sentía un nudo en el corazón al pensar en el fallecimiento del padre de Jake. Jacob Larsen padre fue un hombre imponente, incluso un poco intimidante, pero siempre la había tratado con el mayor de los respetos. Cuando Saskia nació, no escatimó en elogios y proclamó a su nieta como la niña más preciosa del mundo.

A su hijo debía de resultarle muy duro su fallecimiento. La relación entre ambos había tenido sus altibajos, pero a ella nunca le había quedado duda alguna de que Jake adoraba a su padre.

La nieve que caía se estaba transformando rápidamente en ventisca, lo que acrecentó aún más la tristeza y la desolación que ella sentía.

–Siento mucho la muerte de tu padre... era un buen hombre, pero yo ya he soportado la ausencia de Saskia durante demasiado tiempo. ¿Es que no puedes comprender que la quiera a mi lado cuando falta tan poco para la Navidad? Había hecho planes...

–Lo siento mucho, pero a veces, tanto si nos gusta como si no, los planes tienen que cambiar. El hecho es que nuestra hija está a salvo con mi madre en Copenhague y tú no tienes necesidad alguna de preocuparte –dijo él. Entonces, contuvo el aliento y señaló hacia la carretera–. La policía había cortado la carretera para que los conductores no pasaran a menos que fuera absolutamente necesario. Me dejaron venir porque les dije que te volverías loca de preocupación si no llegaba a la casa para decirte lo de Saskia. He llegado por los pelos, a pesar de venir en un todoterreno. Estaría loco si tratara de regresar al aeropuerto esta noche en estas condiciones.

Como si se estuviera despertando de un sueño, Ailsa se dio cuenta de que Jake parecía estar congelado allí de pie. Unos minutos más y aquellos hermosos labios se pondrían azules. A pesar de que la perspectiva de pasar tiempo con su exesposo le resultara complicada, no podía hacer otra cosa más que invitarle a pasar, ofrecerle algo caliente para tomar y acceder a proporcionarle alojamiento para pasar la noche.

–En ese caso, lo mejor será que entres.

–Gracias por hacerme sentir tan bienvenido –replicó él con ironía.

Aquella respuesta hizo que Ailsa se sintiera muy mal. El divorcio de ambos no había sido exactamente beligerante, pero al producirse menos de un año después de que sufrieran el terrible accidente de coche que les arrebató al segundo hijo que tanto anhelaban, tampoco había sido amistoso. Habían intercambiado palabras corrosivas y amargas que les habían llegado hasta el alma. Sin embargo, incluso en el presente, pensar en aquellos horrendos momentos y en cómo su matrimonio se había deshecho tan sorprendentemente quedaba sumido en las sombras del recuerdo porque ella había estado paralizada por el dolor y la tristeza.

Llevaba cuatro largos y duros años viviendo sin Jake. Saskia tenía apenas cinco años cuando se separaron. Las preguntas de su pequeña sobre la marcha de su padre aún turbaban los sueños de Ailsa...

–No quería resultar grosera –replicó ella a modo de disculpa–. Simplemente estoy un poco disgustada. Eso es todo. Entra y te prepararé algo para tomar.

Jake entró en el pasillo. El aroma familiar de su carísima colonia produjo un efecto inmediato en el vientre de Ailsa y lo hizo contraerse. Respiró profundamente para tranquilizarse y cerró la puerta.

La casa era encantadora. Jake jamás había estado en ella. Se empapó del acogedor ambiente y observó las paredes pintadas de lila y adornadas con láminas de flores y fotografías de Saskia. En la pared que había junto a la escalera de roble, daba la hora plácidamente un reloj, una placidez que a él parecía negársele constantemente.

Aquella pequeña y antigua casita le parecía un hogar más real que el lujoso ático que tenía en Westminster para cuando estaba en Londres e incluso más que la elegante casa en la que vivía cuando residía en Copenhague. Solo la casa de su madre, que estaba en las afueras de la ciudad, podía igualar a la de Ailsa en comodidad y encanto.

Cuando ella adquirió la vivienda, justo después de que se separaran, Jake se había sentido muy molesto por el hecho de que ella se negara a que él le comprara algo más espacioso y espectacular para Saskia y ella. Ailsa le había respondido que no quería una casa espaciosa y espectacular, sino una en la que pudiera sentirse en su hogar.

Jake recordó que la casa de Primrose Hill, que los dos compraron cuando se casaron, había dejado de ser un hogar para cualquiera de los dos. El amor que tan apasionadamente habían compartido había sido destruido por un cruel accidente...

–Dame el abrigo.

Jake hizo lo que ella le había pedido. Cuando se lo entregó, no pudo evitar que sus ojos quedaran prendados un instante con la luz dorada de aquellos ojos color ámbar tan extraordinarios. Siempre se había sentido hechizado por ellos y así seguía siendo. Notó que ella apartaba rápidamente la mirada.

–Me quitaré también los zapatos –dijo mientras lo hacía y los dejaba junto a la puerta. Ya se había dado cuenta de que Ailsa llevaba unas zapatillas de terciopelo negro con un lazo dorado en sus minúsculos pies.

–Vamos al salón. Tengo una estufa. Te calentarás muy pronto.

Sin poder comprender sus turbulentos sentimientos, Jake guardó silencio y la siguió. Ansiaba extender la mano y acariciar los largos mechones castaños que le caían por la esbelta espalda, pero decidió que era mejor metérsela en el bolsillo para contener el impulso.

Efectivamente, el salón era un remanso de paz cálido y confortable. Tenía una buena estufa de hierro forjado en el centro de la estancia, cuya chimenea se perdía entre las vigas de roble que adornaban el techo. Había dos sofás de terciopelo rojo cubiertos con colchas y cojines de colores brillantes y una alfombra tejida en tonos dorados y rojizos. Frente a la estufa, había un sillón y, a ambos lados de ella, unas estanterías repletas de libros. Por último, en un rincón, quedaba un abeto muy frondoso que esperaba a ser decorado. Jake sintió que un fuerte sentimiento de culpabilidad se adueñaba de él.

–Siéntate. Prepararé café... a menos que prefieras un brandy.

–Ya no toco el alcohol. El café está bien, gracias.

En aquella ocasión, fue él quien apartó la mirada al ver la perplejidad con la que lo contemplaba Ailsa.

–Café entonces –repuso ella antes de salir del salón.

Jake se acomodó en uno de los sofás y respiró profundamente. Durante un rato, estuvo observando cómo la nieve caía pesadamente sobre el suelo. Entonces, se imaginó a su hija jugando sobre aquella alfombra con sus muñecas y sonrió. La niña estaría hablando incesantemente con sus muñecas, dejando que su ávida imaginación la apartara de un mundo, que, hasta los cinco años, había sido cómodo y perfecto y que, de repente, se había transformado irreconociblemente para ella en el momento en el que se separaron sus padres.

No se dio cuenta de que Ailsa había regresado hasta que ella se colocó delante de él para ofrecerle una aromática taza de café solo. La tomó muy agradecido.

–Justo lo que necesitaba –dijo. Trató de sonreír, pero no pudo conseguirlo.

–¿Cómo va tu madre desde que falleció tu padre?

Jake observó a su bonita esposa desde el otro lado de la sala. Su aspecto siempre había sido elegante, embriagador, hipnótico, como el de una bailarina de ballet. Llevaba unos vaqueros que resaltaban sus esbeltas caderas y su estrecha cintura, y también un jersey. Cuando se sentó en el otro sofá, Jake no pudo evitar sentirse decepcionado porque hubiera preferido que se sentara junto a él. Ella agarraba con sus dedos esbeltos, sin anillos, una taza de té. Jake también se sintió muy decepcionado de que ella no siguiera llevado la alianza de boda. Era otra señal inequívoca que demostraba que su matrimonio había terminado para siempre. Se protegió con las defensas que había construido a lo largo de aquellos cuatro años sin ella.

–Aparentemente, está bien –replicó–, pero la realidad es muy diferente.

En realidad, podría haber estado hablando sobre sí mismo.

–En ese caso, tal vez sea bueno que Saskia se quede con ella un poco más. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que murió tu padre? ¿Seis meses?

–Más o menos –respondió él antes de dar un sorbo al café. Estaba tan caliente que se quemó la lengua.

–¿Y tú? –insistió ella.

–¿Y yo qué?

–¿Cómo llevas tú la pérdida de tu padre?

–Soy un hombre muy ocupado, con un negocio inmobiliario del que ocuparme. No tengo tiempo de pensar en nada que no sea mi trabajo y mi hija.

–¿Quieres decir que no tienes tiempo para echar de menos a tu padre? Eso no puede ser bueno.

–Algunas veces, todos debemos ser pragmáticos –repuso él. Se tensó y dejó la taza sobre una mesa cercana. A continuación, apoyó las manos sobre las rodillas. A Ailsa siempre le había gustado llegar al corazón de las cosas y parecía que, en eso, nada había cambiado. Sin embargo, a él ya no le apetecía hablar con ella de sus sentimientos. Las heridas que aún portaba en el corazón servían para demostrarlo.

–Recuerdo que tú y él teníais vuestras diferencias. Se me había ocurrido que su fallecimiento podría ser una oportunidad para que reflexionaras en las cosas buenas que hubo en vuestra relación. Eso es todo.

–Como te he dicho... He estado demasiado ocupado. Él ya no está y es una pena, pero una de las cosas que me enseñó era a sobreponerme a mis sentimientos y a seguir sencillamente con lo que tengo delante. Al final del día, eso me ha ayudado con los reveses de la vida mucho más que dejarme llevar por el dolor. Si no estás de acuerdo con esa estrategia, lo siento, pero así son las cosas.

Sintió que la ira se apoderaba de él. Dejó a un lado la muerte de su padre y su arrepentimiento por no haber podido mantener con su progenitor una comunicación más fluida, y se recordó que él no era el único que había sufrido en los años que habían pasado desde que terminó su matrimonio. En los cuatro años transcurridos desde el divorcio, Ailsa se había quedado mucho más delgada y las líneas de expresión de su rostro se habían profundizado. Tal vez no le iba tan bien como a él le había parecido. De repente, deseó saber cómo le iba. Saskia le había dicho que su madre trabajaba muchas horas en su negocio de artesanía, incluso en los fines de semana. No había necesidad de que ella trabajara tanto. El acuerdo de divorcio que él había firmado era muy generoso, tal y como el propio Jake lo había deseado.

Frunció el ceño.

–¿Por qué trabajas tanto? –le preguntó, sin pensar.

–¿Cómo dices?

–Saskia me dijo que trabajas de día y de noche en eso de la artesanía.

–¿En eso de la artesanía? –replicó ella ofendida–. Dirijo un boyante negocio que me mantiene ocupada cuando no estoy cuidando de Saskia, y me encanta. ¿Qué esperabas que hiciera cuando rompimos, Jake? ¿Quedarme sentada con los brazos cruzados? ¿O tal vez esperabas que me conformara con gastar el dinero que me diste en un nuevo y elegante guardarropa cada temporada?

–Me alegra saber que tu negocio va bien –dijo él sentándose muy erguido en el sofá–. Y, con respecto al dinero que te di, puedes hacer con él lo que te parezca. Mientras cuides adecuadamente a Saskia cuando esté contigo, no me importa nada más. He notado que pareces cansada y que has perdido peso... por eso te he preguntado. No quiero que te agotes de ese modo cuando no es necesario.

–No me estoy agotando. A veces parezco cansada porque no duermo muy bien, eso es todo. Me pasa desde el accidente, pero no importa. Trato de descansar siempre que me resulta posible, aunque sea durante el día.

–Te dije hace muchos años que deberías hablar con el médico para que te ayudara a descansar mejor –le dijo él sin poder contenerse–. ¿Por qué no lo has hecho?

–Ya he ido a ver suficientes médicos en mi vida. Estoy cansada y no me apetece ir a ver a ninguno más. Además... no quiero tomar píldoras para dormir para estar como una zombi todo el día. A menos que los médicos hayan descubierto un método infalible para erradicar los recuerdos dolorosos, porque es eso lo que me mantiene despierta por las noches, simplemente tendré que vivir con ello. ¿No es eso lo que tú presumes de hacer?

–¡Dios santo! –exclamó él poniéndose de pie. ¿Cómo se suponía que iba a poder soportar el dolor que escuchó en la voz de Ailsa, un dolor por el que se hacía responsable?

Fueron embestidos por un conductor borracho aquella oscura y lluviosa noche en la que su mundo terminó tan de repente. Sin embargo, Jake debería haber podido hacer algo para evitar el accidente. A veces, por las noches, en lo más profundo de sus torturados sueños, oía los terribles gritos de dolor de su esposa en el coche, junto a él... En sus votos matrimoniales, le había prometido amarla y protegerla siempre, y aquella cruel noche de diciembre había roto todas sus promesas... Solo podía dar gracias a Dios porque Saskia hubiera estado con sus padres en esos momentos en vez de en el coche con ellos. No podía ni siquiera pensar en que su hija hubiera podido resultar herida tan gravemente como su madre.

Decidió que debía de ser masoquista. ¿Por qué había tenido que ir hasta allí para decirle a Ailsa que Saskia se iba a quedar unos días más con su abuela? Fácilmente podría haber hecho que Alain, su chófer, se ocupara de ello. ¿Acaso no era eso lo que él llevaba cuatro años haciendo para que Jake no tuviera que encontrarse cara a cara con la mujer a la que había amado más de lo que nunca hubiera creído posible? ¿Acaso no lo había hecho así para no tener que hablar con ella de temas más profundos que los habían separado aún más que el propio accidente?

Suspiró y se mesó el cabello con los dedos. La única razón por la que iba a quedarse allí era por la tormenta de nieve. En cuanto las carreteras estuvieran practicables de nuevo, se marcharía al aeropuerto y regresaría a Copenhague para estar con su madre y su hija un par de días antes de reincorporarse a su trabajo.

–Tengo una bolsa de viaje en el coche. Me la traje por si acaso. Voy a por ella –dijo mientras se dirigía a la puerta. Al llegar a la salida, se volvió para mirarla–. No te preocupes. Te prometo no quedarme más de lo que sea absolutamente necesario. En cuanto las carreteras estén en condiciones, me marcharé.

Sin esperar a que ella respondiera, Jake salió al exterior.

Ailsa se mordió los labios porque los ojos se le habían llenado de lágrimas.

–¿Por qué? –musitó–. ¿Por qué tiene que venir aquí ahora para volver a removerlo todo? Me va muy bien sin él... Muy bien.

Frustrada por la angustia que se apoderaba de ella siempre que se mencionaba a Jake o al accidente, se levantó y se dirigió hacia el cuarto de invitados para poner sábanas limpias a la cama.

De camino, abrió la puerta del dormitorio de su hija y miró el interior. Las paredes pintadas de rosa estaban cubiertas de pósteres de algunos de sus ídolos adolescentes. Ailsa sacudió la cabeza al darse cuenta de lo rápidamente que estaba creciendo su hija. ¿Sería todo más fácil si Saskia tuviera a su padre y a su madre cuidando de ella juntos en vez de por separado?

Sin poder evitarlo, se preguntó si sería una madre lo suficientemente buena. ¿Estaría fallando a su hija de alguna manera? Tal vez se equivocaba en desear tener una carrera profesional propia para no sentir que dependía de su exmarido. En ese momento, no pudo evitar considerar si no habría sido demasiado egoísta al apartar a Jake emocional y físicamente de ella para conseguir que él terminara pidiendo el divorcio. Debería haber hablado más con él, pero no lo había hecho. La relación entre ambos se había deteriorado tanto que, al final, casi no habían podido ni mirarse el uno al otro.

Al escuchar que la puerta principal se abría para volverse a cerrar, cruzó rápidamente el rellano para dirigirse a la habitación de invitados. La cama doble estaba cubierta por toda clase de telas y lanas de su negocio de artesanía. Lo recogió todo rápidamente y lo amontonó sobre el escritorio que había en un rincón. Decidió que lo recogería al día siguiente. Se aventuraría al pequeño despacho que se había hecho construir en el jardín y que era el lugar donde creaba sus diseños y guardaba el material, y lo colocaría todo adecuadamente. En aquellos momentos, se limitaría a hacer la cama para que Jake pudiera acomodarse.

Mientras desdoblaba las sábanas blancas, notó que las manos le temblaban. Tal vez aquella noche no fueran a compartir cama, pero hacía mucho tiempo desde la última vez que había dormido bajo el mismo techo que su ex. En el pasado habían estado tan unidos, como si ni siquiera Dios pudiera separarlos. A menudo, se había quedado dormida después de hacer el amor entre los brazos de Jake y se había despertado a la mañana siguiente en la misma postura. Sintió una profunda nostalgia por lo que habían perdido. Los recuerdos que la aparición de Jake había hecho resurgir eran tan intensos que parecían ser capaces de ahogarla.

–No importa –musitó para sí–. Solo será una noche. Mañana, se habrá marchado otra vez.

Sin embargo, al mirar por la ventana, comprobó que seguía nevando con fuerza y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Podría ser que se estuviera equivocando...

Jake había subido para darse una ducha y cambiarse de ropa. Ailsa aprovechó la oportunidad para retirarse a la cocina para decidir qué era lo que iba a preparar para cenar. Había pensado preparar un sencillo plato de pasta para su hija y para ella, pero le preocupaba que aquello no fuera suficiente para un hombre de buen apetito como Jake. A él le gustaba la buena comida y, sorprendentemente, era un cocinero excelente. Aquella era otra razón por la que se sentía nerviosa por tener que volver a cocinar para él. Ella no era ninguna diosa de la cocina y, durante su matrimonio, su marido había tolerado pacientemente sus intentos culinarios con gran sentido del humor. No obstante, con mucha frecuencia, él había sugerido que salieran a cenar a uno de sus restaurantes favoritos. Muchas veces, él le había indicado que contrataran un cocinero a tiempo completo, pero Ailsa siempre había insistido en que le encantaba cocinar para su esposo y para su hija. En realidad, ella era una mujer muy tradicional y se habría sentido como si, de algún modo, hubiera fallado a su familia. Como había crecido en un orfanato, resultaba inevitable que su mayor anhelo fuera tener una familia propia de la que poder ocuparse.

De repente, un montón de nieve se deslizó por el techo de la vivienda y cayó pesadamente al suelo. Ailsa salió de su ensoñación y tomó el teléfono que tenía en la cocina. No había señal. Evidentemente, las líneas aún seguían estropeadas. Deseaba escuchar la dulce voz de Saskia y descubrir por sí misma si su hijita era feliz en Copenhague con su abuela. No obstante, sabiendo lo afectuosa que era Tilda Larsen, no lo dudaba ni por un instante.