Perdiendo el control - La tentación era él - Pasión a flor de piel - Robyn Grady - E-Book

Perdiendo el control - La tentación era él - Pasión a flor de piel E-Book

Robyn Grady

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Beschreibung

Perdiendo el control Para Cole Hunter, magnate de los medios de comunicación, hacerse cargo de los problemas era algo natural. Y eso incluía tratar con Taryn Quinn, una obstinada productora de televisión. Aunque a Cole no le gustaba su idea para un programa de viajes, Taryn lo intrigaba, y decidió acompañarla a una remota isla del Pacífico para buscar localizaciones. La tentación era él Ante las crecientes amenazas a su famosa familia, Dex Hunter, dueño de un estudio cinematográfico, se hizo cargo de su hermano pequeño, para lo que intentó apartarse durante un tiempo de su vida habitual en Hollywood. La niñera que contrató para que le ayudara, Shelby Scott, lo cautivó, y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de retenerla a su lado. La tentación era él Ante las crecientes amenazas a su famosa familia, Dex Hunter, dueño de un estudio cinematográfico, se hizo cargo de su hermano pequeño, para lo que intentó apartarse durante un tiempo de su vida habitual en Hollywood. La niñera que contrató para que le ayudara, Shelby Scott, lo cautivó, y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de retenerla a su lado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 53 - julio 2021

 

© 2012 Robyn Grady

Perdiendo el control

Título original: Losing Control

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2013 Robyn Grady

La tentación era él

Título original: Temptation on His Terms

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2014 Robyn Grady

Pasión a flor de piel

Título original: One Night, Second Chance

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015, 2016 y 2016

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin

Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,

utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española

de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-981-4

Índice

 

Créditos

Perdiendo el control

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

 

La tentación era él

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

 

Pasión a flor de piel

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Todas las miradas se alzaron y la conversación cesó cuando Cole Hunter estalló, dejando escapar un gruñido. No iba a disculparse. No soportaba que le mantuvieran al margen, sobre todo cuando el engaño tenía que ver con el hombre al que más respetaba en el mundo.

En otra época el padre de Cole había sido un motor corporativo, un líder al que todos admiraban y al que a veces temían. Las cosas habían cambiado. Guthrie Hunter se había ablandado con los años y la responsabilidad de dirigir Hunter Enterprises había caído sobre los hombros de Cole. Primogénito de cuatro hermanos, era la persona en la que la familia se apoyaba cuando había una crisis, en Sídney, o en cualquiera de las otras sedes que la empresa tenía en Los Ángeles y en Nueva York.

Cole no quería pensar en el problema de Seattle.

La recepcionista de su padre se puso en pie. Cole la hizo volver a su asiento con una mirada enérgica y entonces fue hacia las colosales puertas que llevaban el flamante emblema de Hunter Enterprises. ¿Cómo iba a hacer que las cosas funcionaran si no le mantenían bien informado? No podía arreglar aquello que desconocía.

Atravesó las puertas. Al volverse para cerrarlas su mirada recayó en las tres personas boquiabiertas que esperaban en la recepción. Uno de ellos era una mujer con unos enormes ojos azules y el cabello liso. Su rostro era pura curiosidad. El pulso se le aceleró un instante y entonces recuperó la cadencia furiosa. El trabajo en la producción televisiva le ponía en contacto con mujeres preciosas todos los días, pero la madera de estrella era difícil de encontrar. Esa mujer la tenía a raudales. Seguramente iba a hacer un casting para un programa. Debía de ser un proyecto especial, si Guthrie Hunter iba a realizar la entrevista él mismo.

Otra cosa de la que no sabía nada…

Apretando la mandíbula, Cole cerró dando un portazo y se volvió hacia el escritorio de madera noble. Innumerables premios rutilantes cubrían la pared de detrás. Siempre habían estado ahí, desde antes de que él naciera. Impertérrito, un hombre canoso hablaba por teléfono, sentado frente al escritorio. Las fuentes de Cole le habían informado de que habían pasado tres horas desde el segundo atentado contra la vida de su padre. Guthrie debía de estarse preguntando por qué había tardado tanto su primogénito.

Parándose en el medio del enorme despacho, Cole cerró los puños.

–Sea quien sea el responsable, se pudrirá en una cárcel por el resto de su vida. Por Dios, papá, ha habido disparos. Este tipo no va a parar.

Guthrie murmuró unas palabras de despedida por el auricular y colgó. Miró a su hijo y entonces levantó la barbilla.

–Lo tengo todo bajo control.

–Igual que el mes pasado, ¿no?, cuando te sacaron de la carretera.

–Las autoridades concluyeron que fue un accidente.

Cole miró al techo.

–La matrícula era de un coche robado.

–Pero eso no quiere decir que hayan intentado atentar contra mi vida.

–Bueno, pues te diré lo que sí significa: guardaespaldas hasta que esto se solucione. Y no quiero oír nada más al respecto.

El dueño de Hunter Enterprises, de sesenta y dos años de edad, apoyó las palmas de las manos sobre el escritorio y se puso en pie con la agilidad de un treintañero.

–Te alegrará saber que ya tengo uno. Y también es detective privado.

Cole soltó el aliento, aliviado.

–¿En qué estabas pensando? ¿Cómo has podido ocultarme esto?

–Hijo, acabo de llegar –rodeando el escritorio, Guthrie le puso una mano en el brazo a su hijo–. Ya tienes bastantes cosas de las que preocuparte. Como te he dicho antes, todo está bajo control.

Cole hizo una mueca. Su padre se estaba engañando a sí mismo.

Cuatro años antes, mientras su padre se recuperaba de una cirugía de bypass, el imperio de la familia había sido dividido y cada uno de los hijos había quedado a cargo de una sección. Cole, que entonces tenía treinta años, se había responsabilizado de la televisión por cable australiana y de los derechos de emisión. Cuando no iba detrás de alguna falda, Dex, el hermano mediano, se ocupaba de la productora de cine, localizada en Los Ángeles. Wynn, el benjamín consentido de los chicos Hunter y fruto del primer matrimonio de Guthrie, se encargaba de la sección de prensa de Nueva York; y Teagan, hermana de padre y madre de Cole, hacía lo propio en Washington State.

Al principio Cole se había enfurecido al ver que la «niña de papá» eludía sus responsabilidades negándose a ponerse al frente del negocio. Hunter Enterprises les había dado todo lo que tenían, incluyendo las operaciones de Teagan en la infancia y los vestidos de firma durante la universidad. Su papel, no obstante, no tenía que ser más que secundario, ya que la responsabilidad mayor recaía en los tres varones. Y Cole no podía sino estar agradecido de que la malcriada de los Hunter hubiera abandonado al final. Ya pasaba demasiado tiempo vigilando a sus hermanos y preocupándose por sus respectivos negocios y decisiones personales.

No era que no quisiera a sus hermanos. Nada podría cambiar el cariño que sentía por ellos. Habían tenido una madre maravillosa, una belleza de Georgia llena de talento que siempre decía con orgullo que Wynn y él habían nacido en Atlanta. Los hermanos Hunter solo se llevaban dos años y siempre habían sido uña y carne, pero gracias a la prensa amarilla y a la red todo el mundo estaba al tanto de las disputas que convertían en un desafío la ingente labor de llevar el timón de un imperio corporativo fraccionado. Los excesos de Dex y la debilidad de Wynn le habían pasado factura a la imagen de la corporación, y Cole estaba decidido a tomar las riendas de Hunter Enterprises a toda costa.

Guthrie quería que sus hijos limaran asperezas y siguieran trabajando juntos, pero eso se había convertido en una misión imposible. El dueño del imperio Hunter se había casado por segunda vez con una arpía calculadora y jugar a la familia feliz suponía cada vez más esfuerzo.

Apartándose de su padre, Cole contempló los ferris que surcaban las aguas azules del puerto de Sídney.

–Me gustaría hablar con Brandon Powell y organizar la protección durante veinticuatro horas.

–Sé que Brandon y tú sois amigos desde hace años, y su empresa de seguridad es una de las mejores. No es que no haya pensado en ello, pero, francamente, necesito a alguien a quien le quede claro quién paga la factura.

Cole se giró de golpe.

–Si estás sugiriendo que Brandon sería capaz de actuar de una forma poco profesional…

–Estoy diciendo que tú estarías encima de él todo el tiempo y al final se divulgarían todos mis movimientos, todo lo que pasa bajo el techo de mi casa, y eso no es una opción. Sé que no te cae bien Eloise pero… Hijo, mi esposa me hace feliz.

–¿Igual que mi madre?

–Tal feliz como espero que seas alguna vez cuando encuentres a alguien que de verdad te importe.

Cole se negaba a ver el brillo de las lágrimas en los ojos de su padre, y tampoco quería reconocer el peso incómodo que sentía en el pecho. Se dio media vuelta y caminó hasta las enormes puertas. La lujuria y el amor eran dos cosas distintas. Un hombre de la edad de su padre debería haber tenido muy clara la diferencia.

Casualmente, la primera cosa que llamó la atención de Cole cuando regresó a la recepción fue la rubia que parecía tener madera de estrella, con sus piernas largas y sus labios protuberantes. ¿Qué hombre con sangre en las venas hubiera dejado pasar la oportunidad de tener esas curvas cerca?

Pero eso no era más que algo sexual, pura lujuria. Cole esperaba encontrar a la mujer adecuada algún día, alguien a quien respetar y que le devolviera ese mismo respeto. Su madrastra no conocía el significado de esa palabra. De hecho, no le hubiera sorprendido en absoluto que hubiera estado detrás de esas balas.

Aunque su padre hubiera zanjado el tema, iba a hablar con Brandon Powell de todos modos.

Cole parpadeó rápidamente y apartó la mirada de esa llamativa rubia de ojos azules. Su padre le observaba con las cejas alzadas.

–Veo que ya conoces a nuestra nueva productora, Taryn Quinn.

Cole se quedó estupefacto. ¿Productora? ¿La chica iba a estar detrás de las cámaras y no delante de ellas? Volvió a examinar a la joven. Ella le atravesaba con la mirada.

Se aclaró la garganta. Daba igual que fuera productora o una nueva promesa. Si su padre no le había consultado nada antes, entonces no podría hacer más que ofrecerle un escueto saludo. Tenía una reunión a la que asistir y muchos documentos importantes que revisar.

–Encantado de conocerla, señorita Quinn –dijo con prisa, listo para seguir su camino.

La joven ya se había puesto en pie, no obstante, extendiéndole la mano. La luz que se reflejaba en sus ojos pareció multiplicarse por mil. Cole no podía negar que sentía el calor de esa sonrisa en los huesos.

–Usted debe de ser Cole –dijo ella al tiempo que Cole le apretaba la mano.

Una sutil corriente eléctrica le subió por el brazo y, a pesar de su mal humor, se vio asaltado por una sonrisa.

–¿Entonces es productora, señorita Quinn?

–Para un programa que aprobé la semana pasada –dijo Guthrie de repente al tiempo que la señorita Quinn bajaba la mano–. No he tenido tiempo de hablar contigo todavía.

–¿Qué clase de programa?

–Es un programa de destinos turísticos.

Por el rabillo del ojo Cole vio que su padre jugueteaba con la pulsera de platino de su reloj, tal y como hacía siempre que estaba incómodo. Y no era de extrañar que lo estuviera. La última serie de destinos turísticos de Hunter Broadcasting había tenido una muerte rápida y bien merecida. En tiempos de crisis, lo último que necesitaban los espectadores era otro programa más de «mejores destinos». Además, los presupuestos de esa clase de proyectos siempre eran desorbitados y los patrocinadores intentaban bajar los costes de todas las formas posibles. A pesar de su deslumbrante encanto, Cole no hubiera dudado ni un segundo en rechazar la propuesta de la señorita Quinn si le hubieran dado oportunidad de decidir. Otro desastre más que tendría que arreglar…

La recepcionista de Guthrie les interrumpió en ese momento.

–Señor Hunter, me pidió que le avisara si llamaba Rod Walker, de Hallowed Productions.

Pensativo, Guthrie se tocó la barbilla antes de regresar a su despacho. Se detuvo un instante bajo el umbral.

–Taryn, hablamos después. Mientras tanto… –miró a su hijo–. Cole, le he dado a la señorita Quinn el despacho que está al lado del de Roman Lyons. Hazme un favor.

Cole se metió las manos en los bolsillos para esconder los puños cerrados.

–Tengo una reunión…

–Primero acompaña a la señorita Quinn a su despacho, por favor. Tu reunión puede esperar.

 

 

Taryn le dio las gracias a Guthrie Hunter y entonces se volvió hacia su hijo. Cole Hunter tenía el atractivo de una estrella de Hollywood.

–Su padre es un hombre muy considerado, pero si está ocupado, no le entretengo.

Al sentarse de nuevo cruzó las piernas y tomó una revista. Cole, sin embargo, se quedó allí de pie. ¿Acaso esperaba que le hiciera una reverencia antes de marcharse?

Taryn levantó la vista de la revista.

–No puedo posponer esta reunión.

–Oh, lo entiendo –le dedicó una sonrisa rápida que él no le devolvió.

–Mi padre no tardará. Rod Walker también es un hombre muy ocupado.

Taryn asintió y volvió a cruzar las piernas y fijó la mirada en la revista. El joven señor Hunter, sin embargo, miró el reloj.

–Mi invitado tiene que tomar un vuelo de vuelta a Melbourne a mediodía. No tenemos mucho tiempo.

Levantando la vista de nuevo, Taryn ladeó la cabeza y parpadeó.

–Entonces, será mejor que se dé prisa.

Cole Hunter era de lo más predecible. Ante todo, era uno de esos tipos ferozmente ambiciosos que no dejaba que nada se interpusiera en su camino. Nada era comparable a la sensación de verse en lo más alto.

Esa era una de las máximas favoritas de su tía, la mujer que la había criado.

«Invierte en ti mismo, como puedas, cuando puedas», solía decirle.

Cole cambió el peso al otro pie.

–En realidad tengo que pasar por delante del despacho que está al lado del de Roman.

Ella abrió la boca para declinar, pero él siguió adelante.

–Insisto.

Le ofreció una mano y, sabiéndose acorralada, Taryn no tuvo más remedio que aceptar.

Tal y como esperaba, volvió a sentir esa descarga que la había recorrido la primera vez que se habían tocado. La sonrisa de satisfacción disimulada que se dibujaba en los labios de Hunter le dejaba claro que él había sentido lo mismo.

Mientras caminaban hacia el ágora central del edificio, Taryn se imaginó a su tía Vi levantando las manos a modo de advertencia y sacudiendo la cabeza. Cole Hunter era uno de esos hombres que hacían encenderse todas las alarmas.

 

 

–Guthrie me hubiera dicho que íbamos a trabajar juntos.

Cole no se llevó ninguna sorpresa al ver que su comentario no recibía respuesta alguna. Taryn Quinn era atractiva, encantadora, misteriosa… Mientras caminaban pasillo abajo, Cole no tuvo más remedio que admitir que se sentía profundamente intrigado. Y su padre lo sabía de antemano. La llamada de Rod Walker era una excusa.

Al pasar por delante de un grupo de empleados, Cole la miró de reojo. Taryn seguía mirándole como si acabara de decirle que los científicos habían demostrado que la luna estaba hecha de queso azul. A lo mejor tenía problemas de audición. Cole probó a hablar más alto.

–He dicho que mientras esté en Hunter Broadcasting, estará a mis órdenes.

–Lo siento, pero se equivoca.

Cole aflojó el paso. Miró a su alrededor. ¿Acaso era una broma y había una cámara escondida, o lo hacía adrede?

–Debe de estar al tanto de mi puesto aquí. Soy el director general y el productor ejecutivo, y es así para todos los programas que produce la empresa. Yo doy el visto bueno a los presupuestos, a los acuerdos con patrocinadores y a los proyectos.

Taryn arqueó las cejas.

–Guthrie y yo hemos discutido todo eso. Yo trabajaré directamente para él.

Cole ni se molestó en esconder la media sonrisa. No le gustaba ejercer la crueldad gratuita, pero iba a disfrutar poniendo a la señorita Quinn en su sitio.

Fuera lo que fuera lo que Guthrie le hubiera dicho, su padre llevaba años sin implicarse a esos niveles en la gestión de Hunter Enterprises, aunque a lo mejor era conveniente mirar el asunto desde otra perspectiva. ¿Qué había hecho Taryn Quinn para acercarse tanto a su padre? ¿Qué le había dicho? ¿Cómo de cercana podía ser su relación? Una docena de preguntas acudieron a su cabeza de repente. ¿De dónde había salido? ¿Acaso sabría algo de los intentos de asesinato?

Más adelante, Roman Lyons, el rey de la comedia, acababa de salir de su despacho. Iba silbando esa cancioncilla que canturreaba siempre y que tanto incomodaba a Cole. Años antes habían tenido un desacuerdo respecto a la dirección de un programa y Cole le había rescindido el contrato. Guthrie le había convencido para que le diera una segunda oportunidad. Después de dos años, Cole no podía negar que el inglés había hecho un buen trabajo. Incluso había tomado las riendas de Hunter Enterprises en su ausencia en un par de ocasiones. Jamás serían los mejores amigos, no obstante.

Lyons le saludó cordialmente, pero su mirada se clavó en la joven que le acompañaba. A juzgar por la intensa expresión que adquirieron sus ojos oscuros y velados, cualquiera hubiera dicho que la conocía.

–Tiene que ser la chica nueva. Taryn, ¿no? –Lyons le ofreció una mano, guiñando un ojo al mismo tiempo–. Las noticias vuelan.

Cole sacó la barbilla. Las noticias volaban, pero no para él.

–Gracias por la bienvenida –dijo Taryn–. ¿Usted es…?

–Roman Lyons.

–Parece que vamos a ser vecinos, señor Lyons. Mi despacho estará junto al suyo.

–Iba a por una taza de té. ¿Le apetece?

El rostro de Taryn se iluminó.

–Me muero por un café.

–Déjeme adivinar. Cortado, con azúcar.

Cole soltó el aliento.

–Os dejo para que os conozcáis. Tengo trabajo que hacer.

–¿Con Liam Finlay? Iba hacia tu despacho hace un momento –Roman se ajustó el nudo de la corbata como si se estuviera aflojando el nudo de la horca–. No parecía muy contento, si no te importa que te lo diga.

Cole reprimió un juramento. Nunca era buena idea hacer esperar a Liam Finlay, y mucho menos ese día. Finlay era el director general de la liga de fútbol más importante de Australia. Hunter Broadcasting había tenido los derechos de retransmisión de la mayor parte de sus partidos hasta cinco años antes, momento en el que su padre y él habían tenido una disputa.

Pero ese año esos codiciados derechos estaban a la venta de nuevo. Cole había tenido que esforzarse mucho para conseguir que Finlay accediera a reunirse con él y, llegado ese momento, no podía permitirse ni un solo fallo de protocolo.

–Gracias por tomarse la molestia, señor Hunter –dijo Taryn Quinn–. A partir de ahora me las arreglo sola sin problema.

Cole sintió que una vena comenzaba a palpitarle en la sien. Tenía que acudir a la reunión, pero no había terminado con la señorita Quinn.

Roman se alejó y Taryn entró en su nuevo despacho, equipado con muebles de teca y con la última tecnología. Ella, sin embargo, fue directamente hacia los ventanales. Cole creyó oírla suspirar mientras admiraba las vistas al puerto. Su mirada recorrió esas curvas tentadoras escondidas bajo una elegante falda azul.

–¿Tiene experiencia en algo más, aparte de la producción en televisión, señorita Quinn?

–He trabajado en televisión desde que terminé la carrera de Dirección de Arte.

–Entonces debe de tener experiencia en otras áreas del sector, ¿no?

–Empecé como ayudante de producción y he ascendido poco a poco.

–¿Y mi padre…–volvió a recorrer esa falda con la mirada– resultó impresionado por su currículum?

Ella se volvió con una sonrisa firme en los labios.

–En realidad fue algo más que una buena impresión.

–Siempre hago que revisen exhaustivamente el currículum de todos mis empleados, sobre todo de los puestos directivos.

–Vaya, supongo que hay muchos esqueletos en los armarios por aquí.

Cole esbozó una media sonrisa rebosante de sarcasmo. Cruzó los brazos.

–¿Tiene alguno en el armario, señorita Quinn?

–Todos tenemos nuestros secretos, aunque no suelen interesarle a nadie.

–Tengo la sensación de que los suyos me interesarían.

Ella le miró fijamente y comenzó a caminar hacia él, moviéndose con una cadencia calculada y desafiante. Cuando estuvo lo bastante cerca como para que Cole pudiera oler su perfume, se detuvo y apoyó las manos en las caderas.

Cole soltó el aliento.

«Pobre señorita Quinn…», pensó. ¿Acaso no sabía que las novatas como ella formaban parte de su dieta diaria?

–Ya le he robado demasiado tiempo. No haga esperar a su invitado. Estoy segura de que su padre vendrá enseguida.

Cole sonrió. Podría haberse pasado todo el día jugando con ella, pero no tenía tiempo. Empujó el picaporte.

–Mi padre ha sido quien la ha contratado, pero soy yo quien maneja las cuentas, y si su programa no obtiene resultados la producción se acaba, si es que dejo que arranque.

Una sombra se cernió sobre esos ojos azules.

–Mi programa arrancará y será la sensación de la temporada. Vamos a tener una lista de invitados de primera.

–Ya hemos hecho eso.

–Vamos a escoger destinos tanto salvajes como de lujo.

–Ya está hecho.

–El presentador que tengo en mente es el más famoso del país. Ha sido votado como el más popular de Australia y tiene una larga lista de éxitos en su currículum.

Cole reparó en sus labios carnosos.

–¿Eso es lo mejor que tiene?

Cole creyó verla estremecerse.

–Tengo una copia firmada del proyecto aprobado y también un contrato en el que se fija mi sueldo.

–Un contrato que será extinguido si su piloto no es más fresco que los titulares de las noticias de mañana.

Una emoción similar al odio hizo que le brillaran los ojos.

–¿Y si le ofreciera algo que jamás ha visto antes?

Cole esbozó una sonrisa.

–Entonces, señorita Quinn, estaré encantado.

Capítulo Dos

 

–¿Qué le parece el comandante?

Mientras se familiarizaba con la televisión LCD de su despacho, Taryn levantó la vista. Roman Lyons había regresado con dos tazas de café humeantes. Con el mando a distancia en una mano, aceptó la taza que le ofrecía con la otra y sonrió al oír el mote que Roman utilizaba para Cole.

–Es evidente que a Cole le gusta tenerlo todo controlado.

–Y también le encanta asustar a los recién llegados.

–Parece que habla por experiencia.

–Cole tiene sus seguidores –Roman se llevó la taza a los labios y arqueó una ceja–. Y también sus enemigos.

–¿Y de qué lado está usted?

–Del lado de mantener mi trabajo. Para sobrevivir en este negocio hay que encajar bien los golpes. Pero usted ya tiene experiencia, así que eso ya lo sabe –asintió con la cabeza al ver la interferencia de la televisión y señaló el mando a distancia–. Este despacho lleva mucho tiempo vacío. La sintonizaré.

Taryn le dio el mando y observó mientras Roman sintonizaba los canales, incluyendo las trasmisiones internas. Roman Lyons tenía el atractivo inglés de Hugh Grant. Parecía amigable y servicial, y tenía sentido del humor.

–Cuénteme cómo ha acabado trabajando en Hunter –le dijo Roman mientras apretaba los botones.

–Estuve mucho tiempo en la anterior productora para la que trabajé –mencionó el nombre y le habló de algunos de los programas que habían producido–. El año pasado uno de los productores ejecutivos me pidió ideas para un nuevo proyecto. Estaba interesado en un par de ideas mías, pero al final decidió no llevarlo a cabo. Mientras tanto otra productora se puso en contacto conmigo.

–Hay mucho furtivo en este gremio.

–Yo decliné la oferta para una entrevista. Estaba contenta donde estaba. Pero la gerencia se enteró de que se habían puesto en contacto conmigo y cuando se filtró la información sobre un nuevo programa se cuestionó mi discreción.

Al recordar aquella escena cuando el productor ejecutivo la había increpado, Taryn se estremeció y soltó el aliento. Su jefe inmediato se había quedado atónito al ver el trato que le habían dado a su protegida, pero tenía una familia a la que mantener. Ella había insistido en dejarle al margen del asunto, por tanto.

–Esa tarde recogieron todas mis pertenencias en mi despacho y me pusieron de patitas en la calle.

Roman tomó otro mando.

–La tele no es apta para cardiacos.

–Podría haberles demandado por despido improcedente, pero preferí dejarlo pasar. Acepté el finiquito que me dieron y seguí adelante.

–¿Y qué pasó con la productora que quería ficharla?

–Ese puesto ya lo habían cubierto. Pero yo sabía que mis ideas se irían a otro sitio. Después de un par de semanas en el aire, reuní el coraje suficiente para llamar aquí y solicitar una entrevista con Guthrie directamente.

Bebió un sorbo de su taza y Roman le entregó el mando.

–Bien.

–Francamente, estuve a punto de caerme de la silla cuando me dijo que viniera para una entrevista, y me quedé estupefacta cuando le dio luz verde a mi proyecto –pensativa, Taryn deslizó los dedos por el mando–. Estaba muy contenta, muy convencida de que haría un buen trabajo, pero después de conocer a Cole, me pregunto si la luz verde no va a tardar en ponerse en rojo –dejó el mando en una esquina del escritorio–. Roman, ¿puedes aclararme una cosa? –le preguntó al ejecutivo, tomándose la libertad de tutearle–. Estoy un poco confundida. ¿Qué Hunter está al mando aquí? Sé que el control de la empresa se dividió hace años entre los tres hermanos, pero yo pensaba que Guthrie seguía estando al frente de todo.

Roman frunció el entrecejo y entonces levantó una mano a modo de advertencia. Retrocedió y fue a cerrar la puerta.

–Dicen los rumores que después de la muerte de su esposa, Guthrie se vino abajo y perdió todo el fuelle. Nadie lo sabe con seguridad, pero si se hiciera una votación, la mayoría diría que cedió todo el control.

–¿Entonces eso quiere decir que Guthrie no tiene voz ni voto? ¿Por qué me ha contratado entonces?

–Guthrie se retiró durante un tiempo cuando volvió a casarse y eso le hizo recuperarse un poco. El personal de aquí estaba encantado. Era como si tuviera una segunda oportunidad y parecía que no quería malgastar ni un segundo de vida. La boda fue por todo lo alto, muy cara… y rápida.

Taryn recordaba muy bien toda la publicidad que se le había dado al evento de celebridades. La novia parecía treinta años más joven que el novio.

–Durante la entrevista, Guthrie parecía muy entusiasmado con mi proyecto.

–Entonces, ha apostado por ello.

–Pero Cole no aparta la mano de la guillotina. Me dijo que si no tengo ningún truco extraordinario que ofrecer, estoy fuera.

Roman se quedó pensativo durante unos segundos y entonces esbozó una sonrisa traviesa. Dejó su taza sobre la mesa.

–Muy bien. Necesitamos cuadernos de bocetos, rotuladores, el plan A.

Taryn parpadeó y entonces se le iluminó el rostro.

–¿Necesitamos?

–Dos cabezas piensan más que una sola. Ya sabes. ¿Qué te parece si nos sacamos algo de la manga que le sirva de bofetada a Cole Hunter? O bien le encanta o…

–O le encanta.

Taryn sacó el portátil del bolso.

–Empecemos –dijo.

 

 

Cuando Cole apretó el botón del altavoz y se dio cuenta de quién estaba al otro lado de la línea, soltó el bolígrafo y agarró el auricular. Eran casi las siete. Llevaba todo el día esperando esa llamada.

–Brandon, gracias por llamarme.

–Acabo de llegar al país –la voz de Brandon Powell, tan familiar, fluyó a través del hilo telefónico–. ¿Qué ocurre?

Cole puso al tanto a su amigo de todo lo que había ocurrido. Le contó lo del atentado contra el coche de su padre, que había tenido lugar tres semanas antes, y también le informó de los disparos de esa misma mañana.

–Quieres ponerle protección a tu padre.

–Ya ha contratado a alguien.

–Entonces no sé muy bien qué quieres que haga.

–Para empezar, quiero que vigiles a Eloise.

–¿La mujer de tu padre?

–La segunda esposa. Tengo la sensación de que puede estar detrás de ello.

–¿Estás acusando a Eloise de intento de asesinato? ¿En qué te basas?

–Me baso en que…

Cole hizo uso de esos adjetivos y sustantivos que llevaba años guardándose.

Treinta años más joven que su padre, Eloise Hunter era amiga de la familia, pero Cole había sospechado de ella desde el primer momento. Había irrumpido en la vida de su padre poco después del fallecimiento de su madre, con sus condolencias empalagosas y sus efectivos batidos de pestañas. Jamás hubiera podido imaginar que su padre pudiera fijarse en ella, pero todo había ocurrido demasiado deprisa, y cuando se hizo evidente que eran pareja, Guthrie Hunter ya estaba enganchado.

–Veo que te sigue cayendo mal tu madrastra.

–Es la hija cazafortunas de la mejor amiga de mi madre.

–Odio tener que decirlo, pero Guthrie es un adulto. Toma sus propias decisiones.

–Y yo tomo las mías. ¿Cuánto tardarás en organizar la vigilancia?

–Si estás seguro…

–Lo estoy.

–Dame unas horas para buscar a la persona adecuada y ponerle al tanto de todo. Pero tengo que advertirte algo: si tu padre tiene a alguien ya, es posible que llegue a enterarse de que has hecho esto a sus espaldas. Y si al final resulta que Eloise no tiene nada que ver…

Cole tamborileó sobre el escritorio.

–Me arriesgaré.

Después de acordar unos cuantos detalles, la conversación se desvió hacia otros temas. Brandon seguía disfrutando de su soltería y en pocos días iba a asistir a un reencuentro de cadetes de la Marina. Habían servido juntos en la misma unidad durante tres años.

Brandon le dijo que esperaba verle allí, pero también le aseguró que se pondría en contacto antes.

Cole colgó el auricular, cansado. El estómago comenzaba a rugirle.

Cerró el portátil y entonces reparó en algo que descansaba sobre su escritorio. Era un puzle de acero y cuerda que le había regalado su hermano Dex, basado en la leyenda del nudo gordiano. A Alejandro Magno le habían pedido que desenredara ese complicado nudo, una tarea que todos creían imposible. Pero Alejandro le había dado una vuelta de tuerca inesperada y había encontrado una solución muy sencilla. Había cortado la cuerda con su espada.

Con ese pequeño regalo Dex solo intentaba decirle que se animara, que los problemas de la vida no tenían por qué ser tan intensos y absorbentes… Pero Cole prefería ignorar los consejos de un productor playboy que llevaba mucho tiempo sin tener ni un éxito en Hollywood. No había atajos para alcanzar el éxito, ni caminos fáciles para obtener la victoria. Cole mantenía el juguete sobre el escritorio para no olvidar su objetivo, aquello que le impedía perder el rumbo.

Se puso la chaqueta y cerró con llave el despacho. Al girarse, sin embargo, se llevó un susto de muerte. Se había topado con algo, o más bien con alguien.

Taryn Quinn estaba a unos centímetros de distancia. Su perfume olía tan fresco como a primera hora, y sus ojos seguían teniendo ese brillo incandescente.

Ella miró su maletín y entonces se fijó en la puerta que acababa de cerrar.

–¿Se va ya? –le preguntó con cierta sorpresa.

–No sabía que tenía que fichar.

–Pensaba que alguien como usted se quedaría hasta las tantas.

De repente Taryn Quinn levantó el portátil que sostenía en las manos.

–¿Acaso tiene algo preparado ya?

–Llevo todo el día trabajando en ello. Ni siquiera he parado para comer.

Cole no pudo evitar fijarse en esos labios carnosos que parecían reclamarle a cada momento.

–No es buen momento ahora –le dijo, pasando por su lado.

–Es el momento perfecto.

–Llego tarde.

–¿A qué llega tarde esta vez?

Cole se volvió.

–No tengo por qué contestar a eso.

Al ver la expresión de decepción que se apoderaba de su rostro, Cole terminó sucumbiendo a sus encantos por segunda vez en el día.

–Pero, como veo que tiene tanto interés en mostrarme lo que tiene, le doy cinco minutos.

–Cinco minutos es demasiado poco.

–Cinco minutos –puso el maletín sobre el escritorio de su secretaria y encendió la lámpara– que empiezan ya.

Taryn se quedó paralizada durante tres segundos, pero entonces apoyó su portátil por fin y se puso manos a la obra. Apretó un botón y desplegó un llamativo proyector.

Cole apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza.

El efecto global no era del todo malo, pero el nombre no le convencía demasiado.

–¿Hot Spots?

–Pensamos que tenía más gancho que el nombre original.

–¿Pensamos?

–Roman y yo. Sé que suena muy provocador, pero…

–Si va a meter una procesión infinita de bares de topless y playas nudistas, lo siento, pero no saldrá.

–Iba a decir que es un reclamo en realidad, más que algo erótico. Déjeme enseñarle una lista provisional de enclaves que han mostrado interés y que ya se han ofrecido a cubrir todos los costes.

Taryn apretó un botón y le mostró una diapositiva de un complejo que Cole conocía, aunque no personalmente. Solo un jeque podía permitirse esos precios. Había formas mejores de gastar un millón o dos.

–Es Dubái.

Taryn asintió con una sonrisa en los ojos.

–Todos los gastos están cubiertos. Todo.

–Vaya. Pero solo es un enclave. Imagino que querrá hacer el viaje por todo el complejo y los alrededores, con lo que obtendrá un buen metraje, pero… ¿Cuál es el golpe de efecto?

Sus hombros casi se tocaban. Taryn se inclinó un poco más y, en la penumbra, esos ojos resultaron casi hipnóticos. Cole comenzó a sentir un cosquilleo en las yemas de los dedos; tan cerca estaban de su mano… Quería tocarla, atraerla hacia sí, experimentar esa calidez lo más cerca posible.

Tomando el aliento, se puso erguido. Definitivamente era el momento de marcharse.

–Lo pensaré.

–¿Sí?

Él arqueó una ceja.

–¿Qué se supone que significa eso?

–Ya ha tomado una decisión.

–Si es eso lo que cree, ¿por qué sigue aquí?

–Porque yo sí que creo que este sería un buen programa –Taryn levantó la barbilla–. Y no han sido cinco minutos.

–Ha sido suficiente.

–Pero tengo mucho más que enseñarle.

A Cole se le tensaron los tendones del cuello.

–Entonces recoja tus cosas –agarró su maletín y salió–. Se viene conmigo.

Capítulo Tres

 

Cuando Cole Hunter insistió en que le acompañara a cenar, Taryn sintió que la temperatura del cuerpo se le disparaba.

Con los nervios en el estómago, Taryn le acompañó fuera, agarrando el bolso de camino. Pasaron por delante de los empleados del turno de noche, enfrascados en el trabajo. Cole se despidió del encargado de seguridad uniformado, que vigilaba junto a las enormes puertas correderas de cristal. Un segundo más tarde le abrió la puerta del acompañante de un flamante deportivo italiano. Taryn tragó saliva. De repente sintió que si entraba en ese pequeño espacio oscuro, a lo mejor ya no volvía a salir.

En cuestión de segundos estaban en camino. El coche se deslizaba suavemente por las calles más lujosas de Sídney. Taryn apretó las manos sobre su regazo. Nunca se había sentido tan inquieta.

–Me muero por un chuletón.

–Jamás pensé que sería de chuletones.

–¿Usted no?

–Soy vegetariana.

–Seguro que el sitio adonde suelo ir tiene comida de esa.

–Comida de esa, para los que vivimos al límite.

Cole esbozó una sonrisa malvada.

–No quería ofender. Yo crecí en una casa dominada por hombres. El tofu y la soja no estaban dentro de nuestro vocabulario.

Taryn miró por la ventana. Le traían sin cuidado los hábitos alimentarios de Cole Hunter. Lo único que quería era conseguir que aprobara el proyecto y seguir adelante con el programa.

–Supongo que todos somos producto de lo que hemos vivido en la infancia.

–¿Y qué me cuenta de usted?

–¿Qué quiere que le diga?

–¿Hermanos?

–Soy hija única.

La carcajada de Cole Hunter reverberó en el habitáculo del coche y le hizo retumbar los huesos.

–Habrá tenido una infancia muy pacífica entonces.

–¿Pacífica? Supongo que podría decirse así.

–¿Cómo lo diría usted?

–Solitaria.

La mano de Cole titubeó un instante sobre el cambio de marchas. Redujo y se dirigió hacia un establecimiento muy elegante y caro. Un hombre con uniforme les abrió la puerta del acompañante al tiempo que un aparcacoches se hacía cargo del vehículo.

Atravesaron unas puertas blancas que daban acceso a una zona decorada en discretos tonos bronce y cereza.

Demasiado íntimo…

El maître les recibió con una cordialidad profesional.

–Me temo que no le esperábamos esta noche, señor Hunter. Su mesa de siempre no está disponible –el hombre reparó en Taryn y su sonrisa se acentuó–. Pero tenemos un balcón privado con unas vistas magníficas de la bahía.

–Suena bien –Cole tamborileó con los dedos sobre la carta encuadernada en cuero que estaba sobre el mostrador–. Y… Marco, tenéis platos para vegetarianos, ¿no?

Marco ni pestañeó.

–Tenemos una gran variedad. Nuestro chef estará encantado de preparar cualquier petición especial.

El maître les acompañó hasta una mesa rodeada por unas elegantes cortinas y con unas vistas maravillosas.

–¿Carta de vinos esta noche, señor Hunter? –preguntó Marco al tiempo que le apartaba la silla a Taryn.

Cole pronunció el nombre de un añejo. Un momento después el maître cerró las cortinas, dejándoles a solas.

Taryn se movió en la silla y abrió la carta.

Todos los platos de la carta, sin precios, parecían deliciosos. Taryn trató de tener presente en todo momento que se trataba de una reunión de trabajo. Tenía un objetivo que conseguir y lo mejor era aprovechar el tiempo.

Una vez escogió el plato que iba a tomar, dejó a un lado la carta y sacó el portátil de la bolsa.

Cole dejó escapar un gruñido de decepción y se echó hacia atrás.

–Ahora no.

–Prefiero hacerlo antes de que se tome una copa o dos.

–Le puedo asegurar que un par de copas de vino no afectan a mi juicio en lo más mínimo –hizo una mueca–. Aunque puede que a usted sí que le afecten.

–No soy una «risitas», señor Hunter –dijo Taryn en un tono irónico.

Él frunció el ceño.

–A mi padre le llamas Guthrie, ¿no? A mí me puedes llamar Cole –le dijo él en un tono provocador.

–Es distinto. Tengo una cercanía amistosa con él.

–¿En serio? ¿Te ha llevado a cenar? –le preguntó él, tuteándola deliberadamente.

Taryn contuvo el aliento. La insinuación era clara.

–Claro que no.

–A lo mejor le llevaste tú.

Taryn ladeó la cabeza.

–No va a funcionar, Cole –le dijo, acentuando el tratamiento informal–. Si quieres que salga de Hunter, tendrás que sacarme pataleando y gritando.

–¿Es eso lo que pasó en tu último empleo?

Taryn apretó los puños. Seguramente ya estaba al tanto de todo.

Marco apareció en ese momento para servirles el vino y tomarles nota. Taryn tuvo tiempo de pensar bien la respuesta, por tanto.

–Me despidieron de mi último trabajo.

La copa de Cole se detuvo a medio camino de sus labios.

–¿No te llevabas bien con el jefe?

–Nos llevábamos muy bien.

–Ah –bebió un sorbo–. Ya veo.

Taryn se moría por decirle la verdad, pero no iba a darle esa satisfacción.

–La dirección tomó esa decisión. Mi jefe directo siempre fue muy bueno conmigo. Fue como un padre para mí.

–Parece que el tema de los padres es muy importante para ti. ¿No tuviste uno propio?

–En realidad, no.

Cole dejó la copa de vino sobre la mesa.

–Estábamos hablando de tu anterior empleo –le dijo, bajando la voz.

Taryn le contó cómo había terminado convirtiéndose en el chivo expiatorio para solucionar una filtración de información. Su idea era darle una versión escueta de los hechos, pero Cole tenía una pregunta para todo. Era todo un interrogador, frío y exhaustivo, tal y como Roman le había dicho.

–Pero ya veo que has vuelto a ponerte en pie.

–Me parece que eso depende de ti.

–Bueno, más bien de lo que tengas para mí.

En ese momento llegó la comida. Cole se tomó la libertad de rellenar las copas de vino. Taryn no se había dado cuenta de que se la había tomado casi entera.

–Estoy demasiado hambriento como para concentrarme –dijo él, dejando la copa de nuevo–. Comamos.

Mientras disfrutaban de los manjares fue difícil evitar la conversación banal. Al principio comenzaron hablando de temas generales, pero todo derivó hacia un ámbito más personal paulatinamente. Al parecer Cole había servido en la Marina con un amigo, dueño de una empresa de seguridad. Incluso llegó a contarle que una vez había querido ser oficial de la Marina. Taryn sonrió al oírlo. ¿Quién lo hubiera dicho?

Poco antes de que terminaran de cenar, Cole cambió el tono y se centró en la familia, hablándole de su madre. No fueron más que unas pocas palabras, pero fueron pronunciadas con tanta sinceridad y afecto que Taryn se conmovió. Cole Hunter era un tipo de lo más sorprendente.

–Las hijas suelen estar muy apegadas a sus madres. ¿Tu madre vive cerca? ¿En la ciudad?

El estómago a Taryn le dio un vuelco. Dejó el tenedor sobre la mesa.

–Mi madre está muerta.

Cole frunció el ceño. Tardó un momento en decir algo.

–Lo siento.

–Preferiría no hablar de cosas personales.

–Claro –Cole asintió–. Lo entiendo. Solo intentaba sacar un poco de conversación.

–Lo sé, Cole. No hay problema –Taryn hizo un esfuerzo por volver al tono ligero de antes–. Pero estamos aquí porque querías comer. Comamos para que podamos volver al trabajo.

Después de haberse tomado una copa de vino y medio filete sumido en el más absoluto de los silencios, Cole puso la servilleta sobre la mesa.

–Muy bien. Hemos terminado. Hablemos.

Taryn apartó el plato, agarró el portátil y acercó un poco la silla a la de él.

Mientras se iniciaba el sistema, le habló de la logística en los enclaves turísticos, pero Cole ya estaba cansado del parloteo. Quería ir al grano cuanto antes.

–¿Cuál es el gancho entonces?

Taryn apretó un botón y desplegó una imagen en la pantalla. No era más que una instantánea poco inspiradora de un grupo de gente en un jardín urbano de lo más común. Ella, sin embargo, le miraba como si le estuviera enseñando una de las maravillas del planeta.

Cole se aflojó la corbata. ¿Por qué se había tomado tantas molestias? ¿Por qué seguía tomándoselas?

–En vez de llevar reporteros profesionales… –le dijo ella, continuando con la siguiente imagen. En ella aparecían un grupo de chicos jugando al baloncesto en unas canchas bastante precarias– usaremos parejas de verdad, familias y grupos para descubrir los enclaves turísticos. Les pediremos a los telespectadores que manden por correo electrónico y mensajes las razones por las que ellos, o las personas que quieran, deberían ser los que disfruten de un lujoso viaje con todos los gastos pagados a un sitio extraordinario, cortesía de los Hunter.

–No es más que otro reality, ¿no?

–Los reality siguen siendo muy populares –dijo ella, insistiendo mientras le mostraba otras imágenes parecidas–. Y con esta fórmula, emparejar el lujo con los desfavorecidos, podemos tocarles la fibra a los telespectadores.

Cole dejó escapar un gruñido de exasperación.

–Abre tu mente a las posibilidades y a toda la gente a la que podrías hacer feliz.

–No estoy aquí para organizar eventos de caridad. Estoy aquí para hacer buenos programas de televisión.

«Para hacer dinero», pensó, aunque no lo dijera en alto.

Taryn parpadeó y entonces miró la pantalla.

–Al final de la temporada, los telespectadores pueden votar a la mejor pareja de vacaciones, la mejor familia, o lo que sea, y el patrocinador principal dona un montón de dinero a una organización benéfica de la zona. La temporada siguiente arranca con el ganador de una lista con todos los votantes.

Parecía tan entusiasmada que Cole casi podía ver los fuegos artificiales, pero…

–No es lo bastante novedoso.

Ella le miró, confundida.

–Necesito más. A lo mejor si incluyes alguna estrategia de eliminación…

–No. Quiero que todos los que estén en este programa se sientan ganadores.

Cole se pellizcó el puente de la nariz. Eso era lo que le faltaba: toparse con uno de esos que querían salvar el mundo. La filantropía era admirable, pero en ese caso no era factible.

–Va a ser un programa positivo –le estaba diciendo ella–. Claro. Evidentemente, durante el transcurso de la grabación habrá pruebas y miedos a los que enfrentarse, pero nadie se sentirá como un perdedor. Este programa podría empezar un nuevo género.

–Taryn… No hay programa a menos que yo lo decida.

Taryn hizo todo lo posible por esbozar su mejor sonrisa.

–Piensa en los patrocinadores.

–Puedes hablar todo lo que quieras de los dólares de los patrocinadores, pero al final el tiempo es dinero. Es mi tiempo, el de la empresa. No voy a poner a gente valiosa a trabajar en un proyecto en el que no estoy convencido.

–Todavía.

Era evidente que ella no le estaba escuchando.

–No deberías haberte precipitado. Deberías haberte dado al menos un par de días para pensar bien en todos los detalles.

–Mi idea es buena.

Cole tomó aliento.

–No hay sitio en Hunter para algo bueno sin más. Yo busco algo brillante, o nada.

–¿Brillante?

–Eso es.

La expresión de Taryn se endureció.

–¿Tan brillante como tú?

–Soy el jefe y nadie juega en mi casa a menos que yo lo diga.

Los ojos de Taryn reflejaron una emoción que quemaba. Apretó los puños y se levantó de la silla. Al hacerlo, tropezó con la mesa y su copa se volcó en dirección a Cole. El vino saltó por los aires, manchándole el regazo.

Cole levantó los brazos. Echó atrás la silla.

¿Había sido un accidente o lo había hecho a propósito?

Agarró una servilleta y la puso contra sus pantalones empapados. De alguna forma, logró mantener un tono ecuánime.

–Asumiré que ha sido un accidente.

–Lo ha sido –Taryn se inclinó sobre la mesa y le tiró encima el vino de su propia copa–. Esto, digo.

 

 

No debería haberlo hecho. No debería haber perdido la cabeza de esa manera. Taryn se abrió paso a través del lujoso restaurante, consciente de las cabezas que se volvían a su paso.

Una vez fuera, sintió el golpe del aire fresco. Se detuvo al pie de los escalones de piedra de la entrada del establecimiento y miró a su alrededor. De repente cayó en la cuenta de un detalle muy importante. Cole la había llevado allí y tendría que tomar un taxi para regresar a las oficinas de Hunter para recoger su coche.

–¿Te importaría decirme a qué ha venido todo eso?

Taryn dio media vuelta y miró a Cole Hunter a los ojos.

–Por favor, déjame en paz.

–Has venido conmigo…

–Y me iré sin ti. ¿Puede pedirme un taxi, por favor? –añadió, dirigiéndose al portero.

Cole hizo un gesto con la mano en dirección al empleado.

–Yo te llevo.

–Preferiría que no lo hicieras.

–Pues yo preferiría hacerlo.

–¿Para que puedas seguirme pinchando hasta que haga algo de lo que me arrepienta?

Él se acercó y entonces le miró los labios.

–¿Qué es eso que tienes tanto miedo de hacer?

Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, Taryn sintió que la tensión crecía por momentos. Quería darle una bofetada en la cara, pero el cálido cosquilleo que le corría por la piel y le robaba el aliento la tenía paralizada, expectante.

–Yo no te pedí que me trajeras aquí.

–No. Lo único que hacías era saltar a mi alrededor como un perrito faldero para que viera tu propuesta.

–Dijiste que querías verla.

–Cuando fuera buena y estuviera bien cocinada.

Taryn se recolocó la correa del bolso sobre el hombro.

–Admítelo. Nunca tuviste intención de darme una oportunidad.

–Vaya. No me eches a mí la culpa.

–No. Debería estar encantada de tener que pasar tu filtro después de haber conseguido el trabajo.

Cole parpadeó, sorprendido, y entonces se ajustó la pulsera de platino de su reloj.

–Todavía tengo pendiente hablar con mi padre respecto a tu contrato. Nadie me consultó antes de contratarte.

–A lo mejor deberías haber hecho eso antes de someterme a esta farsa.

–Siento mucho haberte hecho un favor.

–Discúlpame si no me deshago en agradecimientos.

Un taxi paró frente a ellos al tiempo que el aparcacoches les acercaba el deportivo de Cole. Taryn fue directa hacia el taxi. Cole fue tras ella.

El portero fue a abrirle la puerta, pero Cole le hizo apartarse con una mirada de pocos amigos.

–Siento que no seas capaz de asimilar la verdad sobre tu programa –le dijo a Taryn, cruzando los brazos.

–Tu versión de la verdad.

–Te guste o no, esa es la única versión que importa.

Taryn cruzó los brazos también.

–¿Alguna vez te han dicho que tienes un ego demasiado grande?

–Y también tengo un carácter demasiado volátil, sobre todo cuando estoy empapado.

Taryn le miró de arriba abajo.

–Te pagaré la tintorería.

–Camisa, pantalones y corbata –fingió exprimir la carísima corbata de seda azul–. No te dejaste nada.

Cole le dedicó una mirada dura. Debajo de ese porte implacable, parecía haber otra emoción menos hostil.

–A lo mejor se me ha ido un poco la mano con eso.

–¿Cole Hunter se está disculpando?

–No era más que una mera observación. Bueno, a lo mejor… No debí tirarte la segunda bebida.

Cole tardó un momento en contestar.

–¿Entonces quieres que te lleve?

–Solo si yo escojo el tema de conversación. Y preferiría no volver a hablar de mi proyecto esta vez.

–Sabia elección –Cole echó a andar y entonces se detuvo un momento para esperarla.

Tras unos segundos, Taryn dio un paso adelante.

–A lo mejor podemos hablar de cocina vegetariana –le dijo cuando llegaron al coche.

–¿Deportes? –le preguntó él.

–Soy yo quien manda ahora, ¿recuerdas?

–Disfrútalo mientras puedas –le oyó decir justo antes de cerrarle la puerta del acompañante.

Capítulo Cuatro

 

Durante todo el camino de vuelta Taryn le entretuvo con una entusiasta lección de combinaciones culinarias de frutos secos con calabaza.

«Fascinante», pensó Cole con ironía.

Tras dejarla se dirigió a la mansión de su padre de Pott’s Point. Mientras recordaba su tono de voz profesional y la gloriosa silueta de sus piernas, no pudo evitar esbozar una sonrisa.

Justo cuando iba a bajar del coche el teléfono móvil le comenzó a sonar. Le llamaban dos personas, Dex y Wynn. Cole apretó el botón verde y Wynn fue el primero en hablar.

–¿Qué tal está papá?

–¿Las autoridades saben quién puede estar detrás de todo esto? –preguntó Dex.

–Le pillaremos. No os preocupéis.

Wynn masculló un juramento.

–Cole, ¿cuál es el plan? Vas a poner en marcha alguna medida de seguridad, ¿no? ¿Vas a contratar a un detective?

La risotada de Dex retumbó al otro lado de la línea.

–Como si no lo hubiera hecho ya –dijo.

–Que yo sepa ninguno de los dos se ha ofrecido a venir para ponerse al frente de todo –dijo Cole, soltando el aliento.

–En realidad… –Wynn comenzó a hablar al mismo tiempo que Dex.

–Estaré… –decía este último.

Cole les interrumpió a los dos.

–Quedaos donde estáis. Yo me ocupo de todo.

–Bueno, si necesitas algo… –dijo Dex.

Cole miró hacia la casa y pensó en su madrastra.

–A lo mejor necesito un collar de perro –murmuró.

–¿Qué?

–Nada –Cole abrió la puerta del coche–. Os mantendré informados, chicos –colgó y un momento después llamó al timbre.

Una mujer a la que nunca había visto abrió la puerta. Retrocediendo, Cole se metió las manos en los bolsillos.

–¿Quién eres?

–Trabajo para los Hunter.

Cole examinó a la mujer con más atención. Llevaba un uniforme gris de lo más anticuado.

–¿Qué ha sido de Silvia?

La mujer se encogió de hombros.

–Creo que la señora dijo que ya llevaba demasiado tiempo aquí.

Cole gruñó. Era evidente que Silvia se había convertido en un estorbo para Eloise. Cada vez que el ama de llaves aparecía, ponía esa mirada calculadora que no pasaba desapercibida.

Además, al igual que sus hermanos y él, Silvia, que conocía la casa como la palma de su mano, tampoco había aprobado la nueva relación de su padre.

Eloise había tardado cinco años en librarse de ella, pero finalmente parecía haberlo conseguido.

La nueva empleada se alisó el delantal.

–¿A quién debo anunciar?

–Me llamo Cole.

–¿El hijo mayor del señor Hunter?

Mientras la sirvienta miraba la mancha de vino que tenía en la ropa, Cole pasó por su lado.

–¿Dónde puedo encontrarle?

Una vez en el vestíbulo, oyó una desagradable voz que ya le resultaba inconfundible.

–Cole, cielo, ven aquí.

Ataviada con una larga bata de seda de color rojo, Eloise le hizo señas desde el arco que daba acceso a la sala de estar. Cole no pudo evitar preguntarse si dormía con todo ese maquillaje. Esa mujer era tan distinta a su madre, con su belleza natural.

Ignorando el nudo que se le formaba en el estómago, Cole dio un paso adelante.

–He venido para ver cómo está.

–Por el horrible incidente de esta mañana, supongo.

–¿Dónde está?

Eloise estaba justo detrás él, tan cerca que casi tropezó con ella. Teatral, como de costumbre, la mujer dejó escapar un grito de sorpresa y fingió tambalearse, sin duda para que él la socorriera.

–¿Está en el estudio? –le preguntó Cole, retrocediendo.

Eloise se tocó su larga cabellera pelirroja y fingió recuperar el equilibrio. Se dirigió hacia el minibar y agarró una botella de licor.

–¿Te apetece?

Cole se estremeció.

–Tengo un poco de prisa.

Al reparar en su camisa, Eloise dejó la botella y regresó junto a él.

–Parece que ya te has dado un caprichito.

–Mi padre, Eloise. ¿Dónde está?

–Tu padre no está. Salió con ese nuevo guardaespaldas que tiene –frunció el ceño–. Alto, malhumorado, con cara de pocos amigos.

Cole sonrió. Lo último que su padre necesitaba era un guardaespaldas que sucumbiera a los encantos de la víbora. Sacó el teléfono móvil y marcó el número de Guthrie. Al ver que no contestaba le dejó un mensaje para que le llamara lo antes posible. Se dirigió hacia la puerta.

–No te entretengo.

Ella se las ingenió para cortarle el paso.

–Antes de que te vayas, quisiera pedirte un favor, o más bien se trata de que ayudes a tu hermano pequeño.

Cole se detuvo. Las fechas indicaban que Guthrie se había casado con Eloise cuando ella ya estaba embarazada de un niño que había conquistado los corazones de toda la familia desde el primer momento. Siempre que Cole les visitaba, el pequeño le contaba que quería hacerse bombero o elfo de Papá Noel.

–¿Qué quiere Tate?

Eloise tomó un aparato electrónico de una estantería cercana.

–Esta tarde Tate se desesperó porque no era capaz de hacer funcionar esto. Tuve que mandarle pronto a la cama.

Cole quiso agarrar la tableta electrónica del pequeño, pero entonces se lo pensó mejor. Quería ayudar, pero era mejor que se marchara lo antes posible.

–Papá te lo arreglará cuando llegue.

Ella se rio.

–Qué gracioso. ¿Tu padre arreglando algo así?

Cole frunció el ceño.

–Es un hombre inteligente.

–Pero, cariño, ya no es un jovenzuelo –dijo Eloise, mirándole el pecho–. Necesitamos a alguien que esté al tanto de la última tecnología –le enseñó el ordenador de nuevo–. Tate estará muy orgulloso cuando le diga que su hermano mayor se tomó el trabajo de arreglarlo.

Cole apretó la mandíbula. No tenía tiempo para Eloise, pero quería mucho a Tate y se le encogía el corazón cada vez que pensaba en la madre que le había tocado, una madre para la que pintarse las uñas era más importante que cualquier cosa que su hijo tuviera que decirle.

Tomó el artilugio y apretó unas cuantas teclas. Fingiendo curiosidad, Eloise se acercó demasiado, pero él levantó la vista y la miró directamente a los ojos, a modo de advertencia. De repente notó algo de movimiento cerca del arco de acceso a la sala de estar. La nueva ama de llaves estaba medio escondida detrás de la pared. Eloise siguió la dirección de su mirada y se cerró un poco la bata, sorprendida.

–Nancy, puedes retirarte a tu dormitorio –dijo–. No te necesitaré más por esta noche.

Asintiendo con la cabeza, Nancy se marchó.

Cole continuó investigando las funciones del aparato hasta que la pantalla se iluminó. Después de asegurarse de que todas las aplicaciones funcionaban, volvió a poner la tableta donde estaba y se dirigió hacia el vestíbulo. Eloise, sin embargo, le llamó de repente.

–Tu padre volverá pronto. ¿No quieres quedarte un rato?

Cole abrió la puerta y siguió adelante.

Subió al deportivo y arrancó rápidamente. Una vez más no podía evitar preguntarse quién estaba detrás del tiroteo de esa mañana. Su padre no estaba en casa esa noche… ¿Acaso su guardaespaldas estaba siguiendo a alguien?

Capítulo Cinco

 

–Pensé que era buena idea ponerte sobre aviso. El jefe tiene ganas de guerra.

Esa voz británica que ya le resultaba tan familiar irrumpió entre los pensamientos de Taryn. Roman Lyons asomaba la cabeza por la puerta de su despacho.

–¿Guthrie?

–No. El joven Hunter. Me ha dicho un pajarito que viene para acá.

Roman le dedicó un guiño y se refugió en su propio despacho. Con un nudo en el estómago, Taryn tomó aliento.

Sorprendentemente, y a pesar del incidente del vino de la noche anterior, Cole y ella habían terminado bien. Una vez de vuelta a las oficinas de Hunter Enterprises, ella había vuelto a decirle que le pagaría la factura de la lavandería, pero él había rechazado el ofrecimiento y le había dicho que ya hablarían al día siguiente.

Cole Hunter entró en el despacho de repente, llenando la estancia con su imponente presencia. Esa mañana parecía más alto, más corpulento. Taryn se estremeció y habló antes de pensar.

–Siempre haces eso.

–¿Qué?

–Entrar así.

–Buenos días para ti también.

Taryn se mordió el labio para no decirle que no la mirara de esa forma. Hizo todo lo posible por recuperar la calma antes de volver a hablar.

–¿Has desayunado? –agarró una bolsa–. Bizcochos, hechos esta mañana.

Cole se inclinó para mirar con curiosidad.

–¿Son de calabaza?

–Frutos secos –Taryn se puso en pie–. Iba a servirme un café. ¿Quieres uno? He traído mi cafetera. No me gustan mucho los instantáneos. Soy de las que lo prefieren intenso y profundo.

–¿Quién lo hubiera dicho?

De camino a la cafetera, Taryn se detuvo. Reparó en su mirada. El comentario que había hecho no pretendía ser provocador.

–Ya veo que te has acomodado bien –le dijo él, mirando a su alrededor.

Taryn tomó la cafetera.

–¿Has hablado ya con tu padre?

–No he podido encontrarle esta mañana. No tengo ni idea de dónde está.

Con una taza llena en la mano, Taryn miró hacia atrás. La expresión autosuficiente de Cole había sido reemplazada por una máscara de preocupación. Jamás hubiera pensado que Cole Hunter pudiera tener algún punto vulnerable.

Quería preguntarle qué sucedía, pero la expresión se evaporó tan rápido como había aparecido.

–No quiero café. Gracias. Y nada de bizcochitos.