Un destino cruel - Robyn Grady - E-Book

Un destino cruel E-Book

Robyn Grady

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Beschreibung

Solo podía pensar una cosa: ¿se trataba de una amenaza… o de una promesa? La boda de su mejor amigo se había cancelado, y un importante acuerdo de negocios dependía de ello, así que Nate Sparks tenía que lograr que la pareja llegase al altar lo antes posible. La persona que mejor podía ayudarle era la enérgica dama de honor Roxy Trammel, cuyo segundo nombre era Problemas… Por suerte Roxy también necesitaba que la boda siguiese en pie; su reputación como diseñadora de vestidos de novia dependía de ello. Nate le propuso un plan para que los novios se reconciliaran. ¿Pero y si no funcionaba? ¡Entonces él se casaría con ella!

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Robyn Grady. Todos los derechos reservados.

UN DESTINO CRUEL, N.º 2215 - febrero 2013

Título original: The Wedding Must Go on

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2638-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

La peor persona posible en el peor momento posible.

Asomada a la puerta de la trastienda, Roxanne Trammel admitió que el aspecto no era el problema. El invitado que estaba esperando en el mostrador de su tienda de trajes de novia en Sídney medía más de metro ochenta, era increíblemente masculino y con un cuerpo... Aquellos ojos azules y ese pelo negro le acelerarían el corazón a cualquier mujer, incluida ella misma.

Roxy quería morirse porque conocía a ese hombre. Lo conocía bien. El hecho de que se hubiera puesto aquel vestido de novia momentos antes solo era la guinda del pastel.

Junto al mostrador, Nate Sparks frunció el ceño antes de mirar la hora en su Omega y frotarse el cuello... el mismo cuello fuerte al que Roxy se había aferrado con fervor aquella fatídica noche de primavera, cuando habían compartido su primer y único beso. Si cerraba los ojos, aún podía oler su aroma, sentir su barba incipiente en la mejilla. La magia de su cercanía la había transportado a otra época. A otro lugar. Podía admitir que no había querido que el beso acabara.

Pero lo había hecho, y de la peor manera imaginable.

–¿Hay alguien ahí?

Nate se asomó detrás del mostrador y miró a su alrededor mientras Roxy se mordía el labio y deseaba que se fuera. No tenía nada que decirle a Nate Sparks, y muy poco tiempo para resolver el problema con el vestido que llevaba puesto. Más bien problemas, en plural. Al menos el futuro de tres personas dependía de ciertas respuestas.

Nate encontró un bloque de papel para notas de Vestido Perfecto sobre el mostrador y sacó un bolígrafo dorado del bolsillo interior de su chaqueta. Apretó el bolígrafo contra el hoyuelo de su barbilla y, con mano firme, comenzó a escribir. Roxy se acercó más a la puerta.

¿Qué tendría que decirle? Perdóname por haberte tratado tan mal. Por favor, sal a cenar conmigo. Improbable. Su salida a toda velocidad habría dejado a un torpedo de la marina verde de envidia. No era que no hubiera disfrutado del beso tanto como ella. Nadie podía fingir esa intensidad, ni siquiera un hombre que, según los rumores, tenía múltiples parejas. Solo podía haber una explicación a su comportamiento de aquella noche.

Dado que se habían conocido en la fiesta de compromiso de sus amigos respectivos y ella había hablado con tanta pasión de su profesión dentro del mundo de las bodas, probablemente él hubiera pensado que querría llevar aquel asombroso primer beso mucho más lejos. Hasta el altar, por ejemplo.

En realidad Roxy creía que el matrimonio era una institución que no debía tomarse a la ligera. La experiencia le decía que mantener una relación requería algo más que chispa y deseos de tener una vida de cuento de hadas. Aun así, aunque no tenía interés en explicarle su opinión a Nate Sparks, tampoco podía quedarse escondida detrás de esa puerta para siempre. Para empezar, su sentido de la dignidad no se lo permitiría.

Así que estiró los hombros, tomó aire, abrió la puerta y salió a la habitación principal con el vestido de novia puesto. Nate levantó la cabeza y los ojos estuvieron a punto de salírsele de las cuencas. Tragó saliva y, un segundo más tarde, se acordó de sonreír.

–Estás aquí. Estaba dejándote una nota –miró hacia abajo y dejó escapar una carcajada nerviosa–. Bonito vestido. ¿Siempre atiendes a la gente llevando un vestido de novia?

Roxy no pudo evitar provocarlo.

–Solo cuando me siento sola.

Cuando los ojos de Nate se abrieron aún más, Roxy lanzó un gruñido. Él no sabía si relajarse y fingir ser un buen perdedor o darse la vuelta, salir corriendo y repetir la historia. No tenía de qué preocuparse. Roxy habría preferido quemar su tienda antes que permitirle acercarse a ella de nuevo.

Con la cabeza bien alta, Roxy se quitó la tiara y dejó el velo sobre el mostrador.

–¿Qué puedo hacer por ti, Nate?

–Greg me lo ha dicho esta mañana. Supongo que Marla ya te lo habrá contado.

Roxy se quitó los pendientes de diamantes.

–La boda se ha cancelado –dijo.

La persona para la que había diseñado aquel vestido ya no iba a pasar por la vicaría. Se sentía destrozada, principalmente por Marla, pero también por ella misma. Aquel vestido era el más bonito que había creado nunca... un vestido que despertaría el interés dentro de la industria en el momento en que más lo necesitaba.

–Greg es un buen amigo. Mi mejor amigo –dijo Nate.

–Marla también es mi mejor amiga.

–Maldita sea, esos dos tendrían que estar juntos.

–Después de que Marla viera esas fotografías, está convencida de que no es así –dijo Roxy–. Francamente, estoy de acuerdo con ella.

El corazón le dio un vuelco. Sabía un poco cómo se sentía Marla. La semana después del incidente de la fiesta de compromiso, la foto de Nate había aparecido en una revista de cotilleos. Había sido fotografiado encandilando a una morena de pechos grandes y labios hinchados. Roxy se había enfurecido tanto que había roto la página por la mitad.

–Esas fotos eran comprometedoras –admitió Nate.

–Su prometido, borracho con una mujer medio desnuda... –dijo ella–. No sé en qué estaba pensando el supuesto amigo de Greg para publicar esas fotos en su perfil. Y no te atrevas a decir que esa indiscreción ocurrió durante la despedida de soltero de Greg. Eso no es excusa –Roxy entornó los párpados y se cruzó de brazos–. ¿Y dónde estabas tú? Se supone que los padrinos están para impedir que pasen esas cosas.

–Yo tenía una reunión a primera hora del día siguiente. No pude cancelarla.

–Ojalá las cosas fueran diferentes... –por varias razones– pero Greg hizo algo malo y, francamente, no me gusta que aparezcas aquí sin avisar e intentes convencerme de lo contrario.

No soportaba ver a Marla tan triste. Deseaba que hubiera alguna manera de ayudar, pero escuchar a un hombre en el que no confiaba, un hombre adepto a minimizar el mal comportamiento, no era la respuesta. Sí, Greg siempre había parecido devoto; sin embargo, a veces aquellos en quien deberías poder confiar eran aquellos a quienes más tenías que vigilar, y Roxy lo sabía bien. Dado su propio pasado, Roxy apoyaba la decisión de Marla al cien por cien. Aun así quedaba una pregunta por responder.

¿Qué sería del vestido? Había puesto muchas esperanzas en él. Para su gran futuro como diseñadora.

Durante meses en la industria se había hablado de una oportunidad increíble: un concurso. El vestido ganador desfilaría por las pasarelas parisinas y aparecería en Felizmente casadas, la mejor publicación mundial sobre bodas. Además, su creadora sería recompensada con una cuantiosa suma de dinero y un año de prácticas con la mejor diseñadora de vestidos de novia de Nueva York.

Roxy había pasado noches en vela pensando en que ganaba el premio. Desde el instituto, lo único que había deseado hacer era diseñar vestidos de novia, todo tipo de creaciones que se ajustaran a todo tipo de novias. No podía imaginarse una profesión más gratificante. Cinco años atrás, tras completar varios cursos y tener experiencia en otras tiendas, había fundado su propio negocio. Pero Roxy quería aprender más. Ser más. Todo lo que pudiera ser.

Aquel concurso era su oportunidad.

Había hecho todo lo posible por entrar. La semana anterior había entrado en los cincuenta mejores. Pero, antes de poder darle la buena noticia a Marla, su amiga se había derrumbado y había anunciado que se cancelaba la boda. Dado que era requisito que todas las creaciones caminaran hasta el altar antes del treinta y uno de ese mes, aquel precioso vestido no podría optar al premio final. Sin boda no había prácticas. Y tampoco dinero. De pronto el reciente periodo de ventas escasas y facturas elevadas se tornó mucho más desolador para Roxy.

Mientras Roxy guardaba los pendientes en su caja debajo del mostrador, absorta en sus pensamientos, Nate caminaba de un extremo a otro del mostrador. Ella se fijó en su mano, que se deslizaba sobre la superficie de cristal del mostrador, y se dijo a sí misma que solo era una mano. Grande. Bronceada. Con dedos de manicura perfecta. Y aun así, a pesar de lo mucho que la había avergonzado aquella noche, no pudo negar que los recuerdos desataron un intenso calor en su vientre. Durante aquellos pocos segundos cuando la había besado, todo su cuerpo había cobrado vida, un fenómeno que la había dejado caliente y algo mareada.

Un poco como se sentía en aquel momento.

¡Maldito Nate!

Con las mejillas sonrojadas, Roxy disimuló un suspiro y captó la última parte del comentario de Nate.

–... haber algo que podamos hacer para que vuelvan a estar juntos.

Roxy cerró el cajón del mostrador y recapacitó sobre la situación de su amiga, así como sobre la suya propia.

–Sea lo que sea lo que tienes en mente, dilo.

Mientras Nate le sostenía la mirada decidida a Roxanne Trammel, se cruzó de brazos.

Tenía una estatura media. No tenía un cuerpo de escándalo. Su voz era suave más que sensual. Sus gestos no eran nada excepcional. Ni su manera de hablar o de reírse. Y aun así había algo en aquella mujer que resultaba frustrantemente atractivo.

Nate aceptaba esa realidad del mismo modo que aceptaba que el acero se ablandaba a determinada temperatura. Una temperatura similar a la que su sangre había alcanzado al sucumbir al atractivo de Roxy seis meses atrás. No le había gustado dejarla confusa y dolida aquella noche, pero también se había jurado que su primer beso sería el último. Si volvían a encontrarse en algún lugar, por ejemplo la boda de unos amigos, él no permitiría que se repitiera la historia, ni aunque la continuación de la raza humana dependiera de ello.

Aquel vestido que llevaba puesto Roxy debía servir de recordatorio y de disuasorio. Él era un hombre decidido, un soltero que pretendía seguir así. Y aun así al ver aquellos ojos verdes brillantes, tenía que hacer un esfuerzo para no cometer un segundo error. Solo que, en esa ocasión, si sucumbía, no estaba seguro de poder parar.

–No sé por qué lo defiendes ahora –dijo ella–. Greg es responsable de sus propias acciones, aunque evidentemente necesite que lo vigilen –se encogió de hombros–. Espero que tu reunión mereciese la pena.

–Depende de si tienes en cuenta la oportunidad de fundar un negocio en el que Greg y yo habíamos trabajado durante meses.

–¿Os vais a hacer socios? Por lo que Marla me dijo, Greg está comprometido con el negocio familiar.

Nate contuvo la respiración. No quería revelar ningún secreto. Pero necesitaba la ayuda de Roxy para volver a juntar a sus amigos, lo que significaba tener que dar algunas respuestas y mantener la fe. Así que, cuando Roxy se movió para levantar una pequeña caja de cartón del suelo, él se acercó para ayudarla y contestó al mismo tiempo.

–Greg lleva tiempo queriendo montar algo por su cuenta.

Le quitó la caja y la dejó sobre el mostrador, después Roxy abrió la tapa y sacó una liga malva con volantes. Nate se fijó en la prenda de encaje y varias palabras le vinieron a la cabeza. Seductora. Sexy. Imaginó que una casa de vestidos de novia vendería todo tipo de accesorios.

Roxy se pasó la liga alrededor del dedo índice una vez, dos veces.

–Su familia tiene una gran empresa metalúrgica, ¿verdad?

–Acero Primero. Fabrica y distribuye acero y productos relacionados. Yo trabajo en la administración de una empresa rival.

Mientras hablaba, ella abrió un cajón cercano y, mirando a través del cristal del mostrador, colocó la liga sobre un lecho satinado.

–Greg y yo nos conocimos mediante contactos en la industria –continuó Nate, con la voz más profunda que antes–. Compartimos puntos de vista similares sobre el futuro del acero. Dada la economía y los asuntos medioambientales, creemos que las oportunidades son infinitas.

Esperaba que le dijeran pronto algo sobre la patente más relevante, entonces podrían avanzar verdaderamente.

–¿Así que habéis unido fuerzas? –preguntó Roxy.

Cuando sacó un negligé ultracorto de la misma caja, Nate parpadeó y, en un segundo, se la imaginó con ello puesto. Se imaginó su escote y su cintura. Sabía que su piel sería suave y caliente, igual que el roce de sus labios aquella noche.

Volvió a parpadear y regresó al presente. Mientras Roxy colocaba el negligé junto a la liga, él se aclaró la garganta y se quedó mirando su corbata para distraer la atención.

–Greg y yo decidimos que necesitábamos un gran inversor para hacerlo y hacerlo bien. La semana pasada un posible inversor aterrizó en Sídney. Por teléfono, a Bob Nichols le gustó nuestro modelo de negocio y se mostró interesado en saber más, pero andaba escaso de tiempo. Antes de regresar a Texas, nos concedió una reunión a las cinco de la mañana del pasado domingo; la mañana después de la fiesta de Greg.

–¿Y qué piensa el padre de Greg de que su hijo abandone el negocio familiar?

–Al señor Martin no le hace gracia. Apoya a Greg, pero a cambio de ese apoyo espera lealtad total, a la familia y a la empresa.

Roxy sacó entonces de la caja un triángulo de satén no más grande que una carta. Con los elásticos colgando entre sus dedos, procedió a meter ese también bajo el mostrador.

Mientras alisaba con la mano las prendas, a Nate se le aceleró el pulso, porque ahora se imaginaba a Roxy en una habitación en penumbra llevándolo todo; la liga, el negligé y el tanga. En su imaginación, mientras él se arrodillaba ante ella y deslizaba las manos por sus caderas, ella susurraba su nombre, le pasaba los dedos por el pelo y acercaba su cabeza.

–¿Y el señor Nichols seguía interesado después de la reunión? –oyó que preguntaba Roxy.

Regresó al mundo real.

–Absolutamente. Aunque tampoco importa. Greg y yo hemos hablado esta mañana. Desde que Marla ha cancelado la boda, ha perdido toda motivación. Por el momento va a quedarse en la empresa familiar.

–¿Y por qué no sigues tú? Con el señor Nichols, quiero decir.

«Y me dejas en paz», pareció añadir con su tono de voz.

–Era nuestro proyecto, y sé que Greg lo lamentará si se retira ahora.

–¿Y? –preguntó ella con una ceja arqueada.

Él suspiró y se rindió.

–Y dos cabezas con conocimientos en la manufactura del acero son mejor que una.

Estaba satisfecho con sus habilidades, pero en los negocios, igual que en la vida, una persona necesitaba todos los refuerzos posibles. El descenso hacia el fracaso era resbaladizo. La caída de su padre hasta casi la pobreza le había enseñado bien esa lección.

Roxy metió la mano otra vez en la caja. Antes de que pudiera sacar cualquier otra cosa, Nate quitó la caja del mostrador y la dejó en el suelo.

–Creo que –dijo–, si consigo dejar a Greg y a Marla a solas, ella escuchará su parte de la historia y aceptará que esas fotos eran tendenciosas.

–Oh, ¿tú crees?

–Conseguirán arreglarlo.

–Entonces mantendrán la fecha en la iglesia –supuso ella–, y tú recuperarás a tu socio.

Correcto.

–La pregunta es... ¿cuento contigo?

–Debes de estar un poco sordo. Ya te he dicho que no me metas en esto.

–Dame un poco de tiempo y te convenceré.

–No.

–Cinco minutos –insistió él–. Tengo un plan. Podría marcar la diferencia entre la felicidad definitiva de tu amiga o una vida de soledad.

–Qué dramático.

Nate frunció el ceño.

–Sí, bueno, es muy importante para ellos.

–Y el niño bueno, o sea tú, no tiene nada que perder.

En esa ocasión Nate le devolvió el golpe y le dirigió una mirada penetrante.

–Esto no es por Greg y su despedida de soltero, ¿verdad? No se trata de si quieres ayudar a impedir que tu amiga cometa uno de los mayores errores de su vida. Estás siendo obstinada por lo que ocurrió entre nosotros hace meses. Te sentiste rechazada y estás dispuesta a dejar que tu amiga sufra porque estás enfadada conmigo.

–Si crees que ese argumento ayudará a tu causa, tienes más ego del que creía. ¿Has oído la expresión «Dios los cría y ellos se juntan»? Tratas a las mujeres como cosas. Probablemente elijas amigos que hacen lo mismo. Pero a ninguno os gusta que os lo digan a la cara.

Las palabras le ardían en la punta de la lengua, pero no le daría a Roxy la satisfacción de actuar como ella había anticipado. Estaba a punto de decirle que se olvidara de que le había sugerido que ayudara.

De hecho, podía irse al infierno.

Se dirigió hacia la salida, abrió la puerta y tuvo que contenerse para no dar un portazo al salir. Ya había caminado varios metros por la acera, a punto de colisionar con algunos viandantes, cuando el humo que le nublaba el juicio se disipó un poco. Por muy atraído que se sintiera hacia Roxanne Trammel, era una molestia a su lado. Haría bien en no volver a verla nunca, bajo ninguna circunstancia.

Pero, siendo sincero, comprendía que estuviese disgustada por su comportamiento de aquella noche. Nate nunca antes había hecho algo así, y disculparse mientras salía huyendo no servía para exculparlo. Pero Roxy no quería una confesión. Sin embargo sí quería ayudar a su amiga. Estaba convencido de que Marla debería al menos escuchar a Greg, y eso no ocurriría a no ser que él se tragara su orgullo, se diera la vuelta e intentara persuadir a Roxy una vez más.

Roxy aún estaba de pie tras el mostrador con aquel vestido de novia, contemplando los accesorios bajo la vitrina de cristal, cuando sonó la campanilla de la puerta y, sombrero en mano, Nate volvió a entrar en la tienda. Ella abrió la boca, pero él levantó una mano.

–Antes de que me eches de nuevo, deja que te diga que he sido un idiota por sacar el tema de aquella noche. No volverá a ocurrir. Pero no puedo marcharme sin pedirte una vez más que me ayudes a darles a esos dos la oportunidad que merecen, la oportunidad que Marla querría si estuviera pensando con claridad.

–Tal vez esté pensando con claridad.

–Solo dame cinco minutos para contarte lo que tengo en mente.

–¿Cinco minutos? ¿Y ya está?

–Ni siquiera tardaré tanto.

Ella casi sonrió.

–Cualquiera diría que estás muy seguro de ti mismo.

–Con esto sí.

Roxy se llevó las manos a las caderas. Tras varios segundos se relajó y se miró el vestido.

–Primero deja que me cambie –dijo–. No quiero darte urticaria. Si alguien entra buscando el vestido perfecto, dile que enseguida salvo.

Pero eran más de las cinco de la tarde de un viernes; hora de cerrar.

–¿Por qué no le doy la vuelta al cartelito?

–Ni te atrevas –dijo Roxy mientras desaparecía por la puerta de la trastienda–. Necesito todas las ventas posibles.

La gente en los negocios tenía que ser agresiva, pero la energía detrás de aquel comentario era toda una admisión. Por como había hablado seis meses atrás, Roxy vivía para su tienda, por el privilegio de contribuir personalmente a la magia del matrimonio, pero parecía que su empresa no iba bien. ¿Querría ayudar a Greg y a Marla cuando supiera su plan? ¿Cuando supiera que tendría que dejar su tienda unos días? Tal vez si el trato incluía ver cómo lo colgaban, lo ahogaban y los descuartizaban...

Era cierto que su comportamiento de aquella noche no había sido nada caballeroso, pero había tenido sus razones para marcharse, igual que Roxy había tenido las suyas para aferrarse como lo había hecho. Obviamente ella estaba buscando un hombre para una relación seria. ¿Qué tenía de malo hacerle saber que él no era ese hombre? Sin duda eso era mejor que seguirle la corriente.

Sonó la campanita de la puerta y entraron dos mujeres que, a juzgar por la diferencia de edad y el parecido, Nate pensó que serían madre e hija. Se acercó a una fila de vestidos y fingió interés. Tal vez Roxy fuese difícil, pero, incluso aunque su tienda estuviese llena, él nunca se interpondría en mitad de una compra. A la gente le gustaba tener espacio. Imaginaba que eso se aplicaría más aún a las novias que buscaban su vestido de boda.

Así que fue pasando de vestido en vestido mientras repasaba los detalles de su plan una vez más. Aparte de tener que abandonar Sídney durante unos días, se preguntó si a Roxy le gustaría la idea de desempeñar un papel tan activo, o si Greg y Marla se lo tragarían.

En el otro extremo de la habitación, las dos mujeres estaban conversando en voz baja. Cotillear nunca había sido su estilo; sin embargo, las palabras que llegaron a sus oídos le preocuparon lo suficiente para dejar a un lado sus escrúpulos.

–No encontraremos nada –se quejó la hija–. Estamos en las afueras. Ya has visto el cartel. Dios, si los cose ella misma.

–Estamos aquí, Violet –la alentó la madre–. Vamos a echar un vistazo. Nunca se sabe lo que puedes encontrar.

Comenzaron a pasar perchas una tras otra y Violet suspiró.

–No, no, no, no –un segundo suspiro, más impaciente–. Una pérdida de tiempo.

Nate no tenía ni idea; la moda femenina no era su fuerte. Pero la ignorancia y los prejuicios eran dos cosas diferentes. Obviamente Violet había tomado una decisión antes de entrar en la tienda. Si se quitase la venda, seguro que encontraría algo que podría gustarle.

Roxy había dicho que necesitaba las ventas. Dado que había accedido al menos a escuchar su plan, ¿por qué no devolverle el favor e intentar ayudar?

Con un vestido en la mano, se dio la vuelta y suspiró con satisfacción.

–Este es perfecto. Dios, le encantará –dijo con una sonrisa, y se dirigió a las mujeres–. Perdón. Estaba pensando en voz alta.

Violet se volvió.

–¿Tu prometida está en el probador? –preguntó.

–Le he dicho que se reuniera conmigo aquí. Estoy deseando que vea este vestido.

La madre arqueó una ceja.

–Nunca había oído que un novio eligiera el vestido de su novia.

–Emma ha estado en todas partes. Pensaba que era mejor que le hicieran uno y una amiga le recomendó este lugar. Estaba tan disgustada. Incluso había hablado de cancelarlo todo.

–No –dijo Violet horrorizada.

–Es la mujer de mis sueños –dijo él–. Quiero tener hijos con Emma. Muchos hijos. Nunca pensé que pudiera amar tanto a nadie como amo a mi Emma. Solo tengo que ayudarla a encontrar el vestido perfecto.