Una boda inolvidable - Robyn Grady - E-Book
SONDERANGEBOT

Una boda inolvidable E-Book

Robyn Grady

0,0
2,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Hijas del poder.3º de la saga. Saga completa 6 títulos. El recuerdo de la pasión. Scarlet Anders, que pertenecía a la élite de Washington y tenía una empresa de organización de eventos, siempre había tomado decisiones correctas, hasta que conoció al duro y sexy multimillonario Daniel McNeal y deseó poder tomar otras decisiones. Entonces, un tropiezo con un velo de novia hizo que todo cambiase. Al perder la memoria, Scarlet se convirtió en una mujer despreocupada y decidió acceder a tener una aventura con Daniel. No obstante, cuando empezó a recordar, se dio cuenta de que estaba enamorada de él. ¿Aceptaría Daniel que ella organizase su propia boda?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 190

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una boda inolvidable, n.º 103 - marzo 2014

Título original: A Wedding She’ll Never Forget

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4048-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

«Los ángeles viven entre nosotros».

Aquel en cuestión estaba subido a una escalera, decorando un arco salpicado de girasoles y cupidos brillantes. Su melena pelirroja, elegantemente recogida, realzaba los pendientes de esmeraldas que llevaba en las orejas, del mismo color que sus ojos. Iba vestida con una falda oscura y una blusa de seda color melocotón, y en conjunto era una mujer fina y muy sexy.

Junto a la escalera había unos zapatos de tacón negros. Daniel McNeal se cruzó de brazos, se apoyó en el marco de la puerta y llegó a una conclusión: un beso de aquel ángel haría arrodillarse a cualquier mortal.

En otras circunstancias no le habría agradado tener que pasar tiempo con una mujer que se dedicaba a organizar bodas en Washington. El único motivo por el que estaba allí era para ocuparse de los preparativos de la boda de su mejor amigo, pero en esos momentos no se le ocurría un lugar mejor en el que estar.

La pelirroja se giró hacia él, pero no lo vio. Terminó de colgar su último cupido y empezó a bajar la escalera. Daniel se separó del marco de la puerta y se acercó a ella para presentarse. Un segundo después, la veía perder el equilibrio y caer hacia atrás. Corrió y, por suerte, consiguió agarrarla antes de que aterrizase en el suelo.

Con el corazón acelerado, Daniel se irguió mientras el ángel de ojos verdes miraba al cielo y respiraba con dificultad. Poco después, posaba la vista en él.

–Me he subido a esa escalera muchas veces –comentó–. Y nunca me había caído. Tengo que darle las gracias.

–La manera ideal de hacerlo sería cenando conmigo esta noche.

Ella se echó a reír. Luego parpadeó, frunció el ceño y lo miró con dureza.

–Ni siquiera sé cómo se llama.

–Daniel McNeal.

Ella pareció reconocer el nombre.

–Daniel McNeal de la popular red social Waves. Ahora lo reconozco. Es australiano, ¿verdad?

Él asintió.

–Y usted debe de ser Scarlet Anders.

Era la socia de Ariella Winthrop en la agencia de organización de eventos DC Affairs. Al parecer, esta última podía ser la hija secreta del recién elegido presidente.

La noticia, desvelada por un periodista de la cadena de televisión American News Service durante la fiesta de inauguración del mandato, había sorprendido a todo el país. Y la pregunta que se hacía todo el mundo era quién había filtrado la noticia.

Scarlet Anders seguía mirándolo.

–¿Así que está aquí por una boda, señor McNeal?

–Sí –respondió él–, pero no la mía.

Ella sonrió, pero después se retorció hasta que Daniel no tuvo más remedio que dejarla en el suelo. Scarlet se apartó dos mechones de pelo rizado de la cara y después se estiró la falda y se puso los zapatos.

–Mucho mejor –murmuró, exhalando y poniendo los hombros rectos–. Ya podemos hablar de negocios.

–A mí no me habría importado hablar de la otra manera.

«Contigo en brazos».

Scarlet se ruborizó un instante.

–Entonces, ¿está aquí por una boda?

–Soy el padrino de Max Grayson.

Como una niña que acabase de descubrir sus regalos la mañana de Navidad, Scarlet se puso de puntillas y se tocó el collar de perlas que llevaba al cuello, emocionada. Si hubiese podido, hasta le habría dado un abrazo.

–Max va a casarse con una de mis mejores amigas, Caroline Cranshaw –le contó ella–. Cada uno de los eventos que organiza DC Affairs es especial, pero en este caso queremos que la boda de Cara sea genial.

–Ese mismo es mi objetivo.

–En ese caso, me alegro todavía más de conocerlo, señor McNeal.

Scarlet le ofreció la mano y él contuvo las ganas que sintió de tomársela y darle un beso en la muñeca. En su lugar, sonrió y se la estrechó suavemente.

–Llámame Daniel –le dijo–. Aquí somos todos amigos, ¿no?

–Amigos –repitió ella–. Sí, por supuesto.

Scarlet apartó la mano y se tocó el estómago antes de acercarse hacia una de las tres mesas que servían de expositores.

–Esta mañana he estado dándole vueltas a los colores –comentó, tocando unas muestras de satén y apoyando finalmente las uñas pintadas con la manicura francesa en una de ellas–. El rosa pastel es muy bonito para una novia.

Luego rio.

–Por desgracia, a los hombres no nos sienta tan bien.

Ella lo miró con cautela antes de continuar.

–Cara nos ha hecho algunas sugerencias. Trabajaremos juntos durante las próximas semanas para intentar conseguir que tanto ella como Max sean felices –dijo, girándose hacia él con el trozo de tela en la mano–. Gracias por venir. Volveremos a hablar en la cena de ensayo de la bo-da.

–Suena muy oficial.

–Se supone que tiene que ser divertido. Relajado.

Él sonrió.

–Eso me parece bien.

Al ver que no se marchaba y que seguía sonriendo y mirándola a los ojos, Scarlet volvió a tocarse el estómago y le preguntó:

–¿Has venido porque te preocupa algo en particular?

Daniel se dio cuenta de que tenía que concentrarse en la conversación y dejar de preguntarse si Scarlet Anders bebía café o zumo por las mañanas, y si dormía con un camisón de encaje o como Dios la había traído al mundo. Dio un paso atrás y se tocó una oreja.

–Max y yo somos amigos desde hace muchos años –respondió–. Lo sabemos todo el uno del otro, así que cuando me enteré de la noticia, me sorprendió. No ocurre todos los días que tu mejor amigo te diga que ha encontrado a la chica de sus sueños. Teniendo en cuenta lo que sé de él, jamás habría imaginado que se casaría. Salvo con su trabajo.

Scarlet se encogió de hombros.

–Las prioridades cambian.

–Eso parece. Después de conocer a Cara y verlos juntos solo puedo alegrarme por ellos, por la boda y también por el bebé que viene de camino. Max es muy afortunado por haber encontrado esa felicidad.

Ella sonrió.

–No te imaginaba tan romántico.

Daniel arqueó una ceja. ¿Romántico? Solo estaba haciendo un comentario.

–Lo cierto es que haría cualquier cosa para ayudarlos, el día de su boda y cualquier otro día –añadió.

–Lo mismo siento yo.

–Tenía la esperanza de que dijeras eso, porque necesito tu ayuda. Me gustaría darle un toque divertido a todo el asunto.

–¿A qué te refieres? –le preguntó Scarlet con cautela.

–A nada extravagante. Es solo que he tenido el privilegio de ser el padrino de varios de mis amigos, y me gustaría hacer algo especial. Se ha convertido en una tradición.

–Hazme una lista –le sugirió ella, dejando la muestra de tela en la mesa–. Te daré nuestros datos de contacto y veremos lo que podemos hacer. Siempre y cuando lo que tengas planeado no vaya contra el protocolo ni el buen gusto, por supuesto.

Daniel pensó que aquel ángel tenía un toque de diva.

–No pretendo ser un obstáculo, sino aportar cosas –comentó.

–Supongo que en el campo las cosas son más... espontáneas.

–Yo no vivo en el campo. Nunca lo he hecho.

–Tal vez deberías –dijo ella, mirándolo de arriba abajo.

Iba vestido con vaqueros, mocasines y llevaba la camisa remangada.

–Me refiero a que es evidente que eres un tipo duro.

–Depende de lo que entiendas por «tipo du-ro».

La miró fijamente a los ojos, retándola a ver más allá de su exterior, y ella emitió un sonido casi inaudible. Estaba nerviosa, pero también intrigada. Entonces volvió a poner los hombros rectos y fue hacia la puerta casi flotando.

–Siento ser brusca –dijo–, pero tengo la agenda muy apretada esta tarde.

–Como ya he sugerido, podríamos seguir hablando de mis ideas durante la cena.

–Dadas las circunstancias –comentó Scarlet, arrugando la nariz–, me temo que sería inapropiado.

Él sonrió con ironía.

–Te he salvado la vida, ¿recuerdas? No puedo creer que te disguste tanto la idea de cenar conmigo.

–Todo lo contrario... –Scarlet se interrumpió antes de continuar. Se ruborizó y luego dijo–: Me alegro de haberte conocido.

Daniel supo que en ese momento tenía que haber dicho adiós y haberse marchado, pero se había quedado fascinado con ella nada más verla. Y había tomado una decisión. Scarlet Anders tenía que ser suya.

Cuando Daniel McNeal se acercó sin dejar de mirarla a los ojos, Scarlet sintió calor y notó que se le doblaban las rodillas. Se le hizo un nudo en el estómago y se le aceleró el pulso de tal manera que se sintió aturdida.

«No es posible. Acabamos de conocernos y... ¿va a besarme?».

Todo ocurrió a cámara lenta, así que Scarlet tuvo tiempo más que suficiente para detenerlo, o para detenerse a sí misma y no inclinarse hacia él ni cerrar los ojos y cometer así el mayor error de su vida.

Tenía que acordarse de otro hombre, de la relación que tenían y del futuro que, al parecer, estaban destinados a compartir.

De repente, vio en su cabeza imágenes de sus padres, sonrientes, aprobando aquello y brindando por su futura felicidad. Aunque si hubiesen podido leerle la mente, si hubiesen sabido cómo estaba reaccionando su cuerpo, probablemente la habrían repudiado. Ella también estaba sorprendida. No la habían educado para comportarse así.

Cerró los puños y apartó la mirada de la de él, retrocedió un paso y entonces se dio cuenta de que había otra persona en el salón. La florista de la puerta de al lado la estaba mirando como si la comedida Scarlet se hubiese convertido de repente en una vampiresa.

–Katie –dijo ella, haciendo un esfuerzo por aplacar el calor de sus mejillas–. ¿Qué estás haciendo aquí?

Daniel McNeal se puso recto y se metió las manos en los bolsillos de los pantalones vaqueros.

–No había nadie en recepción –respondió Katie–, así que he entrado directamente. Lo siento. No sabía que tuvieses compañía.

Como de costumbre, los buenos modales de Scarlet se activaron automáticamente e hizo las presentaciones.

–Katie Parker, este es Daniel McNeal.

–Encantada –dijo Katie, mirándolo con curiosidad–. Me suena mucho tu cara. Y el nombre...

Scarlet gimió en silencio. Todo el mundo conocía a aquel hombre y era miembro de su red social, incluida ella. Solo quería que se marchase y poder volver a pensar con claridad.

Con gesto disciplinado, señaló hacia la puerta.

–El señor McNeal ya se marchaba.

–Cierto. Ya hablaremos –le dijo a Scarlet antes de volverse hacia Katie y añadir–: Intenta convencerla para que cene conmigo, ¿de acuerdo?

Guiñó un ojo y luego salió por la puerta.

–No lo entiendo –comentó Katie cuando se hubo marchado–. ¿Te ha pedido salir?

–Era una broma.

–Pues a mí me ha parecido que lo decía en serio. Y eso es genial, porque es muy guapo. Y encantador. Y muy sexy...

Scarlet puso los ojos en blanco.

–Katie, por favor.

–Le gustas, créeme. Y tengo la sensación de que es mutuo. Si no hubiese entrado, en estos momentos estaríais besándoos.

–No –la contradijo Scarlet–. Ya había decidido no hacerlo antes de verte.

–¡Lo sabía!

Nerviosa, Scarlet se acercó a la escalera.

–También sabes que tengo una relación con un hombre con el que cualquier mujer querría estar.

–Si te soy sincera, Scarlet, a mí Everett Matheson III no me atrae lo más mínimo.

–Everett y yo nos entendemos bien. Es un hombre predecible, respetable, educado...

–Y aburrido –murmuró Katie.

–Es muy disciplinado en su trabajo. Será un marido y padre responsable.

–Pero, ¿estás enamorada? ¿Tiemblas de deseo cuando piensas en él?

A Scarlet se le encogió el estómago. No solía sentirse como si estuviese flotando en una nube por ningún motivo, tampoco por un hombre.

Tomó aire, levantó la escalera y la cerró.

–Me han educado para que me respete a mí misma, lo que implica que no me enamore del primer hombre encantador que se me ponga delante.

Tomó la escalera y fue a guardarla a un armario.

–Sabes muy bien que no soy de esas.

Katie metió las manos en el bolsillo delantero de su delantal y suspiró como si aquello fuese el fin del mundo.

–Después de la boda de Cara y Max, estoy segura de que Everett no tardará en pedirte que te cases con él.

–Ya lo ha hecho. Anoche –respondió Scarlet, guardando la escalera y cerrando el armario–. Alquiló un carruaje tirado por un caballo. En el asiento había una botella de champán francés y dos copas de cristal. Me pidió que me casase con él y enumeró todas las razones por las que hacemos una buena pareja. El anillo es una reliquia de su familia. Me queda un poco grande, así que habrá que arreglarlo.

Se trataba de un rubí de ocho quilates, tallado a mano y rodeado de diamantes. Era un anillo de compromiso exquisito. Everett había tenido que hacer un seguro para poder sacarlo de la caja fuerte. Cuando le había comentado que había encargado una réplica para todos los días, Scarlet no había podido evitar echarse a reír. A veces, era un hombre muy ingenioso.

–En ese caso, debería darte la enhorabuena... –balbució Katie.

–Gracias.

–... pero también te diría que no tienes por qué seguir adelante. Todavía no habéis mandado invitaciones. No tenéis nada reservado...

–Eres una buena amiga –le dijo Scarlet–, pero no necesito esto.

Scarlet fue hacia la mesa en la que estaban las muestras y empezó a hacer pruebas.

Katie se esforzó por cambiar de tema.

–En cualquier caso, ¿quién era ese Adonis? –preguntó–. Me suena la cara. ¿Es un político?

–Es el dueño de Waves.

Katie se tocó las mejillas.

–¡Claro!

–La semana pasada, en la peluquería, leí un artículo acerca del éxito de ese sitio web. Muy interesante. Y lo mejor eran las fotos de su director ejecutivo. El artículo decía que a lo mejor posaba desnudo para un calendario, para recaudar fondos para una organización benéfica.

Scarlet se negó a reconocer que, de repente, se le habían endurecido los pechos y tenía mucho calor. No pudo evitar imaginarse a Daniel McNeal sin ropa. Había visto sus antebrazos fuertes y bronceados. Los vaqueros le sentaban muy bien. Y ella no debía pensar en todo eso.

–¿Qué estaba haciendo aquí? –volvió a preguntar Katie.

Scarlet colocó un arreglo floral sobre la mesa.

–Ha venido por una boda.

–Pero no la suya.

–¿Cómo puedes estar tan segura?

–Si fuese a dar el gran paso, no te habría mirado como te estaba mirando.

Scarlet miró hacia la puerta y luego dijo en voz baja:

–¿Quieres que te oigan?

Katie fue a comerse una de las golosinas que había en un cuenco de cristal encima de la mesa.

–No te comas las rosas –le advirtió Scarlet.

La florista tomó una blanca y verde y se la metió en la boca.

–¿Sabes lo que necesitas?

Scarlet tomó la golosina rosa que había en lo alto del cuenco.

–Tengo la sensación de que vas a decírmelo.

–Necesitas olvidarte de todo, de tus obligaciones, reales e imaginarias, aunque sea una semana. Con una semana sería suficiente.

–¿Para qué?

–Para que te dieses cuenta de que la vida va más allá de lo que se espera de ti. O que las cosas que te han hecho creer no tienen por qué hacerte feliz. Y no voy a decirte nada más al respecto –dijo Katie, cruzándose de brazos–. ¿No ha venido Ariella?

–Hoy está trabajando desde casa.

–Primero anuncian que es hija del presidente y después la persigue la prensa durante semanas... Qué dura es. Yo a estas alturas estaría en tratamiento por agorafobia.

–Debe de ser difícil –admitió Scarlet, poniéndose la golosina rosa entre los labios antes de masticarla–. Más que difícil.

–Me pregunto cuándo le darán los resultados de la prueba de ADN.

–Supongo que pronto.

De repente, sonó el teléfono de Scarlet. Era un mensaje de texto. A su amiga debían de haberle pitado los oídos.

Necesito verte. Acabo de recibir los resultados, decía el mensaje de Ariella.

Capítulo Dos

Morgan Tibbs apartó la vista de la revista Times y miró a su jefe, que acababa de entrar en la suite del ático.

Daniel se dirigió al que era su despacho siempre que estaban en Washington, que era tiempo suficiente como para tener aquella y otra suite alquiladas, así como un coche.

–Habías dicho que estarías fuera el resto del día –comentó Morgan.

–¿Puedes venir un momento? –le preguntó él a su secretaria.

Esta entró en el despacho y lo vio frente al ventanal que daba a Connecticut Avenue. A lo lejos se veía el obelisco del Monumento a Washington.

–¿Qué ven mis ojos? Pareces estresado.

–Hoy he conocido a una mujer.

Morgan esperó.

–¿Y?

–Que es diferente a las demás.

Su secretaria se llevó las manos al pecho.

–Jamás pensé que ocurriría. Y eso que ya sabes que no somos compatibles.

–No me refería a ti.

–Olvidémonos de mí. Eres un genio de la informática, pero nunca has estado más de cuatro semanas seguidas con una mujer.

–Si algo no funciona, ¿por qué alargarlo?

–Lo dice mientras deja a toda una ristra de mujeres con sensación agridulce y la mirada brillante.

Daniel se giró hacia ella.

–Tú nunca me has mirado con esos ojos, verdad, ¿Morgan? –le preguntó, dirigiéndose al escritorio–. No pretendo parecer engreído, pero ¿por qué no?

Daniel suponía que los antepasados de Morgan procedían del Este. Tenía el pelo brillante y liso, como una cortina de seda negra. Era menuda y tenía las manos delicadas, el rostro redondo y un cociente intelectual impresionante.

Además, poseía la habilidad telepática de predecir todas sus necesidades, motivo por el que lo acompañaba a todas partes. No solía sorprenderse por nada, pero en esos momentos lo estaba mirando con los ojos muy abiertos.

–Eres mi jefe –respondió–. Jamás se me ocurriría sentirme atraída por ti.

–Lo mismo pienso yo.

–¿Porque tengo una oreja en medio de la frente?

–Solo quiero decir que un hombre sabe cuándo la conexión es mutua. Siente la chispa.

Ella arqueó las delicadas cejas.

–Creo que deberías hablar de esto con un amigo.

–No, necesito la opinión de una mujer.

Morgan suspiró y tomó asiento.

–Entonces, dices que has conocido a una mujer.

–La he invitado a cenar y me ha rechazado.

Morgan sonrió.

–Voy a sacar un comunicado de prensa.

–Quería aceptar, pero algo se lo ha impedido. Ha intentado comportarse de manera despectiva, pero no me engaña. Ha habido chispa entre ambos.

Recordó cómo lo había mirado Scarlet Anders, casi con miedo, pero también con enfado. ¿Qué problema tenía? ¿No le gustaba su colonia?

–Supongo que, o está saliendo con otro, o superando una ruptura –aventuró Morgan.

–Ocupada o quemada... Entiendo –comentó él–. Tengo su número de teléfono. Al menos, el profesional.

Golpeó la mesa con los dedos y tomó una decisión. Luego, agarró el teléfono.

–Voy a llamarla.

–Si te ha rechazado, podría sentirse presionada.

–No voy a presionarla, solo voy a volver a preguntárselo.

–Ya... ¿Quién es?

Daniel le contó a Morgan todo lo que sabía acerca de Scarlet y cómo había sido su encuentro.

–A ver si lo he entendido bien. ¿Quieres ayudar a una persona que se dedica profesionalmente a organizar bodas a organizar una boda?

–Tú estás de mi parte, ¿recuerdas?

–De acuerdo. La próxima vez que veas a Max Grayson y a su prometida, pregúntales por ella. Si, tal y como dices, es amiga de Caroline Crawshaw, esta podrá darte algo de información.

El engranaje se puso en marcha y Daniel sonrió cada vez más.

–Muy astuta, señorita Tibbs.

–Tengo al mejor maestro.

–¿Ahora me estás acusando de ser artero? –le dijo él, echándose hacia atrás y colocando las manos detrás de la cabeza y los mocasines en la mesa–. ¿Tengo que recordarte que soy un modelo de libertad y sencillez?

–O eso pretendes hacer que crea todo el mundo, incluso tú mismo.

Su sonrisa flaqueó. A veces se preguntaba si su secretaria no lo conocería demasiado bien.

–Ahora que el tema de tu vida social está resuelto –añadió Morgan–, tienes que saber quién ha llamado hoy. Todavía no es de dominio público pero, al parecer, se va a formar un comité para investigar los casos de piratería informática y telefónica durante la campaña del presidente.

–Que tuvieron como resultado la noticia de la paternidad del presidente –dijo Daniel, poniéndose recto y bajando los pies al suelo–. ¿Por qué no me sorprende?

–Quieren que les devuelvas la llamada lo antes posible.

Daniel se estremeció.

–No me gusta tanto misterio.

–En estos momentos eres el hombre más importante del mercado tecnológico. Querrán pedirte información acerca de cosas básicas e ideas que no se les hayan ocurrido a ellos. Además, esperan que puedas contarles quién puede estar detrás de todo el tema.

Morgan fue hacia la puerta.

–Voy a devolverle la llamada al representante de la comisión.

–Espera un momento –le dijo Daniel–. A lo mejor la Casa Blanca está buscando pistas, pero yo tengo que solucionar mis propios problemas antes.

Aunque había decidido seguir el consejo de su secretaria y no llamar a Scarlet Anders. Tenía una idea mucho mejor.

Scarlet saludó a Ariella Winthrop dándole un cariñoso abrazo en su casa de Georgetown y después cerró rápidamente la puerta.

La había llamado nada más recibir su mensaje. Su amiga necesitaba estar acompañada en el momento de leer el resultado de la prueba de ADN. En vez de ir ella a casa de Ariella, o quedar en el trabajo, donde siempre había algún periodista acechando, habían decidido verse lo antes posible en casa de Scarlet.

Ariella la agarró de la mano y ella vio el so-bre.

–Cuando perdí a mis padres adoptivos en ese accidente –dijo Ariella, llevándose el sobre al pecho–, los echaba tanto de menos que rezaba para que ocurriese un milagro y pudiese volver a tenerlos. Ahora me enfrento a la posibilidad de conocer a mi padre biológico. Y de poder tener una relación con él. Aunque no consigo hacerme a la idea de que pueda ser el presidente de Estados Unidos.

–¿Todavía no has hablado con Ted Morrow?

–Solo con su despacho. Todo está siendo muy frío. Es como si me tuviera miedo.