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El autor ubica a su novela en los comienzos de la década de los setenta, cuando en el mundo se vislumbraba la proximidad de numerosos cambios, algunos preanunciados y otros aún completamente ignorados. El personaje principal es una joven ciega, muy atractiva, culta, inteligente, creativa y, a través de ella, intenta imaginarse ese "mundo" vedado para los que poseen visión. Pero, el desarrollo de la trama oculta dos situaciones paradójicas. La primera es destacar la potencialidad que poseen los no videntes para desempeñarse en diferentes tareas y para manejarse en un ambiente cada vez más complejo como es el que nos rodea. La segunda, es introducirse mentalmente en su "intimidad" con la intención de descifrar en sus angustias, el enigmático futuro que presiente. Frente a su epílogo, ansía que usted conozca a Cecilia. Que le dedique un mínimo espacio de su tiempo para escucharla, acompañarla a su trabajo, a bailar un tango por primera vez, a permanecer a su lado en la sala de parto para compartir la alegría del nacimiento del hijo "que nunca verá" y a defenderla cuando temerosa piensa que la están por agredir.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
SEMY SEINELDIN
Semy Seineldin Perfume de hombre / Semy Seineldin. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3669-3
1. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Capítulo I
El encuentro
Capítulo II
El desencuentro
Capítulo III
La consulta inesperada
Capítulo IV
El contrato sentimental
Capítulo V
La noche del tango
Capítulo VI
¡Feliz Año Nuevo!
Capítulo VII
La beca
Capítulo VIII
El viaje
Capítulo IX
En el cine
Capítulo X
La falsificación
Capítulo XI
El embarazo
Capítulo XIII
Sofía
Capítulo XIII
Las cartas imprevistas
Capítulo XIV
¡Alejo!
Capítulo XV
Los nuevos proyectos
Capítulo XVI
Diez años después
Capítulo XVII
El diagnóstico
Capitulo XVIII
La despedida
A quienes no poseen o han perdido el
sentido de la visión, conviviendo en su
mundo de obscuridad que me hace asegurar
que debe ser mucho más humano que el nuestro
y
A todos aquellos que diariamente se esfuerzan
para ayudarlos a comprender, participar
e incluirlos en actividades que hipotéticamente
le están vedadas
Mi agradecimiento a
Pedro Roberto Ramirez
por sus aportes en la técnica
de control monetario
Para las personas que poseemos visión, imaginar solo por un instante el introducirnos en “el mundo de la obscuridad perenne” es una reflexión que consideraríamos irracional o un desafío desacertado o una pretensión indeseable. Y me permito adjuntar otra observación. Cuando nos cruzamos con alguien que camina cercano a la pared “pendulando un bastoncillo blanco”, por nuestra propia fragilidad mental o por impotencia o simplemente por un absurdo incomprensible, tratamos de eludirlos concediéndole un espacio mayor del requerido y solamente nos acercaremos para ayudarlos ante su titubeo por cruzar una bocacalle muy transitada.
Las primeras reflexiones me obligan a un replanteo que hipotéticamente lo ubicaría en las antípodas de ese ser ¿Cuántos de nosotros valora positivamente que un ciego que nunca conoció al mundo exterior donde cohabita es una persona que posee una potencialidad excepcional no totalmente explorada en muchos de ellos o no convenientemente ejercitada en otros?
Aceptemos que la pérdida de la visión incrementa la potencialidad de sus otros cuatro o veinte y tantos sentidos. Admitamos que su función cerebral se ha fortalecido por una supletoria reactividad neuronal. Reconozcamos que psicológicamente su “condición” intenta limitarlo de la libertad vivencial que poseemos. Pero, apreciemos que es muy raro que pierdan el equilibrio cuando deambulan, que vuelvan a tropezar con la misma piedra, que no encuentren fácilmente lo que han guardado, que no aprendan a escribir, a dominar un instrumento musical, enseñar y lo más importante a trasmitir tranquilidad, paciencia y humildad.
Desde otra óptica, cuando meditamos que el sadismo requiere de la visión para exaltarse, que las grandes barbaries necesita asociar a la imagen con las ideas, que las discriminaciones exigen vincular a la figura deleznable con las palabras, medito entonces si un ciego ha podido imbuirse de la maldad como un sentimiento similar al que internamente poseemos el común de los humanos.
Un viejo proverbio dice: “Si te gusta alguien por su físico, eso es deseo. Si te atrae por su inteligencia, eso es admiración. Si te atrapa por su riqueza patrimonial, eso es interés. ¡Pero, si no sabes el motivo de su seducción, eso sí es AMOR!
¿Por qué valoro este pensamiento? Lo fundamento con una simple explicación. En ocasión de una conversación irrelevante, se me ocurrió averiguar en un grupo de jóvenes y adultos maduros del sexo masculino si se casarían con una chica hermosa, inteligente, culta, respetuosa, positiva pero … ¡ciega! A excepción de uno de ellos que dudó, todos respondieron negativamente y, precisamente, sus respuestas fueron las que me indujeron a meditar en planificar esta narración.
Pero, mi sinceridad continúa y esto lo o la puede sorprender. Nunca tuve un diálogo con una mujer no vidente para conocer sus incertidumbres, sus esperanzas, su desarraigo, su resentimiento hacia la desigualdad o a su familia o hacia la sociedad. Podría haberlo hecho pero alguna situación personal me detuvo. ¿Temor, inseguridad para mantener el diálogo, recelo por herir su intimidad, ausencia de conocimientos más profundos? No lo sé, por lo que he decidido que el motivo permanezca indescifrable en alguna de las anfractuosidades de mi cerebro.
¡Y me decidí a relatar “su mundo” sin poseer el mínimo conocimiento si me encontraría con obstáculos, problemas irresolutos o con una grandeza de espíritu que contrastaría con la carencia que en muchos videntes se advierte cuando los vemos deambular o actuar con desconcierto porque es “su cerebro el que se ha cegado”!
A la novela la ubiqué en los primeros años de la década de los setenta, cuando comenzaba a insinuarse en el mundo una serie de avances y modificaciones en las libertades individuales, en la tecnología, en las diversas profesiones, en el género y aún sobre nuestro planeta, al cual se intentaba ilusoriamente dividirlo políticamente en “dos mitades geométricas casi similares”.
Con respecto a la protagonista, a su imagen la he bosquejado mentalmente y he tratado que todo lo que haga se lo reconozca como verosímil. El complemento de una pareja optimista y que permanentemente la estimula lo he considerado muy valioso y en cuanto al contexto ambiental donde la voy ubicando así como a otros de los personajes, algunos que relato han acontecido durante aquellos primeros años de mi actividad médica.
Invito a que la conozcan a Cecilia, la escuchen, se rían con ella, la acompañen a su trabajo, a bailar un tango por primera vez, a permanecer a su lado en la sala de parto compartiendo la alegría del nacimiento de su hijo y a defenderla cuando temerosa piensa que la están por agredir. Les anticipo que unas lágrimas pueden escapárseles y … ¡si ante una imprevista situación que la angustie alguna sugerencia pueden aportarle, estoy seguro que lo valorará y agradecerá con sus afectos más cálidos!
Nicolás Roger FalcónOtoño de 2022
El encuentro
No aceptes que la vida es un sacrificio. Asúmela como un desafío.
Una repentina jaqueca lo despierta en la calurosa madrugada de ese sábado de octubre. Con esfuerzo se sienta en el borde de la cama. Apoya su cabeza entre ambas manos y la oprime por delante de sus oídos ansiando apaciguar ese dolor punzante que se le incrementa. De pronto, una regurgitación de contenido de su estómago le provoca un estado nauseoso. Intenta contenerlo inspirando profundamente pero un atenuado acceso de tos lo convence que no la podrá neutralizar. Presurosamente y sin tiempo para encender la luz se dirige al baño que se encuentra en el patio descubierto de esa vieja casa. Al ingresar y ubicarse frente al lavatorio solamente logra expulsar una espesa saliva. Su jaqueca se acrecienta. Vuelve a respirar profundamente. Percibe otra regurgitación ácida pero más intensa y en su desesperación busca provocar el vómito introduciendo dos dedos en la boca para estimular al reflejo faríngeo. Lo consigue expulsando el contenido de la cena que aún no ha sido digerido. Con pasos inseguros regresa a la habitación y descarta tomar algún analgésico porque le persiste la sensación que su estómago no se ha estabilizado. Como último recurso, toma su toalla, la moja con agua de la canilla y acostado la apoya sobre su frente.
Durante las horas siguientes, la cefalea lo continúa sometiendo sin concederle una pausa que le permita un breve adormecimiento. Molesto al no encontrar una posición complaciente en la cama, busca sentarse en la silla que se encuentra a un lado de la mesa en la que numerosos libros han sido apilados cerca de uno de sus bordes. Sobre la tabla entrecruza sus brazos para apoyar su cabeza y allí permanece sin moverse. Cuando lentamente los primeros rayos solares del amanecer se introducen a través del postigo entreabierto de la ventana, una imprevista relajación muscular lo obliga a acostarse y lo sumerge en un sueño profundo.
A media mañana se despierta. El dolor ha cedido pero siente una flojedad en todo su cuerpo. Le molesta entreabrir los párpados que buscan permanecer cerrados por la irritación que le provoca la claridad de esa luminosa mañana. Conoce que son las secuelas de esa jaqueca que padece desde su adolescencia y que en escaso tiempo dejarán de molestarlo. Aún aturdido, decide vestirse, ordenar la pieza antes que regrese el compañero con quién la comparte y aprovechar lo que le resta del día para cumplimentar con algunos compromisos pues a la noche debe hacerse cargo de una prolongada guardia médica en el Hospital de Enfermedades Infecciosas Crónicas.
Al dirigirse hacia la puerta de la calle, se cruza con la dueña de la pensión que al observar sus movimientos dubitativos, su parpadeo inusual y sus contracturas faciales, sorprendida le pregunta
—Javier, ¿se siente bien?
—Estoy un poco molesto por el dolor de cabeza que tuve.
Abriendo sus brazos, le expresa
—Pero, ¡me hubiera llamado! ¡Algo que comió le tiene que haber
caído mal! ¿No quiere que le prepare una taza de té?
—¡No, no! Gracias, doña Rosaura. Usted siempre muy amable pero se lo agradezco. Es que no puedo por ahora ingerir nada.
—O quizás le convendrá tomar un vaso de agua fría porque hace calor.
—Mi estómago tampoco lo aceptaría. Lo siento todavía “revuelto”. Prefiero quedarme en ayunas unas horas más hasta sentirme mejor. Le reitero, ¡muchas gracias!
La soleada mañana lo acompaña en ese peregrinaje. Se dirige por la calle principal en dirección al centro comercial de la ciudad caminando lentamente. Evalúa que se encuentra muy alejado del lugar donde pretende ir pero cuenta con el tiempo suficiente y necesita hacerlo para distenderse. Incluso, no descarta regresar sin necesidad de tomar un ómnibus o un taxi. En sus libertarios pensamientos revive diversas situaciones transcurridas pero al recordar imprevistamente los compromisos laborales que deberá cumplimentar la semana entrante, lo entusiasma por reconocerlos como indicio de una pronta recuperación.
Al llegar a la Avenida Ovidio Lagos observa una cafetería en la vereda opuesta. No ha tomado el desayuno y valora que lo reconfortaría si lo hiciera. Pero decide postergarlo hasta asegurarse que lo tolerará sin inconvenientes. Mientras espera la señal del semáforo, advierte que en la próxima cuadra el tránsito vehicular se enlentece y el ruido de las bocinas como manifestación de reclamo lo persuade a imaginar que debe haber ocurrido algún accidente. A medida que se acerca hacia el sector del atascamiento, escucha un sinnúmero de improperios muy agresivos y otros demasiados ofensivos proveniente de varios conductores descontrolados por la imprevisible situación. Es sábado, por lo que supone que esa exaltación es incrementada por una obligación de compromisos aún no cumplidos o la necesidad de llegar prontamente a sus hogares para iniciar el descanso semanal. Sin descartar que la progresiva elevación de la temperatura ambiente acentúa la ofuscación.
Al llegar a la esquina, imprudentemente traspone la bocacalle entre los numerosos vehículos detenidos. Esquivándolos con dificultad por la inadecuada proximidad entre sus paragolpes y con temor por si algún automovilista involuntariamente movilizara su coche y le aprisionara sus piernas, asume el error y preocupado trata de enmendarlo acelerando su avance. Cuando accede a la vereda, abstraído por no haber esperado, retoma su marcha.
Al visualizar a lo lejos caminando en la misma dirección a una chica no vidente oscilando su típico bastoncillo blanco, sorprendido se cuestiona como habrá podido cruzar por dónde él lo hizo. En la incertidumbre, al aproximársele, con asombro fija la mirada en su atractiva silueta resaltada por el vestido blanco sin mangas que usa y en la grácil y armónica cadencia que posee al desplazarse. Su imprevista admiración es de inmediato contenida al ocurrírsele que podría aclarar su incógnita preguntándoselo directamente aunque le surgen ciertas dudas para encararla.
Siguiéndola a prudente distancia con sus pasos acompasados al de su ritmo, vuelve a contemplarla mientras decide por la actitud que optará. Hasta que a escasos metros de ella logra superar su indecisión y asiente en acercársele. Apresura su andar y cuando se encuentra prácticamente a su lado se arrepiente y apartándose para no entorpecer al movimiento del bastón, se adelanta sin dirigirle su mirada.
En el final de la cuadra repara que dos inspectores municipales, actuando sincrónicamente, desvían a los vehículos hacia otras calles paralelas y por momento los detienen para favorecer el cruce de los peatones. Cuando llega se ubica detrás del grupo. Al recibir el permiso para cruzar, los primeros transeúntes comienzan a movilizarse con rapidez y en el instante que él se mueve, una señora septuagenaria que se encuentra apoyada en un andador lo llama
—¡¡Joven, joven!! ¿Me puede ayudar?
De inmediato, se le acerca y le responde
—Señora, ¿desea que la ayude a cruzar la calle?
—No solamente eso. El problema es que se me atascó una rueda de “mi especial vehículo” y no consigo destrabarla. Y para colmo, por mi columna no puedo agacharme ¡Perdóneme por molestarlo!
—¡Por favor, no es ninguna molestia! Veré que es lo que la inmoviliza.
Se arrodilla y ella le señala la rueda derecha. La inspecciona y observa que una pequeña piedra incrustada entre el eje y la rueda le impide el rodamiento. Busca el llavero en su bolsillo y eligiendo a una de las llaves más fina y puntiaguda, en el preciso instante que extrae al fragmento la punta del bastoncillo de la chica no vidente golpea en su zapato. Desconcertada, ella lo moviliza con rapidez para reconocer al imprevisible obstáculo y un nuevo indebido contacto con el tobillo la hace retroceder mientras expresa angustiada
—¡Le ruego que me perdone! ¡Ha sido un error mío! No tuve …
Javier, con un movimiento leve de su cintura, al observar el extremo del bastón que se mueve tembloroso, de inmediato intenta tranquilizarla
—¡No tiene ninguna importancia! Yo soy el que te pide disculpas por estar entorpeciendo tu camino.
La joven muy sentida, modifica el perfil de su deambular, rastrea nerviosamente en busca de una nueva referencia y cuando percibe que lo ha lo logrado, la anciana apoyada en su andador se inquieta al verla que se acerca a la cuneta y le previene elevando su voz
—¡Hija, hija, no cruces que el tránsito es infernal! Esperá que el agente de tránsito te autorice. Es un segundo. Y aprovechemos a este amable joven para que nos ayude.
Sin demostrar desorientación pero evidenciando cierta preocupación con leves movimientos de su cabeza, accede y permanece detenida en el lugar donde recibió la advertencia. Javier se levanta, cerciora que el andador se desliza correctamente y les hace saber
—Voy en la misma dirección. No tengo problemas en ayudarlas. Yo las cruzo – y risueñamente agrega mirándola a la anciana – Pero, ¿cómo lo quiere? ¿Con garantía o sin garantía?
—¡Ay, qué pícaro! – sonriéndole es su rápida respuesta – ¡Por supuesto que yo pretendo que lo haga con absoluta seguridad! Y observe jovencito que esta chica también debe opinar igual que yo ¿No es así, nena? – le pregunta a la joven no vidente.
Ella responde con una leve impostada sonrisa, mientras la circunstancial demandante continúa
—Sabemos que con vos estaremos protegidas y además, en la otra cuadra me esperan unas amigas para tomar el desayuno del sábado ¡Que no se te ocurra abandonarnos a mitad de la calle! – lo intimida jocosamente.
—¿Desayuno a esta hora? – le pregunta Javier mirando su reloj ¡Son casi las once!
—A mi edad el tiempo es relativo y mi desayuno es también casi un almuerzo ¿Te convence la respuesta? – lo interroga moviendo su cabeza.
Javier asiente con una sonrisa y le agrega
—Bueno. Lo acepto. Yo tampoco lo he tomado. Así que estamos iguales de hambrientos los dos.
Espera que se detenga la caravana de autos pero, el inspector de tránsito apenas observa al “particular trío”, haciendo resonar su silbato al máximo y con su brazo derecho elevado, de inmediato interrumpe al movimiento vehicular para que se les ceda el paso. Javier aferra con su mano izquierda al caño del andador de la anciana y le dice a la joven
—¿Puedo tomar tu brazo para entrecruzarlo con el mío?
En silencio, ella lo eleva y con ayuda abraza al de Javier. Los tres cruzan al ritmo del andador y cuando llegan a la esquina opuesta la joven se reubica de inmediato, le agradece la colaboración, busca la pared tanteándola con su bastoncillo y retoma la marcha. La anciana, después de acomodar su vestido, le pide a Javier de saludarlo con un beso. El joven le acerca su mejilla y ella le susurra
—Eres muy bueno, hijo. Pero quiero pedirte algo más. En la otra cuadra están rompiendo la calle y levantando algunas veredas por un problema con una cañería de gas y la cieguita va en esa dirección. Alcanzala y pedile de ayudarla hasta que pase por ese lugar. No permitas que se tropiece y …. además, ¡fijate en sus hermosos ojos azules! Lástima que no le sirven ¡Ahhh! Y si todavía no desayunaste, invitala a que te acompañe – y le hace un guiño con un ojo.
Javier titubea
—Es que yo tengo … otros compromisos que … – responde titubeando.
Ella lo interrumpe y, elevando sus hombros, le aduce
—Será solo un instante. No cuesta nada y no creo que haya tenido muchas oportunidades de haber tomado un café con un muchacho tan buen mozo como vos. Disculpame que te lo pida, pero no es común ver a una mujer ciega compartiendo un café con un hombre vidente.
—Mire, yo … – trata de justificarse Javier, sorprendido por el imprevisto pedido.
Pero su locuaz interlocutora continúa hablando sin tomar en cuenta a sus dudas
—¡Y además, el café tiene un sabor distinto cuando se lo comparte con otra persona! – suspirando y mirando hacia arriba, agrega – ¡Si tuviese 40 años menos, te hubiera invitado yo! – y sonriéndole se retira en dirección a la confitería donde la esperan sus amigas.
A pesar de su indecisión, Javier la ha escuchado y permanece meditando en el mismo lugar. No convencido, frota su frente con los dedos. En sus planes no desea tener ningún compromiso con chicas y menos con una no vidente. Pero la anciana tiene razón. Si acepta, lo que no cree …¡será solamente por media hora!. Lo máximo. Además, es impensable que por compartir un simple café se entable una amistad ¡No, ninguna posibilidad! Está seguro que ella no accederá y él tampoco mostrará mucho interés en consentirlo. Pero eso sí, lo que le pidió la anciana de ayudarla a caminar por esa cuadra debe hacerlo, porque es sensibilidad humana. Es … amor al prójimo y con más razón, si no tiene visión. ¡Sí, eso es lo que simplemente le ofrecerá!
Encoge entonces ambos hombros como muestra de resignación y con pasos apresurados comienza a acortar la media cuadra de distancia que los separa. Debe alcanzarla antes que llegue a la esquina para avisarle del problema y sugerirle la ayuda. Percibe cierto temor que pueda ser rechazado porque algunos discapacitados se resienten por considerarlo como una ofensa a su autoestima. Ante la incertidumbre, lo más probable finalmente medita, es que decida ir por otra calle y sin que él la acompañe.
Dos patrulleros y agentes con motocicletas alertan en la intercepción de ambas bocacalles. Metros más allá, numerosos obreros trabajan levantando las baldosas de las veredas y el pavimento. Otros cavan un gran pozo en busca de las cañerías de gas mientras que palas mecánicas vierten la tierra en grandes camiones. En otros sectores, se encuentran apilados numerosos caños para reemplazar a los existentes. Ingenieros y capataces completan la escena corrigiendo, dando órdenes, planificando todas las actividades. Se observa un camino vallado muy estrecho separado del área de trabajo por donde los peatones deben caminar encolumnados evitando las irregularidades del terreno. Pero no todos acuerdan hacerlo. La mayoría, por seguridad, prefieren desviar su andar por cuadras alternativas.
Aproximadamente a treinta metros de la esquina, Javier se ubica a la par y temerosamente le insinúa
—¡Escuchame…! ¿Puedo interrumpirte?
Ella detiene su marcha, inmoviliza a su bastón y girando su rostro hacia él le responde
—Si, por supuesto – y esboza una suave sonrisa.
—Soy quién te ayudó a … – y queda impactado observando sus hermosos ojos azules, el cabello negro, su piel blanca y su rostro angelical con una nariz repingada muy llamativa.
—Sí, nos ayudaste a cruzar. Recuerdo tu voz.
—Mirá…, mirá …, y señala con su mano hacia el lugar de trabajo y toma conciencia que ella no tiene visión – En la próxima cuadra se están reparando cañerías de gas y pienso que no es para vos muy seguro que camines por allí ¿Me permitirías que te ayude?
Extrañada, frunciendo sus cejas y lateralizando la cabeza hacia el lugar de donde provienen los ruidos le pregunta
—¿Es muy peligroso?
—Sí, porque están cavando varios pozos, hay muchas máquinas, camiones y obreros trabajando. Seguramente han delimitado una senda peatonal pero no tendrías, imagino, los reparos para desplazarte con seguridad. Salvo que prefieras ir por otra calle paralela dando vuelta a la manzana.
—¿Puedo preguntarte si vas … por esta … dirección? – lo interpela con timidez.
—Sí y no me molestaría ayudarte. Te llevo de la mano pues creo que el bastón no te serviría – y rápidamente se retracta al reflexionar que vuelve a equivocarse – ¡Oh! Perdón – y aclara – Pienso que no te sería muy seguro o … útil en esta circunstancia – intenta retractarse.
Con una sonrisa y con una gesticulación de sus hombros le hace saber que acepta. Comienzan a caminar, cruzan la calle y Javier le explica al comenzar a desplazarse por el pavimento levantado
—Allí se encuentra una senda peatonal. Es estrecha. Si te sentís más segura, podés utilizar tu bastón pero igualmente te iré indicando cuando encontremos algún obstáculo.
Pero, ella lo pliega como un gesto de confianza a quién la dirige y a su otra mano que lo sostiene la apoya sobre el brazo que la aferra.
Después de caminar unos cuantos metros entre los escombros, Javier por curiosidad le pregunta si podría plantearle algunas dudas que se le ocurren en ese momento. Volviendo su mirada para observar su respuesta observa que le sonríe. Entonces, se anima a encarar sus incógnitas
—¿Podrías haberlo hecho sola?
—Posiblemene pero sin afirmártelo. Reconozco que allí – y lo señala con la mano opuesta – están excavando, allá hay un camión con una pala mecánica, a mi derecha presiento que hay un profundo pozo …
Admirado por su ubicación y por la descripción de lo que acontece a su alrededor, le destaca su admiración
—¡Tus oídos tienen la percepción de una visión perfecta! Podríamos interpretarlo como…
—¿Cómo una similitud? – lo interrumpe con una sonrisa más amplia
—Sí, así es – pretende Javier confirmar su aseveración.
—Pero imperfecta – adjunta ella.
—¿Te puedo hacer otras preguntas sin que te desconcentres?
—Sí, por supuesto.
—¿Cuántos años dirías que tengo? Digo, aproximadamente porque …
—Entre 28 y 32 – le responde rápidamente y con seguridad.
Su inmediata respuesta lo obliga a contraer su entrecejo
—¿Y cuanto mido de altura?
—Entre 1. 78 y 1. 82.
Sorprendido y expectante decide continuar indagando
—¿Sabrías decirme si he nacido en esta ciudad?
—No me animaría a afirmarlo aunque tiene un cierto tonito… que me lo hace dudar.
—¿Y tengo alguna educación o … cierta instrucción? – insinúa ansioso – Me imagino que te estoy exigiendo y no es mi intención de hacerlo. Te ruego que no me respondas si … – hace una pausa – sentís que te estoy fastidiando.
—¡Al contrario! Me agrada que me interroguen y sobre todo personas tan amables como vos. Por el tipo de preguntas, por el interés en conocer mis respuestas y por cierta formalidad, diría que tenés una profesión que contacta con mucha gente.
—¡No salgo de mi asombro! – es su valoración final – Tengo 29 años, mido 1. 79, casi permanentemente estoy con gente y vivo en una pensión porque soy de otra provincia ¿Cómo lo has podido captar? – sorprendido le inquiere.
—Porque cuando te tomé el brazo, palpé tus músculos y noté también la suavidad y tersura de tu piel. La altura me resultó más fácil así como tu educación y lo demás. Si bien me falta un sentido, a los otros cuatro los tengo exagerados y casi me animaría a afirmar que siento como que poseo otros más que no los puedo definir.
—¿Por ejemplo? – absorto y muy curioso le pregunta frunciendo su entrecejo.
—Mi respuesta automática para mantener el equilibrio cuando falta un escalón o mi sonrisa espontánea que dirijo a la cámara de foto en el instante adecuado o ciertas vibraciones de baja intensidad ante probables obstáculos y … algunos otros que no te los comento para no aburrirte.
—Te diré que algo de eso conozco pero lo que ahora escucho no deja de resultarme interesante porque lo ignoraba totalmente – es su réplica inmediata.
—Obviamente, depende mucho del interés personal y de la paciente estimulación que se recibe de quienes te rodean para que yo logre configurar al mundo a pesar de mi deficiencia visual.
Llegan al final de la calle. Javier suelta su mano. Ella se vuelve para agradecerle y saludarlo mientras elonga a su bastoncillo. Pero, antes de separarse, él decide preguntarle
—No conozco tu nombre.
—Cecilia.
—El mío es Javier – y percibe una sensación extraña que le impide despedirse – Cecilia, anoche tuve mucho dolor de cabeza y aún no he desayunado. A media cuadra observo una cafetería ¿No aceptarías que te invitara a tomar un café o … lo que desees?
Ella sonríe en sus dudas. Javier insiste
—Incluye una medialuna o tostadas o …
Al observar que titubea, de inmediato entonces agrega
—Para tu tranquilidad, le pago al mozo lo que consumamos apenas nos traiga lo que pedimos así vos tenés la libertad de levantarte e irte cuando lo desees.
—Es que nunca estuve sola en una cafetería con alguien ….
—¡Que no conocés! – le confirma Javier – Es que un café es para compartir en una mesa entre dos personas. Por favor, ¿aceptarías?
Ante su insistencia, ella consiente. Él le vuelve a tomar la mano e ingresan a su interior.
Esa mañana del sábado y puntualmente a esa hora, mucha gente se encuentran consumiendo y ocupando la totalidad de las mesas. Javier distingue de inmediato un lugar libre. Se dirigen hacia allí y apenas se ubican el mozo se les acerca para tomar sus pedidos.
Cinco filas en dirección al fondo, dos jovencitas se sorprenden al verlos entrar y comienzan a mirarlos con particular atención.
—¿Sabés, Cecila? Sos muy atractiva y tus ojos son muy llamativos.
—Eso me dicen mis amigas. Te agradezco tu halago – le responde inclinando su cabeza – Pero, no sé que es “ser atractiva”.
—¿A quién de tus padres te parecés?
—Me comentan que a mi madre pero el color de mis ojos son los de mi padre.
—A propósito de que mencionaste a tu madre, te voy a contar algo chistoso que hacía un amigo que era muy simpático, bastante pintón y muy entrador – ella lo escucha apoyando ambas manos sobre su bastón que ha apoyado sobre la mesa – Hace ya algunos años, en algún descanso en nuestras actividades que salíamos a caminar sin rumbo para relajar los músculos, cuando veía a dos o tres chicas juntas conversando alegremente, se les acercaba con sigilo. De improviso introducía su cabeza entre ellas y mirándolas muy seriamente les decía: ¡Que la repuuu..., – y hacía una pausa ante la sorpresa y el desconcierto de ellas. Entonces continuaba – rísima madre que le reparrr..., – y volvía a pausar. Cuando las chicas iban comprendiendo que no se trataba de una agresión sino de un piropo y comenzaban a sonreírle por la originalidad de la adulación, modificando su rostro por una expresión de inocencia, entonces concluía – tió tanta belleza!
Cecilia comienza a reírse ante las miradas curiosas y expectantes de las dos chicas que desconcertadas no han dejado de mirarla. En ese instante, el mozo interrumpe la conversación y apoya sobre la mesa los pocillos de café y un platillo con dos medialunas. Con evidente esfuerzo, retiene su risotada cubriendo sus labios con una mano. Su rostro se muestra picaresco. Espera que el mozo se retire y vuelve a reírse con llamativa espontaneidad. Javier la mira y le comenta
—¡Eso Cecilia! Tenés que reir mientras puedas hacerlo. La vida es una sonrisa ¿Y sabés una cosa? ¿Te puedo decir algo?
—¿Otro piropo como el de tu amigo? – ella le pregunta jocosamente.
—No, porque un piropo no siempre responde a una realidad. Lo que te quiero decir es distinto. Eres muy linda cuando estás seria y muy hermosa cuando sonreís.
—Javier, gracias por tu halago. Pero ahora quisiera yo hacerte una pregunta ¿Puedo?
—Sí, por supuesto – le responde mientras desgarra el sobre de azúcar y vierte su contenido en el café.
—Hace unos minutos que estamos aquí. Reconozco que la estoy pasando muy bien pero es probable que te estoy comprometiendo en tu tiempo y quizás – y él la interrumpe.
—Cecilia, no tengo compromiso con nadie. No tengo novia, no estoy casado, a nadie le debo nada… ¡No, no, no!
—Pero imagino que novia habrás tenido y …
Y le responde antes que finalice
—Sí, pero éramos incompatibles en nuestros caracteres por lo que decidimos dejarnos. A partir de allí, me dediqué más de lleno a mi profesión. Y ahora que soy libre, ¿qué chica aceptaría un noviazgo con una persona que vive 15 días del mes encerrado y los restantes con relativa libertad?
—¡¡Qué!! – es su inmediata respuesta – ¿En el mes, 15 días preso y los restantes libres sin total libertad? ¿Puedo adivinar tu profesión?
—Si, intentalo pero te advierto que puede no ser fácil de acertar.
—Veamos, ¿me permitirías que te examine tus manos?
Javier se las extiende. Ella palpa suavemente la piel de sus dedos, a continuación analiza las palmas y concentrándose balbucea
—¿Camionero? ¡No! ¿Viajante? – él le responde negativo – ¿Guardiacarcel? No por la forma de expresarte. Tampoco militar ¿Que seas un preso que te están probando con cierta libertad condicional? – se ríe y lo descarta – Menos oficinista porque cumplirías solamente un horario de 8 horas.
Javier la continúa esperando en sus lucubraciones hasta que, apoyando su espalda sobre el respaldo de la silla ella le responde – ¡Me doy por vencida!
—Soy médico. Trabajo haciendo guardias internas en dos hospitales. En uno, que se encuentra cercano pero fuera de este municipio, no solamente hago guardias sino que también aprendo la especialidad en cirugía– y con pequeños golpes con su puño hace sonar su pecho – En el otro, que es de enfermedades infecciosas … ¡contagiosas! – le destaca – hago guardias los días domingos y dos sábados del mes. Te lo sintetizo: son 15 guardias mensuales, sin domingo libres y todas las mañanas ocupadas entre las 7 a las 15 o 17 hs o … más horas.
—¿Y cuál es el motivo de las guardias de todos los fines de semana?
—Necesito juntar dinero. Ya adquirí suficiente experiencia pero antes de instalarme como especialista acepté una beca que me han ofrecido por un año en el exterior para acrecentar mis conocimientos.
Cecilia lo ha escuchado con atención. Valora su esfuerzo y las metas que se ha propuesto. Vaticina que lo logrará porque demuestra tener constancia, interés y entusiasmo. Íntimamente, analiza sus palabras y se reubica en su actual situación al tiempo que Javier la despabila preguntándole
—Jovencita. Ahora es mi turno. ¿No te estaré comprometiendo yo al pedirte que me acompañaras a tomar un café?
Al observar que se lo niega, sonriendo agrega
—¿Y puedo saber que hacés en un día …., digamos común, normal?
—Siempre tengo alguna tarea o, si no se me ocurre, ¡la creo! A la mañana voy a un gimnasio a metros de mi casa. Después acompaño a mi madre al supermercado. Luego la ayudo a cocinar. Y a la tarde hago distintos cursos y aprendo inglés y francés. Obviamente, lo único que puedo hacer es escuchar. La semana venidera comienzo uno sobre Mitología Griega. Y a la noche me entretengo con alguna trasmisión radial o escuchando óperas o melodías.
—¿Cómo te intruíste?
—Fui a una escuela para ciegos y manejo el alfabeto Braille pero aparte, mi madre y una amiga que tuve en mi infancia me enseñaron a escribir con las letras del abecedario.
—¿Y cómo lo lograron? – le pregunta muy curioso
—A las letras y números los aprendí fácilmente pero lo que me costaba al principio era escribir sin desviarme hacia arriba o abajo. Entonces a mi madre se le ocurrió pegar un hilo de coser como reparo en cada raya de un renglón. – y sonríe – Ahora, no me es necesario porque con perseverancia se consigue lo que uno pretende.
—Tu madre estuvo muy astuta e inteligente.
—Sí, y también aprendí a pintar en tarjetas de distintos tamaños. Me las enmarcaba y para que reconociera por el tacto los distintos colores, a los frascos le pegaba papelitos de diversas formas. Así realizaba una especie de dibujos libres. En fin, en algunos momentos aún los hago.
—¿Y tenés amigas para salir a …?
Antes de finalizar la pregunta, Cecilia lo interrumpe
—Sí, pero son pasajeras. Admito que mi condición me limita en ciertos aspectos y además, las pierdo cuando encuentran trabajo o comienzan una relación amorosa – Encoge los hombros y agrega – Pero yo estoy acostumbrada y no tengo otra alternativa que aceptarlo.
—¿Puedo continuar haciéndote preguntas? ¿No te molesta?
—No, ya te anticipé que me gusta hablar de temas que no son habituales y pueden ser interesantes para otras personas. Pienso que a vos te ocurrirá lo mismo con tu profesión
—¿Presentís distintas emociones cuando, por ejemplo, alguien se acerca a ayudarte a cruzar una calle?
—¿Y yo le puedo tomar la mano o el brazo? – complementa – A ver si te entiendo la pregunta. Si yo capto que podría ser por generosidad o…, se me ocurre… protección o…
—¿O…? – se interesa Javier.
—¿Ciertos …. sentimientos? – lo interpela como tratando de ubicarse
—Sí, ¿podría discernirlos?
—¿A esto último? Más o menos y es muy raro, pero en una sola ocasión algo percibí, obviamente con el complemento de los gestos, el tono de la voz y otros factores que no sé cómo explicarlos.
—Y en mi caso ...
Imprevistamente, las chicas que los estaban observando, se han levantado y acercándose a la mesa interrumpen el diálogo.
—Ceci, ¿cómo estás? Vamos a nuestras casas y pensamos si quisieras que regresemos juntas.
Cecilia se sorprende, las reconoce de inmediato por su voz y dirigiéndose a Javier las presenta
—Son mis amigas Carolina y Paula ¿Qué hora es?
Una de ellas le responde
—Casi las doce. Fuimos a buscarte pero Marita nos comentó que habías salido temprano
—¡Se me hizo más tarde de lo que pensaba! Es la hora del almuerzo y no quiero que mis padres se preocupen por mi atraso. Lo lamento Javier, debo aprovecharlas para regresar más rápido. Te agradezco la invitación porque la he pasado muy bien.
—¿Puedo pedirte algo antes de despedirnos? – y ambos se ponen de pie
Al escucharlo, las amigas se retiran
—Te esperamos a la salida – y lo saludan a Javier
Ante la sorpresa de Cecilia, Javier le insinúa
—¿Podríamos encontrarnos nuevamente? Te seré sincero, me gustó hablar con vos ¿Puedo dejarte los números telefónicos de mis hospitales y mi apellido? No te pido el tuyo porque quiero respetar tu privacidad.
Rápidamente los escribe en una servilleta y se lo ubica en la palma de su mano.
—Javier, sos muy amable y no niego que también he pasado un muy grato momento con vos. Pero, permitime que te diga algo – y hace una pausa – Porque no me gusta mentir. ¡Somos distintos! Y vos lo sabés. Trataré de llamarte pero – moviendo la cabeza negativamente – ¡no te lo prometo!
—¿Puedo acompañarte hasta donde se encuentran tus amigas?
—No es necesario. Me ubico muy bien. Prefiero que saborees el resto de café que aún no has tomado. Hasta siempre Javier y te deseo que se cumplan todos tus proyectos – y extiende su mano.
Compungido, la observa alejarse tomada de los brazos de sus amigas. No siente ninguna de las molestias que lo aquejaba. Abandona la cafetería y comienza a caminar sin rumbo. De un amanecer desesperante, ahora la mañana le parece hermosa pero desconcertante y angustiosa.
En dirección opuesta se alejan las tres amigas. Carol y Paula, intrigadas por encontrarla a Cecilia en el café, tratan de enterarse de lo sucedido y le preguntan:
—Contanos Ceci, ¿de dónde sacaste a ese “churro”? ¿O lo tenías escondido y no nos decías nada?
—No, no. Fue un encuentro casual. Nada más – responde Cecilia con un tono inocente.
—Te creemos – la interpela Carolina – pero te dió un papelito. Seguramente con un teléfono para que lo llames.
—Miren, les cuento. Se llama Javier y es médico…
—¿Médico? – interrumpe Paula y se toma el abdomen – ¡Me duele la panza! ¿No será que tengo una apendicitis?
—Paula, – le contesta Cecilia – no tiene nada que ver con los dolores de panza. Es de otra especialidad. Les cuento. Trabaja en dos hospitales y no tiene domingos libres porque ese día hace guardia en uno de enfermos contagiosos. En el otro se especializa, creo que en … cirugía de pulmones ¡Y no sé más nada!
—¡Ay! Tengo tos – jocosamente comenta Carolina y simula un acceso – ¿No podré pedir una consulta con él para que me revise la espalda?
Paula interrumpe el instante jovial al percatarse que Cecilia continúa con un semblante inexpresivo y se dirige a su amiga
—¡Carol, Carol, cállate un poquito y escuchemos a Ceci!. Pero, antes quiero hacerte notar algo. Quizás una impresión que tuve ¿No te enojás si te lo comento?
Cecilia le responde con un leve movimiento de negación.
Y mirando a su amiga, Paula le dice
—Te miraba como muy enamorado o con cierto interés por vos ¿Lo llamarás?