El padre Julián Badell - Nicolás Roger Falcón - E-Book

El padre Julián Badell E-Book

Nicolás Roger Falcón

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Beschreibung

Muchos seres humanos guardan algún episodio ingrato en sus vivencias que puede permanecer oculto sin perturbar su existencia por muchos años o durante toda su vida. Es el año 2027. El hecho transcurre en el Medio Oriente y nuestro protagonista es un sacerdote católico que intenta desesperadamente pacificar la región y evitar una beligerancia nuclear declarada. Cuando su éxito lo posiciona en un plano jerarquizado dentro del Estado Vaticano, un hecho traumático, acontecido en su juventud y hasta ese instante contenido, resurge imprevistamente de las profundidades de su cerebro y lo obliga a rechazar los numerosos reconocimientos que le ofrecen por regresar al lugar de los hechos. Esta novela trágica invita al lector a reflexionar: en una sociedad que nos sumerge en una burbuja virtual de soledad, individualismo y consentimiento organizado, ¿puede la acción de su protagonista ser un ejemplo paradigmático que revalorice la abandonada banalidad de la humildad y el compromiso con nuestros semejantes? ¡Usted juzgará!

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Seitenzahl: 511

Veröffentlichungsjahr: 2025

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NICOLÁS ROGER FALCÓN

El padre Julián Badell

Seineldin, SemyEl padre Julián Badell / Semy Seineldin. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6131-2

1. Narrativa. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Dedicado

Prefacio

Capitulo uno - La situación mundial

Capítulo dos - El llamado Papal

Capítulo tres - La diplomacia vaticana

Capítulo cuatro - La entrevista Papal

Capítulo cinco - El regreso

Capítulo seis - El retorno a los orígenes

Capítulo siete - La visita inesperada

Capítulo ocho - La tesis

Capítulo nueve - El reencuentro esperado

Otras novelas del autor publicadas en Editorial Autores de Argentina

Dedicado

A todos losMisioneros de los distintos Credosque conhumildad, sacrificio y desprendimiento personalconsuelan al desesperado y mitigan al doloridoen los conflictivos confines deNuestro Mundo

y

A todos aquellosquepacifican las mentesparauna mejor convivencia humana

Prefacio

Ha transcurrido más de 20 años y aún no logro explicar el motivo que me indujo a la elección de este trágico primer relato cuando en mi mente se acumulaban otros bosquejos menos violentos.

En mis reflexiones, imaginé que quizás buscaba un pretexto para valorar mis conocimientos y habilidades en la nueva actividad que deseaba encarar cuando me llegara el retiro de mi profesión. O, tal vez, influyó la presunción que esas descripciones de maltrato en algunos de los capítulos podría desagradar al lector desprevenido. Entonces, opté por una salida decorosa. O quizás ... ¡cobarde!. Lo guardé en ese infaltable cajón del escritorio donde almacenamos aquellos recuerdos que nuestros sentimientos nos impide desprendernos.

Pero, cada vez que lo observaba confieso que nunca pude aceptar relegarlo definitivamente.

Después de numerosas meditaciones, decidí solicitar ayuda que me esclarecieran algunas incógnitas. La elección recayó muy cercanamente. En mis núcleos cerebrales profundos donde acumulo información confidencial. Una de las más puntuales era la necesidad de provocar en el protagonista ese desequilibrio mental que lo atormentaría en su existencia. La segunda encontrar una dolorosa causa que le movilizara toda su estructura psicológica y corporal y que también afectara sus creencias religiosas.

A su vivencia posterior la enmarqué en la problemática del Medio Oriente. En esa tierra ardiente, cuna de las religiones monoteístas y, paradójicamente, del respeto por la vida. Al releer el primer capítulo, sorprendido evalué su aproximada vigencia actual, por lo creo que fué el impulso que me llevó a sustraerlo de su féretro.

Finalmente, he decidido divulgarlo con un compromiso de mi parte. No modificar o agregar vocablo o expresión a su contenido original.

Los hechos acontecen en un país sudamericano en la séptima década del siglo pasado y el relato finaliza con una fecha precisa ¡Setiembre de 2027!

Verano de 2025

Nicolás Roger Falcó[email protected]

Capitulo uno

La situación mundial

Desde los albores de nuestra civilización, el hombre siempre ambicionó someter a sus congéneres. Por su natural tendencia a la exasperación y a la prepotencia, nunca dudó en ejercer su predominio y la intolerancia sobre quién pudiera y dónde lo deseara.

En su primitiva condición de nómade, lo consiguió a través de un nepotismo circunstancial pero cuando el sedentarismo comenzó a prevalecer influyendo en la conveniencia de aglutinarse en pequeñas comunidades triviales, el sentido de posesión acrecentó sus apetencias expansionistas.

En el transcurso de los siglos posteriores, con una tendencia gregaria más evolucionada, los pobladores se concentraron en ciudades limitadas por fronteras naturales y conformaron una fuerza armada esencialmente planificada para su protección. Pero, al acentuarse el interés por la incautación de nuevos recursos o la sumisión de otros aldeanos, esos grupos entrenados y capacitados para enfrentamientos guerreros, posteriormente fueron utilizados para invadir o expropiar regiones circunvecinas. Nuevas tácticas se desarrollaron, modernas armas para cada tiempo fueron elaboradas y diferentes astutos alegatos se emplearon para justificar la expansión, en una vorágine insaciable, inagotable y sin un mínimo sentido crítico por sus irracionalidades.

Paulatinamente y como postura antagónica, una consecuente reacción hostil se iba perfilando en los territorios avasallados y el temor así como el desconcierto inicial fue suplido por hostigamientos aislados que, en el tiempo y en forma solapada, conformaron organizaciones subrepticias que enfrentaron al invasor. Con tácticas y técnicas originales, neutralizaron a la contundencia de sus armas mientras que, a sus huestes perfectamente adiestradas, con estrategias inéditas y emboscadas mortales las desgastaban en su accionar y las quebrantaban mentalmente.

Pero, la expansión de los dominios, su lejanía y la necesidad de abortar precisamente toda sublevación, incitó a la vez a los pueblos dominantes, a la elaboración de nuevas metodologías que permitieran un desplazamiento acelerado de contingentes de reservas con la “intención de restituir el orden y afianzar la supremacía cuestionada” en el territorio conquistado.

Y en ese movimiento pendular “ocupación–liberación”, los griegos por entonces se valieron de senderos para atemperar el desgaste de las distancias. Siglos después, el Imperio Romano, pudo cimentar sus pretensiones territoriales al lograr un rápido despliegue de sus legiones con sus cuádrigas de combate mediante la construcción de caminos. Posteriormente, el Imperio Español y escasas centurias luego el Inglés, lograron colonizar regiones alrededor del mundo así como controlar insubordinaciones, al dominar los mares con poderosas flotas navales.

A principios del siglo pasado, afianzando su supremacía fundamentalmente en el dominio del aire a través aviones de gran autonomía y con considerable potencia destructiva, los Estados Unidos de Norteamérica comenzaron a consolidarse imponiendo un nuevo orden internacional a través de su propia concepción política, económica, cultural e ideológica.

Pero, a diferencia de los anteriores potencias, todo ese poderío requería en este último estado supremo de una provisión permanente y sostenida de energía que los responsables de la administración gubernamental la destacaban como la problemática mayor para su hegemonía como poder absoluto y autoridad indiscutible en un futuro inmediato.

Transcurre el año 2027.

El hegemónico Estado Americano, la superpotencia indiscutible del Siglo XXI por su gigantesca estructura industrial, su eficiente control financiero internacional, su inmensa red comunicacional y sus poderosas fuerzas armadas, se encontraba ante un grave dilema que requería de análisis profundos, planificaciones adecuadas y decisiones audaces.

En las postrimerías de la última centuria, la gran nación del norte comenzó a incrementar su requerimiento de petróleo hasta llegar a consumir casi el 50 % del crudo que se extraía de los distintos países productores. Ese significativo volumen, condicionaba un cierto grado de dependencia externa que, para sus analistas, suscitaba preocupación pues las proyecciones hacia el año 2030 suponían que el porcentaje importador estaría cercano al 60 % de la producción mundial si el mismo no era convenientemente reemplazado por otras fuentes energéticas de producción interna.

Paralelamente, a partir de los primeros años del presente siglo, en la economía mundial en general y la de Estados Unidos en particular, los déficits comerciales en varios países, denotaban una creciente inquietud financiera. De sus ordenadores, los teóricos de las deducciones futuristas, preveían que en un plazo exiguo de tiempo se provocaría una verdadera catástrofe comercial, con recesiones y deflación de precios en Occidente, que incluso podría modificar la cartografía de los centros de poder.

Diversos planes se elaboraron consecuentemente con la intención de neutralizar los desagradables pronósticos monetarios del futuro inmediato. Frente a las dificultades para aplicar las medidas tradicionales de política económica, los estrategas financieros urdieron una importantísima decisión geopolítica decidiendo controlar los precios del petróleo con la intención de poder ajustar el valor del crudo en los mercados internacionales en función de su ciclo económico y el de sus aliados. Pero ese objetivo final requería ocupar, por expropiación forzada mediante sus fuerzas armadas, a territorios con reservas petroleras significativas. Adjunto, existía además un interés oculto que era impedir en base al manejo estratégico de ese elemento, cualquier pretensión futura de otros estados con anhelos de superpotencias.

Inmediatamente a la destrucción de la Torres Gemelas en el año 2001, el poder político gobernante decidió llevar a la práctica la controvertida “teoría de prevención de la seguridad nacional” mediante ataques sorpresivos, devastadores y contundentes contra los grupos terroristas que fundamentalmente los ubicaba en la zona del Medio Oriente. Básicamente, la hipótesis ocultaba otro objetivo. El simple pretexto de iniciar una confrontación de occidente contra el Islam radicalizado, por la dependencia de su actividad industrial a la provisión de energía desde países que conformaban una región políticamente inestable y volátil y porque enfatizaban que parte de los recursos obtenidos, era utilizado para financiar al terrorismo internacional. A pesar del apoyo mediático de convencer que el uso de su poder militar se correspondía a una acción estrictamente defensiva en sus objetivos básicos, otros analistas puntualizaron que la intención encubierta era apoderarse de las reservas de crudo del Golfo Pérsico, específicamente las pertenecientes a Irak por su calidad, facilidad de extracción y sus reservas no explotadas. Los innumerables intentos anteriores de parte de los Estados Unidos para afianzarse en ese lugar, habían fracasado y como contrapartida, un resentimiento antinorteamericano iba incrementándose en el transcurso del tiempo.

Por aquel entonces y en escasos meses, se organizó una fuerza de ataque combinada que ocupó Afganistán en pocos días ante la perplejidad e inoperancia de los organismos mundiales de control y el desconcierto de los habitantes de ese país, otrora antiguos aliados contra la invasión soviética. Con su proceder, se controló sus reservas gasíferas y comenzó a construirse oleo y gasoductos desde las áreas productivas del Cáucaso en dirección a sus polos de embarque en el Océano Índico. Inmediatamente, fue el turno de Iraq. Con pretextos cambiantes que la realidad negaba, en una embestida relámpago con un potencial de fuego jamás empleado, conquistó todo el territorio, apresó a la mayoría de los dirigentes gubernamentales y sometió a su población privándolos de los servicios básicos esenciales.

Hacia finales del 2018, el tablero político mundial se había complicado. Diversas actitudes, hechos y doctrinas impuestos desde los países líderes del Primer Mundo y que no se correspondían con ciertos conceptos jurídicos internacionales, la necesidad de nuevos tratados, acuerdos o pactos y la oportunidad de rescatar alianzas entre estados que ambicionaban posicionarse o reubicarse, comenzaron a provocar un desequilibrio político que amenazaba la paz mundial. La presión de los grupos subversivos a través del incremento de los actos terroristas suicidas en las principales ciudades de occidente, la caída de algunas dinastías en el Medio Oriente y las amenazas sobre otras que aún se sostenían, obligaban a diseñar hipótesis de conflictos pero con empleo de tácticas de ataques acordes a una guerra que sería contextualmente distinta y, tal vez, prolongada.

En ese Iraq potencialmente debilitado, el descontento paulatino de las distintas etnias, obligó primeramente que los representantes de las Naciones Unidas abandonaran su territorio. El control de la gobernabilidad de los diversos Consejos de Administración nominado por las fuerzas ocupantes, no lograban mantener el orden. El número de bajas humanas era significativo y el peligro latente de una guerra civil se perfilaba como una situación indeseable aunque aún aquietada por la presencia de bases bélicas extranjeras constantemente sometidas a ataques mortíferos generados en esa ardiente arena circundante. El miedo y la pestilencia de Vietnam rondaba por la mente de los responsables y el recuerdo de aquella evacuación desorganizada, desbordada y violenta, angustiaba a las tropas allí estacionadas.

Regionalmente y a pesar que el Estado de Israel se parapetó en una fortaleza electrónica de cemento, el conflicto con los palestinos subsistía cobrando vidas humanas de ambos lados y el odio entre las dos sociedades continuaba perfilándose como un común denominador que incitaba a la violencia continua y permanente, sin permitir ningún tipo de tolerancia ni intervalo de meditación.

Por el este, Pakistán y la India intercambiaban periódicamente fuego de artillería con escaramuzas en el territorio de Cachemira disputados por ambos, amenazándose con el empleo de armas atómicas o parapetándose en armisticios utópicos por presión de las potencias industriales.

En el frente diplomático, Corea del Norte e Irán continuaron con sus investigaciones atómicas y elaborando armamentos disuasorios sofisticados, sin permitir que ningún ente internacional verificara sus argumentos del uso pacífico de los experimentos. Sus explicaciones no eran convincentes para quienes deseaban controlar la proliferación de armas neutrónicas y ninguna actitud revocatoria de sus posiciones se conjeturaba que ocurriría en los plazos perentorios admitidos.

De esta situación conflictiva sin posibilidades de solución, Rusia, el otrora aliado circunstancial de la primera potencia de occidente y China el tigre asiático rebelde e inmanejable, volvieron a asociarse. El primero para proteger sus importantes inversiones en la explotación del petróleo en Irak y por valorar sus posibilidades de volver a retomar el rol protagónico perdido en la hegemonía mundial. El segundo, a la vez, por vislumbrar el tiempo de la recuperación de Taiwan al considerar que un nuevo escenario de conflicto no sería conveniente para Estados Unidos y que el hecho acentuaría sus ambiciones de constituirse en potencia hegemónica en las próximas décadas.

Expectantes, se mantenían la Unión Europea y Japón. Todos sus gobernantes, conscientes de la necesidad imperiosa del abastecimiento del crudo que ninguno de sus territorios poseía y sospechando que un plan de reacomodamiento de los países del Medio Oriente propuesto por Estados Unidos podría corresponder a un subterfugio de los monopolios americanos para acaparar el comercio mundial en los próximos decenios, a semejanza de lo ocurrido en la década del 30, mantenían una postura equidistante y crítica a los planteos bélicos y ocupación territorial.

Y en esa resistencia a la fijación unilateral de las reglas de juegos intentadas imponerlas por medio de la fuerza y ante la disyuntiva de la situación imperante, las organizaciones terroristas islámicas, con su manejo del tiempo, lugar y su operatividad en todos los países del Primer Mundo, comenzaron a incrementarse y a inferir daños sustanciales. Los servicios de seguridad fueron exigidos en su neutralización por el evidente temor ciudadano pero, sus ingentes esfuerzos y su ostensible capacidad, no lograban contrarrestar ni desarticularlos en su accionar.

Las compañías petroleras anglo–norteamericanas insistían y presionaban para que las fuerzas armadas ocuparan la zona a pesar de los fallidos intentos anteriores pero, esta vez y si era necesario, que se lograra a través de una disuación atómica limitada sobre aquellos estados que, en sus deducciones, colaboraban con las organizaciones subversivas, sea a través de armas, dinero o protección territorial. Desde el otro extremo del espectro político, las fuerzas armadas rusas forzaban a su gobierno que no permitiera el avasallamiento a territorios de antiguos aliados pues, ellos no aceptarían la presencia de militares americanos en sitios estratégicos cercanos a sus fronteras.

Por la consecuente incertidumbre, la planificación de una acción bélica atómica regional continuaba elaborándose en secreto como alternativa ante situaciones cada vez más complejas. Los analistas del Estado Americano justipreciaban que su accionar sería pasivamente aceptado por las otras naciones con potencial atómico y que las mismas, por una simple cuestión de supervivencia, no se entrometerían en el conflicto. Así planteado, se reorganizarían posteriormente los territorios ocupados, bajo la tutela de gobiernos pro–occidentales, con la imposición de nuevas constituciones y costumbres que rigieran la vida ciudadana y con la permanencia de bases militares por tiempos imprescriptibles.

Varias naciones se encontraban entre los objetivos elegidos por la superpotencia. Faltaba que se aprobara el proyecto y la fecha de iniciación de las hostilidades y la estrategia optada sería con una acción sorpresiva y contundente sin mediar un preaviso.

En marzo de 2026, el reino de Arabia Saudita, principal abastecedor de crudo, cuyo territorio poseía las mayores reservas petrolíferas, comenzó a ceder posiciones ante los grupos de militares que demandaban una actitud más confrontativa hacia occidente. Fundamentaban sus posturas que era la última oportunidad para forzar situaciones y obtener ventajas políticas utilizando al petróleo como poder de negociación así como para contrarrestar las presiones proisraelí de E.E.EU.U.

Dos meses después, en Egipto, un grupo de oficiales islámicos desplazó a las autoridades gubernamentales y en su primera acción, limitaron el paso a los buques occidentales a través del Canal de Suez.

En Afganistan y Yemen, las diversas sectas regionales no lograban ser sometidas, por lo que la salida del crudo desde los países del Caúcaso hacia el Golfo Índico a través de Pakistán y hacia el Mar Arábigo se relegaron por razones de presupuesto y seguridad.

A su vez, después de un período de calma por las constantes ofensivas del ejército ruso, en Chechenia recrudeció la actividad terrorista contra los blancos gubernamentales, provocando diariamente con ataques suicidas, un sinnúmero de bajas ante la impotencia y desorganización de los servicios especializados. Paralelamente, en distintos países limítrofes con Irán y Afganistán, otrora pertenecientes a la esfera soviética, irrumpen nuevas insurgencias islámicas, prediciéndose que en escasos meses, sus autoridades también serán desequilibradas y reemplazadas por gobiernos religiosos políticamente hostiles.

Estratégicamente, Oriente Medio, el abastecedor de la energía mundial, se encuentra en el máximo de su convulsión ante la profunda preocupación de Occidente y la expectación desorientada y vacilante del resto del mundo.

Ante estas situaciones no previstas e interpretando que en escaso tiempo se acrecentará la hegemonía de los sectores islámicos sobre las fuentes de recursos energéticos y entreviendo la imposibilidad de arribar a un acuerdo diplomático conveniente, rápidamente se aceptó la propuesta atómica y la fecha del inicio de las hostilidades. Con la orden impartida en total secreto, los preparativos comenzaron a intensificarse pero, por una comunicación a Israel interceptada por los servicios secretos de Rusia, el Estado Mayor de sus Fuerzas Armadas y, de inmediato, el Gobierno se notificaron de los planes americanos.

Por la inminencia de los hechos, los asesores del presidente ruso le sugieren el rechazo a todo supuesto ataque sobre los países árabes y a notificar que habrá una respuesta recíproca y rápida acorde al armamento utilizado. China e Irán se posicionan a su lado y seguidamente lo hace Corea del Norte, la solapada representación provocadora del gigante asiático catalogada como nación rebelde a los acuerdos de desarme atómico.

En los días siguientes, mientras las agresiones verbales se incrementaban a través de cualquier medio de comunicación factible, los acercamientos diplomáticos hacia países anuentes y a otros pragmáticos se sucedían en forma permanente. En ese estado de desánimo y de impotencia, la perpleja ciudadanía mundial, seguía con temor a todos los acontecimientos que iban ocurriendo. Se formalizaban reuniones por doquier, las más inverosímiles, en los lugares más absurdos, entre los grupos más antagónicos. Permanentemente, a través de cualquier medio de comunicación, se solicitaba cordura en las decisiones finales, se llamaba a la responsabilidad de quienes asumían los roles protagónicos mientras se exigía a las distintas instituciones no gubernamentales que influyeran para una rectificación del rumbo.

Pero nadie escuchaba. Como si todos, sin demostrar tener ninguna razón, estuvieran convencidos de que su actitud era la necesaria e indiscutida para elaborar el reacondicionamiento territorial que asegurara por muchos años la paz mundial. Todos conocían las consecuencias de una conflagración atómica, traducidas en tres palabras que siempre actuaron como el freno más efectivo a cualquier aventura belicista anterior: “destrucción recíproca garantizada”.

Nadie procuraba intentar un paso atrás. Ni demostrar tener una mínima intención de hacerlo. Las ambiciones, la soberbia y la prepotencia, no permitían razonar por otros y ni por ellos mismos. El viejo absurdo aforismo, “Hacer la guerra para preservar la paz“, volvía a inquietar nuevamente a los ciudadanos de esa Europa que varias veces “ofreció su territorio como teatro maquiavélico para dirimir los conflictos mundiales”.

En reunión ultrasecreta, el Comité de Crisis de Estados Unidos fija la fecha. El Día D, será el 18 de setiembre de 2027. La Hora 0, las 0600 a.m. del este americano.

Con 72 hs. de plazo previas, se imparte nuevas directivas a las numerosas naves de guerra diseminadas por los distintos mares del mundo, a los mandos aeronáuticos para sus bombarderos portantes de bombas atómicas y a las dotaciones de los silos subterráneos de misiles intercontinentales para que todos reprogramen sus objetivos en los sistemas de navegación de los cohetes, los que no solamente serán dirigidos a ciertos países del Medio Oriente, sino también a Rusia, China y Corea del Norte. Permanentemente se examina el programa de interceptación de aviones y respuestas balísticas que provendrían a través del Polo Norte y por ello se exacerban las protestas en Canadá porque sobre su territorio se trataría de destruirlos con las consiguientes contaminaciones atómicas de sus ciudades.

Gobiernos de distintos países, organizaciones políticas, religiosas, científicas y culturales, nacionales e internacionales, así como numerosas personalidades mundiales de las más diversas e, incluso, con diferencias ideológicas, se expresan en conjunto por la Paz Mundial y en disenso a la postura bélica, en una guerra sospechada de estar manchada por el “fluído negro”.

Ningún valor tienen los organismos de estructura mundial o hemisférica para acordar tratados o leyes internacionales. Las Naciones Unidas delega en el infortunio a su posición preceptora mundial y la mayoría de sus integrantes, ante el fracaso de las resoluciones y el convencimiento de su escaso poder, optan por regresar a sus países para estar en esos momentos tan aciagos con sus seres queridos. No se contempla posibilidades de una última reunión, de un mísero acercamiento. Las palabras dejan de existir y se presiente que la noche del 17 de setiembre será la postrera vigilia de un mundo desesperanzado.

Todo está preparado para los movimientos misilísticos, la danza de los átomos, la liberación de la energía destructiva. La muerte, cual depredador esperando la carroña, navega entre las mentes de los indefensos habitantes del planeta aguardando su instante, su momento, ese lapso de tiempo cada vez más empequeñecido de la existencia acogedora.

La tragedia deprime a todos. Los padres lloran. Los niños se esconden. Y como una lluvia revertida, los brazos se elevan y los ojos fijan su visión en ese cielo sin respuesta.

En horas de la tarde de Europa, un llamado a través de los medios de comunicación del Vaticano, informa que a las 0800 p.m., hora de Italia, el Sumo Pontífice dirigirá un mensaje a la ciudadanía del mundo.

Capítulo dos

El llamado Papal

Gestos transcendentales realizados por el Pontífice anterior, como el intento de acercamiento de las religiones a través de su viaje a Tierra Santa, los encuentros con los representantes de los distintos credos y su oposición a todo tipo de avasallamiento territorial de parte de las superpotencias, impidieron durante años un cisma mayor entre Occidente y el Islam, haciéndolo merecedor por parte del mundo musulmán de un reconocimiento a su autoridad y respeto a sus principios.

El actual Vicario de Cristo, continuó con idénticas prédicas que su antecesor y desde que fué ungido sucesor de Pedro en la Iglesia Católica, su preocupación continuó situándose en el área del Medio Oriente.

Conocía que era una región compleja, problemática y que era escasa la ayuda y atención que recibía de los países líderes para tratar de reducir la intensidad del conflicto. Por el contrario, destacaba que cuando en algún aspecto se colaboraba, la parcialidad era la regla habitual que terminaba provocando una mayor y ostensible diferenciación en la calidad de vida de las poblaciones. Reflexionaba, desde que asumió, que una conflagración de envergadura podría iniciarse en esa zona por la coexistencia intolerante entre dos culturas con creencias religiosas similares. Constantemente, en cada Homilía, Carta Apostólica, mensajes a los cuerpos diplomáticos, solicitaba moderación en las decisiones a los contendientes, rogaba por la Paz y suplicaba para que no se continuara invadiendo territorios árabes.

Pero sus exhortaciones no se correspondían con las planificaciones que se habían estructurado secretamente en ámbitos que codiciaban el manejo estratégico del petróleo que, por sus limitadas reservas, obligaba al uso de la fuerza para garantizar un flujo que lograra manipular las demandas futuras.

Y en el ocaso del verano boreal, en el puntual dificultoso y agotador tercer año de su Pontificiado, ante la desorientación mundial y la indiferencia de los líderes occidentales, su desesperación es extrema y su desilusión máxima.

En ese estado de ánimo, decide dirigirse al mundo para solicitar la cordura indispensable en esos trágicos instantes.

Una brisa cálida esparce delicadamente una fina fragancia proveniente de los canteros florales por todos los rincones del Estado Vaticano. Los últimos rayos del sol, matizando de rojo a la cúpula del Templo de Pedro, se van apagando en el poniente como alejándose de una enajenación terrenal incomprensible.

En la Plaza, la aglomeración de personas es imponente. De todas las edades, de distintas razas, de diferentes países, con banderas, pancartas, símbolos, vestimentas típicas, se encuentran unidos para bregar por la búsqueda de la Paz. Grupos de sacerdotes, monjas, incluso representantes de otros credos, se concentran para escuchar al Papa que implorará por un acuerdo pacífico. Mientras algunos cantan alabanzas a Dios, otros rezan y los menos permanecen en silencio. Gente de pié y arrodilladas. Padres con sus pequeños hijos. Lisiados. Todos, todos presentes para acompañarlo en ese ruego mundial. Es la necesidad, el miedo, la desilusión. Será la última palabra, el postrer pedido, el ocaso de la esperanza.

Obscurece. Algunas estrellas comienzan a brillar en el firmamento y una tenue luna creciente se visualiza en el horizonte. Casi al unísono, miles y miles de candelas se encienden como un símbolo de una luz interior que cada ser guarda en su naturaleza y todo el lugar se ilumina con el fulgor titilante de esa fútil expresión de dolor y melancolía.

A la hora exacta, se abren los amplios ventanales del Aposento Pontifical y la figura del Papa es saludada con una estruendosa ovación.

Después de 10 minutos de clamorosa, persistente, compacta y sentida aclamación exaltando a su figura y al esfuerzo, el Vicario pide silencio y comienza su llamado, el que es simultáneamente traducido en 62 idiomas.

Las respiraciones se contienen, la quietud es extrema, la atención máxima y todas las miradas convergen sobre la silueta del anciano Pontífice.

Queridos hermanos y hermanas:

La Humanidad se encuentra hoy ante el dilema más grande de todos sus tiempos que es la de su existencia o desaparición.

Todos reconocemos como se han cerrado las mentes de los responsables de la conducción del mundo.

Todos observamos como la prepotencia, las amenazas y el terror han desplazado a la tolerancia, al respeto y al amor.

Todos advertimos como el lenguaje de la confrontación ha relegado al idioma de la paz.

La postura denigrante de los países desarrollados siguen vigentes, hacia todo y hacia todos. El acoso impiadoso, el vilipendio al derecho de los pueblos, la explotación, la anulación de tradiciones, culturas, creencias, la usurpación territorial, continúan siendo sus reglas básicas para el manejo del patrimonio de estados pobres y para la manipulación de la sociedad mundial.

Se podría justificar entonces al terrorismo como una obvia reacción del débil ante el poderoso pero, aún respetando su apología, tampoco se puede aceptar que la Historia quede a merced del destino, del caos o de la improvisación.

En mi humilde concepto, si el objetivo de este enfrentamiento es su exterminio, permítame destacar que a la subversión se la enfrenta con la tolerancia y la educación y se la neutraliza con el respeto a sus costumbres y con la no injerencia en sus problemas de estados, incluso cuando su trágica realidad alimente incertidumbres y aprensiones.

Pero nunca, nunca con una beligerancia implacable, irracional, desproporcionada, porque lo más absurdo que la esencia humana pudo insertar, es esa aventura sin regreso que es la guerra. En ella, el infortunio se nutre en la destrucción y el dolor se cimenta en la muerte, configurando todo un escenario deplorable, lamentable y tétrico.

Hermanos gobernantes: esta conflagración, por su peculiar letalidad, no será igual a las anteriores contiendas. Me permito destacarles que quién por su intermedio busque la gloria no tendrá quién lo idolatre. Que quién busque el poder no tendrá sobre quienes ejercerlo. Que quién busque riqueza no tendrá donde incautarla.

Es invalorable lo que podemos perder. Es nada más ni nada menos que todo lo que Dios ha construído sobre la Tierra y todo lo que el Hombre ha consolidado a través de los siglos.

Por eso pido un mínimo tiempo para la reflexión, un exiguo lapso de meditación, un minúsculo espacio de recogimiento, antes que el lenguaje de las bombas acallen al pensamiento.

Imploro a todos los responsables a preservar el sentido de Dios. El Hombre puede construir un mundo sin ÉL, pero ese mundo acabará por volverse en su contra cuando las leyes de convivencia mutua no se correspondan con la protección divina.

Invito, ruego, en estos aciagos minutos, como última alternativa, que acepten una intermediación del Vaticano y para ello, ofrezco a cinco de mis mejores Cardenales, uno por cada continente, para que busquen en la obscuridad el hilo conductor del entendimiento.

Todos nuestros medios de comunicación permanecerán abiertos y estoy seguro que la nación que primero acepte nuestra propuesta, será reconocida por las generaciones futuras como la pionera de la Paz.

Señores, es ahora o nunca más. Es ahora o el fin de la Humanidad. ¡Es ahora o ... la nada!

Hermanos y hermanas, ¡qué Dios nos bendiga y se apiade de nuestros errores¡

El mundo ansioso escuchó el lacónico mensaje del Santo Padre y estupefactos, hasta desde los lugares más recónditos, esperan respuestas.

Transcurre el tiempo. Toda la multitud permanece inmutable en la Plaza San Pedro. Continúan sumisamente rezando, rogando con cánticos, plegarias, promesas, que se elevan constantemente a los Cielos. No desean perder sus esperanzas pero sus angustias se acrecientan, la depresión psíquica los cohesiona y el miedo los unifica.

Intramuros, el Sumo Pontífice se retira a su Capilla a orar en soledad, buscando en el diálogo con Dios su ayuda celestial porque duda de obtener el consenso de las partes beligerantes. Reza, reza y sigue rezando. Nada acontece.

Pasan las horas. Es la noche más clara en años en el continente norte y algunos recuerdan que ese dato fue mencionado en las noticias de época, que aconteció previo a la Segunda Guerra Mundial.

Todo el sistema comunicativo del Estado Vaticano se encuentra en máximo alerta, en espera. Los operadores tratan de minimizar sus inquietudes. Algunos apoyan la frente en sus manos, otros estrujan papeles o aprietan sus dedos. Detrás de ellos, los delegados de comunicar las novedades, caminan ansiosamente en un pasillo aledaño, sin hablar, sin intercambiar un ínfimo gesto.

El plazo de tiempo continúa abreviándose. Nadie responde al llamado del Santo Padre. La intranquilidad, el nerviosismo, la angustia, acrecienta la incertidumbre. Las miradas sin destinos, los pensamientos que se esfuman en tinieblas impenetrables, el silencio que merodea permanentemente, dibujan un cuadro dantesco.

Las agujas de los relojes continúan acortando el tiempo, devorando las ilusiones y acentuando el desánimo. La imagen de Cristo Crucificado, en su dolorosa pasión, comienza entonces a apropiarse de cada mente y sus enseñanzas mitigan el dolor prevalente.

Muchos comienzan a llorar presintiendo el fracaso del esfuerzo del Pontífice. Las lágrimas corren por sus mejillas como un exordio al infortunio, al instante, al lugar. Los minutos desaparecen en esa noche fatídica mientras los segundos cabalgan apresuradamente sobre el mar de la impotencia.

Nada, nada acontece. Pero, en los confines de ...

¡¡¡Y de pronto, ocurre!!!. El mundo detiene su respiración. Una sensación helada corre por el cuerpo de cada ciudadano, las madres aferran a sus hijos mientras en la plaza todos se arrodillan. El silencio es absoluto, la ansiedad máxima, la esperanza renace.

El primer país que responde es la India que, fiel a su tradición pacifista, rápidamente aceptó la propuesta vaticana. De inmediato, su oponente, Pakistán, apoya la iniciativa. En pocas horas, como un repentino aluvión, le siguen todos los países de habla latina y del continente africano. La Unión Europea respalda la diligencia. Paulatinamente y con reservas, ingresan los países integrantes de la Liga Arabe, Rusia, China y, por último, demostrando escasa credibilidad, Inglaterra, Israel y Estados Unidos.

El tablero mundial está completo y expectante. Esa misma noche, las luces del edificio de las Naciones Unidas vuelven a encenderse, las embajadas reabren y las constantes reuniones preparatorias, dejan entrever la búsqueda de nuevas posibilidades que contemplen otras alternativas.

A su vez, en el Vaticano, la actividad es sorprendente, incesante, permanente. Idas y venidas de cardenales, asesores, ministros; formación de comités para el análisis de propuestas y respuestas. Nadie puede faltar a sus responsabilidades en este crucial momento. Nadie puede soslayar un mínimo de tiempo. Nadie puede estar ausente.

De inmediato, el aire se satura de ondas electromagnéticas. Muchas se alejan de la Santa Sede, otras arriban presurosas, numerosas se entrecruzan en distintas direcciones a diversos lugares. Son portadoras de órdenes que se imparten, audiencias que se solicitan, planificaciones que se envían y, a la vez, sugerencias que se reciben, observaciones que se reclaman, imposiciones que se demandan, todo ..., todo ..., en un torbellino incontenible, frenético, absorbente.

A las 4,50 a.m. del este americano, conocida la reacción mundial y el estado deliberante del Vaticano, desde el bunker subterráneo, el Presidente de Estados Unidos imparte la orden de desactivación de todas las cabezas nucleares y de suspensión de la programación misilística.

¡La Paz ha logrado un plazo de tiempo!

El Pontífice es el responsable de la elección de los cardenales que propuso, en representación de cada continente. Por América, su nombre no se discute en la Sede Eclesiástica pues todos conocen y valoran en su capacidad, responsabilidad y conocimientos al Cardenal Badell. Pero, además, se lo destaca por su humildad, su fuerza de espíritu y en su desprendimiento personal. Es la persona indicada para un instante del mundo tan especial, en una región en que deberá acercar a las partes en conflicto, recomponer lazos, tender puentes, negociar acuerdos imposibles y prevalentemente, lograr la Paz definitiva. Una Paz aceptable por su imparcialidad, creíble por su convicción, protegida por su honorabilidad.

Por el resto de los continentes, se producen debates secretos y tensos, pero la exigencia pertinaz del Sumo Pontífice, obliga a una elección inmediata y en escasas horas.

Apenas se conocen el nombre de los prelados que intervendrán, los cincos son reunidos en el ámbito de la biblioteca vaticana. Previa presentación del bosquejo político de la realidad de ése momento presentado por el Ministro de Relaciones Exteriores, cada uno, con su grupo de asesores, planifica un proyecto de operatividad y de propuestas. Doce horas después, vuelven a reunirse con el Papa y en cuatro horas se aprueba el plan de acción final.

El Sumo Pontífice les destaca que la misión será ardua, agotadora y, por momentos y ellos lo saben, peligrosa. Pondrán lo mejor de su persona, su entereza moral, su paciencia, su capacidad de persuasión. No habrá lugar para descanso, para saciar el hambre, la sed, el sueño. Quizás solamente, algunos minutos para meditar y para rezar. Los viajes y traslados se sucederán a un ritmo vertiginoso, pero no hay otro deseo que la Paz y otro objetivo que la vivencia de la Humanidad. Por último, mientras esperan por documentos muy confidenciales que están siendo desclasificados, el viejo Vicario les ruega que lo acompañen a la Capilla Sixtina para orar por el éxito de la misión.

Al representante del continente americano, le tocará mediar en el conflicto árabe–israelí y acordar las pautas de entendimiento que permitan el abastecimiento de petróleo a Occidente. Se considera que es el problema mayor y la clave del éxito o fracaso de la intermediación. El Papa pidió especialmente para él esa tarea, porque confía plenamente que logrará obtener resultados positivos y satisfactorios para todos. Por otra parte, el haber estado encomendado en Medio Oriente durante siete años como Delegado Papal, lo distingue como la persona más idónea por los contactos que logró entre todos las partes involucradas y el conocimiento profundo de esa crisis. Incluso, conoció en ése período, a todos los Primeros Ministros de Israel, al Presidente de la Autoridad Palestina e, incluso a cada jefe de las organizaciones guerrilleras. Viajó por Siria, Líbano, Jordania, Arabia Saudita, Iraq, Irán, Yemen, Emiratos Árabes, Catar, Omán y en todos esos países mantuvo contacto de primer nivel.

Al finalizar la plegaria, en un amplio salón, los responsables de cada delegación son reunidos por el Ministro de Asuntos Exteriores de la Santa Sede conjuntamente con sus respectivos secretarios y principales asesores, quién les entrega las credenciales indispensables, las informaciones actualizadas y las planificaciones convenidas. Después de un breve intercambio de opiniones entre todos ellos, el Pontífice los recibe para el postrer saludo. El último en hacerlo es el Cardenal Badell. El Pontífice lo toma de un brazo, lo aparta del seno de la reunión y en un emocionado soliloquio consejero le dice

—Julián, jamás entenderé como es posible que en esa tierra tan apreciada, tan cercana a nuestros espíritus por ser el lugar del nacimiento del amor fraterno, de la connivencia pacífica, de nuestras religiones, solamente prevalezca el odio, la discriminación y el sentido de destrucción. Es como ..., como ..., si el objetivo final fuera el suicidio colectivo. Estoy convencido que ese es el principal origen de la discordia y de la problemática actual. Hijo, ponga todo su esfuerzo, su capacidad, su talento. Es importante que los convenza que se trata de pueblos hermanos que circunstancialmente dialogan con el lenguaje de la violencia y de la sinrazón. Es como si no se percataran que ese infernal torbellino de ira devora sus tierras, limita sus vidas, obscurece sus futuros. No se trata de contabilizar cadáveres o atribuir culpas. No se trata de separarlos ni de administrar el conflicto. El objetivo es unirlos con puentes de paz, con planificaciones de progreso, con lazos de convivencia pacífica. Acérquelos a la mesa de negociaciones. Persuada al de ideas fanáticas o al que busca venganza o al que ya se ha asociado con la muerte. Destáqueles que todos deben perder en un principio para obtener las posteriores ganancias, que las propuestas no son traiciones, que los acuerdos no son entregas, que un tratado no significa capitulación. Adviértales que de esa contienda no habrá ni vencedores ni vencidos y que el estado que se considere ganador, solamente estará impulsando una respuesta explosiva en otro lugar y en cualquier tiempo. En los puntos conflictivos que Ud. presuma que no habrá un acuerdo inmediato, sugiera plazos o discuta otro tema que le permita ganar tiempo para elaborar mejor la propuesta, pero no permita que se retiren de la mesa de negociaciones. Hágales sentir el respaldo, la opinión y la expectativa mundial. Como mi percepción de toda esta problemática es que no se puede sustentar ningún acuerdo regional sin un consenso internacional de intereses, Ud. proponga su plan en el Medio Oriente y yo presionaré al resto de las delegaciones que logren acordar pautas de entendimiento entre los países líderes para un respaldo firme y definitivo. Además, le encargo Julián, que pacifique a los religiosos. Creo que Ud. entiende el concepto.

Al escuchar sus últimas palabras, la expresión del semblante del prelado súbitamente se modifica, trasmitiéndole su angustiosa sorpresa. El Pontífice lo capta y entonces alega con un tono tranquilizador

Mi presentimiento es que esta guerra esconde otro propósito oculto que es la desaparición, como inicio de una planificación pormenorizada por lo compleja, de nuestra “Europa Cristiana” - El Pontífice se pone de pié y, por último, agrega—En esa Tierra de los templos superpuestos, sus armas serán las palabras, su uniforme la convicción, su poder el sentido de la existencia y la Fuerza de Dios. Julián, ¡¡¡el mundo, nuestro mundo, depende de Ud¡¡¡ ¡¡¡Que el Señor siempre esté a su lado!!!

El Cardenal que lo ha escuchado con especial atención, en completo silencio y con sentido afecto, se arrodilla, toma la mano extendida del Sumo Pontífice, besa el Anillo de Pedro y se retira ante la mirada inquieta, angustiosa y desesperada del Responsable de la Iglesia de Pedro. Cuando la última puerta del largo pasillo vaticano oculta a la imagen de su Representante, levanta su brazo derecho y en el aire dibuja el Emblema de la Cristiandad. Pero, por primera vez en su prolongada vida evangélica, nota que sus movimientos se enlentecen. Internamente, tiene fé y miedo. Se siente convencido pero duda. Percibe la esperanza pero lo atormenta el atroz instante.

Entonces su cuerpo se flexiona. En sus hombros comienza a percibir un gran peso, como que el Mundo se ha asentado sobre los mismos. Sus piernas flaquean y lo obligan a arrodillarse. Y, finalmente, con sus brazos apoyados sobre el piso, entonces, llora ..., llora desconsoladamente.

Capítulo tres

La diplomacia vaticana

Al anochecer, todas las delegaciones son transportadas al aeropuerto del Fiumiccino de la Ciudad de Roma bajo estrictas medidas de seguridad.

En el sector de la aeronáutica militar, las actividades alrededor de 5 jets preparados, con sus motores “a ralenti“ son permanentes, continuas, incesantes. Camiones tanques, transportes menores con numerosos bultos y valijas, mecánicos supervisando la manutención de las aeronaves, tripulaciones en las cabinas verificando los controles de vuelo instrumental y evaluando las cartas de navegación, personal jerárquico de la Santa Sede actualizando informaciones, representantes del Gobierno de Italia saludando a los responsables, policías militares circunscribiendo el área, personal de la Aduana inspeccionando credenciales y comprobando identificaciones personales, demuestran en el conjunto, la importancia de la responsabilidad Papal asumida.

A las 9.00 p.m. de esa noche húmeda, calurosa, sofocante, los aviones se alinean para iniciar sus vuelos. Con intervalos de 10 minutos entre cada uno, las distintas delegaciones parten rumbo hacia sus destinos llevando una mínima esperanza de una angustiada civilización. Y mientras las distintas aeronaves carretean por la pista principal, algunos pañuelos blancos las saludan despidiéndolas pero, la gran mayoría de los que hasta ese momento se complementaban en las diversas asignaciones, se arrodillan suplicando por su éxito hasta que los últimos destellos de las luces titilantes se pierden en la obscuridad del firmamento.

Allá van, hacia un abismo donde solamente se cultiva el odio, la intolerancia y la sed de venganza. Donde diariamente se despeñan vidas como un tributo a una vida extraterrenal ilusoria. Donde se destrozan las almas en las algarabías de un circo apocalíptico.

Allá van, a dialogar, a concertar, a pactar ... en el infierno. Y... ¡con el mismo Diablo!

El Medio Oriente, la cuna de las religiones monoteístas y mesiánicas, la tierra de los Patriarcas, el cinturón estratégico de la energía del planeta, hoy sumido en una conflagración cruel, interminable, sin límites, es el área donde la diplomacia vaticana representada por el Cardenal Badell, tratará de mostrar la imparcialidad en sus propuestas, su capacidad de convencimiento así como su autoridad para la observancia y acatamiento de los compromisos asumidos por las partes. Es el gran desafío. Es la incógnita. Es la aprensión disimulada.

Y en ese espacio clave, comienza sus tareas la Delegación del Oriente Medio. El Cardenal Badell de inmediato intenta desplegar su estrategia, exhibiendo toda su entereza, su absoluta convicción y su encomiable paciencia. Presenta las propuestas para un acercamiento inicial, pero las dificultades surgen prontamente, en los lugares menos pensados, con las autoridades más accesibles. Traslados continuos, reuniones permanentes, interminables, sin acuerdos, en donde solamente recibe excusas, condenas, exigencias, impugnaciones ... Actitudes inflexibles, mentes impenetrables, raciocinios limitados. Noches de insonmio, de penurias, de agresiones reprimidas, de ruegos ...

Se desplaza de un lugar a otro pretendiendo encontrar un mínimo consenso... Jerusalem, Ramalah, Jerusalem, El Cairo, Amman, Ankara, Damasco, Beirut, Ramalah, Muscat ... La desesperación y la frustración comparten su asiento en cada traslado, como intentando atraerlo a sus obscuros confines. Bebe un sorbo de café y lo deja. Le ruegan que ingiera algún alimento y solamente pide un vaso de agua. Su estómago es una llamarada cual incendio de un bosque de árboles secos.

Ammán, Riad, Jerusalém, Sanaa, Abu Dhabi, Ramalah, El Cairo, Teherán, Kuwait, Ramalah, Argel, Rabat...

Se releva la tripulación de su aeronave por agotamiento. Reemplazo de dos asesores y cuatro ayudantes por cansancio. Sus fuerzas flaquean, sus piernas le pesan y no tiene ánimo de moverlas, las percibe exangues, sin vida. Ruega a Dios que no lo abandone... Toma nota, propone, insiste, solicita nuevas audiencias, se desplaza incansablemente... El Cairo, Jerusalem, Ramalah, Doha, Moscú, Muscat, Ramalah, Damasco, Beirut, Damasco, Teherán, El Cairo, Muscat, Manama ... Nuevo cambio de tripulación. Reemplazo de ayudantes. No puede conciliar un sueño. Piensa ..., solamente piensa ...

En el noveno día de su intermediación, en un nuevo desplazamiento a Jerusalem, en un instante de abstracción durante el vuelo

—Eminencia, ¿me permite? – lo interrumpe una voz temerosa que lo rescata de su soledad – Le preparé un té con un dulce árabe. Por favor, le ruego que lo acepte.

El Cardenal lo mira paternalmente. Es un joven sacerdote ayudante de la delegación que sostiene una pequeña bandeja en sus manos.

—Gracias, hijo. – y lo acepta – ¿Que hora es?

—Son las 11,15 p.m.

—¡Que tarde que se hizo! ¿Cómo es tu nombre?

—Mijail, Eminencia. Al “baklawa“ – y señala al postre sobre un platito descartable – me lo obsequiaron en el Aeropuerto de El Cairo por pertenecer a la delegación. Yo lo he probado. Es riquísimo. Espero que le guste.

—Comparto tu gusto y opino igual. Es exquisito. Lo he comido en varias ocasiones. Me imagino que el regalo fue para tí, exclusivamente.

—Es posible, Eminencia pero mucho me agradaría que Ud. lo coma porque, y le ruego que disculpe mi impertinencia, he observado que lleva muchas horas sin ingerir ningún alimento.

—¿De dónde eres, Mijail? .

—De Estonia, Eminencia – le responde mientras advierte que bebe la infusión y prueba un bocado del postre.

—¿Y cuál es tu labor dentro de la delegación?

—Me encargo de las valijas, de llevar mensajes, de preparar infusiones, de comprar alimentos ... Pero estoy contento con mi trabajo porque lo que yo anhelaba era estar en su grupo. Se lo solicité con insistencia a mi obispo así que me incluyó como voluntario.

—¿Hace tiempo que no has vuelto a tu país?

—Cinco años, Eminencia. Pero, si todo sale bien, pediré permiso para ir a darle un beso a mi abuela.

—¡Debes hacerlo! – le enfatiza el prelado.

—Sí, porque quizás sea el último. Es muy anciana. Yo soy huérfano pues mi madre falleció durante el parto. Ella me adoptó y vivió solamente para cuidarme. Es la persona que más quiero. Hoy recibí un telegrama donde me dice sentirse orgullosa por estar en su delegación. Además, me hace saber que permanentemente reza por Ud. y me obliga a que yo lo cuide.

—¡ Uhh! – exalta el Cardenal – Te nombró mi Angel de la Guarda.

—Ocurrencias de abuela y de persona de edad, Eminencia. Se debe ilusionar pensando que mi función es protegerlo – y ambos sonríen.

—Cuando vayas a verla, acércate a mi oficina porque me gustaría enviarle una carta para saludarla y hacerle mención de la calidad de nieto que tiene.

—No me será posible, Eminencia. No me permitirán llegar a Ud.

—Mijail, le solicitarás el permiso a tu superior y, si se suscitara algún inconveniente, le rogarás que se conecte telefónicamente conmigo. Deseo que sepas que es un compromiso que asumo ante tu abuela.

—Muchas gracias, Eminencia. ¿Le agradó mi té?

—Te diré que es el más rico que he tomado en mi vida y ...

El comandante de la aeronave se acerca e interrumpiendo la conversación, les comunica

—Monseñor, comenzamos las maniobras de descenso. En 15 minutos estaremos aterrizando en el Aeropuerto Ben Gurión – lo mira al joven sacerdote y agrega – Todos deben ocupar sus lugares y abrocharse los cinturones de seguridad.

—Eminencia, el haber hablado con Ud. lo guardaré como uno de los recuerdos más agradable que tuve en mi vida. No me animaba a interrumpirlo. Siempre fué mi ídolo y lo único que le pido al Señor es que me permita tener el corazón de Pastor como el de Ud – y le solicita permiso para besarle el Anillo.

Vuelve a introducirse en su mundo de esfuerzos, planificaciones, anhelos, todo siempre rodeado por inmensos nubarrones negros que tratan desordenadamente de esparcirse por doquier. Cierra los ojos. Medita. Reza. Elabora estrategias. Piensa en perfeccionar propuestas. Innovar sugerencias. Modificar conceptos. Su mente es un inmenso calidoscopio en un movimiento incesante, vertiginoso, tedioso, desgastante.

Con un corto carreteo, el avión aterriza en la Central Aérea. Después del estricto, prolongado y monótono control aduanero, la delegación se congrega en un sector apartado de la terminal donde son recibidos por un funcionario de segundo nivel de la Cancillería. Le comunica al Cardenal Badell el lugar y hora de la reunión matinal y le informa donde se encuentran los vehículos aparcados para trasladarlos al alojamiento previsto.

Con sus efectos personales todos caminan apresuradamente hacia la salida. Los dos guardaespaldas nombrados por el Vaticano se sitúan a los lados del Obispo, mientras este lee un informe que su secretario le ha alcanzado.

Trasponen la puerta de salida. Identifican el lugar de estacionamiento y hacia allí se dirigen. La noche es cálida y el cielo se muestra completamente despejado. Una luz muy atenuada cubre a la playa de una incomprensible pero insospechada penumbra. De pronto, una persona ágilmente se interpone por delante del Cardenal Badell. Este, sorprendido, levanta la vista mientras es forzado por la presión del cuerpo antepuesto a retroceder. Nota que trastabilla y tiende a perder su equilibrio. Suelta su maletín en el instante que dos centellas fulgurantes y ruidosas que esparcen el olor característico de la muerte inducida, empuja violentamente hacia atrás al sujeto que intenta cubrirlo y en su impulso lo hace caer de espalda. Sin tomar conciencia de lo que está aconteciendo, otra persona lo encima inmovilizándolo en el suelo. Todo es confusión. Siente gritos, órdenes, contraórdenes, corridas ... Un disparo, otro disparo, más disparos ... Toda la delegación se encuentra tendida en el piso. Lo tranquilizan y le piden paciencia que la situación de inmediato será controlada. Observa un cuerpo cubierto con una sotana a su lado que tampoco se mueve. Medita que puede corresponder a la persona que intentó protegerlo. Libera una mano. Trata de buscar su atención. No le responde. Suenan las alarmas del aeropuerto. Se encienden nuevos reflectores. Arriba la guardia de seguridad y escucha que corren en distintas direcciones. Las respiraciones continúan aquietadas. Ahora, silencio. Silencio. Pero nadie atina a un movimiento. Después de algunos segundos, un guardia informa que pueden erguirse pues el peligro ha pasado. Paulatinamente, todos se van poniendo de pié, comentando con voces discretamente perceptibles el desgraciado momento que han pasado. Lo liberan al Obispo. Se levanta. Suspira profundamente pero, al observar que el cuerpo a su lado continúa en su inmóvil posición, se arrodilla de inmediato, procura rotarlo tomándolo de sus hombros, lo ayudan y ... espantado, desesperado grita

—¡¡¡Mijail!!! ¡¡¡Mijail!!!. ¡¡¡No, no!!! ¡¡¡Por favor, hijo!!! ¡¡¡Respira, respira!!! – mientras intenta una incoherente combinación de maniobras de resucitación cardíaca.

Los párpados del joven prelado permanecen abiertos como fijados a una imagen aparente mientras el piso se va tiñiendo paulatinamente con su sangre que surge a borbotones de los orificios de entrada de los proyectiles. Abraza su cabeza con los brazos y apoya fuertemente la suya y comienza a llorar. Prontamente, los guardaespaldas lo toman de sus axilas y forcejeando, lo retiran del lugar y lo introducen en un pequeño ómnibus para abandonar de inmediato la Terminal Aérea.

Varias horas después, su secretario privado, golpea la puerta de la habitación donde se alojan

—¡Eminencia, Eminencia! – pero nadie responde.

Accionando el picaporte, la abre despaciosamente tratando de evitar cualquier ruido que perturbe el silencio. Observa su interior totalmente obscuro pero, ante un gran ventanal abierto, distingue su figura, de pié, inmóvil, con sus manos entrelazadas, mirando en ese cielo solitario a una lejana estrella que emite un fulgor muy tenue. Sobre la mesa, contempla la bandeja con su cena que permanece intacta. Se acerca unos pasos y trata de atraer su atención hablándole con un tono suave y con palabras muy sentidas

—Eminencia, ya hemos comunicado al Vaticano sobre lo ocurrido y se enviará la correspondiente protesta al Ministerio de Relaciones Exteriores por no haberse previsto la adecuada seguridad. Con respecto al cadáver del Sacerdote Mijail, será trasladado en horas de la mañana a la Santa Sede donde allí se lo recibirá con los honores correspondientes. De inmediato, una Comisión Papal, con una carta personal del Sumo Pontífice, lo acompañará hasta entregar el cuerpo a su abuela. Pensando que momentáneamente Ud. no estaba en condiciones de encontrar las palabras adecuadas que exprese su verdadero sentimiento, yo me he tomado la atribución de agregar una nota de su parte.

No recibe respuesta. Espera un tiempo prudencial y vuelve a dirigirse a su persona

—Eminencia, el Papa ha tratado de comunicarse con Ud. a través del teléfono confidencial. Personalmente me solicitó que le trasmitiera que era de su conocimiento que había un precio que pagar pero que no sabían cuándo, dónde, ni cuanto sería. La Santa Sede continúa dispuesta a sacrificar no solamente un Mijail, sino diez, cincuenta, los que sean necesarios con tal de lograr la Paz Mundial. Además y con mucho pesar, me pide que le informe que si Ud. considera que no puede continuar con la misión, que todas las delegaciones regresen de inmediato y que él asumirá ante el mundo el fracaso del compromiso asumido.

Observa que continúa absorto, estático, inconmovible. No imagina que en ese momento su mente navega por el espacio y sus pensamientos se extrapolan a Estonia. Busca por unas callejuelas de los suburbios de Tallinn la casa de Mijail. La cree ubicar. Se introduce por entre sus puertas entornadas y en la diminuta cocina encuentra a su anciana abuela, recostada en un viejo sillón, acongojada, llorando inconsolablemente, balbuceando el nombre de su nieto mientras sostiene entre sus manos el telegrama del Vaticano. Se le acerca, apoya una mano sobre su canoso y ralo cabello, la besa en la frente y le dice que lo siente mucho, que él debería estar muerto y no “su Mijail”. De su abstracción, lo retorna a la realidad la impaciencia de su secretario que entonces, ante su imperturbable silencio, con voz autoritaria, elevando el tono y apretando sus puños, le dice

—¡¡Cardenal Badell, Ud no tiene reemplazantes y todos seguimos confiando en su capacidad!! Así también pensaba el chico que interpuso su cuerpo para recibir las balas que iban dirigidas a su corazón. El lo hizo por convencimiento, por respeto y por haberlo idealizado. No se conoce quién perpetró el atentado y a nosotros no nos interesa saberlo. Lo que sí deducimos es que deseaban detener la búsqueda de la Paz porque ellos apuestan a la guerra, a la pérdida de vidas, a la destrucción. ¡¡No nos importa quienes serán de nosotros los próximos que caigan en esta misión pero lo que queremos trasmitirles con nuestra actitud es que nunca doblegarán nuestro espíritu cristiano y nuestra lucha por un mundo más igualitario, humano y respetuoso!! Esa será nuestra respuesta, a ellos y a quienes han depositado sus esperanzas en nuestra gestión. – hace una pausa y continúa – ¡Dentro de unas horas, me encargaré de prepararle su Sotana Filetota para la reunión matutina! – y se retira.

En esa larga e interminable noche, su mente se debate entre el presente y su pasado. No puede desprenderse de ciertas imágenes que le configuran un espectro desolador y que por instantes tratan de desequilibrarlo emocionalmente. Con sus manos aprieta su cabeza, la menea de un lado al otro. Tiene la intención de golpearla contra la pared, la mesa o ... cualquier objeto que se interponga. Camina de un rincón al otro. Se desespera. Llora. Y en ese torbellino angustioso trata de encontrar la razón en la sinrazón.

Amanece. Se encuentra agotado. Extrae fuerzas de los últimos haces musculares que le responden. Se viste pausadamente. No tiene noción como encarar la misión del día. Se acerca a la puerta de su habitación arrastrando sus pies y cuando la abre, sus adormecidos ojos encuentran a toda la delegación formados por jerarquía esperándolo. Circunspecto, se detiene. Comprende, antes que su secretario privado se le acerque para explicárselo. Entonces, iergue su cabeza y uno a uno, sin mediar palabras, lo mira y lo bendice. Al saludar a los últimos integrantes, los sacerdotes más jóvenes, observa un espacio entre dos de ellos. Reflexiona apretando sus dientes. Era el que le correspondía a Mijail. Se detiene, flexiona su cabeza, en el aire dibuja la Señal de la Cruz y apoyando suavemente su mano en el brazo del próximo integrante, lo moviliza hacia el lugar desocupado. Su Secretario se le acerca y le comenta:

—Monseñor, ellos quieren seguir. Saben lo que les puede ocurrir. Están decididos. Incluso, piden de rodearlo como barrera humana porque son conscientes que es Ud. el único que puede lograr lo que todos ansiamos.

Julián vuelve sobre sus pasos. Rota su cuerpo

—En treinta minutos, todos listos para continuar con nuestra misión. ¡Vamos! – y cerrando su puño derecho – ¡¡Adelante!!

Riad, Damasco, Ramalah, Jerusalem, Ammán, Ankara, Doha, Jerusalem ... Mientras sus intentos continúan con vehemencia y tenacidad, la región continúa cobrando su cuota de crueldad, ... diariamente, ... permanentemente, .... en un vaivén imparable. ¡Yo exploto, tú invades! ¡Yo invado, tú explotas! Como si la sangre fuera el vital elemento para obstaculizar todo acuerdo. Como si el odio cimentara la supervivencia. Como si el fanatismo fuera el basamento adecuado para preservar los pueblos y resguardar su cultura.

Y en esa vorágine incesante en la que toda anormalidad es la regla, la muerte la convicción y el terror el futuro, continúa desenvolviéndose su gestión en un marco de impotencia, incredulidad y exigencias.

En el pesimismo de todas sus noches, envía plegarias para que su Dios lo ayude en la búsqueda de una solución conveniente a todos y siempre, al final, ora para aquellos amigos de sus recuerdos distantes, allá a lo lejos ..., ¡a mucha distancia!

El mundo acompaña la labor de los cinco Cardenales, pero todos sus ojos se centran sobre el delegado en el Medio Oriente. Las oraciones, las reuniones en los distintos templos de las diferentes religiones, hasta quienes realizan prácticas exotéricas, son incesantes, permanentes, cotidianas.

No concede reportajes por su limitado tiempo pero respetuoso de los medios de comunicación, siempre los mantiene informado a través del vocero. Son escasas las imágenes que se le obtienen pues las que se logran, por razones de seguridad extremas, son captadas a distancia. Su rostro muestra la preocupación, el esfuerzo y el agotamiento, por lo que se refleja como demacrado y doliente ante sus interlocutores.

Propone, escucha, viaja; escucha, viaja, propone; viaja, propone, escucha, y así es todo. Desgastante, por instante desilusionante, por momentos se toma de una palabra y la trabaja, trabaja ... Vuelca todas sus energías, talento y sentido común en cada uno de sus actos. Todos sus permanentes Jefes de Estados consultados y ya habituados a sus visitas, observan como ese clérigo, cada vez más delgado, agotado, desmoralizado adquiere nuevas fuerzas y continúa insistiendo en un arreglo que satisfaga a todos. A sus asesores lo siguen reemplazando e intercambiando porque muchos de ellos no toleran el desgaste físico y mental que la misión requiere. Pero él continúa. No tiene horarios. Desconoce el día, la hora.

Después de 27 extenuantes jornadas, el responsable de la mediación en Estados Unidos informa de un posible acuerdo siempre que se acepten las condiciones solicitadas para el Medio Oriente. Y en ello, también consienten Rusia, China y Europa. En base a ello, se presiona sobre el Cardenal Badell para que logre el entendimiento definitivo.

Mientras tanto, paulatinamente, el prelado se ha ido ganando a la población de Israel y a la de los distintos países árabes. A través de los medios de comunicación, todos evaluaron su trabajo, su sacrificio. A los judíos, les habla en hebreo con escasas dificultades así como a los árabes en su idioma, por momentos con una ínfima ayuda.

En una de sus últimas presentaciones en los canales informáticos, extenuado y decepcionado por la falta de progresos tangibles en la región, cuando ingresa al estudio para un nuevo llamado a la reflexión, se encuentra con una orquesta de músicos jóvenes de ambas nacionalidades y un conjunto de niños israelíes y palestinos que lo esperaban. Entremezclados en sus posiciones y con sus manos entrelazadas le cantan en coro el Himno a la alegría de la Sinfonía N°9 de Beethoven. Se queda inmóvil escuchándolos mientras de sus párpados fluyen lágrimas que humedecen sus pómulos. Sus voces inocentes lo conmueven mientras percibe que penetran en lo más profundo de su ser. Cuando finalizan, todos corren hacia él, lo rodean y lo besan. Es el futuro, que se hace presente para demostrarle su apoyo. Es el amor que salta sobre las trincheras para manifestar su anhelo de convivencia. Es la tolerancia que no admite fronteras inadmisibles.

Y así lo entiende y nuevamente, con la fuerza de un mar embravecido, con la fogosidad de un volcán en erupción y con el temperamento de un huracán tropical, elabora otras propuestas, mejora las parcialmente aceptadas y enfatiza sobre los puntos renuentes, interponiendo al Vaticano como garante de situaciones conflictivas futuras.

En una postrera jornada, mientras caminaba apresuradamente por las callejuelas de Ramalah para reunirse con la Autoridad Palestina, un periodista ataviado con la clásica sotana negra, logra esquivar el cerco de seguridad y acercársele a una distancia razonable con la intención de realizarle un reportaje breve. En el preciso momento que le entregan dos informes y se concentra para su lectura, el reportero le alcanza a preguntar

—Monseñor, ¿qué se necesita para luchar por la paz?