Anna - Nicolás Roger Falcón - E-Book
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Beschreibung

El autor, en su opinión, considera que esta tragedia novelada puede ser evaluada como utópica en la actualidad. Y lo acepta. Pero su intención es relatar cómo, a través de dos jóvenes de descendencia diferentes y creencias distintas que se conocen en un momento desesperante, con perseverancia, actitudes positivas y valores irrenunciables, se puede encarar la defensa de la vida, trasmitir un mensaje de amor y tolerancia y valorizar la grandiosidad de la existencia. El tema elegido no pretende ofender, defender, enaltecer, censurar o marginar a nadie. Solo intenta insistir en un acercamiento de voluntades para una connivencia pacífica, un respeto a las creencias pero fundamentalmente para ir mentalizando en las nuevas generaciones que el futuro no se construye con odio, destrucción, dolor, lágrimas y muerte. ¡Aunque otros piensen distinto! Por último, es un deber destacar que su objetivo es muy modesto. Si de su lectura y su obvio análisis una persona, ¡solamente una!, reflexiona que son las palabras y el sentimiento afectivo los dos pilares básicos sustentables que permiten edificar una armónica pero sólida estructura de condescendencia humana, la meta ha sido lograda.

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Seitenzahl: 390

Veröffentlichungsjahr: 2024

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NICOLÁS ROGER FALCÓN

Anna

Nicolás Roger FalcónAnna / Nicolás Roger Falcón. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3808-6

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com

Tabla de contenidos

Pre – Prólogo

Prólogo

Capítulo I: En la actividad hospitalaria

Capítulo II: La inesperada consulta

Capítulo III: El abismo

Capítulo IV: El motivo

Capítulo V: El desentendimiento

Capítulo VI: La discordia

Capítulo VII: El compromiso

Capítulo VIII: La confesión

Capítulo IX: Anna y Pancha

Capítulo X: Las cartas

Capítulo XI: Sus angustias

Capítulo XII: La hemorragia

Capítulo XIII: El testamento

Capítulo XIV: ¡Cómo nos cambia las mujeres!

Capítulo XV: El planteo jurídico

Capítulo XVI: ¡En guardia!

Capítulo XVII: El primer cumpleaños

Capítulo XVIII: La cena

Capítulo XIX: ¡Mayra!

Capítulo XX: ¡La noticia!

Capítulo XXI: ¡Adiós, querido amigo!

Capítulo XXII: Ante la tumba de su padre

Capítulo XXIII: La confesión de sus remordimientos

Post – Prólogo

Dedicado a quienes han entregado sus vidas en la búsqueda de una existencia más igualitaria.

Pre – Prólogo

Si

vos y yo

no tenemos ningún prejuicio

ni intención

de

perjudicar a nadie

y

yo soy como soy

y

vos sos como sos,

reflexionemos entonces

si no

debemos

pensar en un mundo

dónde yo pueda ser como soy

y

dónde vos puedas ser como sos.

Pero,

básicamente aceptando

el compromiso

que

ni yo ni vos

obliguemos al otro

a ser

como yo

o

como vos.

Prólogo

La discriminación es la expresión más aberrante de nuestra mente porque basándose en diferentes o inciertos o falsos contextos la raza humana ha provocado los más horripilantes vejámenes y crímenes en todos los tiempos y, lo lamentable es que … ¡hasta la actualidad aún continúa ocurriendo!

Habitualmente simulamos despojarnos de todo tipo de prejuicio, sea racial, religioso, étnico, social, político o por condición física, mental o sexual pero internamente esa crueldad absurda permanece adormecida en algún lugar recóndito de nuestro más evolucionado cerebro de la escala animal. Nos esforzamos para evitar que emerja. Creamos barreras para aprisionarlo. Especulamos todo tipo de cerclaje para confinarlo. Pero …, ¡ahí está agazapado esperando ese efímero instante para recordarnos su existencia! Brotando imprevistamente quizás por una inoportuna noticia mediática o tal vez por un súbito acontecimiento que transcurre lejanamente o posiblemente incitado por una mente inescrupulosa para lograr un objetivo espurio.

A pesar que han sido dictaminadas numerosas leyes, métodos o sanciones para neutralizar ese desprecio, su extinción no ha sido logrado en su real pretensión. La complejidad de los factores causales que intervienen y la desconcertante reacción del espectro social incrementan la exaltación a la vez que amilanan a quienes intentan contenerlo.

Existe un antídoto natural. Es el más eficaz pero el más difícil de manifestar en esas angustiantes circunstancias.

Y es … ¡EL AMOR!

Sentimiento subliminal que se logra cultivándolo prematuramente en el hogar, se afianza en una temprana edad y se acrecienta con la educación y el conocimiento.

Percepción singular que no reconoce fronteras ni obstáculos naturales, que arremete contra las murallas más inexpugnables, las creencias más prejuiciosas y los estados más belicosos y demandantes.

Emoción sensible que podrá ser proscrita temporalmente pero nunca acallada y que siempre emergerá desde insondables y obscuras “celdas” de nuestro racional e inquieto cerebro valorando actitudes respetuosas, modificando posturas agresivas, transformando ideologías hegemónicas.

Nicolás Roger Falcón

semysei@doctor.com

Primavera de 2021

Capítulo I

En la actividad hospitalaria

El pasado se ha ido.Lo que esperas es aleatorio.Solamente el presente es tuyo.

Presurosamente sube por la escalera mientras abrocha dos botones de su guardapolvo y acomoda el nudo de su corbata. Esquiva algunos escalones que acechan maliciosamente con el mármol desgastado en sus bordes o resquebrajado en ciertos sectores por el paso del tiempo esperando que un pié desprevenido pierda su equilibrio. Al llegar a la amplia antesala del primer piso todo el grupo de residentes y dos médicas generalistas conjuntamente con la Jefa de Enfermería lo están esperando.

—¿Que tal, Adrián? – es el primer saludo que recibe del residente de 3° año.

—¡Hola, Jefe! – al unísono lo hacen los de 2° año.

—¡Buen día, doctor! – con un tono muy respetuoso se escucha de los ingresados al 1° año de residencia y de los generalistas, apartados unos metros atrás del grupo. Mientras que la jefa de enfermeras, acercándosele con una sonrisa picaresca le insinúa.

—Señor Jefe de Residentes, “creo que por tu semblante apacible has descansado bien y … ¡sin compañía extraña!” ¿Me equivoco?

A todos les responde con una cálida sonrisa pero a ella la besa en su mejilla y en su oído le susurra.

—Me estoy comportando “muy decentemente ... ¡tratando de economizar energías!” ¡Bahh!, como siempre lo hice – y oculta con su mano una mueca cómplice. Y de inmediato, dirigiéndose al grupo pregunta.

—¿Hubo alguna novedad en la guardia de anoche?

—Solamente internamos a un hombre con una hernia inguinal atascada y el resto fueron heridas leves por peleas callejeras – es la sucinta respuesta del residente de 3° año.

—¿Por sobredosis de alcohol? – le destaca mirándolo.

—A esas horas es el principal agente provocador y creo que uno estaba algo sobrepasado de “polvillo blanco”.

—¿Hicieron la denuncia policial?

Entreabriendo sus manos, con una expresión de inocencia y elevando sus hombros pregunta.

—¿Tiene algún sentido? Si todo está permitido y acá no tenemos lugares para “alojarlos”. Si lo sospechamos o ellos mismos lo confiesan, nosotros continuamos mirando “a los pajaritos” ¡Como siempre!

—Esteban, los pájaros no vuelan de noche. Por favor, escuchen – continúa Adrián hablando pero dirigiéndose a todo el grupo – Cuando reciban a un alcoholizado o a un “drogosaturado” examínenlo con mucha atención. Ellos pueden tener lesiones que sus condiciones mentales no logran percibirlas o relatarlas. Si en el examen clínico no le encuentran nada siempre déjenlo esperando en la Sala de Guardia por lo menos durante 3 o 4 horas hasta que logre un mayor nivel de conciencia.

—¿Y si no lo logra? – le pregunta un residente de 1° año.

—¡Entonces y recuérdenlo! – insiste con un rostro adusto y elevando su dedo índice derecho – ¡Antes de dejarlos ir lo controlan minuciosamente por segunda vez! Ya nos ocurrió en una ocasión que a las cuatro horas lo trajeron de urgencia porque tenía un desgarro del bazo. Y para colmo, se nos murió en la operación. En los días sucesivos, durante casi una semana, la Dirección tuvo que soportar “el asedio periodístico”. Fue en mi primer año de residencia ¡Escuchen bien! – y deja transcurrir unos segundos – ¡No, mejor “lo graban a fuego” en sus mentes! Medicina nunca se termina de aprender. Ni aún después de una larga experiencia ni cuando ya se estén retirando de la profesión. Cualquier cuerpo humano los puede sorprender con una situación inesperada. Por eso, al examinarlos todos sus sentidos tienen que estar atentos. Nuestra profesión no es ingeniería que 2x2 es igual a 4. ¡No! Aquí 2x2 inesperadas veces es 3, 5 o 1. Y les agrego – mientras continúan escuchándolo atentamente – esta disciplina se aprende de dos maneras. La primera estudiando. No sé si soy explícito: ¡estudiando para estar siempre actualizados! – y hace una pausa mirándolos a todos fijamente hasta que alguien pregunta.

—¿Y la segunda?

—Esperaba que me lo preguntaran. Por el error ¡Sí, por nuestro error! – enfatiza ante la evidente sorpresa de los presentes – Nosotros podemos involuntariamente equivocarnos como seres humanos que somos pero les destaco: ¡si esa situación les ocurriese traten de no olvidarla por si se les vuelve a presentar! Yo considero que un “buen médico” es aquel que no comete un similar descuido por segunda vez – los observa fijamente a todos y agrega – ¿Estamos listos para empezar?

—Sí, – le responde Esteban su inmediato sucesor – son las siete en punto. Comunicó el jefe que no lo esperemos para el pasaje de sala porque ha sido citado a una reunión imprevista en la Dirección. Me dió a entender que el Ministro de Salud vendrá a inspeccionar al hospital y quieren asegurarse que todo funciona adecuadamente.

Adrián lo mira. Con su mano derecha frota su mentón y comenta.

—¡No creo que encuentre nada “anormal ...”! Claro si exceptuamos que no tenemos drogas anestésicas, que todas las mañanas salimos “a mendigar” para que nos entreguen algunos frasquitos, que numerosas renuncias no han sido cubiertas, etc ..., etc... Bueno, pero así y aún “rengueando” debemos continuar. A las enfermedades no les interesan nuestros problemas. Ellas tienen otras intenciones: “la de vencernos” para no decir “jodernos”, lo que no quedaría muy … fino.

Todos comienzan a movilizarse detrás de la figura del jefe responsable del pasaje de sala. A través de una puerta móvil se introducen en el pasillo que comunica a las amplias habitaciones de tres camas donde los pacientes se encuentran internados. Se entrecruzan con algunos familiares que pernoctaron al lado de ellos mientras que el residente de 1° año se adelanta para asegurarse que en la primera sala que se ingresará todo se encuentre en orden y que no permanezca ninguna persona ajena al servicio durante la presentación de los enfermos. Algunos estudiantes avanzados de la carrera médica, preparándose para la evaluación práctica del inminente examen final de la materia se suman al grupo con la intención de cerciorarse de la patología y del estado actual de los internados. A su derecha se ubica el residente de 3° año y a su izquierda la jefa de enfermeras portando numerosas carpetas. Ingresan a la habitación mientras el residente de 1° año permanece inmóvil en la puerta. Adrián se detiene en la primera cama, saluda a su temporario ocupante y con su mirada trata de ubicarlo a quién debe presentárselo. El joven médico, al notarlo intenta abrirse paso entre sus compañeros que a propósito se lo impiden, y le pregunta.

—Doctor, ¿cuántos pacientes tenemos internados?

Con evidente nerviosismo acomoda su agenda y casi titubeando le responde.

—Quince en el primer piso, once en el segundo y tres en terapia intensiva. Además nos han solicitado dos interconsultas.

—¿Qué hicieron con el paciente de la hernia atascada que ingresó anoche?

—Le postergamos la operación.

—¿Por?

—Porque se redujo con facilidad cuando lo sedamos y lo acostamos en ..., en ...

—¿En cuál posición? – lo interroga.

—Con las piernas elevadas por tacos al pié de su cama – le refiere.

Al notar si indecisión lo mira frunciendo el entrecejo.

—Cómo se denomina a esa posición?

—De ... de ... – mientras alguien le susurra – Trendelemburg ... ¡ah, sí¡ Trendelemburg – vuelve a repetir.

—Doctor, – le recrimina Adrián – entiendo que en el primer año las obligaciones son extenuantes pero me permito sugerirle que no aceptamos ningún tipo de titubeo ni desconocimiento del nombre de prácticas habituales en esta especialidad. Y a ustedes, – dirigiéndose a los residentes de 2° año molesto por haberlos escuchado balbucearle el nombre propio – nosotros les enseñaremos sin necesidad de que se lo recuerden. En cirugía un pequeño error por negligencia o desconocimiento puede ser el desencadenante de una tragedia. Atrás quedó la Facultad ¡Ahora es la realidad! Y todos queremos que esta disciplina que es exigente y con reglas muy rígidas continúe “sin deformarse”. Vuelvo a reiterar, las enfermedades no entienden de políticas, situaciones personales o lo que sea. Solamente se “retiran” cuando nosotros las enfrentamos con conocimientos, planificación y decisión. Pero quiero hacerle otra pregunta ¿Y por qué motivo no lo operaron una vez reducida? ¿No hubiera sido más sencillo y oportuno?

—No, doctor – temblorosamente le responde. Si se reduce espontáneamente conviene postergar la reparación por si existiera alguna placa de necrosis en el intestino que si se perforara podría confundirnos en el postoperatorio con el dolor quirúrgico.

Ante la respuesta correcta lo mira sin asentir mientras el paciente ubicado en la primera cama, muy expectante, se sorprende de la rigurosidad del diálogo. Adrián se ubica a su lado y le solicita permiso para examinar sus regiones inguinales. La jefa de enfermera le retira la sábana y él le palpa su abdomen. Al comprobar que es totalmente indoloro al deprimirlo se dirige a Esteban.

—Muy bien, que quede en ayunas y lo intervienen a la tarde. No se olviden del consentimiento informado – y le dirige la mirada al residente de 1° año – Continúe doctor.

—La cama N° 2 cursa el postoperatorio de una colecistitis con buena evolución – y mientras sigue hablando, Adrián visiblemente molesto menea su cabeza mientras busca la mirada de Esteban. Le hace una seña con su mano. Ambos se retiran al pasillo. Con voz casi inaudible le balbucea unas palabras en su oído y se escucha tenuemente que Esteban le responde.

—Ya se lo dije dos veces que a vos no te agrada que digan “la cama” sino que lo llamen por su apellido. Le remarqué que el paciente no es un “objeto” ¡Se lo volveré a recordar para que no se repita! Es que es muy novato y para colmo, según me enteré, el grupo lo ha tomado de “punto” y le hacen hacer tareas que no corresponde y que nadie lo ha ordenado. La semana pasada, cuando se acostó le escondieron su ambo y a la madrugada lo hicieron llamar con urgencia desde la guardia y ...

Como Esteban queda en silencio reteniendo su risa

—¿Y? – insiste Adrián.

—No tuvo otra alternativa que presentarse en calzoncillos ante la risotada de todos que lo estaban esperando. Se recibió con un excelente promedio en los exámenes. Es muy responsable y hábil manualmente. Estoy seguro que cambiará en poco tiempo. Considero que está muy angustiado por el peso de unas obligaciones que nunca imaginó.

Con una discreta sonrisa y cubriéndose sus labios para ocultar por si se le escurre una imprevisible risotada vuelven a introducirse en la habitación.

El pasaje por los dos pisos de internación quirúrgica y por la sala de Terapia Intensiva continúa hasta las 8, 15 hs. Adrián le indica a Esteban las últimas instrucciones para el parte quirúrgico del día siguiente y se retira dirigiéndose a los quirófanos centrales.

Casi tres horas después termina de ayudar en una resección de colon y mientras se quita los guantes ensangrentados y la circulante le desata los nudos del delantal quirúrgico le recuerda al eventual cirujano que debe completar el parte operatorio. De inmediato, ingresando en los restantes quirófanos se interioriza del cumplimiento del programa quirúrgico del día y si hubo algún inconveniente. Finalizado su pasaje se dirige al vestuario, cubre a su ambo verde con el delantal, toma unos papeles que debe inspeccionar y al cerciorarse de la hora decide dirigirse al bar. Alcanza a sentarse y pedir un yoghourt cuando suena su celular. Responde de inmediato y sin terminar su exiguo almuerzo abandona el lugar. Con pasos firmes y apresurados se encamina hacia la Dirección del Hospital. Ansioso golpea en el vidrio de la puerta entornada de la Secretaría.

—Adelante Adrián – le responde al verlo.

En la vetusta oficina le devuelve el saludo.

—¡Buen día, señora!

—¿Cómo está Adrián? ¿Con mucho trabajo?

—Como siempre. Ni más ni menos ¿Usted me hizo llamar?

—Así es. Tengo una notificación interna del Director para usted que aquí se la entrego. Mañana viene el Ministro y le solicitó el movimiento quirúrgico de los últimos seis meses posiblemente para justificar la construcción de los nuevos quirófanos.

Tomando la nota pregunta sorprendido.

—¿Para mañana? ¡Nuestra secretaria hoy nuevamente no ha venido! – responde con un gesto de desagrado pero conociendo las reglas de la residencia y encogiendo sus hombros, exhala el aire y en voz baja se responde a sí mismo – Bueno, veré que puedo hacer…. Tendré que suspender otras actividades que teníamos programadas – argumenta con un gesto de preocupación.

La secretaria al verlo molesto intenta apaciguar su desánimo adelantándole una noticia alentadora.

—Le anticiparé una confidencia pero le ruego que la guarde como secreto porque si se enteran que usted lo sabía sospecharán que yo se lo dije.

Adrián la observa con expresión de curiosidad. Simula una sonrisa ante la incógnita y permanece atento.

—Como pronto finaliza su función de Jefe de Residentes, lo que implica que concluye su compromiso con el Hospital, el Director le pidió al Ministro un cargo para retenerlo. Lo justificó por las numerosas evaluaciones favorables que semestralmente fue recibiendo por su laboriosidad, responsabilidad y asistencia. En principio y esperando que se acepte – sonriéndole complementa – lo felicito porque se lo merece.

El joven médico permanece inmóvil. No lo esperaba por lo que es toda una sorpresa la notificación extraoficial que acaba de recibir. Deseaba continuar su carrera hospitalaria en este ámbito pues en el mismo obtuvo no solamente una serie de apoyos que jamás habría justipreciado sino que evaluaba que periódicamente le sumaban tareas con mayores responsabilidades. Ahora, no sabe si agradecerle por la información solamente con palabras o, directamente acercársele y darle un beso ¡Y opta por el beso en su mejilla!

Muy contento, con pasos apresurados camina por los corredores en busca a Esteban. Los recuerdos de su infancia y adolescencia tratan de resurgir espontáneamente. Intenta evitarlos pero en esos instantes de euforia las imágenes esfumadas de sus padres muertos en un accidente, son vívidas antorchas que emergen en su mente. Añora la ausencia de ellos para que lo pudieran ver crecer profesionalmente y valora, ¡siempre estimó!, el sacrificio que tuvieron que hacer para lograr adquirir el departamento donde vive actualmente. Un lugar ubicado en la zona oeste de la ciudad, sobre una calle recientemente pavimentada y adecuadamente iluminada. Sí, la suya fue una adolescencia y una juventud con muchas limitaciones y carencias. Quizás demasiadas. Envidiaba a los hogares de los chicos de su misma edad. Padecía pero se conformaba cuando en las fiestas finales del año debía acostarse tempranamente en soledad mientras el retumbe y el colorido de los fuegos artificiales se aunaban con el júbilo y el sonido acompasado del repicar de las copas de brindis. Pero, pensaba …, meditaba que debía construir su futuro. Su mente elaboraba ideas de lo que deseaba ser, qué pretendía construir, a cual cima deseaba llegar. Y este era su momento. O quizás el final del inicio de esos planes que tanto anheló, que tanto ansió en su vida, que tantas lágrimas le costó en las incertidumbres de las noches interminables. Había llegado sin pensar ni pedirlo ¡Y en este momento que no tiene mayores compromisos extraprofesionales! ¡Sí, es libre y es importante mantenerse en esa situación hasta afianzarse en una posición económica sustentable ¡Es su futuro como cirujano que se le presenta y para ello deberá cuidar los pasos y planificarlo sin apasionamientos ni decisiones inadecuadamente meditadas!

A Esteban lo encuentra en el comedor y le pide que se encargue del ateneo bibliográfico de la tarde y de la inspección de los pacientes que se operarán al día siguiente. Le comenta el trabajo que tiene que realizar examinando toda la documentación de la actividad quirúrgica de los últimos meses y le hace saber que se ubicará en una de las salas del sector de consultorios externos para trabajar sin que nadie lo interrumpa.

—Me parece bien – responde su inmediato sustituto – porque a esta hora no hay muchas personas en ese lugar y pienso que nadie te molestará ¿No vas a almorzar?

—No, quiero terminar esto lo más pronto posible.

—Pero, hay algo en vos que me intriga – y su Jefe permanece inmóvil – A pesar del trabajo extra que recibiste te noto contento ¿Puedo saber si te ganaste el prode o la lotería?

Le responde con una sonrisa y antes de alejarse, con expresión de preocupación le pregunta.

—Con respecto a ese muchacho del que hoy hablamos en el pasaje de sala, me impresiona su delgadez.

—Acordate que todos pierden peso en los primeros 6 meses de la residencia. No pueden comer regularmente porque siempre tienen tareas que cumplir. El comedor cierra a las 21 hs. y el que no llegó no prueba bocado hasta el otro día pues el bar de aquí a esa hora también ha cerrado.

—Ya lo sé – le responde Adrián – todos pasamos por ese período.

—Vos tenés presente que no ocurre con los que pertenecen al Servicio de Clínica Médica porque ellos no tienen el tiempo tan ocupado ni las obligaciones de cirugía.

—Recuerdo ahora que un médico que le tocó hace algunos años hacer el Servicio Militar obligatorio me contó que después de los tres primeros agotadores meses de instrucción, cuando controlaban el peso a los “colimbas” observaron que en la mayoría había aumentado al compararlo con el de su ingreso ¿Sabés porque y qué hace a la diferencia con los residentes de cirugía?

—No, no lo sé ni nunca tampoco se habló de ese tema ¡Nos parece tan lejano aquello que se lo llamaba “la conscripción o colimba”!

—Deduzco porque se les respetaba las horas del desayuno, almuerzo, merienda y cena. Lo que no ocurre con nuestros residentes. Y lo bueno o lamentable es que en esta especialidad fuimos entrenados para que las obligaciones se antepongan por sobre las necesidades o conveniencias personales. El tema es para continuar hablando ¡Ahora no! Sigo viaje. Chau.

Se dirige a la Secretaría de Quirófanos. Enciende la computadora y cuando examina el movimiento operatorio, con ostensible desagrado observa que las informaciones de las últimas dos semanas no fueron cargadas al sistema. Maldice porque tendrá que hacerlo al tiempo que critica en silencio a la irresponsable secretaria por sus habituales ausencias al trabajo. En los cajones busca los partes diarios de las intervenciones programadas y las realizadas de urgencia y conjuntamente con el libro provisorio de actividades se dirige hacia el lugar pretendido para poder regularizar y analizar con tranquilidad los datos solicitados.

Desplazándose por el pasillo descubierto al Sector de Consultorios, unos metros adelante observa que en la misma dirección dos personas ayudan tomándolo de sus brazos a un anciano que camina dificultosamente con sus manos apoyadas sobre su abdomen presuntamente por un dolor intenso que lo aqueja. En el instante que una médica les sale al paso para dirigirlos al mismo lugar presumiblemente para examinarlo, todos ellos se detienen para saludarla y él aprovecha para adelantárseles.

Capítulo II

La inesperada consulta

Si el problema emocional te deprime,valora la empatía de quién pretende ayudarte.

El hospital ocupa una manzana en una zona ubicada cercana al río adyacente a la ciudad. Es muy viejo, quizás el más antiguo del país que conserva gran parte de su estructura edilicia original y que aún permanece en actividad.

En el análisis de su arquitectura correspondía a los requerimientos sanitarios de mediados del siglo XIX, con amplias salas separadas una de la otra y con internaciones por especialidades y sexo. Inmediatamente a la entrada de cada una de ellas se ubicaba la secretaría del servicio que comunicaba directamente con el escritorio de la jefatura. A través de un amplio pasillo se ingresaba en el sector de internados con sus techos llamativamente elevados y con grandes ventanales que les proveía una excelente iluminación solar. Sus paredes estaban cubiertas por el clásico azulejo blanco que relucían por su limpieza cotidiana. Las camas, aproximadamente entre 20 a 30, separadas por unas simples mesas de luz metálicas también pintadas de blanco, cobijaban a los pacientes a cada lado y no era permitido sectorizarlas con alguna mampara o bastidor a excepción si hubiese algún moribundo o habría que realizar un examen manualmente invasivo o un procedimiento cruento de mínima complejidad. Al final se encontraba un baño único y el depósito de los utensilios y medicamentos. Obviamente, los respaldos de las camas, las sillas, así como los cubrecamas también eran blancos como intentando diferenciar al lugar del color de la representación de la muerte.

Los edificios eran identificados por nombres de políticos o de la persona que donó el dinero para su construcción. Entre los diversos pabellones o salas se comunicaban por corredores descubiertos y entre cada uno de ellos existía un espacio de separación en los que se plantaban algunos árboles, preferentemente palmeras como una recuerdo que conmemoraba cuando algún visitante ilustre lo visitaba en aquellos lejanos pero agitados tiempos del siglo XIX.

Sobre las paredes de la Dirección, numerosas placas de mármol o de bronce aún presentes, rememoran su fundación aunque nadie conoce el motivo, fundamento u objetivo por el cual se construyó. Algunos viejos documentos, ensombrecidos y resquebrajados por el paso del tiempo y por el descuido en su protección, se referían a un “hospital de sangre”. Quizás como si hubiese existido algún sentido asociativo de aquellos períodos belicosos con los países vecinos.

Sí, es viejo, muy viejo y aún sigue desplomándose parte de su suelo, descubriéndose túneles como resabio de una época impregnada de contrabandos, escaramuzas y refugios.

En los últimos treinta años han sido modificados numerosos sectores de atención y de internación tratando de adecuarlos a la moderna arquitectura sanitaria y hospitalaria. Las antiguas salas de internación se han sectorizado y albergan solamente a tres enfermos por unidad con un baño privado permitiendo una cierta valorización al respeto de la integridad humana de los pacientes.

Actualmente es valorado como una unidad medico–quirúrgica referencial de un amplio sector de la ciudad y de numerosos centros periféricos de atención primaria de la salud por lo que varias líneas de ómnibus circulan por sus calles aledañas conectándolo con numerosos barrios adyacentes cohabitados por familias de escasos recursos.

Aún así, no es el clásico hospital que debería funcionar permanentemente durante la mañana y la tarde. No. Persiste el antiguo e idéntico resabio de actividades mayormente matutinas por la cual los médicos concurrían por unas horas como una actitud de colaboración hacia el “sufriente de escasos recursos” como deseando mostrar sus valores humanos y su sensibilidad hacia el prójimo desprotegido. En los aspectos ideológicos también se ha modificado pero en la instrumentación de las actividades su condición no ha sido totalmente revertida, aunque la implementación de la docencia universitaria y la programación de residencias en varias especialidades han acrecentado una calidad de atención más reconocida, efectiva y respetada.

En la entrada del sector que nuclea a todos los consultorios de las especialidades quirúrgicas, Adrián se encuentra con Claudia quien es la enfermera responsable del funcionamiento del sector. Con su horario de trabajo cumplido y vestida con su ropa de calle lista para retirarse, se sorprende al verlo.

—Doctor, ¿qué lo trae aquí por estas horas? – le pregunta dibujando una amplia sonrisa sobre su rostro que le delata su perfecta dentadura.

—Hola, Claudia. Necesito un lugar para encerrarme y completar unas tareas administrativas ¿Adónde podría ir?

—Yo esperaba a la Dra. Elena que iba a atender aquí una urgencia.

—Viene atrás mío – le responde.

—Entonces, venga conmigo que le abro un consultorio así Ud. puede trabajar tranquilo. Cuando se retire no se olvide de cerrar la puerta con llave y la deja en la portería. Lo que le ruego – le recuerda con un gesto suplicante – es que “no se la guarde en el bolsillo de su guardapolvo” porque seguro que se perderá en la lavandería.

En ese preciso momento ingresan la médica con el paciente y sus dos acompañantes y se dirigen al lugar preparado por Claudia.

Adrián ocupa a la vez al consultorio contiguo, apoya sobre el escritorio todos los informes que traía pero al percatarse que ese lugar no tiene provisto una computadora rápidamente sale a buscar a Claudia. Pero, al traspasar la puerta se enfrenta a una joven muy angustiada, temblorosa, con un pañuelo en una mano que le suplica.

—Perdón, perdón, señor… Ando buscando alguien … por una receta … que necesito urgente ¿Es Ud. médico?

Asintiendo con su cabeza, Adrián le responde.

—Sí, lo soy. Pero estos consultorios están cerrados. A esta hora tenés que dirigirte a la guardia.

—Sí, de allí vengo pero hay mucha gente y yo la necesito con cierta …

Adrián observa su estado de inquietud, desasosiego, sus conjuntivas congestivas que delatan que estuvo llorando. Sus llamativos ojos azules lo impactan y la sensación de desesperación lo inmoviliza. Entonces pregunta.

—¿Cual remedio es el que necesitás que te recete?

—Algo para dormir ¡Sí, para dormir ¡ – destaca muy insegura mientras ahora cubre a su boca con el pañuelo.

—¿Es para vos?

—Sí …, no … ¡No es para mí!

—¿Y para quién es?

—Para mi … abuela – contesta mirando al suelo – Sí…, es para ella que no puede dormir a la noche – mientras continúa sin mirarlo y aprieta fuertemente sus labios – Me lo encargó y yo me olvidé. Para esta noche lo necesita… sino …, no …, no … se duerme.

—Perfecto, – le insinúa Adrián sospechando que encubre una situación que debería conocer antes de entregarle la orden – yo te haré la receta pero antes debo solicitarte algunos datos ¿Podrías tomar asiento?

Abre uno de los cajones del escritorio buscando recetarios mientras escucha que la joven le responde.

—Me quedo de pié. Estoy bien. No necesito sentarme – y hace una pausa – Esos datos que me pide… ¿son necesarios?

—Nos exigen ante cualquier consulta y especialmente cuando prescribimos un medicamento considerado de uso restringido ¿Sabés que se requiere de una receta por duplicado?

—No, no lo sabía.

—¡No importa! No tenés por qué estar enterada. Entonces, ¿cuál es tu nombre? – le pregunta deseando trasmitirle una evidente empatía.

—Julia.

—Julia qué…

—Julia …, Julia … – y en una evidente sensación de desasosiego y temor balbucea – ¡Hernández!

Adrián la mira. Presiente que algo grave le ocurre que la desequilibra mentalmente. Intuye que le está mintiendo pero no intenta tranquilizarla por temor a equivocarse. Entonces se dirige a ella por su nombre intentando un acercamiento coloquial.

—Julia, ¿cuál es tu domicilio?

—Por favor, ¿es necesario todo esto? – le suplica nuevamente mientras unas lágrimas se desprenden de sus párpados y se deslizan por su mejilla.

—Sí y también tu número de teléfono.

Estruja el papel que tiene en su mano y le responde.

—Francia… 889 – y se queda en silencio. Lo mira fijo. El azul de sus ojos destella ante la mirada compasiva de Adrián – Mi teléfono es 425… 19… – y no prosigue.

Elevando la vista le reitera.

—425 19… ¡Julia, faltan dos números!

Mirándolo con desesperación balbucea

—Sigue … 66 – responde moviendo su cuerpo hacia un lado y el otro.

Adrián intenta entonces calmar su angustia. Sabe que cualquier palabra o gesto indebidamente empleado significará que ella se retire del consultorio. Desea ayudarla. Percibe que es su obligación. Tiene un conflicto. El hipnótico no es para su hipotética abuela. Está seguro que es para ella ¿Para tranquilizarse? ¿O para ser empleado como …? Debe él ahora demostrarle tranquilidad e intención de ayudarla. Utilizando palabras apropiadas, expresiones que le trasmitan apoyo, seguridad …

—Julia, no te preocupes. Te pido que te tranquilice. Yo te prescribiré el remedio que me pedís pero, por favor, lo que …

Sus palabras son entrecortadas por un llamado en la puerta. Rápidamente se pone de pié y acude a abrirla. Es la médica de guardia que se encuentra con el paciente en el consultorio vecino.

—Doctor, perdone que lo interrumpa pero necesito que palpe el abdomen del paciente que estoy examinando. Creo que es un problema quirúrgico ¿No puede venir un minuto?

A su pedido le responde.

—En un segundo estoy allí – y mirando a su incierta consultante le dice – ¡No te vayas! Vuelvo de inmediato y te entrego la receta. Es una urgencia y tengo que acudir. Por favor, te ruego que te sientes y me esperes – y sale apresurado.

Ella permanece inmóvil sin emitir su consentimiento.

Adrián entra en el consultorio saludando con un gesto a los familiares. El paciente se encuentra acostado sobre la camilla con su abdomen descubierto. Le sonríe y con unas pocas palabras lo tranquiliza. Se ubica a su derecha y muy suavemente comienza a examinarlo.

De inmediato, una vez finalizada la palpación del abdomen le comunica que lo que presenta será solucionado esa misma tarde pero que habrá que realizarle una operación. Vuelve a saludar, le hace un guiño facial a la Doctora Elena para que lo siga fuera del consultorio y le comenta.

—Doctora, tiene razón. Presenta el típico “vientre en tabla”. Es una úlcera gástrica perforada. Busque a los residentes de cirugía para que se hagan cargo de inmediato.

—Muchas gracias, Doctor. Nunca había palpado un abdomen tan tenso. Llamo al camillero y a “los chicos de cirugía”. Yo les doy de inmediato la orden de internación para ir ganando tiempo.

Y se dirige a los familiares y les explica que se trata de un cuadro agudo por la perforación de una úlcera de estómago y que habrá que operarlo esa misma tarde una vez que le hagan la evaluación cardiológica y los exámenes de laboratorio.

Y con evidente ansiedad regresa rápidamente al consultorio donde se hallaba pero se sorprende al comprobar que la joven, en su ausencia, se había retirado. Observa en el piso cuatro trozos de papel. Los recoge. Dos están en blanco pero en los restantes puede leer “Lab” en uno e “ico” en el otro. Presume que ella rompió un informe de un laboratorio de análisis bioquímico, que se le cayeron esos pedazos y que salió apresuradamente pensando que de él no conseguiría la receta que buscaba. Camina rápido hacia la entrada al Hospital. Allí se encuentra con el portero y le pregunta.

—¡Gerónimo, no vistes salir a una chica rubia?

—Sí, Doctor. Hace unos cinco minutos. La quise detener porque no la veía bien pero no me hizo caso y la ví tomar un taxi ¿Ocurrió algo con ella?

—No, nada importante – lo tranquiliza y vuelve al lugar donde se encontraba mientras observa que en una camilla trasladan al anciano a la sala de internación. Intrigado pero sin demostrar preocupación, anota el número de teléfono y la dirección de su casa y se reubica para concentrarse en la preparación de los informes que le han solicitado.

Durante casi dos horas trabaja extrayendo todos los datos pertinentes de las numerosas planillas que ha podido reunir. Cuando finaliza y solamente le resta transcribir las conclusiones, imprevistamente se dibuja en su mente el rostro abstracto de la joven. Relajado, deja que su espalda se apoye sobre el respaldo del sillón. Comienza a meditar. Lo intriga conocer cuál podría haber sido la causa que le motivaba esa actitud desequilibrada y porqué no lo esperó si la receta de cualquier manera se la hubiera entregado. Al final, convencido de que solamente se trató de una consulta imprevista, informal y aparentemente sin un motivo preocupante, detalla las conclusiones y se retira del consultorio.

Asegurándose que todo el Servicio de Cirugía se encuentra desarrollando sus tareas con normalidad, al mirar su reloj decide por la hora dar por terminada sus tareas y regresar a su casa. En el vestuario, antes de desprenderse del guardapolvo examina sus bolsillos y encuentra el papel donde copió el número de teléfono y el domicilio de su informal consultante. Lo mira y medita si debería intentar comunicarse. Piensa que sí. Entonces, se dirige a la guardia y disca.

Una voz femenina le responde.

—¡Buenas tardes! Le estoy hablando desde el Hospital Provincial. Necesitaríamos contactarnos con la señorita Julia Hernández.

—No, este teléfono no pertenece a ese apellido y tampoco conocemos a esa persona que busca – le responde.

—Es una joven de aproximadamente 20 años, rubia, que vino por una receta.

—No, lamento decirle que aquí no tenemos ningún enfermo – es la alejada y concisa afirmación.

—Entonces, debemos tener un número equivocado. Perdone la molestia – y corta.

Lo que sospechaba comienza a comprobarse. Al número de su teléfono, voluntariamente lo informó erróneo. Busca el cesto para tirar el papel con sus datos y se detiene. La calle en la que le respondió que vivía es camino a su casa aunque deberá desviarse algunas pocas cuadras. Duda si debe averiguarlo pues esa función no le corresponde. Pero en su mente hay algo que lo inquieta y no logra dilucidarlo. Finalmente resuelve ir a buscarla.

Cuando arriba a la dirección indicada observa que corresponde a una casa en construcción. Pregunta a un vecino que lo mira al contemplarlo desorientado. Le describe sus rasgos físicos pero tampoco obtiene ningún dato que le permita ubicarla.

Abatido, regresa a su departamento. Una cefalea lo comienza a molestar. Al ingresar al pasillo se encuentra con Josefa, su vecina del departamento aledaño.

—Hola, mi doctorcito ¿Cómo está?

—Bien, bien … – le responde esbozando una sonrisa.

—Hoy me tomé el atrevimiento de limpiarle su departamento y lavarle la ropa.

—Josefa, usted no me deja pagarle ni me acepta un regalo. Le ruego que se despreocupe de la limpieza. Yo puedo hacerla…

—Doctorcito, usted sabe bien lo que le debemos por las atenciones que recibimos cuando lo necesitamos y por los remedios que siempre nos trae. Y además, no le he agradecido por el partero que le consiguió a Liliana. Volvió contentísima y está muy animada con su primer embarazo – y mirándolo, su sonrisa desaparece y le pregunta – ¿Es verdad que se siente bien?

—Tengo un poco de dolor de cabeza – cerrando los párpados le contesta Adrián – y necesito ahora acostarme.

—Por favor, no lo quiero molestar más. Vaya a acostarse. Yo le llevo un plato de sopa dentro de un rato para que no quede en ayunas.

El departamento de pasillo, segundo a la derecha, se encuentra a tres cuadras de la avenida principal en la zona oeste de la ciudad. Es un barrio de obreros, de gente humilde. Allí, Adrián Lahsen vivía con sus padres. De construcción precaria, consta de dos habitaciones, un baño y una cocina como empotrada en un pequeño living. A esos escasos metros cuadrados, Adrián siempre recuerda que su madre la mantenía limpia, prolija y con flores hasta en la mesa de la cocina, como si deseara trasmitir un elogio a la vida. Era su único hijo y a sus progenitores los unía la ilusión que lograra cursar una carrera universitaria. Faltándole ocho materias para graduarse, en un infeliz accidente en un ómnibus ambos fallecieron. A partir de ese momento se sintió muy protegido por todas las familias del pasillo y como agradecimiento a ello, ahora como médico y pudiendo disponer de otras comodidades en un lugar diferente, prefirió continuar conviviendo en su casa natal. Por sus elevadas notas y un excelente examen pudo optar por una residencia en Cirugía y después de cursar el tercer año, por su responsabilidad, capacidad en el trabajo y una asistencia perfecta, fué elegido por unanimidad como Jefe de Residentes.

En la madrugada se despierta imprevistamente. Enciende la luz de su velador y controla la hora. Es muy temprano. Se siente más relajado a pesar de haber dormido escasamente tres o cuatro horas. La imagen de esa chica regresa. Ahora la distingue mejor. Percibe que en su mente afloran detalles que en la entrevista no supo o no pudo manejar o no se animó a encarar.

Se culpabiliza. Comienza a recordar lo acontecido en la tarde. Pero ahora lo medita desde una óptica de reproche personal ¿No fue demasiado interrogatorio el que le hizo que la molestó? O, ¿no hubo en su atención algo discrepante que la decepcionó? Es consciente que quiso ayudarla o, ¿quiso retenerla? Pero, ¿retenerla por qué? O, ¿para qué? ¿Qué era lo que prevalecía, su problema o …?

Tambaleante se pone de pié y se dirige a la cocina. Desde el mediodía no ha probado ningún bocado. Al encender la luz observa un plato de sopa sobre la mesa que debe haberlo traído Josefa y al encontrarlo dormido prefirió retirarse en silencio. Enciende la hornalla para calentarlo y mientras espera, su pensamiento elabora situaciones que lo intranquiliza. Por último, después de beberla y de aceptar la imposibilidad de revertir los hechos decide volver a acostarse pensando en sus compromisos de la mañana.

A esa hora, en la Guardia del Hospital …

Capítulo III

El abismo

No permitas que a unimprevisto problema de vida,lo opaque un pensamiento de debilidad.

El primer programa quirúrgico de la mañana ha sido completado en tres de los cincos quirófanos operativos. En una pausa, Adrián sugiere aprovechar ese instante para controlar personalmente a los operados en los días previos. Lo realiza con un pequeño grupo de residentes. Cuando finalizan la pasantía pregunta por el anciano que ingresó con la úlcera perforada.

—Solamente se le realizó una sutura – le responde un residente de segundo año. Hoy, temprano lo vimos en Terapia. Las funciones vitales son normales pero aún no ha orinado el volumen adecuado por lo que con el internista decidimos dejarlo un día más en la Unidad Intensiva.

—¡Vamos a verlo! – le contesta Adrián – ¿Nos queda algún otro paciente allí?

—No, los pasamos a todos a las salas comunes – le responden mientras se ubican a su lado.

Todo el grupo ingresa en la Unidad. Adrián queda conforme con la palpación de su abdomen y se fija en la bolsa colectora de orina. Le informa al paciente que lo escucha con expectación que lo encuentra muy bien pero que necesitará recibir un suplemento de sueros porque debe orinar mejor. Le toma su mano, le asegura que pronto lo pasarán a una sala con sus familiares y lo saluda sonriéndole.

—Regresemos al quirófano – le indica a sus residente y, cuando se dirigen a la salida, en la primera cama observa de reojo a una joven dormida con sus cabellos rubios recogidos sobre la almohada.

Continúa caminando pero, imprevistamente se detiene. Regresa. Se le acerca. La mira y frunciendo su entrecejo por el impacto emocional, comenta con voz cuchicheada

—¡Yo la conozco! Es la persona que ayer vino por una receta ¿Por qué está internada?

—No sabemos porque no es paciente nuestra – le informan.

—¡Llamen al Internista! – angustiado y como una reacción instintiva se posiciona a su lado y le toma el pulso.

Apresuradamente acude el médico internista de guardia y Adrián le pregunta.

—¿Qué pasó con esta chica?

—Me informaron al tomar la guardia que ingresó anoche de urgencia por un traumatismo de cráneo y tórax. No sabemos quién es porque no se encontró ningún documento entre sus ropas.

—¿Y quién la trajo? – inquiere Adrián.

—Un taxista que estaba muy nervioso argumentado que la chica “se arrojó” cuando el pasaba. Inmediatamente, se detuvo y la trajo. Lo encomiable es que no había ningún testigo y fue en una calle obscura y con escaso tránsito.

—Encomiable, ¿por qué? – interesado le pregunta Adrián.

—A favor del taxista. Bien pudo haberla abandonado si se hubiera sentido culpable del accidente.

—No hubiera sido una conducta apropiada.

—No, en absoluto, pero …, ¡hoy los códigos han cambiado!

—¿Lo sabe la policía?

—Sí y están esperando que se despierte para interrogarla y nosotros para realizarle una tomografía. Anoche no pudieron hacerla por el cuadro de excitación que tenía.

—Doctor, yo la vi ayer pero se me escapó del consultorio. Avíseme cuando la trasladen al piso porque considero que algún problema grave tiene y obviamente lo está ocultando.

—Ya le hemos suspendido todas las drogas tranquilizantes y estamos esperando que se despierte. Si el estudio tomográfico no muestra lesiones es posible que después de mediodía la bajemos a una sala individual.

—Perfecto, pero avise a Enfermería que la controlen “para que no se escape” del hospital. ¡Por las dudas, que a su vestimenta no se la dejen en la habitación y si las pide que no se la entreguen sin una orden médica!

Finalizada sus tareas asistenciales, Adrián se dirige a la sala individual donde ha sido internada su enigmática personaje. En el pasillo se encuentran dos hombres trajeados, con portafolios y rostros enjutos que presiente pertenecen al Tribunal de Justicia. Golpea la puerta y sin esperar la respuesta ingresa a su interior. En ése instante, un neurólogo asistido por una enfermera la están examinando. Al verlo a Adrián le comunican

—Ha recuperado todos sus sentidos y ni por el examen neurológico ni por la tomografía se evidencian signos de foco por lo que de mi parte es posible darle el alta. Tampoco han corroborado lesiones torácicas.

Adrián asiente con su cabeza. Ambos se retiran y él se sienta en una silla a su lado. Ella dirige su mirada en sentido opuesto, con una sensación de completo desinterés por su presencia. Incluso, desconoce si lo ha reconocido.

—Julia o como te llames – suavemente trata de atraer su atención – Te pido que me escuches. Nuestro propósito es ayudarte en lo que necesites. Comprendo tu negación para ocultarnos tus datos pero afuera hay dos funcionarios de la Justicia que necesitan interrogarte. El taxista que te trajo aún está detenido y creemos que no ha tenido la culpa. Es importante que digas que sucedió para que lo liberen ¡Te lo ruego! ¡Por favor! Después, todo lo que te martiriza lo podemos conversar.

Pero ella continúa inmutable y permanece en silencio.

Adrián insiste.

—Te reitero que no sé si tu nombre es Julia. Pero ayer, después que te fuiste del consultorio, salí a buscarte …, – y pausa – Incluso fui al domicilio que me dejaste. Ahora deben pasar los funcionarios. Llevan varias horas esperando que te recuperes y que los autorices a ingresar. Yo permaneceré a tu lado … creo que para darte seguridad. ¡Necesitan tu declaración!

Y lentamente, al percibir que se trata del médico que consultó gira su cabeza. Lo mira y comienza a lagrimear. Adrián le toma una mano y con voz convincente le dice.

—¡Te pido que me creas! Trataré de ayudarte en todo lo que pueda.

Ella asiente y él se pone de pié. Abre la puerta, hace pasar a las dos personas que aguardaban, se presenta y acerca una segunda silla permaneciendo apartado en el rincón más alejado para que ellos la puedan interrogar reservadamente y sin que él se interiorice de su testimonio.

—Señorita, somos Oficiales de Justicia y necesitamos conocer algunos detalles que nos pueda revelar sobre su accidente – le informan.

Sin tardanza, ella les responde.

—¡El conductor del taxi no tiene la culpa … ¡Venía caminando preocupada … por un problema personal… y … al intentar cruzar la calle … no advertí que se aproximaba un coche …!Debía haber mirado … previamente … pero ¡no lo hice! Todo fué por un error… exclusivamente mío ¡Le reitero! ¡Él no tiene la culpa de nada!

El Oficial la interrumpe.

—¿Puede decirnos su nombre?.

—Anna con “doble n”. Es mi único nombre y Veker es mi apellido …, – le responde con voz susurrada Tengo 21 años y vivo en Avenida Libertad 1550.

—¿Y tu documento de identidad?

—Me lo olvidé en mi casa pero le puedo dar el número.

—¿Tiene algún familiar para contactarlos?

—Solamente mi padre …, pero está de viaje. Mi madre falleció hace 6 años.



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