Permíteme amar otra vez - Danperjaz L.J - E-Book

Permíteme amar otra vez E-Book

Danperjaz L.J

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Beschreibung

Después de una desilusión amorosa, y una huida para protegerse a ella y a su hijo, Katherine Flint se ha empeñado en empezar de cero y mantener bien los pies sobre la tierra. Lo único que desea es una vida sencilla, alejada de las mentiras y los engaños. Sin embargo, el amor, es algo que no entra en sus planes, por eso cuando llega a casa de William Hayes, un hombre que no solo le brinda trabajo, sino que es capaz de hacer que vuelva a sentirse amada de nuevo, se niega a dejarse llevar por la pasión que despierta en ella. Kate no está dispuesta a volver a amar, y mucho menos poner en riesgo de nuevo no solo su corazón, también el de su hijo. "Cuando el amor llega sin pretenderlo, sin avisar, se convierte en un huracán que te arrastra sin remedio".

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Índice de contenido
Portada
Entradilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
1
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5
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20
21
Epílogo
Agradecimientos
Más Nou Romántica

.nou.

EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: Permíteme amar otra vez.

 

© 2018 Danperjaz L.J.

© Portada y diseño gráfico: nouTy.

 

Colección: Noweame.

Director de colección: JJ Weber.

Editora: Mónica Berciano.

Correción: Sergio Alarte.

 

 

Primera edición marzo 2018.

Derechos exclusivos de la edición.

©noueditorial 2018

 

ISBN: 978-84-17268-21-3

Edición digital marzo 2018

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

 

Más información:

noueditorial.com / Web

[email protected] / Correo

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noueditorial / Facebook

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la memoria de Gladys, porque también merecías tu final feliz.

A mi madre, porque solo ella sabe lo que esto representa para mí.

 

 

 

Prólogo

 

 

«Es suficiente», se dijo Katherine Flint por enésima vez esa mañana, mientras levantaba a su pequeño Liam en brazos. Por supuesto que tenía suficiente. No era la primera vez, y estaba segura de que tampoco sería la última. Axel, el hombre a quien creía amar, estaba parado al otro lado de la acera, con su traje pulcramente limpio, y miraba por encima del hombro al pequeño niño en sus brazos.

No había visto el momento exacto en que el pequeño Liam había escapado de su mano para correr a los brazos de su padre. Axel iba con una mujer rubia, del tipo de mujer que todos se giraban a ver cuando pasaba por la calle. Al descubrir al pequeño se había puesto de rodillas a su altura, mientras el niño jalaba el pantalón de Axel diciendo «papá».

La mujer se había levantado exaltada, y por un instante llegó a creer que todo se descubriría y que Axel le confesaría por fin a su esposa que ella era su amante y el pequeño Liam su hijo; sin embargo, en contra de todo lo que ella había pensado, Axel no descompuso su rostro severo. Se dedicó a observar al niño con aquel aire de superioridad que lo caracterizaba.

Y Kate tembló.

Tembló de coraje y de miedo, porque no reconocía al hombre que estaba frente a ella. No era el Axel que le decía que la amaba y le hacía el amor. Ese hombre los miraba como si fuesen unos pobres infelices.

—Este niño te ha llamado padre —dijo la mujer, sorprendida por las palabras del niño. Kate miró a Axel y luego a su esposa. ¿Era demasiado pedir que dejara de mirarlos de aquella forma? ¿Como si no valiesen nada?

—Se debe de haber equivocado. —La voz de Axel salió fría y sin ninguna pizca de consideración por su hijo, que lo miraba con los ojos llorosos. De pronto, el aire le parecía tan pesado y horroroso que casi le costaba respirar.

Axel estiró la mano para tocar la mejilla al niño y Kate lo alejó de él al instante, llena de pánico. No volvería a hacerles daño.

—Lo siento, su padre murió hace unos días y aún está consternado —mintió. Axel la miró como si hubiese dicho la cosa más absurda, pero ella no pensaba seguir con aquello.

Ya lo había hecho antes. Cuando el niño tuvo el festival en la escuela, él no había ido porque tenía un viaje con sus hijos y su flamante esposa. Y luego, en un centro comercial, Liam lo había visto con aquellos niños, sus hijos legítimos, y él no se había dignado a darle explicaciones. Ese día, su hijo había vuelto hecho un mar de lágrimas porque su padre lo había ignorado y le había hecho de menos.

Y ahora, eso; era el colmo.

Liam tenía siete años, era un niño inteligente y sabía que su padre no vivía con ellos porque tenía otra familia, pero él aún no lograba comprender por qué no debía hablarle frente a esa otra familia, cuando él también era su hijo. Y ella no sabía cómo explicarle eso.

Se disculpó una vez más frente a ellos y se alejó de ahí con los gritos de Liam hacia su padre. Subió al taxi obligándose a no girarse a verlo, sabía que no podría detenerse. El corazón se le hizo pedazos, pero se obligó a contener las lágrimas hasta que llegó a casa.

La niñera que la ayudaba con el niño la miró de pies a cabeza sabiendo, una vez más, lo que había ocurrido. Ya no era necesario explicárselo.

Llevaba siete años pasando por lo mismo. Desde que había conocido a Axel en el hospital de Manhattan, había quedado completamente enamorada de él.

En aquel entonces, Axel estaba de pasante y ella acababa de salir de la facultad de enfermería. Había caído redondita a sus pies y tuvo la mala suerte de enamorarse hasta la médula. Ni siquiera le importó que estuviese a punto de casarse. Ni siquiera le había importado que le propusiera ser su amante con tal de estar a su lado, pero jamás creyó que esa vida entre las sombras sería más desgraciada que cualquier otra.

Nunca había salidas en familia, porque era la amante, así como tampoco había festejos de aniversarios, porque el señor importante no tenía tiempo para ellos. Solo una vez a la semana.

Miró el piso en el que estaba. Axel le daba lo que necesitaba, los lujos con los que toda mujer deseaba vivir. Era un edificio bonito y tranquilo. Nunca había vecinos molestos, ni nada que le hiciera querer huir de ahí, y sin embargo, sí que quería salir huyendo. No quería esos lujos, quería a su hijo feliz y ella… ¿Qué quería ella? Ya ni siquiera estaba segura de lo que sentía por Axel.

—¿Se encuentra bien, señora? —La voz de la niñera la sacó de sus pensamientos. Kate asintió mientras apretaba la mano de Martha. A ella la había contratado Axel para que la ayudara con Liam. Levantó la cara hacia su hijo, que descansaba en la cama, y las lágrimas salieron por fin como un torrente.

No podía seguir de ese modo. No podía permitir que su pequeño creciera viendo cómo su padre lo ignoraba cada vez que se topaban en la calle con su otra familia.

«Qué tonta», pensó. Ella era la otra. Respiró profundo antes de levantarse. Se agachó debajo de la cama y sacó las maletas vacías. A continuación, caminó hasta el armario y comenzó a sacar la ropa para guardarla.

—Martha, por hoy ha sido todo, nos vemos… luego.

—¿A dónde piensa ir, señora? —Kate quiso decirlo, pero no lo hizo porque en realidad tampoco sabía a dónde iría. Sorbió por la nariz.

—Aún no lo sé, pero estoy segura de que Axel te pagará tus honorarios. Por eso no te preocupes.

La mujer se levantó del mueble y la ayudó a meter la ropa dentro de la maleta para que pudiese terminar más rápido.

—No me importan los honorarios. Me importan usted y el niño.

—Has sido de gran ayuda, Martha, de verdad agradezco lo que has hecho por nosotros durante todo este tiempo —respondió. La mujer cerró la maleta que acababa de llenar y luego miró a Kate a los ojos.

—Mi mejor amiga trabaja en Montana, en la mansión de una familia adinerada, dice que el sueldo es bueno y me ofreció trabajo, pero no quiero salir de la ciudad por ahora. Sin embargo, si a usted le interesa, le doy el número de teléfono y la dirección de la casa. No es un gran trabajo, pero es lo único que puedo hacer por usted.

—Martha, no creo que sea…

—No se preocupe —la interrumpió—, que yo no sé nada de su paradero desde este momento, señora.

Martha caminó hasta su bolso, que estaba sobre una silla, y rebuscó hasta que encontró lo que buscaba. Metió una tarjeta dentro del bolso de Kate y le sonrió.

—Mucha suerte, señora, ojalá que pueda ser feliz.

Entonces, Kate tomó las maletas y se llevó a su hijo lejos de Axel y del mundo de mentiras que lo rodeaba. No estaba muy segura del trabajo del que Martha le había hablado, pero no tenía nada que perder. Ya había caído hasta el fondo y estaba dispuesta a rehacer su vida en un lugar donde nadie la conociera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

 

 

William Hayes se levantó de su butaca de acompañante y miró de nuevo el cuerpo sobre la cama. La cara pálida de Natalia y sus cabellos negros se esparcían por toda la blanca y pulcra almohada. Estaba tan preciosa como siempre, nunca negaría ese hecho.

Giró la cara hacia la ventana, donde el sol alumbraba. «Qué irónico», pensó. «Un bonito día soleado y no puedes verlo, Natalia». Los días soleados eran sus favoritos. Sus ojos llevaban un par de días cerrados y esperaba con intensidad el día que volviese a abrirlos.

No debería verla de aquella forma, con aquel sentimiento que no reconocía. ¿Lástima? Seguramente. Antes del accidente había pensado que la odiaba, que era la mujer más detestable que había conocido. Aunque viéndola de esa forma, en ese momento, estaba convencido que era una tontera odiarla solo porque no pusiese de su parte para que el matrimonio funcionara. «Forzar al amor, es como intentar que un manzano dé limones». Ahora lo sabía.

Se habían casado solo porque las empresas de su familia se habían visto beneficiadas con la unión. Y a pesar de los cinco años de matrimonio y de intentar que aquello funcionara, nunca pasó.

Natalia no había soportado aquella vida sin amor y había decidido que lo mejor era irse de su lado. Por lo que había tomado sus maletas y se había ido con su amante.

William había pensado que después de todo estaba bien; si ella no hubiese tomado la decisión, él habría terminado por hacerlo. No obstante, sus planes habían quedado arruinados con aquel accidente de auto en el que había muerto su amante y ella había quedado en coma.

Él se había hecho cargo de todo y la había llevado de vuelta a casa. No sabía cuándo iba a despertar. El neurólogo había dicho que estaba sana y estable. Su actividad cerebral era normal, y según las evaluaciones, ya debería estar consciente. Pero no lo estaba, por lo que lo único que les quedaba hacer era esperar.

Le subió la manta para cubrirla un poco.

Ella nunca trató de luchar por ellos. Siempre se mostró práctica. De modo que hacerle el amor siempre fue una tortura para ambos. Natalia no lo miraba y cuando él se acostaba a su lado, la escuchaba llorar. Había veces que se sentía un hombre repugnante por hacerla estar con él. No la obligaba, pero tampoco dejaba de insistir. Así que, al final, había decidido dejar de intentarlo y cambiarse de habitación.

Natalia nunca había sido feliz a su lado, nunca había reído para él a menos que la gente los viera, y eso pasaba muy poco.

Alejó aquellos pensamientos de su cabeza. Pasó de largo las otras habitaciones hasta que llegó al despacho y se enfrascó en las cuenta de la empresa, en los nuevos proyectos y en algo que le hiciese olvidar que su vida no era la que el mundo creía. Que estaba muy lejos de ser lo maravillosa que aparentaba desde el día de la boda.

El médico le había dicho que si le hablaba a Natalia tal vez ella volviera en sí, pero William no estaba tan seguro de que sus palabras fuesen a salvarla del abismo. No lo hicieron en cinco años de matrimonio, entonces, ¿por qué habría de ser diferente ahora?

Llamaron a la puerta y tuvo que levantar la mirada del ordenador para encontrarse con su mayordomo parado en el umbral. Tenía el porte despreocupado de siempre y era parecido a todos los mayordomos que él conocía. William se preguntó si siempre había tenido esas canas. En realidad no recordaba desde cuándo empezó ese hombre a servir a la familia Hayes.

—Tienes una visita, señor —dijo el hombre después de aclararse la garganta. William miró su reloj. No había nadie que visitara la mansión desde que… bueno, en realidad desde que se había casado con Natalia.

—¿De quién se trata? —preguntó enfrascándose de nuevo en la computadora. El mayordomo continuó de pie con el rostro severo hasta que William levantó la cara para atenderlo de nuevo—. Vamos, no tengo todo el día.

—Se trata de la señora Katherine Flint. —William enarcó una ceja esperando algo más. No hubo nada. El mayordomo dijo aquello como si él fuese a adivinar quién era esa mujer.

—¿Y quién demonios es Katherine Flint? —preguntó exasperado.

—Viene por el puesto de enfermera.

—Pues entonces atiéndela, hazle la entrevista y decide según tu criterio.

—Muy bien, señor —dijo Miles, el mayordomo, antes de salir y cerrar la puerta con un ligero clic.

William volvió a concentrarse en el trabajo, aparentando que todo estaba bien.

 

♥♡ ♥

 

Kate dejó las maletas que llevaba dentro de la habitación que el mayordomo le había dado. Liam brincó sobre la cama emocionado en cuanto entraron, haciendo que el mayordomo carraspease para que el niño se comportara. Le aseguró que se portaría bien y, satisfecho, el hombre se marchó para dejarla instalarse.

—Debes comportarte, cariño, ¿entiendes? —Liam asintió mientras sonreía emocionado. Los ojos de Liam eran tan verdes como los de Axel, pero en ese momento no encontraba ni una pizca de su padre en ellos. Una nueva punzada de dolor la embargó y tuvo que dejar de mirar al niño para no derramar las lágrimas de nuevo.

Levantó la cara para ver la habitación. Era bastante sencilla, después de todo era para los empleados. Había dos camas, dejando en medio de ellas un pequeño espacio con un buró y una lámpara encima de este. En el otro extremo, había un armario, y del lado opuesto una ventana que daba directa hacia el campo que se extendía hasta los límites de la finca. Pero aparte de eso, no había nada más. Solo un mullido sillón tapizado de negro que estaba junto al armario.

Bueno, no eran los lujos que tenía en el piso que le había comprado Axel, pero era mejor que nada. Además era un trabajo que le iba muy bien.

El mayordomo le había dicho que solo debía cuidar a la señora de la casa y atenderla. Había dado otro detalle, pero en realidad no lo recordaba.

Ah, claro, que no debía molestar al señor Hayes, que estaba en su despacho. Si había sido contratada era para que él pudiese estar más tranquilo y concentrado en su trabajo. Y bueno, no era tan difícil. No necesitaba cruzarse con ese hombre. Mientras tuviese una paga y techo por un tiempo, en el que conseguiría algo mejor, pues no habría problema alguno.

Ahora debía empezar a trabajar, conocer a la señora Hayes y atenderla lo mejor posible. Levantó la maleta y comenzó a colocar su ropa en el armario.

—¿Mamá, cuando veremos a papá? —Kate detuvo lo que estaba haciendo al escuchar la pregunta de Liam. ¿Cómo decirle a un niño de siete años que jamás volvería a ver a su padre?

—Hasta que yo termine mi trabajo aquí, cariño. Debes tener paciencia.

—¿Y por qué no vino con nosotros? —De nuevo Kate se detuvo. Esta vez dejó la ropa sobre la maleta y se giró a ver a su hijo. El niño la miraba ansioso por saber la respuesta a su pregunta, pero Kate no sabía realmente qué contestar.

Antes, al menos podía decirle a su hijo que su padre tenía mucho trabajo, pero que el fin de semana estaría con ellos. Y aunque a veces esos fines de semana nunca llegaban o eran cancelados por cosas más importantes que pasar un rato con su hijo, era consciente de que Axel hablaba con él.

Pero ahora no habría llamadas, ni fines de semana a su lado. Se aclaró la garganta antes de hablar para deshacer el nudo que se le formó.

—Papá tenía mucho trabajo, pero estoy segura de que luego nos alcanzará —mintió. Bueno, no estaba demasiado segura de haber mentido. En cuanto Axel se diera cuenta de que no estaba movería cielo, mar y tierra hasta encontrarlos, y ella estaba segura que las cosas empeorarían. Después de todo él era poderoso, y no faltaba decir que sabía muy bien cómo mover a la ley de su lado.

—¿Entonces puedo hablar con él? —Kate resopló frustrada. En esos momentos deseaba que su hijo fuese un poco más discreto y no hiciese tantas preguntas.

—No, cariño, no puedes hablar con él.

—¿Por qué? —insistió.

—Porque no —respondió rotunda, sintiendo que la garganta le dolía más que antes.

—Tú no quieres que vea a papá.

—¡Liam, basta! —dijo levantando la voz—. Estamos aquí porque tengo trabajo, veremos a tu padre en cuanto sea posible, ¿entiendes? —El niño negó con la cabeza, entonces ella volvió a suspirar desganada—. Hazme caso, cielo, y pórtate bien. El señor Miles se puede enojar si haces mucho ruido.

—El señor Miles me cae bien. No me va a regañar.

—Bueno, pero eso no quiere decir que no vaya a regañarte. No sabes si tú le caes bien. —Kate sonrió complacida porque había logrado alejar la atención de su hijo de las preguntas sobre su padre.

—Voy a investigar, y verás que tengo razón.

Kate negó con la cabeza y se acercó para darle un beso en la mejilla.

—Bien, solo trata de no hacer escándalo. Al dueño de la casa no le gusta el ruido, ya lo escuchaste del señor Miles. Es un hombre muy importante y el escándalo no le va bien. —Liam meneó la cabeza de forma afirmativa y brincó de nuevo sobre la cama. Kate puso los brazos en jarra haciendo que el niño se pusiera blanco como un papel y volviera a sentarse como si ella lo hubiese regañado.

—Así está mejor.

—Sí, mamá. —Y entonces ella sonrió, rompiendo el hechizo de madre gruñona que acaba de hacer. Liam le dio un beso y después ella salió para ir a conocer a la señora Hayes.

La casa era grande, mucho más grande de lo que había visto nunca. Incluso más grande que la de Axel. Sonrió ante eso. Al menos había hombres más poderosos que él. Cruzó el pasillo hasta la habitación del fondo. El señor Miles le había dicho que era la que estaba al final del pasillo, así que Kate se dirigió con toda seguridad hacia allí.

Al entrar, se encontró con una habitación completamente oscura. En el centro de la cama había una mujer cubierta con las sábanas hasta el cuello. Ahogó un grito horrorizado. La luz apenas entraba por entre las cortinas y lo único que daba un pequeño indicio de por dónde caminaba era la pequeña lámpara en el buró que estaba a un lado de la cama.

Kate caminó hasta las cortinas y las corrió de un solo movimiento, haciendo que la luz penetrara de repente en la habitación.

—Así está mejor, ¿no cree? —dijo a la mujer de la cama, como si pudiese escucharla. La cual, obviamente, no se movió. Se acercó a ella y la miró detenidamente.

Era una mujer bellísima. El cabello negro se esparcía por la almohada dándole un aire de superioridad. No sabía de dónde había sacado esa conclusión, pero si de algo podía estar segura es de que esa mujer era una verdadera belleza.

Y Kate no era del tipo de mujer que se fijaba tanto en la belleza de otra mujer. Sí lo había hecho con la esposa de Axel, pero trataba de justificarse diciendo que era una mujer con la que competía por su amor.

Dejó escapar un suspiro mientras le pasaba una mano por el cabello a la mujer, acomodándole uno de los mechones negros detrás de la oreja. Y por el aspecto con que la había encontrado en la habitación, sentía que necesitaba más compañía. Seguro que su esposo debía de estar muy ocupado, por lo que su trabajo empezaba desde ese momento.

—¿Sabe? —empezó a decir—. Creo que necesito esto igual que usted. Acabo de terminar con Axel y siento que el mundo se me está acabando. —Bajó la mirada hacia la cara blanca de la mujer y se sintió patética. No por estar hablando con ella, porque sabía que las personas en ese estado eran capaces de escuchar, pero no debía estar diciéndole esas cosas a ella—. Lo lamento muchísimo, estoy aquí para cuidar de usted y no para estar contándole mis cosas.

—Eso mismo creo. —Kate se giró sobresaltada al escuchar la voz que le habló desde la puerta. Cuando levantó la cara, se encontró con un hombre apoyado en el marco de la puerta. La miraba con el ceño fruncido y con una expresión molesta en el rostro.

—Discúlpeme. No fue mi intención.

—Está aquí para cuidar de mi esposa, no para venirle a contar sus problemas —dijo él en un tono grosero que hizo que Kate se sintiera estúpida—. Si ese fuese el caso, conmigo sería suficiente. ¿No le parece?

Kate asintió con la cabeza sin saber qué decir. Ese hombre estaba siendo muy impertinente y desagradable. Bueno, tal vez estaba diciendo la verdad, pero no era el tono.

—Sí, señor —logró articular. Los ojos del hombre la miraron con curiosidad de pies a cabeza, haciendo que el calor se le subiera a las mejillas.

—Muy bien —dijo él de nuevo—, espero que Miles le haya explicado lo necesario. —Ella asintió—. Entonces ojalá que haga bien su trabajo y deje de meterle más preocupaciones a mi esposa. No me gusta la gente metiche.

Kate volvió a asentir mientras él se daba la media vuelta. Antes de salir dijo:

—Bienvenida a la mansión Hayes.

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

 

 

Una cosa era sentirse ofendida, y otra sentirse regocijada. No eran sentimientos que no hubiese experimentado antes, pero Kate pensó que nunca había pasado de un estado a otro tan rápido. ¿Todos los hombres de dinero lograban hacer eso? Supuso que era algo que los caracterizaba, puesto que Axel siempre lograba hacerlo. Bueno, no con ella, pero antes de comenzar su romance, la mitad de las enfermeras decían cosas parecidas sobre él.

Que si Axel era «bellísimo», que si Axel era «gruñonamente» sensual y que si Axel era «endemoniadamente» amable. Con ella siempre había sido endemoniadamente amable. Cosa que la hizo caer rendida la primera vez que se topó con él en la sala de enfermeras. Aún lo recordaba, él entró con una carpeta que guardaba los historiales médicos de sus últimos pacientes y ella ya estaba por irse a casa. Entonces, como ocurría en las novelas, tropezó con él y los papeles salieron volando hasta ir a dar debajo de la mesa que había en la habitación.

Ese día se había sentido torpe y hasta extrañamente tonta. Pero en cambio, él le sonrió de forma tan perfecta que sintió que las piernas se le hacían gelatina. Y entonces ahí empezó todo. Con miradas, y luego caricias, que pasaron a ser besos discretos y algún que otro toqueteo.

Debería haberse sentido avergonzada, pero siempre que trataba de recordarse su posición en el hospital le era más difícil teniéndolo a él cerca. Una noche, mientras salía, él la esperaba con un enorme ramo de flores pidiéndole que fuese su… bueno, su pareja. Meses más tarde se enteró de su compromiso y fue como si la bajaran del paraíso de un empujón. Se había sentido traicionada y engañada, pero para entonces ya era demasiado tarde. Ella estaba enamorada, aunque el problema principal era que Kate se había quedado embarazada y ya no hubo vuelta de hoja.

Era vivir con la deshonra y la pobreza, o vivir con la deshonra y el dinero que él prometía. Si a eso le agregaba sus promesas de amor, entonces podía ser una vida tranquila. No tendría que preocuparse de atender a un marido, y tampoco tendría que volver a trabajar.

Todo fue demasiado fácil al principio, pero las cosas fueron cambiando hasta que simplemente ya no sentía la misma pasión por él. Sabía que lo amaba, o al menos eso creía. Sin embargo, ahora sí se detenía a pensarlo. Quizá aquel amor había muerto el día que le hizo el primer desaire a Liam. Y los que siguieron le abrieron los ojos a la realidad. Se decepcionó tanto del hombre en que se había convertido Axel…

Y si llevaba siete años soportando todo aquello era porque creía que Liam necesitaba a su padre. Qué tonta había sido. Ese no era el tipo de padre que su hijo necesitaba. Se dejó caer en el sofá que había en la habitación de la señora Hayes mientras se tocaba el puente de la nariz.

La esposa de Axel era linda, hasta hermosa se aventuraba a decir, pero ¿en realidad ella podía competir con algo así? Siempre trató de no hacerlo, o al menos no de forma consciente. Porque en realidad, sí lo hacía. Ya lo había aceptado.

Se levantó de nuevo para dar vueltas en la habitación. La señora Hayes seguía imperturbable en su lugar. Kate sonrió.

—Bueno, al menos usted tiene un esposo que la quiere, ¿no es así? —Kate resopló mientras tomaba el agua y la esponja que estaban sobre la mesa que había a un lado de la cama. Comenzó a pasarla por los brazos de la mujer, y luego por las piernas. Deteniéndose solo lo suficiente para limpiarla bien.

Después de enjuagarla, darle masajes y humedecerla, salió de la habitación muerta de hambre. El señor Miles le había dicho que ella y su hijo comerían en la cocina con los demás empleados. «Como debe ser», se dijo.

No obstante, al entrar estuvo a punto de volverse en redondo. El señor Hayes estaba sentado en la isla de la cocina mientras mordía un pedazo de sándwich.

—Lo lamento, no quise…

—Oh, no te preocupes —la interrumpió—, puedes quedarte. Yo ya mismo me voy.

—No, es su casa —dijo como si no fuese algo evidente. El señor Miles, que estaba parado a un lado de la puerta trasera, la miró. Le hizo una negación con la cabeza y luego carraspeó para ofrecerle la silla que estaba a un lado del señor Hayes.

—Tome asiento, señora Flint. —Kate miró de nuevo al mayordomo y a la cocinera, que se movía de un lado a otro con verduras y algo más que Kate no lograba ver.

—Supongo que no habrá nada malo en compartir la mesa.

Él negó al mismo tiempo que daba otra mordida a su sándwich. Kate miró al hombre que tenía frente a ella. Ya sin esa cara de amargura con la que la había visto en la habitación, parecía un hombre bastante joven. Tenía el cabello negro y le caía de forma bastante graciosa sobre el rostro. Y más abajo tenía unos ojos preciosos color verde, como los de Axel, pero estos eran de un verde diferente. «Más profundo», pensó. Ya los había visto hacía un instante, pero ahora podía contemplarlos con más detenimiento. El señor Hayes levantó la mirada en ese momento, como si hubiese escuchado sus pensamientos o como si hubiese sentido su escrutinio. Ella se sonrojó.

—Bien, ya que no quiero irme de la cocina y usted no quiere que me vaya, entonces también podríamos compartir la hora del almuerzo —dijo él, y Kate asintió. Entonces, la cocinera puso un plato con un sándwich igual que el del señor Hayes.

—Por supuesto —contestó. Levantó de nuevo la mirada hacia el mayordomo que seguía parado. Parecía muy acostumbrado a eso. ¿Acaso no le había dicho que no debía molestarlo?

—Hace un día precioso, ¿no le parece? —Kate seguía pensando en lo que le había dicho el mayordomo en la mañana, así que fue incapaz de procesar lo que él le había preguntado.

—¿Eh? —El señor Hayes enarcó una ceja, pensando quizá que era una rotunda idiota—. Ah, sí, es precioso —atinó a decir, pero el daño ya estaba hecho, porque él no volvió a decir nada.