¡Pesadillas! La poción del sonámbulo - Jason Segel - E-Book

¡Pesadillas! La poción del sonámbulo E-Book

Jason Segel

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Beschreibung

Jason Segel nos presenta la segunda novela de su aterradora serie ¡Pesadillas! Desde que él y su pandilla lograron escapar de Mundo Tenebroso sanos y salvos, Charlie Laird duerme como un bebé la noche entera. Puede decirse que por fin tiene una vida de ensueño. Sin embargo, el temor por que las cosas cambien vuelve: el herbolario de Charlotte, antes el local más concurrido del pueblo, se ha quedado de la noche a la mañana sin clientela. Al parecer, hasta sus compradores más leales viajan ahora hasta Orville Falls por sus menjurjes y potajes. Más raro aún es que allá, en aquel pueblo, nadie parece conciliar el sueño. Todo mundo da de tumbos por las colinas como un montón de zombis descerebrados. Oh, Charlie conoce bien esta situación. Significa una sola cosa: la vida se está complicando de nuevo.

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Dedicado a Patricia Berne

Prólogo

Eran las diez y media de la noche y la única luz en el centro de Orville Falls provenía de la ventana de la redacción del periódico del pueblo. Adentro, una joven llamada Josephine seguía trabajando arduamente en su escritorio.

Cada dos segundos su boca se estiraba en un bostezo. Sus párpados querían cerrarse desesperadamente, pero Josephine no se los permitía. Estaba demasiado asustada para dormir. Durante días pensó que ella era la única. Ahora sabía que no era así.

Una epidemia de pesadillas estaba causando estragos en el pequeño Orville Falls. Sus ciudadanos reportaban despertar cada mañana con una sensación de terror que no podían sacudirse. Uno de los reporteros del diario incluso escribió un reportaje al respecto. El dibujo que Josephine bocetaba ilustraría el artículo. Mostraba un par de ojos acechando en la oscuridad. Eran los mismos ojos fríos, sin corazón, que parecían seguir a Josephine cuando se dejaba vencer por el sueño.

Estaba poniendo más tinta a las sombras cuando el sonido familiar de una campana le anunció que alguien había traspasado la puerta de la oficina. Josephine se levantó de un salto y derramó su café. Estaba segura de haber cerrado con candado, pero incluso con su corazón latiendo a toda marcha podía escuchar unos pasos sobre el piso de madera.

Josephine tomó el objeto más afilado que encontró, un abrecartas, y fue a investigar. Un hombrecito extraño estaba en pie frente a la recepción.

—Buenas noches, señorita —dijo, con un acento que ella no pudo identificar—. Me disculpo si la asusté.

No parecía apenado, pensó ella. Parecía engreído. Sus labios delgados estaban fijos en una sonrisa, que revelaba una muy desafortunada dentadura.

—La oficina está cerrada —dijo Josephine con severidad—. Tendrá que regresar mañana.

—Claro —dijo el hombre inclinándose. Mientras se dirigía hacia la puerta, Josephine vio que había alguien parado en la oscuridad detrás de él. Era una niña pequeña. Josephine pensó en su querida sobrina, que no era mucho mayor que esa niña, y de inmediato se arrepintió de su grosería.

—¿Señor? —dijo Josephine—. Disculpe. ¿Necesita algo?

Cuando dio la vuelta, Josephine vio que esa sonrisa inquietante seguía en su rostro.

—Me gustaría poner un anuncio en su periódico. Voy a abrir una tienda en la Avenida Principal esta semana.

Josephine forzó un poco de dulzura en su voz, por el bien de la niña.

—Bueno, encontró a la persona adecuada. Yo soy la caricaturista del periódico, y la columnista de consejos, además de la encargada del departamento de publicidad.

—Maravilloso —dijo el hombre—. Definitivamente es la persona que estaba buscando.

Extrajo una hoja de papel de su bolsillo y la deslizó por el mostrador.

—Esto es lo que quiero para el anuncio.

Tome el Tónico de la Tranquilidad

y Despídase de sus pesadillas

...

Disponible en Duerma Tranquilo

Avenida Principal, Orville Falls

—Bueno, es… muy claro —dijo Josephine, intentando no sonar desalentadora—, pero quizá pueda ayudarle a escribir algo más interesante.

La sonrisa del hombre se estiró aún más sobre su rostro.

—Oh, le aseguro que es bastante… interesante.

La extraña carcajada que siguió duró más de lo necesario. Después el hombre volteó hacia la niña y su risa se detuvo. Luego de un momento incómodo, Josephine rompió el silencio.

—¿Y este tónico en verdad funciona?

—Por supuesto —contestó el hombre—. Satisfacción garantizada.

—Entonces creo que voy a probar un poco —dijo Josephine en medio de un bostezo. Lo cierto era que hubiera probado cualquier cosa para librarse de sus pesadillas.

—Bueno, ya que ha sido tan amable… —el hombre extrajo un pequeño frasco color azul zafiro del bolsillo de su abrigo—. ¿Por qué no acepta un poco?, cortesía de la casa.

CAPÍTULO UNO

El zombi de Orville Falls

—Hola, Charlie. Anoche tuve el sueño más loco —dijo Alfie Bluenthal—. ¿Quieres que te lo cuente?

Habitualmente, Charlie Laird habría contestado con un firme ¡No! Durante los últimos meses había escuchado cientos de sueños de Alfie. Solían protagonizarlos Albert Einstein, Neil deGrasse Tyson o la mujer del clima y parecían durar una eternidad. Si hubieran sido pesadillas, Charlie habría escuchado con gusto. Las pesadillas eran lo suyo, y se consideraba un experto en la materia. Para Charlie, no había nada más aburrido que los sueños agradables de alguien más. Y la col rizada. Buenos sueños y col rizada.

Pero Charlie estaba de buen humor. Era el primer día caluroso de las vacaciones de verano, y Alfie y él estaban pasando el rato en una banca afuera de la heladería de Cypress Creek. Un cono triple con pasitas bañadas en ron, chispas de chocolate con menta y de sabor a goma de mascar bajaba lentamente hasta la barriga de Charlie. Tenía una hora libre antes de regresar a su trabajo de verano y no podía sentirse más contento.

—¿Por qué no? —le dijo a Alfie—. Escuchémoslo.

Mientras Alfie comenzaba a hablar, Charlie se recostó en el respaldo de la banca y dejó que su mirada vagara sobre el techo del comercio al otro lado de la calle y en la extraña mansión púrpura asentada sobre una colina que dominaba el pueblo. Trabajadores sobre escaleras terminaban de pintar la casa, cubriendo el deslucido color uva con una capa fresca de lila. Sobre la mansión, una torre octagonal se elevaba hacia el cielo. Una de las ventanas de la torre estaba abierta, y afuera una cometa con forma de pterodáctilo cabalgaba la brisa. La mano que sostenía la cuerda de la cometa era del hermano pequeño de Charlie, Jack. La extraña mansión púrpura era su casa.

Mientras Charlie escuchaba el parloteo de Alfie, jugaba a lamer cada gota de helado antes de que éstas llegaran al borde de su cono, y dejaba que la narración de Alfie le entrara por un oído y le saliera por el otro. Algunas frases aleatorias lograron alojarse en su cerebro: cumulonimbus, el Niño, ola de calor, zona de alta presión.

En el momento en que Charlie se llevó el último pedazo de cono a la boca, el sueño de Alfie llegó a su final.

—¿Qué crees que signifique? —preguntó Alfie.

—Lo mismo que todos los sueños que has tenido en los últimos tres meses —contestó Charlie, todavía masticando el cono—. Significa que estás enamorado de la mujer que anuncia el clima en las noticias del Canal Cuatro.

—Es una meteoróloga —lo corrigió Alfie, evidentemente ofendido de que su sueño épico fuera reducido a una oración—. Y tiene nombre, ¿sabes?

—Marina Monzón no es un nombre real —informó Charlie a su amigo.

—¿Cómo puedes decir eso? —espetó Alfie. El amor había convertido su otrora impresionante cerebro en puré—. ¿Estás diciendo que Marina lo inventó y ya? ¡Me gustaría que te escucharan el señor y la señora Monzón!

Charlie buscaba una manera delicada de enfrentarlo con la verdad cuando el azotón de una puerta de auto al otro lado de la calle llamó su atención. Un hombre de apariencia extraña emergía de una camioneta negra destartalada. Una nube de humo salía del toldo y tenía varias ventanillas estrelladas. El hombre era alto, llevaba el cabello oscuro y desordenado. Podía haber pasado con facilidad por un papá suburbano, con su camiseta polo y jeans, pero era evidente que había algo mal en él. Arrastraba los pies por la acera con la cabeza tan ladeada que parecía descansar sobre uno de sus hombros. Mientras caminaba, las suelas de sus Crocs apenas se levantaban del suelo. Y aunque Charlie estaba demasiado lejos como para asegurarlo, podría haber jurado que los ojos del hombre estaban cerrados.

Charlie le dio un codazo a Alfie y señaló al hombre.

—Mira. ¿Cuál es tu diagnóstico?

Alfie se acomodó sus pesados lentes negros y examinó al hombre.

—Mmm. Veamos. Extremidades rígidas. Renqueo evidente. Asombrosa falta de higiene personal. Y un calambre doloroso en el cuello. Considerando todo eso, diría que es muy probable que haya regresado de la muerte.

Charlie se irguió como un clavo en el borde de la banca. Hacía meses que no sentía una descarga de emoción de esa magnitud.

—¿Crees que ese tipo es un zombi?

Alfie se carcajeó y lamió su cono.

—Estoy bromeando. ¿Cómo va a ser un zombi? El portal a Mundo Tenebroso está cerrado —en cuanto pronunció esto, la sonrisa se desvaneció de su rostro. Lentamente, volteó a ver a Charlie—. Sigue cerrado, ¿verdad? —preguntó en un suspiro.

—Claro —contestó Charlie—. ¿Por qué no habría de estarlo?

No era una buena respuesta para ninguno de los dos. Ambos chicos se quedaron callados mientras sus miradas se dirigían hacia la casa en la colina.

La mansión púrpura en la que vivía Charlie no era como el resto de las casas en Cypress Creek. Mientras las demás eran tan lindas como una camada de cachorrillos, la mansión se parecía más a un enorme dragón posado sobre una roca. Se había asentado en la colina antes de la fundación de Cypress Creek, y sus ocupantes habían dominado la vista del pueblo desde entonces.

Un hombre llamado Silas DeChant había construido la mansión y la madrastra de Charlie, Charlotte, era la tataranieta de Silas. Durante ciento cincuenta años, algún miembro de la familia DeChant había ocupado la mansión. Era el deber de la familia proteger al mundo del terrible secreto de la casa.

Ese secreto se encontraba en el pequeño cuarto de seis paredes sobre la torre. Los pocos que lo conocían lo llamaban “el portal”. Era una puerta entre Mundo Despierto y la tierra de las pesadillas. Afortunadamente, no muchos sabían de él. La mayoría de los humanos sólo visitaba Mundo Tenebroso cuando dormía, y las horribles criaturas que lo habitaban debían permanecer ahí.

Pero el portal se había abierto por accidente dos veces en el pasado. Las pesadillas se habían colado a Cypress Creek, y cosas inenarrables estuvieron a punto de suceder. Si el portal volvía a abrirse, sería tarea de sus guardianes reunir a esas criaturas y regresarlas a su lugar de origen. Durante casi dos siglos, una sola persona había tenido ese encargo. Ahora, por primera vez, el portal tenía tres guardianes viviendo en la casa. Charlie Laird era uno de ellos.

En la banca afuera de la tienda de helados, Charlie y Alfie miraban cómo el hombre zombiesco azotaba detrás de sí la puerta de una tienda al otro lado de la calle.

—Debería ir a averiguar qué está pasando —dijo Charlie con el corazón latiéndole con fuerza.

—Voy contigo —Alfie se metió el resto de su cono a la boca y lanzó la servilleta al cesto de basura.

Llegaron al escaparate del comercio a tiempo para ver al hombre dejar un billete sobre el mostrador y dirigirse a la puerta con los brazos cargados de latas de pintura.

—¡Espere, su cambio! —gritó el encargado mientras la puerta se abría. El hombre arrastró los pies hacia la acera, sin dar señales de haberlo escuchado.

Ahora el extraño hombre iba en dirección a los chicos. Mientras se acercaba, Charlie pudo ver que sus ojos estaban abiertos. Ligeramente abiertos. Pero no había mucha vida dentro de ellos. Un delgado hilo de baba goteaba de una de las comisuras de su boca y alimentaba el charco gigantesco que tenía en el frente de su camiseta, por encima de un pequeño escudo cosido en el bolsillo izquierdo. El logo exhibía una pelota de futbol con llamas.

Charlie y Alfie se escabulleron detrás de un auto estacionado y se agacharon segundos antes de que pasara el hombre. Un olor espantoso lo acompañaba, y Charlie se cubrió el rostro con la mano. Vivo o muerto, el tipo no se había bañado en un buen rato.

Una vez que pasó el hombre, Charlie soltó su aliento.

—¿Viste el logotipo de su camiseta? —susurró Charlie—. Estoy seguro de que lo he visto por ahí.

Alfie entrecerró los ojos.

—No puedo ver mucho. Mis ojos siguen llorosos por el olor y ahora mis lentes están empañados. Ese hombre… apesta. ¿Tienes idea de qué es el logotipo?

—Nop —admitió Charlie. Se incorporó—. Creo que vamos a tener que preguntarle de dónde es y ya.

—¡De ninguna manera! —aulló Alfie mientras limpiaba sus lentes—. ¡No voy a hablar con ese hombre!

Charlie levantó una ceja.

—¿Qué pasa, Bluenthal? —preguntó—. ¿Tienes miedo?

La palabra miedo ejercía un poder mágico sobre Alfie. Lo levantaba y enderezaba su columna.

—Sí —dijo, sin un pelo de vergüenza—. ¿Tú?

—Mucho —confirmó Charlie—. Y por eso debemos hacerlo.

—Supongo que tienes razón —suspiró Alfie, desinflándose. Sus viajes a Mundo Tenebroso les habían enseñado mucho. La lección más importante era nunca huir de una criatura de pesadilla. Para que se fueran, debías enfrentar a las que te daban miedo. Si intentabas escapar, la pesadilla sólo se alimentaría de tu miedo. Pronto comenzaría a aparecer en tus sueños todas las noches.

—Bien —dijo Charlie—. Porque no creo que nos guste recibir la visita de ese tipo después del anochecer. Vamos, o se marchará —el hombre ya estaba acercándose a su auto.

—¡Disculpe! —gritó Alfie—. ¡Señor!

—¡Hey, el de la pintura! —gritó Charlie. No había tiempo para la amabilidad. El hombre gruñó pero no volteó.

Charlie lanzó una mirada de preocupación a Alfie. No era una buena señal. Junto con el exceso de saliva y el arrastre de pies, los gruñidos eran rasgos propios de los zombis.

—¿Podemos ofrecerle un poco de un jugoso cerebro? —gritó Alfie.

—¿Mmmmm? —la cabeza del hombre giró hacia los chicos mientras sus pies seguían avanzando. Se detuvo repentinamente y dejó caer las latas. La pintura azul voló por todas partes mientras las rodillas del hombre se vencían y caía al suelo como un bulto sin vida. Un corte rojo comenzaba a asomarse en su frente.

—¡Rápido, llama al 911! —le dijo Charlie a Alfie al tiempo que corría hacia el hombre. Cuando lo alcanzó se puso de rodillas, se quitó la camisa que llevaba sobre la camiseta de El Herbolario de Hazel y la preparó para presionarla contra la herida. Pero la expresión en el rostro del hombre lo detuvo. A pesar de la sangre, el hombre parecía en paz. Permanecía ahí con los ojos cerrados y una sonrisa placentera en el rostro, como si disfrutara de un buen sueño.

Alfie llegó al lado de Charlie.

—Ya viene en camino una ambulancia —dijo. Y vio la expresión en el rostro del hombre—. Vaya que necesitaba una siesta —Alfie se quitó la mochila y comenzó a buscar sus herramientas—. Ahora que está dormido, examinemos a nuestro espécimen.

—Podrá ser un zombi, pero eso no lo convierte en un experimento científico —Charlie advirtió a su amigo—. No puedes disecarlo, Alfie.

—No se puede disecar a una persona hasta que esté muerta —Alfie había sacado una pequeña lámpara de su mochila—. Estoy seguro de que este tipo sigue vivo, así que técnicamente sería una vivisección. Pero no te preocupes, no voy a cortar nada —abrió uno de los párpados del hombre e iluminó el ojo con la lámpara—. Sí, el reflejo fotomotor es bueno. El tallo cerebral funciona bien.

Charlie utilizó su mano libre para sacar la billetera del bolsillo del hombre y se la pasó a su amigo.

—Gracias, doctor Bluenthal. Ahora vea si puede encontrar una identificación mientras yo lo sigo auscultando.

Alfie rebuscó en la billetera abultada y sacó una tarjeta azul y amarilla.

—Este tipo necesita un poco de organización. ¿Qué diablos es Blockbuster Video? —después de unos intentos más, encontró una licencia de conducir—. Aquí dice que se llama Winston Lindsay. Tiene cuarenta y cuatro años. Donador de órganos. Vive en el número veintisiete de la Calle Newcomb en Orville Falls.

—¿Orville Falls? —repitió Charlie, incrédulo. Orville Falls era un pueblito muy bonito enclavado en las montañas. Estaba a media hora en auto de Cypress Creek, pero Charlie no solía visitarlo—. ¿Vino hasta acá por pintura? ¿No tienen dónde comprar en Orville Falls?

—Tienen dos lugares, de hecho —dijo Alfie.

Charlie lo miró. A veces se preguntaba si en verdad ese chico lo sabía todo.

Alfie suspiró.

—¿Recuerdas cuando mis papás me mandaron a ese campamento horrible en Orville Falls? Los encargados me encerraron y me obligaron a hacer manualidades. Tenía que escaparme para pedir libros de la biblioteca.

—Cómo olvidarlo —dijo Charlie, sonriendo ante el recuerdo de los regalos que había traído Alfie al final de su calvario—. Todavía tengo ese búho de macramé que hiciste.

Escucharon el sonido de una sirena a la distancia. En un par de segundos se había convertido en un chillido ensordecedor mientras el vehículo se detenía en la Avenida Principal y dos paramédicos con uniforme azul brillante bajaban de la parte trasera.

—Buenas —dijo uno de ellos con una voz estruendosa, perfecta para un superhéroe—. ¿Ustedes son los que reportaron?

—Ajá —murmuró Alfie. Por un momento, parecía que lo único que podía hacer era mirar con asombro a los paramédicos, pero Charlie le dio un codazo y la ciencia comenzó a salir de su boca—. El sujeto está inconsciente, pero el reflejo fotomotor indica…

Una segunda paramédico empujó a Alfie y se puso de cuclillas junto a Winston Lindsay.

—Buen trabajo al detener la hemorragia —le dijo a Charlie mientras examinaba la herida—. ¿Son scouts o algo así, chicos?

—No, señorita —respondió Charlie. Casi nunca usaba la palabra señorita, pero ella era uno de los pocos adultos que lo requerían.

Charlie vio cómo se enderezaba la columna de Alfie.

—No soy un boy scout, pero me considero algo así como un médico aficionado —manifestó Alfie con orgullo—. He estudiado todos los textos esenciales, y…

—Qué bien, amiguito —lo interrumpió el primer paramédico antes de comenzar a descargar la camilla mientras su compañera examinaba al paciente.

—El reflejo fotomotor luce bien —anunció la compañera—. Pero parece que este hombre va a estar fuera un buen rato. Tenemos que llevarlo al hospital cuanto antes.

Alfie miró a Charlie y puso los ojos en blanco. Charlie podía imaginar lo molesto que podía estar su amigo. Ya era demasiado difícil tener doce años; la mayoría de los adultos apenas escuchaban. Ser un genio de doce años debía ser particularmente difícil.

Los paramédicos subieron a Winston Lindsay a la camilla, lo amarraron y lo pusieron en la parte trasera de la ambulancia. Charlie y Alfie comenzaron a subir también.

—Me temo que no, pequeños —dijo uno de los paramédicos, sacándolos de ahí—. Sólo familiares.

—¡Pero nosotros lo encontramos! —protestó Alfie—. ¡Quizá le hayamos salvado la vida! —no se molestó en decirles que también fueron los que lo pusieron en peligro al hacerlo caminar contra un poste de luz.

Charlie quería gritar de coraje, pero logró mantener una voz tranquila.

—Señor, necesitamos saber qué pasará con este hombre —dijo—. La situación podría ser mucho más seria de lo que cree.

El paramédico le dio unos golpecitos con el dedo a su placa, que tenía el logotipo del Hospital Westbridge.

—El horario de visita es de las nueve al mediodía —azotó la puerta y la ambulancia se alejó.

Charlie y Alfie corrieron a la heladería y montaron sus bicicletas. Charlie no podía permitir que el hombre escapara. Pero la ambulancia ya no se veía cuando él y Alfie tomaron el camino, y el sonido de la sirena se extinguía. Charlie comenzó a pedalear lo más rápido posible. Milagrosamente, la sirena comenzó a sonar más y más alto. Charlie miró sus pies asombrado y vio que Alfie hacía lo mismo. Parecían estar alcanzándola.

Los chicos tomaron una curva y frenaron. Frente a ellos, la ambulancia estaba detenida en un alto. Las puertas traseras del vehículo se encontraban abiertas y los dos paramédicos permanecían a su lado, mirando hacia un matorral a un costado del camino. Ambos tenían una expresión pasmada, y uno de ellos mostraba el inicio de un impresionante moretón en el ojo.

Charlie miró hacia el suelo. Un rastro de suero intravenoso salía de la ambulancia, cruzaba la calle y se internaba en el bosque.

—¿Qué pasó? —preguntó Alfie a los paramédicos.

—Lo más extraño que he visto —dijo uno de ellos en medio de una especie de bruma.

Después miró a su compañera—.

Hay que reportarlo.

La paramédico sacó un radio.

—Base, ésta es la Ambulancia Tres.

Se escuchó una voz a través de la estática.

—Diga, Ambulancia Tres.

—No van a creer esto. ¿Saben?, el tipo al que acabamos de recoger en la Avenida Principal, el de la herida en la cabeza…

—¿Qué pasa con él?

—Se ha escapado de la ambulancia.

Charlie y Alfie intercambiaron una mirada de preocupación.

—¿Qué? El hombre estaba inconsciente, víctima de una probable contusión…

—Es verdad. Estaba inconsciente cuando lo recogimos. Pero tuvimos que detenernos en un alto. El sujeto rompió las correas, se arrancó la intravenosa y salió por la parte trasera. Le dio un buen golpe a mi compañero en el proceso. Y corrió hacia el bosque.

—Pero ¿cómo es pos…? —comenzó a decir una voz escéptica al otro lado del comunicador.

—Espera, que no he llegado a la parte extraña —la interrumpió la paramédico—. Todo el tiempo que peleó con nosotros, este tipo apenas abrió los ojos. Ni siquiera creo que estuviera despierto.

—¿Cómo que no estaba despierto?

Charlie vio a la paramédico guardar silencio como si se esforzara por encontrar la palabra adecuada. Después apretó un botón y se llevó el radio a la boca de nuevo.

—Tal vez estoy loca, pero creo que era un sonámbulo.

CAPÍTULO DOS

El libro de los monstruos

El portal estaba cerrado. Eso era seguro. Mientras Alfie se había quedado a hablar con los paramédicos, Charlie salió a toda velocidad rumbo a la mansión púrpura. Al llegar, dejó su bicicleta en la entrada y subió las escaleras de dos en dos escalones hasta llegar a la habitación a lo alto de la torre. Había revisado el portal una y otra vez, hasta que estuvo completamente seguro de que la puerta a Mundo Tenebroso permanecía cerrada.

Pero Charlie no se podía librar de la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Tal vez Winston Lindsay no fuera un zombi, pero tampoco parecía humano. Había millones de criaturas en Mundo Tenebroso, y ninguna era igual. Cada una era tan única como los temores de las personas. Algunas reptaban, otras volaban… y unas más arrastraban los pies. Aunque el portal parecía estar cerrado, Charlie tenía que comprobar que Winston Lindsay no era una criatura de pesadilla.

Charlie bajó por las escaleras y salió por la puerta principal de la mansión. Necesitaba consultar a su madrastra cuanto antes. Charlotte DeChant sólo era un médico profesional, era el único adulto del lugar que podría reconocer a una criatura de pesadilla con sólo verla.

Mientras Charlie se acercaba a El Herbolario de Hazel, buscó con la mirada a su madrastra. Pero había tantas plantas luchando por un poco de luz del sol en la ventana del establecimiento que era imposible ver hacia adentro. La matriarca estaba en flor y a la bardana la cubrían grandes espinas púrpura. Charlie no pudo evitar notar que la polemonium estaba reseca. Y la belladona necesitaba un poquitín del fertilizante especial que había recolectado en los campos de pastoreo a las afueras del pueblo. El trabajo de verano de Charlie era cuidar de las plantas de su madrastra, y aunque era apestoso y exhaustivo —francamente peligroso a veces—, le había encantado desde el principio.

La campana sonó cuando Charlie atravesó el portal de El Herbolario de Hazel.

—Charlie, ¿eres tú? —preguntó Charlotte desde la sala de examinación en la parte trasera del local.

—¡Sí! —gritó.

—¡Genial! ¿Puedes traerme el ungüento de artemisa que preparé en la mañana?

—Claro —Charlie tomó el ungüento de una repisa y fue con Charlotte. Apenas había puesto un pie en la sala cuando brincó hacia afuera de nuevo.

—¡Santo cielo! —gritó Charlie—. ¿Qué demonios es eso? —había visto cosas horribles, pero pocas se comparaban con la monstruosa criatura que yacía sobre la mesa de Charlotte con sólo unos calzoncillos puestos. Su piel era de un rojo brillante y estaba llena de manchas, y se rascaba frenéticamente con ambas manos. Y aun así, por alguna razón, la cosa parecía divertida.

—¿Eso? —dijo una muy molesta mujer que vestía de blanco de pies a cabeza. Charlie no la había visto sentada en una esquina de la pequeña sala—. Eso es mi pequeño —volteó su mirada hacia Charlotte—. ¿No va a reprender a su asistente, señorita Laird? ¡Nunca había visto tanta rudeza!

Charlie vio que Charlotte se mordía el labio por un segundo como hacía siempre que quería quedarse callada.

—Disculpe, señora Tobias, pero debe admitir que su hijo no parece muy humano en estos momentos. Es el peor caso de hiedra venenosa que he visto en mi vida. Y Oliver ha estado aquí tres veces este verano. ¿Dónde es que sigue encontrándose con la hiedra?

—No tengo la menor idea —dijo la señora Tobias.

—Un momento, ¿ése es Ollie Tobias? —preguntó Charlie, dando un paso para ver más de cerca a la criatura.

—Hola, Charlie —el chico reía. Aunque estaba cubierto de ronchas y prácticamente desnudo, Ollie Tobias podía encontrar el humor en cualquier situación—. Me preguntaba si podrías reconocerme.

—¿Conoces a mi hijo? —resopló la señora Tobias.

—Vamos juntos a la escuela —contestó Charlie. Se llevaba bien con casi todos los chicos de la Escuela Primaria de Cypress Creek. No hacía mucho tiempo los había ayudado a todos a escapar de sus pesadillas.

Pero no era por eso que conocía a Ollie. Todos en la escuela lo conocían, porque tenía un don. No tocaba ningún instrumento ni sobresalía en deporte alguno. Pero podías encerrar al chico en un cuarto vacío con nada más que un clip y un sobrecillo de gelatina de limón y aun así encontraría la manera de meterse en problemas.

La madre de Ollie era igual de sobresaliente. Los chicos decían que era un genio para inventar castigos crueles e inusuales para su travieso hijo. Contaba la leyenda que una vez lo había hecho pararse en una esquina del pueblo con un gran letrero que decía ME COMO LOS CRAYONES DE LOS OTROS (aunque Ollie le había sacado ventaja a la situación rápidamente escribiendo Y HAGO POPÓ DE ARCOÍRIS al otro lado del letrero).

En otra ocasión, la señora Tobias, supuestamente, había obligado a su hijo a lavar todos los autos del estacionamiento de la escuela después de encontrarlo escribiendo HUELO A TRASERO con una barra de jabón en el auto de su maestro.

Charlie siempre había creído que las historias de Ollie y su mamá eran un poco exageradas. Pero el primer día de vacaciones de verano pasó frente a la casa de Ollie en su bicicleta. Cuatro mujeres vestidas de blanco jugaban croquet en el patio delantero y una de ellas había echado la pelota debajo de los setos que bordeaban la propiedad.

—¡Ollie! —gritó la mujer y el chico llegó corriendo. Estaba vestido como algún tipo de muñeco antiguo: pantaloncillos cortos, una camiseta a rayas con tirantes y un sombrero de paja. Detrás de él movía la cola lo que parecía una gran rata sin pelo.

Charlie miró cómo Ollie iba a los matorrales y dudó. Miró a las damas.

—Mamá, ¿tengo que ir por ella? —rogó—. Hay cosas asquerosas creciendo debajo de esos arbustos.

Su madre agitó su mazo de croquet como un arma mortal. Era el tipo de mujer que podía causarle pesadillas a un chico.

—Si no te gusta ser nuestro recogepelotas, recuérdalo la próxima vez que decidas afeitar al perro.

Ollie simplemente suspiró, se puso de rodillas y comenzó a buscar la pelota perdida.

Ahora, viendo el estado en el que estaba Ollie, Charlie sabía exactamente qué había debajo de esos arbustos.

—¿Ha jugado mucho croquet este verano, señora Tobias? —preguntó inocentemente.

Ollie se sentó sobre la mesa de un jalón como si acabara de tener una epifanía. Señaló con un dedo hinchado y rojo a su madre.

—¡Los arbustos! ¡Te dije que había cosas raras debajo de los arbustos y aun así me hiciste entrar en ellos!

La señora Tobias estaba pálida como una hoja de papel.

—Yo… yo… yo… —balbuceó. Sus ojos se entrecerraron mientras volteaba hacia Charlie—. ¿Cómo…?

—A veces paso en mi bicicleta frente a su casa. La he visto con sus amigas…

La señora Tobias parecía estar a punto de explotar cuando Charlotte intervino.

—Charlie —dijo, tomándolo de un brazo y llevándolo suavemente a la puerta—. ¿Te importaría atender el mostrador mientras termino con Oliver?

—Claro —Charlie suspiró al abandonar la sala. Se moría por dar a Charlotte la primicia del hombre de Orville Falls, pero debería esperar. No podía saber cuánto le tomaría a su madrastra untar suficiente ungüento sobre Ollie Tobias. Charlie tendría que investigar un poco sobre monstruos por su cuenta.

Sacó una gran carpeta negra del cajón del escritorio de Charlotte y se sentó detrás del mostrador. Pasó un dedo sobre el título que ella había trazado con tinta dorada en la portada. Después, comenzó a hojearla con cuidado. Mientras leía detenidamente el capítulo dedicado a los zombis, se maravillaba con las ilustraciones que Charlotte había dibujado. Sus zombis eran idénticos a los que él había encontrado durante su visita a Mundo Tenebroso. Ojos huecos. Carne morada. Extremidades cercenadas. A lo que no se parecían las ilustraciones de Charlotte eran al hombre de Orville Falls.

Charlie buscó en todo el libro. No había una sola pesadilla ahí que luciera como Winston Lindsay.

Charlie fue a la computadora junto a la caja registradora. Abrió una nueva ventana y tecleó torpe, tambaleante, baboso, gruñón. No sabía qué esperar cuando hizo clic en buscar.

El primer resultado fue una fotografía de los Jets de Nueva York de 1996. El segundo fue del sitio web de un hospital tan famoso que hasta Charlie había escuchado hablar de él. Casi tuvo que ahogar un grito cuando vio el título de la página: SONAMBULISMO: SIGNOS Y SÍNTOMAS. Era lo que había dicho la paramédico, que el hombre parecía un sonámbulo.

La campana de la puerta sonó y Charlie se aseguró de sonreír cuando volteó hacia ella. Una mujer confundida estaba en pie bajo el portal, con la cabeza oscilando como un ventilador antiguo.

—¿Tiene lirios? —preguntó.

—Disculpe, señorita, pero no vendemos flores —le contestó Charlie.

—Oh, muy bien —dijo la mujer con un suspiro. Apuntó hacia un jarrón lleno de flores del jardín de la casa—. Creo que esas margaritas bastarán.

Charlie no se molestó en decirle que las margaritas sólo eran de decoración. Envolvió las flores, le cobró cinco dólares y guardó el solitario billete en la caja registradora.

Estaba sucediendo más y más durante esos días. Alguna vez, El Herbolario de Hazel había atraído clientes de todo el estado. Buscaban el removedor de hongos de uñas de Charlotte, el blanqueador de dientes, el alaciador de pelo y el desodorante para perro. Su artículo más popular había sido la tintura de raíz de valeriana, una poción tan poderosa, tan efectiva que con un par de gotas se podía mandar a un elefante agitado al país de los sueños. Pero los últimos días las repisas estaban llenas de frascos de raíz de valeriana que acumulaban polvo. Y las personas que atravesaban la puerta de El Herbolario de Hazel por lo general llegaban ahí por equivocación.

Charlotte había hecho todo lo posible para atraer clientes de nuevo al herbolario. Propuso ofertas y especiales; incluso invitó a una noche de Haz tu Propia Poción Amorosa. Pero nadie acudió. Charlie nunca había prestado mucha atención a las finanzas familiares, pero una noche, durante una visita nocturna al baño, había escuchado a sus padres hablar en voz baja. El sueldo de maestro de su papá no era suficiente para cubrir todos los gastos. Los Laird necesitaban dinero si querían mantener abierto el herbolario. A Charlie le parecía que la única oportunidad para conseguir ese dinero estaba en la carpeta que ahora se encontraba entre sus manos.

Charlotte había trabajado en el libro por años, y durante los últimos meses Charlie había ayudado. Sus páginas contenían todo lo que sabían sobre Mundo Tenebroso. Ella había atravesado el portal de la torre de la mansión púrpura cuando tenía la edad de Charlie y la primera parte del libro contaba su aventura. La segunda parte ofrecía consejos para quien se encontrara atrapado en Mundo Tenebroso, ya fuera dormido o despierto.

Charlie había leído la obra maestra de Charlotte por lo menos diez veces, y cada vez que abría el libro le volaba la cabeza. Había una página entera dedicada a “Cómo lidiar con fantasmas” y una sección llamada “¡Cómo divertirte con tus fantasías!”. Nunca se había encontrado con otro libro tan educativo y emocionante. Y los dibujos excepcionales de Charlotte eran la mejor parte. Las imágenes de monstruos y espectros y todo lo demás que nos atemoriza por las noches eran tan realistas que podían saltar de las páginas en cualquier momento. Charlie podía sentarse y hojear el libro durante horas. Para él, ese libro era genialidad pura. Desafortunadamente, la comunidad editorial no estaba tan convencida.

Charlotte había enviado copias del libro a docenas de editoriales por todo el país. Sólo dos habían respondido. Ambas estaban en Nueva York y querían conocerla, así que Charlotte volaría allá la siguiente semana. Charlie esperaba que alguna mordiera el anzuelo.

La puerta de la sala de examinación se abrió y un poderoso olor llenó la habitación. Era una mezcla de huevos podridos, talco para bebé y cilantro que provocaba náuseas.

—Debe aplicar el ungüento en todo el cuerpo tres veces al día —decía Charlotte—. Creo que no hay mucho que pueda evitar el olor. Pero el salpullido debe haber cedido para el martes.

—Gracias, señora Laird —dijo la señora Tobias, arreglándoselas para sonar completamente malagradecida.

—Es un placer. Sólo asegúrese de que Ollie no se meta en ningún arbusto.

La mirada que la mujer le lanzó a la madrastra de Charlie podía matar a alguien. Charlotte la enfrentó con su sonrisa más inocente.

—Te debo una, Charlie —susurró Ollie, aún rascándose todo el cuerpo.

—Sin problema —dijo Charlie. Gracias a él, Ollie no tendría que meterse a ningún otro arbusto. Pero Charlie no tenía ánimo de celebrar. La madre de Ollie era quien pagaba, y estaba furiosa.

—Bueno, parece que perdimos otro cliente —dijo Charlotte, mirando con satisfacción cómo se alejaba la señora Tobias—. Y, por primera vez, no podría estar más feliz —posó una mano sobre el hombro de Charlie—. Hiciste lo correcto. Quién sabe cuántas veces habría tenido que regresar Ollie si no fuera por ti.

Charlie frunció el ceño. La señora Tobias no acudiría jamás a El Herbolario de Hazel, y era su culpa. Estaba dañando el negocio, no ayudándolo.

Pero Charlotte no notó la mueca de Charlie. Estaba ocupada acomodando repisas que ya había ordenado por la mañana.

—¿Y qué tal tu descanso con Alfie? —preguntó—. ¿Comieron donas o helado?

Charlie se espabiló de inmediato. Casi lo había olvidado.

—Fuimos a la heladería y pasó algo muy extraño.

Era todo lo que necesitaba decir. Charlotte acercó un banco al otro lado del mostrador y se sentó en silencio mientras Charlie le contaba su historia.

—Creo que puedes relajarte —dijo Charlotte una vez que Charlie hubo terminado—. Cualquier cosa que haya sido, ese hombre no era una criatura de pesadilla.

—¿Cómo sabes? —preguntó. Ya se lo había imaginado, pero era mejor estar seguro.

—Bueno, antes que nada, dices que el hombre comenzó a sangrar cuando se golpeó la cabeza. Estoy segura de que las pesadillas no sangran. En segundo lugar, dices que los paramédicos lo tenían conectado a sus máquinas. Se habrían dado cuenta si no hubiera sido humano.

Charlie admitió que era una excelente observación.

—¿Y cuál crees que era su problema?

—No estoy segura —dijo Charlotte, golpeteando sobre el mostrador mientras pensaba—. Tal vez se encontraba bajo el efecto de algún fármaco. O tal vez siempre ha sido un poco raro. ¿Quién sabe? —hizo una pausa—. Revisaste que el portal estuviera cerrado, ¿verdad?

—Claro —le dijo Charlie.

—¡Entonces deja de preocuparte tanto! —su madrastra se recargó en el mostrador y le pellizcó una mejilla—. No hay monstruos en Cypress Creek.

—No estés tan segura —dijo una voz detrás de ella. La puerta del herbolario estaba abierta. El papá de Charlie aguardaba en la entrada con el hermano pequeño de Charlie, Jack, a su lado.

Nadie se hubiera imaginado que Andrew Laird, con sus lentes de académico y su barba bien cortada, era el rarito de la familia. Pero de los cuatro, era el único que no podía ver el portal. En lo que a él concernía, el libro de su esposa era sólo ficción. No tenía idea de que las criaturas ahí descritas eran reales.

Charlotte les había dejado bien claro a Charlie y a Jack que no quería que su papá supiera la verdad sobre la casa. El portal elegía a quién podía verlo, les dijo. Algunos de los elegidos lo llamaban un don. Otros, una maldición. Pero algo era verdad: se trataba de una carga de por vida. Y no quería que el hombre con el que se había casado tuviera que llevarla consigo.

Charlotte se puso en pie de un salto y besó a su marido en la mejilla.

—¿Viste un monstruo en Cypress Creek? —le preguntó en tono juguetón, pero Charlie sabía que estaba nerviosa.

Andrew Laird sacudió la cabeza.

—No sé si era un monstruo, pero había algo extraño rondando el bosque. No creerías lo que Jack y yo vimos renqueando en el bosque a las afueras del pueblo hace una hora.

—¿Un hombre lobo? —Charlotte forzó una sonrisa.

Charlie también intentó reír, pero no lo logró. Su corazón latía tan rápido que se sintió mareado.

—Nop —dijo Jack—. Si me preguntan, parecía más un zombi.

CAPÍTULO TRES

El Reino de los Sueños

En el segundo en el que Charlie se quedó dormido los zombis lo encontraron. Debió saberlo. Había estado pensando en los muertos vivientes todo el día. Tenía mucho sentido que se los encontrara por la noche, en sueños.

Eran tres, en distintas etapas de descomposición. Una era una anciana llamada Maude y el segundo, un adolescente con la cabeza perfectamente rapada que insistía en que lo llamaran Buzz. Era imposible saber si el tercer zombi era hombre o mujer. La etiqueta en su uniforme de trabajo decía MORGAN. En segundos habían rodeado a Charlie. Hizo una nota mental sobre ofrecerles un par de consejos sobre el espacio personal de los individuos.

—Hola, amigo —Buzz le tendió la mano. Charlie la tomó y fingió no darse cuenta cuando tres dedos del zombi adolescente se desprendieron—. Ya era hora de que visitaras a tus viejos amigos.

—Creíamos que te habías olvidado de nosotros —dijo Maude. Charlie se percató de que quería abrazarlo, y probablemente lo habría hecho si hubiera tenido brazos.

—No me preocuparía por eso —le aseguró Charlie—. Son inolvidables, chicos. Lo que pasa es que, cuando visito el Reino de los Sueños, intento pasar el tiempo con mi mamá. ¿Cómo les va por acá?

Charlie se había encontrado a esos zombis en sus aventuras por Mundo Tenebroso. Desde entonces, habían abandonado sus carreras de pesadillas y se habían convertido en sueños regulares. Mientras que los humanos iban a Mundo Tenebroso a encarar sus miedos, el Reino de los Sueños era el lugar donde las personas podían revivir buenos recuerdos y experimentar sus esperanzas y deseos. Charlie no hubiera adivinado que había un sitio para los zombis en el Reino de los Sueños, pero resultó que eran muy populares. Morgan y Maude se especializaban en recuerdos de Halloween, mientras que Buzz en videojuegos.

—Me gustaría más el Reino de los Sueños si esos conejos locos no estuvieran siempre por ahí —dijo Morgan con una voz definitivamente masculina, mientras señalaba a un montón de conejos blancos que masticaban una mata de tréboles. Uno de ellos volteó como si hubiera escuchado y reveló una cabeza con sólo una enorme boca llena de dientes bien afilados—. Esas cosas me dan miedo. ¿Quién habrá tenido algún buen sueño con eso?

Charlie se mordió el labio y se preguntó si el zombi se había visto alguna vez en el espejo. Hasta que lo conocías bien, Morgan era igual de horripilante que los conejos.

—No le hagas caso a ese gruñón —dijo Maude—. Siempre encuentra de qué quejarse cuando está aburrido.

—¿Aburrido? —preguntó Charlie.