Playlist las canciones de mi muerte - Michelle Falkoff - E-Book

Playlist las canciones de mi muerte E-Book

Michelle Falkoff

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Beschreibung

Para entender lo que pasó con su mejor amigo Hayden, Sam tiene que confiar en la lista de canciones y en su memoria. Pero cuanto más escucha se da cuenta de que su memoria no es tan confiable como creía. Especialmente cuando alguien que pretende ser Hayden le manda mensajes enigmáticos, al mismo tiempo que comienza una serie de ataques contra los matones que le hicieron la vida imposible a su amigo.   Sam sabe que tiene que enfrentar lo que ocurrió esa noche. La única manera: quitarse los auriculares y abrir los ojos a las personas que lo rodean (incluyendo una chica excéntrica e impredecible, también llena de secretos) para poder desentrañar la historia de su mejor amigo.   Y quizás llegar a cambiar la suya propia.

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Playlist : las canciones de mi muerte

Playlist : las canciones de mi muerte

Michelle Falkoff

Índice de contenido
Portadilla
Legales
1 How To Disappear Completely. Radiohead
2 Crown Of Love. Arcade Fire
3 Mad World. Tears For Fears / Gary Jules
4 Invisible. Skylar Grey
5 One. Metallica
6 Pumped Up Kicks. Foster The People
7 I Don’t Want To Grow Up. The Ramones
8 Diane Young. Vampire Weekend
9 Smells Like Teen Spirit. Nirvana
10 One Step Closer. Linkin Park
11 The Mariner’s Revenge Song. The Decemberists
12 Adam’s Song. Blink 182
13 Alison. Elvis Costello
14 This Is How It Goes. Aimee Mann
15 Despair. Yeah Yeah Yeahs
16 On Your Own. The Verve
17 Let It Go. The Neighbourhood
18 Say Something. A Great Big World
19 Everybody Knows. Leonard Cohen
20 How To Fight Loneliness. Wilco
21 Conversation 16. The National
22 Last Goodbye. Jeff Buckley
23 Hurt. Nine Inch Nails
24 For Emma. Bon Iver
25 Cosmic Love. Florence And The Machine
26 The Mother We Share. Chvrches
27 It’s Only Life. The Shins
Agradecimientos

Falkoff, Michelle

Playlist : las canciones de mi muerte / Michelle Falkoff. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2015.

Libro digital, Amazon Kindle

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Martín Felipe Castagnet.

ISBN 978-987-609-623-2

1. Narrativa Estadounidense.. 2. Novelas de Acción. I. Castagnet, Martín Felipe, trad. II. Título.

CDD 813

© 2015, Michelle Falkoff

© 2015, Editorial Del Nuevo Extremo S.A.

A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Imagen editorial: Marta Cánovas

Traducción: Martín Felipe Castagnet

Primera edición en formato digital: octubre de 2015

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-623-2

TANTA TELEVISIÓN me hizo creer que era posible encontrar un cadáver y no saberlo hasta darlo vuelta y encontrar el agujero de la bala o la herida de la cuchillada. Supongo que de alguna manera resultó cierto: Hayden yacía bajo la frazada, enredado en sus patéticas sábanas de Star Wars (¿cuántos años teníamos?), como siempre que yo dormía en su casa.

Siempre había sido dormilón; a veces casi tenía que tirarlo al suelo para que se levantara. Lo que no era fácil, porque si bien él es bajo, también era bastante corpulento, en cambio yo soy alto y flaco como una chaucha; y dormido como estaba me resultaba difícil moverlo. Al entrar en la habitación y verlo así acostado suspiré: no solo iba a tener que pedirle disculpas por la noche anterior sino también por tirarlo de la cama.

Mi suspiro resonó en la habitación con tanta fuerza que me tomó un rato darme cuenta por qué: Hayden no estaba roncando, y él siempre roncaba. Mi mamá, que es enfermera, pensaba que tenía apnea de sueño; cada vez que se quedaba en casa el ruido de sus ronquidos atravesaba la sala y llegaba hasta su dormitorio. Intentaba convencerlo de hablar con su madre para conseguir algún tipo de ayuda, pero yo sabía que eso nunca iba a pasar. Hayden no hablaba con su madre a menos que fuera absolutamente necesario, y menos aún con su padre.

El silencio de la habitación empezaba a ponerme nervioso. Intenté convencerme de que no era nada, que Hayden finalmente había encontrado una buena posición para dormir que acallaba su ronquido constante o algo parecido, pero eso hubiera sido alguna clase de milagro menor y después de cinco años de escuela hebrea ya no creía en ningún tipo de milagro.

Le di un pequeño empujón en la pierna.

—Hayden, vamos.

No se movió.

—Hayden, en serio. Tienes que despertarte.

Nada. Ni siquiera un gruñido.

Estaba a punto de ponerme un casco de Stormtrooper y quitarle las sábanas cuando vi la botella de vodka vacía sobre su escritorio, entre su laptop y la réplica del Halcón Milenario, justo al lado de su cama.

Era raro: Hayden nunca bebía, ni siquiera en las pocas fiestas a las que habíamos ido. Por lo que recordaba, ayer a la noche ni siquiera había tenido tiempo de tomar un sorbo de cerveza. No había ninguna razón para que esa botella estuviera ahí. A menos que él estuviera peor de lo que creía; fácilmente podría haberla tomado del estante de licores de su padre cuando regresó a su casa.

Sentí crujir mi estómago con lo que identifiqué como culpa. Esa debía ser la razón por la que no se levantaba: tenía resaca. Incluso con culpa, no pude evitar reírme. La primera resaca de Hayden. Iba a volverlo loco cuando se despertara. Luego lo arrastraría a un desayuno bien grasiento y haríamos las paces. Todo estaría bien.

Ahora solo tenía que despertarse.

Me acerqué al cabezal de la cama, olisqueando en busca de vómito. El aire olía como siempre en esa casa: perfume a pino desinfectado. Su madre seguramente debía tener empleadas de limpieza todos los días para mantenerla así. Me pregunté si era mejor darlo vuelta o quitarle la almohada, pero al elegir lo segundo empujé con el codo la botella de vodka vacía, que se vino abajo estrepitosamente con un par de cosas más.

Me agaché a juntarla. No quería que Hayden se enojara por mi torpeza; ya teníamos suficiente con lo que teníamos que hablar. Junté la botella y vi un frasco de medicamentos. Lo agarré. Era un frasco de Valium con el nombre de su madre en la etiqueta. Estaba vacío.

No sabía cuántas pastillas se suponía que hubiera en el frasco, pero tenía una fecha muy reciente. ¿Eso significaba que la madre de Hayden lo había vaciado prácticamente de un día para el otro?

Miré la botella de vodka.

¿O había sido Hayden el que lo había vaciado?

Entonces vi algo más en el suelo. Un pendrive junto a un pedazo de papel. Para Sam, decía. Escucha y entenderás.

Ahí fue cuando llamé a Emergencias.

1 HOW TO DISAPPEAR COMPLETELYRADIOHEAD

LA MAÑANA DEL FUNERAL DE HAYDEN no podía levantarme de la cama. No era que no quisiera: deseaba que el día pasara lo más rápido posible, y si el primer paso tenía que ser levantarse, mejor.

Pero no podía hacerlo.

Era una sensación extraña, como estar congelado dentro de un bloque de hielo. Tenía esa imagen de Star Wars en la que Han Solo queda congelado en carbonita con las manos alzadas y la boca entreabierta en una protesta silenciosa. Era una imagen que a Hayden siempre lo había obsesionado; decía que lo aterraba cada vez que la veía, y eso que había visto El Imperio contraataca unas mil veces. Yo también la había visto casi la misma cantidad de veces pero por alguna razón me parecía que lo de la carbonita era graciosísimo, y que era más gracioso aún ver lo nervioso que se ponía Hayden. Para su cumpleaños le regalé una funda para el iPhone con la imagen de Han Solo congelado; también le ponía cubitos del mercenario hecho hielo en su gaseosa, etcétera.

Recordar la cara que ponía me hizo reír, y eso rompió la parálisis. Me podía mover de nuevo, aunque ahora ya no tenía ganas de hacerlo. Moverme significaba estar despierto y estar despierto significaba que Hayden estaba realmente muerto, y todavía no estaba listo para admitir eso. Reírme me parecía impropio, pero al menos me hacía sentir bien, aunque eso me hacía sentir culpable y dejaba de reírme. La verdad es que no sabía cómo sentirme. ¿Triste? Hecho. ¿Enojado? Definitivamente.

—¿En qué estabas pensado, Hayden?

—¿Qué? —mi madre entornó la puerta y echó una mirada. Su cabello castaño enrulado estaba trenzado y tenía puesto un vestido en vez de su clásico uniforme—. ¿Me preguntabas algo, Sam?

—No, solo hablaba conmigo mismo.

No me di cuenta de que estaba hablando en voz alta.

Mamá abrió la puerta del todo y chasqueó varias veces los dedos. No era exactamente el tipo de madre cariñosa y suave.

—¿Todavía estás en la cama? Vamos, tienes que levantarte. Sabes que no puedo quedarme demasiado, ya estoy llegando tarde al trabajo.

—No puedo vestirme si no sales de la habitación.

La frase sonó más cortante de lo que yo quería, pero entendió porque cerró la puerta sin decir nada más, luego de dejar algo colgado en el perchero: el traje que había usado el verano pasado en la boda de mi primo. Mamá debió haberse tomado el trabajo de plancharlo. Me sentí aún más estúpido de lo que ya me sentía.

Me levanté de la cama, enfilé hacia la computadora y puse la lista de canciones que había encontrado en el pendrive de Hayden. La había dejado para mí, sabiendo que seguramente iba a ser yo quien lo encontraría: era siempre el primero en pedir disculpas después que discutíamos. No soportaba que estuviéramos enojados. Debió saber que iría a visitarlo, incluso después de cómo habían quedado las cosas la noche anterior.

Los últimos días había estado escuchando la lista sin cesar, intentando entender qué quiso decirme. Escucha y entenderás. ¿Qué se suponía que tenía que entender? Se mató y me dejó solo para que lo encontrara. Sabía que era mi culpa, aunque todavía no estaba preparado para pensar en esas cosas. Buscaba la canción que confirmara que la culpa era toda mía. Pero hasta ahora no la había encontrado.

Sí encontré una caótica colección que abarcaba todo el espectro musical, con algunas cosas contemporáneas y otras más antiguas. Algunas canciones que conocía y otras no, lo que me resultaba sorprendente considerando que Hayden y yo habíamos desarrollado a la par nuestro gusto musical, o al menos eso pensaba. Tenía que seguir escuchando si quería entender de qué me hablaba, aunque no estaba seguro qué me quería decir.

Revisé la lista en busca de algo apropiado para un funeral. La mayoría de las canciones eran muy deprimentes como para distinguirse; empecé con una canción que me recordaba la primera vez que me puse el traje que estaba a punto de usar. Era gris y ligeramente brilloso, y lo había acompañado con un moño. Mis primos, unos cavernícolas de colegio privado, estaban convencidos de que yo era raro, así que por qué no darles una prueba. A mamá le pareció bien: dijo que la hacía feliz que yo tuviera un estilo personal sobre la ropa. Ella misma solía vestirse muy bien, cuando todavía estaba con papá y le interesaba. Ahora casi nunca se cambiaba el uniforme de trabajo. Rachel, mi hermana mayor, fue menos entusiasta con el traje y me llamó ñoño de varias maneras hasta que mamá la hizo subir a cambiarse el vestido que quería llevar. Para ser honestos, era bastante vulgar para un casamiento familiar.

Ese día, Hayden había llegado mientras me vestía, para ver si quería acompañarlo al shopping. Por “shopping” se refería a un solo local, el único al que íbamos: la Compañía de Comercio Intergaláctica. Los demás chicos del colegio tendían a juntarse del otro lado del shopping, cerca de las tiendas deportivas. Casi nunca íbamos hacia ese lado. Me había olvidado de contarle sobre el casamiento.

—Lindo traje —dijo, con su tranquilidad habitual, lo que hacía difícil saber si hablaba en serio o estaba siendo sarcástico. Nunca se estaba seguro con Hayden. Yo era más fácil: siempre me hacía el listo.

—Lo que digas. ¿No te pondrías un traje ni aunque te cayeras muerto, verdad? —me sobresalté al recordarlo, aunque sabía que no era cierto. Hayden haría todo lo que sus padres le ordenaran. No le gustaba, pero era mejor que la alternativa.

Se encogió de hombros.

—El moño ayuda —dijo—. Aunque sería mucho mejor con una remera debajo. Como esta.

De los pies de mi cama levantó una remera de Radiohead que me había regalado después de haber ido juntos a un recital. Decía: ASÍ COMO TERMINA, ASÍ COMO EMPIEZA.

Puse los ojos en blanco.

—¿De verdad tiene que ser una de Radiohead?

—¿Qué hay de malo con Radiohead? —preguntó; ya sabía lo que yo iba a decir. Habíamos tenido esta conversación un millón de veces.

—Parte de su música está bien. ¿Pero en qué se diferencian realmente de Coldplay? Ingleses blancos que fueron a universidades caras, demasiado inteligentes para su propio bien. Pero las chicas piensan que Chris Martin está bueno y que Thom Yorke se ve raro, así que Coldplay vende un trillón de discos y Radiohead tiene que acercarse a geeks como nosotros. Hay algo que no me cierra.

—Estás muy equivocado. Radiohead está en otro planeta, a años luz de Coldplay. Puede que Kid A sea uno de los grandes discos jamás hechos, mientras que Coldplay recibe demandas de plagio con cada canción que sacan. El solo hecho de hablar de ambos al mismo tiempo es, onda, irrespetuoso con Radiohead.

Me encantaba sacarlo de quicio. Cuando éramos chicos, mamá se preocupaba por lo mucho que peleábamos. Venía a mi cuarto en mitad de una discusión a los gritos (ok, yo era el que gritaba, Hayden trataba de explicarme su postura con racionalidad y paciencia, ya desde pequeño) y al golpear la puerta preguntaba si todo estaba bien.

—Estamos bien —respondíamos al unísono. Y así era.

El solo hecho de recordarlo me hacía extrañarlo.

Me detuve por un minuto y me concentré en la música que salía de los parlantes. No me sorprendía que Hayden hubiera puesto “How to Disappear Completely” en su lista, ya que era su canción favorita (la mía era “Idioteque”: a pesar de hacerlo renegar, concordaba que Radiohead era infinitamente mejor que Coldplay). Traté de no pensar demasiado en la letra, en Hayden armando la lista antes de tomar la decisión final, queriendo desaparecer de esa manera definitiva.

Cerré tanto los puños que las uñas se me clavaron contra las palmas; traté de calmarme. Había pasado los últimos días alternando entre odiarlo y extrañarlo, sintiéndome culpable y para la mierda, sin saber cómo debía sentirme pero queriendo que de alguna manera fuera diferente. Me dejó solo y yo nunca le había hecho eso, sin importar lo enfadado que estuviera. Se me hacía imposible dormir, así que estaba exhausto. Exhausto y enojado. Gran combinación.

El problema era que enojarme hacía empezar el ciclo de nuevo, que ya me resultaba familiar. Enojarme. Culpar a Hayden. Sentirme culpable. Extrañarlo. Enojarme de nuevo. Todo esto intercalado con las ganas de ponerme a gritar o golpear cosas, sin éxito. ¿Por qué no podía ser normal y simplemente estar triste, como el resto de las personas?

—¡Sam, muévete! —llamó mamá desde la planta baja.

Extrañé a Hayden una vez más. Necesitaba algo que me hiciera sentir mejor. Fui hasta el cesto de la ropa sucia, rescaté mi vieja remera de Radiohead y me la puse debajo de la camisa.

2 CROWN OF LOVEARCADE FIRE

LA IGLESIA DONDE SE REALIZARÍA EL FUNERAL quedaba del lado este de Libertyville, el costado rico. Ahí vivían los Stevens, la familia de Hayden. La mía no.

Desde afuera, la iglesia parecía un carísimo refugio de montaña, de madera oscura y vigas a la vista; seguramente había sido construida por uno de los arquitectos responsable de todas las McMansiones de ese lado de la ciudad. La madera era más clara del lado de adentro; tenía techo alto en forma de arco y un candelabro moderno y resplandeciente. Como si quisieran que la gente olvidara que era una iglesia.

Mi familia era judía, así que la única iglesia en la que había estado era la católica de mi lado de la ciudad, en la que todos mis compañeros fueron a tomar su primera comunión. Nos acabábamos de mudar y no conocía a nadie, pero uno de mis compañeros invitó a toda la clase y mamá dijo que tenía que ir si quería hacer amigos, aunque eso no terminó sucediendo.

La iglesia católica se veía más como lo que esperaba de una iglesia: blanca por fuera, un altar con crucifijo y muchísimos vitrales. Esta no se parecía en nada, excepto por el hecho de que había dos filas de bancos que terminaban en el altar. Al pie del altar había un ataúd, y en ese ataúd estaba Hayden. Probablemente también con un traje puesto.

Para cuando llegamos el lugar estaba prácticamente lleno. Rachel se alejó para sentarse con sus amigas apenas cruzamos la puerta, qué sorpresa, así que solo quedamos mamá y yo tratando de encontrar algún asiento. En las primeras filas estaba la familia de Hayden: sus padres y Ryan, su hermano mayor, así como algunos tíos y primos que reconocía de cuando iba a la casa durante las vacaciones. Como mi familia no celebraba la Navidad, Hayden me invitaba a la hora del postre después de que hubieran abierto los regalos y terminado su lujosa cena. Estaba agradecido cuando yo aparecía porque le permitía retirarse de la mesa más temprano. Su mamá siempre estaba revisando cuánto comía, y en Navidad era peor. Si siquiera miraba una segunda porción de torta, ella lo miraba de modo cortante y le preguntaba: “¿De verdad necesitas comerte otra?”. Hayden nunca se defendía. No era ese tipo de persona. Hubiera hecho cualquier cosa con tal de conservar la paz.

Su familia nunca lo mereció.

Los asientos de atrás de la familia de Hayden estaban completos con ricos desagradables de esa parte de la ciudad y sus detestables hijos, amigos de Ryan que pasaron años torturando a Hayden, muchas veces guiados por el propio hermano. Todos creían que la vida iba a ser siempre tan fácil para ellos como lo era ahora. Deportistas con plata como Jason Yoder, que contrataba tutores para guiarlo a través de las clases difíciles; chicas como Stephanie Caster, que hubieran sido hermosas pero con tanto retoque de nariz y personal trainer terminaban siendo idénticas. Quiero decir, todavía eran lindas, pero no era lo mismo. Me ponía furioso verlos sentados a todos, actuando como si estuvieran tristes cuando era en parte su culpa. ¿Cómo podía sentirme tan fuera de lugar en el funeral de mi mejor amigo?

Mamá apoyó su mano en mi hombro. El peso era reconfortante; estaba contento de no haber tenido que venir solo.

—Tenemos que sentarnos en algún lado, cariño.

Me condujo hasta uno de los bancos cerca de la puerta de entrada.

—Sé que preferirías sentarte más cerca, pero están por empezar y me tengo que ir pronto.

Asentí, mientras me recordaba a mí mismo que aflojara los puños.

—Después tienes que encontrarte con Rachel, va a coordinar que los lleven de regreso a casa, ¿sí? Lo siento mucho.

—Bueno.

No me sorprendía, aunque tampoco estaba molesto: mamá siempre tuvo que irse temprano o llegar tarde a casa. Cuando papá nos abandonó, ella volvió a tomar clases nocturnas para recibirse de enfermera; luego, dado que el hospital tenía escasez de personal, se anotaba en todas las horas extra que pudiera, especialmente desde que papá se había vuelto demasiado perezoso a la hora de enviarnos los cheques. No estábamos necesitados, nos dijo a Rachel y a mí, pero tampoco teníamos mucho margen. No como las personas sentadas en las primeras filas de la iglesia.

Intenté acomodarme en el banco de madera mientras el resto terminaba de sentarse. Ya habían pasado quince minutos desde que el servicio debía comenzar y todavía podía oír gente entrando detrás de mí. Para alguien que básicamente había tenido un solo amigo, su funeral estaba repleto.

Él lo hubiera odiado, estaba seguro. Estaría sentado atrás de todo, conmigo.

Me sentía acalorado y me picaba el cuerpo, empezaba a sudar bajo el traje brilloso. Pensé en escaparme pero estaba atrapado en medio de la fila: mamá estaba sentada junto al pasillo para poder irse en silencio, y una desconocida con un vestido floreado y colorido me bloqueaba del otro lado. ¿No se suponía que había que ir de negro a los funerales? Parecía como si estuviera yendo a una maldita fiesta en el jardín.

Como sentía una vez más la urgencia de golpear algo traté de enfocarme para recuperar la tranquilidad. Presté atención a la música que se transmitía a través de los altavoces. Ningún órgano. No reconocí la canción, era alguna clase de música de ascensor New Age, bien relajante, con flautas. Otra cosa que hubiera sacado a Hayden de sus casillas. Me pregunté si él hubiera elegido alguna de las canciones de la lista para su funeral, y traté de imaginar cuál sería. Lo único que se me ocurrió fue una vieja canción de Arcade Fire de su álbum Funeral. Amábamos a Arcade Fire. Vimos los Grammys cuando ganaron Disco del Año, la primera vez que nos interesaba el show desde que éramos niños.

Luego de otros diez minutos el sacerdote subió al altar. Comenzó a sermonear sobre la tragedia de perder a alguien tan joven, lleno de frases comunes y eufemismos sin nada que describiera lo que en realidad había pasado. Me enojaba tanto que fijé la vista en la nuca de los que estaban adelante. Unas filas más allá, una chica con el pelo rubio blanquecino y algunos mechones negros apoyaba la cabeza en el hombro de un muchacho alto y hipster. No reconocí a ninguno de los dos, al menos desde atrás. No pude sino pensar que era gracioso que ese pelo resultara apropiado para un funeral, comparado con la mujer vestida para una fiesta en el jardín.

Cuando empezaron las oraciones mamá me besó la frente y me dijo “Debo partir”, yéndose tan silenciosamente como permitían sus zuecos de enfermera. Trabajaba tantas horas de pie que al final del día tenía que sumergirlos en agua. Yo le había ofrecido conseguirme un trabajo fuera del horario de colegio una vez que cumpliera los quince, unos meses atrás, pero solo se rió.

—Fue hace mucho que los adolescentes podían conseguir trabajo en el shopping. Ahora la mitad de las madres de la cooperadora de la escuela trabajan en el Gap. No tienes chances, chiquito. Sigue estudiando que voy a pedirte ayuda una vez que me jubile.

Estaba bromeando, pero a medias. Yo sabía que había chicos en el colegio cuyas madres servían mesas en el Olive Garden, o vendían maquillaje o joyería desde sus sótanos del lado este, simulando que lo hacían solo para divertirse, como si no necesitaran colaborar con la economía si querían seguir viviendo en esa zona. Desde que cerró la fábrica Liberty Appliance, unos años atrás, la línea entre los ricos y los que luchaban por mantenerse se había vuelto difusa. Era un gran gesto que mamá aceptara llegar tarde a su trabajo; traté de no enojarme con ella por dejarme solo.

Después de las oraciones, el sacerdote llamó a quienes quisieran dar su testimonio.

—Si alguien quiere hablar, o tiene algo para compartir…

Hubo una pausa incómoda hasta que finalmente se puso de pie el padre de Hayden. No podía soportar verlo llorar como si hubiera perdido algo valioso, cuando yo sabía la verdad: la pasaba en el trabajo, viajando o visitando a la mujer con la que Hayden sabía que se acostaba, la que lo acompañaba en todos sus viajes de negocios.

Pero no podía bloquear el sonido de su voz.

—Hayden no era el hijo que esperaba tener. Nos imaginaba jugando a la pelota en el patio, mirando futbol americano durante el fin de semana, yendo a pescar. Las cosas que hice con mi padre, las cosas que hago con Ryan. Era la única clase de relación que supe tener con un hijo.

Su voz se quebró.

—Pero mi hijo menor no disfrutaba de ninguna de esas cosas. Amaba la música, los videojuegos y las computadoras. Nunca supe cómo hablarle. Ahora voy a pasar el resto de mi vida deseando haber aprendido a hacerlo.

Bajó su cabeza, como si quisiera ocultar el hecho de que estaba llorando.

Fue una gran performance. Si al menos una sola de sus palabras fuera cierta.

Busqué a Ryan en la primera fila. Sacudía la cabeza, lo cual me sorprendía. Hubiera pensado que concordaría con cada palabra que dijera su padre, como siempre hizo.

Pensé en acercarme y en qué decir sobre mi mejor amigo, las historias que podría contar. Cómo nos conocimos a los ocho años en las pruebas de la liguilla, no mucho después de que me mudara a Libertyville. Ninguno de los dos quería estar ahí; Hayden ya era bajito y rechoncho, y asegurar que yo era torpe sería un grave eufemismo. Ambos errábamos cada lanzamiento, dejábamos caer la pelota incluso desde la distancia más corta, y al terminar nos alejábamos a las corridas, contando nuestras monedas para comprar algo en el camión de helados. Nuestros padres se ponían furiosos, pero a nosotros no nos importaba.

Podría contar cómo a los doce años hicimos la fila para La Amenaza Fantasma 3D, sin prever lo mala que sería, después de meses debatiendo qué disfraces llevar, descartando los obvios (C-3PO para mí, R2-D2 para él) para decantarnos por Boba Fett y Darth Vader, porque eran más rudos. Podría contar cómo Ryan y sus amigos nos siguieron y nos lanzaron huevos y cómo tuvimos que aguantar los huevazos secándose en nuestros disfraces durante esa película interminable, y aun así la pasamos bien.

Podría contar lo excitados que estábamos el año pasado por empezar las clases, la primera vez que compartiríamos el colegio, convencidos de que ahora que estaríamos juntos, todo saldría mejor. No teníamos manera de saber lo equivocados que estábamos.

¿Pero cuál era el punto de decir todas esas cosas? Todos podían pretender que les importaba, pero ya era tarde.

Entonces vi la cola. La gente se ponía de pie para hablar, formando fila al costado del altar. Las tías y primos de Hayden, profesores, amigos de la familia. Compañeros del colegio. Ryan, solo en la fila, sin sus inseparables amigos, Jason Yoder y Trevor Floyd. Los llamábamos el trío patotero.

No debería haberme sorprendido de ver que todos tenían algo que decir sobre Hayden. Buscaban atención y no había chance de que perdieran la oportunidad de estar en el centro de las cámaras. Pero vamos, ¿en un funeral? ¿De verdad iban a subir a decir cosas lindas sobre Hayden? ¿Lo mucho que lo iban a extrañar? ¡Qué pérdida para el colegio y la comunidad! ¿No tenían idea de que era un funeral en gran parte gracias a ellos?

No iba a permitir que eso pasara. Toda la bronca que estuve sintiendo, las ansias de encontrar un responsable y pegarle tan fuerte como pudiera, hirvieron dentro de mí. Caminé hasta donde estaba Ryan y le toqué el hombro mientras uno de los primos de Hayden recordaba entre lágrimas la última vez que estuvieron todos juntos en el Día de Acción de Gracias. Ryan frunció el ceño al verme. Estaba a punto de decirme algo cuando Jason Yoder se interpuso entre ambos. No me había percatado lo cerca que se encontraba.

—¿En serio piensas que es momento? —me preguntó.

Me moví hacia la derecha para esquivarlo, solo para que esta vez Trevor Floyd me bloqueara el paso.

—Déjame pasar —le dije. No les tenía miedo. No en este momento.

—No lo creo —dijo Jason.

Era el único del trío que no era deportista, y era más bajo que yo. Lo empujé a un costado para acercarme a Ryan. No era probable que Trevor me golpeara durante un funeral.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté—. ¿En serio vas a subir a contar qué hermano genial fuiste cuando todos saben la verdad? Estabas en esa fiesta igual que yo. Podrías haber detenido lo que pasó. Deberías haberlo protegido, en vez de empeorar todo.

Ryan abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada Jason me empujó tan fuerte que caí contra uno de los bancos. Vi cómo la gente me observaba mientras trataba sin éxito de mantener el equilibrio.

—¿Realmente estás yendo contra Ryan durante el funeral de su hermano? —murmuró Jason. No había valorado correctamente su fuerza; estaba más preocupado por el enorme Trevor, que medía como dos metros, con su cuello grueso típico de consumidores de esteroides. En el colegio lo llamaban Teroid Floyd, aunque siempre a sus espaldas. No quería pelear con él. No ahora.

Me puse de pie tan cuidadosamente como pude. Al día siguiente mis brazos iban a estar cubiertos de moretones, pero no iba a dejar que el trío patotero me viera en el piso.

—Eres un maldito hipócrita —le dije a Ryan—. Algún día tendrás tu merecido.

Ryan no dijo nada, solo me observó un instante. Luego avanzó en la fila. Era casi su turno para hablar.

No podía mirar eso. No podía esperar que Rachel encontrara alguien que nos llevara de regreso. Tenía que irme. Ya mismo.

3 MAD WORLDTEARS FOR FEARS / GARY JULES

EL SHOPPING ESTABA A TRES KILÓMETROS de la iglesia aproximadamente, justo en el borde entre la zona este y oeste de la ciudad. Estábamos a mediados de octubre y el clima todavía no se había vuelto tan frío, pero sí muy húmedo. El cielo se veía más grisáceo que mi traje, lo que concordaba con mi humor. Al menos caminar me hacía sentir bien, así que en vez de apurarme me calcé los auriculares y me puse a escuchar la playlist de Hayden. Caminé a lo largo de la avenida principal, la calle Burlington, más allá de las cafeterías y los restaurantes del centro, y de los ruinosos museos de historia local que marcaban la transición extraoficial al lado oeste de la ciudad. El shopping Libertyville se encontraba justo después del museo, pero era una mezcla de tiendas de lujo y de saldos, al igual que la ciudad, como decían en las inmobiliarias. De un lado las tiendas insignia eran Nordstrom y Dillard’s; del otro lado eran JCPenney y Sears. Cerca del borde más elegante estaban las boutiques y las joyerías; del otro extremo las zapaterías Payless y las cadenas de ropa barata. Los ricos siempre estaban intentando cerrar los locales más decadentes para poder abrir un Whole Foods y un Trader Joe’s, aunque nunca pasaba nada. Típico.

Me tomó alrededor de una hora llegar hasta el shopping, pero supe de inmediato adónde quería ir. La Compañía de Comercio Intergaláctica quedaba frente a la puerta de entrada del lado popular, sus vidrieras oscuras iluminadas con luz violeta. Antes había sido una de esas tiendas de regalos que vendían artículos novedosos como lámparas de lava; supongo que conservaron algo de la decoración. Pero la CCI era mucho más impresionante que el cojín tirapedos o los vómitos de mentira. Era básicamente el paraíso geek del fantasy y la ciencia ficción: vendía figuras de acción originales de Star Wars, cartas Magic: The Gathering, estatuillas de Mage Warfare, posters de Star Trek, comics y videojuegos. Todo lo que alguien como yo querría comprar.

Di vueltas por los pasillos, mientras recordaba todas las conversaciones que habíamos tenido con Hayden durante las horas que pasamos ahí dentro. Ranqueamos las mejores series de Star Trek (yo insistía con La Nueva Generación, mientras que Hayden era inflexible con la versión original). Tratamos de armar un club de Dungeons & Dragons cuando quedamos afuera del equipo de la liguilla, pero no pudimos convencer a nadie más de la belleza del dado de veinte caras. Éramos los primeros en llegar por la mañana cuando salía un nuevo comic de The Walking Dead y nos sentábamos en el patio de comidas a leerlo entero. También amábamos la serie, la veíamos en casa todos los domingos. Era el único momento en el que Rachel se dignaba a estar con nosotros.

Era realmente muy duro estar ahí sin Hayden.

A mitad del día el negocio estaba cualquier cosa menos desierto. Después del colegio siempre había un montón de chicos dando vueltas, geeks como nosotros, e incluso otros más chicos. A la noche solía haber muchachos más grandes, coleccionistas, suponía, con trabajos diurnos. Pero este era un lugar adonde los imbéciles del colegio nunca se acercaban. Era un lugar seguro. Es cierto, casi nunca había chicas, pero chicos como Hayden y yo no nos llevábamos demasiado bien con las damas de todos modos.

Quizás hablé demasiado pronto, porque mientras caminaba noté otras dos personas revisando las estanterías, y una era una chica. Definitivamente una chica. Alta como yo, con una cara algo puntiaguda: mentón afilado, nariz pequeña y recta. Se había pintado la boca de bordó oscuro y tenía un piercing con una turquesa engarzada en el labio. También una gran cabellera rubia blanquecina con mechones negros. Era la chica del funeral. Se veía linda. Bueno, más interesante que linda, pero me había comprado con el look que llevaba.

Y parecía dirigirse directamente hacia mí.

Sentí cómo crecía el pánico en mi interior y tuve que luchar contra el impulso de esconderme.

Entonces se puso frente a mí y vi que su boca se movía pero no entendía nada de lo que decía. ¿Qué me pasaba?

Debió haber visto mi confusión porque sonrió y extendió la mano para quitarme los cables que colgaban de mi rostro.

Por supuesto, todavía tenía los auriculares puestos. Con razón no podía escucharla: solo oía la música a todo volumen de la playlist.

—¿Eres Sam? —me repitió.

¿Me conocía? ¿Cómo era que me conocía? Asentí.

—¿Es todo lo que tienes para decir? En general cuando alguien te saluda, uno le pregunta cómo se llama.

—Lo siento —le dije. Había arruinado la primera conversación que tenía con una chica que realmente parecía tener ganas de hablar conmigo. Pero todavía no sabía si hablaba en serio—. Supongo que hoy estoy un poco ido.

Tenía que entenderme, ¿no? Ella había estado en el funeral también.

—Es comprensible —dijo, y medio que me sonrió. ¿Estaba bromeando? Todavía no estaba seguro—. Me llamo Astrid.

—Qué nombre genial.

—Lo elegí yo misma —contestó con una sonrisa de oreja a oreja.

Antes de que pudiera preguntarle algo más, el chico desgarbado y hipster del funeral se acercó enfundado en sus pantalones extraajustados y pasó un brazo alrededor de ella, quien apoyó la cabeza sobre su hombro, como la había visto hacer antes.

—Este es Eric. Eric, este es Sam. El amigo de Hayden.

¿Significaba que conocía a Hayden? Eso era imposible, lo hubiera sabido. Pero ella sabía quién era yo y eso tampoco tenía sentido. Creí que nadie sabía quién era yo.

—Siento mucho lo de tu amigo —dijo Eric—. Parecía un buen chico, según lo que me contó Astrid.

Así que ella lo conocía. No se me ocurría cómo. ¿Y por qué Hayden no me había contado?

—Lo era.

—En fin, no quería interrumpir. Te espero afuera —le dijo, y antes de salir del local le dio un golpecito en el brazo. Era un gesto muy raro para alguien que debía ser el novio, pero yo no era un experto en relaciones amorosas.

Moría por saber cómo Astrid conocía a Hayden, aunque no sabía por dónde empezar a preguntar.

Por suerte, no tuve necesidad.

—Mira, juro que no soy una loca acosadora, y no quiero asustarte, pero la verdad es que te seguí hasta acá —dijo Astrid—. Solo buscaba una oportunidad para decirte lo mucho que siento lo de Hayden. Lo conocí durante poco tiempo, pero de verdad era un gran chico y todavía no puedo creer que se haya ido.

—Yo tampoco. Así que… ustedes dos se conocían.

—Algo así —dijo, y se tironeó de uno de los mechones negros—. Sabía que ustedes eran amigos, y cuando te vi irte frente a todos esos hipócritas que hacían fila para dar un discurso, pensé que te gustaría saber que hay otras personas que lo vamos a extrañar. Extrañarlo en serio.