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Seleccionados por él mismo para la edición original de 1961 y completados más tarde con la ampliación sucesiva de su obra, se reúnen aquí los trabajos del poeta entre la adolescencia y la madurez. En su conjunto, Poesía refleja a uno de los mayores renovadores de las letras mexicanas, que hizo de la emoción el fundamento de sus formas expresivas.
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Seitenzahl: 93
Veröffentlichungsjahr: 2012
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Primera edición, 1961 Primera reimpresión, 1977 Segunda reimpresión, 1994 Segunda edición, 2004 Primera edición electrónica, 2012
Foto de Salvador Novo: © 406401.Sinafo-Fototeca Nacional, INAH
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-1121-5
Hecho en México - Made in Mexico
Salvador Novo (1904-1974), narrador, editor, dramaturgo, empresario y director de teatro. Fundó la revista Ulises con Xavier Villaurrutia y más tarde fue parte esencial del grupo Contemporáneos. Durante años le midió el pulso a la vida mexicana en infinidad de artículos periodísticos, tradujo del francés y el inglés tanto a poetas de última hora como a clásicos infantiles, fue cronista de la ciudad de México y empresario teatral, ensayista e historiador de la vida cotidiana. Paralelamente a esos empeños, elaboró un cuidadoso corpus poético. De la obra de Novo, el Fondo de Cultura Económica ha publicado también: Las aves en la poesía castellana (1953), La culta dama (1956), La guerra de las gordas (1963), Viajes y ensayos I y II (1966), México, imagen de una ciudad (1967), Los paseos de la ciudad de México (1974) y Seis siglos de la ciudad de México (1974).
POEMAS DE ADOLESCENCIA [1918-1920]
A Xavier Villaurrutia
Oración
La campana
Llevo el alma…
La tía…
Anhelo
Poema cobarde
Noche
Ésta…
La parábola del hermano
El retorno
Ofrenda
Corazón
Mi vida es como un lago
Viaje
Paisaje
Mapas
La amada única
XX POEMAS [1925]
Viaje
La renovación imposible
Momento musical
Charcos
Cine
Sol
Almanaque
Cementerio
Pueblo
Primera cana
Naufragio
Aritmética
Ciudad
Noche
Resúmenes
Hanon
El mar
Himno del dolor convergente
Temprano
Diluvio
ESPEJO [1933]
Retrato de niño
La geografía
La historia
Epifania
Primera comunión
Botánica
Las ciudades
La escuela
Libro de lectura
El primer odio
El amigo ido
Palabras extrañas
La poesía
Retrato de familia
Amor
El viaje
X. V.
F. R.
Suicidio
La ciudad
NUEVO AMOR
La renovada muerte de la noche…
Tú, yo mismo, seco como un viento derrotado…
Este perfume intenso de tu carne…
Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío…
Hoy no lució la estrella de tus ojos…
Al poema confío la pena de perderte…
Glosa incompleta en tres tiempos sobre un tema de amor
Poema interrumpido
Poema
Breve romance de ausencia
Elegía
SEAMEN RHYMES [1933]
ROMANCE DE ANGELILLO Y ADELA [1933]
POEMAS PROLETARIOS [1934]
Del pasado remoto…
Cruz, el gañán
Gaspar, el cadete
Roberto, el subteniente
Bernardo, el soldado
NEVER EVER [1935]
FRIDA KAHLO [1935]
FLORIDO LAUDE [1944]
DECIMOS: “NUESTRA TIERRA” [1949]
MEA CULPA [1969]
ADÁN DESNUDO [1969]
SONETOS
Soneto
1955
1956
1957
1958
1959
1960
1961
1962
1963
1964
1965
1966
1967
1968
1969
1970
1971
Por la cruz inicial de tu nombre, Xavier,
y por la V de Vida que late en tu apellido,
yo columbro tus ansias humildes de no ser
y escucho el ritmo de tu corazón encendido.
Porque tu voz es sabia en callar y ceder
al claro simbolismo del rosal florecido;
porque en tus manos hay aroma de mujer
y en tu soñar angustia, y en tu ademán olvido.
Porque nuestras dos almas son como cielo y mar
profundas e inconscientes en su grave callar;
porque lloramos mucho y rezamos en vano,
y porque nos devora un ansia pecadora,
quiero decirte: ¡Sufre!, quiero decirte: ¡Llora!,
quiero decirte: ¡Ama!, quiero decirte: ¡Hermano!
Señor, yo sé que es vano cultivar en otoño; que ya es inútil esperar;
que yo pude ser otro y que el reloj no vuelve atrás…
Señor, yo sé que es tarde. Que mi vida termina cuando debiera comenzar;
que estoy equivocado, que debo ser un hombre y un niño soy no más…
Señor, mi labio estéril no comprendió las mieles del exterior panal
y ¡en mi pupila absorta fueron los arco iris sal…!
Señor, no soy un hombre. Adivino el sollozo del insensible mar
y presiento la mano sangrienta que deshoja la pena del rosal…
Yo quisiera ser fuerte. Que mi ruta precisa nada pudiese conturbar
Y no escuchar al árbol, ni al astro, ni a la brisa, ni al celaje, ni al mar…
Pero en la tarde unánime mi corazón rebosa un ansia de llorar,
Señor, y sé que es tarde, y que el reloj no vuelve atrás…
A Ramón López Velarde
La torre de vetustos azulejos
que es piadoso refugio de palomas,
conserva su campana. Allá a lo lejos
ondulan las espigas y las pomas.
Bronce enmohecido que en precoz anhelo
celebraba la vida en largas notas
y cuyo corazón enviaba al cielo
brillos de sol en páginas remotas.
Absurdo el llanto y justa la sonrisa,
aunaste luego heterogéneas preces,
y tras siglos y siglos hoy sumisa
escuchas y comprendes y enmudeces.
¡Vieja campana que a sentir congrega
la inefable virtud de haber vivido!
¡Que de mirar al Sol quedóse ciega
y de escuchar al viento ha enmudecido!
Llevo el alma ligeramente, como una niña
que nada profundiza y de todo se asombra;
del sol que exprime el oro de su póstuma viña;
de aquel celaje súbito que se llena de sombra.
Voy ajeno a mí mismo. Un anhelo jocundo
de difundirme en todo; un ansia de cantar
me hace escuchar la música unánime del mundo
y comprender que soy una gota en el mar.
Una sed de horizonte se sacia en mis pestañas,
un vesperal aliento viene mi frente a ungir…
¡Sí, a veces me parece, corazón, que te engañas,
y que es preciso y bueno que queramos vivir!
A Luis G. Serrano
Van en la tarde quieta la anciana y la pequeña
al cine cotidiano con que la niña sueña.
Hay películas cómicas de burla contagiosa
y largas cintas hondas de convulso ademán;
y conmueve la niña todo su cuerpo rosa
mientras lloran dos ojos que ya poco verán.
¡Oh, la anciana que tuvo un exclusivo amor
en los brazos sin mancha y abiertos del Señor!
De pronto, en una escena, hay erótico exceso,
y en las secas mejillas un púdico rubor,
porque la niña gusta de que se den un beso,
y ella se signa y dice: “¡Perdónanos, Señor!”
A Jaime Torres Bodet
¡Quién tuviera, Señor, el poema conciso
y el adjetivo exacto para cada emoción!
¡Quién expresara el noble sentimiento remiso
como joya cerrada dentro del corazón!
Sin ver el oropel de la estrofa banal,
¡quién pudiera decir en el verso mejor
ese anhelo de algo profundo y ancestral
que palpita en el mundo de mi vida interior!
Y ¡quién me diera dar todo mi corazón
en la breve armonía de un íntimo renglón!
A Xavier Villaurrutia
¡Que me vuelvan mi escuela de primitivos bancos
y maestros benévolos, y mi casa y mi huerto,
esa casa en que había un corazón abierto
en el portal ingenuo y en los recintos blancos!
¡Que me vuelvan mis noches tibias y campesinas
de luna incomparada y frescuras remotas!,
¡esas noches vividas con quietudes ignotas
con alma sin pasado, con ternuras divinas!
Hay que quemar los libros; hay que dar a la vida
un brebaje de olvido y un brebaje de amor;
reclinarse en el hombro de una ilusión perdida,
despertar de esta brusca pesadilla dolida,
Y ver la aurora rústica de una vida mejor…
Cabe las paredes los
grillos canturreando están.
Y unidos del brazo, van
dos…
El foco —es tarde— bosteza.
Cierran una puerta, y se
ve dentro una vieja que
reza…
A la Luna el ojo subo:
parece una rosa té
que lanzada se
detuvo…
Los balcones tienen una
luz roja por dentro, y
al mirarlos pienso en mi
fortuna…
Pienso en amantes cariñosos…
Pasa un tranvía a lo lejos…
Dormidos, suspiran viejos
y niños…
Una estrella a la otra ve
y va a contarle una cosa.
Y sigue inmóvil la rosa
té…
Esta que tiene un leve andar
y unos ojos color de mar;
esta que tiene unas guedejas
de raras tintas bermejas;
esta que tiene ojos de mar,
no sabe amar, no sabe amar.
Ésta de cutis depilado
de leche y sangre, o de salmón;
ésta de pelo enmarañado
tiene helado,
tiene helado el corazón.
Llamas de amor son sus guedejas…
Mas para apagar ese fuego,
ésta de andar ondulado
tiene luego,
tras las cavernas de sus cejas,
de sus pupilas todo el mar…
Y tiene el mármol de su cara,
y si todo eso no bastara,
tras de los senos en botón,
esta que tiene un leve andar
tiene de hielo el corazón…
Montrez lui la lampe éteinteet la porte ouverte…
Se diluye el camino en la sombra desierta.
Yo he encendido mi lámpara y he cerrado mi puerta.
Sobre mi chimenea, su silbido agorero
cuela el viento. Estremécense los cristales. Yo espero
a un hermano que ha mucho me prometió venir
y temo… que en la noche él se pueda morir…
Se diluye el camino en la sombra desierta.
Yo he encendido mi lámpara y he cerrado mi puerta.
Tras el cristal que tiembla, interrogo al recodo.
La borrasca flagela con látigos de lodo…
Tal vez mi hermano, oculto en la órbita huera
del monte que semeja una gran calavera,
espera el nuevo Sol para venir conmigo…
Se apagará mi lámpara… su resplandor amigo
convertirá la noche en ceniza de llama
y se abrirá mi puerta… La tormenta que brama
me arrojará una piedra… Y cuando el Sol despierte
a mi hermano y prosiga su camino, la muerte
me habrá quizá cubierto con su polvo. Y mi hermano
pasará sobre mí… y buscándome en vano
irá a morirse solo en un país lejano…
Vieja alameda triste en que el árbol medita,
en que la nube azul contagia su quebranto
y en que el rosal se inclina al viento que dormita:
te traigo mi dolor y te ofrezco mi llanto.
He vuelto. Soy el mismo. La misma sed me aqueja
y embelesa mi oído idéntica canción,
y soy aquel que ama el minuto que deja
un poco más de llanto dentro del corazón.
He vuelto. A tu silencio otoñal, he buscado
vanamente mis huellas entre todas las huellas,
y mi ilusión es una hoja muerta de aquellas
que estremecía el viento y que el sol ha dorado.
… Y mientras quiero acaso recomenzar la senda
y un mal irremediable consume los destellos
del sol, vieja alameda, y te guardo mi ofrenda,
tú contemplas mis ojos y miras mis cabellos.
HOMENAJE A LOS NIÑOS HÉROES
Han brotado las lágrimas de oro de la tarde
sobre el pavor exánime de los árboles yertos.
Vibra sobre las cosas un deber de añorar, de
suspirar al pasado y llorar por los muertos.
Vaga el largo lamento del instante perdido
y en el aire un solemne aroma de leyenda
resucita el furor del tronco retorcido
en la blanca serpiente dormida de la senda.
Y hay dentro de nosotros esa lucha fatal
entre la grata ofrenda de amor a nuestros idos
y el sórdido rencor para el rubio invasor,
