¿Por negocios o por amor? - Jules Bennett - E-Book
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¿Por negocios o por amor? E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

Abby Morrison siempre había estado enamorada de su jefe en secreto, y se sentía morir cada vez que el multimillonario Cade Stone tenía una cita. Pero ahora… ¡la quería para planear su boda!Ella sabía que Cade estaba cometiendo un error al casarse por negocios con una mujer que tampoco estaba interesada en el amor. Había sido durante mucho tiempo la tímida secretaria, pero se negaba a seguir siéndolo. Tenía un mes para planear la boda de su jefe… y eso le daba tiempo para hacer que Cade cambiara de idea.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Jules Bennett. Todos los derechos reservados. ¿POR NEGOCIOS O POR AMOR?, N.º 1749 - octubre 2010 Título original: For business... or Marriage? Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

I.S.B.N.: 978-84-671-9194-3 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Capítulo Uno

–¡Móntalo!

Su cuerpo se estremeció, se convulsionó. Todos los músculos le dolieron mientras se sujetaba para la cabalgada de su vida. Lo único que importaba era resistir hasta el final.

–Mueve las caderas.

Como si tuviera otra opción. Le quemaban los muslos y estuvo a punto de desvanecerse cuando llegó al final.

Gracias a Dios. El toro mecánico se detuvo por fin.

La gente gritó y silbó.

–¡Eso, señoras y señoras, es una dama que sabe montar! –bramó la voz del DJ a través de la multitud–. Ha permanecido arriba durante once segundos. Que alguien invite a esta chica a una cerveza.

Abby Morrison se bajó del rojo vinilo acolchado con piernas temblorosas y se acercó hasta el suelo de madera rayada. En sus veintiocho años de vida nunca había hecho nada tan… estúpido, tan divertido.

Creía que lo difícil había sido recorrer el colchón de espuma, pero ahora que estaba sobre suelo firme seguía teniendo problemas.

Tal vez el problema estuviera en haber bebido dos, no tres, no… quién sabía cuántos margaritas y los dos chupitos del misterioso líquido que le había escogido el camarero. Bueno, después del día que había tenido se merecía un poco de diversión. Necesitaba desconectar de la realidad aunque fuera brevemente y aunque se arrepintiera por la mañana.

Abby iba chocando las manos que le tendían mientras se abría paso entre la multitud. Estaba volviendo hacia el taburete del bar que había calentado antes de arriesgarse a montar el toro cuando una mano grande y conocida se le posó en el hombro.

¿Tenía que estropearle todo aquel día?

Su mirada se deslizó desde la mano morena por la inmaculada manga blanca hasta llegar a un par de ojos furiosos y negros como el carbón. Unos ojos que en sus fantasías resultaban mucho más afectuosos.

–Cade –Abby sonrió mirándolo a esos ojos–. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Rescatarte.

Cade le hizo una seña al camarero para que le diera el bolso y las llaves de Abby.

Eso era lo que le molestaba de Cade Stone. No tenía necesidad siquiera de hablar para que la gente le obedeciera.

Hacía un año que lo conocía, y durante todo aquel tiempo había mantenido un aura de poder combinada con un cuerpo letal, todo ello envuelto en ropa italiana. En cuanto entraba en una habitación, las mujeres se desmayaban… y ella no era la excepción.

–No voy a ir a ninguna parte –aseguró Abby, aunque si la invitación fuera para ir a su casa, lo reconsideraría seriamente–. Pero si quieres quedarte puedes tomarte una copa conmigo.

–Creo que esta noche ya has bebido por los dos.

Agarrándola con fuerza del brazo, la guió hacia la salida. Hacía una noche demasiado fresca para ser primavera.

–¿Cómo me has encontrado? –quiso saber Abby mientras se tambaleaba detrás de aquel troglodita que la estaba arrastrando hacia su coche.

Cade abrió la puerta del copiloto, arrojó dentro sus cosas, la agarró de la cintura y la colocó sobre el asiento.

–Ésta fue la primera propiedad que vendí cuando entré en el negocio inmobiliario con mi padre. El dueño y yo seguimos siendo amigos.

Claro. ¿Quién no conocía al todopoderoso Cade Stone? Y no sólo eso. Abby sabía que cualquiera haría todo lo que estuviera en su mano por hacer felices a Cade y a su hermano Brady.

Trató de ignorar el estremecimiento de su cuerpo allí donde él le había tocado la mano y la cintura. Los escalofríos se debían al alcohol… seguro que sí. Se negaba a creer que sus sentimientos hacia Cade fueran algo más que superficiales.

¿Cómo iba a confiar en su instinto si estaba…? ¿Cómo era la palabra que estaba buscando? Ah, sí. Destrozada.

–Pero, ¿por qué te ha llamado? –preguntó Abby apartándole la mano cuando trató de atarle el cinturón de seguridad.

Aquellos ojos negros que se le aparecían en sus fantasías se cruzaron con los suyos.

–Imaginó que no quería ver a mi ayudante marinada en público. Tenía razón.

La puerta se cerró antes de que pudiera pensar en una respuesta. Abby se acomodó en el cálido asiento de cuero y cerró los ojos cuando Cade arrancó el motor.

Abby trató de apartar de sí los pensamientos que la habían llevado hasta aquella noche. Pero las facturas médicas de su madre, los gastos del funeral y la más reciente oferta de trabajo de Cade eran demasiado para su mente. No podía pensar en nada más.

Ya había decidido dejar aquel trabajo tan exigente justo antes de que Cade soltara aquella bomba que cambiaría su vida. La suya y la de él. ¿Cómo iba a marcharse ahora? Pero, ¿cómo iba a quedarse?

–¿Tienes alguna razón para portarte como una mujer liberada y fiestera?

–Sí.

Se hizo el silencio entre ellos mientras Cade conducía por las calles de San Francisco. Abby sabía que estaba esperando una respuesta, pero sinceramente, no creía que se la mereciera.

–¿Y? –le espetó.

Ella abrió los ojos y le miró fijamente.

–Mis acciones y las razones que se esconden tras ellas no son asunto tuyo.

Abby no pudo evitar sonreír de oreja a oreja cuando las manos de Cade apretaron con más fuerza el volante. Era lo que se merecía tras haber arrojado aquella bomba en la oficina por la tarde.

Estaba prometido.

Le había clavado un cuchillo en el corazón cuando hizo el anuncio. Pero aquello no fue suficiente. No. Cade retorció el cuchillo cuando le pidió que organizara la boda y trabajara directamente con Mona, la afortunada novia.

Abby reunió el coraje suficiente para decirle que se iba. Que no podía seguir trabajando con un hombre del que se había enamorado secretamente.

Pero Cade le había ofrecido una impresionante suma de dinero por organizar su «encargo nupcial». Dios, no conocía a la afortunada novia, pero no había nada en aquella boda que resultara romántico. ¿Cómo iba a planear una boda bonita cuando una de las dos partes, o posiblemente las dos, lo consideraban únicamente un asunto profesional más?

Estupendo. Sencillamente estupendo. Sólo porque había trabajado como organizadora de bodas para una prestigiosa empresa varios años antes de entrar en Stone Entreprises, Cade pensaba ahora que estaba cualificada para organizar la suya.

Maravilloso.

–Esto no es propio de ti, Abby.

¿Acaso la conocía tanto como para decir algo así? Sí, trabajaba para él, pero no sabía nada de su vida personal. Porque si la conociera, nunca la habría colocado en aquella posición.

Abby mantuvo los ojos cerrados, incapaz de mirar la expresión sombría de su rostro dentro de la oscuridad del coche. Aunque el hecho de que estuviera despeinado, una imperfección menor, le hacía ser en cierto modo más cercano. Nunca, en todos los años que había trabajado para él le había visto de otra manera que no fuera perfecto.

No quería considerar la posibilidad de que Cade hubiera estado en la cama cuando recibió la llamada hablándole de ella. ¿Estaría esa tal Mona esperándole en su casa? ¿Manteniéndole las sábanas calientes?

No, no quería ir por ahí. Sin embargo y por desgracia, todos sus pensamientos estaban ahora invadidos por Cade. El hombre no sólo ocupaba un gran espacio en su mente, sino que además su aroma masculino inundaba también el coche.

Abby gruñó en voz alta.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó él.

Su tono de voz era una mezcla de preocupación e irritación.

–¿Quieres que pare?

Abby se rió ante el hecho de que Cade pensara que estaba a punto de vomitar en el inmaculado asiento de su coche de alto ejecutivo.

¿Estaba más preocupado por la factura de la limpieza que tendría que hacerle a la tapicería o por su estado físico?

Conteniendo otro gruñido, Abby miró por la ventanilla.

–Llévame a casa.

Sería mucho mejor hundirse en la autocompasión en su pequeño estudio situado al otro lado de la ciudad. Todo un contraste comparado con el lugar donde vivía Cade, un ático carísimo en el que probablemente le estaría esperando su prometida en la cama.

¿Quién había pedido una banda de música?

Abby se giró hacia un lado. Estaba deseando que terminara la sección de percusión. Sus mejillas rozaron algo suave y delicado… ¿seda?

Se incorporó de golpe, agarrándose la cabeza para no caerse. Estaba en la cama, pero no era la suya, percibió abriendo sólo un ojo. Ella no tenía una cama gigantesca con sábanas de seda grises y colcha a juego.

Entonces recordó dónde estaba.

En casa de Cade. Estupendo. Sencillamente estupendo.

Con una mano a cada lado de la cabeza, se arriesgó a abrir los dos ojos y mirar si él estaba cerca con aquella expresión suya de burla. Gracias a Dios, estaba sola. Y completamente vestida.

Se quedó escuchando durante un instante, pero no le oyó moverse tampoco por ninguna de las demás habitaciones. Con suerte habría salido y se comportaría como un caballero, dejándole salir de allí sin decir una palabra. Haciendo un esfuerzo por salir de la cama, se ajustó la ropa arrugada y se incorporó.

Buscando frenéticamente el bolso y las llaves, Abby salió despacio al pasillo. Seguía sin oír a Cade. En el gigantesco salón, que medía el doble de su apartamento, vio su bolso encima de la mesa de hierro que había delante del sofá de cuero marrón.

Había una nota apoyada contra el bolso. Abby sintió un cosquilleo en el estómago cuando cruzó el suelo de madera y agarró el papel: Quédate aquí. Tenemos que hablar. Cade.

Con la nota en la mano, Abby se dejó caer sobre el gigantesco sofá. El suave cuero gimió bajo su peso, imitando el sonido de sus emociones.

¿Estaba pensando en volver a regañarle? Tal vez fuera su jefe, pero desde luego no era su guardián. La ira comenzó a sustituir a los nervios cuando se dio cuenta de que Cade no tenía derecho a sacarla del bar la noche anterior.

Sin embargo, por la mañana no parecía tan divertido. La resaca, el hecho de que tuviera que ayudar a la prometida de Cade a planear la boda del año y que no pudiera rechazar el encargo porque todavía tenía que pagar las facturas médicas de su madre, convertían aquel día en un lío.

Se tragó las lágrimas que amenazaban con apoderarse de su desgraciada mañana. Su madre no hubiera querido que se entristeciera demasiado por su muerte, ni que aceptara un trabajo que odiaba. Pero tampoco podía quedarse sepultada por las deudas. Cuando la boda hubiera terminado, Abby se marcharía sin importarle lo que Cade opinara.

***

Cade había cerrado acuerdos multimillonarios. Se había lanzado en paracaídas con un socio temerario sólo por diversión. Incluso se había atrevido a pedirle a una mujer a la que no amaba que se casara con él… sólo para poder lanzar su negocio en otros países.

Disfrutaba cada minuto de aquellos momentos. Pero en aquel momento, en la puerta de su ático, Cade sólo podía limitarse a mirar la puerta. No era capaz de entrar. Y todo porque tenía miedo de enfrentarse a una rubia menuda y con curvas.

La imagen de Abby montando aquel maldito toro mecánico le había perseguido toda la noche. Deseó no haber ido nunca a aquel bar para sacarla de allí.

Pero no era cierto. La imagen erótica de sus caderas moviéndose hacia delante y hacia atrás y el cabello pegado al rostro húmedo se le había clavado para siempre en la mente, pero eso no cambiaría nada. Nunca la había visto tan espontánea, tan liberada… y tan sexy. Daba por hecho que su visita a aquel popular bar de San Francisco había sido una decisión de última hora. El camarero le había dicho que Abby había llegado sola. Aquél era uno de esos momentos en los que agradecía que la gente supiera quién era y quién trabajaba para él.

Tenía que sacarse aquella maldita imagen de la cabeza. Era su ayudante, por el amor de Dios. Lo ayudaba con todo, desde llevar a cabo una transacción comercial hasta viajar con él para ver propiedades que estaba interesado en comprar. Nunca la había relacionado con el sexo. Pero ahora, tras los acontecimientos de la noche anterior, era en lo único en lo que podía pensar.

Con una bolsa de la panadería bajo el brazo, Cade entró finalmente en su apartamento y se forzó a actuar como un adulto, no como un adolescente con las hormonas disparadas.

Lo primero que vio fue el cabello dorado de Abby. Lo segundo, sus piernas desnudas y bien torneadas colocadas sobre la mesita auxiliar.

Ella se giró para mirarlo y se puso de pie de un salto. Enfadado consigo mismo por permitir que Abby le afectara en el momento más inoportuno, Cade cerró de un portazo.

–¿Te has recuperado de anoche? –le preguntó entrando en el salón.

Abby volvió a sentarse en el sofá, pero esta vez en el borde.

–Estoy bien. ¿Por qué estoy aquí?

Ignorando su pregunta, Cade dejó la bolsa sobre la mesa.

–Aquí está tu desayuno procolesterol favorito. Come para que pueda volver a gritarte.

Abby se lo quedó mirando durante diez segundos y luego se lanzó sobre la bolsa. Mientras devoraba los dulces, Cade se fijó en su camisa rosa sin mangas y en los pantalones cortos blancos. Aunque tenía la ropa arrugada y la larga melena rubia despeinada, no parecía que hubiera pasado una noche durmiendo la borrachera. Parecía como si hubiera pasado la noche con su amante.

No, no, no. Darle otro giro a su caótica vida no era opción. Y Abby Morrison sería sin duda todo un giro. Algo que nunca había considerado hasta la noche anterior.

Sí, de acuerdo, tal vez pensara que era atractiva y había algo en ella que siempre le había intrigado. Seguramente el modo en que se protegía a sí misma, como si quisiera salvaguardar su vida privada. Pero Abby llevaba trabajando casi un año para él y para su hermano Brady y nunca la había considerado una mujer con la que fantasear.

Hasta ahora.

Cade apretó los dientes y se dirigió hacia la cocina para llevarle un vaso de zumo. No había nada en aquella situación que resultara profesional, sobre todo por su parte.

Debido a su futuro compromiso con Mona Tremane, debía mantenerse concentrado. Mona era justo el descanso que necesitaba desde que su padre les había entregado las riendas a sus hijos antes de morir diez meses atrás.

Tras convertirse en codirector general con Brady, Cade había estado esperando la oportunidad de fortalecer Stone Entreprises y lanzar su empresa inmobiliaria en otros países. Brady estaba totalmente de acuerdo con el lanzamiento global, pero pensaba en ello como en un proyecto posible en un futuro lejano. Cade pensaba en el presente.

El padre de Mona había mencionado un acuerdo de sociedad entre su inmobiliaria multimillonaria y Stone Entreprises… en el que entraba en juego el matrimonio. El hecho de pensar en jugar en otra liga provocó que Cade salivara y estuviera dispuesto a firmar, aunque fuera en una licencia matrimonial.

¿Por qué no pedirle a Mona que se casara con él? Habían ido un par de veces al teatro juntos y ya eran buenos amigos. ¿Por qué no convertir aquella alianza en algo permanente a todos los niveles? Después de todo, su hermano se había casado y parecía disfrutar del matrimonio. Aunque Brady y Sam estaban completamente enamorados… algo que Cade no había sentido todavía por ninguna mujer.

El amor era para algunas personas, y él no estaba incluido en ese grupo. La gente que «se enamoraba» sólo estaba llenando un vacío de algo más. Él era más que feliz llenando cualquier vacío con planes nuevos, coches rápidos y casas en la playa.

Cade se dirigió de nuevo hacia el salón, justo a tiempo para ver cómo Abby mordisqueaba un último trozo de tarta. Cuando se dispuso a chuparse los dedos para limpiar los restos de crema, Cade se aclaró la garganta y entró.

Tenía que olvidar aquella maldita imagen de sus caderas moviéndose sobre el toro.

–Toma.

Cade puso el vaso de zumo sobre la mesa y luego cruzó el salón para apoyarse sobre la mesa del centro. Con los brazos cruzados, se la quedó mirando fijamente en espera de una explicación.

Abby se limitó a devolverle la mirada.

–¿Qué? –le preguntó.

–¿Te importaría decirme por qué bebiste tanto anoche?

Ella alzó uno de sus blancos hombros.

–Soy una mujer adulta, Cade. Quería desatarme, divertirme. Seguro que sabes lo que es eso, ¿verdad?

–No estamos hablando de mí –dijo él apretando los dientes.

–No, en ese caso podrías contarme la razón de este repentino compromiso. Nunca había oído hablar de Mona Tremane.

Cade se incorporó y se puso en jarras.

–Mis asuntos personales no son cosa tuya. Eres mi empleada.

Un destello de dolor cruzó el rostro de Abby, o tal vez Cade sólo lo imaginó, porque al instante alzó la barbilla.

–Tienes razón –reconoció ella–. Y por esa misma razón yo también tengo derecho a salir y divertirme. No necesito que me hagas de papá –se detuvo y agarró el zumo–. Aunque tú me has visto ya más veces que él en toda su vida –murmuró entre dientes.

Su tono había pasado de la indignación a la tristeza, y Cade se sintió atrapado por su red de inocencia.

¿Qué le había pasado a su reservada y digna ayudante? ¿Y por qué era la primera vez que le oía mencionar a su familia?

Porque sólo tenían una relación de jefe y empleada, tal y como él le había dicho. Entonces, ¿por qué de repente eso le hacía sentirse frío y egoísta?

Abby se apartó el revuelto cabello de la cara.

–Estoy demasiado cansada para hablar de esto ahora. Dale mi teléfono a tu prometida. Veré cuándo puedo empezar a organizar la boda.

Cade observó cómo Abby agarraba el bolso y se calzaba las sandalias rosas de tacón. Hizo un esfuerzo por apartar la vista.

–Te llevaré a tu coche.

–Tomaré un taxi –dijo ella sin mirarlo.

Antes de que pudiera llegar a la puerta, Cade le bloqueó la salida.

–Aprovecharemos el trayecto en coche para hablar.

Abby cerró los ojos durante un breve instante antes de volver a abrirlos.

–No estoy en horario laboral, Cade, y nosotros no hablamos de temas personales, ¿recuerdas? Podemos hablar de trabajo el lunes.

–Vamos a hablar de trabajo –le aseguró él negándose a mirar hacia su pecho, que le estaba casi rozando la camiseta negra–. Voy a firmar los papeles para asociarme con Tremane International en cuanto Mona y nos demos el «sí quiero». Deseo que este asunto, tanto el negocio como el matrimonio, haya quedado resuelto en un mes.

Capítulo Dos

Mona Tremane era todo lo que Abby no era. Guapa, alta, con curvas en los lugares adecuados y rica. Abby se sentó frente a la otra mujer, que lle