¿Predeterminados a creer? - John Lennox - E-Book

¿Predeterminados a creer? E-Book

John Lennox

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Beschreibung

"¿Predeterminados a creer?" ha sido escrito para aquellos a quienes les interesa (o inquieta) todo lo relacionado con la soberanía de Dios, y la libertad y responsabilidad humana. John Lennox escribe este libro con la intención de ayudar a los lectores a abordar por sí mismos estas cuestiones desde la Biblia. En este análisis comprehensivo del determinismo teológico, Lennox busca en primer lugar definir el problema, estudiando los conceptos de libertad, los distintos tipos de determinismo y las dificultades morales que conlleva cada uno de ellos. Después de esto, el autor profundiza en los Evangelios, y luego investiga lo que podemos aprender sobre el determinismo y la responsabilidad de la discusión de Pablo en Romanos sobre los tratos de Dios con Israel. Para terminar, Lennox aborda el problema de la garantía cristiana. Este matizado y detallado estudio desafía muchas de las suposiciones ampliamente difundidas en el área del determinismo teológico, aportando una perspectiva fresca al debate.

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“Lennox entra con valentía en un terreno donde muchos no se atreven a pasar. Y un debate integral sobre la libertad es un ‘argumento por la causa de los cielos’ que ningún cristiano debería evitar, puesto que carga consigo todo el peso de nuestra visión del carácter de Dios, la dignidad humana, la responsabilidad moral y, por lo tanto, de nuestra misión y testimonio público. Elegante, paciente, tenaz, bíblicamente persistente y huyendo de una discusión basada en etiquetas, Lennox es un ejemplo de cómo manejar temas que, aunque nos puedan dividir, son sumamente importantes. Nos toca a nosotros leer, estudiar, pensar, orar y decidir por nosotros mismo. El corazón, el rostro y la voz de nuestra fe están en juego, pendientes de las respuestas que demos”.

Os Guinness

Autor de Gente imposible

“El profesor Lennox plantea serias preguntas bíblicas, teológicas y filosóficas sobre el determinismo teológico (la creencia de que Dios ha predestinado y decretado todo lo que ocurre, incluyendo quién será salvo y quién no). Quienquiera que tenga curiosidad sobre este tema debería leer ¿Predeterminados a creer?”.

Roger E. Olson

Profesor Foy Valentine de Teología Cristiana y Ética,Seminario Teológico George W. Truett, Universidad de Baylor

“John Lennox ofrece con gracia, humildad, sabiduría y valentía unaguía legible y bíblicamente informada que aborda cuestiones impor-tantes sobre libertad y fatalismo, salvación y soberanía, fe y predes-tinación, regeneración y reprobación. Este libro servirá de ayuda para quienes sientan perplejidad ante (y se sientan presionados a aceptar) un sistema teológico que les pueda parecer chocante por socavar la responsabilidad moral genuina y poner en duda la seguridad de la salvación”.

Paul Copan

Profesor de la Cátedra Familia Pledger de Filosofía y Ética, Universidad Atlántica de Palm Beach, y autor de An Introduction to Biblical Ethics [Una introducción a la ética bíblica] y A Little Book for New Philosophers [Un librito para nuevos filósofos]

“John Lennox es ampliamente conocido por ser uno de los inte-lectuales cristianos más importantes de nuestro tiempo. También es adecuadamente admirado por su extraordinaria habilidad para abordar los temas más básicos de una discusión y escribir sobre ellos con una sencilla claridad que, aun así, no pierde ni un ápice de profundidad ni se deja nada fuera del tintero. Y, como era de esperar, ¿Predeterminados a creer? es un modelo de dichas virtudes. Esta obra no es el habitual refrito de los viejos debates entre el calvinismo y el arminianismo, la soberanía de Dios frente al libre albedrío y la responsabilidad moral, etc. De hecho, la verdadera genialidad del libro se encuentra en la insistencia de Lennox de dejar de lado las antiguas etiquetas e intentar acercarse con nuevos ojos a los temas relacionados con la aceptación o no aceptación del determinismo teológico. Como resultado, tenemos ante nosotros un tesoro escondido de exégesis clara y fácilmente comprensible, útiles definiciones de términos clave como ‘presciencia’ o ‘predestinar’, y una cobertura del determinismo teológico en todo lo relacionado con la condición humana, la nación de Israel y el endurecimiento del corazón de faraón, y la seguridad con la que un creyente puede reclamar legítimamente su propia salvación. Recomiendo encarecidamente esta útil y estimulante obra”.

J. P. Moreland

Profesor distinguido de Filosofía, Talbot School of Theology, Biola University, La Mirada, California, USA

“John Lennox, una de las mentes evangélicas más lúcidas de hoy, obsequia al lector con una postura bien argumentada en el contro-vertido debate que divide a los evangélicos contemporáneos. Bíblico en cuanto a su contenido, filosófico en cuanto al razonamiento, comprehensivo en cuanto a su alcance y conciliador en cuanto al tono, libera al debate de gran parte de la retórica partisana que se suele encontrar en las obras que abordan el mismo tema. Por último, es un libro que evita el enfoque ‘texto como pretexto’, emplazando la discusión en el contexto de toda la narrativa judeocristiana y elabo-rándola con integridad exegética y rigor intelectual. Leer este libro es como disfrutar de una estimulante conversación con un buen amigo”.

Bruce Little

Catedrático de Filosofía, Seminario Teológico Bautista del Sudeste

Índice

Agradecimientos

Prólogo

De qué trata este libro

PARTE 1 - EL PROBLEMA DEFINIDO

01 - La naturaleza y limitaciones de la libertad

02 - Diferentes tipos de determinismo

03 - Reacciones al determinismo: el problema moral

04 - Armas de distracción masiva

PARTE 2 - LA TEOLOGÍA DEL DETERMINISMO

05 - La soberanía de Dios y la responsabilidad humana

06 - El vocabulario bíblico

PARTE 3 - EL EVANGELIO Y EL DETERMINISMO

07 - La capacidad humana y sus límites

08 - La condición humana: diagnóstico y remedio

09 - Atraídos por el Padre y viniendo a Cristo

10 - La irreversibilidad de la regeneración

11 - El evangelio y la responsabilidad moral humana

PARTE 4 - ISRAEL Y EL DETERMINISMO

12 - Israel y los gentiles

13 - ¿Por qué no cree Israel?

14 - El endurecimiento del corazón del faraón

15 - ¿Es Israel responsable?

16 - ¿Israel tiene un futuro?

PARTE 5 - GARANTÍA Y DETERMINISMO

17 - La garantía cristiana

18 - ¿Perseverará la fe en Dios?

19 - Advertencia en Hebreos

20 - Garantía en Hebreos

Epílogo

Cuestiones para reflexionar o debatir

Otros libros del autor

Agradecimientos

Me siento profundamente en deuda con muchos amigos por sus comentarios sobre el contenido de este libro, la mayoría de los cuales han sido tenidos en cuenta. Me gustaría dar las gracias en particular a Chris Clarke, Tim Costello, David Cranston, Paul Ewart, David Glass, Max Baker Hytch, Tom McCall, Pablo Martínez Vila y a mi siempre tan útil asistente de investigación Simon Wenham. Le estoy también agradecido a mi editorial, Lion Hudson, por su apoyo constante y por aportarme (una vez más) un verdaderamente excepcional asesor editorial en la persona de Richard Herkes.

Prólogo

El matemático e historiador de la filosofía del siglo XIX Augustus de Morgan lanzó una vez una advertencia contra el científico que se atrevía a aventurarse en el terreno de la metafísica: “Cuando pretenda echarse un vistazo en lo más profundo de la garganta llevando una vela en la mano”, dijo, “que tenga cuidado de no prenderse fuego a la cabeza”.

El filósofo Thomas Nagel escribió en The View from Nowhere [La vista desde ninguna parte]: “Yo cambio de opinión sobre el tema del libre albedrio cada vez que escribo sobre ello…”.

El apóstol Pablo dijo:

De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios. Esto lo hizo Dios para que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren.Hechos 17:26-27

Uno de los encuentros más conocidos entre el cristianismo y la filosofía tuvo lugar en la antigua Atenas cuando invitaron al apóstol Pablo a hablarles a los filósofos en el Areópago. El historiador Lucas nos cuenta que Pablo estaba debatiendo sobre la fe cristiana con una multitud en el ágora, la plaza pública, cuando se le acercaron representantes de dos de las principales escuelas filosóficas, los estoicos y los epicúreos. Las enseñanzas de Pablo tenían a estos filósofos un poco confundidos y querían saber más, así que le ofrecieron a Pablo la oportunidad de dirigirse a ellos en el contexto oficial del Areópago.

A los filósofos griegos les interesaba la naturaleza de la realidad última y la relación de los seres humanos con lo que sea que fuere esa realidad última. Los estoicos, cuya filosofía era más popular entre la élite intelectual, habían llegado a la conclusión de que existía un principio racional, una razón universal o logos que gober-naba el universo por medio de un destino inexorable, y que lo mejor que el ser humano podía hacer era cooperar con ese destino. Los epicúreos, por otro lado, eran materialistas que creían que los dioses (que estaban hechos de átomos como todo lo demás) eran unos seres distantes a los que no les interesaba lo más mínimo el mundo. Lo mejor que el ser humano podía hacer era buscar la ataraxia, la serenidad. El pensamiento humano era, en su opinión y como todo lo demás, un proceso arbitrario, analizado últimamente como nada más que el viraje aleatorio de los átomos en la vacuidad del espacio vacío.

Es fácil reconocer la silueta de las dos ideas principales que han ocupado la mente humana a lo largo de siglos y que siguen siendo tan fascinantes como al principio: necesidad y azar, lo legislativo y lo arbitrario, lo determinado y lo libre. El Creador Dios, si es que lo hay, soberano; sus criaturas humanas, libres y responsables.

La batalla (y es una batalla) para entender estas cuestiones está librándose en este momento desde dos frentes. El primero es el intento ateo de eliminar el libre albedrío y, con ello e inevitable-mente, cualquier concepto de moralidad absoluta. Esta arremetida atea cuenta entre sus filas con la poderosa autoridad de las ciencias naturales (especialmente la neurociencia). Por otro lado, en el frente cristiano, la difusión de la teología determinista suscita numerosos interrogantes entre los cristianos. Obviamente, y aunque yo tuviera la capacidad de hacerlo, un solo librito sería completamente inadecuado para tratar ambos frentes. Por eso he decidido concentrarme en las preguntas que la teología determinista me provoca a mí y a mis compañeros cristianos.

No obstante, he creído conveniente analizar primero el libre albedrío y el determinismo desde el punto de vista de nuestra experiencia humana y desde una perspectiva filosófica, para fijar así la discusión en un espacio más amplio que la teología cristiana. Soy consciente de que el lector cristiano puede plantear una objeción de principios ante semejante procedimiento, señalando que corremos el peligro de acabar enmarcando a Dios en nuestra propia imagen, basada en nuestras convicciones sobre la naturaleza de la libertad humana. Acepto la advertencia, pero ser consciente del peligro disminuye el riesgo; y espero que mi elección demuestre su utilidad, al menos ampliando la comprensión de lo que estos temas significan para quienes no comparten necesariamente la cosmovisión cristiana.

De qué trata este libro

Este libro ha sido escrito inicialmente para cristianos interesados o preocupados por temas relacionados con la soberanía de Dios y la libertad y responsabilidad humanas. Una de las principales razones que me ha persuadido a escribir esta obra han sido todos aquellos que (quizás demasiado generosamente) han manifestado que mis comentarios sobre estos temas en conferencias y conversaciones les han resultado útiles para abordar las Escrituras por ellos mismos. Es en ese espíritu en el que escribo. No pretendo ni por un instante haber aportado soluciones definitivas a estas difíciles cuestiones. De hecho, me siento inclinado a pensar que nuestra propia finitud nos impone una cierta limitación, lo cual significa que, al final, incluso con nuestros mejores esfuerzos para entender las Escrituras, seguirán existiendo profundos misterios y problemas irresolutos. Por lo tanto, deberíamos tratar estos temas con humildad y reverencia. Lo que me anima en esta sobrecogedora tarea, sin embargo, es que las Escrituras hablan de estos temas y, por lo tanto, es de nuestra incumbencia (es, de hecho, parte de nuestra alabanza) intentar entender lo que Dios nos ha revelado, mientras dependemos totalmente del Espíritu de verdad.

El libro se divide en cinco partes, tal y como sigue:

Parte 1: El problema definido

1. La naturaleza y limitaciones de la libertad

Antes que nada, consideraremos el concepto de libertad, lo que generalmente se entiende por él y en qué medida creemos que la tenemos. Distinguiremos entre la libertad de la espontaneidad y la libertad de la indiferencia. A continuación, exploraremos la conexión entre libertad y moralidad, y entre libre albedrío y amor. Reflexionaremos acerca de la tan a menudo repetida afirmación atea de que la religión destruye la libertad humana, y argumentaremos que, en tanto en cuanto concierne al cristianismo, la verdadera libertad forma parte de su mensaje central.

2. Diferentes tipos de determinismo

Ofreceremos muestras de diversas formas de determinismo y presentaremos ejemplos de conocidos pensadores ateos que apoyan el determinismo físico: la idea de que todo está predeterminado esencialmente por la física y la química, así que como de otros contrarios a esa corriente. Presentaremos también las opiniones de algunos influentes neurocientíficos.

Trataremos después el determinismo teísta o teológico: la idea de que todo ha sido predeterminado por Dios. Nuestro punto de partida será, obviamente, la enseñanza bíblica sobre los orígenes y en particular la manera en la que se define a los seres humanos como seres morales dotados por Dios (o deberíamos decir, soberanamente dotados por Dios) de una cierta libertad: comer o no de un árbol específico. Citaremos a Alvin Plantinga sobre la diferencia que hay entre que Dios haya creado criaturas libres y que las acciones de dichas criaturas hayan sido causadas por él. Continuaremos con varios ejemplos de determinismo teológico, afirmando que el problema para los cristianos no es si el determinismo enseña la soberanía de Dios (que lo hace como una de sus doctrinas funda-mentales), sino lo que de verdad significa la soberanía de Dios tal y como se revela en las Escrituras.

3. Reacciones al determinismo: el problema moral

Continuaremos con nuestro análisis del problema moral que asedia al determinismo, visto por diferentes autores. Seguiremos ofreciendo el contexto histórico de la tensión entre los seguidores de Calvino y los de Arminio, que desembocó en el Sínodo de Dort y el famoso acrónimo TULIP, que resume algunos de los principales problemas que se trataron.

4. Armas de distracción masiva

A partir de este punto, el libro se centra en las enseñanzas bíblicas, y el lector que desee saltarse los preliminares puede empezar a profundizar aquí directamente, aunque, en mi opinión, muchos de los preliminares son importantes como contexto general.

En este capítulo se discute la actitud bíblica sobre una cuestión de metodología: el peligro, demasiado común, de tratar profundos temas teológicos colocándole sin más una etiqueta a cada uno de los representantes de las distintas posturas en juego y, una vez etiquetados, comenzar una interminable discusión que pretenda aclarar lo que esas etiquetas significan. La experiencia demuestra que esta actitud tiende a pasar por alto la importante tarea de ponerse manos a la obra para averiguar lo que las Escrituras exponen de verdad sobre estos temas fundamentales. Estudiaremos lo que Pablo tiene que decir en 1 Corintios sobre esa tendencia a etiquetar, y descubriremos que nos señala sin ambages que no es una buena manera de proceder, ¡aunque las etiquetas contengan los nombres de los mismos profetas!

Esto me llevará a añadir algo más sobre mi motivación para escribir este libro.

Parte 2: La teología del determinismo

5. La soberanía de Dios y la responsabilidad humana

Introduciremos algunas de las enseñanzas bíblicas sobre este tema y comentaremos el espectro de opiniones teológicas al respecto.

6. El vocabulario bíblico

Ofreceremos un breve resumen de los principales conceptos bíblicos empleados en relación con nuestro tema: presciencia, predestinación y elección, demostrando que cubren un rango de significado más amplio del que se asume a veces.

Parte 3: El evangelio y el determinismo

7. La capacidad humana y sus límites

Una de las glorias del evangelio es que su mensaje de salvación es el mensaje de la gracia de Dios. Lo que los humanos ni se merecen ni se pueden ganar, Dios lo ofrece como regalo gratuito a quienes ponen su fe en Cristo como Salvador y Señor, lo cual suscita muchas preguntas: ¿Cuál es el estatus de semejante fe? ¿Se trata de una respuesta a Dios de la cual los seres humanos son capaces, o su pecado los convierte en absolutamente incapaces de responder? Quienes optan por la segunda opinión, presentan tres argumentos que son fundamentales para el debate.

Argumento 1. Si los seres humanos fueran capaces de confiar en Dios, estarían contribuyendo a su salvación y, por lo tanto, ganándosela. La salvación dejaría de ser por gracia y la gloria de Dios se vería, por lo tanto, mermada. Se afirma que la única manera de resolver este problema es mantener que hasta la misma fe es un don de Dios, que él distribuye de acuerdo a su soberana voluntad, completamente independiente de cualquier actitud, deseo o comportamiento de aquellos a quienes él elige para salvarlos. Esta opinión se conoce como “elección incondicional”.

Argumento 2. Los seres humanos son incapaces de creer porque están muertos en… delitos y pecados (Efesios 2:1) como resultado del pecado que Adán introdujo en el mundo. Esta opinión se suele llamar “depravación total” del hombre, aunque esta frase no aparezca en las Escrituras. Igual que las criaturas muertas no pueden responder a ningún estímulo, por su constitución, hombres y mujeres son incapaces de responder a Dios. Para poder ser capaces de responder deben recibir nueva vida (es decir, deben nacer de nuevo, Juan 3:3). Solo entonces podrán responder con la fe que Dios les ha dado. Sin ninguna acción por su parte (puesto que están muertos y, por lo tanto, no pueden actuar), Dios regenera a aquellos a quienes él ha elegido por medio de su Espíritu; entonces, y solo entonces, tendrán la capacidad de creer en Cristo.

Argumento 3. Aunque los seres humanos sean incapaces de creer en Dios, debido a la razón dada en el Argumento 2, el que no crean es, sin embargo, culpa de ellos. Por lo tanto, Dios puede condenarlos justamente, lo cual se relaciona con su conexión con Adán, que trajo el pecado al mundo: cuando él pecó, ellos pecaron.

En este capítulo analizaremos estos argumentos a la luz de la enseñanza bíblica sobre la fe y la regeneración.

8. La condición humana: diagnóstico y remedio

Nos centraremos en la doctrina bíblica de la justificación por medio de la fe, que se encuentra en el corazón del evangelio. Esto nos llevará a un análisis de lo que significa estar muerto en delitos y pecados, basándonos en la enseñanza bíblica sobre la entrada del pecado en el mundo.

9. Atraídos por el Padre y viniendo a Cristo

El Evangelio de Juan tiene mucho que decir sobre la iniciativa de Dios en la salvación. Por ejemplo, Jesús dice que todos los que el Padre me da vendrán a mí… Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió (Juan 6:37, 44). En este capítulo ofreceremos una exposición detallada de estas declaraciones en su contexto, preguntándonos si pueden leerse o no como evidencia del determinismo teísta.

10. La irreversibilidad de la regeneración

Comenzaremos refiriéndonos al Argumento 2 y a la enseñanza bíblica sobre la regeneración y su relación con la fe en Cristo. Discutiremos los pros y contras de la extendida opinión según la cual, debido a la incapacidad humana, la regeneración debe preceder a la salvación. Continuaremos analizando el Argumento 3 en lo que respecta a la naturaleza del pecado de Adán y sus consecuencias.

11. El evangelio y la responsabilidad moral humana

En este capítulo examinaremos una gran sección del Evangelio de Juan, capítulos 7-10, que nos ofrecen distintos aspectos de la manera en la que Jesús comunicó su mensaje al mundo. Observaremos que trataba a sus oidores como si fueran moralmente responsables de lo que decidían hacer con lo que escuchaban, y consideraremos su afirmación, pero vosotros no creéis porque no sois de mi rebaño (Juan 10:26), y qué sentido determinista tiene (si es que tiene alguno).

Parte 4: Israel y el determinismo

Dedicaremos los siguientes cinco capítulos a estudiar detenida-mente esa gran sección de la carta a los Romanos que son los capítulos 9 a 11, en los que Pablo considera el estatus de la nación de Israel ante Dios. La razón por la que lo haremos es porque la descripción de Dios tratando con el faraón en Romanos 9 se suele considerar el principal pilar que sostiene al determinismo teológico, por lo que nos gustaría estudiarlo en su contexto más amplio en Romanos.

Los capítulos serán los siguientes:

12. Israel y los gentiles

13. ¿Por qué no cree Israel?

14. El endurecimiento del corazón del faraón

15. ¿Es Israel responsable?

16. ¿Israel tiene un futuro?

Parte 5: Garantía y determinismo

Los siguientes cuatro capítulos abordan el tema de la garantía cristiana de la salvación, analizando dos conjuntos de cuestiones: en primer lugar, aquellas planteadas por el determinismo teológico, donde los elegidos están seguros de su salvación, pero resulta problemático saber si uno ha sido de verdad elegido o no; y, en segundo lugar, las planteadas por la doctrina que enseña que es posible que un creyente auténtico pierda su salvación y al final perezca.

17. La garantía cristiana

18. ¿Perseverará la fe en Dios?

19. Advertencia en Hebreos

20. Garantía en Hebreos

PARTE 1EL PROBLEMA DEFINIDO

01La naturaleza y limitaciones de la libertad

La gran mayoría de los seres humanos clasifican la libertad como uno de los ideales más elevados. La libertad, sentimos, es un derecho de nacimiento de todos los seres humanos: nadie tiene el derecho de despojarnos de ella en contra de nuestro deseo (excepto, obviamente, en casos de delito probado). Intentar arrebatarle la libertad a alguien se considera hasta un crimen en contra de la dignidad fundamental de lo que significa ser humano.

A pesar de ello, una de las preguntas clave del ser humano es: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco? Hay gente que piensa que la libertad humana está severamente limitada o que incluso es ilusoria. Los ateos entre ellos se preguntan: ¿Cómo puedo ser libre, si el universo es enteramente responsable de mi existencia? Los que creen en Dios puede que se hagan exactamente la misma pregunta, pero partiendo de un punto de vista radicalmente distinto: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco, si Dios es enteramente responsable de mi existencia y comportamiento?

Históricamente, el deseo de ser libre ha jugado un papel decisivo en el drama humano. Robert Green Ingersoll escribió: “La libertad es al alma del hombre lo que la luz es a los ojos, lo que el aire es a los pulmones, lo que el amor es al corazón”. En su discurso sobre el estado de la nación de 1941, el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt enunció las famosas Cuatro Libertades:

Libertad de expresión

Libertad religiosa

Libertad o derecho a tener una vida digna

Libertad o derecho a vivir en paz

Dichas libertades se consideran, casi universalmente, centrales enlo que significa ser humano. En el preámbulo de la Carta de los Derechos Humanos de la ONU, se describen las cuatro libertades como la “mayor aspiración de las personas comunes”. Muchos de quienes las disfrutan hasta cierto nivel suelen darlas por hecho. Para una gran mayoría, estas libertades no son más que un sueño lejano e imposible, irrealizable a la vez que seductor.

Si se nos preguntara qué damos a entender cuando decimos “libertad”, muchos de nosotros responderíamos que significa poder elegir lo que hacemos; poder ejercer nuestra voluntad, tomar nuestras propias decisiones y ser capaces de llevarlas a cabo, siempre y cuando no infrinjamos el espacio de los demás ni restrinjamos su libertad.

Sin embargo, somos conscientes de que nuestra libertad, sea esto lo que sea, viene con algunas limitaciones de serie. No tenemos la libertad de correr a cincuenta kilómetros por hora, ni tampoco somos libres para vivir sin comida ni aire, etc. Aun así, tenemos la sensación de ser libres, siempre y cuando exista la disponibilidad y tengamos los recursos para elegir entre guisantes y alubias, la camiseta verde o la azul. Somos libres de apoyar a un determinado equipo de fútbol y no a otro, de decir la verdad o de mentir, de ser amables o maleducados. De hecho, cuando tenemos que decidir entre las incontables opciones de las estanterías del supermercado, a veces desearíamos no tener tanta libertad de elección.

También somos conscientes de que, en ocasiones, limitamos voluntariamente nuestras libertades, a veces incluso por placer. Por ejemplo, si soy miembro de un equipo de fútbol, no puedo jugar como me dé la gana, inventándome las reglas conforme voy jugando. El sentido del juego es que me limite a mí mismo a jugar siguiendo las normas, sujeto al liderazgo del capitán. Eso es lo que hace que el fútbol sea un juego.

Existen otros contextos más importantes en los que nos sometemos a limitaciones por el bien de nuestra propia seguridad y protección: Cada país elige por qué lado de la carretera pueden conducir sus ciudadanos. Es una elección arbitraria, pero, una vez hecha, resultaría estúpido y peligroso ignorarla y conducir por el lado que nosotros queramos. En términos más generales, y en tanto que ciudadanos de un Estado civilizado, nos sometemos voluntariamente a las leyes del país (al menos en teoría), renunciando a parte de nuestra libertad como individuos. Lo hacemos en aras del bien mayor que supone disfrutar de los beneficios de vivir juntos en una sociedad pacífica y civilizada.

Cuando hablamos del derecho de los seres humanos a la libertad, todos nosotros, entendamos la vida como la entendamos, estaríamos de acuerdo en que ese derecho debería ser considerado inviolable. Desgraciadamente, en muchas partes del mundo se sigue fracasando tristemente a la hora de conseguir algo que se parezca, aunque sea de lejos, a las Cuatro Libertades. Por ello, nos indigna con toda razón que un ser humano sea esclavizado, tratado como si solo fuera parte del engranaje de una máquina, no más que un medio para conseguir el placer o beneficio de otra persona. Cada ser humano, hombre o mujer, niño o niña, de cualquier raza, color o credo, de cualquier parte del mundo, tiene el derecho de ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como una mera estadística, o como medio de producción, sino como una persona con un nombre y una identidad única, nacido para ser libre.

Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

Dos tipos de libertad

Desde la época de los filósofos John Locke y David Hume se ha diferenciado entre dos tipos de libertad: la libertad de espontaneidad y la libertad de indiferencia.

La “libertad de espontaneidad” es la libertad de seguir nuestros propios motivos, de hacer lo que nos plazca sin que nada ni nadie (el gobierno, por ejemplo) nos pueda forzar a hacer algo que no deseemos hacer, o nos pueda prohibir algo que queramos hacer. Dando por hecho que tengamos la salud, la habilidad, el dinero y las circunstancias necesarias, y que no estemos sujetos a ninguna limitación ni restricción externas, casi todos estaríamos de acuerdo en que tenemos esta libertad de espontaneidad.

La “libertad de indiferencia” (liberalismo libertario)1 es la libertad de haber hecho algo distinto a lo en la práctica elegimos hacer en cualquier ocasión del pasado. Enfrentados a escoger entre dos cursos de acción en el futuro, la libertad de indiferencia implicaría que la elección está completamente abierta. Puedo optar por cualquiera de los dos cursos de acción indiferentemente; y una vez seleccionado un curso de acción, puedo, mirando atrás, saber que podría haber tomado libremente también el otro curso de acción. Puedo elegir, o podría haber elegido, hacer X o no X.

En este libro, cuando utilice la expresión “libre albedrío” la entenderé en este sentido.

Supongamos, por ejemplo, que Jim ha llegado a un punto en el que tiene que elegir casarse con Rose o con Rachel. Tiene la libertad de espontaneidad: nadie le va a obligar a casarse con una o con otra. Sin embargo, él también cree que tiene la libertad de indiferencia. Siente que podría casarse igual de fácil con una o con la otra “indiferentemente”.

Agustín (el teólogo y filósofo del siglo IV y V), al igual que Hume y otros muchos, negaría que Jim tenga ese tipo de libertad. Sostenían que existen varios complejos procesos subconscientes físicos y psicológicos que restringen y determinan su elección. Jim es libre para casarse con la chica que él elija; sin embargo, la elección que acabará tomando ya está predeterminada por esos procesos que están profundamente arraigados en él. No es libre de elegir y actuar de manera distinta a como lo hace. Como consecuencia, algunos filósofos piensan que la libertad de espontaneidad es compatible con el determinismo (una idea llamada compatibilismo). Obviamente, el liberalismo libertario es el opuesto directo del determinismo. The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] dice así:

… los debates sobre el libre albedrío en la era moderna desde el siglo XVII se han visto dominados por dos cuestiones, no una: La “Cuestión determinista”: “¿Es el determinismo verdad?”, y la “Cuestión de la compatibilidad”: “¿Es el libre albedrío compatible o incompatible con el determinismo?”. Las respuestas a estas preguntas han dado lugar a dos de las principales divisiones en los debates contemporáneos sobre el libre albedrío: los deterministas y los indeterministas, por una parte, y los compatibililistas y los incompatibilistas, por otra.2

Libertad y moralidad

Queda fuera de toda discusión que el que la comida que nos guste, o el arte, o la música, o cómo elegimos a nuestro esposo o esposa, o cualquiera de nuestras elecciones y decisiones estén fuertemente influenciados por elementos de nuestro desarrollo físico o psicológico. Sin embargo, sean cuales sean los traumas psicológicos, deseos o impulsos que nos puedan empujar a transgredir la ley moral o incluso la ley civil (y nos pasa a todos), la mayoría creemos que, en tanto que seres humanos, seguimos siendo libres para controlar nuestros impulsos y respetar tanto la ley moral como la civil. Somos, por lo tanto, moralmente responsables de ello. La sociedad civilizada solo puede funcionar partiendo de esta base. Existe, por ello, una conexión muy cercana entre la libertad (libertaria) y la responsabilidad.

La propia existencia de las leyes civiles y criminales demuestra, de hecho, que los miembros de las sociedades civilizadas tienen la convicción, profundamente asentada, de que son poseedores, no solo de la libertad de espontaneidad, sino también de la libertad de indiferencia. Una parte esencial de lo que significa ser un ser humano maduro (por lo que aquí no cuentan ni los niños ni los que tienen graves enfermedades mentales) es tener la libertad de elegir entre A y no A, de tal manera que somos moralmente responsables y, por lo tanto, debemos rendir cuentas de nuestras acciones. El Tribunal Supremo de Estados Unidos afirma que creer en el determinismo “es inconsistente con los preceptos subyacentes de nuestro sistema de justicia penal” (Estados Unidos contra Grayson, 1978).

Para ser una criatura moral, uno necesita antes que nada tener conciencia moral. Por lo que sabemos, los seres humanos son las únicas criaturas de la tierra que poseen dicha conciencia. Se le puede enseñar a un perro, mediante una dura y rigurosa disciplina, que no debe robar el trozo de carne de la mesa, pero nunca le podrás enseñar por qué está moralmente mal que robe. El perro no tiene el concepto de moralidad y nunca lo tendrá.

En segundo lugar, para comportarse moralmente, uno debe de ser consciente, no solamente de la diferencia entre el bien moral y el mal moral, sino que debe de tener la suficiente autonomía de voluntad para elegir libremente hacer el bien o hacer el mal. A este respecto, existe toda una diferencia de categoría hasta entre el ordenador más avanzado y un ser humano. Un ordenador podría ofrecerte las respuestas a preguntas morales que le hayan programado dar, pero ni va a entender la moralidad ni tener conciencia moral alguna. Por lo tanto, no se le puede considerar moralmente responsable de sus elecciones o comportamiento. Si un ordenador se viera envuelto en el diseño de minas antipersonas que, en última instancia, causaran la mutilación o muerte de miles de niños, no tendría ningún sentido acusarlo de comportamiento moralmente reprensible. No tiene ni libre albedrío ni elección. Hizo aquello para lo que estaba programado. No es un ser moral y, por lo tanto, no es responsable de sus acciones.

Los seres humanos, como contraste, no están programados en ese sentido (a no ser que hayan sido sometidos a un profundo condicionamiento psicológico). Tienen la habilidad de elegir y, por lo tanto, de tomar decisiones morales. Y, lo que es más, suelen enorgullecerse de ello. Nadie preferiría ser un humanoide, un robot computarizado. Cuando un hombre elige, por ejemplo, enfrentarse al peligro para defender sus principios morales en lugar de escaparse cobardemente y renegar de ellos, le gustaría que se le considerara alguien que ha sido responsable de su elección moral y, en ocasiones, hasta que se le alabara por ello. Normalmente, cuando nos vemos tentados a negar nuestra responsabilidad moral y decir “No lo he podido evitar” es justo cuando hemos hecho algo muy mal.

El neurocientífico de Cambridge Harvey McMahon escribe:

El libre albedrío también apuntala la ética, en tanto en cuanto que las elecciones se toman a la luz de principios morales. De hecho, el libre albedrío apuntala todas las elecciones. Aún más, el libre albedrío apuntala el rol de lo inintencionado y la culpa en el sistema judicial… La propia idea de la existencia de las reglas o leyes implica que tenemos la elección o habilidad para obedecer. ¿Cómo puede la ley ordenarnos hacer determinadas cosas si no tenemos la habilidad de hacerlas? Por lo tanto, hasta el concepto de obediencia implica que tenemos elección.3

Lo cierto es que una persona civilizada considerará reprensible y deshumanizadora la tendencia de los Estados totalitarios a tratar a quienes se posicionen moralmente contra el Estado como “desviados” o “enfermos” en lugar tratarlos como quienes poseen la capacidad moral de elegir.

C. S. Lewis trató el peligro de considerar la maldad como esencialmente patológica en un ensayo brillante titulado “La Teoría humanitaria del castigo”:

La Teoría humanitaria elimina el concepto del Merecimiento del Castigo. Pero el concepto del Merecimiento es el único nexo de unión entre castigo y justicia. Una sentencia solo puede ser justa o injusta en tanto que merecida o inmerecida… Por eso, cuando cesamos de considerar lo que el criminal se merece y consideramos solo lo que lo curará o desalentará a otros, lo hemos apartado tácitamente de la esfera de la justicia por completo; en lugar de una persona, un sujeto de derecho, lo que tenemos ahora no es más que un mero objeto, un paciente, un “caso”…

Ser “curado” en contra del deseo de uno mismo, y ser curado de condiciones que puede que no consideremos enfermedades es que lo pongan a uno al mismo nivel de quienes aún no han alcanzado la edad de razonar, o de quienes nunca la alcanzarán. Es ser clasificado junto con los niños, los imbéciles y los animales domésticos. Sin embargo, ser castigado, sea lo severamente que sea, porque lo merecemos, porque “deberíamos haberlo sabido”, es ser tratado como un ser humano creado a la imagen de Dios.

Lewis continúa señalando algunas de las escalofriantes implicaciones de la llamada perspectiva humanitaria. Son todavía más relevantes hoy en día4 que cuando los escribió, puesto que, como veremos, el determinismo ha hecho grandes avances en las áreas de la psicología y la ciencia cognitiva. La idea de que la religión es una neurosis o un delirio, tal y como la presenta el título del éxito de ventas de Richard Dawkins El espejismo de Dios, ha ganado una fuerza considerable.

Lewis continúa:

Sabemos que una cierta escuela de filosofía ya considera la religión como una neurosis. Cuando esta neurosis en particular se convierta en algo incómodo para el gobierno, ¿qué impedirá al gobierno proceder a “curarla”?… Y, por lo tanto, cuando se dé la orden, todo cristiano prominente del país desaparecerá de un día para otro dentro de la Institución para el Tratamiento de los Ideológicamente Insanos, y quedará en manos de los expertos carceleros decidir cuándo (si es que alguna vez) pueden re-emerger. Pero no será una persecución. Aun cuando el tratamiento sea doloroso, aun y si dura toda la vida, aunque sea fatal, no será más que un lamentable accidente; la intención era puramente terapéutica. En la medicina común también hay operaciones dolorosas y operaciones fatales, igual que aquí. Pero puesto que son un “tratamiento”, no un castigo, solamente pueden ser criticados por homólogos expertos, y únicamente en términos técnicos, nunca por hombres normales y corrientes y en términos de justicia.

Por eso, pienso que es fundamental oponerse de cabo a rabo a la Teoría humanitaria del castigo, donde quiera que nos topemos con ella. Da una impresión de misericordia que es complemente falsa. Así es como engaña a los hombres de buena voluntad.5

Quienes estén interesados en profundizar en este tema, pueden consultar el artículo de Stuart Barton Babbage titulado “C. S. Lewis and the Humanitarian Theory of Punishment”6 [C. S. Lewis y la teoría humanitaria del castigo].

Libre albedrío y amor

Otra capacidad que sería imposible sin libre albedrío sería la capacidad de amar. El escritor existencialista Jean-Paul Sartre supo captar muy bien esta idea:

El hombre que quiere ser amado no desea la esclavitud del ser amado. No tiene ningún interés en convertirse en el objeto de una pasión que fluya de manera mecánica. No desea poseer a un autómata y, si quisiéramos humillarlo, nos bastaría con intentar persuadirlo de que la pasión de su amada es el resultado de un determinismo psicológico. El amante sentirá entonces que tanto su amor con su propio ser están siendo desprestigiados…

Si el ser amado se transforma en un autómata, el amante se hallará solo.7

El hecho de que hombres y mujeres estén dotados de libre albedrío implica inevitablemente la posibilidad de que lo utilicen para elegir el mal y rechazar el amor, incluso el amor de Dios. Por lo tanto, debemos tener en cuenta algunas de las implicaciones necesarias que el libre albedrío humano tiene sobre la estructura de la naturaleza. Para que el libre albedrío y la libertad de elección que Dios otorgó a los seres humanos puedan ser genuinos, se requiere que la naturaleza posea un cierto grado de autonomía.

C. S. Lewis lo explica así:

La gente suele hablar como si no hubiera nada más fácil que el que dos mentes desnudas se “encuentren” o se den cuenta de que la otra existe. Pero yo no veo cómo tal cosa podría ocurrir a no ser en un medio común que forme su “mundo externo” o entorno… Lo que se necesita para que la sociedad humana exista es exactamente lo que tenemos: un algo neutro, ni tú ni yo, que ambos podamos manipular para enviarnos señas uno a otro. Puedo hablarte porque ambos podemos producir ondas acústicas en el aire común que hay entre los dos.8

Lewis continúa señalando que este y otros campos neutrales (la materia, en otras palabras), deben de tener una cierta naturaleza fija, una cierta autonomía, como Lewis lo llama. Supón lo contrario. Imagina, por ejemplo, que el mundo estuviera estructurado de tal manera que una viga de madera permaneciera dura y fuerte cuando se usara para construir una casa, pero se convirtiera en suave como la hierba cuando le golpeara a mi vecino con ella. O si el aire rehusara transmitir mentiras e insultos. Como dice Lewis:

Si el principio se llevara a su conclusión lógica, los pensamientos infames serían imposibles, puesto que la materia cerebral que utilizamos a la hora de pensar rehusaría llevar a cabo su tarea cuando intentáramos invocarlos. Toda la materia existente en torno a un hombre malvado estaría sujeta a sufrir alteraciones impredecibles.9

El resultado sería, por supuesto, que la verdadera libertad de voluntad y elección humana quedaría negada.

Por lo tanto, la naturaleza debe poseer una cierta autonomía para que pueda existir una sociedad de seres con libre albedrío, capaces de tomar decisiones morales sobre el bien y el mal, y de ponerlas en práctica. El potencial que tienen los pensamientos y actos malignos de producir efectos perniciosos no se puede anular sin eliminar simultáneamente la condición necesaria para que funcione el libre albedrío. Este es un universo moral.

Hasta aquí, todo correcto, pero ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Cómo ha llegado a ser este universo un universo moral? Y si de verdad fuéramos libres en él, ¿cuáles serían las condiciones básicas para conseguir semejante libertad?

Reflexiones sobre la visión del mundo

La siguiente es una pregunta clave: Según lo que sabemos y nos afecta, ¿son los seres humanos la única y más elevada autoridad racional en el mundo o, incluso, en el universo? Y en ese caso, ¿somos completamente libres para decidir cómo debemos comportarnos, o qué es correcto e incorrecto, o cuáles son nuestros principios fundamentales? ¿O, si es que lo tiene, cuál es el porqué de nuestra existencia y cuál debería ser nuestra meta final? En última instancia, ¿somos responsables solamente ante nosotros mismos? ¿O existe un Dios que, al haber creado el universo y a nosotros dentro de él, tiene el derecho de establecer, y de hecho ha establecido, no solo las leyes físicas de la naturaleza, las condiciones marco de la existencia humana, sino también las leyes morales y espirituales que tienen como objetivo controlar el comportamiento humano? ¿Considera Dios a los seres humanos responsables de su comportamiento y les pedirá que le rindan cuentas?

Las respuestas reflejan dos maneras distintas de entender el mundo: ateísmo y teísmo. Son tan profundamente diferentes que muchos ateos piensan que el teísmo es el gran enemigo de la libertad humana, y siguen al fallecido Christopher Hitchens a la hora de considerar al Dios en quien no creen como el gran dictador del cielo, al estilo del de Corea del Norte, que está continuamente espiándonos y restringiendo nuestra libertad con sus amenazas. Consideran la religión como una fuente de opresión, esclavitud y guerra que se eleva en directa contradicción contra la dignidad y libertad humanas. De la misma manera, muchos teístas apuntan a la ideología atea como una raíz que causa una incalculable cantidad de opresión humana y que niega el derecho básico de los seres humanos a la libertad, especialmente en el siglo XX (con Stalin, Mao y Pol Pot).

Este punto se merece un análisis detallado, puesto que en muchos países existe opresión, violencia y guerras que están directamente conectadas tanto con el ateísmo como con la religión. Sin embargo, no todos los sistemas, sean ateos o religiosos, son violentos, e intentar meterlos a todos en el mismo saco sería injusto y, de hecho, absurdo.

Pensemos en las religiones del mundo hoy en día, por ejemplo: los pacíficos amish no tienen nada en común con los violentos terroristas islámicos. (Escribo como cristiano que soy, como un seguidor de Cristo, que repudió explícitamente la violencia y enseñó a sus discípulos a amar a sus enemigos).10

Comúnmente se suele responder que, aunque sea cierto que algunas religiones no se casan con la violencia, es el mismo postulado de la existencia de Dios lo que degrada a los seres humanos comprometiendo su autonomía. Karl Marx expresó está opinión de la siguiente manera:

Un hombre no se considera independiente a no ser que sea su propio dueño, y no puede ser su propio dueño a no ser que se deba su propia existencia a sí mismo. Un hombre que viva gracias al favor de otro se considera a sí mismo un ser dependiente. Pero si yo le debo a otra persona no solo la continuación de mi vida sino también su creación, puesto que él es su fuente, vivo absolutamente gracias a su favor.

… El hombre es el ser más elevado para el hombre.11

Este es el núcleo de la filosofía humanista contemporánea:

El humanista se ha deshecho del antiguo yugo del supernaturalismo, con su carga de miedo y servidumbre, y camina por la tierra como un hombre libre, un hijo de la naturaleza, y no de ningún dios hecho por los hombres.12

Es una triste ironía que la propia filosofía atea de Marx sea seguramente la mayor arma de destrucción masiva ideológica contra la libertad humana que el mundo haya visto jamás. A pesar de ello, la observación de Marx se merece un comentario más matizado. Porque la idea de que dejar espacio para Dios en nuestra visión del mundo reduce efectivamente nuestra libertad y nos degrada como humanos es muy común.

Los ateos no son los únicos que valoran el deseo instintivo del corazón humano de tener libertad. Según los teístas, ese deseo ha sido otorgado por Dios y es fundamental y central a la hora de experimentar a Dios. Los judíos religiosos, por ejemplo, señalarán la experiencia que supone el elemento original y formativo de su existencia e identidad como nación: Dios liberándolos de la esclavitud en los campos de trabajo egipcios en el segundo milenio antes de Cristo. El toque de clarín de Moisés, el profeta de Dios al faraón egipcio, Deja ir a mi pueblo para que me adore, ha resonado en los corazones judíos a lo largo de los siglos. Los judíos lo han celebrado desde entonces en su fiesta anual de Pascua (Pesaj). Una fe que se afirma en Dios como sustentador y liberador ha mantenido su esperanza viva a través de todas las opresiones que han sufrido a manos de gobiernos totalitarios y antisemitas.

Los cristianos añadirán probablemente que la libertad es un constituyente fundamental del evangelio de Cristo. Citarán la declaración de la misión de Cristo:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor.

Lucas 4:18-19

Bajo el deseo de los ateos de tirar por la borda cualquier idea de un Dios Creador está la crítica que hacen de la religión (que, tristemente, suele provenir de la propia experiencia personal) como una opresiva esclavitud del espíritu humano y causa de la alienación del hombre de su verdadero ser.

Estoy seguro de que otras perspectivas religiosas tienen también algo que decir sobre este tema, pero, puesto que escribo como cristiano, puedo decir que entiendo bien esta objeción. Porque la mera religión, que es distinta de una fe viva y personal en Dios, degenera fácilmente en una forma de esclavitud. La propia Biblia es muy consciente de este peligro. Pablo exhorta así al resto de los cristianos:

Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manteneos firmes y no os sometáis nuevamente al yugo de esclavitud.

Gálatas 5:1

El yugo de la esclavitud al que él se refiere es una forma de religiosidad legalista. Anteriormente la describe así:

Antes, cuando no conocíais a Dios, erais esclavos de los que en realidad no son dioses. Pero, ahora que conocéis a Dios —o más bien que Dios os conoce a vosotros—, ¿cómo es que queréis regresar a esos principios ineficaces y sin valor? ¿Queréis volver a ser esclavos de ellos? ¡Seguís guardando los días de fiesta, meses, estaciones y años! Temo por vosotros, que tal vez me haya estado esforzando en vano.

Gálatas 4:8-11

A ojos de los cristianos, el error del ateo es que, al intentar escapar de la religión opresiva, legalista, supersticiosa y opiácea, rechaza también a Dios, quien en realidad denuncia ese tipo de religión. Rechazar a Dios, lejos de aumentar la libertad humana, en realidad la disminuye y conduce a una ideología antropocéntrica y pseudorreligiosa en la que cada individuo, hombre y mujer, se convierte en prisionero de fuerzas no racionales que acabarán destruyéndolo, despreciando completamente su humanidad.

Sin embargo, no es nuestro objetivo tratar estos temas aquí, ni discutir en profundidad la tensión que existe entre el teísmo y el ateísmo sobre la libertad en general. En su lugar, nos centraremos en el énfasis creciente en distintos tipos de determinismo que existe tanto entre ateos y teístas (cristianos principalmente). Ciertos ateos creen que las leyes de la naturaleza son las que acaban determinando, mientras que ciertos teístas creen que es Dios quien determina.

1. El adjetivo “libertario” resulta algo desafortunado puesto que tiene otras connotaciones, particularmente en la esfera moral, que no deberían ser aplicadas a este contexto. El uso del término “indiferencia” no es que sea mucho más adecuado; pero ambos términos han cuajado y no se puede hacer mucho más al respecto.

2.The Oxford Handbook of Free Will (OUP, 2011), 5.

3. H. McMahon, “How free is our free will?”, Cambridge Papers, vol. 25, nº. 2, junio 2016.

4. Resulta humillante pensar que Lewis tuvo que publicar su ensayo en Australia ante la falta de interés en el Reino Unido.

5.C. S. Lewis, “The Humanitarian Theory of Punishment”, The Twentieth Century: An Australian Quarterly Review, vol. III, nº 3, citado en C. S. Lewis, God in the Dock (Eerdmans, 1970), 287-94.

6.www.churchsociety.org/docs/churchman/087/Cman_087_1_Babbage.pdf

7.J. P. Sartre, Being and Nothingness (Pocket Books, 1984), 478.

8.C. S. Lewis, The Problem of Pain (HarperCollins, 2002), 18.

9.C. S. Lewis, The Problem of Pain (HarperCollins, 2002), 21.

10.Para una discusión más completa sobre este tema, véase la obra del autor Gunning for God (Disparando contra Dios) (Lion Hudson, 2011), 59-82 y 117-144.

11.“The Difference between the Natural Philosophy of Democritus and the Natural Philosopy of Epicurus”, traducido en K. Marx y F. Engels, On Religion (Foreign Languages Publishing House, 1955), 517, 519.

12.The Humanist, nº 5, 1954, 226.

02 Diferentes tipos de determinismo

The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] nos cuenta alegremente que existen noventa tipos distintos de determinismo. Nos bastaría y sobraría con unos cuantos menos. Por ejemplo, el determinismo causal es aquel en el que cada evento es causado por eventos anteriores de acuerdo con las leyes establecidas de la naturaleza. Muchos deterministas causales son deterministas físicos: admiten solamente causas físicas. Otros están abiertos también a la causación mental.

Por otro lado, el determinismo teísta (determinismo teológico, determinismo divino) es aquel en el que todo está determinado por Dios. En su forma general, el determinismo teísta no explica cómo hace Dios para ser la causa de todo, sino solo que lo es.

Determinismo físico

El físico teorético vivo más famoso, Stephen Hawking, es un determinista físico.

Resulta difícil imaginar cómo puede operar el libre albedrío si nuestro comportamiento está determinado por las leyes físicas, por lo que parece ser que no somos más que máquinas biológicas y que el libre albedrío no es más que una ilusión.1

Concede, sin embargo, que el comportamiento humano es tan complejo que sería imposible de predecir, así que en la práctica utilizamos “la teoría efectiva de que la gente tiene libre albedrío”.2

Richard Dawkins escribe sobre un universo moralmente indiferente que controla el comportamiento humano:

En un universo de fuerzas físicas ciegas y replicación genética, unos sufren mientras que otros tienen suerte, y es imposible encontrar ni rima ni razón ni justicia alguna en ello. El universo que observamos tiene exactamente las propiedades que deberíamos esperar si, al final, no hubiera ni diseño, ni propósito, ni mal ni bien. Nada más que una indiferencia ciega y sin piedad. El ADN ni sabe ni le importa. El ADN simplemente es. Y nosotros danzamos a su son.3

El neurocientífico Sam Harris escribe:

Pareces ser un agente actuando a partir de tu libre albedrío. No obstante, como veremos, este punto de vista no se puede reconciliar con lo que sabemos del cerebro humano… Todo nuestro comportamiento puede trazarse hasta llegar a eventos biológicos sobre los cuales no tenemos conocimiento consciente, lo cual sugiere siempre que el libre albedrío es una ilusión.4

Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva en la Universidad de Yale está de acuerdo con Dawkins:

Nuestras acciones están, de hecho, literalmente predestinadas, determinadas por las leyes de la física, el estado del universo, desde mucho antes de que naciéramos y, quizás por eventos totalmente aleatorios a nivel cuántico. No elegimos nada de esto, por lo que el libre albedrío no existe… El determinismo lleva ya bastante tiempo formando parte del primer curso de filosofía, y los argumentos en contra del libre albedrío llevan siglos circulando, antes de que supiéramos nada sobre genes o neuronas. Lleva mucho tiempo siendo una de las preocupaciones de la teología; Moisés Maimónides, ya en torno a 1100, definió el problema en términos de la divina omnisciencia: Si Dios ya sabe lo que vas a hacer, ¿cómo puedes ser libre para elegir?5