2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
El padre de Felicity había estado desfalcando al multimillonario argentino Ricardo Valeron. Ella sabía que Rico era despiadado cuando se trataba de sus negocios y nada lo detendría a la hora de arruinar a su padre si averiguaba la verdad. Así que Felicity aceptó un matrimonio de conveniencia. Un amigo suyo necesitaba casarse para asegurarse la herencia. A cambio, él restituiría el dinero del desfalco. Pero, antes de que la ceremonia nupcial pudiese llevarse a cabo, Rico se llevó a la novia. ¿Había descubierto el plan? ¿Venía a vengarse? ¿O tenía otros planes para la novia que había secuestrado...?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Kate Walker
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Prisioneros del deseo, n.º 1251 - febrero 2015
Título original: The Hostage Bride
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6094-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Publicidad
Rico Valerón detuvo su gran coche frente a la casa y echó el freno de mano. Miró el reloj y paró el motor. Tenía tiempo de sobra, así que se reclinó en el asiento y se dispuso a esperar.
Felicity oyó el ronroneo del motor desde su habitación y luego a su padre que salía del salón.
—¡Tu coche ha llegado! —le dijo por el hueco de la escalera—. ¿Estás lista?
«¿Estoy lista?», se preguntó, mirando con sus ojos grises su reflejo en el espejo del armario. Inmediatamente, apartó los ojos. No le gustaba que reflejaran tanto.
—¡Fliss! —dijo Joe Hamilton impaciente—. ¿Me has oído? El coche ya ha llegado… hay que irse.
—¡Un momento!
Felicity tuvo dificultades para que su voz llegara hasta la planta de abajo. A pesar de todos sus esfuerzos, no le sonaba bien. No era fuerte ni convincente.
Desde luego, no era la voz de una mujer que se va a casar.
Claro que aquella boda no la había planeado ella. No era la boda con la que había soñado de pequeña, ni la que había imaginado con su primer amor de adolescencia. Entonces, se había visto a sí misma como Cenicienta o la reina Ginebra y al novio como una mezcla del Príncipe Azul y los Caballeros de la Mesa Redonda, que llegaba hasta ella al galope en un corcel blanco y la agarraba por los aires para comenzar una vida feliz.
Desde luego, no así.
No esa especie de boda a la que había accedido por miedo y desesperación. Había intentado por todos los medios librarse de ella, pero no lo había conseguido.
—¡Felicity!
Su padre se estaba impacientando. Solo la llamaba así cuando estaba enfadado. Lo imaginaba perfectamente mirando el reloj.
—¡Ya voy!
¿Qué iba a decir? No había elección. Ningún caballero a lomos de un caballo blanco iba a ir a rescatarla. No había podido ni siquiera contárselo a su madre porque se habría enterado del tremendo lío en el que se había metido su padre. La única manera de ayudarlo a salir era pasar por aquello.
—¡Un momento!
Suspiró profundamente y se volvió a mirar en el espejo.
El vestido de seda blanca que Edward había comprado le quedaba como un guante, realzaba su figura y, al no tener mangas, dejaba al descubierto sus brazos delgados y el bronceado de su piel. Su pelo rubio apagado iba recogido en un moño, que sostenía una pequeña tiara, y desde el que salía el velo. El tocado resaltaba sus pómulos y sus ojos grises.
Bajo el maquillaje, no había color. Sus ojos no tenían brillo.
Parecía un cordero que fuera al matadero.
—No se lo van a tragar —se dijo a sí misma—. ¿No podrías fingir una sonrisa?
No, mucho peor. Aquella sonrisa era tan falsa que prefirió borrarla. Se agarró la falda del vestido y salió.
—¡Por fin! —exclamó Joe cuando la vio bajar las escaleras—. ¡Vamos a llegar tarde!
—¿No se supone que la novia siempre tiene que llegar tarde? —protestó Felicity—. Edward esperará.
Claro que sí. Edward esperaría por la cuenta que le traía. Iba a ganar mucho más con aquel matrimonio de risa de lo que le había dicho a ella para convencerla.
Al percibir movimiento en la puerta principal, Rico se irguió, miró a su alrededor y asintió satisfecho.
Nadie. Todos estaban invitados a la boda del año e incluso el personal de servicio estaba en la escalera de la catedral. Con un poco de suerte, nadie lo vería hacer lo que tenía que hacer. Al ver que la puerta se abría, salió del coche y se metió una mano en el bolsillo.
—¡Ya vamos! —gritó Joe al conductor que estaba esperando—. ¡Venga, vamos, Fliss! Sir Lionel se va a creer_ bueno eso no importa ahora.
En ese momento sonó el teléfono.
—No contestes —le dijo a su padre. Una vez puestos en marcha, quería terminar con aquello cuanto antes.
—Vete saliendo tú. Yo voy ahora.
Una vez sola, Felicity se encontró pegada al suelo. No podía moverse. Tenía tanto miedo que se puso a temblar, a pesar del intenso sol de julio. No veía nada, no sentía nada.
—¿Señorita Hamilton?
Era el conductor. Lo miró. Era alto y tenía un buen cuerpo. No se había imaginado que los conductores profesionales fueran así.
Estaba de pie junto al Rolls plateado, casi cuadrado como un soldado. La chaqueta del uniforme le marcaba los hombros y el ancho pecho. Tenía la cintura estrecha y unas piernas muy largas. Llevaba los zapatos tan lustrosos, que parecían hechos a mano. Con una mano cubierta por un guante negro, le abrió la puerta trasera invitándola a entrar.
No le veía la cara porque la gorra se lo impedía.
—¿Es usted la señorita Felicity Hamilton?
Parecía sorprendido, como si ella no fuera como se había esperado, y tenía acento español, quizá. Su voz grave y ronca, y la forma en la que había pronunciado las sílabas de su nombre hicieron que se sintiera seducida.
El escalofrío de aprensión que había sentido momentos antes se tornó en algo muy diferente. Aquella punzada de deseo que le recorrió la columna era lo menos apropiado para una novia. Más bien, lo sería si se estuviera casando con un hombre al que de verdad amara.
—Sí.
Debía de parecer una boba, allí en mitad del camino, sin saber si avanzar o retroceder. Para colmo, la mirada del conductor no la estaba ayudando en absoluto.
—Felicity Jane Hamilton, que pronto será Felicity Jane Venables —dijo. Apartó sus pensamientos, se agarró la falda y avanzó hacia el coche—. Eso ya lo sabría, ¿no? Al fin y al cabo, para eso ha venido.
El silencio del conductor la puso todavía más nerviosa.
—Sí, señorita Hamilton. Por eso estoy aquí.
Tenía los ojos de un marrón muy oscuro, casi negro, y una piel de un tono tan aceitunado que Felicity sintió deseos de tocarla. Tenía la nariz recta y la mandíbula cuadrada, pero su boca tenía líneas mucho más suaves. Pensó en que le gustaría verlo sonreír, en cómo sería sentir aquellos labios sobre la piel, en…
—¿No va a entrar, señorita Hamilton?
—Eh… oh… sí, sí.
Felicity parpadeó confusa y avergonzada, y se ruborizó. Su mirada era tan intensa que parecía como si le pudiera leer el pensamiento y supiera las fantasías que acababa de tener con él.
¡No debería tener ese tipo de fantasías! No quería a Edward, pero le había prometido ser su esposa y debía hacer como que la boda era de verdad. ¿Cómo iba a hacerlo si ya estaba pensando en otro hombre y todavía no llevaba la alianza?
—Suba al coche.
Algo había cambiado. De repente, su tono se había alterado levemente. Aquello hizo que Felicity se pusiera nerviosa.
—Estoy esperando a mi padre.
—Puede esperarlo en el coche.
El mismo tono la disturbó todavía más. En un intento de ocultar cómo se sentía, de ignorar la carne de gallina que se le había puesto, levantó la mandíbula y lo miró a los ojos.
—Prefiero quedarme fuera. No quiero arrugarme el vestido.
El conductor miró el vestido en cuestión con desprecio y se encogió de hombros.
—Vamos a llegar tarde. Por favor, suba al coche, señorita Hamilton.
En aquel «por favor» percibió algo oscuro; no era cortés, e hizo que Felicity sintiera un escalofrío incómodo por la espalda.
Oyó a su padre que intentaba cortar la llamada.
—Me tengo que ir_ ¿no podemos hablar de esto en otro momento?
Estaría con ella en unos segundos. Aquello la reconfortó. Entonces, entraría en el coche porque a ella le diera la gana, no porque el conductor lo dijera.
No se había dado cuenta de lo difícil que iba a ser sentarse en aquel asiento de cuero tan alto con el vestido, el velo y todo lo demás. Tenía un pie dentro cuando perdió el equilibrio.
—¡Oh!
Él tardó un segundo en estar a su lado. Una mano enguantada agarró sus dedos, que se agitaban en busca de ayuda. La agarró con fuerza para poder con el peso de todo su cuerpo.
En un momento, estaba de nuevo arriba, a salvo en el coche. El vestido no había sufrido ningún daño ni ella tampoco, pero se ruborizó ante lo que podría haber sucedido.
—Gracias —contestó dándose cuenta de que era su cercanía, su fuerza, lo que le había dejado sin aliento y no el haber estado a punto de caerse.
—De nada.
Aquellas manos fuertes metieron el resto del vestido y del velo con un toque frío e impersonal. Al no tener aquella mirada tan intensa sobre ella, Felicity se sintió mucho más tranquila.
—Gracias —repitió. Cuando el conductor levantó la cabeza, ella sonrió y lo miró a los ojos.
No hubo contestación, solo la mirada más fría y vacía que jamás había visto. Notó que se le helaba la sangre en las venas y se echó hacia atrás en el asiento, asustada.
Mientras Felicity se recobraba de aquella mirada, que había sido como un bofetón, el hombre se apresuró a cerrar la puerta con firmeza.
Su padre seguía en la casa.
—Un momento…
El conductor la ignoró, se metió en el coche y lo puso en marcha cerrando su puerta a la vez. Felicity vio que se sacaba algo del bolsillo y sintió un miedo atroz. Era un teléfono móvil.
—De acuerdo —dijo él, con los ojos fijos en la casa—. Misión cumplida. Podéis parar.
—¡Le he dicho que espere!
Felicity se revolvió en el asiento de atrás y miró a su casa mientras el coche tomaba velocidad.
—¿Me ha oído? No podemos irnos… mi padre…
Se interrumpió al recordar lo que acababa de oír.
«Misión cumplida. Podéis parar».
Se echó hacia delante y golpeó con fuerza el cristal que la separaba del conductor.
—¿Qué hace? ¿Dónde vamos? No puede…
El conductor no dijo nada. Apagó el móvil, se lo guardó en el bolsillo de nuevo y agarró el volante. Cambió de marcha y aceleró.
—¡Pare! Mi padre…
Felicity vio que el hombre miraba por el retrovisor. Se giró y vio a su padre saliendo de la casa corriendo. Se paró y se quedó mirando, completamente conmocionado, el coche que se alejaba. Le vio levantar un brazo y gritar algo.
Entonces, se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir. La llamada de teléfono había sido para distraer a su padre. Aquel hombre la había hecho coincidir para que ella se montara en el coche sola.
«¡Papá!», pensó.
No pudo gritar porque estaba demasiado perpleja. El coche siguió acelerando y la distancia entre ellos se fue haciendo mayor. Giraron a la derecha y dejó de verlo.
Al darse cuenta de que estaba sola le dio miedo. Estaba completamente sola con aquel desconocido que la ponía de los nervios.
Al llegar al cruce, torció a la izquierda, en dirección opuesta a la iglesia y Felicity comenzó a asustarse de verdad.
Pero se puede saber qué hace?
Felicity se dijo que no debía dejarse llevar por el pánico. Muy bien, había pasado miedo, pero aquello tenía que ser un error.
—Le he dicho…¿no podría frenar un poco?
¿No la oía o qué? Su espalda parecía tan inamovible como un muro de ladrillo y, como iba mirando hacia delante, no le veía la cara y no podía leer la expresión de sus ojos.
—¡Se está equivocando de dirección!
Sin respuesta. Ni siquiera la miró de reojo. Solo agarró el volante con fuerza y aceleró todavía más, hasta que la aguja de la velocidad parecía que se iba a salir.
Felicity se echó hacia delante y consiguió abrir el panel de cristal unos milímetros.
—¡Le he dicho que se ha equivocado de camino!
Intentó vocalizar bien porque, claro, no era inglés. ¿Qué sería? ¿Español? Tal vez, no lo entendiera. Tal vez, lo que le había dicho fuera lo único que supiera decir en inglés. Aunque lo había dicho con mucha soltura, la verdad.
—¡Escúcheme! Se ha equivocado de camino…
—Sé perfectamente dónde voy. Lo que ocurre es que no es donde se suponía que tenía que ir usted hoy. Le recomiendo que se ponga cómoda y se abroche el cinturón. Tal y como va ahora, es ilegal.
—¿Cómo? ¿Ilegal? —Felicity no se lo podía creer—. ¿Me está… me está usted secuestrando… y se preocupa por el cinturón? ¡Es usted un…!
Consiguió bajar un poco más el cristal y le apretó el hombro.
—¡Pare el coche inmediatamente! ¡Le digo que pare!
Al ver que no le hacía ni caso, pensó que lo único que podía hacer para llamar su atención era tirarle del pelo.
—¡Madre de Dios!
El coche se zarandeó peligrosamente.
—¡Pare! —gritó él, apretando la mandíbula—. ¡No sea estúpida! ¿Quiere que nos matemos?
—No me tiente —murmuró Felicity. Sin embargo, se dio cuenta de que no había sido un movimiento inteligente. Con el volantazo del coche, se había ido hacia un lado y se había dado un buen golpe en un brazo.
Se sentó con la espalda apoyada en el respaldo. Intentó parecer calmada, pero por dentro no paraba de darle vueltas a la cabeza intentando encontrar una explicación.
¿Se habría vuelto loco el conductor? ¿Qué pretendía?
—Mire usted… —le dijo intentando sonar firme y segura de sí misma.
Sus ojos oscuros la miraron por el retrovisor y se encontraron con los suyos durante un segundo.
—Me llamo Rico —dijo de repente.
¿Rico? Sí, ya, como que le iba a decir su nombre de verdad. Sería un imbécil si lo hiciera y, desde luego, sus ojos color café desprendían inteligencia. No parecía imbécil.
Le quedaba bien Rico. Era un nombre de delincuente. Se lo imaginaba perfectamente haciendo de malo en una película de aventuras.
Pero aquello no era una película y tampoco parecía una aventura.
—Bueno, Rico… me parece que se ha equivocado. Ha cometido usted un terrible error.
—No hay ningún error. Sé perfectamente lo que estoy haciendo.
—Pero, entonces, se ha equivocado de persona —dijo. Tenía que ser eso.
—¿No es usted Felicity Hamilton?
Su sarcasmo la hirió.
—Sí, sí, ya le he dicho que soy yo, pero se ha equivocado. No soy rica ni mi padre tampoco —añadió. Si lo hubieran sido, no se habría visto forzada a casarse con Edward.
—El dinero no me interesa.
—¿Entonces…?
Felicity se quedó sin habla al pensar en por qué aquel hombre la habría secuestrado. Su mente se llenó de pensamientos horribles y sintió que el color escapaba de su rostro a la vez que la garra del pánico se apoderaba de su corazón.
—¡Pare el coche! ¡Pare inmediatamente!
Sabía que no le iba a hacer caso, pero verlo tan impertérrito la puso todavía más nerviosa.
—¡Le he dicho que pare!
Entonces, se le ocurrió una idea. Estaba cerca de una curva muy mala en la que el tipo tendría que frenar. Si pudiera abrir la puerta… Se acercó lentamente y agarró la manivela.
—Está cerrada.
Aquellas palabras dieron al traste con sus esperanzas. Miró de nuevo al retrovisor y se encontró con aquellos ojos que le daban miedo.
—Cierre centralizado —añadió señalando un botón que tenía en su puerta—. No podrá salir a menos que yo la deje.
Aunque sabía que era una tontería, lo ignoró. No podía dejarse ganar sin oponer resistencia. Intentó abrir la puerta, pero fue inútil, así que se volvió a arrellanar en el asiento.
—Déjelo y tranquilícese. Tenemos un largo camino por delante, así que no siga porque se va a cansar —le dijo con una nota de preocupación que Felicity se apresuró a calificar de falsa.
—¿Adónde vamos?
Intentó sonar inocente, pero no lo consiguió. Él le dedicó una mirada irónica de reproche.
—Ya lo sabrá cuando lleguemos. ¿Por qué no disfruta del paisaje?
—¿Cómo? ¡Nada más lejos de mi pensamiento!
—Bueno —comentó él encogiéndose de hombros.
—Estará mucho más cómoda y segura si se echa hacia atrás y se abrocha el cinturón de seguridad.
Felicity vio un cartel que indicaba que se dirigían hacia la autopista que llevaba a Londres.
—Se la está jugando, ¿no? Estoy leyendo los carteles. Sé hacia dónde vamos —él se limitó a volverse a encoger de hombros con indiferencia. ¿De verdad le importaba poco que supiera por la carretera que iban?—. ¿No le importa?
—¿Debería? —preguntó quitándose la gorra y dejándola en el asiento de al lado. Se pasó la mano bronceada por el pelo oscuro, que acababa de dejar al descubierto. Miró por el retrovisor y la sonrió abiertamente.
Felicity sintió una punzada en el corazón, que le latía a toda velocidad, y se mordió el labio inferior controlando a duras penas un grito de sorpresa.
¡No era justo! Un hombre como Rico, que la había secuestrado sin razones aparentes, que había invadido su vida y la había puesto del revés, debería ser por fuera tan oscuro como debía de ser por dentro. Desgraciadamente, era todo lo contrario.
Solo le veía un trozo de la cara en el espejo, pero, aun así, supo que era guapo como el que más.
El tono aceitunado de su rostro, los ojos oscuros y el pelo negro y sedoso, combinaban con unos pómulos altos, unas pestañas impresionantemente rizadas y una boca sensual. Todo ello hacía de él una belleza masculina como ella jamás había visto.
No podía apartar los ojos de él. Rico la miró y vio su mirada sorprendida. Al darse cuenta de que la había pillado, Felicity bajó la vista y se puso a mirarse las manos, completamente avergonzada.
—En serio, debería ponerse el cinturón —le repitió en un tono que no dejaba lugar a dudas. Debía obedecer—. Vamos a salir a la autopista en breve y, aunque usted prefiera poner su vida en peligro y saltarse la ley, preferiría que se mostrara más razonable.
¿Querría decir aquello que no le iba a hacer daño? Agarró el cinturón con manos firmes, a pesar de estar muy nerviosa por dentro, y se lo puso.
—¿Rico qué más? —preguntó ella justo cuando se estaban incorporando a la autopista—. ¿Tiene apellido?
—Rico a secas —contestó él pendiente del tráfico.
—Ya me enteraré. Edward me lo dirá —le dijo. En ese momento, se le ocurrió algo—. Me sorprende que piense usted que va a salir bien parado de todo esto. Como podrá suponer, se lo diré al señor Venables —añadió. Rico no dio muestras de haberla oído siquiera—. Aunque esto no sea más que una broma, no le va a hacer ninguna gracia que uno de sus empleados se comporte así. Lo echará —Rico la miró de reojo. De repente, Felicity se dio cuenta de la verdad y sintió un gran peso en el estómago, como si se hubiera tragado un yunque—. No trabaja para él, ¿verdad?
—Antes, recorrería la autopista de rodillas —contestó él con fuerza. Felicity sintió un escalofrío al percibir que, detrás de aquella firmeza, había odio.
—¿Así que todo esto tiene que ver con Edward y no conmigo?
Sintió un gran alivio al darse cuenta de que, a pesar de todos los problemas en los que se había metido Joe Hamilton últimamente, no se había mezclado con semejante delincuente.
—¿Eso quiere decir que no me va a…?
—No tengo intención de hacerle daño —contestó él.
No, pero le iba a arruinar la vida. Si no volvía a la catedral y le contaba a Edward que todo aquello había sido contra su voluntad, se vengaría en su padre, le contaría a todo el mundo los delitos que había cometido y todo lo que había pasado ella no serviría de nada.
No quería ni pensar en lo que aquello produciría en su madre.
Entonces, vio un cartel que indicaba un área de servicio. Era el momento de poner en marcha el plan.