Promesas de futuro - Karen Rose Smith - E-Book

Promesas de futuro E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

Era la mujer a la que siempre había deseado, pero que jamás podría tener… ¿o quizá sí? Los viejos deseos prohibidos renacieron en cuanto Brock Warner volvió a Wyoming a ayudar a Kylie a llevar el rancho familiar. Brock no había intentado conquistarla en el pasado porque Kylie entonces era demasiado joven e inocente… pero había sido su hermano el que la había llevado al altar. El desastroso matrimonio de Kylie había acabado con la muerte de su infiel marido. Ahora no le quedaba nada más que agridulces recuerdos, una cuenta vacía en el banco y un bebé en camino. Pero el regreso de Brock le devolvió a la memoria el recuerdo de aquel único beso e hizo que se preguntara qué habría pasado…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2006 Karen Rose Smith

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Promesas de futuro, n.º 1679- septiembre 2022

Título original: Expecting His Brother’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-102-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

Wild Horse Junction, Wyoming

 

 

KYLIE Warner no solía compararse con otras mujeres. Toda su vida se había considerado poco femenina porque se encontraba más cómoda a lomos de un caballo que en otro lugar. No le interesaba vestir a la moda. Su ropa siempre había sido funcional. Sin embargo, frente a esa coqueta camarera del pub Clementine en Wild Horse Junction, no pudo dejar de pensar que se había abandonado. Con los cabellos rubios atados en una coleta y el anorak que apenas cruzaba su voluminosa barriga, se preguntó qué le había sucedido a su orgullo femenino desde la muerte de Alex.

—Soy Trish —dijo la camarera con una sonrisa más forzada que auténtica—. Podemos conversar en la oficina del jefe. Ha ido a cenar a su casa.

Cuando Trish llamó a Kylie dijo que quería hablar con ella sobre la posibilidad de adiestrar su caballo en el rancho Saddle Ridge.

A partir de su embarazo, Kylie no estaba en disposición de adiestrar caballos, ni siquiera de dar clases de equitación. Pero albergaba la esperanza de hacerlo tras el nacimiento de su bebé. Adiestrar caballos podría impedir que Saddle Ridge continuara hundiéndose en un mar de deudas.

Con siete meses y medio de embarazo, se esforzaba duramente por atender al bebé que crecía en su vientre, administrar el rancho y trabajar como directora administrativa de la agencia de empleo temporal de Wild Horse. Así que no era de extrañar que durante meses no se hubiera ocupado de sus cabellos ni que cada mañana se pusiera algo más que un toque de color en los labios antes de salir del rancho.

Kylie siguió a la mujer de cabellos oscuros y minifalda a la oficina del jefe.

—Me llamó porque le interesa adiestrar un caballo, ¿no es así?

La blusa roja se ciñó a sus pechos cuando Trish se encogió de hombros.

—No dije eso exactamente. La verdad es que le pedí que viniera por otro motivo. Tengo algo que tal vez desee conservar. Perteneció a su marido —dijo al tiempo que abría un bolso rojo a juego con las botas y sacaba un objeto brillante.

Kylie reconoció de inmediato la hebilla del cinturón. Alex tenía varias hebillas que había ganado en diversos rodeos. Cabalgar toros siempre había sido su pasión. Una pasión que había acabado con su vida.

Entonces miró el grabado en la parte posterior de la hebilla. La fecha era de abril. Alex había muerto hacía cuatro meses, pero todavía tenía el poder de hacerle daño. Abril, un mes antes de la gestación de su bebé.

Cuando alzó la vista para mirar a Trish, supo que era la mujer que llamaba al rancho y colgaba cada vez que ella atendía el teléfono. Esa mujer había sido su competidora y ella ni siquiera lo sabía. Era la «T» de Trish la inicial que había encontrado en una servilleta de cóctel metida en un bolsillo un día que lavaba la ropa de su marido.

¿Para qué la había llamado? ¿Para humillarla?

Kylie podía atacarla, lanzarle acusaciones, pero sabía que cualquier cosa que hiciera o dijera podría afectar al bebé. Tal vez obtendría cierta satisfacción durante unos minutos, pero la ansiedad duraría bastante más. No, no le daría a esa mujer la satisfacción de una escena.

—Si Alex se lo regaló es porque deseaba que usted lo conservara.

Y sin decir más, se volvió para marcharse.

—¿No le importa compartir a su marido?

Kylie sintió que la ira se apoderaba de ella. Con gran esfuerzo intentó calmarse.

—Creo en los votos que hice al casarme. Intenté conservar mi matrimonio. Pero como usted sabrá, eso es cosa de dos —dijo al tiempo que le daba la espalda para que Trish no notara las lágrimas que le quemaban los párpados.

Y sin más, salió del local rápidamente.

Mientras ponía en funcionamiento el vehículo, no podía dejar de pensar en las noches solitarias en las que Alex estaba en la carretera camino a un rodeo, los días de pesados trabajos rutinarios para al fin llegar a la conclusión de que Saddle Ridge se hundía cada vez más, que había facturas que pagar y que Alex no hacía caso de su inquietud por el rancho.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al revivir su decisión de abandonarlo si no acudían a un consejero matrimonial. El día que partía a su último rodeo en Las Vegas mantuvieron una fuerte discusión. Alex la acusó de haberse quedado embarazada deliberadamente para mantenerlo atado a la casa. Ella replicó que la única manera de salvar el matrimonio era asistir juntos a una terapia.

Con los ojos anegados en lágrimas aceleró el vehículo cuando salía del pueblo. No dejaba de recordar la mirada de satisfacción en los ojos de Trish Hammond cuando le tendió la hebilla y de pronto no pudo contener los sollozos.

Sumida en su dolor, no vio el bache en medio del camino. En un instante, la camioneta se inclinó bruscamente hacia el lado derecho, la joven perdió el control, soltó el volante y horrorizada vio que iba dando tumbos hacia un barranco. «Señor, salva a mi hijo», murmuró. De pronto, la camioneta dio un bandazo hacia el otro lado y la arrojó violentamente contra la puerta. Cuando la cabeza golpeó contra el volante, una especie de niebla gris se apoderó de su mente. Kylie cerró los ojos, casi aliviada de evadirse de tanto dolor.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL PÁNICO se apoderó de Kylie al ver que Brock Warner entraba en la habitación el sábado por la tarde.

Desde el viernes, cuando ingresó en el hospital, había tenido demasiado tiempo para pensar en la infidelidad de su marido con Trish Hammond.

¡Y ahí estaba su hermanastro! ¿Cómo se habría enterado del accidente? ¿Intentaría convencerla de que vendiera Saddle Ridge?

—¿Qué estás haciendo aquí?

Brock echó hacia atrás el sombrero negro y se detuvo junto a la silla donde estaba sentada.

—Me llamó Dix muy preocupado por ti.

—Me encuentro bien —replicó Kylie pensando en que el capataz no debería haber intervenido.

Brock alzó las pobladas cejas negras.

—No lo parece —comentó al tiempo que lanzaba una mirada al brazo en cabestrillo y a la contusión de la frente.

La sangre apache de su cuñado se evidenciaba en el tono de la piel, en sus ojos y en los negros cabellos. Todo en él era sensual: su modo de andar, de hablar, de sonreír. Cuando era una chica adolescente, una extraña sensación había recorrido su cuerpo cuando lo besó la noche de su graduación. La misma sensación que experimentaba en ese momento.

—Siento que Dix te haya sacado de dondequiera que estuvieses…

—Texas.

—¿Cuándo llegaste? —preguntó al tiempo que lo recorría con la mirada.

Hacía cinco años que no lo veía; desde los funerales de Jack Warner. Ese día había llegado al rancho con su esposa.

—Hace una hora. Dix está agotado, así que me ofrecí para venir a buscarte.

Dix había sido amigo del padre de Kylie, y discretamente había velado por ella desde que le consiguió un empleo en Saddle Ridge. Ambos estaban agotados a causa del esfuerzo por sacar el rancho adelante sin contar con la ayuda de nadie. Y eso había empezado a suceder mucho antes de la muerte de Alex.

La mirada de Brock se suavizó al mirar sus cabellos rubios y el vientre abultado.

—Siento mucho lo de Alex.

Ya lo había dicho por teléfono cuando llamó para excusarse por no poder asistir al funeral de su hermano. Se encontraba en Centroamérica ejerciendo su trabajo de geólogo. Lejos de la civilización, durante semanas no había llamado a su casa de Texas por si había mensajes. Cuando al fin pudo hacerlo, se comunicó con Kylie y así supo que su hermano había muerto en un rodeo.

Para ese entonces Alex ya estaba sepultado y ella no había querido que Brock se enterase de las condiciones en que se encontraba el rancho. Durante la conversación telefónica lo informó de que estaba embarazada, pero que se las arreglaba perfectamente bien.

—Yo también siento tu pérdida —dijo ella con calma porque sabía que Brock había querido mucho a Alex.

—La última vez que hablé con él estaba en Utah. Debería haberlo llamado más a menudo.

Lucy pensó con tristeza que la última vez que había hablado con él fue cuando se marchó a su último rodeo dejándola con la sensación de que su matrimonio había terminado. Aunque después de la visita a Trish Hammond, estaba claro que había concluido bastante antes de aquél día.

Una sonriente enfermera entró en la habitación, y tras lanzar una mirada de admiración a Brock, tendió a Kylie unos papeles.

—Las instrucciones del doctor Marco.

Tras leerlas rápidamente, Kylie concluyó que lo más importante era que debía guardar reposo durante las dos semanas siguientes.

Brock le sacó los papeles de las manos.

—Hace unos minutos hablé con tu médico —dijo tras examinarlos—. Le dije que me iba a asegurar de que obedecerías sus recomendaciones.

—¿Asegurarte? ¿Qué quieres decir con eso? Vuelve a Texas, no te necesitamos aquí. Dix no debió haberte llamado.

—Kylie, tú debiste haberme llamado hace mucho tiempo. Me bastó echarle una mirada a la casa… —Brock se interrumpió al tiempo que movía la cabeza de un lado a otro—.Ya tendremos tiempo para hablar. Ahora te llevaré al rancho.

—Como quieras.

Cuando se inclinó para ayudarla a ponerse de pie, Kylie sintió que se le aflojaban las piernas al sentir la fragancia a pino de la loción para después del afeitado y la fuerza de sus manos. Una vez había soñado con ser más que una amiga para él, pero Brock había considerado que era demasiado joven. Años después, había vuelto al rancho con su esposa y eso terminó por convencerla de que nunca formaría parte de su vida.

Seis meses más tarde se casó con Alex.

Alex y ella habían ido juntos al colegio y compartido los juegos y los deberes escolares. Cuando falleció su padre, Kylie tuvo que vender la casa para pagar las deudas y entonces se mudó a Saddle Ridge. Allí dispuso de unas habitaciones sobre el establo y empezó a ganarse la vida cuidando a los caballos.

En ese tiempo Alex la trató más como un amigo que como un pretendiente. Pero todo cambió tras la muerte de Jack Warner. Alex volcó en ella su dolor por la pérdida del padre. Tiempo después le pidió que lo ayudara con la contabilidad del rancho porque no se le daban bien los números. Kylie nunca supo si realmente estaba enamorado cuando se casaron. Lo único que sabía a ciencia cierta era que la necesitaba y que en gran medida dependía de ella. Ella sí se había casado enamorada. Había sido una esposa fiel, consagrada a su matrimonio. Anhelaba tener hijos, pero Alex siempre postergó la decisión. Al segundo año de matrimonio, Kylie se dio cuenta de que su marido nunca iba a madurar. Su sueño era participar en los rodeos hasta que se hiciera viejo, hasta el día que ya no le importara no ganar un trofeo.

—Voy a llevarlo al coche y te esperaré en la puerta principal —dijo Brock al tiempo que recogía el viejo bolso de piel que había pertenecido al padre de Kylie.

Durante el trayecto, permanecieron un buen rato en silencio.

—Has alquilado este vehículo, ¿verdad? —preguntó ella para cortar la tensión al tiempo que, con un ademán, indicaba el SUV blanco que conducía Brock.

—Sí, por el momento. Pero habrá que cambiar el tuyo.

—Dix dijo que se podía reparar.

—Tiene más de quince años. El rancho necesita uno nuevo, así que me preocuparé de eso. ¿Qué pasó con el que ganó Alex en una competencia?

—Lo vendí.

—Tal vez debiste haber vendido el tuyo. El de Alex era mejor y más nuevo, por cierto.

—Hice lo que estimé conveniente.

El mensaje era muy claro. No era asunto suyo. Si pensó que podría llegar al rancho y hacerse cargo de todo, incluso de ella, se había equivocado de pleno.

 

 

—¿Por qué no me llamaste para informarme de que el rancho se iba al infierno? —preguntó Brock a Dix una hora después.

Brock sintió en los huesos la mordida del viento frío que anunciaba la proximidad de Día de Acción de Gracias.

Había ido a examinar el establo junto con el capataz.

Para empezar, necesitaba una buena mano de pintura. Los pocos caballos que quedaban estaban sueltos en el corral.

Ya se había enterado de que de las quinientas cabezas de ganado que solían pastar en las tierras del rancho quedaban apenas unas cincuenta.

—En lugar de esperar a que te llamara, debiste haber venido a ver lo que sucedía aquí.

—Aquí no había lugar para mí. Nunca lo hubo y tú lo sabes.

—Lo que sé es que puedes ser tan obstinado como lo fue tu padre.

Jack Warner nunca había sido un verdadero padre, aunque lo había engendrado y le había dado su apellido. Se había casado con la madre de Brock sólo para salvar las apariencias. El apuesto, inteligente y rico Jack Warner no podía poner en tela de juicio su reputación por haber compartido la cama con una mujer y dejarla embarazada. No, no podía darrle la espalda… aunque hubiese sido una apache. Brock nació en el rancho, pero Jack Warner nunca se interesó por él. Y el hijo sabía por qué. Su piel no era blanca, tenía los mismos cabellos negros de su madre, y no rubios como los de su padre. La verdad era que Jack nunca amó a Conchita Vasco. Nunca la quiso por esposa. Y nunca quiso a su hijo.

Brock echó una mirada a la casa donde se había criado. Había que reparar el techo y cambiar algunos peldaños de la escalinata que conducía al porche.

—¿Cuándo empezó esta decadencia?

—Hace mucho tiempo, tras la muerte de tu padre.

Brock volvió la mirada a Dix.

—¿Y Alex lo permitió?

—Mira hijo, he de decirte que Kylie ha trabajado en el rancho más que cualquier hombre de los que conozco. Los dos hemos intentado mantenerlo en pie, pero casi sin éxito. Alex siempre estaba ausente…

—¿En los rodeos?

—Sí. Y siempre con la esperanza de ganar el Gran Campeonato sin conseguirlo. Comprendo por qué no regresaste tras la muerte de tu padre. Su testamento fue como una bofetada en la mejilla. Sé que le dejó el rancho a Alex y que tú obtendrías la mitad del dinero sólo si lo vendía. ¿Pero por qué no viniste tras la muerte de Alex?

—Estaba en la selva. Me enteré de la muerte de mi hermano después de sus funerales, cuando llamé a Kylie. Entonces pudo haberme dicho la verdad.

—Kylie ha hecho planes para mejorar las condiciones del rancho después del nacimiento del bebé. Piensa impartir más clases de equitación y alquilar plazas para adiestrar caballos ajenos.

—Está soñando.

—Sí, con el futuro de su hijo. Me parece que no te informó de lo que ocurría, convencida de que no te interesaba Saddle Ridge. Entonces decidí llamarte porque no puedo manejar la situación solo. Kylie necesita ayuda y yo también.

Dix tenía sesenta y dos años. La roja barba empezaba a poblarse de hebras blancas y las líneas de su rostro curtido eran más profundas.

—¿Y no han contratado jornaleros? ¿Ni siquiera a tiempo parcial?

—¿Cómo les íbamos a pagar? La verdad es que debería ser Kylie la que te informara de la situación. No quise sugerirle que lo hiciera porque todavía está bajo los efectos de la conmoción y eso no es bueno para ella ni para el bebé.

Hacía poco tiempo que Brock había regresado a su casa en Texas. El día anterior Dix lo había llamado para informarlo sobre el accidente de Kylie y de inmediato se había puesto en marcha hacia el rancho.

Tras el divorcio de Jack, la madre de Brock había vuelto con su hijo a la reserva de Arizona para vivir con su familia. Pero cuando el niño tenía sólo cuatro años, con lágrimas en sus ojos Conchita lo envió a Saddle Ridge asegurándole que junto a su padre tendría un futuro. Cuando se hizo mayor, Brock al fin comprendió la decisión de su madre. Si se quedaba en el rancho algún día podría ir a la universidad y labrarse un futuro. En la reserva eso no hubiera sido posible y nunca habría podido realizarse como hombre.

Nunca había dejado de visitar a su madre, especialmente durante las vacaciones de verano, aunque sentía su vida vacía sin ella.

Cuando su padre se volvió a casar y nació Alex, Brock pensó en volver junto a Conchita. Pero ella lo alentó a que permaneciera en el rancho. Brock le cobró afecto a su hermanastro, disfrutó en el colegio, aprendió a cuidar de los caballos y a interesarse por las actividades del rancho porque siempre había amado la tierra.

—Voy a ayudar en todo lo que pueda, Dix.

—¿No será oneroso para ti tomarte un tiempo libre en tu trabajo?

Brock intuyó que se refería al dinero. Había ganado más de lo que podía gastar porque había trabajado en lugares casi inaccesibles y porque siempre había ahorrado. También había invertido dinero en unos pozos petrolíferos que habían dado buenos resultados. Unos cuantos meses en Saddle Ridge no serían un problema. Hasta que naciera el bebé de Kylie… y de Alex.

—No, no lo será, Dix. Me quedaré.

 

 

Una hora después, Brock entró en la sala de estar de la casa de dos plantas.

Kylie dormía tumbada en un sofá. Parecía una princesa encinta. Aunque él sabía que nunca había sido una princesa mimada.

¿Qué sucedería a partir de ese momento? La esposa de su hermano era una heroína en un rancho que necesitaba recursos financieros, mano de obra y algo mucho más intangible para sacarlo adelante.

¿Por qué Alex no había hecho nada para mejorar el estado de Saddle Ridge? ¿Por qué no le había pedido ayuda si la necesitaba? ¿Por orgullo? Aunque los hermanos se negaran a admitirlo, la verdad era que Jack Warner había estimulado la competencia entre ellos, pero no había nada por qué competir ya que desde siempre Brock había sabido que no gozaba del amor de su padre.

Entonces miró a su alrededor pensando que esa casa estaba llena de recuerdos que no quería revivir. La decoración era la misma de siempre, a excepción de algunos muebles que no conocía y que, según Dix, habían sido el regalo de bodas de Alex para Kylie.

De inmediato pensó en el collar de perlas de Tahiti que le había regalado a su novia antes de la boda y que a ella le había encantado. Si Marta de verdad lo hubiera amado, no se habría marchado tan rápidamente como lo hizo. Y tal vez él no debió dar por terminado su matrimonio si realmente le hubiera importado esa mujer.

Mientras contemplaba a la joven dormida, sus recuerdos volvieron a aquella noche en el establo cuando ella tenía diecisiete años y él veintidós. Era el día de la graduación de Kylie y Alex. Orgulloso de ella, Brock le había llevado un regalo y ella lo había besado. Durante un instante olvidó que era demasiado joven para un hombre experimentado como él. Sin embargo, se apartó de ella pensando que era lo mejor para los dos. Ese mismo fin de semana Alex le confió que un día se casaría con Kylie.

Brock volvió a su doctorado en filosofía, se despreocupó de Saddle Ridge y poco después se casó con Marta casi sin conocerla. Demasiado pronto, demasiado rápido y ambos demasiado diferentes.

Como si hubiera sentido su mirada, Kylie abrió los ojos y se sentó en el sofá. Los rubios cabellos cayeron sobre sus hombros y Brock recordó los tiempos en que le solía tirar de la coleta para gastarle una broma. También recordó que la noche de la caricia había enredado sus dedos en esos cabellos sedosos.

—¿Tienes hambre? ¿Cómo te encuentras? Y no me digas que muy bien —dijo con brusquedad.

—Me duele el hombro —admitió al tiempo que se ajustaba el cabestrillo.

Cuando empezaba a levantarse, Brock se acercó a ella.

—¿Qué necesitas?

—Un poco de hielo —respondió con una mirada afligida.

—El médico te recetó algo para el dolor, ¿no es verdad?

—Prefiero no tomar nada si puedo evitarlo. Lo hago por el bebé, ¿sabes?

—Quédate donde estás, traeré el hielo —dijo. Cuando estuvo de vuelta con el paquete envuelto en una toalla, preguntó—: ¿Quieres quitarte el cabestrillo?

—Me gustaría.

Sin pensarlo dos veces, se sentó a su lado y la ayudó a quitárselo por la cabeza. Su palma rozó la mejilla de la joven y se quedó asombrado al sentir que el corazón empezaba a latirle apresuradamente mientras le ponía el hielo en el hombro.

Brock creyó percibir un leve fulgor en los ojos azul aciano cuando ella los cerró.

—¿Kylie?

—Me encuentro bien.

—Ésas son dos palabras que no vas a utilizar conmigo, ¿de acuerdo? No puedo admitir que siempre digas que estás bien, pase lo que pase.

—¿Desde cuando te has vuelto tan tirano?

—Cuando me fui a Texas. Ahí descubrí que pensar y hacer las cosas a mi manera era bastante más divertido que intentar complacer a todo el mundo, como me sucedía aquí.

—¿Y siempre actúas a tu manera en Texas?

—La mayor parte del tiempo —respondió con una risita—. Allí hay gente que me respeta.

A sus amigos y colegas no les importaba que tuviera sangre apache y tampoco lo miraban como a un extraño.

—Aquí también hay gente que te respeta.

—Era necesario que me marchara de Saddle Ridge para descubrir qué quería hacer con mi vida.

—¿Y lo lograste?

—Sí. ¿Tienes hambre?

—No, pero debo alimentar al bebé.

Aunque Brock había intentado ignorar la redonda y voluminosa barriga, no pudo evitar echarle una mirada.

—¿Sabes si es niño o niña?

—No, quiero disfrutar de la sorpresa.

—¿Y qué quería Alex? —preguntó con curiosidad.

—Estoy segura de que quería un niño. Como todos los hombres, ¿no es así? —repuso con una sonrisa forzada.

Sus miradas volvieron a encontrarse. Incómodo, Brock miró a su alrededor.

—¿Dónde está el televisor?

—No tengo tiempo para mirar televisión.

—No es eso lo que he preguntado —replicó—. Las Navidades pasadas Alex me contó que se había comprado un televisor último modelo para ver los vídeos de los rodeos y así mejorar su técnica.

—Lo vendí para pagar unas facturas.

—Quiero examinar los libros de contabilidad.

Kylie volvió a mirarlo con pesadumbre.

—No puedo impedírtelo.

—Pero te gustaría hacerlo. ¿Por qué?

La joven se ruborizó.

—Verás, según tus propias palabras querías marcharte cuanto antes de aquí. Raramente venías cuando acabaste en el colegio. Y no lo has hecho desde la muerte de tu padre. Así que ¿por qué ahora te interesas por el rancho?

El problema era que ni Brock lo sabía a ciencia cierta. No sabía qué esperaba cuando decidió ir a un rancho que no le pertenecía, a menos que Kylie decidiera venderlo.

—He venido porque Dix me confesó que no podía contigo y con el rancho a la vez. El médico dijo que tendrías que reposar al menos un par de semanas, y para entonces te quedarán sólo dos meses para dar a luz. ¿Crees tú que estarás en condiciones de ayudar a Dix? Tienes que enfrentarte a la realidad, Kylie.

Kylie dejó la bolsa de hielo a un lado y se puso de pie.

—He tenido que enfrentarme a más realidades de las que puedas imaginar, así que no me des sermones, Brock —dijo antes de salir de la sala hacia un vestíbulo en la parte trasera de la casa—. Y no me sigas porque voy al baño.

Preparar la cena de Kylie sería la parte más fácil, lo más difícil iba a ser sentarse a la mesa y fingir que entre ellos no había problemas que tendrían que resolver.

Brock pensó que Kylie debería mudarse a la planta baja y ocupar la habitación con baño que su padre había habilitado tras su infarto. En todo caso, no era el momento adecuado para planteárselo.

Tenía que actuar con delicadeza, sin olvidar que ella todavía sufría el impacto de la pérdida de Alex. Si intentaba tomar el control del rancho, podría pisotear todo lo que era querido para ella. Y entonces hasta podría llegar a odiarlo. Y estaba seguro de que no sería capaz de soportar el odio de Kylie Armstrong Warner.

 

 

Brock se reclinó en la silla de la cocina después de haber dejado limpio su plato.

Se sentía cada vez más frustrado. Tenía que admitir que le preocupaba el disgusto de ella al verlo en el rancho y también que su sonrisa le inquietaba. Se sentía muy incómodo.