El mayor regalo - Karen Rose Smith - E-Book

El mayor regalo E-Book

Karen Rose Smith

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Beschreibung

Tres personas esperaban que alguien las encontrase en la fría noche de Wyoming. Gwen Langworthy había sido abandonada por su madre nada más nacer y después frente al altar. Había renunciado a poder disfrutar del amor, del matrimonio y de los hijos. Garrett Maxwell había perdido a su hijo y a su mujer y ahora se dedicaba a unir a otras familias. En algún lugar una infortunada madre primeriza añoraba al bebé al que había renunciado por miedo y había abandonado en casa de Gwen. Tres personas perdidas… y un bebé que los hará volver a casa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2006 Karen Rose Smith

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mayor regalo, n.º 1661- septiembre 2022

Título original: The Baby Trail

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-101-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL LLANTO de un bebé se oyó a través de la pequeña casa de Gwen Langworthy. ¡Le llevó sólo un momento darse cuenta de que provenía del invernadero de su casa!

Había anochecido y su casa estaba en sombras. Gwen corrió desde la cocina hasta el salón. Como era enfermera, conocía bien el llanto de un bebé. Siempre le oprimía el corazón. Ella añoraba mucho tener un bebé suyo.

Al primer llanto siguió un segundo en el momento en que encendió la luz del invernadero. Vio un cubo de plástico azul al lado de las puertas correderas de cristal. Corrió hacia él y se agachó.

Descubrió un bebé de pocos días, con ojos oscuros y brillantes. El cubo estaba recubierto de papel de periódico, pero el bebé estaba envuelto en una manta rosa. A sus pies había una nota en una arrugada hoja de bloc que ponía: Amy.

¡Era una niña!

Gwen se puso su cabello rojizo detrás de las orejas, levantó al bebé y lo acurrucó en sus brazos. Los sueños de un amor para toda la vida y de una familia feliz se habían evaporado después de que Mark la hubiera dejado plantada del brazo de su padre frente al altar. Su abandono aún le dolía. No podría confiar nuevamente en un hombre.

—¿Así que tu nombre es Amy? —murmuró, estudiando detenidamente las condiciones físicas en las que se encontraba el bebé.

Se fijó en el diminuto jersey tejido a mano y el pijama color blanco, amarillo y turquesa. Al parecer, aquel bebé había sido objeto de amorosos cuidados en algún momento.

¿Y luego lo habían abandonado?

Gwen conocía muy bien ese abandono.

Se dirigió hacia la puerta de cristal y la abrió. Una brisa fresca entró desde el jardín de su casa. El fondo del jardín daba a una calle. Le pareció oír el ruido de un motor. Pero no pudo ver nada entre los árboles en sombras. Estaba entrando el otoño en Wyoming.

La pequeña Amy se movió en sus brazos y volvió a llorar.

Gwen la acurrucó contra su pecho y fue a llamar a una de sus mejores amigas, que era asistente social. Pero ella ya sabía lo que Shaye le diría que hiciera.

Pensó en el sheriff, y se lo imaginó más concentrado en su inminente jubilación que en servir a los residentes de Wild Horse Junction. Decidió que si en una semana el sheriff no encontraba a la madre de Amy, ella se ocuparía del asunto personalmente.

No permitiría que aquella criatura viviera sin saber de dónde venía… Sin saber por qué su madre no la había amado lo suficiente para quedársela.

 

 

—Señor Maxwell —gritó Gwen por encima del ruido de golpes.

Éstos cesaron de repente.

El hombre dejó de golpear con el martillo en una tabla del suelo y se puso de pie, a la defensiva, agarrando el martillo casi como si fuera un arma.

Era alto y tenía el pelo moreno, hombros anchos cubiertos por una camiseta negra, y unas caderas estrechas enfundadas en unos vaqueros azules. Su presencia destacaba en el pequeño cobertizo del fondo en la penumbras. Sus ojos grises se fijaron en ella y la detuvieron en el umbral de la puerta.

—¿Puedo servirle en algo? —preguntó con frialdad.

Ella se sintió una intrusa.

—Eso espero —respondió fervientemente y vio el interés en los ojos de aquel hombre.

Garrett Maxwell tenía fama de ser un solitario que se pasaba el tiempo trabajando en su casa, a los pies de Wyoming's Painted Peaks. Sabía cosas sobre él por un artículo que había leído en el Wild Horse Wrangler hacía unos meses, en el que decían que había ayudado a localizar a un niño perdido en Colorado. Antes de llegar hasta allí, ella había buscado información sobre él en Internet y había encontrado varios artículos en los que ponían de relieve su labor en equipos de búsqueda y rescate de niños perdidos y en casos de rapto a menores.

Al ver que él no movía un solo músculo y no le preguntaba la razón de su visita, Gwen le preguntó:

—¿Es usted Garrett Maxwell?

—¿Quién lo pregunta?

Aunque no sabía si era sensato hacerlo, ella dio dos pasos adelante.

Los ojos de aquel hombre se deslizaron por su blusa verde y sus pantalones color caqui. Aunque aquella mirada no había durado más de un segundo, ella tuvo la sensación de que reparaba en cada detalle, desde la cantidad de rizos pelirrojos que caían sobre sus hombros hasta sus cuidadas uñas.

Gwen se sintió como si estuviera metiendo la mano en la jaula de un animal peligroso, pero la extendió de todos modos.

—Me llamo Gwen Langworthy.

Pero él no le dio la mano. Soltó el martillo y lo dejó encima del asiento del cortacésped.

—¿En qué puedo servirle?

Hacía cinco días que habían abandonado a la pequeña Amy en el jardín de invierno, y Gwen no sabía todavía quién la había dejado y por qué, pero sabía que el sheriff no había identificado al bebé. Así que había decidido obrar por su cuenta. No iba a dejar que Amy pasara por la vida sin saber de dónde venía. Gwen sabía bien lo que era. La habían abandonado en una iglesia con sólo dos años, y sabía la inseguridad que producía no conocer a los padres biológicos, y las preguntas que nadie podía contestar.

Se metió las manos rápidamente en los bolsillos, y se preguntó por qué se le encogía el estómago cuando miraba a aquel hombre, antiguo agente del FBI, al parecer. ¿Tenía miedo de él?

No. Estaba hipnotizada por su sensualidad, su poder…

Trató de concentrarse en la razón que la había llevado allí y le explicó:

—Sé que se dedica a buscar gente. Necesito que encuentre a alguien.

—Yo no busco gente.

—Usted busca niños.

En aquel momento él pareció interesarse.

—¿Ha perdido una criatura?

A ella le pareció que su voz se había suavizado.

—No. Pero necesito encontrar a la madre de una criatura.

—Ya no soy agente del FBI —respondió él con el mismo tono de irritación anterior.

—Lo sé. Usted tiene un negocio de seguridad. Pero fue agente del FBI y necesito su ayuda. Alguien dejó un bebé en la puerta de atrás de mi casa. No voy a dejar que esa pequeña crezca sin saber quiénes son sus padres. Y sé que cada día que pasa, es más difícil encontrar una pista.

—¿Por qué la preocupa tanto? —preguntó él.

Ella no dudó.

—Porque fui adoptada y nunca supe quiénes eran mis padres.

El viento de septiembre soplaba a través de los pinos y agitaba la puerta del cobertizo.

Después de un momento de consideración, el ex agente del FBI dijo:

—Vamos a la casa —salió y se dirigió a la parte de atrás de su casa.

A Gwen la sorprendió la belleza primitiva de los alrededores de la propiedad. Y fue incapaz de dejar de mirar la espalda ancha de Garrett Maxwell, y lo perfectos que le quedaban los vaqueros. Tenía una sensualidad innata, que le despertaba un profundo sentimiento de feminidad en su interior. Era una sensación extraña, excitante, confusa.

Cuando llegaron a la puerta de atrás, él le cedió el paso para que entrase.

La cocina tenía una atmósfera rústica que la envolvió inmediatamente. Había una mesa y sillas de madera, y la ventana daba a la parte de atrás de la propiedad.

Cuando ella lo volvió a mirar, lo encontró mirándola. Ella se estremeció al ver aquellos ojos grises.

Él rompió el contacto visual y se acercó a la encimera.

—¿Un café? —le ofreció de pronto.

Ella asintió.

Él sirvió el café y se acercó a la encimera.

—Sólo tengo leche en polvo. Aquí tiene el azucarero —le acercó el azúcar.

A ella le temblaron las manos cuando lo agarró. Era la primera vez que se encontraba en aquella situación. Nunca se había sentido tan atraída por un extraño, ni había estado con él a solas en su casa.

La tapa del azucarero se le cayó de las manos. Garrett Maxwell la agarró y miró a Gwen.

—No hay motivo para que esté nerviosa. La escucharé, pero es posible que no pueda ayudarla.

—No estoy nerviosa —respondió ella a la defensiva.

Estaba acostumbrada a enfrentarse a situaciones difíciles: el divorcio de sus padres, el hecho de que su padre se hubiera dado a la bebida…

—Entonces finge muy bien. ¿Cuánta azúcar quiere?

Gwen pestañeó.

—Una cucharada —dijo, en un hilo de voz.

Él la rozó al abrir un cajón, y ella tragó saliva.

Garrett Maxwell sacó una cuchara y se la dio. Cuando cerró el cajón y se apartó un poco ella, Gwen por fin pudo dejar escapar el aire que había estado conteniendo. Se puso azúcar. Él la estaba observando, y ella tuvo la sensación de que le estaba leyendo los pensamientos, algo que no le gustó.

Garrett abrió un bote de leche en polvo y se la ofreció.

—¿Una o dos cucharadas? —preguntó.

—Una, por favor.

Gwen notó un brillo en sus ojos cuando le puso la cucharada de leche.

¿Sería posible que él se sintiera atraído por ella también?

Maxwell le ofreció asiento junto a la mesa.

—Entonces, dígame, ¿de qué se trata esto? —preguntó luego.

Gwen bebió un sorbo de café y le contó cómo había encontrado al bebé.

—¿Y no vio ni oyó a nadie fuera? —preguntó él.

—No. Sólo oí el llanto del bebé. Después de encontrarla, miré por la ventana y me pareció oír el motor de un coche. Pero se estaba haciendo de noche y no pude ver nada.

—¿Arrancó de forma brusca o suave? —preguntó Garrett.

—No lo sé.

—Sí, lo sabe. Piénselo.

Intentó recordar y le pareció que el coche no había arrancado suavemente.

—Hubo una explosión primero, me parece. No arrancó suavemente.

Maxwell pareció hacer una anotación mental de aquello.

—Dice que su amiga, Shaye Malloy, asistente social, fue a su casa. Y luego el sheriff. ¿Qué hizo el sheriff con la nota en la que estaba el nombre del bebé?

—La miró y se la metió al bolsillo.

Garrett agitó la cabeza y tensó la barbilla.

—¿Qué llevaba puesto el bebé?

Gwen observó que el ex agente del FBI tenía pequeñas arrugas alrededor de los ojos y la boca. Calculó que tendría cerca de cuarenta años. ¿Por qué habría dejado el FBI?

Gwen intentó concentrarse en su objetivo.

—Amy estaba envuelta en una manta, pero tenía puesto un jersey y un gorro muy bonito, y un mono de bebé.

—¿Por qué llamó a la asistente social? ¿No podría haberse encargado el sheriff de ese asunto?

—Shaye y yo somos amigas desde hace mucho tiempo.

Antes de que hubieran llegado Shaye y el sheriff, Gwen había acunado a la niña, y le había costado dejar que Shaye la tomara en brazos.

Cuando Garrett Maxwell la miró a los ojos, Gwen se sintió mareada.

—¿Dónde está la niña ahora?

—En la planta de maternidad.

Él se echó atrás en la silla y ésta chirrió.

—¿Necesita estar en el hospital?

—El médico la examinó y vio que la niña tenía ictericia. Eso ya lo ha superado, pero ahora están intentando encontrar una familia que la adopte. A mí me habría gustado hacerlo, pero…

—¿Qué?

—Tengo que trabajar, y hubiera tenido que conseguir una niñera. Además de eso, pienso que un niño necesita dos padres, dos padres que lo quieran. Y yo estoy sola, así que no puedo darle eso. Shaye dice que será fácil encontrar una pareja que… Si no encontramos a su madre.

Garrett la miró fijamente.

—Aun si encontrasen a la madre, le quitarían a la niña de todos modos.

—Es posible. Pero Shaye dice que depende de las circunstancias. No la abandonó en un cubo de basura ni en una fría calle. No dejo de devanarme los sesos pensando quién podía conocerme y por qué me pudieron dejar el bebé a mí. He conocido a un montón de madres solteras.

—¿De qué modo? —él bebió un sorbo de café.

—Soy enfermera, y estoy especializada en obstetricia. Trabajo en programas para madres solteras.

—¿En Wild Horse Junction?

—En todo el estado.

Garrett pareció absorber aquella información, y se puso de pie.

—Bueno, no tenemos muchos datos aquí para continuar con esto.

Gwen no estaba preparada para que su entrevista con él terminase. ¿Por Amy? ¿O por ella?

—He leído que es muy bueno en lo que hace. Sé que puede encontrarla.

—Señorita Langworthy…

—Gwen —lo corrigió—. Le pagaré —se apresuró a decir—. Lo que me pida. La pequeña se merece saber quién es su madre. Se merece saber por qué su madre la ha abandonado y me la ha dejado a mí. Si se pasa la vida preguntándose… —Gwen se interrumpió bruscamente.

Garrett Maxwell se acercó a ella y preguntó:

—¿Qué le pasaría en ese caso?

—No estará segura de quién es ni de dónde viene. Ni en quién se transformará —murmuró Gwen.

—No estamos hablando de Amy ahora, ¿verdad? —fue una pregunta retórica.

Gwen lo miró a los ojos y respondió.

—Estamos hablando de cualquier niño que no conoce sus raíces.

Se quedaron mirándose a los ojos un momento.

—¿Va a ayudarme a encontrar a la madre de Amy?

—Normalmente busco niños, no padres.

—¿No puede hacer una excepción?

Él no contestó inmediatamente. Luego dijo:

—Me lo pensaré y me pondré en contacto con usted.

Gwen sacó una tarjeta de presentación del bolsillo y la dejó encima de la mesa.

—¿Cuándo? —preguntó.

—Necesita una respuesta rápidamente porque si no empleará a un detective privado, ¿verdad?

—Exactamente. No me doy por vencida fácilmente, señor Maxwell. Y no tengo mucho tiempo.

Él la estudió y respondió:

—Supongo que no. La daré una respuesta mañana por la noche.

Él estaba muy cerca de ella, la embriagaba con su masculinidad, pero Gwen no iba a dejarse llevar por sus fantasías

—La acompañaré a la puerta —dijo él.

Ella sintió curiosidad por conocer su casa, pero apenas tuvo tiempo de ver nada. Sólo vio el vestíbulo y una chimenea de piedra.

Cuando estaba a punto irse, Gwen extendió la mano y le dijo:

—Me alegro de haberlo conocido, señor Maxwell.

Aquella vez él le dio la mano.

Y en aquel momento ella sintió un escalofrío al notar el calor en la palma, y el fuego de la mirada de Garrett Maxwell.

Entonces se dio la vuelta y salió al frío exterior, para que él no viera el rubor de sus mejillas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GARRETT miró a través del cristal del nido del hospital y vio a Amy. Sintió un nudo en el estómago.

Si todo hubiera sido como había estado planeado, él habría sido el padre de una criatura de cinco años en aquel momento. Pero las cosas no habían salido como había pensado. Cheryl había tenido un aborto y lo había culpado a él. Su divorcio le había hecho replantearse su trabajo y su vida y así había sido como había vuelto a Wild Horse Junction, Wyoming.

No sabía por qué aquel bebé había removido su pasado. Tal vez simplemente porque se trataba de un bebé. Era una buena razón para mantenerse lejos del caso y de ella. Y mejor razón aún era la ola de atracción que le había despertado Gwen Langworthy. Era verdad que el ruido del martillo no lo había dejado darse cuenta de que ella se había acercado, pero había sido la primera vez que su instinto no se lo había advertido. Además, se había sentido incómodo porque la había dejado seguirlo a su casa. Él siempre cubría su rastro. No dejaba que nadie fuera detrás.

Los viejos hábitos no morían fácilmente.

En aquel momento, una enfermera salía del nido. En la etiqueta con su nombre ponía Dianne Spagnola. Garrett se acercó a ella y le dijo:

—Siento molestarla, pero estoy trabajando con el sheriff en el caso de Amy —el sheriff y él no estaban trabajando juntos, pero estaban trabajando en el mismo caso—. ¿Qué tal está la niña?

—No puedo darle ninguna información si no tiene una autorización escrita —dijo la enfermera solemnemente.

Las normas de seguridad eran más estrictas de lo que solían ser. Eso era algo bueno.

Garrett se acercó más a la niña.

—Parece sana, y no está aislada del resto. Por lo que deduzco que está esperando que se la lleve una familia. Gwen Langworthy me lo ha dicho. Ya sabe, la mujer que la encontró, ¿la conoce?

—¿Conoce usted a Gwen?

Él asintió.

—Amy está bien, come mejor ahora. Necesita un hogar.

—¿Puede decirme qué ha pasado con la ropa con la que la trajeron?

—¿La ropa? —preguntó la enfermera, sorprendida.

—Gwen me ha dicho que llevaba un jersey y un gorro, encima de un pijama.

Llevaba uno en aquel momento, pero no era amarillo, sino rosa.

—¿No sabe dónde está el jersey y el gorrito, y la manta en la que estaba envuelta?

La enfermera pensó.

—Es posible que estén en uno de los armarios del almacén.

Si aceptaba el caso, los analizaría. Si aceptaba el caso tendría que averiguar el grupo sanguíneo de la niña y cualquier información que pudiera darle el informe médico. Eso requeriría un viaje a la oficina del sheriff…

Si aceptaba el caso…

Mostró su tarjeta a la enfermera y dijo:

—¿Podría llamarme al teléfono móvil si encuentra la ropa? Me quedaré un rato en la ciudad, así que podría pasarme por aquí antes de irme si tiene alguna novedad.

La enfermera miró la tarjeta y asintió.

Garrett le dio las gracias a la mujer y se marchó.

Investigaría más y luego decidiría.

 

 

¿Sería madre alguna vez? ¿Realmente pensaba que un niño necesitaba dos padres?

El domingo por la mañana, después de ir a la iglesia, Gwen fue a ver a Amy.

Era sencillo y complicado a la vez. Ella se consideraba una mujer progresista, pero estaba descubriendo día a día que tenía unos valores muy tradicionales. Por un lado, ¿qué pasaba si no se casaba nunca? ¿Por qué se iba a negar a ser madre por no tener un hombre en su vida? Por otro, en lo más profundo de su corazón, tenía el sueño de tener una pareja.

Pasaba a ver a Amy todos los días desde que la había encontrado, y a su pesar, sentía un profundo lazo con la niña. Cuando la tomaba en brazos y le daba el biberón, y la acunaba, deseaba tener un bebé propio, al igual que un hogar ideal para él.

Aquel día, en lugar de ir directamente al nido, se detuvo en el mostrador de Obstetricia.

Dianne Spagnola la miró.

—Gwen, ¿conoces a un tal Garrett Maxwell?

—Sé quién es. ¿Por qué?

—Porque ha estado aquí haciendo preguntas, y me ha dado la impresión de que estaba trabajando con el sheriff. Cuando se ha marchado, me he preguntado si hice bien en darle información.

Gwen sintió esperanza.

—Le he pedido que me ayude a buscar a la madre de Amy. ¿Cuánto hace que ha estado aquí?

—Hace unos diez minutos.

Tal vez le diera una respuesta aquella noche, pensó Gwen.

—¿Sabes en qué dirección se marchó?

—Quería que yo intentase encontrar la ropa que tenía puesta Amy el día que la encontraste. Me dio una tarjeta y me dijo que lo llamase si sabía algo. Que estaría en la ciudad y que se pasaría antes de marcharse.

Wild Horse Junction no era muy grande. Tal vez pudiera localizar su coche, un SUV. Era grande y negro. Lo había visto frente a su casa. Tenía una pegatina en la ventanilla con el dibujo de un triángulo. Se preguntó si sería miembro de un club.

—Creo que voy a seguir su rastro —sonrió a Dianne—. Volveré a acunar a Amy dentro de un rato.

—En nuestros descansos, le prestamos toda la atención que podemos, pero creo que te prefiere a ti.

Gwen se marchó al aparcamiento.

Sentada en su camioneta decidió empezar por la calle principal, Wild Horse Way, luego seguiría por tiendas y galerías de arte.

En una estación de servicio vio un coche que le pareció el de Garrett Maxwell.

Aparcó al lado de él y vio la pegatina de la ventanilla.

Guardó las llaves de su camioneta y recogió su bolso. Y salió, excitada, en su busca.

Pero cuando abrió la puerta de la tienda de la estación de servicio, y lo vio en la caja, sintió nuevamente aquella atracción hacia él. Siempre le habían gustado los hombres altos, y él era definitivamente alto. Tenía aspecto peligroso y sexy, y ella supo que debía tener cuidado con él.

Cuando él la vio no le dijo «hola» simplemente.

—Ésta no es una coincidencia, ¿verdad? —preguntó Garrett.

Ella sonrió.

—No. He ido al hospital.

—¿Y?

—Y Dianne me ha dicho que ha estado por allí haciendo preguntas y que estaría en la ciudad. ¿Va a aceptar el caso?

—Aún me lo estoy pensando —Garrett concentró su atención una vez más en el cajero—. ¿Entonces no recuerda a la joven pareja? —le preguntó al jovencito.

—No —respondió el adolescente—. ¿Quién es usted, de todos modos?

—Hola, Reuben —lo interrumpió Gwen—. Nos conocimos en el instituto. Yo os di un taller y tú me ayudaste con la pantalla en el auditorio.

El chico la miró.

—Lo recuerdo. La señorita Langworthy, ¿no?

—Sí. Reuben, ¿recuerdas una noticia del periódico acerca de un bebé que encontraron?

—No leo los periódicos, pero mis amigos estaban hablando de ello.

—Estamos buscando a su madre.

—¿Para arrestarla? —preguntó el chico.

—No. No somos las fuerzas del orden. Queremos encontrarla para ayudarla.

Aunque el chico no pareció convencido, miró a Gwen y finalmente preguntó:

—¿Ayudarla? ¿Cómo?

—Quisiéramos saber por qué abandonó al bebé.

Gwen se había hecho las mismas preguntas sobre su madre. ¿Cuántos años tenía? ¿Era rica o pobre? ¿No había tenido ayuda para quedarse con su bebé o simplemente no le había importado abandonarlo?

—Si realmente quiere dar el bebé en adopción, está bien. Sólo queremos estar seguros de que tiene la información que necesita para tomar esa decisión. Y si, por el contrario, desea quedarse con el bebé pero necesita ayuda para hacerlo, también queremos saberlo.

El muchacho miró a Garrett, luego a Gwen.

—Ya… Pero yo no sé nada seguro.

—Aun así, ¿sabes algo?

—Quizás. Yo sólo trabajo los lunes, miércoles y domingos… De todos modos, el lunes por la noche, vinieron un chico y una chica a la tienda. Compraron compresas. Los recuerdo porque ella no tenía buen aspecto. Estaba muy blanca, como si fuera a irse al otro mundo o algo así. Cuando se fueron, el chico le rodeó los hombros, sujetándola.

Garrett miró a Gwen. El lunes por la noche había sido la noche que habían dejado a Amy, y aquella pareja parecía la que buscaban.

—¿Puedes describirlos? —preguntó Garrett.

Después de dudar un momento, Reuben dijo finalmente:

—Ella tenía el pelo largo, castaño. Él era rubio.

—¿Te fijaste en el tipo de coche que conducían? —siguió Garrett.

—Hizo mucho ruido cuando se marcharon. Yo miré fuera, y vi una camioneta marrón, pequeña, muy destartalada.

—¿Había algo identificable en ella?

—No. No la vi de cerca.

—¿En qué dirección se marcharon?

—Hacia el norte.

Gwen y Garrett se miraron.

—Si recuerdas algo más, llámame, ¿de acuerdo? —Garrett le dio su tarjeta.

El adolescente asintió, y Gwen y Garrett salieron de la tienda.

Cerca del coche, Gwen le dijo a Garrett:

—Parece la pareja que buscamos, ¿no? ¿Qué hacemos ahora?

—¿A qué se refiere con «qué hacemos ahora»? —preguntó él—. Hace lo que suele hacer un domingo y yo lo que estoy haciendo.

Tal vez era un solitario, pero cuatro ojos veían más que dos.

—¿Va a aceptar el caso?

—Sólo estoy haciendo un trabajo preliminar para averiguar si hay razón para aceptar el caso.

—¿Sólo busca a alguien cuando sabe que va a tener éxito? —lo desafió Gwen.

—No, por supuesto —respondió él pasándose la mano por el pelo.

—Entonces, señor Maxwell, ¿por qué es una decisión tan difícil de tomar?

Él la miró un largo momento.