Los persas - Esquilo - E-Book

Los persas E-Book

Esquilo

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Beschreibung

Esquilo (h. 525-456 a. C.) es el autor más antiguo del que conservamos tragedias completas. Nacido en Eleusis, en el Ática, escribió algo más de ochenta tragedias, de las cuales tan solo se han conservado siete. Fue también soldado en una época difícil en la que Atenas vivía bajo la amenaza de la invasión persa, y participó en algunos de los combates determinantes de las Guerras Médicas. Precisamente, Los persas pone en escena una de las célebres batallas en la que participó el propio poeta trágico: la de Salamina. Alejada de elementos mitológicos y de la tradición heroica helénica, el ardiente patriotismo que respira la obra no impide que Esquilo adopte cierta moderación. Su sensibilidad a la hora de abordar las terribles consecuencias de la guerra también le lleva a atenuar las diferencias entre helenos y «bárbaros», y a sentir piedad ante la desgracia. «Esquilo buscaba deslumbrar, seducir a su público con la combinación de un pensamiento profundo, sublime, y de una forma en consonancia, que arrancara al espectador de la cotidianidad». Francisco Rodríguez Adrados

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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 97.

Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

© del prólogo: Marta González González, 2022.

© de la traducción: Bernardo Perea Morales.

Esta traducción ha sido revisada para la presente edición.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en esta colección: junio de 2022.

RBA · GREDOS

REF.: GEBO621

ISBN: 978-84-249-4104-8

ELTALLERDELLLIBRE · REALIZACIÓNDELAVERSIÓNDIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO por MARTAGONZÁLEZGONZÁLEZ

LOSPRIMEROSTRAGEDIÓGRAFOSYLOSCONCURSOSTRÁGICOS

Al ser Esquilo el autor más antiguo del que conservamos tragedias completas, quizá no esté de más dedicar unas líneas, antes de adentrarnos en Los persas, a explicar el contexto de las representaciones trágicas. Voy a obviar el tema, en tiempos muy debatido, sobre el origen de la tragedia y voy únicamente a poner en situación al lector, advirtiéndole de que los antiguos griegos no leían las tragedias, sino que asistían a su representación, y que esta era una celebración política y religiosa, más que cultural en un sentido moderno.

En el marco de las fiestas dedicadas a Dioniso, las Grandes Dionisias, o Dionisias Urbanas, instituidas por Pisístrato en la segunda mitad del siglo VIa.C., se celebraron por primera vez los concursos trágicos. La tradición dice que fue Tespis el primero en representar una tragedia, en torno a 535-533a.C. El nombre de Tespis dirá poco a la mayoría de los lectores actuales, sin embargo, está tan ligado a la historia del teatro que en la película de Joseph Leo Mankiewicz, All about Eve (estrenada en España como Eva al desnudo), de 1950, en la primera escena, cuando se está presentando la ceremonia de entrega de un reconocido premio teatral, el orador hace referencia explícita a Tespis y a la historia del teatro desde los tiempos en que este se separó del resto de miembros de un coro y comenzó un diálogo con ellos, «creando» así el género trágico. Según el Mármol de Paros (la famosa inscripción griega que recoge las fechas de los acontecimientos históricos y míticos fundamentales, datada en torno al año 264a.C.), Tespis actuó y produjo una obra de teatro en la segunda mitad del siglo VI$$$a.C. Para los antiguos era el principal candidato a ser considerado «inventor» de la tragedia.

Otros autores como Quérilo, Prátinas y, sobre todo, Frínico, contemporáneos de Esquilo algo mayores que él, tienen también importancia y nos recuerdan que ni Esquilo ni la tragedia surgieron de la nada. Frínico, de hecho, compuso una obra titulada Fenicias sobre el tema de Salamina, como Los persas, en el 476a.C., y con ella consiguió una victoria con Temístocles como corego. Aunque el término literalmente significa ‘director del coro’, corego era el nombre que se daba en Atenas al ciudadano acaudalado que se hacía cargo de los gastos asociados al equipamiento del coro: ensayos, vestuario, máscaras, música, utilería, etc. Desempeñar ese cargo era un enorme dispendio, pero también un honor, y suponía hacerse conocer y querer por el pueblo; los nombres de los coregos se recogían en inscripciones junto a los de los autores vencedores y sus obras. Pericles fue el corego de la obra Los persas de Esquilo. A los poetas y a los actores (en las tragedias más antiguas dos, luego tres) les pagaba la ciudad.

Fuera cual fuera el origen de la tragedia, quizá cantos corales dedicados a Dioniso, tal como hoy la conocemos es un género literario inseparable de Atenas y del siglo Va.C., es decir, de la Atenas democrática, y, si existió esa relación original con Dioniso, esta se mantuvo a través de la vinculación de las representaciones trágicas a los festivales conocidos como Grandes Dionisias, celebrados cada año en primavera. Los agónes, o competiciones dramáticas, se representaban en el teatro de Dioniso, en la ladera meridional de la Acrópolis. El tragediógrafo que quisiera participar en la competición debía presentar su propuesta ante el magistrado encargado (arconte), que, a su vez, tenía que nombrar a los coregos. En cada ocasión competían tres autores y a cada uno de ellos se le asignaba un día en el que tenían que representar tres tragedias y un drama de sátiros. Estos tres días dedicados a la tragedia iban precedidos por otro en el que competían coros que entonaban ditirambos y seguidos por uno más en el que se representaban cinco comedias. Aunque las obras no eran de gran extensión, los espectadores asistían a cuatro obras diarias durante tres días (en cuanto a tragedias y dramas de sátiros) y a cinco obras más en un solo día (en cuanto a comedias).

El proceso de elección del vencedor del concurso trágico era complejo. No tenemos datos seguros, pero podemos reconstruir de forma verosímil cómo se elegía al vencedor y merece la pena recordarlo porque es muy significativo en cuanto a la importancia que estas competiciones teatrales tenían en la Atenas clásica. Para empezar, se elegía a los jueces, que eran diez en representación de las diez tribus ciudadanas. Este detalle es importante como prueba de la idea, ampliamente aceptada, de que el género trágico estuvo íntimamente ligado a la democracia ateniense y alcanzó su esplendor al tiempo que esta, en los siglos V y IVa.C. Este jurado compuesto por representantes de las diez tribus ciudadanas es un ejemplo de ello. A finales del siglo VIa.C. Clístenes transfirió las funciones cívicas, que hasta entonces habían estado en manos de las antiguas cuatro tribus jonias, a diez nuevas tribus creadas por él y establecidas sobre bases diferentes a las familiares. Estas diez tribus fueron a partir de entonces una organización indisociable de la época democrática. Lo que Clístenes hizo fue dividir el Ática en tres grandes zonas geográficas: la ciudad, la costa y la llanura. Cada área se dividió a su vez en diez tritías (tercios) compuestas de unidades llamadas démoi (en singular, démos, unidad territorial básica). Como los démoi (139), que existían desde antiguo, eran de diferentes tamaños, el número en cada tritía variaba, pero lo importante es que cada una de las nuevas diez tribus tenía una tritía de cada área geográfica. Cada una de las nuevas tribus recibió el nombre de un héroe local elegido por la Pitia de entre un listado de cien. A partir de entonces, los ciudadanos se identificaron por el nombre del démos al que pertenecían, dato de mayor importancia que el del nombre del padre, denominación que funcionaba como nuestro apellido. Pues bien, incluso para la formación del jurado que había de premiar al mejor tragediógrafo en cada festival se seguía el principio de que cada tribu y, por tanto, toda el Ática, tuviera voto.

Después de las representaciones, los jueces depositaban sus tablillas en una urna, votando solo por el ganador, es decir, escribiendo un único nombre. De esos votos se elegían al azar y se leían públicamente solo cinco, y el más votado era proclamado vencedor. En caso de empate, se elegían otras dos tablillas y, si seguía sin haber un ganador, una más, y así hasta que se proclamara un vencedor. El proceso se detenía cuando esto ocurría y las tablillas no leídas se destruían. Siendo este el mecanismo de elección del vencedor del certamen, podía darse la circunstancia de que el autor que se llevara el premio no fuera el que había tenido más votos. Esa posibilidad dejada a la suerte era lo suficientemente pequeña como para no restar valor a la victoria, pero podía servir también para que los autores más jóvenes no se sintieran completamente desanimados ante los favoritos de más edad, aparte de dejar a los dioses intervenir en la votación a través de la suerte.

Para acabar, tengamos en cuenta que el público acudía al teatro sabiendo mucho más que nosotros de la historia que allí se le iba a contar. Los lectores actuales necesitamos muchas notas a pie de página para aclararnos, por ejemplo, en el laberinto de las relaciones familiares entre los diferentes personajes, mientras que el oyente antiguo estaba habituado a escuchar esas historias una y otra vez y los nombres de los protagonistas y los argumentos de las diferentes sagas les eran bien conocidos. Al mismo tiempo, al no tratarse de textos sagrados ni nada parecido, los poetas tenían libertad para innovar, para ofrecer variaciones casi infinitas sobre unos mismos temas, lo que aportaba ese elemento de tensión, si no de intriga, tan característico de alguna de estas obras.

ESQUILO

Esquilo es el primero y, quizá, el más grande de los poetas trágicos de los que conservamos obras completas. Nació en torno al año 525a.C. en Eleusis, un démos del Ática bien conocido por albergar los famosos misterios de Deméter, a unos veinte kilómetros de Atenas, y murió en el 456a.C. en Gela, Sicilia. Antes de este último viaje, del que ya no regresó, Esquilo había realizado más visitas a Sicilia, en concreto a Siracusa, adonde Hierón había atraído a otros grandes poetas como Píndaro. De las más de ochenta tragedias que se dice que compuso Esquilo, conservamos solo siete, con alguna reserva sobre la paternidad de Prometeo. Todas ellas, incluida la más antigua, que es Los persas, pertenecen al último tercio de su carrera: Los persas (472), Los siete contra Tebas (467), Las suplicantes (ca. 463), Agamenón, Las coéforas y Las euménides, que componen la Orestía (458) y Prometeo (sin fecha cierta y de autenticidad discutida).

Esquilo fue un gran poeta (se contaba que había ganado en trece ocasiones las competiciones trágicas) y fue, al mismo tiempo, soldado en tiempos muy difíciles para Atenas y para toda la Hélade. Nació a tiempo de conocer la tiranía de Hipias y de ver, todavía muy joven, el éxito de las reformas de Clístenes de las que he hablado antes. Todos estos acontecimientos relevantes debieron de marcar su vida y muy especialmente lo hicieron las guerras contra los persas. En el año 490a.C. participó junto con su hermano, según cuenta Heródoto (6.114), en la batalla de Maratón. Tendría entonces unos treinta y cinco años. La década siguiente se vivió bajo la amenaza continua de un segundo ataque persa y, de hecho, cuando ese nuevo ataque se produjo, Esquilo volvió a combatir, esta vez en Salamina, la batalla que sirve de telón de fondo de Los persas. Esquilo sabía muy bien de qué hablaba cuando hablaba de la guerra. Su público, claro está, también. De hecho, su valor en combate y el de su hermano Cinegiro son un lugar común en los testimonios sobre su vida. En la Vida anónima transmitida en varios manuscritos de sus obras, se menciona un epitafio compuesto, al parecer, por el propio Esquilo para su tumba. En él se recuerda su mérito militar, no sus éxitos poéticos:

A Esquilo, hijo de Euforión, ateniense, lo cubre esta tumba,

a él que murió en Gela fértil en trigo.

El bosque de Maratón podría hablar de su celebrada fuerza,

y el medo de larga cabellera, que bien la conoce.

Esta Vida anónima que acabo de citar facilita abundante información sobre Esquilo, aunque, como suele ocurrir con las de todos los poetas de la Antigüedad griega, está basada en fuentes generalmente dudosas y salpicada de anécdotas que apenas merecen credibilidad. Se contaba en ella que el poeta había combatido en Maratón, Salamina y Platea, en algunos casos junto a sus hermanos Cinegiro y Aminias; que había abandonado Atenas y había buscado refugio junto a Hierón de Siracusa movido por el desencanto, ya fuera porque sus compatriotas preferían a Sófocles, ya porque, en un concurso de elegías por los caídos en Maratón, Simónides lo había superado. Se dice también en esta Vida que en una ocasión, en la representación de Las euménides, la entrada del coro provocó tal espanto que algunos niños se desmayaron y algunas mujeres abortaron. También aquí se lee el relato de la muerte de Esquilo: un águila lo mató al dejar caer una tortuga sobre su cabeza. En medio de estos detalles anecdóticos, entre el chismorreo y la pura invención, destaca un dato que sí suele tenerse en cuenta y que afecta al desarrollo del género trágico: se dice que Esquilo fue el primero en contar con dos actores y, quizá, tres, aunque sobre esto hay dudas y Aristóteles asegura que el tercer actor fue innovación de Sófocles.